LOS MITOS DE LA HISTORIA ARGENTINA 5
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FELIPE PIGNA
Los mitos de la historia argentina 5 De la caída de Perón al golpe de Onganía (1955-1966)
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Pigna, Felipe Isidro Los mitos de la historia argentina 5.- 1ª ed. – Buenos Aires : Planeta, 2013 E-Book ISBN 978-950-49-3211-6 1. Historia Argentina. I. Título CDD 982
Investigación periodística: Mariana Pacheco Transcripción de textos: Mariel Vázquez © 2013, Felipe Isidro Pigna www.felipeenlaescuela.com.ar Derechos exclusivos de edición en castellano reservados para todo el mundo © 2013, Grupo Editorial Planeta S.A.I.C. Publicado bajo el sello Planeta® Independencia 1682, (1100) C.A.B.A. www.editorialplaneta.com.ar Diseño de cubierta: Departamento de Arte de Editorial Planeta Diseño de interior: Orestes Pantelides Ilustración de cubierta: Gentileza Archivo General de la Nación Primera edición en formato digital: 2013 Conversión a formato digital: Ebook Factory www.ebookfactory.org
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ISBN edición digital (ePub): 978-950-49-3211-6
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A mis hijos Julián y Martín Pigna en esta nueva etapa de sus vidas.
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Índice Portada Los mitos de la historia argentina 5 Introducción Lonardi y su breve sueño de un peronismo sin Perón Ni libertadores ni vencidos Frondizi: golpe a golpe, verso a verso José María Guido al gobierno, los militares al poder De los azules a Onganía: los 990 días de Illia Bibliografía Autor Notas
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Introducción Cuando en septiembre de 1955 los sublevados en Córdoba, Puerto Belgrano y otros puntos del país lograron su objetivo de derrocar al gobierno constitucional de Juan Perón, proclamaron que estaban iniciando una «Revolución Libertadora» llamada a «dar vuelta la página» de una época que había marcado a la historia argentina. Para ellos, como para una parte importante de la sociedad argentina, se había tratado de un tiempo sembrado de autoritarismo y de persecución a la oposición, a la que se le había impedido expresarse en los medios de comunicación y cuyos dirigentes y militantes habían padecido cárcel y tortura. Los «libertadores», según decían, venían a terminar con aquellas prácticas antidemocráticas. No parecía un buen antecedente democrático el criminal ataque aéreo a la Plaza de Mayo, producido el 16 de junio de 1955, que había provocado más de 350 muertos y más de mil heridos, y que reivindicaban como el prolegómeno de su «revolución». Pero, sobre todo, quienes se hicieron del poder político e institucional en la trágica primavera del 55, pronto mostraron que lo que se proponían revertir eran los «otros» aspectos de la Argentina peronista: los inéditos avances en el terreno social y la mayor redistribución del ingreso en sentido progresivo, que por primera y única vez en nuestra historia había repartido la riqueza en partes iguales entre los que la producían y los que la disfrutaban. Hay un discurso, difundido hasta el cansancio, que repite sin las explicaciones pertinentes que el peronismo dividió en dos a la sociedad argentina, y que esa fue la «razón» del golpe cívico-militar de 1955. El argumento parecería basarse en la falsa premisa de que en nuestra belicosa sociedad, marcada por más de sesenta años de guerra civil, antes del peronismo hubiese reinado la concordia, con una autoridad basada en la equidad y la justicia. Este concepto es de una falsedad evidente, pero debo reconocer que ha sido bien transmitido a lo largo de generaciones y ha logrado eludir el filtro de la racionalidad histórica. No podía haber armonía en una sociedad con los niveles de desigualdad de la Argentina pre-peronista, y la prueba está en las violentas represiones a las más que justas demandas obreras desde la Patagonia hasta los quebrachales chaqueños y santafesinos, pasando por la masacre de la Semana Trágica y la ofensiva oligárquica de los años treinta, que usó armoniosamente el 8
fraude y la picana contra la voluntad popular. En todo caso, el peronismo puso en evidencia aquellas desigualdades dándole a la clase obrera un protagonismo desconocido e insoportable para el bloque de poder dominante. La «paz» que añoraban los «libertadores» y que se disponían a restablecer, era la de los cementerios, como señaló el contraalmirante Arturo Rial dirigiéndose a un grupo de sindicalistas que esperaban ser atendidos por el flamante presidente de facto Eduardo Lonardi: «Sepan ustedes que la Revolución Libertadora se hizo para que en este bendito país el hijo del barrendero muera barrendero.» Pero más temprano que tarde el marino y sus cómplices civiles y militares se verían obligados a tomar conciencia de que la cosa no sería tan fácil. En especial, les resultaría imposible el intento por «desperonizar» a los trabajadores y a amplios sectores populares, dispuestos a resistir la ofensiva constante de quienes venían a quitarles derechos duramente conquistados y a imponerle al país las políticas de sometimiento a los grandes centros financieros mundiales. Los años que van de 1955 a 1966 mostraron esa contradicción de manera particularmente concentrada. Al repasar los personajes, los hechos, las políticas y las declaraciones de ese período signado por los gobiernos de Lonardi, Aramburu, Frondizi, Guido e Illia, sorprende hasta qué punto anticipaban o eran el comienzo de procesos, ideas y conflictos de larga trayectoria. Tomando la metáfora usada por Ingmar Bergman en su estremecedora película sobre los orígenes del nazismo en Alemania, el período 1955-1966 fue en cierto modo «el huevo de la serpiente» (que al ser traslúcido permite ver el animal que está por nacer) de mucho de lo que viviríamos —y padeceríamos— las argentinas y los argentinos en tiempos posteriores. De allí que dediquemos este libro a ahondar y ver en detalle lo acontecido en esos años, para comprender mejor la marca que dejaron, con secuelas que aún hoy podemos descubrir en la realidad política, social, económica y cultural de nuestro país. Muchos de esos procesos y acontecimientos, seguramente, nos suenan (en muchos casos, tristemente) familiares. Desde los acuerdos con el FMI y la aplicación de políticas de «ajuste» y privatización, hasta la «lucha antisubversiva» y la desaparición forzada de personas. Desde los primeros intentos de guerrillas rurales y urbanas, hasta la aparición de un sindicalismo combativo y clasista. Desde el rebrotar de la literatura latinoamericana que luego sería calificado de boom literario hasta la revolución que trajeron aparejadas la universalización y, al mismo tiempo, la nacionalización del rock y la llegada de la televisión a un público masivo. Todo ello en un mundo y una Argentina cruzados por fuertes conflictos políticos y sociales, y mientras la proscripción, la persecución y la represión, por un lado, y la continuada resistencia popular, por el otro, ratificaban cotidianamente que el peronismo, como decía lúcidamente John William Cooke, constituía «el hecho maldito del país burgués». 9
Vivimos en una época de blancos y negros de poca paciencia para las argumentaciones. Por suerte la Historia no tiene apuros, o por lo menos no es para apurados buscadores de etiquetas. No se trata de ser políticamente correcto o quedar bien o mal con alguno de los sectores en disputa. La historia suele resultar incómoda a quienes hacen de la exaltación de las virtudes y el ocultamiento de los defectos una práctica política. ¿Cómo no valorar el impulso que le dio Frondizi a la industria pesada y a la producción petrolera y los intentos de una política exterior independiente? Y ¿cómo no criticar la factura de los contratos petroleros y la dura represión que soportaron los trabajadores en aquel período bajo el Plan Conintes? ¿Cómo no elogiar el clima de libertad que se vivía a nivel cultural, el impulso a la ciencia, la educación y la salud durante el gobierno de Illia, su negativa a reprimir la movilización obrera, los avances inéditos en el tema Malvinas y leyes como la de medicamentos, salario mínimo, vital y móvil; la ley de abastecimiento y el retorno de los comedores escolares? ¿Y cómo no señalar el grave error cometido por el gobierno radical de mantener la proscripción del peronismo a esa altura nominal, lo que le dio argumentos a la ofensiva lanzada por Vandor y la derecha peronista y fue utilizado a su favor por los sectores más gorilas y retardatarios de la sociedad que terminarían por derrocarlo? No pretendo ser imparcial porque no me creo, como algunos colegas, por encima de nadie como para convertirme en juez inapelable de un imaginario tribunal de la historia. Pero creo que la tarea del historiador, que consiste en la interpretación de los procesos históricos, debe servir para aportar la mayor cantidad de elementos de análisis sobre un período determinado para ayudar a que cada vez más gente pueda sacar sus propias conclusiones. Se trata entonces de dar cuenta de aciertos y errores, de avances y retrocesos en una sociedad tan compleja como la argentina y por eso mismo tan apasionante. Les sugiero a los intolerantes de cualquier tendencia que no pierdan tiempo en leer este libro porque no es para ellos. La idea no es reavivar viejos rencores sino recordarlos para no volver a repetirlos, destacar los aciertos para retomarlos o profundizarlos y, sobre todo, dar cuenta de qué le pasó a nuestro pueblo, el gran olvidado de las historias autodenominadas «serias», en aquel convulsionado período de nuestra historia. Antes de entrar de lleno en estos temas, quiero agradecer a los muchos lectores, oyentes y televidentes que, a través de mensajes, facebook o personalmente al encontrarnos en una charla o una firma de ejemplares, preguntaban con ansiedad por este nuevo tomo de Los mitos de la historia argentina. Ojalá el resultado esté a la altura de esa expectativa y que sepa expresar mi reconocimiento a tanto afecto y «aguante» porque cada línea fue escrita pensando en ustedes. Quiero agradecer a mi familia por el acompañamiento, a Nacho Iraola, Alberto Díaz y Paula Pérez Alonso por el estímulo, a Alejandro Santa y su equipo de la 10
Biblioteca del Congreso y a Diego Arguindeguy por sus sabios aportes.
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Lonardi y su breve sueño de un peronismo sin Perón Con el golpe de septiembre de 1955, autoproclamado «Revolución Libertadora», comenzó un período de nuestra historia marcado por la proscripción, la persecución, la conflictividad y la inestabilidad, en el marco de un mundo donde los cambios de todo tipo parecían acelerarse. En 1955 Brasil seguía conmocionado por el golpe de Estado de agosto de 1954 que culminó con el suicidio del presidente Getulio Vargas, impulsor de la industrialización y el desarrollo del país vecino. La Guerra Fría[1] se ponía álgida con la incorporación de Alemania Occidental a la OTAN y la creación, motorizada por la Unión Soviética, del Pacto de Varsovia, un acuerdo defensivo —que podía ser ofensivo— que incluía a Albania, Checoslovaquia, Bulgaria, Alemania Oriental, Hungría, Polonia y Rumania. Treinta países del llamado Tercer Mundo, no alineados con ninguna de las dos superpotencias, se reunían en Bandung, Indonesia, reclamando su lugar en el planeta. En los cines del mundo, millones de espectadores seguían maravillados por La Strada de Federico Fellini, estrenada a fines del año anterior. La música de fondo de aquel año 1955 era la de Miles Davis que sonaba por todos lados, ahora con el quinteto de estrellas que acababa de formar junto al saxofonista John Coltrane, el pianista Red Garland, el bajista Paul Chambers y el baterista Philly Jo Jones. Ajena a estos goces jazzísticos, la cultura occidental y cristiana se rasgaba las vestiduras con la «escandalosa» novela Lolita de Vladimir Nabokov, que además inauguraría un adjetivo calificativo. Una amenaza mucho más concreta y real cruzaba los mares: el primer submarino nuclear. Por estos lares de la América nuestra comenzaba la prehistoria del boom literario latinoamericano con la extraordinaria novela Pedro Páramo del mexicano Juan Rulfo. Del otro lado de la frontera de nuestro continente latino, en Montgomery, Alabama, con un modesto pero muy valiente gesto, la costurera negra de 43 años Sara Parks daba los primeros pasos del movimiento por los derechos civiles de su gente, al negarse a darle el asiento a un blanco, contrariando las leyes racistas de la «mayor democracia del mundo». Tras un año de lucha, Sara y 12
el nuevo líder del movimiento, el joven reverendo Martin Luther King, habían logrado el objetivo de eliminar la odiosa reglamentación. Luther King, dijo por aquellos días: «Si protestamos valerosamente pero con dignidad y amor cristiano, los historiadores de generaciones futuras dirán que vivió un gran pueblo, el pueblo negro, que inyectó un sentido y una dignidad nuevos en las venas de la civilización». Mientras tanto y en el mismo país, un hombre que no se caracterizaba por defender causas progresistas, Walt Disney, inauguraba en Anaheim, California, el parque temático Disneylandia. No muy lejos de allí, en una carretera de California, casi parafraseando a la célebre novela de Jack Kerouack, En el camino,[2] quedaba truncado el sueño americano cuando James Dean, el emblemático actor e ícono de una generación, el «rebelde sin causa», el muchacho que había dicho «Para mí el único éxito, la única grandeza es la inmortalidad», moría en un accidente a los 24 años conduciendo su Porsche Spyder 550 plateado. También se iba de este mundo el notable Charlie Parker, uno de los músicos de jazz más admirados por Julio Cortázar, y nos dejaba el científico y pensador Albert Einstein, quien escribía en su famoso ensayo ¿Por qué socialismo?: «La anarquía económica de la sociedad capitalista tal como existe hoy es, en mi opinión, la verdadera fuente del mal». En la Argentina, un River Plate imparable se consagraba campeón, la Selección lucía su título sudamericano, Juan Manuel Fangio era ya el indiscutido «rey de las pistas» y arriba y abajo del ring, Pascualito Pérez y el Mono Gatica iban a tener que dejar obligadamente de dedicarle los triunfos al General. El 55 fue uno de los peores años del cine argentino, en el que casi no hubo estrenos nacionales; pero en el teatro de revistas brillaba nuevamente Pepe Arias, declarado «contrera», con su célebre monólogo El último afiliado, en el que narraba las desventuras de un hombre que se había negado durante la década peronista a afiliarse al partido y decidía finalmente hacerlo en el momento en que sin su conocimiento comenzaba la «Libertadora». Con la música de fondo de las habituales marchas militares, tras el golpe cívicomilitar que lo había derrocado, Juan Perón abordó, el 3 de octubre de 1955, a la una y diez de la tarde, un hidroavión Catalina matrícula PBY-T 29, comandado por Leo Nowak, el piloto oficial del presidente Alfredo Stroessner, que lo llevaría al Paraguay. Comenzaba su largo exilio, ocho días antes de cumplir «oficialmente» los 60 años.[3] El despegue fue complicado, según recordará el mismo Perón: Tomé ubicación en el hidroavión que bailaba, impaciente, sobre el lomo de las olas. El agua penetraba en la cabina y embestía con violencia el puesto de los pilotos. Esperamos que el viento calmase algo. De repente sentí los motores bramar con furia sobre mi cabeza. El piloto enfiló hacia el mar abierto, pero el avión luchaba contra la corriente sin poder despegar. Parecía que estuviese pegado al agua. Seguimos flotando por dos kilómetros, después de los cuales se levantó unos metros, pero volvió a caer súbitamente y con violencia, sobre el río encrespado. El piloto no se desanimó, volvió a intentar el despegue y a poco rozamos los
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mástiles de una nave y finalmente pudimos emprender el viaje.[4]
Ya instalado en Asunción, el General dio sus primeras declaraciones a la prensa, caracterizando al golpe que acababa de derrocarlo: Esta revolución como la de 1930, también septembrina, representa la lucha de la clase parasitaria contra la clase productora. La oligarquía puso el dinero; los curas, la prédica; un sector de las Fuerzas Armadas, dominado por la ambición, y algunos jefes pusieron las armas de la República. En el otro bando están los trabajadores, el pueblo que sufre y produce. La consecuencia es una dictadura militar de corte oligárquico-clerical.[5]
Un corresponsal preguntó qué pensaba hacer para volver al poder en la Argentina. Perón lo miró y le respondió «Nada. Todo lo harán mis enemigos».
Villa Manuelita contra el resto del mundo Y allí estaban sus enemigos para comenzar la faena. Tal como había ocurrido con el golpe de Estado del 6 de septiembre de 1930, el alzamiento armado de septiembre de 1955 fue llevado a cabo por una alianza integrada por civiles y militares que gustaban llamarse «nacionalistas»[6] y «liberales».[7] El golpe fue apoyado por la mayoría de los partidos políticos que se habían opuesto al peronismo, la Iglesia, la Sociedad Rural, las cámaras empresarias, la banca y la siempre solícita embajada de los Estados Unidos, que en un cable secreto señalaba: El gobierno provisional que asumió luego de la Revolución del 16 de septiembre […] ha resistido muchas presiones más allá de nuestros mejores deseos y es el gobierno más amistoso respecto de los Estados Unidos que ha existido aquí en años y ha demostrado convicciones y motivaciones democráticas […]. Por lo tanto sería importante para nuestros intereses ayudar a nutrir a esta tierra plana y hacer lo que esté a nuestro alcance para asegurar su continuidad y crecimiento.[8]
Mientras las principales potencias reconocían al nuevo gobierno, en Villa Manuelita, una barriada muy pobre cercana al frigorífico Swift, en la zona sur de Rosario, bajo la atenta de las fuerzas represivas de la caballería, un grupo de mujeres, junto con sus pequeños hijos, colgó un cartel en el tanque de agua. Lo habían escrito con brea sobre una improvisada tela armada con guardapolvos cosidos y allí podía leerse: «Todos los países reconocen a Lonardi. Villa Manuelita no lo reconoce». Cuenta Juan Vigo: De la columna de jinetes, tres soldados se apearon y lentamente se acercaron al tanque.
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Venían con la orden de quitar la bandera que desafiaba al general rebelde. Las mujeres arrastraban a sus pequeños hijos que lloraban y los alzaban consagrándolos hacia Dios que, a lo mejor estaba en el cielo: «¡Adelante!… ¡mátenlos!… ¡asesinos!… ¡mátenlos!… ¡tiren cobardes!». Los tres soldados se dieron media vuelta y volvieron corriendo. Dicen que uno iban llorando. Y Villa Manuelita, firme, no se rendía […]. El 23, mientras Lonardi entraba triunfante en Buenos Aires, vitoreado por todas las especies del antiperonismo y la oligarquía, Villa Manuelita adherida a su agonía, resistiéndose a morir de indignidad. Los soldados intentaron tres veces sin éxito sacar la bandera que desconocía el triunfo del golpe. Fueron corridos a piedrazos y ladrillazos a las afueras de la Villa por una muchedumbre que coreaba el nombre del presidente depuesto. Habían montado guardias al pie del tanque y nadie aflojaba. Pero los festejos no pueden esperar: la oligarquía aguarda su banquete y lo quiere en paz y el país tiene que demostrar que está en calma. Se descarga toda la oleada represiva en un solo día y comienzan a avanzar las tanquetas, los caballos y desde las avionetas empiezan a tirar latas con gases lacrimógenos que explotan sobre los techos de las casillas.[9]
En las barriadas humildes, en los cordones industriales, en el interior profundo, al borde de las cañas de azúcar, de los algodonales, las familias peronistas sabían que más allá de las proclamas y los discursos, el gobierno que asumía no venía precisamente a liberarlos, sino más bien a todo lo contrario, a llevarse por delante todas las conquistas sociales, todos los derechos adquiridos. Sabían también que comenzaría la revancha de los poderosos y por lo tanto había que prepararse para una larga lucha. Recordaba uno de los miembros de aquella resistencia: La resistencia comienza en la mesa familiar, en la cual todos estaban indignados, las mujeres lloraban. Después con los vecinos, nos dimos cuenta que debíamos hacer algo y comenzamos a pintar «Perón Vuelve». Los Comandos Civiles habían llenado las paredes con «Cristo Vence», que era una cruz con una letra V en el medio. Entonces, nosotros convertíamos la cruz en una letra P. En algunos sitios, ellos le agregaban «muerto». Pero la imaginación popular es inagotable, y un anónimo le agregó «de risa»: «Perón vuelve muerto de risa…»[10]
Los peligros del inconsciente Quizás inspirados por el título de la novela de Bioy Casares que acababa de aparecer, El sueño de los héroes, los golpistas civiles y militares de la «Libertadora» disolvieron el parlamento, dejaron cesantes a los miembros de la Corte Suprema de Justicia y declararon en comisión a todo el Poder Judicial. Intervinieron todas las universidades nacionales y crearon una Comisión Nacional de Investigaciones que comenzó a «trabajar» con una indisimulada parcialidad contra todo lo que oliera a peronismo. El general Eduardo Lonardi, que había encabezado el levantamiento en Córdoba, al asumir la «presidencia provisional» el 23 de septiembre —mientras Perón aún se encontraba en la cañonera Paraguay, esperando el salvoconducto para salir del país 15
— habló ante una Plaza de Mayo repleta de gente, muy distinta a la que, a lo largo de diez años de peronismo, había llenado ese mismo escenario en los actos oficiales, en los festejos del Primero de Mayo o en trágicas circunstancias como la noche de la muerte de Evita: Tanto como la de mis compañeros de armas —decía el jefe golpista—, deseo la colaboración de los obreros y me atrevo a pedirles que acudan a mí con la misma confianza con que lo hacían con el gobierno anterior. Buscarán en vano al demagogo, pero tengan la seguridad de que siempre encontrarán un padre o un hermano. La libertad sindical, indispensable a mi juicio para la dignidad del trabajador, de ningún modo significará la destrucción de los instrumentos de derecho público o laboral, necesarios para el ordenamiento profesional.[11]
Probablemente al general Lonardi lo traicionó el inconsciente cuando completó su primer discurso como nuevo gobernante «de facto» adoptando la frase pronunciada por Urquiza después de Caseros, según la cual no habría «Ni vencedores, ni vencidos». Era una mala señal, ya que en ambas ocasiones hubo vencedores y vencidos, y contra estos últimos, tal como había ocurrido después de la batalla del 3 de febrero de 1852, ya entonces comenzaba una encarnizada y perdurable persecución. Dos días después del discurso de Lonardi, uno de los hombres clave del golpe, el capitán de navío Arturo Rial, luego ascendido a contraalmirante, lo puso negro sobre blanco, con admirable capacidad de síntesis, ante un grupo de dirigentes de la CGT, todavía no intervenida, que aguardaban ser recibidos por el nuevo presidente: «Sepan ustedes que la Revolución Libertadora se hizo para que en este país el hijo del barrendero, muera barrendero».[12] No era una opinión personal; pronto otros notables «libertadores», militares y civiles, se encargarían de demostrar que les habían declarado la guerra a los trabajadores.
Desprolijidades de los «libertadores» Eran bastante desprolijos estos «libertadores», un motivo más para desagraviar a los verdaderos libertadores que estaban a años luz de estos golpistas de mediados del siglo XX. Tan desprolijos eran que Lonardi aceptó sin cuestionamientos que su vicepresidente fuese el contraalmirante Isaac Francisco Rojas, a quien no conocía hasta entonces. Rojas no coincidía en nada con el discurso ni con las ideas de pacificación sin sangre del presidente y ya se preparaba para derrocarlo. Un hombre clave del golpe de Estado señala: Vi claramente que la asunción de la Presidencia de la República por parte del general Lonardi en tales condiciones, sin la menor conversación previa ni el menor acuerdo con las demás
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fuerzas que habían participado en la Revolución, habría necesariamente de producir un choque de tendencias y opiniones que nada bueno presagiaba.[13]
Un integrante del nuevo elenco gobernante definía el desconcierto con un toque de mayor agudeza: La Revolución llegó sin planes específicos. Se entendía que el régimen peronista era totalitario y que el movimiento debería restablecer el sistema republicano-democrático de gobierno y los derechos y garantías individuales establecidos en la Constitución de 1853-60. Ello equivalía implícitamente a instaurar un sistema liberal, ya que este es la esencia de dicha Constitución. Más allá de esas ideas directrices no había programas detallados. El secreto con que debió prepararse el movimiento impidió elaborarlos. En el campo económico-social las ideas eran confusas y más que todo se referían a los abusos que se habían cometido en torno al movimiento sindical, de estructura también totalitaria y «columna vertebral» del régimen peronista. En lo referente al sistema económico propiamente dicho, nada orgánico se había preparado.[14]
«No nos une el amor…» «Sino el espanto», diría Borges, quien meses más tarde asumiría como director de la Biblioteca Nacional. Y la verdad es que lo único que unía a aquel heterogéneo conjunto de civiles y militares era su espantado o espantoso, según como se mire, antiperonismo. De ahí en adelante, estaban lejos de tener un proyecto político común y pronto comenzaron a hacerse evidentes diferencias irreconciliables. Todo estaba muy bien cuando se trataba de conspirar y tomar medidas contra el peronismo depuesto, pero, a medida que la «Libertadora» fue poniendo en evidencia su absoluto fracaso y se vislumbraba un horizonte electoral, los partidos antiperonistas coaligados comenzaron a diferenciarse del gobierno y entre sí para dedicarse a la conquista de los votos o, como en el caso del radicalismo más conservador, tejer alianzas con los «libertadores» en retirada para asegurarse, como sea, el triunfo en los futuros comicios. El general Lonardi pertenecía a la autodenominada fracción «nacionalista» del Ejército, que no le perdonaba a Perón su enfrentamiento con la Iglesia y el sacrilegio de la quema de los templos. Había puesto su golpe de Estado bajo la advocación de la Virgen de la Merced; nunca olvidaba en sus arengas inculcarles a sus subordinados y camaradas que todo lo hacían por «Por Dios y por la Patria» e impuso como contraseña para sus operaciones golpistas la sugestiva frase «Dios es justo». Por aquellos días, la Iglesia argentina, que ostentaba el dudoso logro de haberse convertido en una de las más reaccionarias del mundo, optaba sin culpas por los ricos y poderosos y militaba fervorosamente —más allá de honrosas excepciones personales— por reinstalar las jerarquías y los privilegios excluyentes que se habían 17
perdido en los años del peronismo. Esa fue la Iglesia que se constituía, con todo lo que ello implicaba, en el más lúcido, consecuente y consciente referente de la alianza opositora a Perón. Un verdadero pionero en esta materia fue el sacerdote ultraderechista Julio Meinvielle, quien había escrito un artículo titulado «Hacia un nacionalismo marxista», publicado el 23 de septiembre de 1949 en el periódico Presencia, donde decía que «al carecer de una concepción unitaria de valores, el General Perón ha ido cayendo en un planteo puramente económico y materialista. Por la fuerza de las cosas, su justicialismo habría de convertirse en un verdadero marxismo».[15] Perón detallaba en un discurso pronunciado unos días antes de los bombardeos a Plaza de Mayo y de la quema de las iglesias, algunos hitos del distanciamiento con aquella corporación con la que había tenido al principio tan estrechas relaciones: Recuerdo, por ejemplo, la lucha sistemática contra la persona y contra la obra social de la señora Eva Perón y de su benemérita Fundación; la campaña de calumnias y difamaciones de que fueran objeto las mujeres del Partido Peronista Femenino, campaña carente de todo espíritu cristiano y totalmente injusta; las actitudes de numerosos miembros del clero que se negaron a satisfacer los deseos del Pueblo cuando este trató de realizar oficios religiosos por la salud o en memoria de la señora Eva Perón; el desprecio por la organización obrera que se agrupa en la Confederación General del Trabajo; las campañas organizadas contra la posición ideológica del Movimiento Peronista, posición de paz para la reconciliación del mundo; la prédica de rumores destinados a lograr el desprestigio de los hombres de gobierno mediante las más dispares acusaciones; las campañas tendientes a crear el descrédito del Gobierno en el exterior de la República; los ataques injustificados contra las organizaciones juveniles y las más infames calumnias contra las actividades que ellas realizan a puertas abiertas.[16]
La opinión de Ernesto Guevara Nuestro Ernesto Guevara, que un par de años después empezaría a ser más conocido como «el Che», estaba entonces en México, donde se había establecido con su esposa y su hija Hildita y trabajaba de fotógrafo para la Agencia Latina, un intento del peronismo de contrarrestar la manipulación informativa de las agencias norteamericanas. Tras sus célebres dos viajes iniciáticos por América Latina, el joven médico de 26 años se había incorporado desde el mes de julio al movimiento rebelde liderado por Fidel Castro para liberar Cuba, aquella «locura» que lo llevaría a la historia. El Che, que se había ido de la Argentina disconforme con algunas cuestiones del peronismo, como su represiva política universitaria, el autoritarismo y el culto a la personalidad, le escribía en aquellos días de septiembre a su querida madre Celia: Querida vieja: Esta vez mis temores se han cumplido, al parecer, y cayó tu odiado enemigo de tantos años; por aquí la reacción no se hizo esperar, todos los diarios del país y los despachos extranjeros
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anunciaban llenos de júbilo la caída del tenebroso dictador; los norteamericanos suspiraban aliviados por la suerte de 425 millones de dólares que ahora podrán sacar de la Argentina; el obispo de México se mostraba satisfecho de la caída de Perón, y toda la gente católica y de derecha que yo conocí en este país se mostraba también contenta; mis amigos y yo, no; todos seguimos con natural angustia la suerte del gobierno peronista y las amenazas de la flota de cañonear Buenos Aires […]. Aquí la gente progresista ha definido el proceso argentino como «otro triunfo del dólar, la espada y la cruz». Yo sé que hoy estarás muy contenta, que respirarás aire de libertad […]. Vos podrás hablar en todos lados lo que te dé la gana con la absoluta impunidad que te garantizará el ser miembro de la clase en el poder, aunque espero por vos que seas la oveja negra del rebaño. Te confieso con toda sinceridad que la caída de Perón me amargó profundamente, no por él sino por lo que significa para toda América, pues mal que te pese y a pesar de la claudicación forzosa de los últimos tiempos, Argentina era el paladín de todos los que pensamos que el enemigo está en el norte. […] Tal vez en el primer momento no verás la violencia porque se ejercerá en un círculo alejado del tuyo […]. El Partido Comunista con el tiempo, será puesto fuera de circulación, y tal vez llegue un día en que hasta papá sienta que se equivocó. Quién sabe qué será mientras tanto de tu hijo andariego. Tal vez haya resuelto sentar sus reales en la tierra natal (única posible) o iniciar una jornada de verdadera lucha. México, 24 de septiembre de 1955.[17]
Con respecto a la relación del Che con el peronismo, Alicia Eguren, que lo había conocido en Cuba, decía lo siguiente: Hay cierta mitología que pretende que Guevara fue antiperonista. Es falso. Celia, su madre, solía recordar al Che en su época de estudiante. Izquierdista, rebelde, pero no unido a ninguna organización. En esa época él viajaba por el interior del país y por territorios limítrofes; cada vez que volvía de un viaje lo hacía hondamente esperanzado en que el proceso revolucionario se iba a desarrollar en la Argentina, con el mismo Perón a la cabeza. Pero no ocultaba su antipatía a ciertas actitudes del gobierno peronista. Esa insatisfacción, esa búsqueda lo llevaron a encontrarse con otros procesos revolucionarios. Su latinoamericanismo fue más vivido que teórico, y siempre se sintió convocado por su tierra de origen. Murió a las puertas de la Argentina, cuando se aprestaba a volver una vez consolidadas en Bolivia las bases de la guerra revolucionaria.[18]
Guiso de liebre sin liebre El plan de Lonardi y el de su sector era rescatar la estructura política peronista y su base social fundando un modelo católico paternalista, una especie de «peronismo sin Perón». Esta actitud quedó evidenciada en la inicial determinación de no intervenir la CGT —principal baluarte peronista—, la promesa de elecciones gremiales libres y la de no proscribir al Partido Peronista. Esta postura fue apoyada por el dirigente radical Arturo Frondizi que comenzaba a despegarse del sector más antiperonista del partido, encabezado por Ricardo Balbín y 19
Miguel Ángel Zavala Ortiz. Declaraba Frondizi por entonces: Entiendo que el Partido Peronista no debe ser disuelto y que deberá contar, dentro de la ley, con todas las garantías que se acuerden a los demás partidos. Creo también que la CGT deberá continuar actuando libremente, [porque] es esencial para el libre juego de una democracia social bien entendida. A lo sumo, quizá sea necesario intervenirla transitoriamente.[19]
Años más tarde explicaría el por entonces líder de la CGT, Andrés Framini:[20] Lonardi quería una convivencia con el peronismo, pero sin Perón. Es como si usted quiere hacer un guiso de liebre, y le falta la liebre… Es el primero que se equivocó al sostener esa tesitura.[21]
El hambre y las ganas de comer En el gabinete de Lonardi convivían como podían los representantes de la oligarquía tradicional más rancia, como el ministro de Agricultura y Ganadería, Alberto Mercier, presidente de las siempre reaccionarias Confederaciones Rurales Argentinas (CRA) y Confederación de Asociaciones Rurales de Buenos Aires y La Pampa (CARBAP), y el ministro del Interior y Justicia Eduardo Busso, dirigente de la Sociedad Rural, docente de la Facultad de Derecho y dueño de un influyente estudio jurídico durante el peronismo. Llegó al ministerio gracias a la recomendación de Labayrú, socio de la escribanía de su padre. Había también empresarios, como el molinero y allegado a Lonardi, Horacio Morixe, en el Ministerio de Industria. El católico Atilio Dell’Oro Maini, en el Ministerio de Educación; en Hacienda, Eugenio José Folcini; en Finanzas, Julio Alizón García; en el Ministerio de Comunicaciones, Luis María Ygartúa; en el sensible Ministerio de Trabajo y Previsión, el asesor jurídico de la Unión Obrera Metalúrgica, de pasado peronista, Luis Benito Cerrutti Costa. En Asistencia Social y Salud Pública, Ernesto Alfredo Rottger. En el Ministerio de Ejército, el general Justo L. Bengoa; en el de Marina, el contraalmirante retirado Teodoro Hartung; en Aeronáutica, el vicecomodoro Ramón Amado Abrahim; en el Ministerio de Comercio, César Augusto Bunge, secundado por la joven promesa del liberalismo conservador, el capitán e ingeniero aeronáutico Álvaro Alsogaray.[22] En Obras Públicas, José Blas Paladino y en Transporte, el general peronista Juan José Uranga. Un nacionalista católico, Mario Amadeo, estaba al frente de la Cancillería, y su primera delicada misión había sido asegurar que Perón pasase de la cañonera Paraguay al patrullero argentino Murature, y de este abordase el hidroavión rumbo al exilio,[23] sin que ocurriese un traspié ni atentasen contra su vida los marinos, que no se conformaban con haber fracasado en el bombardeo del 16 de junio.[24] 20
En esos días «libertadores», el titular de la cartera de Trabajo señalaba que «el Ministerio seguirá siendo la casa de todos los obreros y que los problemas serán resueltos dentro de la mayor equidad y honestidad».[25] Pero advertía: «No deben confundirse los términos. Una cosa es gremialismo y otra actividad política. Doce años de alteración y confusión de estos principios permitieron que prácticamente existieran entidades sindicales funcionando en dirección directamente política».[26] Años más tarde, Cerrutti Costa haría su autocrítica: Reconozco que fue un error haber aceptado un puesto en el gabinete. Inconscientemente presté mi apoyo a quienes estaban en la vereda de enfrente. […] no fuimos otra cosa que una etapa quemada por aquellos que luego usufructuaron la Revolución Libertadora y cuyas consecuencias hoy estamos pagando. Tendría que haber permanecido en las filas peronistas y librar desde allí, un verdadero movimiento esclarecedor.[27]
El Ejército quedó a cargo del general Julio Lagos, la Armada fue comandada por el contraalmirante Rojas, y el comodoro Julio César Krause estuvo al frente de la Aeronáutica. En la estratégica jefatura del Estado Mayor, el general Pedro Eugenio Aramburu comenzó a manejar los hilos del poder militar. El sector «liberal» de los golpistas, liderado por el contraalmirante Rojas, no veía con simpatía la presencia de algunos funcionarios con un frondoso currículum ultraderechista católico como el canciller Mario Amadeo o el secretario de Prensa y Actividades Culturales, Juan Carlos Goyeneche, hombre recordado por sus indisimuladas simpatías por el nazismo,[28] que no parecía el más apropiado para reemplazar al tan odiado, incluso por muchos peronistas, Raúl Alejandro Apold. El ministro de Ejército, general Bengoa, y los dos secretarios de Asesoramiento, Clemente Villada Achával, representante de la oligarquía católica cordobesa y cuñado de Lonardi, y el entonces mayor Juan Francisco Guevara, tampoco gozaban de sus simpatías. Guevara señalaba en su libro de memorias: Se realizó una reunión de oficiales superiores, Almirantes, Generales y Brigadieres, en el Ministerio de Guerra: en ella se decidió designar un reemplazante del general Lonardi para el caso de que este por enfermedad u otras causas hubiese de verse obligado a dejar el cargo de Presidente de la Nación. En esa ocasión se labró un acta por la cual quedó constancia de que el sucesor de Lonardi sería para tal eventualidad el general Aramburu. El general Lonardi ignoró en todo momento esta decisión tomada a espaldas suyas: ello muestra la intención de los electores ya que ocultaron la existencia de un Vicepresidente, el Almirante Isaac Rojas, quien había comandado a la Marina de Guerra durante las operaciones revolucionarias.[29]
Para Guevara, quien años más tarde llegaría a coronel, los enemigos de Lonardi eran esos mismos que aconsejaban cañonear el buque paraguayo donde se encontraba asilado el general Perón, lo que nos llevaría inclusive, a una gravísima situación internacional en la
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cual habríamos demostrado ser un pueblo de salvajes, con tal de que Perón no saliera vivo de la Argentina.[30]
El «Bebe» Goyeneche recordaría por su parte, quince años después de los hechos: En el gobierno de Lonardi había dos tendencias: una, la liberal, llena de odios y deseos de venganza; otra la línea nacional —o para mejor decir, nacionalista—. Ésta quería que se confirmaran todas las conquistas justas y sociales de Perón y se eliminaran sus errores. Abogaba incluso por integrar al gabinete a algunas personalidades del justicialismo, para no producir una «ruptura» que sólo podría dar lugar al odio y la injusticia. En tal sentido, yo mismo me entrevisté con el doctor Bramuglia, el cual vio al día siguiente al Presidente. Se había pensado en él como Ministro de Trabajo. Pero no pudo ser. El apasionamiento fue propicio al fanatismo.[31]
Uno de los ministros designados que no llegó a asumir fue el principal responsable militar de la masacre de Plaza de Mayo del 16 de junio de 1955 que dejó 350 muertos, el contraalmirante Samuel Toranzo Calderón, a quien le aseguraron que asumiría el Ministerio del Interior y, luego, el de Transportes. Finalmente, algunos de los asesores cívico-militares de los golpistas creyeron inconveniente el nombre del marino y lo terminaron conformando con el premio consuelo de la embajada en España. Es muy interesante lo que señalaba Rodolfo Puiggrós, en un ciclo de mesas redondas organizado en 1958: Si bien el dispositivo militar-golpista estaba en sus manos, los nacionalistas no podían prescindir de los liberales. Necesitaban su apoyo para asegurarse la victoria, sin advertir, o aunque lo advirtieran, que ese apoyo sería el preámbulo de su derrota. Porque al general Lonardi y sus consejeros los inspiraba una idea utópica de la política, como lo es toda idea que mira hacia el pasado en esta época de grandes y continuos cambios. Querían devolver el poder a las viejas clases dirigentes […], desarrollar los temas nacionalistas de 1943 y atraerse la voluntad de las masas. Su problema parecía separar a Perón del gobierno, porque «los había estafado». Y luego seguir adelante con Lonardi. El patriciado volvería al poder, pero esta vez para ayudar a los obreros a emanciparse y al país a ser independiente. Ni la Argentina ni el mundo están para semejante paternalismo, propios de la Roma de los pater familiae. […] Los liberales decretaron que la Argentina no había existido durante el gobierno peronista y que si había existido no merecía existir. Y llenos de gozo, se dispusieron a empezar de nuevo. La Argentina viviría la orgía del liberalismo.[32]
El asesor civil de la «revolución» Bonifacio del Carril hablaba de cinco grupos de poder en el gobierno de facto: En el Ministerio del Interior se atrincheraron los grupos minoritarios, los famosos piantavotos de Perón, encabezados por los demócratas progresistas, que tenían estrecha relación con el doctor Busso. Fueron cabezas visibles de esa acción el doctor Sebastián Soler, Procurador General de la Nación y el socio en su estudio jurídico, doctor Horacio
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Thedy. En el Ministerio de Marina actuaron diversos grupos, pero especialmente los socialistas, con Américo Ghioldi. Orientaba la política del Ministerio el capitán de navío Arturo Rial, enérgica personalidad que desempeñaba la Subsecretaría. El capitán Rial había dirigido la Revolución dentro de la Marina, y consideraba, con bastante dosis de verdad, por cierto, que esta era su revolución, y no la del Ejército. Escuchaba no sólo a los socialistas, sino, paradójicamente, también a algunos conservadores, y al doctor Zavala Ortiz, que circulaba por todos los ambientes. La tercera fortaleza era la Secretaría Privada del Presidente, donde actuaba el doctor Clemente Villada Achával, de antigua tendencia nacionalista, que había organizado el Partido Unión Federal. El cuarto reducto estaba también dentro de la Presidencia misma, en la Casa Militar, a cargo de Bernardino Labayrú. Éste representaba un sector del Ejército cuya actuación vino a tener fundamental importancia en los acontecimientos ulteriores: los revolucionarios de 1951. Finalmente, el quinto puesto de combate era el Ministerio de Guerra, desempeñado por el general Bengoa, en el que actuaba además el coronel Eduardo Señorans, el antiguo eje de la conspiración contra el dictador, después segundo jefe del Estado Mayor. Señorans era cuñado del Doctor Cerrutti Costa, ministro de Trabajo y Previsión del gabinete de Lonardi, que tenía una definida orientación política.[33]
Toma revancha Frente a la pregunta de un periodista sobre si la «revolución» era obra de las Fuerzas Armadas, la derecha y el clero, Lonardi contestó: La revolución propiamente dicha, es obra de las Fuerzas Armadas, ciudadanos amantes de la libertad de todas las tendencias nos han prestado su valiosísimo apoyo. En cuanto al clero, sin perjuicio de la ayuda que individualmente prestaron sus miembros, le cupo un papel de primer orden en la preparación del ambiente revolucionario, por la defensa brillante de la religión y de las piadosas tradiciones del pueblo argentino.[34]
El flamante presidente recordaba a quien quisiera escucharlo el comunicado emitido por la Marina de Guerra en operaciones, que más temprano que tarde sería la primera en faltar a su palabra: Pedimos a todos, lo exigimos, en nombre de las augustas e hidalgas tradiciones de la Patria, que nadie se crea con derecho a aplicar la ley del Talión, ni a cobrar mezquinas venganzas personales, ni hacerse justicia por la propia mano, ni a destrozar bienes privados ni públicos, ni efigies o símbolos, ni, en una palabra, practicar actos que al herir o lastimar sentimientos de las personas, hieren y ofenden los altivos sentimientos de nuestra Nación digna, que fue siempre justa, pródiga y generosa con el vencido. No olvidéis que los próceres insignes de la Patria proclamaron después de batallas triunfales, donde se jugaba la soberanía de la Nación, que la victoria no da derechos.[35]
Un editorial del diario La Nación afirmaba: Ahora la consigna es trabajar y hacerlo con ahínco, con entusiasmo, con decisión de
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recuperar el tiempo perdido, y contribuir a la reconstrucción del país tanto en el orden material como en el aspecto moral. Todos saben acabadamente que en el período que se abre no habrá persecuciones ni nombramientos de ninguna especie. Así está prometido con sinceridad con palabra clara y persuasiva en el discurso programa dirigido al país por el presidente provisional de la República. Ningún derecho será cercenado, ninguna conquista suprimida ni retaceada. Cabe repetir que los obreros habrán de entregarse a la labor sin recelos en cuanto a las posibilidades de ser objeto de injusticias de ninguna naturaleza.[36]
Pero lo cierto es que bajo la mirada «vigilante» de los agentes del orden, grupos de antiperonistas, algunos nucleados en los llamados «Comandos Civiles Revolucionarios»,[37] destruyeron locales partidarios, asaltaron sedes gremiales, atacaron locales de la Fundación Eva Perón y casas particulares de reconocidos funcionarios o militantes peronistas, quemaron miles de documentos y retratos de Perón y Evita y destrozaron bustos y chapas de calles con los nombres de «el tirano» y «esa mujer». Cuenta Carlos del Frade en su interesante trabajo sobre la resistencia peronista: En la mañana del 16 de septiembre de 1955, los capataces del Swift, en Villa Gobernador Gálvez, hicieron gala de su odio de clase. Desnudaron a todas las mujeres. La excusa fue buscar armas entre la intimidad de las trabajadoras. Sin embargo no les fue fácil domesticar a los obreros de la carne. «Mi abuela nos contaba cómo los muchachos armados con la chaira y otros cuchillos tomaron el frigorífico. Con matagatos, con lo que tenían, quisieron defender al peronismo. Cuando se puso muy jodida, los compañeros escondieron a las chicas en los tanques que traían la leche para sacarlas. Ahí zafó mi abuela», cuenta Sonia Alesso, hoy maestra y dirigente de la Central de Trabajadores Argentinos.[38]
Fue justamente en Rosario donde se creó el Frente Emancipador, uno de los primeros intentos de organizar la resistencia. A un mes de producido el golpe, lanzaba desde la clandestinidad este primer comunicado: No hay libertad de prensa, palabra, reunión o sindical. Centenares, por no decir miles de los más esclarecidos cuadros militares, los más antiimperialistas y amigos del pueblo están presos o fueron dados de baja; los diarios sólo dicen lo que el gobierno quiere, ordena o le convenga que diga; lo mismo la radio. Los sindicatos obreros son entregados al asalto de los seudo «dirigentes» y camarillas politiqueras, los mismos que hace diez años estuvieron al servicio de Braden. Igual que en los tiempos más funestos de las oligarquías fraudulentas las asambleas son controladas por la policía, a la que quieren hacer enemiga del pueblo. «No hay vencedores ni vencidos», dijeron el primer día. Pero siguen las detenciones, persecuciones, allanamientos, exoneraciones y abusos de todo orden. Todos los legisladores de los últimos diez años han sido llevados a la Penitenciaría Nacional y una comisión delirante pide cadena perpetua para ellos. Los empleados públicos han perdido la estabilidad, los militares la seguridad, los obreros la garantía de que se cumplan las leyes que los protegen y los agricultores están ante el temor de que se vuelva a los desalojos. Se promete y se miente descaradamente. Pero nada se cumple. No se hace otra cosa que
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ventilar chismes, como si no hubiera urgentes problemas que resolver. El propósito es destruir la obra de recuperación económica y social realizada en los últimos diez años y si no se atreven a marchar más rápido es porque la clase obrera permanece unida mostrándoles los dientes y temen al Ejército que ha sido el puntal de la emancipación económica.[39]
La revancha recién estaba empezando, la resistencia también.
Éramos pocos y llegó Prebisch Los enfrentados sectores golpistas coincidieron, sin embargo, como lo habían hecho en el golpe de 1930 contra Yrigoyen y lo harían en los futuros golpes, en instalar y garantizar el funcionamiento de un modelo económico y social hecho a la medida de las minorías que jamás accederían al poder por el voto popular. Por sugerencia del ministro de Comercio César Bunge y su secretario Álvaro Alsogaray, los socios recurrieron al funcionario de la CEPAL y antiguo negociador del Pacto RocaRunciman, Raúl Prebisch.[40] En el mundo económico se identificaba a Prebisch como un hombre de ideas relativamente progresistas, que reconocía que las condiciones estructurales del comercio mundial perjudicaban a los países periféricos en la medida en que estos no sumaran valor agregado a sus tradicionales exportaciones de materias primas. Había recorrido América Latina incitando a nuestros países a la industrialización impulsada por el Estado. Pero todas estas ideas parecieron evaporarse cuando fue convocado por los «libertadores». El hombre llegó a Buenos Aires a principios de octubre de 1955 y lanzó un lapidario documento titulado Informe preliminar acerca de la situación económica argentina. Con este plan volvía a sus viejos amores liberales aconsejando a sus nuevos empleadores el impulso del sector agropecuario sobre la base de lo que llamó las «situaciones creadas», en criollo, el latifundio. Desde ya que ese impulso no estaba destinado a bajar el precio local de los alimentos sino a incrementar los saldos exportables. El plan significaba en la práctica frenar el desarrollo industrial, reduciendo notablemente la ayuda crediticia para el sector en general y para las PyME en particular y cerrando el Banco de Crédito Industrial. En lo que fue una constante en los planes que contarían con el aval de los absurdamente llamados «organismos internacionales de crédito», se devaluó el peso, se liberaron los precios y se congelaron los salarios, produciendo una abrupta caída en el nivel de vida de los trabajadores.
Vencedores y vencidos 25
Estaba claro que había vencedores y vencidos. Las intenciones proclamadas de Lonardi de no agredir a las estructuras del peronismo y del sindicalismo se contradecían violentamente con estas políticas económicas y sociales que afectaban directamente a la clase trabajadora, a la que se le declaraba la guerra por el lado más concreto: el deterioro inmediato de su calidad de vida, su inestabilidad laboral y el cambio de la situación política que hacía del mantenimiento de las conquistas sociales y los derechos laborales una quimera. Los trabajadores vivían en carne propia ese cambio brutal en los primeros despidos de los delegados más combativos, en la sorna de los patrones que los mandaban a buscar a Perón cuando osaban protestar por algún abuso laboral y volvían a vivir las arbitrariedades que habían sufrido antes del período que terminaba. El plan de Prebisch apuntaba también a retrotraer todo lo posible la acción del Estado en la producción de bienes y servicios, incorporando en las empresas estatales cada vez más intervención privada. Entre las medidas que se fueron concretando estuvieron la eliminación del IAPI,[41] la desnacionalización del sistema bancario y de seguros y el ingreso de la Argentina en el Fondo Monetario Internacional (FMI). Prebisch y sus muchachos no tuvieron inconvenientes en tergiversar datos estadísticos en busca de argumentos para sus propuestas. Así, por ejemplo, aseveraron que el producto por habitante había crecido sólo el 3,5% entre 1945 y 1955 cuando las propias fuentes de la CEPAL, en trabajos posteriores, señalaron que dicho crecimiento había sido del 14,6%, casi cinco veces esa cifra. El «Informe» marcaba dificultades indisimulables de la economía peronista, como la falta de divisas, los problemas del comercio exterior, la urgente necesidad de inversión en el sector petrolero y el bajo crecimiento. El «Informe» fue elaborado por Prebisch y su equipo integrado por luminarias del liberalismo económico argentino, como Julio Alizón García, Carlos Coll Benegas, Roberto Terrier, Eusebio Campos, Ramón Lequerica, Francisco García Olano, Carlos Brignone, Sergio Liodat, Pascual Martínez, Ángel Alberto Sola y el futuro ministro de Economía de Onganía, Adalbert Krieger Vasena.[42] El documento, que se complementaría meses más tarde con dos trabajos más, Moneda sana o inflación incontenible y Plan de Restablecimiento Económico, señalaba algunas cuestiones que no les cayeron muy simpáticas a los «libertadores» de ambos bandos. En él, Prebisch reconocía un dato altamente positivo, que generalmente los economistas del sistema, esos que nos hablan sin ponerse colorados del «humor de los mercados», pasan por alto olímpicamente: la participación de los asalariados en el ingreso general del país había subido desde el 10% en 1937 hasta el 47%. Señalaba el hombre de la CEPAL: La proporción de sueldos y salarios en el ingreso total argentino era antes relativamente baja.
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Así, en 1945 fue apenas de 46,7 por ciento y en 1954 ha pasado a 59,6 por ciento, incluyendo los aportes jubilatorios, con lo cual se ha ido acercando a la de países avanzados como los Estados Unidos, en donde los sueldos y salarios constituyen el 69 por ciento del ingreso total […]. Desgraciadamente, la forma en que este fenómeno se ha cumplido en la Argentina ha traído serios problemas. Primero, el aumento de la proporción de los sueldos y salarios en el ingreso total no se ha visto acompañado por el aumento de la producción media por habitante […]; por tanto, para que este aumento se cumpliera ha sido necesario, entre otras cosas, afectar desfavorablemente el ingreso de los productores rurales con las graves consecuencias que ello trajo consigo, e incurrir en un serio proceso de descapitalización, especialmente en los transportes y en la misma agricultura.[43]
No está de más señalar que la producción no crecía al ritmo del consumo por falta de voluntad de los trabajadores sino por la ausencia de inversión del sector industrial para renovar sus maquinarias, a pesar de las facilidades otorgadas desde el Estado, y por las dificultades provenientes del boicot norteamericano contra nuestro país, que dificultaba el ingreso de insumos básicos para la industria. En un reportaje concedido a la revista Qué, Prebisch se hacía cargo de una acusación generalizada entre los opositores al plan: No se debe entender, de ninguna manera, que el apoyo a la producción agropecuaria debe significar el desaliento a las actividades industriales; por el contrario, la única posibilidad de que estas últimas se expandan, estará dada por una mayor capacidad de importar que permita resolver el problema de la energía, mejorar los transportes y asegurar el abastecimiento adecuado de materias primas y bienes de capital imprescindibles para ampliar y profundizar el proceso de la industrialización.[44]
Scalabrini Ortiz se cruza con Prebisch El Informe desató múltiples reacciones, entre ellas, la de Raúl Scalabrini Ortiz, quien bajo el título explícito «El gato es mal guardián de las sardinas», señalaba: Sr. Presidente: No firme Ud. nada: Desde el fondo de mi angustia ciudadana, alertada por la envergadura de la operación que solapadamente se planea en contra del destino nacional, saltando sobre los infinitos escalafones que separan mi humildad y su jerarquía, me dirijo sin protocolo a esa parte de su personalidad que se hizo presente en la plena embriaguez del triunfo, cuando con lúcida conciencia de su responsabilidad, supo atemperar enérgicamente la inercia excesiva del combatiente imponiendo una consigna de resonancias fraternales: «ni vencedores ni vencidos» […]. El estado económico-financiero de la República no es el que ingenuamente puede deducirse del «Informe» hábilmente preparado para descorazonar, desconcertar e inducir a conclusiones alejadas de la verdadera realidad. Para el ducho en leer, este es un «informe» hecho al revés, en que el propósito es anterior a la documentación y las cifras son sofismas aritméticos en que los legos se alucinan. Conozco esa manera de operar porque soy un viejo descifrador de balances y memorias ferroviarias, con los que las empresas, con el pretexto de rendir cuentas, emitían argumentos para las futuras
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expoliaciones tarifarias. […] A tal punto es cierto lo que afirmo, que el «informe», en su apuro de coleccionar números que revelen empobrecimiento, llega al colmo de inventar un «balance de pagos» para el año 1955, que aún no ha concluido. Ese imaginativo «balance de pagos» del año 1955 es la única cifra negativa de los intercambios citados y la inventó el doctor Prebisch porque no tenía otra cifra negativa. […] Estamos rodeados de codicias aviesas que rondan a la espera de errores. No firme nada, señor Presidente, sin estar absoluta, total e indubitablemente seguro de que también en el campo de la economía y de la finanza no hay vencedores ni vencidos. Porque el vencido puede ser el país.[45]
Por su parte, la revista De Frente señalaba: Prebisch dice en la 2.a Parte de su informe, al referirse al desplazamiento de los tipos de cambio que propone: «Es indudable que el desplazamiento de los tipos de cambio hará subir los precios, pero todo indica que esta alza será moderada. Si para hacerle frente se hicieran ajustes masivos de salarios y sueldos se alentaría nuevamente la espiral de costos y precios. Desaparecería así el estímulo a la producción rural y no podrían evitarse nuevas devaluaciones monetarias. Hay que evitar a toda costa estos efectos perturbadores (es decir, los aumentos de sueldos y salarios), pero no podría cerrarse los ojos a la situación de ciertos grupos de obreros y empleados cuyos ingresos no han tenido ajustes satisfactorios y compatibles con la situación actual. En esos casos es necesario y conveniente reajustar prudentemente sus remuneraciones». Como se ve, Prebisch anuncia aumentos de precios que vendrían como primera consecuencia de uno de sus remedios propuestos. Como se sabe, el Gobierno adoptó la iniciativa fijando el cambio del dólar en 18 pesos. Pues bien: inmediatamente trascendió que los organismos técnicos oficiales estaban estudiando la rebaja de precios en numerosos artículos y casi todos los diarios se ocuparon de la cuestión. ¿En qué quedamos? Si el famoso informe técnico afirma que vendrá un inevitable aumento de precios, ¿cómo espera el Gobierno rebajarlos? ¿Dónde entra la política en todo esto: en el informe, en los anuncios oficiales, o en ambas cosas?[46]
La política entraba en uno de los objetivos centrales del Plan, como señalaba el mismo número de la revista De Frente: Prebisch está contra «los aumentos masivos de salarios», léase convenios colectivos. Señalábamos en nuestra edición anterior que uno de los fines próximos de la agitación que se realiza en torno a la CGT (o contra la CGT, más específicamente), era el de sabotear la renovación de los convenios de trabajo que debe efectuarse en marzo de 1956. Este inverosímil informe técnico viene a confirmar los temores populares. Aunque el alza de los precios anuló el aumento de salarios —según expresa el informe—, Prebisch se declara contra nuevos aumentos que califica, según hemos visto, de «efectos perturbadores».[47]
El análisis de la revista De Frente apuntaba sobre otros aspectos que no estaban expresados con tanta claridad en el Informe, pero que eran relevantes: Para Prebisch el futuro del país sigue estando en el campo y no en la industrialización. […] Lo que se propone es, abierta y cínicamente, volver a la Argentina a su dependencia de hace
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10 años con un comprador único y un vendedor monopolista de todas nuestras necesidades en materia de productos manufacturados. Es decir: la vieja leyenda inglesa de que «los gauchos fueron y serán siempre un pueblo pastoril que, a lo sumo, puede aspirar a convertirse en el granero y saladero de Gran Bretaña». Prebisch añora los tiempos del «tratado» RocaRunciman, cuando los gobernantes argentinos iban a Londres a recibir órdenes de compra, y le escandaliza la peregrinación de los ingleses a Buenos Aires en los últimos 10 años, cuando debieron venir a discutir convenios entre pares. De ahí, sin duda, el hincapié que hace el informe de la «necesidad del crédito extranjero». Aquí es donde, realmente, se muestra Prebisch un técnico, y un técnico experto. Para materializar el viejo sueño imperial, interrumpido en 1943, ¿qué otra cosa más apropiada que un buen empréstito, de esos que permiten orientar el desenvolvimiento de los países subdesarrollados? ¿Que la Argentina ya no está en esa etapa desgraciada? Bueno, tampoco puede hacerlo todo Prebisch en un par de semanas. Denle tiempo al hombre y ya veremos…[48]
Prebisch buscó defenderse de las críticas. Así, aceptó la invitación de la Agrupación Reformista de Egresados de Ciencias Económicas,[49] para debatir en el anfiteatro de la Facultad de Medicina de la Universidad de Buenos Aires. Prebisch intentó demostrar que su plan no era contrario a la industria, señalando que el antagonismo entre agricultura e industria era un «anacronismo». Pero cuando defendió la necesidad de contraer un «empréstito extranjero» para importar bienes de capital, el público —en especial, los estudiantes de izquierda— comenzó a silbarlo y a cuestionarlo. Incluso para una audiencia antiperonista, las recetas del «maestro» eran difíciles de digerir.
El retorno al coloniaje Por su parte, Arturo Jauretche señaló que el Plan Prebisch era lisa y llanamente «el retorno al coloniaje», y denunció que el trabajo estaba basado en una intencionada distorsión de la realidad económica con el objetivo de justificar políticas de ajuste. En su lenguaje llano don Arturo decía que estos economistas «al aconsejar recurrir al FMI nos hacían ir al almacén con el Manual del Comprador escrito por el almacenero», y sintetizó así sus verdaderos objetivos: 1. Transferencia al sector agropecuario de una mayor proporción del ingreso nacional mediante el aumento de los precios de los productos de importación, la liberación de los controles de precios y la congelación general de los salarios. 2. Amplio concurso del capital extranjero bajo la forma de empréstitos. 3. Política desinflacionaria tendiente a comprimir el actual nivel de ocupación y transferir mano de obra de la industria al agro. 4. Eliminación de los cauces bilaterales del comercio exterior con miras a la 29
adopción de una multilateralidad ilimitada.[50] Otro de los críticos del Plan Prebisch fue el propio Perón, quien en su libro Los vendepatria[51] señala: Dice el informe: Argentina debe 579 millones al Banco de Exportaciones e Importaciones de los Estados Unidos. Comenzaremos por decir que a esta cifra se le ha agregado el 9, haciéndola así 10 veces superior a la que puede haber dado motivo a que se la cargara como una deuda de la Nación. Se trata de una garantía que el Estado dio a la «Sociedad Mixta Siderúrgica Argentina» (SOMISA) para que obtuviera un préstamo de… 57 millones de dólares en el mencionado banco, pero que en el momento en que se produce la Revolución no había sido acordado. Creemos que para presentar a los falsarios, es suficiente un ejemplo como este, que evidencia la «seriedad» de la dictadura, la de sus asesores y la de los difamadores profesionales de las honras ajenas. Con hombres de esta calaña, ¿cómo podrá pretenderse que la economía argentina anduviera bien?[52]
No era el único desacuerdo que Perón tenía con las cifras que manejaba (o manipulaba) el asesor estrella de los «libertadores». Por entonces, empeñados en construir la imagen «negra» de la «segunda tiranía», los hombres en el poder echaban a rodar el rumor de que el «dictador prófugo» se había llevado una fortuna al exilio, lo que redundaba en los números en rojo del gobierno. El General le decía por entonces a su colaborador Andrés López: «Si yo hubiera tenido los 600 millones de dólares que decía Prebisch y su gente, yo con esa plata me hubiera comprado a todos los traidores y no me hubieran hecho la revolución, porque todos los hombres tienen precio».[53] En cambio, los que estaban chochos con Prebisch eran los del diario fundado por don Bartolo: La modificación de las tasas de cambio y la creación del mercado libre de cambios constituyen, sin duda alguna, la primera medida de trascendental importancia para nuestro país, adoptada conforme al estudio presentado por el Dr. Prebisch. Significa el comienzo del retorno gradual, pero firme y decidido, a la libertad económica que hemos preconizado constantemente, y que dio a la República Argentina, en su hora, su extraordinario desarrollo y verdadera prosperidad.[54]
¿Quiénes escribieron el Libro negro de la segunda tiranía? El 7 de octubre de 1955, a través del decreto-ley 479 del Poder Ejecutivo, se creó la Comisión Nacional de Investigaciones, presidida por el contraalmirante Leonardo McLean, que reunía a varias subcomisiones, como las de enriquecimiento ilícito, de torturas, de actividades y patrimonio de los ex legisladores y funcionarios, de educación, de economía y finanzas, de prensa, de teatro, radiotelefonía y cinematógrafo, de relaciones exteriores, de trabajo y cajas jubilatorias. No está de 30
más decir que no pocas de estas comisiones dieron lugar a ingentes negociados llevados adelante por testaferros de los integrantes de las mismas o a veces directamente por ellos mismos. Un ejemplo de estas prácticas corruptas será el caso Satanowsky que veremos más adelante. Las conclusiones de cada comisión fueron publicadas en El Libro Negro de la Segunda Tiranía, texto muy citado, aunque no suele mencionarse a sus autores. Dos de los escribas renunciaron a poco de ser nombrados: Joaquín D. Otero y el doctor Atilio J. Barneix. El redactor principal fue un hombre de confianza de la «Libertadora», el doctor Julio Noé, con la «inestimable» colaboración del también doctor Julián Duprat y el solamente señor Juan O. de Tomás. Se creó una comisión especial para examinar y aprobar el negro escrito, integrada por el recientemente ascendido vicealmirante McLean, el general de brigada Luis Rodolfo González, el brigadier mayor generosamente bautizado como Federico Fernando Antonio Ruiz y el doctor Rodolfo Medina. A todos ellos les debemos párrafos como los dedicados a Evita, titulado La «señora», donde los redactores daban rienda suelta a todo su odio de clase: El dictador […] tenía a su lado desde los comienzos de su vida pública, una extraña mujer, distinta a casi todas las criollas. Carecía de instrucción, pero no de intuición política; era vehemente, dominadora y espectacular. Ella recibía ideas, pero ponía pasión y coraje. El dictador simulaba muchas cosas; ella casi ninguna. Era una fierecilla indomable, agresiva, espontánea, tal vez poco femenina. La naturaleza la había dotado de agradables rasgos físicos, que acentuó cuando la propicia fortuna le permitió lucir joyas y vestidos esplendorosos. Desquitábase así de la propia miseria no olvidada, de sus recientes frustraciones de artista inadvertida y sin porvenir […]. El dictador dejaba hacer a «la señora». Sabía que sus arrebatos convencían a las gentes primarias más que sus propios discursos de adoctrinamiento […]. Su muerte temprana evitó al país más graves perturbaciones.[55]
En la presentación de la comisión que redactaría el oscuro libro, el vicepresidente Rojas, devenido en experto constitucionalista, defendía las atribuciones de ese organismo a todas luces inconstitucional:[56] Se han objetado los fundamentos legales de la Comisión Nacional de Investigaciones, llegándose a comparar la misma con las comisiones especiales proscritas por el artículo 18 de la Constitución del 53 y a aducir que usurpaba las atribuciones de los jueces naturales anteriores al hecho del proceso; nada más erróneo que ello, ya que la función de nuestro organismo ha sido la de investigar los hechos e imputarlos para luego remitir las actuaciones por él labradas a la justicia competente, a los fines de su ulterior juzgamiento.[57]
Sobre el trabajo de una de esas comisiones comenta la revista Mayoría: En 1954 se realizó la ceremonia de la botadura de una embarcación construida en los astilleros de Río Santiago, asistiendo a la misma los almirantes Olivieri e Insausary y el capitán Rojas. Madrina de dicha ceremonia fue la señora de Aloé, esposa del entonces
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Gobernador de la Provincia de Buenos Aires. Al terminar el acto, el capitán Rojas «quiso tener el honor de colocar en el cuello de la señora gobernadora» (así se expresó él) un collar, obsequio de los marinos y sus familias. En uno de los tantos allanamientos que se realizaron en el domicilio de la familia Aloé, esta alhaja fue secuestrada, juntamente con otras, exigiendo luego la Junta Nacional de Recuperación Patrimonial que se justificara el origen de las mismas. En dicha Junta Nacional existe un expediente en que, con respecto a esta alhaja obsequiada en la «época de la obsecuencia», la familia Aloé solicitaba, como prueba, que se le tome declaración al actual almirante Rojas.[58]
Si Gandhi lo viera… Como prueba de la «seriedad» con que actuaron algunas comisiones investigadoras, hay que recordar que una de las más importantes estaba en manos de un personaje freak llamado Próspero Germán Fernández Alvariño, que operaba bajo los seudónimos de Capitán Gandhi o Leoncito de Dios, e investigaba por entonces el asesinato de Juan Duarte, el hermano de Evita, y los incendios a las iglesias. El historiador José María Rosa ha dejado el siguiente testimonio de lo que le tocó padecer cuando lo interrogó «Gandhi»: Gandhi. —[…] Usted es un nazi extremista a quien odio, como odio a todos los nazis… R. —No acepto el calificativo de nazi, ni la mención de extremista. G. —Usted es rosista, ¡y basta! Los rosistas tienen discípulos nazis, y ellos mismos lo son. Los nazis son asesinos. Los que quemaron las iglesias son asesinos. Ya ve usted cómo es claro para nosotros que usted quemó las iglesias. R. —¿Ese razonamiento suyo constará como prueba en contra mía? ¡Me interesaría mucho que así fuera! (a los taquígrafos): ¿Anotaron eso? G. —Así consta. Todo este interrogatorio se registra en alambre. Y ahora le voy a demostrar que usted es un extremista (toma papel y lápiz y traza un dibujo). Vea usted: aquí está el Capitán Gandhi, aquí a la izquierda el infierno comunista con Stalin, Molotov, etcétera. Aquí a mi derecha está el infierno nazi donde arden Hitler, Mussolini, Perón y Rosas (traza un círculo por cada uno de los personajes). Usted (traza otro círculo) está al lado de Rosas. Yo estoy en el centro del mundo: la diferencia entre usted y yo es la de esta recta (traza una recta entre el «Cap. Gandhi» y el «Dr. Rosa»). […] ¿Qué le parece este esquema? R. —A mí me parece que es el dibujo de un paranoico… […] G. —Le voy a demostrar que esa imputación de paranoico que me ha hecho es la calumnia de un nazi (llama a un secretario y le da una orden: el secretario vuelve con un libro de Psiquiatría; Gandhi lo abre y muestra unos dibujos). ¿Ve usted? Estos son los dibujos de un paranoico. Hay una gran diferencia entre estos, y los hechos por el Capitán Gandhi (siempre parece hablar en tercera persona). R. —Sí, hay una diferencia. Los del libro son redondos, y el suyo es cuadrado… G. —Usted es un resentido… R. —Y usted es un loco (dirigiéndose al Tribunal). Señores: yo, los hago responsables a ustedes de mi detención e incomunicación. Este hombre, que valiéndose de ustedes la ha ordenado, es un enfermo (los de la Comisión (investigadora) no lo miran: son cuatro
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muchachos jóvenes entre 20 y 25 años). G. —(Exaltado). ¡¡Usted es un nazi!! A ver, explíqueme usted por qué este esquema no le gusta (dándole lápiz y papel). A ver, a ver, haga el suyo… R. —Si usted quiere enterarse de mi manera de pensar, compre mis libros y léalos. Así, por lo menos, ganaré algo. […] G. —No hago caso a los insultos de un nazi. Vamos, háganos un esquema donde demuestre que no es un extremista. Se lo haremos llegar al general Aramburu, para que cambie de política… R. —(Tomando lápiz y papel). Me voy a valer del suyo […]. Bueno… (traza un circulito en el esquema). Entonces lo pondremos a San Martín al lado de Rosas porque también quería un poder fuerte para terminar con la anarquía, y además era amigo de Rosas. Y le dio su espada… […] Y aquí, al lado de Perón vamos a poner al pueblo argentino. Pero entonces el Capitán Gandhi se ha quedado muy solo en el centro de su cuadrado… (traza unos puntitos alrededor). Vamos a rodearlo de los señores de la Junta Consultiva para que lo acompañen. Son 14 en total (termina de hacer los puntitos). Ya ve cómo ahora el Capitán Gandhi nos resulta un extremista, pues ha quedado en el extremo. G. —Muy ingenioso… (se ríe). ¿Sabe usted quién quemó la bandera? R. —No. G. —¡Perón! R. —No lo sabía. G. —El Capitán Gandhi lo ha demostrado ante todo el país. R. —Por los informes que tengo sería todo lo contrario. Antes, todo el mundo creía que había sido Perón, pero desde que el Capitán Gandhi anduvo en eso, nadie lo cree. G. —Todos lo creen. Y ¿sabe usted quién quemó las iglesias? ¡Perón y Luis Alberto de Herrera![59] ¡Yo lo voy a demostrar! R. —¿Qué? ¿Luis Alberto de Herrera? ¿He oído bien? (mirando a los otros miembros de la Comisión, que siguen con la cabeza baja). ¡Pero este hombre está demente!… ¿Han oído ustedes eso? […] ¿Y por este hombre yo estoy preso e incomunicado hace sesenta días? ¡Pero si es un enfermo!… G. —Y usted es un mercader de ideas, y un nazi, y un asesino. Y no escriba un libro en contra mía porque yo le voy a poner el prólogo, y todos sabrán entonces lo que pienso de los nazis… R. —Señores (a la Comisión): los llamo a la cordura. ¿Cuánto tiempo más me van a tener detenido por imputaciones de este origen? G. —¡Si por mí fuera, lo tendré hasta que se pudra! Y váyase, y cuidado de escribir en contra mía, que yo a los nazis sé cómo aniquilarlos. Y también lo saben todos estos señores de la Comisión. ¡Váyase, váyase![60]
Un vicepresidente no positivo Uno de los segmentos más leídos de aquel Libro Negro fue el repentino arrepentimiento del vicepresidente de Perón, el contraalmirante Alberto Teisaire, quien había afirmado ocho años antes: El movimiento peronista no es de derecha ni de izquierda, ni lateral, ni personal. Aspira a solucionar la grandeza de la Nación, no desde un lado, sino desde todos; no como parte sino como total; no para alguien sino para el interés común; busca así el progreso de todos, con la
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ayuda de todos, como expresión concreta de la democracia bien entendida y practicada.[61]
El almirante arrepentido llegó a grabar un cortometraje titulado Memorándum para Información del Presidente Provisional, que se proyectó en casi todos los cines del país y encabezó el «top five» de los más silbados e insultados de la pantalla grande. Para los que no iban al cine estaba la transcripción publicada al día siguiente en los diarios y finalmente en el citado Libro Negro, donde puede leerse: Algunos podrán preguntarse cómo fue que advirtiendo a mi alrededor tanta podredumbre moral e infamia no acusase en su momento al responsable directo de ese estado de cosas. […] Discrepar con Perón fuera del peronismo implicaba sus riesgos; pero disentir con él dentro del partido o del gobierno era exponerse a todos los males y perjuicios que la razón humana puede imaginar. Cuando se lucha contra un adversario leal, por duro e implacable que sea, rigen leyes de juego que se respetan. Pero frente a Perón, que sólo sabe utilizar golpes prohibidos, valiéndose de recursos de maldad, la lucha dentro de sus propias filas, resultaba una empresa sucia.
Seguidamente el ex vicepresidente pretendía dejar en claro que no recibió ningún tipo de presiones por parte de los «libertadores»: Por los conceptos que dejo expuestos es que, al hacerse cargo de la presidencia de la Nación el señor general don Eduardo Lonardi, en la Capital Federal, me presento voluntariamente para ponerme a sus órdenes y ser sometido —si así lo estimara conveniente el nuevo gobierno— a la investigación que se deseara realizar sobre mis actos, ya que no tenía nada que ocultar.
Parece que Lonardi y sus muchachos así lo estimaron conveniente: Fui detenido e incomunicado, y dejo constancia que durante los días que permanecí en esa situación, fui tratado con toda consideración, por lo cual expreso mi agradecimiento. […] Perón creó e impuso —valido de su preponderancia de jefe de Estado— un sistema que está calcado de los peores regímenes totalitarios, organizando un aparato de represión de alcances inauditos. Es decir, que fingiendo ideales democráticos y bajo la apariencia de una estructura, construyó un sistema de dominación personal que no tiene precedentes. La verdad es que Perón no compartió con nadie y, por lo tanto, las responsabilidades de su gobierno son exclusivamente suyas y de los que puedan haberse prestado —por sumisión, ignorancia o complicidad— a fraudes o dolos administrativos.
Y así resultaba que la culpa de todo la tenía Perón: Pero nadie puede llamarse a equívocos, hay un solo responsable de todo: Perón. Hay uno solo que inspiraba y ordenaba: Perón. No consintió ni admitió a nadie que lo aconseje o ayudase y, por lo tanto, a nadie puede culparse del desastre sino a él.
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El declarante brindaba también una primicia, en tren de congraciarse con la Curia: [62]
Posteriormente, Perón intentó arrancar de las Cámaras legislativas una ley de expropiación del templo de la Catedral, a cuyo efecto le hizo presentar un proyecto a su ministro Méndez San Martín que se empeñó personalmente en prestigiarlo. Pero varios nos opusimos terminantemente a ese propósito, evitando que se consumara otro atropello contra la Iglesia. Ya estábamos en antecedentes de la verdad del problema y esta vez Perón no pudo sorprendernos con otro engaño.
Seguidamente el documental adquiría algo de ritmo al hablar del sonado caso de la quema de la bandera. Con respecto al caso de la bandera quemada, verdadero estigma del gobierno ejercido por Perón, debo claramente determinar las siguientes circunstancias: las banderas del Congreso Nacional no se encuentran izadas mientras no hay sesiones, por lo tanto dichas banderas se encontraban a buen recaudo. […] En consecuencia, la verdadera bandera quemada fue otra llevada de ex profeso al lugar de los hechos y luego quemada. Considerando el cúmulo de circunstancias existentes, es mi convicción más profunda que dicha felonía se ejecutó no solo con la autorización de Perón, sino bajo su inspiración.
Finalmente, Teisaire hablaba de los sentimientos de Perón: En homenaje a la más estricta verdad, por muchos presentida pero por mí bien conocida, debo destacar que Perón carecía absolutamente de sentimientos. Sin sentimientos para la madre, para la esposa, para el hermano, para nadie, solo tenía el sentimiento del odio, sentimiento sensualista y codicioso. No quería al país. […] Cuando los acontecimientos estrechan su cerco alrededor de Perón y siente los impactos de la opinión pública, agraviada por la quema de la bandera y de los templos proyecta su penúltima farsa: el ofrecimiento de su renuncia al partido y a la CGT, en un documento que es modelo de hipocresía y simulación. Su actitud precipitó la mía y de otros altos funcionarios y magistrados, que advertimos que con ello se evitarían al país los trágicos días subsiguientes y creíamos en la sinceridad de su resolución, de la que nos dio cuenta por anticipado y con aparente lealtad.[63]
El hombre no se quedaba solo en declaraciones a la cámara, también se atrevió a aconsejarle a los «libertadores» cuando Perón aún estaba en la cañonera Paraguay: O matan a Perón o jamás asentarán el régimen revolucionario […]. Si Perón sale con vida de su ratonera, olvídense de consolidar el golpe de Estado. No tengan la menor duda de que dentro de un año, o de cinco o de diez años, habrá establecido paulatinamente las condiciones de su retorno. Ahora ha sufrido una derrota solo aparente y, en todo caso, estoy persuadido que capitalizará los errores que ustedes puedan cometer.[64]
Una crítica de película 35
En un artículo publicado en la revista De Frente, titulado «La palabra “asco” tiene ahora nombre y apellido», atribuido a John William Cooke,[65] el cronista daba cuenta de las sensaciones que le produjo ver la peliculita de Teisaire: Vamos a asistir, en el Trocadero,[66] a uno de los ejemplos más cabales de indignidad a que puede llegar un hombre cuando carece de moral y de carácter. El infeliz […] es un muerto que camina y va apestando la tierra con su podredumbre moral. La escena se desarrolla allá en la tela, manchada por la presencia del innominable. El hombre —de alguna manera hay que llamarlo— es el ex vicepresidente de la Nación, almirante Alberto Teisaire. Sobre él gravitaba una doble investidura que le imponían, por lo menos, decencia personal: la de alto jefe de las Fuerzas Armadas, en situación de retiro, y la de electo por el pueblo para ocupar, en caso de acefalía, la primera magistratura de la Nación. […] Si el presidente depuesto merece ser enjuiciado, no es esta la forma de hacerlo. Ni tampoco corresponde trazar su retrato a quien gracias a él llegó a presidente del Consejo Superior de un partido popular, a vicepresidente de la República y, de paso, a próspero aprovechador de cuantos picos quedaban en los convenios de trueque, al margen de la voracidad de algunos tiburones comerciales. […] Su voz era la misma que resonó, aguardentosa, en el acto del Luna Park azuzando a la ciudadanía en el problema que se planteó entre la Iglesia y el Estado y que ahora resulta de la exclusiva responsabilidad del ex mandatario. […] Su gesto no difiere del que, durante nueve años, usó de motor para trepar sin pausa por el aparato estatal y el aparato político hasta alcanzar lo que constituyó su mayor ambición: presidir el Consejo Superior del Partido Peronista y ser investido del cargo de vicepresidente de la Nación. Desde esa doble investidura, jamás renunciada, se pierde todo derecho a usar el disfraz de censor. La sesión cinematográfica del Trocadero lo clasifica por sí misma. Y no hay adjetivo que sea capaz, por infamante que parezca, de contener esa clasificación.[67]
Menem tenía razón en algo: Neustadt era peronista Teisaire tenía de asesor a un joven periodista que había comenzado su carrera en el periodismo deportivo, pasando luego a cubrir la actividad parlamentaria para la revista PBT[68] bajo el seudónimo sugestivo de «El ratón de la rotonda». Por entonces nadie se imaginaba hasta dónde podía llegar —en más de un sentido— este joven afiliado peronista llamado Bernardo Neustadt. El muchacho conoció en aquellas circunstancias al entonces senador Teisaire, quien lo sumó a su equipo y le facilitó las cosas para asumir nada menos que como jefe de prensa del Consejo Superior Peronista. Como la joven promesa de la prensa comenzaba ya a pedir que no lo dejaran solo, logró gracias a sus buenos oficios que el 7 de octubre de 1954 lo designaran secretario general y director general de Relaciones con las Organizaciones del Pueblo, dependiente de la Secretaría de Asuntos Políticos de la Presidencia de la Nación. Rememorando esos días, y como si le estuviese hablando a «Doña Rosa», el propio Neustadt dirá:
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Teisaire era un almirante mendocino egresado de la Escuela Naval que había ocupado el Ministerio de Marina en 1944 y había permanecido leal a Perón durante los sucesos de octubre del 45. Yo lo conocí al año siguiente, en 1946, cuando fue designado senador por la Capital. Empezamos a trabajar en el Congreso prácticamente al mismo tiempo, él desde su banca como legislador y yo como periodista, desde mi rincón en la galería. A lo mejor fue por eso que este señor alto, serio y grandote, me dedicó el primer día unos minutos de charla antes de una sesión. A lo mejor eso hizo que compartiéramos muchos diálogos más y nos hiciéramos amigos. Bueno, en realidad creo que amigos no es la palabra correcta, pero lo cierto es que yo era el más joven de los periodistas y Teisaire me trataba con un cariño casi paterno. Varias veces descargó frente a mí un rosario de críticas contra la figura y la acción de Evita. Una noche, después de un debate interminable, me invitó a comer unas pizzas cerca del Congreso y tuvo la audacia de confiarme que su mayor deseo era imponer un peronismo sin Perón. El almirante creía en el ideario justicialista, pero decía que el general estaba cometiendo algunos excesos que a él lo preocupaban profundamente. Me largaba semejante bomba como un simple enunciado y cuando yo empezaba a hacer una pregunta tras otra, me contestaba que prefería evitarse los detalles sucios.[69]
Fabián Bosoer señala: Según los testimonios, el contraalmirante lo utilizaba para tareas más o menos delicadas, como, por ejemplo, solicitar contribuciones económicas a algunos empresarios o entregar dinero de manera no oficial a la Alianza Libertadora Nacionalista, el grupo de choque conducido por Guillermo Patricio Kelly.[70]
Continúa Bernardo: El 7 de octubre de 1954 por decreto del Poder Ejecutivo se me designó Secretario General y Director General de Relaciones con las Organizaciones del Pueblo. Apenas empecé a ejercer el cargo tuve que lidiar con los embates de otros funcionarios que se negaban a aceptar que un independiente trabajara dentro del gobierno. Uno de los más duros fue Guillermo Patricio Kelly,[71] que en ese entonces trabajaba en la Alianza Libertadora Nacionalista. Decía que yo no era afiliado, que era judío y que había que terminar con pomelo Neuss. A los dos meses empezaron a plantearme que no podía seguir trabajando sin mi carnet de afiliación. Como me negué a alinearme al justicialismo me echaron y la secretaría se disolvió. Pero antes de irme me di el gusto de presentar un esquema completo sobre el funcionamiento de las Organizaciones del Pueblo y la nómina de tres millones de personas que a pesar de estar inscriptas se quedaron con las ganas. Cuando me fui de la Casa Rosada juré que nunca más volvería a pisar en calidad de funcionario.[72]
El despacho de la Comisión Investigadora es durísimo con el futuro compañero de Mariano Grondona en Tiempo Nuevo: De acuerdo con las constancias reunidas en las actuaciones, se deduce que las relaciones de Bernardo Neustadt con Alberto Teisaire no derivaban precisamente de asuntos de trabajo sino, al parecer, comerciales y presumiblemente dolosas. Neustadt en todos sus dichos procura ocultar a una tercera persona, que sería la que facilitaba el dinero que empleaba con fines no
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determinados por esta Comisión. Conforme a lo actuado se llega a la conclusión de que Neustadt empleó los 140.000 pesos que se le entregaron para realizar una gira tendiente a reorganizar los órganos periodísticos del ex partido oficial —que no se llevó a cabo— para adquirir «La Gaceta del Foro», periódico, muy prestigiado que sus propietarios se vieron obligados a entregar por esa suma que debe estimarse ínfima, dadas las continuas presiones de que eran víctimas. Inmediatamente de hacerse cargo Neustadt de la propiedad del periódico, ministerios y otras reparticiones envían edictos, licitaciones, avisos y convocatorias, que le permitieron obtener una ganancia mensual exagerada y que contrasta con lo obtenido hasta ese momento por sus ex dueños, así como también con la situación vivida a posteriori de la Revolución Libertadora, lo que deja entrever la presión que se ejercía para obtener esas publicaciones.[73]
Concluye Bernardo: En este contexto me citaron a declarar ante una comisión que investigaba a Teisaire. Durante tres horas el almirante Isaac Rojas me hizo todo tipo de preguntas. En un momento dado y sin medir en lo más mínimo las consecuencias le dije: «Almirante, por lo menos a usted le dieron un auto». Fue lo último que declaré. Me llevaron al Senado, donde estuve cuarenta y ocho horas encerrado. Después me trasladaron a la cárcel de calle Las Heras. Pasé uno de los peores momentos de mi vida, nunca había estado preso, ni existían términos ni motivos para estarlo. […] No había ninguna acusación en mi contra, pero cuando tuve oportunidad de preguntar al jefe de la penitenciaría me contestó que sabían que yo era amigo de Teisaire y que no me la iba a llevar de arriba. Aunque recuperé mi libertad, el tipo tenía razón, no me la iba a llevar de arriba.[74]
¿Lo dejamos ahí?
Negro el 17 La «Libertadora», golpe cívico-militar, contó con el servicio de los «comandos civiles» compuestos por gente de la clase media e incluso miembros de la autodenominada «aristocracia»[75] criolla. Como señalaba Salvador Ferla: Su mística es la lucha contra la clase obrera, contra los «negros», quienes se le presentan como la encarnación de la subversión y el desorden, de la incultura y la incapacidad […]. Es algo netamente racial.[76]
Para el 30 de septiembre de 1955, esta «valiente muchachada» había ocupado numerosos sindicatos, como la Federación Gráfica, la Unión Ferroviaria, la UTA, la Asociación Bancaria, el SUPA (portuarios), entre otros. Frente a la inacción del gobierno para frenar estas ocupaciones ilegales que contrariaban las conciliadoras palabras dirigidas por Lonardi a los trabajadores, la cúpula de la CGT le pidió una entrevista al presidente y le acercó un memorándum en el que le pedía: 38
1) Reprobar las ocupaciones violentas de sindicatos, ya que mediante la violencia han sido separadas de sus cargos las autoridades legítimamente elegidas de acuerdo con los estatutos de cada organización. 2) Reiterar que la solución definitiva a estos problemas debe darla la masa a través del voto. 3) Señalar que las organizaciones que integran la CGT están dispuestas a concurrir a elecciones democráticas estatutarias. 4) Solicitar que los comicios se realicen a la brevedad, con la fiscalización del Ministerio de Trabajo y Previsión o cualquier otra entidad que se considere conveniente. 5) Solicitar a las autoridades poner fin a las ocupaciones y convocar y fiscalizar las elecciones.[77]
También le pidieron a Lonardi que no se interviniera la CGT y que el periódico La Prensa siguiera en manos de la central obrera. El presidente recibió el memorándum y citó a los dirigentes a la Casa Rosada. Lonardi fue amable con los representantes gremiales y les aseguró que sus demandas serían satisfechas. Esta reunión fue muy mal recibida por los círculos antipopulares liderados por el vicepresidente Rojas, que señalaban que esas concesiones contrariaban el espíritu de la «Revolución». En esto debemos concederle a Rojas la razón, porque ni él ni sus aliados cívico-militares se habían alzado en armas para garantizar los derechos de los trabajadores sino todo lo contrario. El espíritu de su «revolución» era la revancha de cierta clase media (no de toda) y de toda la clase alta contra lo que consideraban la «insolencia peronista»: el obrero que reclamaba por sus condiciones de trabajo sabiendo que había un Estado que lo respaldaba y que, si lo despedían, le correspondía una digna indemnización; la empleada doméstica que ahora tenía sus francos garantizados y ya no miraba desde abajo y como pidiendo disculpas a sus patrones; el peón de campo que había tenido por primera vez un salario digno, horarios, escuela para sus hijos, salud para toda la familia y vacaciones pagas. El espíritu de esta «revolución», como bien decía Rojas, era otro: terminar con esa «insolencia peronista» y volver los relojes a los años «felices» de la república ganadera, al granero del mundo, a ese mundo «armonioso» que vino a estropear el peronismo. Entretanto y por las dudas, Alberto «Tito» de Gainza Paz,[78] desde su exilio en Nueva York, reclamó la propiedad de La Prensa con el apoyo del ministro del Interior y Justicia, Busso. Con respecto a este tema, el más cercano colaborador presidencial, Villada Achával, había declarado: La revolución no se ha hecho para devolver ese diario a sus antiguos dueños, sino para restablecer la libertad, el derecho y la justicia en toda la Nación. Existe una ley de expropiación de «La Prensa» y como consecuencia de ella se hallan en trámite los juicios correspondientes ante los tribunales competentes. Es ante estos donde debe plantearse la cuestión y no en la presidencia de la República, porque, como usted sabe, según el artículo 90 de la Constitución de 1949 y el artículo 95 de la de 1853, el presidente de la Nación no puede ejercer funciones judiciales ni arrogarse el conocimiento de causas pendientes […]. Que el Poder Judicial resuelva lo que corresponda cuando corresponda.[79]
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Mientras Lonardi se reunía con la cúpula de la CGT, la ocupación de gremios continuaba inalterada y había llegado a tal punto, que hasta el editorial del periódico de uno de los partidos más perseguidos por el peronismo señalaba lo siguiente: No obstante las declaraciones reiteradas del gobierno de facto, en el sentido de prometer el mayor respeto por los derechos sindicales, así como sus garantías verbales de que la CGT y los sindicatos obreros serían salvaguardados en su autonomía y puestos a cubierto de toda intervención, ha sucedido que numerosos gremios han sido asaltados y copados por bandas armadas, las cuales impusieron la razón de las ametralladoras a la autodeterminación democrática de los trabajadores. Tenemos así, también en el terreno social de la organización obrera, un golpe de Estado o pronunciamiento de grupos que se titulan Comandos Civiles Revolucionarios. Se explica entonces que el profundo recelo de los obreros ante el estado de cosas se transforme ahora en indignación abierta. Este sentimiento de los trabajadores viene a ser fortalecido por un hecho que suscita en ellos las reprobaciones más justificadas: se trata de que en los centros industriales, y especialmente en el Gran Buenos Aires, los obreros de las grandes fábricas se hallan bajo la vigilancia de tanques y de piezas de artillería, apostados intimidatoriamente en sitios convenientes. […] Previo al asalto de los gremios, los supuestos «sindicatos libres» —que es uno de los seudónimos de los famosos Comandos Civiles Revolucionarios— habían solicitado al presidente de facto la intervención estatal en el movimiento obrero. Los monopolios, la gran burguesía, los sectores oligárquicos, siempre temieron a la CGT, no por sus Espejo, sus Vuletich o sus Di Pietro,[80] […] sino porque la CGT es la única y unida expresión orgánica de la clase obrera, de la Central única, de la potencia organizada de los trabajadores; esto es lo que los tanques, los cañones y las bandas armadas procuran romper, para inmovilizar a la clase obrera y desangrarla… […] lo que se procura es que en el proceso de restructuración de la vida nacional los trabajadores no jueguen más papel que el de convidados de piedra […] es crear las condiciones más propicias para que todo el peso de la crisis sea descargado implacablemente sobre los trabajadores… […]. Frente a esta situación, el Partido Comunista […] reitera su mensaje de solidaridad incondicional con los trabajadores, los incita a derrotar a los asaltantes y divisionistas mediante la férrea unidad obrera en los lugares de trabajo y en los gremios […] a través de comisiones y comités de luchas internos. Peronistas, comunistas, radicales, socialistas y sin partido deben mantenerse unidos en sus sindicatos […] y defender los sindicatos y la CGT contra los ataques de los que a pretexto de limpiarlos de jerarcas y de moralizarlos desde afuera, se propugnan dividir a los sindicatos y a la central obrera. ¡Fuera los asaltantes! ¡Viva la unidad obrera![81]
El 16 de octubre, ante la inminencia del Día de la Lealtad, el primero tras el derrocamiento de Perón, las Fuerzas Armadas emitieron un comunicado en el que advertían a la población en general y a los trabajadores peronistas en particular que «Será reprimido todo intento de perturbación. Las Fuerzas Armadas han adoptado disposiciones de severa vigilancia». Y el mismo 17, La Nación ponía en tapa su granito de arena: «Hoy es día laborable en toda la república. Reprimirán las autoridades al que lo perturbe. Numerosos gremios han incitado a concurrir al trabajo normalmente». A pesar de que la conducción de la CGT, a través de Andrés Framini, llamó a no 40
parar, según The New York Times, que citaba fuentes oficiales, el ausentismo alcanzó la nada despreciable cifra del 33 por ciento.[82] Señala Alejandro Schneider que los trabajadores de Lanús y Avellaneda abandonaron durante esa jornada sus fábricas y se concentraron en la avenida Pavón, haciendo frente a la represión de tanquetas del ejército. En otros lugares, este panorama se repitió con similares características […].[83]
Así y todo, Lonardi intentaba cumplir su promesa de no agresión a los gremios. El 28 de octubre firmó un decreto sobre las elecciones gremiales, que teóricamente garantizaría la libre expresión de los votantes frente a la ofensiva de los llamados «sindicatos libres» liderados por socialistas y radicales y comandados por un viejo enemigo de Perón, Francisco Pérez Leirós, que estaba a la vanguardia del asalto de las sedes gremiales.[84]
El aluvión zoológico II Un dirigente radical que pasó a la historia por calificar a las bases peronistas como el «aluvión zoológico», Ernesto Sanmartino, volvió a dar rienda suelta a su lengua y declaró: Debajo de esta revolución se mueven en silencio dos fuerzas contrarrevolucionarias. Una de ellas está representada por los restos del régimen depuesto, la CGT y muchos sindicatos […]. El gobierno ha actuado con demasiada confianza respecto de esta reacción contrarrevolucionaria, y de esta manera ha ayudado a los saboteadores en su tarea. La segunda conspiración […] es la que alimentan las fuerzas reaccionarias de mentalidad dogmática y fascista. Esta segunda contrarrevolución, la del período medieval de la Argentina, es más peligrosa que la primera. Tienen sus papas negros y sus estrategas de camisa parda […] saben que no llegarán al poder por el camino honesto de los votos, pero creen en el milagro de combinaciones electoralistas y en la ayuda providencial de generales que admiraban a Hitler y que sirvieron al discípulo favorito de Hitler, Perón […]. Los planes de estas fuerzas no tendrán la anuencia del presidente provisional ni del vicepresidente […] pero ellos se respaldan en la buena fe del gobierno y en sus dificultades. Sobre todo cuentan con un aliado inesperado, las disensiones dentro del partido radical, el único con posibilidades de llegar al poder por el camino honesto de los votos.[85]
Como se ve, los enemigos de Lonardi iban juntando bronca mientras veían lo que ellos consideraban una excesiva energía dedicada por el general-presidente al frente gremial y a las buenas relaciones con algunas figuras del peronismo depuesto.
La libertad de prensa 41
Un editorial de la revista De Frente acusaba al gobierno «revolucionario» de limitar la libertad de prensa y revivía el fantasma de Apold: La propaganda oficial, en su conjunto, ha perdido el diapasón. Peca por los mismos conductos y métodos que aquella que hacía las delicias del señor Apold, también aprendiz de fabricante de opinión. La uniformidad de la prensa, que fue uno de sus mayores pecados, es un hecho que se reitera en la actualidad y que es agravado por la presencia de «veedores» en algunos de ellos, negándose por su conducto todo principio de libertad aplicado a la prensa. La prohibición explícita e implícita de determinadas informaciones —sin demasiado esfuerzo para las autoridades porque el «panquequismo», como fenómeno de autodeterminación periodística, es una consecuencia natural aunque vergonzosa de la intervención de las empresas— conduce a esa misma uniformidad que tanto se condena en teoría. La entrega, prácticamente inermes, de los diarios a los partidos políticos, que treparon apresuradamente al furgón de cola de la revolución militar, tampoco es la manera ideal de defender la libertad de prensa. Ni siquiera la de empresa.[86]
Según Mariano Montemayor, un colaborador civil de la «Libertadora», el dirigente radical Carlos Walter Perkins declaró: «A todos los que atacan una revolución que ha venido a restablecer la libertad de palabra, yo les cortaría la lengua».[87] El gobierno «revolucionario» repartió los medios que habían formado parte del aparato de prensa del peronismo depuesto entre sus aliados políticos. La Razón fue entregada al radicalismo, La Época al socialismo y El Laborista al Partido Laborista de Cipriano Reyes. La dirección de la revista Mundo Argentino se le encargó a Ernesto Sabato.[88]
El «honor» de los «libertadores» El 27 de octubre un Tribunal de Honor que juzgó a Perón en ausencia emitió su fallo que, como pueden imaginar los lectores, lo encontró culpable de un rosario de cosas, entre ellas: Del sacrílego incendio de las iglesias, con la destrucción de tesoros religiosos, históricos y artísticos y otros ataques a la religión católica, que provocaron su excomunión; la constante incitación a la violencia; la prédica de odios encaminada a disociar a la familia argentina y crear una división de clases y las reiteradas ofensas a diversos sectores de la ciudadanía; la vulneración de los principios constitucionales que había jurado respetar; la supresión arbitraria de la libertad […]; el mantenimiento de relaciones inclasificables con una menor, exhibiendo una corrupción moral inadmisible.
El tribunal le prohibió el uso del uniforme y de su grado militar, y lo declaró «infame traidor a la patria». Pocos días después, desde su exilio paraguayo, el General enviaba el siguiente
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comunicado a sus seguidores: No voy a hablar para desahogar mis pasiones ni exaltar las de ustedes. Y si en algo he de defenderme, no lo haré por mí, que me entrego al juicio de la historia, sino por ustedes que me hicieron el honor de hacerme bandera y guía de los humildes. […] Con respecto a mi decisión de abandonar la lucha debo aclararles que lo hice no solo por la defección de algunos traidores, sino porque no consideré justo continuar la defensa a costa de la vida de miles de argentinos. En esos momentos nada valían nuestras razones constitucionales contra los cañones y las bombas del contraalmirante Rojas. […] Disciplina y fe es la consigna que les doy. No se dejen arrebatar la CGT, que es el último baluarte de nuestra revolución y con respecto al partido peronista, esperen las resoluciones del Consejo Superior. Les envío un abrazo desde lo más profundo de mi corazón.[89]
Deben ser los gorilas, deben ser El sector que respondía al almirante Rojas —o al que respondía el almirante, según lo veamos— había logrado relevar en el Ministerio de Ejército al general lonardista Bengoa por el rojista general Arturo Ossorio Arana. Fortalecido de ese modo, creyó conveniente concretar la idea del cuñado-asesor Clemente Villada Achával de armar una especie de ficción de parlamento asesor, al que llamarían Junta Consultiva. Pero claro, no lo hacían con las intenciones de los lonardistas sino como un contrapeso político a lo que ellos entendían era un sector fascistoide y corporativo que se escudaba detrás de la figura del presidente de facto. La Junta fue rápidamente hegemonizada por la Marina, que colocó en su presidencia nada menos que al vicepresidente Rojas. El 10 de noviembre, mientras el general Perón abandonaba el Paraguay —para no complicarle la vida a su amigo el dictador Stroessner, a quien los «libertadores» vivían intimando por la proximidad del «tirano prófugo»— y llegaba a Panamá, el nuevo engendro comenzó a funcionar en el ya vacío Congreso Nacional. Allí, en el nunca tan explícito «Salón de los Pasos Perdidos», entró en funciones la Junta. Durante la ceremonia inaugural, Lonardi observó en silencio cómo su «amigo» Rojas leía solemnemente el discurso que había redactado el doctor Mariano Landaburu (hijo): La índole y el origen de este gobierno, según quedan expresados, lo fuerzan a mantener una estrecha vinculación con la opinión pública del país. Y muy especialmente con la estructura en partidos políticos democráticos. […] La Junta Consultiva Nacional que hoy dejamos constituida, representa un medio para mantener estrecho contacto con la calificada opinión pública de los diversos sectores políticos de la República, que por su historia y plataforma prepararon el clima de resistencia a la dictadura con un espíritu democrático-republicano, o se constituyeron recientemente con hombres que desde distintos planos sociales y con ideas de ese mismo cariz bregaron contra la tiranía.[90]
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Según contaba el propio Rojas en sus memorias, «era la primera vez que hablaba en público», y en un momento le dio la impresión de que Lonardi, presente en el acto, «se encontraba desagradado». Y aclaraba: La Junta Consultiva Nacional no fue inspiración mía ni de la Marina, pero a mí me pareció una idea excelente por varias razones. En primer lugar, los grandes actos de gobierno podrían contar con el respaldo de importantes hombres políticos, que si bien no representaban oficialmente a sus respectivos partidos eran la expresión de sus corrientes políticas. Esto era muy importante por el carácter antidictatorial que tenía nuestro gobierno.[91]
Rojas también señala que Lonardi le confesó en la intimidad de su despacho: Mire, Rojas… Yo no estoy muy bien de salud. Para el caso de tener que alejarme del gobierno, le aconsejo que tenga en cuenta la opinión de la gran masa católica del país. La Marina es algo socialista y no vería conveniente una preponderancia de esa tendencia ideológica y de ese partido en el seno del gobierno.[92]
La Marina tendría tiempo de demostrar que no tenía nada que ver con el socialismo, pero por entonces estaba muy vinculada, particularmente en la figura de Rojas, su principal referente, con esa mala caricatura del socialismo que era Américo Ghioldi, el hombre que había participado en el fallido golpe de Menéndez contra Perón en 1951 y había sido uno de los referentes civiles, junto con el radical Zavala Ortiz, del sangriento intento del 16 de junio del 55 que culminó con el bombardeo a la Plaza de Mayo y al que veremos en el próximo capítulo decir barbaridades sobre los fusilados de junio de 1956. La Junta Consultiva, de la que obviamente habían quedado excluidos peronistas, comunistas e izquierdistas, estaba presidida por Rojas e integrada por cuatro figuras relevantes de cada corriente política considerada «representativa de la civilidad» por el régimen, si bien en el caso de las fuerzas católicas esa representación quedó dividida en dos. Oscar Alende,[93] Juan Gauna, Oscar López Serrot y Miguel Ángel Zavala Ortiz participaban por la Unión Cívica Radical. Representaban al conservador Partido Demócrata Nacional, José Aguirre Cámara, Rodolfo Corominas Segura, Adolfo Mugica y Reynaldo Pastor y al Partido Demócrata Progresista, Luciano Molinas, Juan José Díaz Arana, Julio Argentino Noble y Horacio Thedy. Por el Partido Socialista estaban Alicia Moreau de Justo, Américo Ghioldi, Nicolás Repetto y Ramón Muñiz. Por el Partido Demócrata Cristiano, Rodolfo Martínez y Manuel Ordóñez, y por la Unión Federal Demócrata Cristiana, Enrique Ariotti y Horacio Storni. Estos dos últimos eran los hombres más cercanos a Lonardi, representantes además de la Acción Católica. Todo este rejunte que costaba tanto clasificar, fue rápidamente bautizado por el pueblo como los «gorilas». 44
La palabra gorila designa entre nosotros, además de esos primates que protagonizan series de Animal Planet, a los antiperonistas fanáticos. El origen de esa acepción nació de un sketch del popular programa de radio La Revista Dislocada, creada por Délfor Dicásolo, guionado por Aldo Cammarota y emitido primero por Radio Argentina y luego por Radio Splendid. Entre los músicos de la orquesta estaba el luego mundialmente famoso autor de la música de Misión Imposible, Lalo Schifrin. En 1955 la audición incluía un sketch que parodiaba a la exitosa película Mogambo —protagonizada por Grace Kelly y Clark Gable— en el cual un cazador de gorilas alcoholizado exclamaba ante cada ruido extraño que escuchaba: «Deben ser los gorilas, deben ser». La frase se hizo célebre e incluso se compuso y grabó una canción, muy exitosa («Deben ser los gorilas / deben ser, / que andarán por ahí…»). El latiguillo fue usado, por un lado, como clave por comandos de la marina insurrecta y, por el otro, por la gente que bautizó así a los sectores más primates del antiperonismo de la época. Hay, sin embargo, un antecedente interesante del uso de la palabra gorila como sinónimo de represor, en uno de los célebres Carteles del escritor anarquista Rodolfo González Pacheco. En el dedicado a su compañero de ideas, el alemán Kurt Gustav Wilckens, aquel que puso fin a la vida del fusilador de la Patagonia, el teniente coronel Héctor Benigno Varela, González Pacheco decía: El hierro de su espíritu entra en nuestra sangre. Esto es verdad, compañeros. Como es verdad que este cristo infamado que es el pueblo argentino, desde su cruz sonríe. Sonríe a Kurt Wilckens. Por lo demás, burgueses, no creáis que bailemos de contentos. Un hecho de estos es una cumbre a la que miramos con respeto. Tampoco él estará alegre. La altura es fría y sola. Y un hombre que ama a los hombres como Kurt Wilckens, no entra en ella sino cuando su deber es más fuerte que su amor, que su vida y que su muerte. ¡Cuando su deber es hierro! Y allá irá con Radowitski, ahora. Y ya son dos… No hagan los bárbaros —burgueses orangutanes y militares gorilas—, que sean tres o diez o cien. No asesinen alevosamente… No reproduzcan contra este pueblo sin odios, la odisea infamante de Cristo. Pequeña, tardía, anónima, algo de justicia existe. ¡Recuerden a Falcón; piensen en Varela; no olviden a Kurt Wilckens![94]
El mote de «gorila» fue asumido orgullosamente por los portadores del más rancio antiperonismo, como el doctor Adolfo Dago Holmberg, quien señaló en un discurso: «El espíritu gorila es rebeldía de la cultura en acción y es hoy la guardia de la Revolución Libertadora. Por una extraña inversión semántica, el término gorila califica hoy al hombre entero, al hombre de los “si” de Kipling: el que no tiene miedo cuando los demás tiemblan».[95]
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El general Lonardi estaba, como decía Rojas, «desagradado» con la inauguración de las sesiones de la Junta Consultiva. Y lo quiso manifestar mediante un extenso «Comunicado al pueblo de la República». En primer lugar, reclamaba para sí la paternidad de la criatura, al tiempo que le marcaba algunos «peros» al resultado: Con la sesión inaugural de la Junta Consultiva tienen comienzo algunas de las ideas fundamentales esbozadas por el gobierno provisional en lo que concierne al respeto hacia las expresiones de la opinión pública. Sin embargo, el gobierno está muy lejos de creer que en la Junta están representadas todas las corrientes de opinión de la política nacional. Por el contrario, estimo que quedan al margen de toda adhesión a partidos tendencias importantísimas —algunas de significación cultural de primer orden, dentro de la opinión independiente— que puede llegar a gravitar en forma muy apreciable en los resultados de la política nacional.[96]
Cuenta Rojas que cuando le preguntó a Lonardi qué significación tenía que darle al párrafo anterior, el general le confirmó que se refería a la masa del pueblo argentino que era católica. «Le dije entonces, si él pensaba que el catolicismo como confesión debería considerarse como una fuerza política y me contestó afirmativamente.»[97] Pero Lonardi no se limitó a mirar mal al «Negro» Rojas, como lo llamaban sus allegados, sino que incluyó algunos conceptos claramente irritantes para las almas «sensibles» de aquellos «demócratas»: La promesa de que no habría vencedores ni vencidos no ha sido una frase sin valor, o un recurso retórico, sino un juicio meditado en función del estado de opinión imperante en el pueblo argentino. El dictador depuesto tuvo indiscutiblemente, en determinado momento, a una gran parte del pueblo a favor de su política. Eso ocurrió principalmente en vísperas de su primer período de gobierno, antes de que las oposiciones, que siempre se manifiestan contra la autoridad, exacerbaran su prepotencia y soberbia. No es posible calificar de antipatriotas, o de partidarios de la tiranía, a todos los que prestaron esa adhesión desinteresada y de buena fe. Lo contrario significa erigir a una parte de la República en juez de otra parte de la misma, mantener un estado de intranquilidad contrario a los intereses públicos, al progreso espiritual de la Nación y hacer imposible la pacificación que todos desean y que es indispensable para la restauración económica y política del país. Eso no significa transigir con los que de alguna manera, por acción u omisión, mantuvieron una connivencia dolorosa con el régimen, torturaron o persiguieron a sus conciudadanos u obtuvieron ilícitas ganancias. Estos deben ser castigados, mas no directamente por vía administrativa o por particulares celosos, que no alcanzan a darse cuenta de que su intemperancia contraría uno de los propósitos esenciales del gobierno, sino por obra del Poder Judicial, restaurado en la plenitud de su eficacia por la revolución, con todos los recaudos y garantías que las leyes establecen para seguridad de los inocentes y del derecho a la propia defensa. El gobierno prefiere que algunos culpables se libren y no que personas desprovistas de culpa padezcan una persecución que no merecen.
Y por si hacía falta aclarar de qué estaba hablando, agregaba:
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Eso quiere decir, en definitiva, que ha de quedar una gran mayoría del pueblo en condiciones de participar en la vida cívica del país sin inconveniente alguno, a pesar de la adhesión, muchas veces obligada, que algunos prestaron al régimen depuesto. Yo estoy seguro, al contrario de lo que creen muchos exaltados, de que puedo tener confianza en el buen sentido y en el honor del pueblo argentino, y que no volverá a presentarse peligro alguno para el imperio de las libertades esenciales y que la regresión al despotismo solo será posible si la Revolución Libertadora se muestra incapaz de cumplir sus objetivos.
Tras esa afirmación de que no estaba de acuerdo en proscribir a todos los peronistas (sino a algunos), Lonardi sacaba pecho, como redoblando la apuesta en apoyo de sus más estrechos colaboradores: No admito la colaboración de ningún ciudadano que profese teorías contrarias a la forma esencialmente democrática de gobierno. No porque no haya otras formas lícitas, sino porque las mismas contrarían la idiosincrasia de nuestro pueblo y la revolución, que tuvo como objeto inmediato la destrucción del despotismo, se propuso restaurar la tradición argentina en todo su esplendor y devolver al pueblo la posibilidad de expresar espontáneamente sus opiniones sin prensa reglamentada, sin propaganda uniformada y sin la más mínima coacción; así como de darse el gobierno que libremente quiera, sin otra reserva que la de que en todos los casos han de quedar debidamente salvaguardados la libertad y el honor de los argentinos. Esa salvaguardia es la defensa de los derechos inherentes a la personalidad del hombre, sin los cuales no hay régimen que tenga derecho a titularse democracia o que no sea una deformación flagrante de la misma.
Entonces se metía en la cuestión más debatida por los «gorilas» en ese momento: qué hacer con los trabajadores, peronistas en su abrumadora mayoría. Lonardi se defendía, a la vez que atacaba: En ningún caso dividiré a la clase obrera, para entregarla con defensas debilitadas a las fluctuaciones de nuestra economía y de nuestra política. La libertad sindical no es la anarquía en las organizaciones obreras, ni la supresión o la desnaturalización de los órganos del derecho público indispensables para la integración profesional. Las legítimas conquistas de los trabajadores serán mantenidas y acrecentadas, dije en mi discurso del 23 de septiembre, y ese propósito fundamental se mantiene inalterable en mi espíritu, y en él se inspiran todas las medidas adoptadas por mi gobierno en relación con los obreros. No es posible disfrutar tranquilos de la existencia, aun para los más acomodados, si el cimiento social está constituido por una clase laboriosa en la que se ha hecho carne la sensación de la injusticia. Especuladores y agiotistas, impacientes o mal aconsejados, pretenden hacerse justicia por mano propia contra las exigencias de su clase o del bien común. El gobierno tratará de reducir a todos al cumplimiento de su deber y al acatamiento de las leyes, por la persuasión si es posible, pero no vacilará en emplear la fuerza de que está dotado el poder público, con alto espíritu de justicia, contra todos los que indebidamente pretendan perturbar la tranquilidad del trabajo o beneficiarse con la escasez de los más necesitados.
No podía faltar la referencia al sector más afín a Lonardi, el de los católicos, entre 47
los que se oían voces que cuestionaban que las medidas adoptadas por el peronismo desde 1954 no hubiesen sido derogadas todavía. A ellos, les pedía «comprensión» y «prudencia»: La opinión de vastos y calificados sectores podría extrañar la subsistencia de algunas leyes que dictó el régimen anterior en su afán de perseguir a la Iglesia y a los católicos, cuya resistencia heroica ha sido uno de los factores esenciales y decisivos en la gestación y en el éxito de la revolución. Sin embargo, deben también comprender que la gravedad y trascendencia de esos hechos imponen a un gobierno responsable la conveniencia de no apresurar decisiones que inciten a la polémica apasionada o que puedan producir grietas en estos difíciles momentos iniciales.
Para culminar, reiteraba la promesa de una «restauración institucional» y que esta pasaría por la vía electoral, al tiempo que pedía «comprensión y sacrificio»: Ningún partido ni tendencia puede pretender convertir a la revolución o al gobierno en instrumento de su predominio o buscar en ellos ventajas sobre eventuales adversarios. Propendemos a la restauración institucional por la vía de comicios limpios e imparciales, y a evitar que en momento alguno pueda decirse que hemos afectado la pureza de los ideales que impulsaron al pueblo a alzarse en armas en defensa de la libertad. Reiteramos la afirmación de que ningún miembro del gobierno podrá presentar su candidatura a cargo alguno en los próximos comicios.[98]
Lonardi y sus colaboradores del nacionalismo católico se lanzaban a la contraofensiva, luego de haber tenido que desprenderse de hombres de sus ideas y confianza, como el general Bengoa, ante el embate de los sectores más «gorilas» del régimen. Pero ya era demasiado tarde.
Insubordinación y valor La contraofensiva del presidente y sus allegados siguió con el intento de desdoblar el particularmente sensible Ministerio del Interior y Justicia comandado por el ruralista Eduardo B. Busso, entregando la cartera del Interior al jurista y diplomático nacionalista católico Luis María de Pablo Pardo y dejándole a Busso el de Justicia. Pero el hombre de la Rural, que se sabía avalado por todo el arco político liberal y los sectores militares afines, rechazó esa salida. Lonardi le ofreció entonces la cartera a otro hombre del palo nacional-católico, el doctor Bernardo Velar de Irigoyen. Como suele decirse en estos casos, los hechos «provocaron malestar en las Fuerzas Armadas y en los mercados». Literalmente entre gallos y medianoche, a las 2.35 de la madrugada del 12 de noviembre, la casi totalidad de los miembros de la Junta Consultiva presentó su 48
renuncia al vicepresidente Rojas. Permanecieron en sus puestos los «lonardistas» Ariotti y Storni. Según le contaron al cuñado y principal asesor del presidente, Villada Achával, se negaron a renunciar por la traición al país que significa la actitud de sus colegas, que no tiene otra finalidad que la de dar pretextos a los enemigos de su gobierno. El doctor Ariotti me ha denunciado que oyó a varios delegados hablar sin reparos de la forma en la que los edecanes de Rojas urgían la representación de las renuncias.[99]
Ariotti describía así, quince años después y ante la revista Panorama, los «democráticos» procedimientos de la Junta Consultiva: Era la segunda vez que nos reuníamos. Desde el comienzo, el clima no era el mismo. Rigurosamente clausurado, el recinto deliberativo remedaba la asamblea cardenalicia cuando se va a elegir un papa. Es que aquí había también mucho secreto. Con Storni notamos que la cordialidad inicial pertenecía ya al pasado. Nuestras sospechas se confirmaron cuando, al entrar en la sala, después del cuarto intermedio, Rolo Martínez me alargó un borrador donde ya habían pergeñado la renuncia. Fue sin dudas durante esa pausa que bosquejaron el escrito. Abierta la segunda sesión, comenzó a debatirse la renuncia en pleno de la Junta. Con vehemencia Storni y yo defendimos nuestra posición, que era la de apoyo al gobierno. Pero claro, estaba todo cocinado de antemano. A mi derecha estaba sentado Storni y a mi izquierda Repetto; después venía Ghioldi. Recuerdo que cuando llegó el pliego que contenía la renuncia, Ghioldi se levantó y manifestó cierto desacuerdo por una frase. Fue entonces cuando Repetto se dirigió a Ghioldi con voz firme y le dijo: «Fírmela, Américo, no hay tiempo que perder; los edecanes (no recuerdo bien si le dijo los edecanes o los emisarios) de Rojas urgen la presentación de las renuncias». Ghioldi guardó silencio y estampó su firma. Seguidamente hizo lo propio Repetto y me extendió el papel, al tiempo que me decía «¡Hay que firmar! ¡Hay que renunciar!». Con voz bien alta aseguré que no firmaría por nada del mundo y, además, protesté por la forma en que se digitaba una acción tan importante y delicada. Otro tanto hizo Storni. Nos levantamos y desalojamos el recinto, protestando a voz en cuello.[100]
En su edición del 13 de noviembre de 1955, La Nación, a continuación del titular, transcribía el fundamento de la renuncia del revival de la Unión Democrática: «El camino que tomaba el movimiento revolucionario que, a juicio de los oradores, se desviaba peligrosamente hacia tendencias reñidas con el anhelo del país». El contraalmirante Jorge Perrén[101] señalará en su relato sobre esa época: La notoria influencia sobre el general Lonardi, de elementos nacionalistas, amenazaba con desvirtuar todo el proceso revolucionario y llevar al gobierno a una suerte de peronismo sin Perón, en abierta pugna con el pensamiento liberal y democrático que animaba a quienes habíamos hecho la revolución no solo para eliminar de la función pública a un hombre sino a un sistema que considerábamos nefasto para el país.[102]
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La misma edición del diario de los Mitre consignaba que en los alrededores del edificio del Congreso se habían reunido unas 1500 o 2000 personas que coreaban el nombre del contraalmirante Rojas y gritaban una consigna que hubiera hecho las delicias de Micky Vainilla, el personaje de Diego Capusotto: «Rojas sí, nazis no».
Cuando casi bombardean la residencia de Olivos El hijo del general Lonardi, Luis Eduardo, da en su libro Dios es justo una interesante y detallada crónica de las últimas horas de su padre en el poder: Mientras el general se vestía [en la mañana del 13 de noviembre], los tres ministros [militares] tomaron asiento en el salón principal. En la salita contigua se congregaban las personas de la familia y algunos militares: el mayor Guevara, el capitán Daniel Correa y el capitán Pierrestegui. Terminando su arreglo, se encontró con los ministros que esperaban al pie de la escalera que conducía al primer piso, donde estaba el dormitorio. El coronel[103] Ossorio Arana se adelantó y […] le dijo: Señor general, debo manifestarle, en nombre de las Fuerzas Armadas, que ha perdido su confianza y exigen su renuncia. Otorgan solo cinco minutos para presentarla. Vencido este plazo se adoptarán medidas de fuerza y habrá derramamiento de sangre. Alguien confirmó: Cuando salí ya estaban calentando los motores los Glosters.[104]
Al ver que las amenazas de sus camaradas de armas de bombardear la residencia de Olivos podían cumplirse, Lonardi contestó: «Vea, Ossorio: puede anunciar al Ministerio que me dispongo a presentar la renuncia». Ossorio Arana rápidamente habló por teléfono al Ministerio de Ejército. Ignoro lo que dijo y quién fue su interlocutor. Al regresar a la reunión pidieron a Lonardi que al redactar su renuncia pusiera alguna frase que significara auspicio para el nuevo gobierno. El general contestó: «No puedo poner nada que signifique aprobación de lo que han hecho; pero tampoco los atacaré». Y, sin más palabras, penetró en la salita […].[105]
Los que fueron a apretar a Lonardi y lo amenazaron con repetir en pequeña escala los bombardeos del 16 de junio, fueron el general Ossorio Arana, el almirante Hartung, el brigadier Abrahim, los generales D’Andrea, Huergo, Videla Balaguer y Dalton, los contraalmirantes Toranzo Calderón y Rial, y el secretario general de la Presidencia, coronel Boncarrere. ¿Qué le pedían sus ex aliados a Lonardi? Compartir el poder con una Junta Militar, que expulsara del gobierno al mayor Guevara, a su cuñado Villada Achával, al general Uranga y a De Pablo Pardo; que interviniera de inmediato la CGT, disolviera sin más demoras el Partido Peronista y que lanzara de inmediato la represión sobre todos los militantes o simpatizantes del peronismo. 50
Lonardi no se quedó callado y les dijo algunas cosillas a los golpistas al cuadrado Toranzo Calderón y Lanusse:[106] «Sepan que están en libertad, junto con sus compañeros de cárcel o de exilio, gracias a la valentía del mayor Guevara».[107] Después le tocó el turno a Labayrú y al general Emilio Boncarrere: «Ustedes parecen olvidar que si están nuevamente en el Ejército, lo deben en gran parte al esfuerzo y sacrificio de Guevara: agradezcan, pues, que ya no tienen que seguir vendiendo vino».[108] Siguió el general en su tono fuerte, esta vez hablándoles de su flamante ministro del Interior, De Pablo Pardo: «Resulta paradójico que se erijan en sus jueces hombres que hasta hace tres meses fueron peronistas y solo reaccionaron cuando Perón atacó a la Iglesia. Como usted, Videla Balaguer, que recibió la medalla a la lealtad peronista». El aludido respondió: «Señor: yo crucé las aguas del Jordán y me purifiqué». A lo cual dijo Lonardi: «El doctor De Pablo Pardo no tuvo necesidad de cruzar el Jordán porque siempre estuvo del otro lado».[109] Ahí comenzó una serie de tires y aflojes en el entorno de Lonardi. Ante todo, el general se «desayunó» con que alguien, muy solícito él, ya le había preparado un borrador de la renuncia. En eso, llamado por su sobrino, llegó Villada Achával, que sin leer el texto trató de convencer al presidente «libertador» («en términos muy enérgicos», según el hijo del general) de que rechazara el reclamo. Las palabras de su cuñado parecieron tener efecto, porque de golpe Lonardi les gritó a sus «ilustres visitantes», entre otras cosas, que él no renunciaba y que lo estaban echando. Era el fin de Lonardi, que a pesar de las presiones y de su propia presión arterial, se negó a firmar la renuncia. Sus enemigos decidieron, según las «tradiciones liberales y democráticas que defendían», renunciarlo a través del siguiente comunicado leído a las 16.15 del 13 de noviembre por Radio del Estado: «Se comunica al pueblo de la República que las Fuerzas Armadas de la Nación han aceptado la renuncia presentada por el señor general de división don Eduardo Lonardi, al cargo de presidente del gobierno provisional». Horas más tarde se leyó otro comunicado más extenso en el que se narraba la versión de los vencedores sobre los hechos y que concluía señalando: Como el señor general Lonardi insistiera en sus puntos de vista, al hacer crisis la cuestión optó por devolver sus facultades a las Fuerzas Armadas, que en absoluta identidad de sentimientos, encomendaron la alta magistratura al señor general de división don Pedro Eugenio Aramburu. Continuará en la vicepresidencia de la Nación el contraalmirante Rojas. [110]
Rojas, en sus memorias, desmiente lo que sus propios compañeros golpistas afirman: menciona varias veces que él no tuvo nada que ver con el derrocamiento de 51
Lonardi y como si fuera un cronista ajeno a los hechos señala: Lonardi fue visitado por el Almirante Hartung, por los políticos y por algún general para que depusiese o modificase los conceptos que había emitido en su discurso. Se opuso y lo obligaron a irse. En esa crisis yo no intervine.[111]
El presidente «renunciado», que había ido a retirar sus pertenencias a la Casa Rosada, fue aislado de la prensa y para poder entregar su versión de los hechos tuvo que acercarse a los noteros. Entonces sí los periodistas pudieron leer: «Comunico al pueblo que no es exacto que haya presentado mi renuncia al cargo de Presidente provisional, o que mi salud tenga algo que ver con mi retiro de la Casa de Gobierno. El hecho se ha producido exclusivamente por decisión de un sector de las Fuerzas Armadas». En aquel proclamado clima de absoluta libertad de prensa, el único medio que publicó el comunicado de Lonardi fue el Buenos Aires Herald, obviamente en inglés.[112] Era notable cómo la cúpula de la Iglesia Católica, tan elogiada y alabada por Lonardi, no había movido un dedo para defender a su cruzado y lo dejaba caer, dispuesta a confortar espiritualmente a los nuevos dueños del gobierno a cambio de beneficios palpables para la corporación.
Un revelador documento de la Inteligencia Naval El 17 de noviembre de 1955, en un documento secreto dirigido a sus cuadros superiores, la Armada fijaba su posición sobre este golpe dentro del golpe. El título era ya una muestra de la «objetividad» de los partes de la Inteligencia Naval: «Información sobre los hechos que culminaron con la renuncia del general Lonardi», [113] renuncia que como vimos nunca se produjo. El documento estaba precedido por la siguiente orden: Por disposición del S.E. el Señor Ministro, informo a ustedes que deberá hacerse conocer al Personal Superior y Subalterno a sus órdenes, el informe agregado sobre los hechos que culminaron con la renuncia del General Lonardi. El propósito de la difusión de este informe, es el de neutralizar las informaciones tendenciosas que sobre este tema están circulando.
Firmaba el jefe a cargo del Servicio de Inteligencia Naval, capitán de fragata Ezequiel Vega. El texto, con su peculiar sintaxis y ortografía, comenzaba cuestionando al entorno de asesores del general derrocado días antes: Desde casi inmediatamente de hacerse cargo del gobierno el General Lonardi, sus
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colaboradores oficiales pudieron comprobar que lo rodeaban en forma permanente un grupo de personas que sin desempeñar ningún cargo oficial, ejercían sobre él una influencia decisiva que se traducía en una evidente desviación de la línea democrática, preconizada por la Revolución Libertadora, hacia una acción de extrema derecha totalitaria, que a la par de estar totalmente reñida con la idiosincracia [sic] de nuestro pueblo configura una forma de gobierno ya superada y definitivamente rechazada.
Entonces el texto abordaba el centro de la cuestión, y hay que reconocer que los marinos tenían en claro qué era lo fundamental: El día 20 de octubre las autoridades de la C.G.T. emplazaron al Gobierno Provisional a cumplir con el convenio del 6 de octubre en términos inadmisibles y bajo amenaza de huelga. Ante esta actitud el Gobierno, reparando en parte anteriores errores, por un Decreto-Ley dispuso cesaran en su mandato las autoridades de la C.G.T. y declaró a los gremios en Asamblea designando veedores militares en cada uno de ellos. Sin embargo se produjeron en el seno del mismo Gobierno, una serie de maniobras dilatorias y tratativas inexplicables con el secretariado de la C.G.T., hasta que los Ministros Militares obtuvieron del Presidente el día 23 la ratificación de la orden de cumplimiento del Decreto-Ley. Sin embargo esa noche en forma sorpresiva los Ministros de Transporte, Trabajo y Previsión y Ejército, sin conocimiento del Presidente y del resto del Gabinete llegaron a un acuerdo con las autoridades de la C.G.T., modificando así las disposiciones del Decreto-Ley y contribuyendo al desprestigio del Gobierno que mostraba ante la opinión pública poca capacidad y firmeza para la solución del problema gremial. Nunca fue suficientemente explicada esta sorpresiva intervención de Ministros ajenos al problema gremial. Todos estos hechos, que configuran un cuadro de evidente peligro para todos los postulados revolucionarios, obligaron a los Comandos Superiores de las FF.AA. a efectuar un franco planteo de la situación[114] ante el General Lonardi, a efecto de lograr una rectificación de la orientación que se seguía.
Para no echar leña al fuego con sus camaradas de tierra, el informe afirmaba que la remoción de Bengoa y su reemplazo por Ossorio Arana habían sido un «problema institucional y particular del Ejército» en el que los marinos no habían tenido nada que ver, aunque la frase elegida para decirlo pone los pelos de punta: «En esta operación la Marina se abstuvo de intervenir en absoluto». Pero no dejaba de señalar, con preocupación, que «durante este proceso, elementos interesados en el mantenimiento de la situación existente en el Ministerio de Ejército procuraron crear un clima de intranquilidad en los gremios». Los «hechos» se precipitaron cuando Lonardi trató de retomar la iniciativa: La firme decisión de las Fuerzas Armadas de cumplir estrictamente con los postulados revolucionarios, puesta tan claramente de manifiesto por la actitud asumida ante los hechos precedentemente relatados, no bastó para hacer desistir de sus intenciones a aquellos elementos que habían formado alrededor del General Lonardi un círculo de influencia perturbadora. Consecuentes con su programa de acción totalitaria, esos elementos planearon el
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nombramiento como Ministro del Interior, cargo llave en el manejo político del país, a un elemento de extrema derecha, según el consenso público.
Los marinos acusaban a Lonardi de haber roto lo pactado con los ministros militares. Según el documento naval, firmado por el ministro de Marina, Teodoro Hartung, ellos habían acordado «no tomar ninguna decisión de trascendencia en un término de ocho días», pero antes de las 48 horas Lonardi entregó a la prensa, «a 01:00 hs del día 12 en forma sorpresiva, y sin conocimiento del Gabinete, de la Junta Consultiva ni de las FF.AA.» el comunicado que ya citamos, con «conceptos […] opuestos a los principios de la revolución expuestos por el Vice-Presidente el día anterior al inaugurar la Junta Consultiva». La «información sobre los hechos» que siguieron y su desenlace no tiene desperdicio: El comunicado entregado a la prensa y la designación sin previo aviso del Ministro, implicó un verdadero golpe de Estado demostrando a partir de ese momento la decisión del Presidente y del grupo totalitario y neo-peronista que le rodeaba, de gobernar prescindiendo en absoluto de ninguna otra opinión. Las actividades denunciadas provocaron una enorme reacción desfavorable, concentrándose en una serie de renuncias, tales como Junta Consultiva, magistrados judiciales, etc. Ante la solución, las Fuerzas Armadas, responsables en definitiva de la Revolución Libertadora, no podían permanecer indiferentes y fue entonces que sus Ministros, interpretando el sentir de la mayoría de los cuadros, decidieron pedir al General Lonardi la adopción de medidas para restituir el gobierno al camino que nunca debió abandonarse. El ex Presidente Provisional aceptó algunas de las medidas propuestas, pero se negó a otras, haciendo al respecto cuestión de su cargo y poniendo a disposición de las Fuerzas Armadas su renuncia, que ofreció a los Ministros Militares. Estos últimos, reunidos con los Comandos Superiores, consideraron la situación creada y ante la conclusión de que las medidas aceptadas por el General Lonardi eran desde todo punto de vista insuficientes para restituir al país la confianza en la Revolución Libertadora, decidieron aceptar la renuncia ofrecida. Lo acertado de esta medida lo prueba el hecho de que inmediatamente de jurar el General Aramburu, las renuncias presentadas por la Junta Consultiva y otros organismos y funcionarios fueran retiradas y se reanudó la colaboración de la ciudadanía con el gobierno revolucionario. En lo que respecta a la Institución Naval, cabe destacar, y me honro en hacerlo, que para la Marina de Guerra no ha significado ningún cambio, permaneciendo todos, sin excepción ninguna, en los mismos puestos, con lo cual se estima haber dado una vez más pruebas terminantes del desinterés personal de sus miembros que solo aspiran conjuntamente con las otras dos FF.AA., a encauzar el país en la verdadera senda de la libertad, justicia y democracia.
En el capítulo siguiente veremos en qué «senda de la libertad, justicia y democracia» encauzaría al país la dupla Aramburu-Rojas. Pero es interesante destacar cómo la «Información» naval daba vuelta «los hechos»: el comunicado de Lonardi y el nombramiento del ministro del Interior implicaron «un verdadero golpe de Estado»; la prueba de lo bien que habían hecho en renunciarlo era que los «consultivos» 54
(renunciantes por presión de Rojas) habían vuelto a la Junta felices y contentos, y acá (en la Marina) no ha pasado nada, «permaneciendo todos en los mismos puestos». Eso y la introducción de términos como «planteo» y «neoperonista» hacen del documento citado un imperdible de la prosa «informativa» nacional, que lamentablemente haría escuela.
Vencedor vencido Tiempo después, Marta, la hija del general Lonardi, acusará a un grupo de «gente pequeña» de no darle a su padre ni cinco minutos para renunciar, bajo la amenaza de bombardear la residencia de Olivos, y de impedirle que se despidiera de la gente agolpada en la puerta de su casa: cortaron la energía eléctrica en varias cuadras a la redonda y rompieron el cable del micrófono que los amigos del general depuesto habían instalado en el balcón. El general Lonardi quiso dar su última versión sobre los hechos con un comunicado que se haría público en Nueva York. Comenzaba con un pase de factura a la soberbia de la Marina y su máximo exponente, Rojas: La revolución contra el régimen dictatorial del ex presidente Perón, iniciada en la madrugada del 16 de setiembre, se llevó a cabo con efectivos de las tres Fuerzas Armadas: Ejército, Marina y Aeronáutica Militar. Estas dos últimas no querían, ni podían, realizarla sin la intervención del Ejército, pues no contaban con las fuerzas necesarias para la ocupación de los objetivos terrestres cuya posesión aseguraría el éxito del movimiento. […] La Marina y la Aeronáutica Militar gravitaron de manera muy importante y decisiva desde el principio de la acción. La pasividad de gran parte de las fuerzas del Ejército no debe interpretarse, sin embargo, como oposición a los ideales de libertad y de reconstrucción republicana que inspiraron a las fuerzas sublevadas.[115]
Seguidamente resaltaba la importancia que las fuerzas eclesiásticas tuvieron en la preparación del clima golpista contra Perón y justificaba su accionar: El pueblo acompañó fervorosamente a los revolucionarios; estaba espiritualmente bien preparado para la lucha por la libertad. Contribuyeron a esta preparación el juicio propio formado durante la larga noche de la tiranía, la prédica difundida por los partidos políticos y por la honda reacción provocada en la enorme masa católica por la persecución que el gobierno depuesto desarrolló contra la Iglesia. Los propósitos esenciales de la revolución fueron volver, en un plazo razonablemente breve, al régimen democrático republicano y a la restauración de la legalidad y del imperio del derecho. Esto no excluía, por cierto, el castigo de los culpables de delitos cometidos en el ejercicio del poder y de los que lucraron en forma ilícita.
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Para ello se propendió a llegar cuanto antes a un régimen de convivencia armónica, en el que no hubiera vencedores ni vencidos, reconociendo, a la vez, que es un hecho incontrovertible la gravitación sin presiones oficiales de la auténtica masa proletaria en la determinación del destino de la Nación.
Después arremetía directamente contra el sector más gorila de la «revolución» y la versión oficial sobre su «renuncia»: Esta política, laboriosamente realizada, no fue comprendida por un sector de las Fuerzas Armadas, que determinó el 13 de noviembre mi alejamiento del poder. […] llegó a mi conocimiento un informe de la Secretaría de Prensa de la Nación, fechado el 4 de diciembre, sobre los motivos de este alejamiento. Es abundante en errores de información. No quiero responder a los severísimos cargos que se formulan contra mi persona, a la que se hace aparecer allí como falta de carácter y como sujeta a presiones sectarias de carácter totalitario. Estimo que hacerlo por intermedio de la prensa extranjera es tan poco elegante como atacarme en momentos en que estoy ausente del país. Solamente deseo, en primer término, dejar perfectamente establecido que el doctor Clemente Villada Achával no pretendió en ningún caso hacerse intérprete de ninguna «doctrina de la revolución». Se desempeñó siempre con absoluta lealtad y, en todas las oportunidades, como fiel redactor de mis ideas. En segundo término, deseo dejar bien aclarado que no hubo ninguna vacilación cuando el 13 de noviembre, antes del mediodía, los señores ministros militares fueron a la residencia de Olivos a exigirme la renuncia de la primera magistratura del país. Me disponía a redactarla cuando fui informado de que la noche anterior los edecanes del vicepresidente de la Nación no habían sido ajenos a la firma del documento en que la casi totalidad de los miembros de la Junta Consultiva declinaba de sus cargos. En conocimiento de este hecho extraordinario expresé a esos señores ministros con toda claridad que no renunciaría ni escrita ni verbalmente. Se retiraron más o menos a las 12.30 horas de la residencia de Olivos, perfectamente informados de la firmeza de mi intención. Los dos miembros de la Junta Consultiva que no habían renunciado la noche anterior fueron muy pronto separados de la misma.[116]
Si bien Lonardi no había sido renunciado por motivos de salud, su estado era más que delicado. Acompañado por su mujer, Mercedes Villada Achával, viajó a Nueva York para hacerse atender. A las 17.45 del 29 de noviembre de 1955, partieron a bordo del Río Tunuyán, un moderno vapor de pasaje y carga hecho construir por el gobierno peronista en Italia e incorporado a la Flota Mercante del Estado en 1951. Signo de los tiempos, entre 1952 y el golpe encabezado por el pasajero que ahora llevaba a bordo, el Río Tunuyán se había llamado Evita.[117] Según La Nación, que obviamente no hacía referencia a ese detalle: El público reunido en la vastedad del muelle requirió la presencia en cubierta del general Lonardi, al tiempo que coreaba su nombre [y] cantaba estribillos. […] ya alejado del gobierno, el general Lonardi asistía a una significativa demostración popular a su persona, a la que se sumaron espontáneamente obreros portuarios, que suspendieron su labor para aplaudir al
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viajero.[118]
En la escala de Caracas, Lonardi se enteró de que su casa había sido allanada. Según su hija Marta, pasó de Nueva York a Washington y fue internado en el hospital George Town por su crónica presión arterial. La embajada argentina no se interesó en ningún momento por la salud del ex presidente de facto. En el centro médico le detectaron un nódulo en la uretra y tuvo que ser operado, exitosamente, el 13 de enero de 1956. Pero la herida se infectó y fue medicado con dosis excesivas de cloromicetina que acabaron con gran parte de la flora intestinal del general. El jefe de la «Revolución Libertadora» se sintió morir y quiso hacerlo en Buenos Aires. Murió en el Hospital Militar Central, víctima de un derrame cerebral, el 22 de marzo de 1956. Su hija Marta concluía uno de sus libros con una frase que, más que el epitafio de su padre, resultaba el del régimen que Lonardi contribuyó a instaurar: Todavía hoy resuenan las proféticas palabras de mi padre: «La política que ustedes propugnan fortalecerá al peronismo, en forma tal que no sería extraño que dentro de seis meses estuviera nuevamente Perón en la Casa de Gobierno, o una guerra civil asolara el país».[119]
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Ni libertadores ni vencidos Elegido por cuatro o cinco personas, el general Aramburu se hizo cargo del gobierno, acompañado por el contraalmirante Rojas, que conservó su cargo. El dúo asumió a las 16.40 del domingo 13 de noviembre de 1955, en vísperas de un paro decretado por la CGT que duraría hasta el 17. El nuevo general-presidente asumía sumando una violación más a la Constitución Nacional que establece en su artículo 88: «En caso de enfermedad, ausencia de la Capital, muerte, renuncia o destitución del presidente, el Poder Ejecutivo será ejercido por el vicepresidente de la Nación». Los «celosos guardianes» de la Constitución, integrantes de la Junta Consultiva, no solo no se pronunciaron al respecto sino que reasumieron en masa sus funciones como un aval al nuevo turno golpista. Tampoco hizo ningún planteo el «connotado constitucionalista» y, a la sazón, reimplantado ministro de Justicia, el ruralista Eduardo Busso. El que sí habló fue el principal damnificado, Isaac Rojas, quien señaló en sus memorias: «La aparición del general Aramburu para suplantar a Lonardi, no me pareció extraña pero sí bastante inquietante. […] Aramburu no me quería. Yo me llevaba muy bien con el general Lonardi y él me distinguía mucho».[120] En realidad, cada uno distinguía muy claramente al otro… como a su enemigo. Las cosas no comenzaron muy bien entre aquellos golpistas unidos por el espanto y su antiperonismo. Sigue contando Rojas: Habíamos firmado un acuerdo, Aramburu, yo y todos los ministros y miembros de la Junta, que nos comprometía a que todos los nombramientos del gobierno y de sus funcionarios tenían que hacerse con la aprobación de toda la Junta Militar. En Olivos […] Aramburu ya se había mandado algunos nombramientos por su cuenta y sin consultarnos al resto del Gobierno Provisional, así que le dije «usted está faltando a su palabra y está comprometiendo a la revolución». Ni se inmutó.[121]
El acuerdo del que habla Rojas fue firmado por el nuevo presidente y los veinte oficiales más importantes de las tres armas la misma tarde de la asunción de Aramburu. El general-presidente se comprometía a tomar las medidas que no había 58
querido tomar Lonardi, como la disolución del Partido Peronista y la persecución de sus militantes. Se creaba el Consejo Militar Revolucionario, cuya aprobación era imprescindible para emitir decretos y designar ministros, funcionarios e interventores provinciales. La creación del Consejo era una hábil maniobra de Rojas. El organismo estaba integrado por él y los ministros de cada una de las fuerzas, lo que le daba la mayoría a la Marina.[122] Conservaron sus puestos la mayor parte de los ministros sobrevivientes de la purga contra Lonardi. Hubo cambios en Trabajo, donde asumió Raúl Migone, y en Hacienda, con la llegada del ex decano de la Facultad de Ciencias Económicas expulsado por el peronismo y abogado de múltiples empresas, Eugenio Blanco. El inefable Álvaro Alsogaray fue ascendido a ministro de Industria. Cuando le preguntaron a Aramburu cómo llegó Alsogaray al gabinete, contestó: No he podido saber quién fue su padrino, ni cómo se las arregló para entrar a formar parte del gabinete. Yo no lo conocía. Pero lo que ocurre es que los Presidentes creen que eligen libremente a sus ministros y no hay tal. Cierto número de personajes son invitados a una cena. Les presentan las figuras y los Presidentes designan. En realidad, la designación está ya preparada y «promocionada» periodísticamente sin que ellos se enteren. Son ciertos «círculos» los que siempre imponen a «sus hombres». Así llegó Alsogaray al Gobierno.[123]
Al frente de la Cancillería fue designado el octogenario Luis Alberto Podestá Costa, y el capitán Francisco Manrique, el hombre que había propuesto en 1953 matar a Perón derribando el avión presidencial,[124] fue designado al frente de la Casa Militar, convirtiéndose en un operador imprescindible para el general Aramburu.
Camino de servidumbre Álvaro Alsogaray pertenecía ya al grupo de los por entonces llamados «monetaristas» y que luego recibirían el mote de neoliberales. El texto fundacional de este cenáculo fue Camino de servidumbre, escrito por el economista austríaco Friedrich August von Hayek en 1944. En torno a él se fue conformando un grupo de intelectuales de derecha entre los que estaban Milton Friedman, Karl Popper y Salvador de Madariaga. Los postulados de aquella cofradía eran el combate al Estado de Bienestar porque, según sostenían, destruía la libertad de los ciudadanos y la competencia, base de la prosperidad general. Para ellos, la desigualdad social era un valor positivo necesario para el sano desarrollo del capitalismo de mercado. Recuerda el gran historiador inglés Perry Anderson que Hayek lanzó una frase que sería tomada al pie de la letra por el poder económico mundial y latinoamericano en particular: «La libertad y la democracia pueden tornarse fácilmente incompatibles, si la mayoría democrática 59
decidiese interferir en los derechos incondicionales de cada agente para disponer de su renta y sus propiedades a su antojo».[125] Es decir, que la democracia, el voto de la mayoría, podía transformarse en un problema para los intereses de la minoría.
Cívico y militar En puestos claves de las intervenciones militares en las provincias fueron nombrados varios civiles; entre ellos, Julio Hipólito Guillermo Olivera, ministro de Asuntos Económicos en San Luis; como funcionarios de la intervención en Salta, José María Ruda y José Alfredo Martínez de Hoz, el nunca bien ponderado futuro ministro de Jorge Rafael Videla. También integraban el equipo civil «libertador» Carlos Pedro Blaquier, Manuel Ordóñez (h), Enrique Pinedo, Carlos Muñiz (futuro fundador del Consejo Argentino para las Relaciones Internacionales CARI), Germán López,[126] Arturo Oñativia y Juan Carlos Palmero. El nuevo tándem «libertador» también encaró una notable purga en las Fuerzas Armadas tratando de eliminar todo vestigio peronista. La menos afectada fue la Marina, donde el Consejo Especial Asesor Revolucionario aconsejó pasar a retiro a «solo» 114 oficiales, entre los que figuraban todos los almirantes con la excepción de Isaac Rojas y 45 capitanes de navío. En el Ejército, la cosa fue mucho más contundente: a 63 de los 86 generales en actividad se les terminaron sus carreras y unos mil oficiales fueron obligados a pasar a retiro.[127]
Antecedentes, por favor Resulta interesante advertir cómo nuestra historia oficial y neo-mitrista omite hablar de los antecedentes políticos de los presidentes golpistas y nos llenan de datos sobre su foja de servicios en la fuerza militar correspondiente. En este caso es muy llamativo advertir que los antecedentes políticos del presidente Aramburu eran más bien modestos para un hombre que asumía la primera magistratura: a los 28 años, en 1930, durante la dictadura de Uriburu, fue interventor en las comunas de Añatuya y Estación Lavalle y jefe político del departamento Guasayán, en Santiago del Estero. [128]
Por sus obras los conoceréis Una de las primeras audiencias del nuevo presidente de facto le fue concedida a Raúl 60
Prebisch, una de esas típicas señales a los mercados. Aramburu lo confirmó como asesor y se mostró muy dispuesto a aplicar las políticas antipopulares propuestas por el hombre de la CEPAL. El presidente hizo fe de su credo liberal en lo económico afirmando en una entrevista: Es mucho lo que puede hacer la iniciativa privada, teniendo como meta el aumento de nuestra capacidad productiva. Es menester que se comprenda (recalca con énfasis) que todas las soluciones no las puede dar el gobierno. Todos, comprendan bien, todos, deben colaborar sin descanso en la tarea de reconstrucción nacional, sin pausas y sin dejar de lado ningún sacrificio. El país y el patriotismo de todos así lo exigen. Acá ha ocurrido una guerra, sin las huellas visibles, pero con las mismas trágicas realidades. El desgobierno de largos años no se resuelve con pocos meses de lindas palabras. Ahora, todos a trabajar y a producir, aumentando la capacidad de rendimiento nacional. Solo así saldremos del pozo.[129]
Obviamente que cuando Aramburu decía «sin dejar ningún sacrificio de lado», se refería únicamente a la clase trabajadora, ya que sus socios-jefes de la oligarquía estaban muy lejos de hacerlos y, por el contrario, recuperaban posiciones e incrementaban sus ganancias gracias, entre otras cosas, a este sacrificio de la mayoría. De ello dará cuenta un cable de la agencia Associated Press del 10 de junio de 1956, que decía: «Las importaciones realizadas por la Argentina, de acuerdo con la información suministrada por el Departamento de Comercio, totalizaron en 1956 más de 211 millones de dólares y se caracterizaron por un considerable aumento de artículos de lujo en el último mes».[130]
A su juego los llamaron Aramburu se dedicó a una de las tareas predilectas de los gobernantes ungidos por golpes de Estado: firmar decretos-ley prohibiendo e inhabilitando a los opositores y facultando a los suyos y a sus jefes de clase a hacer lo que les venga en gana. Los «libertadores» decretaron la disolución del Partido Peronista e inhabilitaron a sus afiliados y militantes para ocupar cargos públicos, mientras lanzaban una sangrienta persecución que llevó a la cárcel a más de cuatro mil peronistas que sufrirían todo tipo de atropellos y torturas. Más de noventa mil delegados de fábrica fueron desplazados de sus puestos. En los considerandos del decreto de prohibición del partido se decía que la finalidad sustancial de la Revolución Libertadora ha sido reintegrar al país a la vigencia plena y actual del derecho. Tal objetivo se traduce en el plano político en el establecimiento de una verdadera democracia y un efectivo sistema de libertad de acuerdo a nuestra tradición occidental.[131]
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Se hablaba impunemente y todo el tiempo de «democracia» mientras se pasaban por alto «pequeños» detalles, tales como que el partido que muy pronto se ratificaría como mayoritario, estaba totalmente proscripto y perseguido, y que gobernaba el país una dictadura. Señala Tulio Halperin Donghi: El sector triunfante, en efecto, comprometía a partidos políticos que en el pasado se habían tenido por populares y que acompañaban ahora una gestión gubernativa que debía ser necesariamente impopular: una política económica hostil a las clases populares se agregaba a la persecución más intensa del movimiento por [el] que estas se habían sentido representadas. [132]
Si Evita viviera La comisión investigadora de las cuentas de la Fundación Eva Perón no pudo encontrar irregularidades. Halló intactos sus depósitos bancarios, que sumaban 3500 millones de pesos, unos 250 millones de dólares al cambio de octubre de 1955,[133] que no fueron depositados en las Cajas de Jubilación como habían prometido los «libertadores». En su dictamen, la comisión se quejaba por los «excesos» de la Fundación: Desde el punto de vista material la atención de los menores era múltiple y casi suntuosa. Puede decirse, incluso, que era excesiva, y nada ajustada a las normas de la sobriedad republicana que convenía, precisamente, para la formación austera de los niños. Aves y pescado se incluían en los variados menús diarios. Y en cuanto al vestuario, los equipos mudables, renovados cada seis meses, se destruían.[134]
Señala Alicia Dujovne Ortiz: Una dama católica, doña Adela Caprile, que formó parte de la comisión liquidadora de la Fundación instaurada tras la caída del peronismo, nos ha confesado haber sentido una impresión similar: «Nunca hubiera creído que se pudiera reunir semejante cantidad de raquetas de tenis. Era un despilfarro y un delirio, pero no era un robo. No se ha podido acusar a Evita de haberse quedado con un peso. Me gustaría poder decir lo mismo de los que colaboraron conmigo en la liquidación del organismo».[135]
Lonardi había designado interventor de la Fundación Eva Perón al almirante Walter von Rentzell, quien se dedicó a hacer un minucioso inventario en el que podía verse el alcance de la institución: cerca de cinco millones de beneficiarios de atención hospitalaria externa, internaciones, campeonatos infantiles, 106.000 pensionados, subsidios, comidas, hogares de ancianos, 16 policlínicos, entre otros servicios. Concluía el interventor que era imprescindible, antes de disolver la Fundación, crear 62
alternativas de atención y servicios para todos los beneficiarios e ingenuamente hablaba de volver a las Damas de Beneficencia. El informe no fue bien recibido por los «libertadores» y por los propietarios de unas 1500 instituciones médicas privadas que veían muy afectado su negocio. Aramburu, atento a estos reclamos, insistió con su orden de disolver la mayor obra de Evita. El almirante le contestó que para liquidar una institución no hacía falta un marino sino un contador y renunció el 2 de enero de 1956.[136]
Los resentidos sociales Decía don Arturo Jauretche: «Las mayorías no odian, odian las minorías porque la conquista de derechos produce alegría mientras que la pérdida de privilegios provoca rencor». Los rencorosos dieron rienda suelta a un revanchismo con un fuerte acento de odio de clase. Se formaron inmensas fogatas en los hogares y policlínicos de la Fundación Eva Perón, donde se quemaron miles de libros, juguetes, frazadas, sábanas, cubrecamas, platos, tazas y cubiertos, destinadas a los chicos argentinos porque llevaban el sello de la institución. La Ciudad Infantil «Amanda Allen», conocida y admirada en el mundo como un ejemplo de contención y educación de la infancia desvalida, fue asaltada por las tropas. Sus pequeñas casitas que reproducían los edificios clásicos de una ciudad y un enorme comedor que alimentaba a centenares de niños por día, fueron aplastados por los tanques y sus piscinas fueron cegadas con cemento. El último sueño de Eva Perón fue la construcción del Hospital de Niños destinado a ser el mejor equipado y más grande de Sudamérica. Comenzó a construirse en un predio de 94 hectáreas en el barrio de La Paternal sobre la calle Warnes. Los «libertadores» evaluaron que se convertiría en un monumento a la obra de Evita y decidieron parar su construcción; prefirieron salvaguardar sus miserias políticas a atender la salud de los niños. El lugar fue abandonado, a pesar del avanzado estado de su edificación, y lentamente fue ocupado por familias que lo bautizaron como el «albergue Warnes». Casi como alegoría, un presidente de origen peronista pero que había «evolucionado» hacia el autodenominado «neoliberalismo», Carlos Menem, el mismo que fue a visitar en su lecho de enfermo al almirante Rojas y se despidió con un recordado beso, fue el encargado de demoler, entre otras cosas, lo que quedaba del esqueleto del Hospital Pediátrico María Eva Duarte de Perón en 1991.[137]
Un patrón en la CGT 63
El miércoles 16 de noviembre, el gobierno «libertador» decretó la intervención de la CGT y de todas las organizaciones afiliadas, y la creación de una comisión administrativa especial, a cargo del coronel de intendencia José María Paso Viola, que indagaría la actividad y las finanzas de la central sindical en tiempos de Perón. El decreto también establecía la devolución del diario La Prensa, órgano de la central obrera, a su antiguo dueño, Alberto «Tito» Gainza Paz. Podían inferirse fácilmente las conclusiones a las que arribaría la comisión a partir de los considerandos del decreto de su creación publicados en La Nación. En ellos se denunciaba a la CGT por haber sido «un simple apéndice político y partidista» que había permitido «que se desquicie la economía argentina».[138] El hombre elegido para la tarea interventora fue el capitán de navío Alberto Patrón Laplacette, quien dio más rienda suelta a los comandos civiles y a los autodenominados «sindicatos libres» para ocupar todas las sedes gremiales que pudieran. En su primer diálogo con la prensa, Patrón Laplacette se mostró muy «creativo» al sostener: «Creo que una mejor solución es que los obreros trabajen mejor». Y, según la misma fuente, se mostró contrario al ajuste salarial frente a la inflación y conforme con que permanecieran congelados los salarios. Eso sí, se cuidó mucho de decir, como el resto de sus compañeros de la «Libertadora», que los precios gozaban de la más absoluta libertad: «Contra lo único que conspiran (los convenios colectivos de trabajo) es contra el standard de vida de ellos (los trabajadores) porque el costo de la mano de obra eleva los costos, y ese costo eleva los precios y los que salen más perjudicados son al fin y al cabo los obreros».[139] Uno de los objetivos de las corruptas intervenciones militares a los gremios fue desfinanciar a las organizaciones sindicales. Llegaron al extremo insólito de convertirlas en prestamistas a costo cero de las empresas del ramo, según lo señalaba la revista Qué: Para debilitar al movimiento obrero todo recurso es bueno, pero resulta óptimo privarlo de fondos. En la Unión Obrera Metalúrgica se registra por primera vez el caso de un sindicato prestando dinero a la patronal. Dispuso la extraordinaria medida el ex interventor, general Gallo. Su sucesor, el señor Barlova, estimó que por vía de tan extraño empréstito habían salido de la entidad 1.800.000 pesos. Prometió ofrecer datos más concretos pero fue relevado de su cargo antes de hacerlo. Luego sobrevino la huelga metalúrgica que los obreros debieron afrontar con las arcas de su sindicato vacías, mientras los fondos de la misma servían en última instancia para robustecer la capacidad de resistencia de la patronal. Es más, concluido el paro, alguna empresa como Maherco (Irupé), deudora de la UOM, se niega a reincorporar a cesantes metalúrgicos que de alguna manera tienen intereses económicos que defender en el seno mismo de la compañía, puesto que han hecho aquel aporte por mano del general Gallo […]. La intervención de la Unión Obrera de la Construcción recibió el sindicato con tres millones de pesos en caja. Ahora ya están en los dos millones de déficit y la canilla sigue abierta, en una verdadera lluvia de vales de nafta.[140]
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Por entonces sobrevino una catarata de decretos contra la organización sindical; entre otros, el 9270 del 23 de mayo de 1956, que echaba por tierra prácticamente toda la legislación gremial vigente y en su reemplazo establecía un reglamento que prohibía a los sindicatos participar en política y quebraba la histórica conquista peronista del sindicato único por actividad.[141] Por decreto 7107/56 se estableció que los dirigentes que hubiesen ocupado puestos en cualquier gremio y/o en la CGT entre 1952 y 1955 quedaban inhabilitados para hacerlo en lo sucesivo. Los decretos habilitaban numerosas discrecionalidades. Una de estas era puesta de relieve por el interventor en Santiago del Estero, vicealmirante Malleville, quien escribía orgulloso a su jefe Rojas el 25 de febrero de 1956: Mi estimado vicepresidente y amigo. Estuve en Añatuya hace unos días, que posiblemente es el foco más peronista de todo el país. Mientras pasaba a lo largo de los galpones del ferrocarril me recibieron a los gritos de ¡viva Perón! Pero una hora después, cuando les invadí el local y les saqué bustos y retratos, se acabaron los gritos.[142]
El vicealmirante que invadió el local para reprimir a los trabajadores y aplicar el terror, tendría que aprender que con acallar los gritos no se cambian las convicciones, sino que en general se consolidan. Las estadísticas del Ministerio de Trabajo (que solo consideran las cifras de la ciudad de Buenos Aires) mostraron que los jornales caídos por huelgas pasaron de 144.120 en 1955 a 5.167.294 en 1956. La combatividad, lejos de amainar, creció en todo el país. En aquellas valientes protestas populares, que incluyeron paros, trabajo a desgano y a reglamento, se fueron forjando nuevas conducciones que reemplazaban a los compañeros que estaban presos o proscriptos.[143] No alcanzaba con que la dictadura hubiera concedido un aumento salarial del 10%, el establecimiento de un salario mínimo de 1120 pesos y la prórroga de los convenios colectivos de trabajo. Un estudio de la época establecía que el presupuesto mínimo indispensable para un matrimonio obrero con dos hijos menores, con muchas privaciones y limitaciones, era de 2333,64 pesos. Además aclaraba que la gran mayoría de los obreros cobraba por hora y no por mes, y recordaba que el mismo decreto fijaba un mínimo de 5,60 pesos por hora, lo que con 22 días hábiles mensuales dejaba un magro ingreso de 985,60 pesos.[144] Uno de los conflictos más importantes del período fue el de los metalúrgicos entre los meses de noviembre y diciembre de 1956, tras el rechazo del 20% de aumento ofrecido por la patronal. La huelga se extendió por cincuenta días a pesar de haber sido declarada ilegal por el interventor de la CGT, quien ordenó el allanamiento de la sede de la UOM y el ataque contra los delegados de fábricas. Los trabajadores se mantuvieron firmes y obligaron a la patronal a incrementar la oferta salarial hasta llegar al 38%, y exigieron la reincorporación de los cesanteados. De esta larga huelga 65
surgiría la figura de Augusto Timoteo Vandor.[145]
El secuestro del cadáver de Evita Cuenta Rojas en sus memorias: Cuando falleció la segunda esposa del presidente Perón, Ud. sabe que su cadáver fue embalsamado por el profesor [Pedro] Ara, español, y que su cuerpo fue depositado en la CGT. Yo nunca la visité, pero lo nombramos interventor de la CGT al capitán López de Bertodamo. Él cada tanto me entrevistaba y me decía: «Señor, ¿qué hacemos con el cuerpo allá?, porque hay que defenderlo de los amigos y de los enemigos». «No sé», le respondí. Hasta que por último —creo que a él se le ocurrió— le dije: «Bien, vamos a conversar con la Curia Eclesiástica y vamos a enviar el cuerpo de aquí a Italia, con nombre supuesto para que sea sepultado en tierra italiana».[146]
Las versiones más confiables apuntan a que no fue Rojas sino el entorno de Aramburu el que pergeñó la «salida italiana». En todo caso, el operativo para hacer desaparecer el cuerpo de Evita se puso en marcha a las diez de la noche del 23 de noviembre de 1955, cuando el teniente coronel Carlos Eugenio Moori-Koenig, jefe del Servicio de Inteligencia del Ejército (SIE) y su lugarteniente, el mayor Eduardo Antonio Arandía, ordenaron a los capitanes Lupano, Alemán y Gotten que abandonaran sus puestos de guardia en la CGT, sobre la puerta que separaba a Eva Perón del mundo exterior. El teniente coronel, el mayor y la patota que los acompañaba (unas veinte personas, todas de civil) traían la orden de secuestrar el cadáver de la mujer más amada y más odiada —aunque claro, no en las mismas proporciones— de la Argentina. El primer sorprendido fue Patrón Laplacette. Aunque lo habían llamado para avisarle de la «visita» fuera de hora, no le habían dicho de qué se trataba. Recién cuando entró a su despacho, Moori-Koenig le informó que, «en cumplimiento de una orden confidencial y verbal» de Aramburu, venía a llevarse el cadáver de Eva Perón. Hubo una agria discusión entre los dos militares. Para dejarle cumplir su cometido, Patrón Laplacette reclamó que le firmase un recibo.[147] Entretanto, Arandía había hecho subir al segundo piso el ataúd en que Evita había sido velada en el Ministerio de Trabajo y el Congreso. Luego encaró al doctor Ara y le reclamó que le entregara «todos los papeles, clichés, fotografías y cualquier otra clase de documentos que posea sobre este asunto, pues “queremos” quemarlo todo como un paso más hacia la destrucción del mito».[148] El médico, apenas repuesto del susto, negoció con los militares conservar algunos documentos «por si tuviera que defender mi dignidad profesional». Por su parte, se ofreció a ayudarlos a preparar el cuerpo para el traslado. «Se me daría recibo de lo que entregara y podría retirar 66
libremente del segundo piso de la CGT lo que fuera de mi propiedad».[149] Pero el teniente coronel Moori-Koenig no era sólo el jefe del SIE, era un fanático antiperonista. Sentía un particular odio por Evita, que se convirtió en una necrófila obsesión que lo llevó a desobedecer al propio presidente Aramburu, que había dado instrucciones de que el cuerpo fuese enterrado en el nicho 275 de la sección B del Cementerio de la Chacarita.[150] Así comenzaba el increíble periplo sufrido por el cuerpo de Evita durante dieciséis años, en los cuales se convertiría en bandera de la resistencia peronista.[151]
La revancha de los patrones Tras derrocar a Perón, el empresariado más poderoso del país se reorganizó rápidamente y formó la Asociación Coordinadora de Entidades Empresarias Libres, bien conocida como ACIEL. Desde allí propiciaron para su sector todo cuanto exigía quien por entonces se proclamaba «libertador»: la intervención y disolución de las entidades ligadas al gobierno depuesto. La entidad industrial «libertadora», cofundadora de ACIEL, era ni más ni menos que la veterana Unión Industrial Argentina (UIA), y la caída en desgracia tocó a la Confederación General Económica (CGE) que tiempo atrás había intentado reorganizar a los industriales del país, incorporando en su seno a la Confederación General de la Industria (CGI). Como recordara Guillermo O’Donnell, el enfrentamiento entre CGE-CGI y ACIEL-UIA no era otro que el de los capitales medianos y pequeños, sobre todo del interior del país, y el de los capitales mono y oligopólicos y más transnacionalizados de la industria, estos últimos acostumbrados a moverse con comodidad en sus cogobiernos con las dictaduras. Para ACIEL y la UIA, la CGE representaba al empresariado con inclinaciones totalitarias, pensamiento que sintonizaba bien con la idea representada por gran parte de la clase media y la izquierda, que veían en el peronismo al fascismo argentino. Bien distinta era la sensación que tenían los de abajo. Para los millones de argentinos cuyo movimiento era proscripto, y en especial para los miles de «inhabilitados» y perseguidos, estaba claro el carácter antiobrero, antipopular y, por lo tanto, antidemocrático de la dictadura «libertadora». Las detenciones se encargaban de recordarlo cotidianamente. Uno de los tantísimos casos de encarcelamiento, sin juicio ni proceso, fue narrado en la revista Qué. La crónica tenía como protagonista a Alicia Eguren, apresada el 26 de noviembre de 1955, militante peronista y compañera del también detenido John William Cooke:[152]
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Durante quince días estuvo rigurosamente incomunicada en la cárcel Corrección de Mujeres. De allí pasó al Departamento Central de Policía, pasando su caso a la justicia. Mientras se la mantuvo en el Departamento —siete días—, no se le dio lugar para dormir ni se le proporcionó alimento. En cambio abundaron los interrogatorios, en los momentos más inesperados. […] Nunca se precisó cuál era la acusación que contra ella se formulaba; en cambio se la giró a la justicia militar. Al cabo […] la dejaron libre, el 21 de diciembre. Una semana después fue detenida nuevamente y puesta a disposición del Poder Ejecutivo. En junio de 1956 fue llevada a la cárcel de Olmos sin que se le explicara la causa de una mudanza que tiene todo el aspecto de un castigo suplementario, puesto que está alojada en una celda que se utiliza normalmente para corrección de delincuentes comunes que han faltado al reglamento carcelario. […] En noviembre último optó por salir del país, pero su pedido fue denegado alegándose, con evidente error, que estaba bajo proceso. Tal la suerte de una mujer a la que se ha llegado a privar de la visita de su hijito único, de 8 años de edad.[153]
En una entrevista con otro medio, decía la doctora Eguren: Mi prisión obedeció tan solo a la profesión de fe que siempre hice respecto de los valores de la Nacionalidad y del pueblo de mi país, del que me considero orgullosa parte. Durante dieciocho meses —el lapso de tiempo que el gobierno creyó prudente para «castigar» la falta de no pensar como sus integrantes—, se me condenó a vivir, como a miles de argentinos, los horrores de la prisión. […]. La «reforma» carcelaria introducida por la revolución «libertadora» me fue muy claramente demostrada en el proceso de una enfermedad que debí sufrir durante ocho meses. En todo ese lapso, no me fueron suministrados ni uno solo de los medicamentos que necesitaba ni tampoco se me prestó ningún otro tipo de asistencia médica. Para la revolución «libertadora», la salud de sus presos vale tan poco como las vidas de los «mau mau» para los ingleses.[154]
En su libro sobre la historia de la tortura, señala Ricardo Rodríguez Molas: Por entonces, agosto de 1956, el Director de Institutos Penales repone en sus cargos a varios torturadores dados de baja en los momentos posteriores al golpe militar de 1955 por el ministro de Justicia Laureano Landaburu […] mientras tienen lugar las denuncias de «apremios ilegales», secuestran en la ciudad de Buenos Aires todas las copias del film nacional Los torturados, del director DuBois.[155]
La «Libertadora» presenta su programa de gobierno Para dejar claramente establecido que comenzaba realmente la autodenominada «Revolución Libertadora», el nuevo gobierno presentó en público a través del ministro del Interior, Eduardo Busso, su plan de gobierno, titulado «Directivas básicas del gobierno revolucionario». Vale la pena leerlo para constatar que prácticamente ninguno de sus puntos se respetó ni se cumplió, con excepción de aquellos que hablaban de perseguir al peronismo y de asegurar los derechos de la Iglesia Católica. El documento señalaba: 68
1. La finalidad esencial de la Revolución ha sido derrocar al régimen de la dictadura. Deben suprimirse todos los vestigios de totalitarismo para restablecer el imperio de la moral, la justicia, el derecho, la libertad, la democracia. Logrados ese objetivo y esas condiciones, que permitan a la ciudadanía expresar su auténtica voluntad, ella decidirá sobre sus destinos. Quedará reservada a los gobiernos constitucionales la solución de los grandes problemas que no hagan a la esencia misma de los objetivos revolucionarios. 2. Este gobierno es provisional y sus hombres carecen de toda pretensión de continuismo. Reitera el compromiso de que ninguno de sus miembros aceptará ser candidato a cargos electivos en los próximos comicios. El gobierno revolucionario mantendrá estricta neutralidad e independencia frente a las distintas tendencias y partidos democráticos. 3. El desquiciamiento de la Nación producido por el régimen depuesto exige un mínimo de realizaciones inmediatas para cumplir los postulados de la revolución, y la adopción de medidas previas a la consulta electoral para que esta sea verdaderamente libre y auténtica. Se adoptarán todas las medidas necesarias para lograr ese objetivo, por trascendentes que ellas sean.[156]
Las «Directivas» resumían en una serie de postulados el «programa de gobierno»: a. Enaltecer el prestigio internacional de la República, adoptando una firme posición democrática en sus relaciones. b. Consolidar la paz interior y respetar la dignidad de la personalidad humana por medio de la vigencia plena de los derechos del hombre. c. Propender a la armonía entre los distintos grupos sociales y políticos. d. Desmantelar las estructuras totalitarias y desintegrar el estado policial, a fin de democratizar la sociedad y las instituciones argentinas. e. Restablecer la austeridad republicana de la vida pública y procesar a todos los que hubieran cometido delitos. f. Afianzar la independencia del Poder Judicial y la dignidad de la magistratura. g. Dignificar la administración pública, integrando sus cuadros superiores con colaboradores que ofrezcan, por sus antecedentes democráticos e idoneidad, garantía para cumplir este programa. h. Mantener el respeto a la conciencia religiosa, garantizando la libertad de cultos, y asegurar los derechos de la Iglesia, contemplando la concertación de un Concordato con la misma. i. Establecer la libertad sindical, con prescindencia de política partidista en las asociaciones gremiales. Garantizar una efectiva justicia social en un clima de libertad. Las conquistas y derechos de los trabajadores serán plenamente reconocidos y aún acrecentados. Es propósito fundamental del gobierno obtener un real progreso en las condiciones de vida de los sectores más necesitados. j. Reorganizar la enseñanza con sentido republicano y democrático y dar plena vigencia a la autonomía universitaria. k. Afianzar el federalismo, las autonomías comunales y la descentralización 69
administrativa. l. Sanear la economía, suprimiendo sus trabas. Procurar plena ocupación. Adoptar medidas para llegar a resolver los problemas económicos y sociales fundamentales: vivienda, energía, combustibles, transportes. Progresiva industrialización del país en base a la prosperidad del agro y al aprovechamiento de sus recursos energéticos. Que los sacrificios económicos sean soportados proporcionalmente a las posibilidades de cada uno. m. Crear, con pleno resguardo de la soberanía nacional, y con respeto a la propiedad privada, condiciones propicias a la inversión de capitales extranjeros. n. Sanear la estructura electoral de la Nación mediante padrones limpios y leyes que aseguren una adecuada representación.[157] Como decíamos, prácticamente ninguno de esos puntos fue cumplido. En sus memorias, el almirante Rojas atribuyó a su compañero Aramburu su falta de compromiso con el plan de gobierno, al decir que «a medida que pasaba el tiempo» buscaba «desprenderse de los compromisos» y que en lugar de promover la unión sincera de los miembros de la Junta Militar, buscando el triunfo de los principios sustentados por la revolución contenidos en aquellas directivas básicas, procuraba ladinamente aprovechar las diferencias de opinión de aquellos hombres para generar tensiones que facilitaban progresivamente la paulatina tendencia a la neutralización de la Junta Militar y el reemplazo de su gravitación política por el personalismo presidencial.[158]
Apoteosis «democrática» El verano del 56 arrancó mal en la Argentina. Una epidemia de poliomielitis[159] afectó a más de sesenta personas por día, y el 10% de los casos resultó mortal. El primer brote se produjo en el partido bonaerense de General San Martín y pronto se extendió a todo el territorio nacional. Se postergó el inicio de las clases y se podía ver a los pequeños con sus bolsitas de alcanfor a modo de colgantes como única defensa ante la enfermedad. Se extrañaban los pulmotores de la Fundación Eva Perón destruidos por los «libertadores» y hubo que importarlos con urgencia de los Estados Unidos. Miles de niños y jóvenes pasaron por la Comisión Nacional Permanente para la Rehabilitación de los Lisiados (hoy Servicio Nacional de Rehabilitación) y por la Asociación de Lucha contra la Parálisis Infantil (ALPI) entre 1956 y 1958; 2500 de ellos padecerían secuelas, de diversa gravedad. Pero en total la epidemia dejó unos 7000 afectados. En abril de 1956, el gobierno nacional anunció que invertiría tres millones de dólares para vacunar a 300.000 niños contra la parálisis infantil. Monseñor Plaza atribuyó la epidemia a un castigo divino. 70
Mientras tanto, en la televisión nacía Odol pregunta; todavía no lo conducía Cacho Fontana sino Carlos D’Agostino, y el premio era de 100.000 pesos moneda nacional. El aire de la radio se renovaba con Hugo Guerrero Marthineitz y su Club de los discómanos. Aquel trágico verano también tuvo su toque político: el 10 de enero de 1956 los partidos integrantes de la Junta Consultiva Nacional, que habían retirado sus renuncias tras el «alejamiento» de Lonardi, convocaron a sus simpatizantes a una gran movilización en la Plaza del Congreso. La plaza se llenó de «bote a bote» como se decía entonces y ante aquella multitud de clase media se sucedió en el uso de la palabra lo más granado del gorilismo civil. El radical Zavala Ortiz avaló la ilegalidad y la represión de su régimen: «Nosotros queremos una legalidad incondicional, cuando llegue la hora de la legalidad; no queremos una legalidad prematura, cuando es la hora estricta de la Revolución».[160]
Las Directivas de Perón Mientras tanto, desde la ciudad panameña de Colón, Perón enviaba el siguiente mensaje a sus seguidores: El Justicialismo es una revolución social. […] Hemos cometido el error de creer que una revolución social podría realizarse incruentamente. La reacción nos ha demostrado que estábamos equivocados y hemos pagado un caro precio por nuestro humanitarismo. […] El Pueblo Argentino ha presenciado los métodos de la reacción. La ruina progresiva de los obreros y el robo de sus bienes en los sindicatos y en la Confederación General del Trabajo son ejemplos elocuentes. La muerte de miles de trabajadores, asesinados por la reacción, nos está demostrando el camino en esta lucha, que nos negamos a iniciar nosotros pero que nuestros enemigos han desencadenado. […] Es menester aprovechar la situación de fuerza para salir de ella mediante la fuerza o, en su defecto, por la acción política, e instaurar el Estado Justicialista integral. Ello impone: luchar con la dictadura mediante la resistencia pasiva hasta que se debilite y nuestras fuerzas puedan tomar el poder. […] Es menester no dar tregua a la tiranía. El trabajo a desgano, el bajo rendimiento, el sabotaje, la huelga, el paro, el desorden, la lucha activa por todos los medios y en todo lugar debe ser la regla. Sin esta preparación la revolución social no será posible a corto plazo, porque la tiranía solo caerá por este medio; luego, es necesario incrementarlo diez veces más cada día. Siendo la finalidad básica la revolución social, todos los demás objetivos deben subordinarse a esa finalidad. La conducta de cada obrero estará fijada cada día en lo que pueda hacer para derribar a la tiranía e imponer el Justicialismo integral y absoluto por la forma más rápida y definitiva. [161]
Una herida absurda 71
En marzo del 56, la bella y misteriosa Marylin Monroe, que sonreía provocadora desde los afiches de su reciente película The Seven Year Itch, traducida como La comezón del séptimo año, se casaba con el dramaturgo Arthur Miller. Elvis Presley presentaba su disco Heartbreak Hotel destinado a ser su álbum consagratorio tras arrasar el año anterior con su versión de «Mystery train» que se mantuvo número uno en las listas por varias semanas. El ex camionero de Memphis, Tennessee, que se convertiría en la máxima estrella del rock and roll, estaba poniendo muy nerviosas a las madres de familia militantes de ligas de ultraderecha, que incitaban a no comprar sus discos y les sugerían a las «familias sanas» alejarse de sus endemoniados movimientos pélvicos. En París, los nerviosos eran los muchachos ante el lanzamiento de Brigitte Bardot a sus 22 años en Y Dios creó a la mujer, dirigida por su afortunado marido Roger Vadim. La película fue un éxito mundial y lanzó al estrellato tanto a Brigitte como al escenario donde estaba filmada, el pueblito de pescadores de Saint Tropez, que se convirtió en uno de los lugares «top» de Europa. Se editaban los long plays Ambassador Satch de Louis Armstrong & His All Stars, Ella & Louis de Ella Fitzgerald y Louis Armstrong, y Round about midnight de Miles Davis. Rocky Marciano se retiraba del boxeo con una sola derrota en toda su carrera de cuarenta y nueve peleas. Desde Trinidad y Tobago llegaba un ritmo destinado a imponerse de la mano del actor y cantante norteamericano Harry Belafonte y su disco Calypso, con temas que aún suenan como «The Banana Boat Song», que se mantuvo al tope de las listas por treinta y una semanas. Como en un cuento, Grace Kelly se casaba con Rainiero III de Mónaco. Israel ocupaba el Sinaí mientras Inglaterra y Francia bombardeaban Egipto para forzar la reapertura del estratégico canal de Suez, nacionalizado por el presidente Nasser. En diciembre de ese año, Fidel Castro, el «Che» Guevara y un grupo de guerrilleros desembarcarían en Cuba con el objetivo de derrocar al dictador pro-norteamericano Fulgencio Batista. Fue un año muy significativo en las letras, con la publicación de Final del juego de Julio Cortázar, Rosaura a las diez de Marco Denevi, Aullido de Allen Ginsberg, Cielo e infierno de Aldous Huxley, Delirio a dúo de Eugène Ionesco, El arco y la lira de Octavio Paz, El arte de amar de Erich Fromm, El otro rostro del peronismo de Ernesto Sabato, Los traidores de Silvina Ocampo y ¿Qué es la filosofía? de Martin Heidegger. En la Argentina se estrenaron 37 películas nacionales, entre ellas: África ríe de Carlos Rinaldi, Después del silencio, Sangre y acero y El último perro de Lucas Demare, Alejandra de Carlos Schlieper, La pícara soñadora de Ernesto Arancibia, Los torturados de Alberto DuBois, El tango en París de Arturo S. Mom, Los tallos amargos de Fernando Ayala, Más allá del olvido de Hugo del Carril y La edad difícil de Leopoldo Torres Ríos.
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Sonaba por todos lados «Historia de un amor»,[162] un bolero del panameño Carlos Almarán, que aquí las muchachas y los muchachos de la resistencia cantaban clandestinamente así: Ya no estás más a mi lado, General; Extrañamos tu sonrisa y tu voz. Y aunque ya no puedo verte, Peronista hasta la muerte Seguiré cantando yo. Es la historia de un Perón Como no hay otro igual Que nos hizo comprender Todo el bien, todo el mal; Que le dio luz a mi patria, La que apagaron después. ¡Ay qué vida tan oscura!, Juan Perón, sin tu voz no viviré.[163] Cátulo Castillo y Aníbal Troilo daban vida a «La última curda», con aquellas inolvidables palabras: «ya sé, no me digás, tenés razón, la vida es una herida absurda» y frases como «¿no ves que vengo de un país que está de olvido, siempre gris?». Con esa maravillosa música sonando en el ambiente, el general Aramburu firmaba en marzo del 56 el decreto 4161 que pretendía prohibir al peronismo en todas sus formas y expresiones. La norma decía en uno de sus artículos: Se considerará especialmente violatoria de esta disposición, la utilización de la fotografía, retrato o escultura de los funcionarios peronistas o sus parientes, el escudo y la bandera peronista, el nombre propio del presidente depuesto, el de sus parientes, las expresiones «peronismo», «peronista», «justicialismo», «Justicialista», «tercera posición», la abreviatura PP, las fechas exaltadas por el régimen depuesto, las composiciones musicales «Marcha de los Muchachos Peronistas» y «Evita Capitana» o fragmentos de las mismas, y los discursos del presidente depuesto o su esposa o fragmentos de los mismos.[164]
El decreto fue objetado por la Cámara Criminal y Correccional de la Capital que entendió que contrariaba el derecho de expresarse a través de la prensa, pero la adicta Corte Suprema de Justicia argumentó, sin ruborizarse, que el decreto era constitucional y fue aún más lejos, al dictaminar que lo que llamó «el poder revolucionario» podía restringir los derechos individuales dadas las particulares circunstancias que nos tocaban vivir. Surgieron entonces en el vocabulario popular seudónimos para nombrar a Perón, 73
tales como el hombre, P cinco, el macho, el Pocho, el ausente o Descartes.[165] Lo que jamás pudieron sospechar ni la «Libertadora» ni sus cómplices fue que semejantes acciones, lejos de sepultar al peronismo en el olvido, lo reanimaron en la intimidad de cada hogar humilde, donde se levantaron modestos altares que fijaron aún más el ya íntimo lazo entre Perón y sus seguidores. El resultado de tan absurdo decreto, como suele ocurrir en estos casos, fue el incremento del orgullo por su identidad peronista de los militantes de la resistencia. En aquel mismo mes de marzo, el general al que por decreto no se podía nombrar, le escribía a Aramburu: He leído en un reportaje, que Ud. se ha permitido decir que soy un cobarde, porque ordené la suspensión de la lucha en la que tenía todas las probabilidades de vencer. Usted no podrá comprender jamás cuánto carácter y cuánto valor hay que tener para producir gestos semejantes. Para usted, hacer matar a los demás, en defensa de la propia persona y de las propias ambiciones, es una acción distinguida de valor. Para mí, el valor no consiste, ni consistirá nunca, en hacer matar a los otros. Esa idea solo puede pertenecer a los egoístas y a los ignorantes como usted. Tampoco el valor está en hacer asesinar obreros inocentes o indefensos, como lo han hecho ustedes en Buenos Aires, Rosario, Avellaneda, Berisso, etc. Esa clase de valor pertenece a los asesinos y a los bandidos cuando cuentan con la impunidad. No es valor atropellar a los hombres humildes argentinos, vejando mujeres y atropellando ancianos, escudados en una banda de asaltantes y sicarios asalariados, detrás de la cual ustedes esconden su propio miedo. Si tiene dudas sobre mi valor personal, […] el país tiene muchas fronteras, lo esperaré en cualquiera de ellas para que me demuestre que usted es más valiente que yo. Lleve sus armas, porque el valor a que me refiero, solo se demuestra frente a otro hombre y no utilizando las armas de la Patria para hacer asesinar a sus hermanos. Y sepa para siempre que el valor se demuestra personalmente y que, por ser una virtud, no puede delegarse; hágalo, solo así me podría probar que no es la gallina que siempre conocí. Si usted no lo hace y el Pueblo no lo cuelga, como merece y espera, por salvaje, por bruto y por ignorante, algún día nos encontraremos. Allí le haré tragar su lengua de irresponsable.[166]
Entrando al Primer Mundo (por la puerta de servicio) En febrero de 1956, en el 20.o Congreso del Partido Comunista de la URSS, su secretario general, Nikita Kruschev, arremetió duramente contra la política de Stalin y llamó a inaugurar una nueva era en su país. Pero nada de esto sería tenido en cuenta por su gestión a la hora de reprimir salvajemente las rebeliones antiestalinistas de Hungría y Polonia que sucederían aquel año. Mientras tanto, por estos lares, tras presentar un riguroso informe comprometiéndose a aplicar las políticas económicas y financieras que eran y son del agrado de los poderes económicos mundiales, el gobierno solicitó el ingreso de nuestro país al Fondo Monetario Internacional, que respondería favorablemente al
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pedido. A partir de entonces y por muchas décadas la Argentina adoptaría los planes de hambre y miseria para la mayoría de la población propuestos por este tétrico organismo internacional de la usura.
Un negociado «libertador» al sur del paralelo 42 El sacrificio que le pedían a la población no incluía a los vivillos de turno vinculados estrechamente al gobierno que, amparándose en la promoción industrial de la Patagonia, aprovechaban la libre entrada de productos importados al sur del paralelo 42. En el período de Aramburu ingresaron por esa zona mercaderías por un total de mil millones de dólares, pero solo una mínima cantidad correspondía a productos destinados a los escasos habitantes de nuestro sur o las industrias de la zona, a pesar de lo cual podía leerse en el diario La Nación: Gracias a ellas tiene hoy la Patagonia a precios accesibles muchos productos que al norte del paralelo 42 son del más alto lujo: desde las mejores conservas europeas y las más famosas bebidas de Inglaterra y Francia, hasta los automóviles norteamericanos de reciente modelo, cuya abundancia sorprendió en estos días a los enviados especiales de los diarios porteños. [167]
Así, por ejemplo, entraron por Puerto Madryn unos 10.000 televisores para una zona en la que no era posible captar la señal de Canal 7 de Buenos Aires, la única existente en el país. Los autos, las conservas y, obviamente, los televisores eran revendidos en Buenos Aires y otros centros urbanos con grandes beneficios para los involucrados en la maniobra que no podía concretarse sin los debidos contactos y la anuencia oficial. La impunidad era tal que salían avisos en los diarios de la capital ofreciendo la mercadería. Una carta de lectores a la revista Qué, enviada por un obrero de San Julián, señalaba: Señor director: Con respecto a las franquicias aduaneras otorgadas al sur del paralelo 42, las autoridades no podrán negar su carácter anti argentino y que solamente favorecen a los grandes trusts patagónicos (Sociedad Anónima Importadora y Exportadora de la Patagonia, Compañía Argentina del Sud y cuatro o cinco firmas más, apoyadas por la oligarquía ovina, único consumidor favorecido en sus gustos exquisitos: automóviles de superlujo de las marcas Chrysler, Dodge, Mercury, De Soto, Ford y Chevrolet, entre otros, whisky y cognac de las marcas más renombradas; mariscos y demás conservas de los tipos más caros…). Acerca del contrabando que se hace, nunca se ha dado cifras de las cantidades de whisky y cognac recibidas. En un puerto solamente han entrado miles de cajones de whisky y ahora no se consigue una botella.[168]
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Con Dios y con el diablo La Iglesia Católica, que no había sido recompensada debidamente por su apoyo a la «revolución» y su absoluto silencio frente a la caída de su principal defensor, el general Lonardi, recibió finalmente como prebenda el decreto 6403, que en su artículo 28 permitía la creación de universidades privadas que podrían otorgar títulos habilitantes. La medida, impulsada por el ministro Dell’Oro Maini, provocó una fuerte fractura entre el gobierno y uno de los sectores más fieles del frente «libertador», el integrado por los históricamente laicistas socialistas, demoprogresistas y hasta no pocos radicales, mientras que otro sector que se había mostrado hasta entonces afín al gobierno, el estudiantado, protestaba en las escuelas secundarias y en las universidades extendiendo sus huelgas y movilizaciones a todo el país. Dell’Oro Maini, que estaba en Perú, le envió un cable a Aramburu: «Deploro profundamente sucesos ocurridos en las universidades. No puedo ni quiero ser causa de ese género de división de la juventud de mi patria. Ruego a V.E. quiera aceptar la renuncia al cargo con que me honrara».[169] También renunciaron el subsecretario de Educación, Belisario Moreno Hueyo, y varios interventores en las universidades. El gobierno aceptó de buen grado las renuncias y le dejó al próximo gobierno surgido de las urnas electorales la reglamentación y aplicación del polémico decreto. Dell’Oro Maini fue reemplazado por el liberal Carlos Adrogué.
Disparen sobre Arturo Frondizi Los conflictos internos en el radicalismo eran de vieja data. Se remontaban a la división del partido allá por 1924 cuando el ala oligárquica encabezada por Marcelo T. de Alvear se le plantó a don Hipólito Yrigoyen acusándolo de populachero y personalista. Desde entonces la corriente popular y la de «sangre azul» disputaron la conducción partidaria. Un hombre clave, que había vivido en carne propia aquellas disputas, era por aquellos días de 1956 objeto de las críticas de los sectores más conservadores del partido, que lo tildaban de blando con el peronismo depuesto y estaban que trinaban por su reelección como presidente del Comité Nacional: Arturo Frondizi. Creyendo en las promesas de una rápida convocatoria electoral, el radicalismo se sentía ganador con la proscripción del peronismo. Comenzó entonces a apurar los trámites para lanzar la fórmula presidencial. Mientras Frondizi proponía que surgiera de la opinión de las principales figuras del Movimiento de Intransigencia y
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Renovación (MIR),[170] sus opositores lograron que dos congresos partidarios, uno reunido en Córdoba y otro en Rosario, aprobaran una resolución que impulsaba la reforma de la carta orgánica de la UCR para permitir que el binomio electoral surgiera del voto directo de los afiliados, lo que le entregaría el triunfo a Ricardo Balbín. Pero al triunfar finalmente la propuesta de Frondizi, «el Chino» Balbín renunció el 6 de agosto a la Junta Nacional del MIR. Se reunió con Manrique y comenzó febriles tratativas con los otros sectores internos radicales, el sabattinismo y los unionistas. [171] La ruptura del partido se concretó cuando la Convención Nacional proclamó en Tucumán la fórmula Frondizi-Gómez. Así nacían la frondicista Unión Cívica Radical Intransigente (UCRI) y la balbinista Unión Cívica Radical del Pueblo (UCRP) que contaba con toda la simpatía del gobierno «libertador».
Los que se quedaron en el 53 Una cuestión que desvelaba a los «libertadores» era que en el país seguía vigente la Constitución justicialista de 1949, con sus derechos del trabajador, del niño y de la ancianidad, pero también con su artículo 40 que declaraba inalienables las fuentes de energía y le daba al Estado un rol protagónico en la economía. Los muchachos decidieron cortar por lo «sano» y decretar el 23 de abril de 1956 «la plena vigencia» de la Constitución Nacional de 1853, que atrasaba exactamente un siglo y que tenía una impronta liberal e individualista. Lo de la «plena vigencia» era un verso más del poemario «libertador», ya que la dictadura de Aramburu se basaba en objetivos que funcionaban en la práctica como «normas transitorias» superiores de hecho a las que garantizaba la Constitución del 53. Quedaba picando la convocatoria a una Convención Nacional Constituyente.
Crónica de un levantamiento anunciado Muchos de los nuevos dueños del gobierno, que nunca habían dejado del todo de ser los dueños del poder, subestimaron la capacidad combativa del pueblo argentino, la voluntad de defender con todas las armas a su alcance las conquistas históricas que tantos años de lucha habían costado, desde aquellas sociedades de resistencia anarquista de fines del siglo XIX hasta la concreción de la legislación social más avanzada de la época entre 1943 y 1955. Las primeras manifestaciones de resistencia se produjeron a los pocos días del golpe en los bastiones peronistas de Rosario y Berisso. En octubre, en La Plata, tuvieron lugar los atentados contra el transporte con bombas molotovs y los
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«destroles» de tranvías. Como señalamos en el capítulo anterior, el primer 17 de octubre sin Perón en el poder, los gremios de base, desconociendo a la CGT oficial, convocaron a un paro general que, como dijimos, tuvo una importante repercusión en Rosario, el Gran La Plata, barrios del Gran Buenos Aires y Tucumán. La «buena conducta» no le sirvió de mucho a la CGT, que fue intervenida y, entonces sí, convocó a un paro general para el 15 de noviembre. Desde entonces no cesaron los actos de sabotaje en plantas fabriles de los conurbanos bonaerense y rosarino. Ante este panorama, en enero de 1956, Perón decidió ponerse al frente de la resistencia y envió instrucciones llamando a resistir por todos los medios. Señalaba el militante peronista Dardo Cabo, con claro sentido autocrítico: El estupor envolvía al pueblo peronista que durante diez años había ejercido el poder y ahora quedaba en la calle: clandestino, perseguido, proscripto. Las dos estructuras que habían canalizado la participación popular —los sindicatos y el partido— se mostraban crudamente ineptas para intentar siquiera el rescate del gobierno, que por otra parte tampoco habían podido defender […]. Es en ese desconcierto, y en su posterior resurrección espontánea y heroica, donde surgió nítida la conciencia de un pueblo y su radicalización permanente en formas organizativas y definiciones superadoras.[172]
En este contexto, en junio de 1956 el general peronista Juan José Valle intentó un golpe cívico-militar. Valle había integrado en los días del golpe de 1955 la Junta que negoció en nombre de Perón las condiciones del cese el fuego. Esto le valió su detención junto con sus camaradas de armas en el buque Washington. De allí pasaría al París hasta que se le aplicó prisión domiciliaria en vísperas de la Navidad de 1955. Recordaba su hija, Susana Valle: Mi padre era de los pocos militares no nazis. Su formación era otra, en donde la izquierda no asustaba. Estudió en la Sorbona, en París, y vio de cerca el fascismo en Italia y lo rechazó sin miramientos. Era un hombre que rara vez se vestía de uniforme, no tenía custodia, ni coche propio, ni chofer, ni miedo. Después del 16 de junio de 1955, cuando se comentaba que mataban a un general por día, él me miraba y me decía «No te preocupes, todavía no llegó mi hora» […]. El 16 de junio, cuando bombardean Plaza de Mayo mi padre toma el Ministerio de Marina y cuando se lo entrega a Perón le dice: «Mi general, este Ejército no le va a servir para la Revolución Popular. Arme a la CGT».[173]
Valle eligió como centro de operaciones la quinta de su suegra en General Rodríguez, pensando que tendría mayor libertad de movimientos para lo que se proponía junto con algunos compañeros de la cárcel, como el general Raúl Tanco: armar una sublevación militar en coordinación con la militancia civil peronista. Pero la cosa no sería fácil, como lo recordaba el principal colaborador de Valle, Juan Carlos «Pirincho» Irigoyen:
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Desde el vamos, es obvio que los servicios de informaciones controlaron las andanzas de los principales jefes […]. Advertí que en las inmediaciones de la quinta había siempre un hombre apostado. Como diariamente hacía tres y hasta cuatro viajes acompañando a gente que dialogaba con el general, descubrí la reiteración de rostros desconocidos. Se lo hice notar a Valle. La sorpresa fue confirmada días después, cuando el general se enteró que lo vigilaban desde la quinta vecina. El casero le confió el secreto. Entonces, urdimos una estrategia que nos dio resultado: suspendimos las visitas diurnas. Todas las noches, por los fondos, el general abandonaba su residencia y cubría un par de cuadras hasta llegar al cementerio. Ese era el sitio de reunión.[174]
Sigue contando Susana: Después del barco, lo mandan a 60 kilómetros fuera de la Capital, y se va a la casa de mi abuela materna, con guardián en la puerta. Pero se les escapa. Nos escapamos todos. Mamá y yo por delante, porque no estábamos detenidas y mientras hacemos esto papá escapa por la puerta de atrás, y se declara prófugo. Desde ese momento, deambulan de casa en casa, duermen y comen gracias a la solidaridad del pueblo, que le abre las puertas de sus hogares […]. Vive en villas miseria, en donde con seguridad la represión no imaginaba que pudiera esconderse un general, se reúne con otros compañeros como Irigoyen, Cogorno, Cortínez, todos fusilados luego, y entra en contacto con dirigentes gremiales como Framini, Eustaquio Tolosa, Armando Cabo y Dante Viel.[175]
Finalmente, Valle se reunió en la clandestinidad con Tanco y otros complotados. Nombraron al coronel Fernando González como jefe del Estado Mayor del flamante Movimiento de Recuperación Nacional (MRN). Desde un principio el movimiento estuvo infiltrado y los «libertadores» estaban al tanto de los detalles de la insurrección. Los complotados, tras dos postergaciones, decidieron entrar en acción el sábado 9 de junio. La elección de la fecha respondía a varios factores. En primer lugar, suponían que por ser sábado las guarniciones militares que pensaban tomar tendrían su seguridad más relajada. En segundo lugar, se eligió la fecha porque el presidente se encontraba de gira por el interior del país. Según el general Tanco: Se iba a ejercer presión sobre los cuarteles para que ingresaran las fuerzas al levantamiento. Se detendría a los jefes militares de las unidades a tomar y se harían cargo los nuevos jefes designados por nosotros. Nunca ningún movimiento tuvo tanta ramificación como el nuestro. Es ese un hecho objetivo, que no se puede discutir. El país entero estaba de acuerdo en derrocar a la dictadura.[176]
Perón no estuvo de acuerdo con el movimiento y se lo hizo saber a los delegados que lo visitaron en Panamá. Nos contaba Andrés López:[177] Estando el General en Panamá, recibe dos emisarios de Tanco y Valle. Lagomarsino,[178] sobrino del que fue secretario de Comercio, y Morales. Fueron a decirle a Perón que se iba a hacer el movimiento. El General les dijo: «Dígale al general Tanco y al general Valle que yo
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no estoy de acuerdo porque tengo muy buena información de que el gobierno tiene conocimiento de todo lo que ustedes están haciendo. Los van a dejar salir para darles un escarmiento. Mi opinión es que eso no se haga». Y usó un viejo dicho que él repetía cada tanto: «Al árbol no hay que moverlo cuando la fruta está madura». Consideraba que en ese momento no estaban dadas las condiciones.[179]
Ramón Landajo[180] amplía los recuerdos de su compañero: Perón me dijo: «Lo del 9 de junio era previsible. Hasta mí llegaron dos compañeros, Morales y Lagomarsino, los que me informaron sobre las intenciones de los generales Valle y Tanco. Ya en mi poder contaba con información que por diversos canales me hicieron llegar, algunas de estricto carácter confidencial, y algunas tendenciosas que señalaban que más que para favorecer mi regreso o implantar un gobierno peronista ortodoxo, la intención era hacer una especie de continuismo peronista-lonardista. El fracaso estaba signado de antemano, dado que dentro de las filas de esos valientes compañeros y camaradas, se habían infiltrado individuos que simulando peronismo, eran los gusanos de intriga y desconfianza, aparte de asquerosos delatores, quienes realizaban tareas de acción psicológica para crear temores y facilitar, tal como sostuve, la criminal represión y asesinato de patriotas. Nada pude hacer, ya que la tozudez de unos, junto a las desmedidas ambiciones de otros, se sumaban al ansia de sangre de quienes impusieron la hora triste y dolorosa que sufre el Pueblo argentino».[181]
Tampoco acordaban con la metodología del golpe varios comandos de la resistencia peronista, como el encabezado por Juan Vigo, quien señalaba que tras una entrevista con un miembro de los servicios que colaboraba con la causa peronista pudo confirmar los datos que íbamos recibiendo por otros conductos, con respecto al conocimiento que tenía la tiranía entreguista de todos los pasos que daban los conspiradores militares. Me manifestó que en esos momentos, los distintos servicios de información del gobierno estaban en la pista de cuatro conspiraciones, a cuyos miembros principales se los seguía a todas partes y que solo se esperaba que salieran a la acción para aplastarlos despiadadamente. Uno era el general Juan J. Valle. […] El general Tanco cometió errores impropios de un buen conspirador, asistiendo a reuniones con gente a la cual no conocía mayormente y de cuya acción no podía sacar mayor provecho […]. Implicaba una lastimosa pérdida de tiempo y un riesgo inútil.[182]
Una proclama contra la tiranía «libertadora» Pese al rechazo de Perón, el intento militar siguió adelante y una de las primeras acciones preventivas de la dictadura fue detener un día antes del levantamiento a reconocidos militantes peronistas y a dirigentes gremiales, para cortar el posible apoyo civil a la asonada. Siguió una serie de detenciones de militares posiblemente implicados, como el teniente coronel Ruchti, el capitán de fragata Anzorena, el mayor Vicente y el suboficial retirado César Marcos. Como muestra del nivel de infiltración 80
del movimiento vale recordar el discurso que el teniente coronel Clifton Goldner había dado una semana antes de la sublevación en un cuartel de Palermo: «Yo sé que entre ustedes hay quienes están vinculados a una conspiración contra el gobierno; quiero advertir a los que andan en eso sobre los peligros que corren; aconsejarlos para su bien que abandonen mientras no sea demasiado tarde».[183] Quizá la prueba más contundente de que la estrategia del gobierno era dejar hacer para fusilar y escarmentar a los sublevados, y sentar así un terrorífico precedente que desalentara futuras rebeliones, está en las memorias del almirante Rojas cuando señala: El 9, a la mañana, Aramburu, acompañado por Hartung y Ossorio Arana, había viajado a Rosario, en visita oficial. El decreto-ley, disponiendo la ley marcial, había quedado listo y firmado con esa misma fecha. Esta era una medida de seguridad que se tomaba en previsión de su necesidad mientras durase la ausencia del presidente. Los documentos quedaron en poder del jefe de la Casa Militar, capitán de fragata Francisco Manrique.[184]
A pesar de las caídas y las anticipaciones discursivas, la conducción decidió seguir adelante con el movimiento. La primera acción fue el intento de tomar la Escuela Técnica de Avellaneda «Salvador Debenedetti», ubicada en la esquina de Alsina y Paláa, para instalar un aparato de radio de amplitud modulada estadounidense Hallicrafters de 10-20-40-80 metros, por el cual se pudiera transmitir la proclama revolucionaria, una vez que también fuera tomada Radio Antártida. La proclama, dirigida «Al Pueblo de la Nación» y firmada por los generales de división Valle y Tanco, decía: Las horas dolorosas que vive la República y el clamor angustioso de su Pueblo, sometido a la más cruda y despiadada tiranía, nos han decidido a tomar las armas para restablecer en nuestra Patria el imperio de la libertad y la justicia al amparo de la Constitución y las leyes. Como responsables de este Movimiento de Recuperación Nacional, integrado por las Fuerzas Armadas y por la inmensa mayoría del Pueblo —del que provienen y al que sirven—, declaramos solemnemente que no nos guía otro propósito que el de restablecer la soberanía popular, esencia de nuestras instituciones democráticas, y arrancar a la Nación del caos y la anarquía a que ha sido llevada por una minoría despótica encaramada y sostenida por el terror y la violencia en el poder. Conscientes de nuestra responsabilidad ante la historia, comprendemos que nuestra decisión es el único camino que nos queda para impedir el aniquilamiento de la República en una lucha estéril y sangrienta entre hermanos, cada día más inevitable e inminente.[185]
En su proclama, Valle y Tanco denunciaban que la Nación había «caído en manos de hombres y de fuerzas que aceleradamente retrotraen a la Patria a épocas de sometimiento, de humillación y vergüenza», y que han «violado y desconocido el imperio de la Constitución y de las leyes, sustituyéndolo por un llamado “derecho de 81
la Revolución” que no es otra cosa que el entronizamiento de la arbitrariedad, sin más normas ni vallas que la omnímoda voluntad de los que detentan el poder». Detallaban el avasallamiento de las garantías y derechos individuales, la persecución, encarcelamiento y confinamiento «en verdaderos campos de concentración» de «miles de argentinos no sometidos a proceso y privados del derecho de defensa», la exclusión de cargos públicos y despido de sus empleos a miles de argentinos por razones políticas, la proscripción de la fuerza política mayoritaria. Valle y Tanco denunciaban el clima de delación y espionaje fomentado y organizado desde el poder y la negación de la libertad de prensa, «uniformada al servicio del gobierno», y agregaban: Todo ello unido a la monstruosidad totalitaria de un decreto-ley que bajo penas gravísimas prohíbe a los ciudadanos hasta el uso o empleo individual de palabras, fechas, símbolos fotografías, nombres y expresiones que se proscriben, configuran los hechos más salientes de un plan siniestro, destinado a ahogar la libre expresión de la ciudadanía, y entronizar en el poder a minorías antinacionales que en su hora enajenaron el patrimonio del país y traficaron con el hambre y el dolor de los trabajadores argentinos. Este desborde de la arbitrariedad ha culminado con la abolición de la Constitución Nacional vigente, sancionada por una Convención Reformadora libremente elegida por el pueblo, con la participación de los mismos sectores políticos que apoyan a la tiranía, Constitución que juraron acatar y defender los mismos que hoy la vulneran y suprimen a espaldas del Pueblo y al margen de su libre voluntad soberana, con el evidente propósito inconfesable de abolir disposiciones como las del artículo 40, que impiden la entrega al capitalismo internacional de los servicios públicos y las riquezas naturales del país, juntamente con otras también fundamentales como las que sancionan los derechos del trabajador y las que estatuyen la función social de la economía y la riqueza.
La proclama rechazaba las medidas económicas «tendientes a quebrantar la industria nacional» y a «provocar sectores importantes de desocupación, que llevarán por hambre a los obreros a someterse a la voluntad del capitalismo», y el «plan destinado a retrotraer al país al más crudo coloniaje, mediante la entrega al capitalismo internacional de los resortes fundamentales de su economía». Al mismo tiempo, denunciaba que en lo social se han desconocido legítimas conquistas de los trabajadores, se ha destruido la organización sindical —base indispensable de la paz social y del progreso del país—, mediante la intervención a la Central Obrera y a todos los sindicatos. Se ha perseguido, encarcelado y confinado a miles de trabajadores, y se los ha privado arbitrariamente del derecho elemental de intervenir activamente en la vida de las organizaciones a que pertenecen. En síntesis, desde el propio gobierno se ha realizado una acción sistemática tendiente a destruir la organización sindical y anarquizar a los trabajadores, acción que persigue la finalidad inconfesable de debilitar el frente social para posibilitar el camino del sometimiento del pueblo, y con él, del sometimiento de toda la Nación.
Las bajas y retiros forzados en las Fuerzas Armadas, por un lado, y el desempeño 82
de funciones civiles «incompatibles con su estado militar» por muchos oficiales «libertadores», por otro lado, completaban un panorama que creaba hacia las instituciones militares «un lógico resentimiento y desconfianza del pueblo, difícil de superar, y que es la semilla más criminal que podía haberse sembrado para dividir y anarquizar a la Nación»: La proliferación de conflictos sindicales, los actos diarios de sabotaje en todo el territorio del país y el continuo descubrimiento en toda la República de planes subversivos o actos de insurrección, denunciados por el propio gobierno, no son (como él pretende, para encubrir su responsabilidad y engañar a la opinión) fruto de la acción aislada de personas perturbadoras, sino síntoma del clima de opresión y subversión en que vive la República y expresión evidente del espíritu indomable y de la decisión del pueblo de reconquistar su libertad. Tan grave estado de cosas impulsa nuestra determinación y nos decide a recoger el clamor unánime del pueblo, antes de que la República desemboque en una lucha fratricida que terminará por destrozarla.
A partir de esa situación, a la que calificaba de «trágica», el Movimiento de Recuperación Nacional declaraba como objetivos fundamentales de su acción: I. En lo político Restablecer el Estado de derecho mediante la vigencia plena de la Constitución Nacional y el imperio de la justicia en un ambiente de real libertad y pura democracia. Consolidar la soberanía popular mediante la realización de elecciones generales en todo el país en un plazo no mayor de 180 días, con plenas garantías para todos los partidos políticos en el proceso electoral y preelectoral, incluida la utilización con iguales derechos de todos los medios de expresión y difusión. Prescindencia absoluta del gobierno en materia electoral y fiscalización de los comicios por las Fuerzas Armadas. Libertad efectiva y absoluta de prensa para todos los sectores de la opinión. Amnistía general y derogación de todos los decretos y medidas discriminatorias dictados por razones ideológicas o políticas. Libertad de todos los presos políticos y sometimiento a la justicia competente de los que hubiesen cometido delitos comunes. Reincorporación de los empleados y obreros eliminados arbitrariamente por razones ideológicas o políticas. Levantamiento de las interdicciones a personas y empresas e intervención de la justicia en los casos de violación de las leyes en vigor. Rehabilitación de los partidos políticos privados de personería y plena libertad para la formación de nuevas fuerzas, dentro de las normas establecidas por la legislación vigente. II. En lo económico Revisión de las medidas de carácter económico y financiero que pudieran lesionar los intereses nacionales. Revisión de las medidas económicas y financieras que afectan seriamente el desarrollo de las actividades productivas. Restablecimiento de la plena ocupación y adopción de medidas para contener el alza del costo de la vida.
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III. En lo social Devolución del gobierno de los sindicatos a los trabajadores y elección por los mismos de las autoridades de la Central Obrera en un plazo de 45 días. Libertad inmediata a todos los dirigentes y obreros detenidos por razones políticas o gremiales. Renovación de los convenios de trabajo, de común acuerdo entre los trabajadores y empresarios, mediante los procedimientos determinados por la legislación vigente al 20 de septiembre de 1955. Derogación de los decretos y medidas discriminatorias que impiden a miles de obreros su participación en la vida de los organismos gremiales. IV. En las Fuerzas Armadas Reestructuración de las mismas con vistas a las necesidades de la defensa nacional. Reincorporación de jefes, oficiales y suboficiales que poseyendo valores profesionales y morales hayan sido dados de baja o retirados por razones políticas o ideológicas. Mantenimiento de los actuales cuadros con la única excepción que determinen los tribunales y organismos competentes que establece la ley. V. En el orden internacional Respeto y cumplimiento de todos los convenios, pactos y compromiso internacionales concertados por el país dentro de las normas constitucionales y legales. Suspensión de la ejecución de aquellos compromisos contraídos en violación de tales normas, a fin de que oportunamente sean considerados por las autoridades legalmente constituidas por los órganos y procedimientos que estatuye la Constitución Nacional.
Con ese programa, Valle y Tanco anunciaban que tomaban las armas «en defensa de la Patria» y concluían su proclama afirmando: No hacemos cuestión de banderías porque luchamos por la patria que es de todos. No nos mueve el interés de ningún hombre ni de ningún partido. Por ello, sin odios ni rencores, sin deseos de venganza ni discriminaciones entre hermanos, llamamos a la lucha a todos los argentinos que con limpieza de conducta y pureza de intenciones, por encima de las diferencias circunstanciales de grupos o partidos, quieren y defienden lo que no puede dejar de querer y defender un argentino: la felicidad del pueblo y la grandeza de la Patria, en una nación socialmente justa, económicamente libre y políticamente soberana. ¡Viva la Patria!
Operación Masacre Cerca de la Escuela de Avellaneda esperaban establecer su cuartel general los principales dirigentes civiles y militares de la insurrección: los generales Valle y Tanco; los coroneles González y Berazategui; el teniente coronel Irigoyen, el capitán de corbeta Hugo Guillemón, Andrés Framini, Eustaquio Tolosa y Juan Carlos Irigoyen. Las primeras noticias no fueron buenas: la radio no pudo instalarse y los integrantes del comando fueron detenidos en la comisaría de Avellaneda, de donde serían 84
trasladados a la Unidad Regional de Lanús ubicada en Córdoba esquina Juncal de esa localidad del sur bonaerense. Mientras tanto, el almirante Rojas, que junto a su esposa presenciaba en el Teatro Colón el ballet El espectro de la Rosa, debió abandonar la sala y ponerse al frente de la represión en el Comando de Operaciones Navales, con la compañía de los civiles Eduardo Busso, Horacio Thedy, Sebastián Soler y Oscar López Serrot. Según el almirante: A las 23.30 horas aproximadamente, ordené que se pusieran en ejecución los decretos-leyes, que contenían la ley marcial y las disposiciones complementarias. Ambos documentos estaban en poder del capitán Manrique. Autentiqué con mi firma quince copias de cada documento, disponiendo que se distribuyeran en el Ministerio de Guerra […] sentí que hacía algo muy necesario para la salud de la República… Pensé en muchas cosas… Pero más que nada, en el pueblo y en su seguridad. No lo hice por temor o por odio […]. Yo no sabía siquiera los nombres de los agitadores. […] También ignoraba hasta ese momento quiénes eran los cabecillas del movimiento. Era necesario no perder la cabeza y actuar con prudencia […]. No se debían cometer excesos.[186]
Pero como no podía ignorar el pensativo almirante, estos se cometieron. Sonó el teléfono en la Unidad Regional de Lanús y le avisaron al encargado de la represión en la zona y subjefe de la policía bonaerense, capitán de corbeta Salvador Ambroggio, que habían puesto en vigencia la ley marcial. Del otro lado del aparato le preguntaron cuántos detenidos tenía. Ambroggio contestó: —Veinte: dos militares y dieciocho civiles. —Fusílelos a todos —le dice la voz cuartelera. Ambroggio intenta un: —No, a todos no… aún no los he interrogado… muchos son simples sospechosos. La voz militar lo interrumpe: —¿Seguros cuántos tiene? —Y… seguros son seis. —Bueno, entonces fusile a los seis. —¿Es una orden? —Sí, es una orden —le dice el vocero de la dictadura. —Entonces la cumpliré.[187]
A pesar de haber sido detenidos antes de ponerse en vigencia la ley marcial, uno a uno fueron pasados por las armas el coronel José Albino Irigoyen, el capitán Jorge Costales, los hermanos Clemente y Norberto Ross, Dante Hugo Lugo y Alberto Albedro. Se solazaba con la escena el hombre que le había transmitido telefónicamente a Ambroggio las órdenes superiores. Allí estaba en persona el general Juan Constantino Quaranta que gritaba: «¡Eso les va a pasar a todos los peronachos inmundos, hay que liquidarlos a todos estos hijos de puta!». El general había sido 85
nombrado en febrero comisionado especial del Poder Ejecutivo en todo el territorio de la República para hacer cosas como las que hizo en Lanús. Empezaba a correr la sangre del pueblo.[188] Para mayores precisiones sobre las diferencias éticas entre Valle y el fusilador Quaranta, la hija del general insurrecto recordaba una anécdota que los pinta de pies a cabeza: Quaranta tenía guardado un viejo rencor contra Valle, porque cuando se venden los ferrocarriles a Argentina, Quaranta hace un negociado con las vías: roba descaradamente. Mi padre lo visita un día, le pone enfrente una 45 y le dice: «Te quedan dos disyuntivas: o devolver lo que robaste o pegarte un tiro…»[189]
Mientras tanto, en una casa de la calle Hipólito Yrigoyen 4519 de Florida, en la zona norte del gran Buenos Aires, un grupo de hombres se juntaba a escuchar la pelea por el título sudamericano entre Eduardo Lausse y el chileno Manuel Loayza. Algunos eran militantes peronistas que esperaban ansiosos la transmisión del comunicado de los rebeldes. La pelea fue corta, el nuestro noqueó a su retador en el tercer round. De pronto un ruido seco que no venía de la radio interrumpió la reunión; era una típica patada de la patota represiva que tiraba la puerta abajo y gritaba: «¿dónde está Tanco?». Algunos pudieron escapar pero otros, que ni siquiera estaban escuchando la pelea y se asomaron por curiosidad, fueron detenidos. Por orden del jefe de la policía de la provincia de Buenos Aires, Desiderio Fernández Suárez,[190] fueron llevados a la regional San Martín. Allí tuvieron tiempo de conocer los motivos de su detención cuando a las dos de la mañana el comisario Rodolfo Rodríguez Moreno recibió la orden de fusilarlos. Los doce detenidos fueron subidos a un camión y trasladados a los basurales de José León Suárez, frente al Club Alemán. Allí fueron fusilados Nicolás Carranza, Francisco Gariboti, Carlos Lizaso, Mario Brión y Vicente Rodríguez. Otros seis lograron huir y quedó gravemente herido sobre el terreno Juan Carlos Livraga, porque los asesinos pensaron que estaba muerto. Livraga pasaría a la historia como la fuente inspiradora de la investigación de Rodolfo Walsh, «el fusilado que vive». Varias décadas después de los hechos, Livraga recordaría su calvario: Me tiraron tres tiros. Uno me pegó en la nariz, apenas me sacó un pedacito. Otro me perforó la mandíbula de un lado a otro y a partir de esa época quedé sordo de ese oído. Y el del brazo es una 45, me lo pegó Rodríguez Moreno […]. Me quedé sin moverme, siento que se van. Volvieron al carro de asalto y ahí hubo unos tiros, se había escapado uno de los presos y dispararon contra los policías, eso lo supe después. Cuando vi que ya no había moros en la costa, me levanté y vi a los que estaban muertos […]. Al final me llevan a la 1.a de Moreno y me meten en el calabozo. […] Ahí me tuvieron 28 días, sin atención médica, ni comida, ni nada. Nadie se podía acercar a ese cuartito, puro cemento y a oscuras. Un día vienen unos auditores a tomarme declaración, qué declaración si no podía hablar. Entonces me mostraron
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algo escrito y me amenazaron […] firmé lo que inventaron ellos, eso del tiroteo y que me escapé […]. Todas las noches venía (en la cárcel de Olmos) una voz de ultratumba que decía: «Atención a la población». Y llamaba a Fulano y a Mengano. A muchos los llamaban para darle picana. Esa noche, al final, la voz dice: «Juan Carlos Livraga y Miguel Ángel Salvador Giunta». Todos vienen y me dicen: «Juan, te vas, te vas». Yo no creía. Me llevan y me encuentro con mi abogado. Ahí me quedé tranquilo. Me hicieron el pianito y quedé libre. Era 17 de agosto […]. La primera operación en la boca duró 16 horas. Llevo siete operaciones, tengo todo de platino, arriba perdí todos los dientes, hubo que hacer todo de nuevo. Y me quedó un agujero arriba que cuando terminaba de comer tenía que hacer fuerza con la nariz tapada para que saliera la comida por el agujero y no se infectara. Igual me agarró una infección muy grande. Me llevaron a la Facultad de Odontología con un nombre falso para que no me reconocieran. Y ahí me curaron. Hasta ahora me cuesta mover la mandíbula, si la abro mucho se me sale. Tengo una sinusitis crónica. Y tuve otro problema. Cuando con la 45 Fernández Suárez me pegaba acá (se señala el estómago), me quedó todo negro durante ese mes que estuve preso. Resulta que me afectó la aorta. En el 2006 me operaron porque estaba muy mal, y al abrir encontraron una bola de sangre de doce centímetros en el nacimiento de la aorta. Era un coágulo que se empezó a formar ese día, fue creciendo y me lo sacaron 50 años después.[191]
El responsable de esta «operación masacre», Desiderio Fernández Suárez, quince años después de los hechos señalaba: Yo no ordené ningún fusilamiento. Ese sábado, al recibir la orden de allanar la finca de Florida, me hallaba en mi domicilio. Una vez cumplida la operación, me dirigí a la Casa Rosada, donde me entero que quieren tomar la jefatura de Policía de La Plata. Entonces allí me ordenan el fusilamiento de los detenidos de Florida y así se la transmití a Rodríguez Moreno. Desde La Plata volví a llamar, es verdad, pero porque a mi vez me preguntaron si ya habían sido fusilados los presos ¿Quién me daba tales órdenes? Averígüelo, no soy delator. [192]
De cara al Sol Con el sol en lo alto de ese trágico día, uno de los impulsores de la masacre, Isaac Rojas, esperaba ansioso en el puerto la llegada del otro máximo responsable de los fusilamientos, Pedro Eugenio Aramburu. La ansiedad del marino tenía que ver con que en la Plaza de Mayo los esperaba una enfervorizada multitud de gorilas que gritaban «Dale Rojas, dale leña» y «Aramburu dale duro». En el camino fueron recibiendo las adhesiones de los partidos de la Junta Consultiva que apoyaban todo lo actuado, es decir, la operación masacre. El Partido Demócrata Cristiano declaraba: «Elementos interesados e irresponsables han pretendido destruir la obra de la Revolución Libertadora». La UCR señalaba: «Fuerzas oscuras de un ejército no depurado han pretendido levantar la bandera del régimen depuesto». El Partido Socialista decía: «Los jerarcas del régimen depuesto han provocado un nuevo día de duelo nacional». Finalmente, el Partido Demócrata, con lenguaje pionero, hablaba de un «criminal
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intento subversivo». Los «libertadores» se dirigieron desde el clásico balcón de Perón a ese «pueblo» que pedía más sangre. El presidente dijo entonces: En pocas horas se ha derramado mucha sangre argentina. Que esa sangre, que es argentina, aun de los equivocados, una definitivamente a la nacionalidad para que, unida y sin espejismos avance por la luz en cumplimiento de sus altos ideales.
Seguidamente, el jefe de la dictadura se adelantaba a alguno de los tópicos del discurso dictatorial de las décadas siguientes: Lo ocurrido es obra de minorías y por ellas el país debe hacer un pequeño alto en su camino. Es el alto que sugiere recapacitar en las culpas propias y ajenas; es el alto que permite renovar el cariño por lo que es nuestro y no ha de sernos robado por ninguna extraña ideología; es el alto donde la fe, el coraje y la voluntad de trabajo se vivifican; es el alto donde se escuchan las voces de San Martín, de Belgrano, de Brown, de Urquiza, de Mitre y de Sarmiento; es el alto donde besamos a nuestras mujeres y a nuestros hijos. La unión de las Fuerzas Armadas ha quedado terminantemente demostrada como para que nadie dude de ella y como para que todos respeten en ellas a la Libertad y a la Democracia. Y, con las Fuerzas Armadas, la ciudadanía, la gendarmería, la prefectura y las policías combatiendo codo a codo con la misma decisión y el mismo aliento. Pueblo de la Nación: el proceso de recuperación se ha de cumplir plenamente, pese a cuantos quieran interponerse, en cualquier forma que sea. Y cuando llegue la oportunidad, vendrán los gobiernos constitucionales que, afianzando la recuperación, habrán de reconocer de esta Revolución Libertadora —la última— su intención sin ocultaciones y su fe inquebrantable en la dignidad del ser humano. Elevemos en nuestros corazones una plegaria a Dios por los caídos, y reciban sus familiares el consuelo siempre generoso de un pueblo altivo.[193]
No parecía muy «altivo» aquel «pueblo» que en la Plaza seguía pidiendo sangre: Aquella mañana, recuerda Walsh, sucedió también que unos «niños bien», conocidos como «los torturadores del segundo piso del Congreso», por la refinada saña desplegada en ese lugar, invadieron la Cárcel de Caseros, pasando por encima de su Director, y ocuparon la mañana en vejar a los presos políticos: Leloir, Albrieu, Benítez, Cooke, Rocamora y otros. Durante la tarde y parte de la noche los tuvieron de cara al muro, con las manos en alto y con un pelotón de soldados apuntándoles a las espaldas, a la espera de la voz de «¡Fuego!».[194]
La pata civil de la dictadura, la Junta Consultiva Nacional, emitió el siguiente comunicado que avalaba los fusilamientos: Los episodios de la víspera y de la fecha han puesto de manifiesto que los enemigos de la libertad no han desaparecido ni se conforman con la amplia perspectiva democrática que la Revolución Libertadora ofrece a todos. Tales circunstancias imponen como primera medida del gobierno la de defender la Revolución Libertadora y como primer deber de la ciudadanía democrática la de apoyar
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vigorosa y constantemente la acción ejecutiva de la Revolución.[195]
El presidente duerme En ese clima se inició el juicio sumario contra los militares que intentaron tomar la guarnición de Campo de Mayo. El tribunal militar, presidido por el general Juan Carlos Lorio, dictaminó que no correspondía aplicar la pena capital. Contaba el almirante Rojas: Lorio explicó que para dar un escarmiento ejemplar bastaba —a su juicio— con ejecutar a un oficial subalterno (un teniente primero o un capitán) que había sublevado un batallón de la guarnición. Le rebatí con calor su punto de vista, diciéndole que no era posible ajusticiar a un subalterno y perdonar a los cabecillas. Que si hacíamos tal cosa, el Ejército —en primer lugar — y las otras Fuerzas Armadas y el pueblo, luego, nos juzgarían duramente. A todos o a ninguno… Y en último caso, solo a los cabecillas. Por supuesto, no se me replicó. La Junta Militar resolvió por unanimidad que los cabecillas debían ser ejecutados. Pero el general Lorio no quiso aceptar una convalidación de la orden posterior a su cumplimiento. Fue necesario firmar un decreto-ley, después de lo cual el general se retiró para disponer su cumplimiento.[196]
Así nació el decreto 10.364 que ordenaba la muerte de once militares. La señora de uno de los sentenciados, el coronel Ricardo Ibazeta, confiando en el espíritu cristiano del presidente Aramburu, decidió dirigirse con sus cinco hijos a la residencia de Olivos para solicitarle la gracia del perdón al presidente. Tras una larga espera tras las rejas de la quinta presidencial, le respondieron: «el presidente duerme». Susana Ibazeta pidió entonces que la atendiera la primera dama, Sara Herrera de Aramburu, pero se le dijo que ella también dormía. Desde la cárcel, José Gobello escribió estos inolvidables versos en esos días de junio de 1956: La noche yace muda como un ajusticiado, Más allá del silencio nuevos silencios crecen, Cien pupilas recelan las sombras de la sombra, Velan las bayonetas y el presidente duerme. Muchachos ateridos desbrozan la maleza Para que sea más duro el lecho de la muerte… En sábanas de hilo, con piyama de seda El presidente duerme. La luna se ha escondido de frío o de vergüenza, Ya sobre los gatillos los dedos se estremecen, 89
Una esperanza absurda se aferra a los teléfonos, Y el presidente duerme. El llanto se desata frente a las altas botas. Calle mujer, no sea que el llanto lo despierte. Sólo vengo a pedirle la vida de mi esposo. ¡El presidente duerme! […] ¡Viva la patria! Y luego los dedos temblorosos, Un sargento que llora, soldados que obedecen, Veinticuatro balazos horadando el silencio… Y el presidente duerme. Acres rosas de sangre florecen en los pechos, El rocío mitiga las heridas aleves, Seis hombres caen de bruces sobre la tierra helada Y el presidente duerme. […] ¡Oh, callan, callan todos! Callan los camaradas… Callan los estadistas, los prelados, los jueces… El Pueblo ensangrentado se traga las palabras Y el presidente duerme. El Pueblo yace mudo como un ajusticiado, Pero, bajo el silencio, nuevos rencores crecen. Hay ojos desvelados que acechan en la sombra Y el presidente duerme.[197]
La fusiladora El 11 de junio fueron ejecutados otros rebeldes en Campo de Mayo, en La Plata, en la Escuela de Mecánica del Ejército y en la Penitenciaría Nacional de la avenida Las Heras. Uno de los integrantes del pelotón de fusilamiento de la Escuela de Mecánica del Ejército, que por entonces tenía veintiún años, le narró a Enrique Arrozagaray, cincuenta años después de los hechos, cómo fue aquella carnicería: Entramos de guardia y ya habían pasado muchas horas de ese día, cuando viene un aspirante más antiguo y se pone a señalarnos: «¡A ver, vos, vení, y vos, y vos!». Vamos con él hasta un
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descampado donde había un ombú. Nos cargan fusiles y nos los dan. Nos hacen formar grupos de tres o cuatro aspirantes, creo que todos éramos aspirantes. Y nos ponen delante de cuatro suboficiales. Ahí recién me doy cuenta que los íbamos a ejecutar. Fue una ejecución simultánea, tres o cuatro de nosotros para cada uno de los suboficiales. A mí me tocó pararme delante de Ernesto Garecca, a quien conocía bien y lo estimaba. Había un general por ahí —tal vez (Ricardo) Arandía— además del oficial de servicio a cargo de los cuatro pelotones. Era una locura. Cuando estábamos a punto de disparar Garecca se abre la camisa, desafiante. Nosotros estábamos rodilla en tierra. Disparamos. Hugo Quiroga salió caminando con todas las balas encima. El oficial le fue a dar el tiro de gracia pero la pistola se le trabó, entonces se acercó el general ése y le prestó su pistola. Garecca tampoco murió enseguida, se movía. Una locura… Cuando me paré largué una maldición: creí que me iban a sancionar, pero no: todos estábamos shockeados.[198]
En Campo de Mayo, en la madruga del 11 de junio de 1956 también fueron fusilados los coroneles Alcibíades Cortínez y Ricardo Ibazeta, los capitanes Néstor Cano y Eloy Caro, el teniente primero Jorge Noriega y el teniente de banda Néstor Videla. Sobre los ejecutados en la Penitenciaría, decía Walsh: El sargento Luis Pugneti, padre de dos niños, uno de 8 años, otro de apenas meses; el suboficial Luciano Isaías Rojas, padre de tres nenes, de 5, 3 años y un mes; el suboficial Luis Isauro Costa, padre de cuatro hijos de 8, 5, 3 y 1 año. ¡Tres padres de familias y nueve huérfanos! Los mencionados suboficiales fueron ejecutados en el Penal de Las Heras en la madrugada del 11 o acaso la tarde del 10. Lo cierto y terrible es que sus familiares no fueron enterados ni de la condena a muerte, ni del fusilamiento, ni siquiera del entierro. Recién ocho días después de sepultados fueron llamados los padres, las esposas y los hijos de las víctimas y se les señalaron los rectángulos de tierra, en el cementerio de Chacarita, donde yacían los cadáveres.[199]
En La Plata, las tropas sublevadas, encabezadas por el teniente coronel Oscar Cogorno, el mayor Juan José Pratt y el capitán Jorge Morganti, lograron tomar el Regimiento 7 de Infantería y la Jefatura de Policía de Infantería. Resistieron hasta donde pudieron los ataques rasantes de los aviones navales. Consciente de la derrota, Cogorno no quiso arriesgar una sola vida más. Antes de entregarse, intentó acercarse a su casita de City Bell para despedirse de su mujer y sus hijos, pero fue delatado y detenido en el camino. Lo fusilaron en la madrugada del 11 de junio en el paredón del Regimiento 7. Señalaba Rodolfo Walsh en la revista Mayoría: Cuando después de haber sido fusilado las fuerzas policiales invadieron el domicilio del Teniente Coronel Cogorno, no encontraron a nadie en él. La desgraciada familia del militar muerto en las acciones de junio, ya había sido puesta sobre aviso y abandonado la casa. Fue lo que aprovecharon los invasores para dedicarse al saqueo. Como si Cogorno debiera pagar —aun después de fusilado— su rebeldía, fueron sustraídos de su hogar objetos familiares, su sable de oficial del Ejército fue partido en dos y luego, como brillante final, se
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ametrallaron todos los muebles y las paredes de lo que había sido su hogar. Finalmente la casita del valiente soldado se dejó librada a la barbarie de los «buenos vecinos» que completaron los actos de bandidaje de las «fuerzas del orden», que en esos momentos habían mostrado en qué consiste la línea Mayo Caseros.[200]
Me decía Andrés López: La revolución del 9 de junio de 1956 la iniciamos los suboficiales porque los oficiales estaban todos presos, o en la cárcel o en los barcos. Así que empezamos nosotros a organizar la revolución. Nosotros ya veníamos conspirando, habíamos recorrido el interior del país. Estábamos organizando con los oficiales todo. A nosotros en las reuniones nos decían que el General tenía conocimiento y apoyaba la revolución. Nosotros teníamos delirio por el General. Nos enteramos por medio del mayor Vicente que, de triunfar la revolución, en 180 días se iba a llamar a elecciones. Yo digo en una reunión de suboficiales: «No, a nosotros nos dijeron que ni bien triunfara el movimiento volvía Perón». Entonces le pedimos una entrevista a Valle. Valle me dice: «López, yo no estoy de acuerdo con lo que ustedes van a hacer». Nosotros nos habíamos puesto de acuerdo que si tomábamos todas las unidades, a los traidores los íbamos a pasar por las armas. Valle dice: «No, López, no hagan eso, por favor. Yo quiero hacer una revolución altruista, si es posible sin derramar una gota de sangre». Y no me olvido nunca. Le digo: «Mi general, si usted cree que vamos a ganar una revolución aplaudiendo, nos van a matar a todos». Y el tiempo me dio la razón.[201]
Santa Rosa, capital de La Pampa, provincia que durante el peronismo se llamó Eva Perón, fue la única ciudad donde los rebeldes, encabezados por el coronel Adolfo César Phillipeaux, lograron parcialmente sus objetivos: tomaron el cuartel, la jefatura de policía, las comisarías y la cárcel, donde liberaron a los presos políticos. También ocuparon la casa de gobierno, abandonada por el interventor federal, doctor Garmendia, quien se escondió en la casa de un amigo y pidió ayuda a los «libertadores» porteños. Pero la acción que más rédito les dio fue la toma de la emisora local, desde donde transmitieron la proclama del MRN firmada por Valle. La emisora fue bombardeada a la mañana siguiente por aviones navales provenientes de la base Almirante Espora mientras avanzaban las tropas «leales» del Regimiento 13 de Toay que pusieron fin al alzamiento en La Pampa. Phillipeaux trató de huir pero fue apresado en Villa Mercedes, San Luis, y regresado a Santa Rosa, donde se salvó de ser fusilado porque el gobierno ya había anulado la ley marcial.
El general, cuando no duerme, da entrevistas Mientras estaban en curso los fusilamientos, La Nación publicó una entrevista a Aramburu. En ella el general reconocía que el gobierno tenía «conocimiento anticipado del movimiento», y pretendía vincular al frustrado intento de Valle
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las huelgas estudiantiles y gremiales en las que los jóvenes estudiantes y los obreros participaron como lo hacen siempre defendiendo hidalgamente sus ideales, pero sin advertir que estaban haciendo el juego a agitadores profesionales e interesados en la alteración del orden. Más claro indicio de esa acción perturbadora lo fue la llamada huelga del transporte. Esa presunta gestión gremial, estaba vinculada al personal desplazado del Ejército. […] Muchos de esos elementos eran vigilados y hasta habían sido detenidos con antelación.[202]
Aramburu consideraba que los «efectivos sublevados» eran pocos, aunque señalaba: Pero prosiguen las investigaciones. Éstas se hacen sobre la base de una profusa documentación secuestrada y que se conceptúa de gran importancia para establecer todas las conexiones de la sublevación. Pero destaco desde ahora, el hallazgo de una valija con sobres en que se daban órdenes de ultimar a determinados vecinos de ciertas manzanas ubicadas en ésta. Tras una pausa el general Aramburu calificó duramente lo ocurrido: «Fue un movimiento de irresponsables, sin ninguna posibilidad de éxito». Y adujo, luego, que había pasado la época en que bastaba salir a la calle con una unidad de ejército para hallar expedito el camino de la conquista del poder.
Y para cerrar el diálogo, declaraba categóricamente: «La Revolución tomará enérgicas medidas, amparada en el hecho de que sabe que defiende los ideales de la nacionalidad y el futuro del país».[203] Después de brindarle la «primicia» al diario de los Mitre, Aramburu dio, el lunes 11 de junio, una conferencia de prensa. En ella intentó plantear que el levantamiento había sido financiado por Perón desde el exterior: «Llegó mucho dinero de Panamá vía Chile y Uruguay».[204] Sin embargo, todos los testimonios señalan lo contrario. Por ejemplo, Délfor Díaz, segundo de Cogorno y sobreviviente de los hechos, declararía años después: Quiero destacar que en ningún momento recibimos contribuciones monetarias para los muchos gastos que demandaba viajar, reunirnos, comer, etc. Todo se hizo, hablando en criollo, a los ponchazos, con mucha voluntad, a puro pulmón […]. Para todas las operaciones previas solo contamos con cuatro vehículos […]. Uno de ellos lo puso a nuestra disposición el compañero fallecido José Parolini, lo manejaba su hijo Carlos; otro coche era del yerno de Parolini, Tito Mantini y él mismo lo manejaba; el compañero Marciano prestó su camioneta, una pequeña Justicialista, y recuerdo que en ella mudamos a la familia Cogorno desde City Bell a una humilde vivienda cercana a Villa Elisa […]. El cuarto vehículo era el mío, un viejo Ford 37. José Parolini dio todo por este movimiento. Además del coche, él pagaba de su bolsillo la nafta; ofreció su casa (allí se cambió Cogorno el día 9). También su casa quinta cerca de Olmos, donde hicimos varias reuniones. Nuestro comando siempre recordará con gran gratitud a este compañero.[205]
La falta de recursos contribuyó a que no estuviesen coordinadas las acciones de 93
los sublevados. Según Raúl Tanco: Varias son las causas [del fracaso]. Pero creo que el medio civil no estuvo totalmente maduro. Hubo muchas filtraciones por la falta de discreción. Ahora creo que la más importante fue la falta de comunicación. La proclama no salió al aire y es entonces donde muchos no saben qué hacer. Algunos se largan, como Phillipeaux en La Pampa, pero otros dan marcha atrás. Si hubiese salido la proclama, la eclosión, pienso, habría sido difícilmente contenible.[206]
Antes del fusilamiento de Valle y de sus compañeros, escribía Perón desde el exilio: El fracaso de la asonada del 10 de junio [sic] ha sido la consecuencia del criterio militar del cuartelazo. Los dirigentes de ese movimiento han procedido hasta con ingenuidad. Lástima grande es que hayan comprometido inútilmente la vida de muchos de nuestros hombres, en una acción que, de antemano podía predecirse como un fracaso. Yo vengo repitiendo, a los mismos peronistas precipitados, que no haremos camino detrás de los militares que nos prometen revoluciones cada fin de semana. Hace cinco meses impartí las instrucciones sobre la forma en que debíamos encarar el problema: mediante la resistencia civil. Durante estos cinco meses no he hecho sino repetir que los golpes militares no interesaban al peronismo porque no era solución salir de las manos de una dictadura para caer en otra. Que la única solución aceptable para nosotros era la voluntad del pueblo y que para ello debíamos recurrir a las fuerzas del pueblo y no a las fuerzas militares. Que la acción de las fuerzas del pueblo eran operaciones de resistencia y no golpes de Estado. […] todo ello lo he repetido miles de veces a todos los apresurados que confiaban más en un golpe de la fortuna que en la preparación sistemática y racional de un trabajo adecuado. Desgraciadamente, el golpe fallado del 10 de junio, me ha dado la razón, pero el precio ha sido demasiado grande. Hubiera preferido equivocarme.[207]
Luego de enterarse de los fusilamientos, Perón le escribía a su delegado personal, John W. Cooke: Yo también era pacifista hasta el 9 de junio pero, después de los crímenes cometidos por los tiranos, apoyados por los partidos políticos, ya no tengo esperanzas que esto se pueda solucionar sino en forma cruenta. El odio y el deseo de venganza que estas alimañas han despertado en el pueblo, saldrá algún día a la calle convertido en fuerza motriz […]. Cuanto más violentos seamos mejor: al terror no se lo vence sino con otro terror superior.[208]
Entre mi suerte y la de ustedes… La última aparición pública del hombre más buscado en ese momento tuvo un giro increíble: el general Valle concurrió al velorio de su compañero, el coronel Cortínez. Allí se enteró de que el gobierno había lanzado un comunicado anunciando que si se entregaba, se terminarían los fusilamientos. Valle volvió a la casa de su amigo Ángel 94
Gabrielli en la calle Corrientes al 4000. Sentía que no podía seguir en la clandestinidad mientras continuaran matando a sus camaradas. Aramburu, ante la presión, más que tardía, de parte de la cúpula de la Iglesia y de la Corte Suprema de Justicia, había declarado que cesaría la matanza a partir de la hora cero del 12 de junio. Cuenta Rojas cómo fue aquella visita de la adicta Corte en pleno a los dos jefes de la fusiladora, el 11 de junio: El objeto de la visita fue ambivalente; por un lado, expresaron su solidaridad con el Gobierno Provisional ante la emergencia ocurrida y, por el otro, solicitaron que la vigencia de la ley marcial […] no se extendiera demasiado. Esto fue lo manifestado en la audiencia por el presidente del alto cuerpo, Dr. Orgaz. En una oportunidad, el doctor Herrera, quien estaba sentado a mi izquierda, me dijo, palabra más, palabra menos: «En el fondo, estamos de acuerdo con la energía y con la severidad extremas con que el Gobierno Provisional ha reprimido la revuelta, incluso con la aplicación de la pena de muerte… Sin embargo, como Tribunal de Justicia Ordinaria, no podemos hacer pública la manifestación de estos sentimientos. Pienso, personalmente, que no es conveniente aplicar la ley marcial a miembros del personal subalterno del Ejército, que están comprometidos, y tampoco debe prolongarse por mucho tiempo más la vigencia de aquella ley…»[209] […] Cuando me tocó hablar en esta reunión dije que al firmar las leyes represivas lo había hecho con una gran tranquilidad de conciencia, pues pensé que no me oponía a una ideología comparable a la nuestra, sino que me oponía a una banda de asaltantes de quienes teníamos la obligación de proteger al pueblo. […] Para ese entonces, el presidente y yo ya habíamos decidido no permitir más ejecuciones. Pero estaba pendiente lo de Valle, que era inevitable. [210]
Los señores ministros de la Corte «olvidaban» el artículo 18 de la Constitución Nacional de 1853, que señala: «Quedan abolidos para siempre la pena de muerte por causas políticas, toda especie de tormento y los azotes». A pesar de que Valle ya había tomado la decisión de entregarse, su amigo Gabrielli logró contactar al poderoso Manrique para que intercediera ante Rojas para garantizar la vida del general. Manrique fue con la buena noticia a la casa de Rojas y este le aseguró: «Bajo mi responsabilidad, que se entregue. Su vida no correrá peligro ninguno».[211] A las 4 de la mañana de aquel 12 de junio, Valle se entregaba en el Regimiento 1 de Palermo «con todas las garantías», según habían asegurado Aramburu públicamente y Rojas en privado. Incluso La Nación había titulado su edición del 12 de junio: «Es voluntad del gobierno evitar un mayor derramamiento de sangre». No obstante las promesas, la sentencia estaba dictada de antemano por un tribunal militar integrado por tres generales. Quaranta pidió la pena de muerte. Aramburu firmó la sentencia. Recordaba el general Tanco:
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En una reunión con Valle en una casa de la calle Coronel Díaz, le dije que «si fracasa la revolución, Aramburu nos fusila». Con Valle diferíamos respecto de Aramburu. Valle creía, por su amistad con él, que no procedería como procedió. Yo no pensaba lo mismo […]. Yo lo conocía a Aramburu y siempre me impresionó como un hombre frío, calculador. […]. Aramburu no tenía escrúpulos.[212]
Valle fue fusilado. El hombre que en privado había dado su palabra de que el general, «bajo su responsabilidad», no corría peligro alguno, recuerda. El día 11, pasadas las 21.00 horas, obtuve personalmente del presidente Aramburu la suspensión de toda otra ejecución. Ya no debía correr más sangre de hermanos… Pero aún no estaba derogada la ley marcial. Solo se quebró la suspensión de aquella medida cuando se encontró al general Valle, cabecilla principal, que fue entregado por un «amigo».[213]
La dupla gobernante ratificó, en armonía con la Junta Militar, la pena máxima contra el general Valle en una reunión que Rojas contaba así: El día 12, en reunión de la Junta Militar para considerar la situación del general Valle, tanto Aramburu como Ossorio Arana sostuvieron que no era posible conmutarle la pena. Krause adhirió a esas opiniones con cierta vehemencia, por lo que me vi precisado de hacerle presente que la decisión estaba, en última instancia, en manos del general Aramburu, quien además era compañero de promoción de Valle. El general Ossorio Arana expresó con toda firmeza que «si el general Valle no era ejecutado, toda la oficialidad del Ejército se indignaría, pues él era el cabecilla principal». El presidente Aramburu, con el asentimiento de toda la Junta Militar, ordenó la ejecución de Valle. En total hubo 27 fusilamientos. Con esta pena era ya suficiente, por lo que el día 13 se emitieron los decretos-leyes derogando la ley marcial y conmutando todas las ejecuciones pendientes.[214]
Según la versión de su hijo, Aramburu dijo en ese momento: Si después que hemos fusilado a suboficiales y a civiles le perdonamos la vida al máximo responsable, a un general de la Nación que era jefe del movimiento, estamos creando un antecedente terrible; va a parecer que la ley no es pareja para todos y que entre amigos o jerarquías parecidas no ocurre nada; se consolidaría la idea de que la ley se aplica solo a los infelices.[215]
A las 20 horas del día 12 alguien llamó a la casa de Valle y avisó a familia: «a las 22 preséntense en la Penitenciaría, será fusilado el general». Con su madre enferma, Susana Valle, que por entonces tenía 18 años, trató de ver a monseñor Miguel De Andrea, el viejo consejero espiritual de la organización paramilitar autodenominada Liga Patriótica durante la represión de la Semana Trágica. Le avisaron que el hombre de Dios estaba comiendo con Aramburu. Susana insistió, pero ninguno de los dos comensales se inmutó; no deseaban ser molestados. 96
Así recordaba Susana Valle esos últimos momentos de su padre: Yo lo fui a ver cuando estaba en la Penitenciaría Nacional. Él pidió ser fusilado de civil, pidió la baja del Ejército […]. Papá estaba muy entero, lo fui a ver minutos antes que lo fusilaran y estaba tremendamente entero. Estábamos rodeados de la infantería de marina. Yo estaba bastante mal y papá me dijo: «Mirá, si vas a llorar andate, porque evidentemente esto no es tan grave como vos lo suponés; porque vos te vas a quedar en este mundo y yo ya no tengo más problemas». Me sentó en su falda, recuerdo un detalle, yo no fumaba en su presencia y me pidió un cigarrillo. También recuerdo la temperatura de sus manos, no era ni fría ni caliente, estaba absolutamente normal. Papá estaba convencido de lo que iba a hacer. Me entregó las cartas: una para Aramburu, otra para el pueblo argentino, para abuela, mamá y para mí, me dio un gran abrazo y se fue. El jefe de los infantes de marina dijo que lo hicieran pasar frente al pelotón «para que los esbirros peronistas vean el destino que les espera», todo estaba armado con gran sadismo, con absoluto sadismo. Yo pasé, me muestran el pelotón y uno de los soldaditos salió de la fila y se me prendió llorando: «Te juro que yo no lo mato». A ese chico lo tuvieron que retirar con un ataque de nervios. Después, me fui. Ellos lo fusilaron, yo me lo llevé en el corazón.[216]
Las últimas cartas Valle pudo escribir algunas cartas antes de ser fusilado en la Penitenciaría Nacional, el mismo lugar donde se había ejecutado por última vez por razones políticas. Había ocurrido 25 años antes, en el marco de otra dictadura cívico-militar, la del general José Félix Uriburu, y allí cayeron el anarquista Severino Di Giovanni y su cuñado y compañero de ideas Paulino Scarfó. La primera de estas conmovedoras cartas estaba dirigida a su hija Susana: Querida Susanita: Sé fuerte. Te debes a tu madre. Sé muy compañera de ella y ayúdala a pasar este triste momento. No te avergüences de tu padre, muere por una causa justa: algún día te enorgullecerás de ello. Te deseo muchas felicidades en tu vida; y algún día a tus hijos cuéntales del abuelo que no vieron y que supo defender una noble causa. No muero como un cualquiera, muero como un hombre de honor. Ni siquiera puedo darte el beso de despedida, hasta eso los hombres me han negado. Pero desde el fondo de mi corazón te mando toda la ternura y el idolatrado cariño que te tengo, hija querida. Desde el más allá velaré por ti; y en los momentos difíciles de tu vida que deseo sean pocos, recurre a mí, que estaré como siempre para defenderte. Te pido nuevamente que veles por tu mamita. Sé su mejor compañera y que también sea tu mejor y segura consejera. Mi chiquita, tené valor y da el ejemplo de entereza que honra nuestra sangre.[217] Nuestro honor no ha sido manchado jamás y con orgullo puedes ostentar nuestro nombre. Mi linda pequeña, trabaja con fe en la vida y en tus fuerzas. Solo traiciones y venganzas me llevan a este fin, pero no quiero dejarles ninguna amargura y
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Dios será misericordioso y velará siempre por ustedes. Cuida mucho a mamita. Ella es muy buena y debe estar a tu lado por mucho tiempo más, para que con la resignación recobren la felicidad que hoy se pierde. Susanita, te quiero y siempre cuidaré de ti. En estos papeles están todos mis besos que hubiera deseado darte, mi linda, coraje y a luchar con la frente alta en la vida. Que Fofy sea bueno contigo, eso es lo que a él le pido. Adiós, querida, besos y muchos cariños de tu papito que siempre te ha adorado. Papito.
Otra carta estaba destinada a su compañera Dora: Querida Mía: Con más sangre se ahogan los gritos de libertad, he sacrificado toda mi vida para el país y el ejército, y hoy la cierran con una alevosa injusticia. Sé serena y fuerte. Dios te ayudará y yo desde el más allá seguiré velando por ustedes. No te avergüences nunca de la muerte de tu esposo, pues la causa por la que he luchado es la más humana y justa: la del Pueblo de mi Patria. Cuida mucho a Susanita, y que después de este amargo trance encuentren resignación y mucha felicidad. Tenemos muy buenos amigos; confía en ellos, yo les he pedido que te ayuden. Muchas cosas tendría que decirte pero las sintetizo en una sola; me has hecho muy feliz y por ello me voy de la vida con esa serenidad que me has sabido inspirar siempre. Despedime de todos: de tu mamá que tan buena ha sido conmigo. Te deseo mucha resignación. Sé fuerte y continúa la vida con mi recuerdo y con la frente alta, pues de nada debemos avergonzarnos. Hoy se difama la honra y el honor; pero yo he procedido siempre con integridad. Solo pienso que no terminamos nuestra obra en común la felicidad de nuestra querida hija. A ti queda el hacerlo. Sé fuerte para ello. Y por eso debes hacer frente a la vida con entereza y mucha confianza en tus fuerzas, que las sé muchas. No me dan tiempo siquiera a despedirme de ti con un gran beso. Aquí te lo envió. Pongo en él mi corazón, que ha sido siempre de mi mujercita querida. En los últimos momentos no quiero tener amargura con los hombres que se olvidan de todo lo que es humano. Mi viejita, perdóname este final de nuestra vida. Pido a Dios que te reconforte pronto para seguir luchando por nuestra hija y por vos misma. Un tropel de emocionadas palabras son las de mi despedida definitiva. Que Dios te proteja y en la resignación encuentres alivio a esta tortura. Besos y besos de tu Juanjo. Adiós mi amor.[218]
Finalmente, le escribía a su verdugo y ex compañero Aramburu: Dentro de pocas horas usted tendrá la satisfacción de haberme asesinado. Debo a mi Patria la declaración fidedigna de los acontecimientos. Declaro que un grupo de marinos y de militares, movidos por ustedes mismos, son los únicos responsables de lo acaecido. Para liquidar opositores les pareció digno inducirnos al levantamiento y sacrificarnos luego fríamente. Nos faltó astucia o perversidad para adivinar la treta. Así se explica que nos esperaran en los cuarteles, apuntándonos con las ametralladoras, que avanzaran los tanques de ustedes aun antes de estallar el movimiento, que capitanearan tropas de represión algunos oficiales comprometidos en nuestra revolución. Con fusilarme a mí bastaba. Pero no, han querido ustedes, escarmentar al pueblo, cobrarse la impopularidad
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confesada por el mismo Rojas, vengarse de los sabotajes, cubrir el fracaso de las investigaciones, desvirtuadas al día siguiente en solicitadas de los diarios y desahogar una vez más su odio al pueblo. De aquí esta inconcebible y monstruosa ola de asesinatos. Entre mi suerte y la de ustedes me quedo con la mía. Mi esposa y mi hija, a través de sus lágrimas verán en mí un idealista sacrificado por la causa del pueblo. Las mujeres de ustedes, hasta ellas, verán asomárseles por los ojos sus almas de asesinos. Y si les sonríen y los besan será para disimular el terror que les causan. Aunque vivan cien años sus víctimas les seguirán a cualquier rincón del mundo donde pretendan esconderse. Vivirán ustedes, sus mujeres y sus hijos, bajo el terror constante de ser asesinados. Porque ningún derecho, ni natural ni divino, justificará jamás tantas ejecuciones. La palabra «monstruos» brota incontenida de cada argentino a cada paso que da. Conservo toda mi serenidad ante la muerte. Nuestro fracaso material es un gran triunfo moral. Nuestro levantamiento es una expresión más de la indignación incontenible de la inmensa mayoría del pueblo argentino esclavizado. Dirán de nuestro movimiento que era totalitario o comunista y que programábamos matanzas en masa. Mienten. Nuestra proclama radial comenzó por exigir respeto a las Instituciones y templos y personas. En las guarniciones tomadas no sacrificamos un solo hombre de ustedes. Y hubiéramos procedido con todo rigor contra quien atentara contra la vida de Rojas, de Bengoa, de quien fuera. Porque no tenemos alma de verdugos. Solo buscábamos la justicia y la libertad del 95% de los argentinos, amordazados, sin prensa, sin partido político, sin garantías constitucionales, sin derecho obrero, sin nada. No defendemos la causa de ningún hombre ni de ningún partido. Es asombroso que ustedes, los más beneficiados por el régimen depuesto, y sus más fervorosos aduladores, hagan gala ahora de una crueldad como no hay memoria. Nosotros defendemos al pueblo, al que ustedes le están imponiendo el libertinaje de una minoría oligárquica, en pugna con la verdadera libertad de la mayoría, y un liberalismo rancio y laico en contra de las tradiciones de nuestro país. Todo el mundo sabe que la crueldad en los castigos la dicta el odio, solo el odio de clases o el miedo. Como tienen ustedes los días contados, para librarse del propio terror, siembran terror. Pero inútilmente. Por este método solo han logrado hacerse aborrecer aquí y en el extranjero. Pero no taparán con mentiras la dramática realidad argentina por más que tengan toda la prensa del país alineada al servicio de ustedes. Como cristiano me presento ante Dios que murió ajusticiado, perdonando a mis asesinos, y como argentino, derramo mi sangre por la causa del pueblo humilde, por la justicia y la libertad de todos no solo de minorías privilegiadas. Espero que el pueblo conocerá un día esta carta y la proclama revolucionaria en las que quedan nuestros ideales en forma intergiversable. Así nadie podrá ser embaucado por el cúmulo de mentiras contradictorias y ridículas con que el gobierno trata de cohonestar esta ola de matanzas y lavarse las manos sucias de sangre. Ruego a Dios que mi sangre sirva para unir a los argentinos. Viva la Patria. Juan José Valle. Buenos Aires, 12 de junio de 1956.[219]
En memoria de Rodolfo Walsh Lilia Ferreyra, la última compañera de Rodolfo Walsh, recordaba así al hombre que hizo conocer al mundo la barbarie de la «Libertadora» con sus artículos en Mayoría, que se convirtieron en libro bajo el título de Operación Masacre, y que décadas más 99
tarde redactará su extraordinaria y póstuma Carta a la Junta Militar: Rodolfo, que había creído en los valores de libertad, justicia y democracia que había proclamado la llamada Revolución Libertadora de 1955, fue descubriendo la falacia y la hipocresía de esas palabras cuando expresan los intereses de una clase privilegiada. En 1969, en una nueva edición de Operación Masacre, escribió: «Los militares de junio de 1956, a diferencia de otros que se sublevaron antes y después, fueron fusilados porque pretendieron hablar en nombre del pueblo: más específicamente, del peronismo y la clase trabajadora. Las torturas y asesinatos que precedieron y sucedieron a la masacre de 1956 son episodios característicos, inevitables y no anecdóticos de la lucha de clases en la Argentina […]. Que (la oligarquía) esté temporalmente inclinada al asesinato es una connotación importante, que deberá tenerse en cuenta cada vez que se encare la lucha contra ella. No para duplicar sus hazañas sino para no dejarse conmover por las sagradas ideas, los sagrados principios y, en general, las bellas almas de los verdugos». En los veinte años que siguieron a Operación Masacre, la vida de Rodolfo se fue enraizando cada vez más con la historia del país, trazando con sus oficios terrestres y su compromiso político una trayectoria insobornable que lo instaló para siempre en la memoria. Lo único que no cambió con la investigación de los fusilamientos fue la cédula falsa a nombre de Norberto Pedro Freire, que usó para protegerse. Veinte años después, el 25 de marzo de 1977, cuando lo emboscó el Grupo de Tareas de la ESMA, llevaba esa cédula. Quizás, en una dimensión que trasciende el rígido límite entre la vida y la muerte, podamos decir que en ese día inevitable acribillaron a Norberto Pedro Freire. Rodolfo Walsh se les escabulló una vez más: minutos antes había despachado la Carta a la Junta Militar, un texto magistral cuya vigencia, junto con Operación Masacre, se proyecta hasta nuestros días como un aporte fundamental para que las nuevas generaciones comprendan la historia que las antecede.[220]
Los problemas lácteos de Américo Ghioldi Tras los fusilamientos, el inefable socialista de derecha Américo Ghioldi, futuro embajador de la dictadura de Videla en Portugal, escribió presuroso en el periódico del Partido Socialista, La Vanguardia, un editorial titulado: «Jamás volverá a ensombrecer la vida argentina la cruel tiranía totalitaria». El hombre solía quejarse, con posterioridad, de que su histórica frase «se acabó la leche de la clemencia» era citada fuera de contexto, así que aquí va dentro del contexto reclamado: En pocas horas se ha derramado mucha sangre de argentinos. El ex dictador, en su criminal intento para que otros le abran la puerta definitivamente cerrada con su fuga, ha llevado a la muerte a muchos de sus corifeos y ha provocado episodios de lucha civil. Los que pretendieron tomar de sorpresa al gobierno para maniatar otra vez al país carecían de fuerza física para cumplir su cometido y, además, no tenían razón para luchar contra la revolución democrática, ni defendían propósitos e ideales de validez moral. Pensando en los muertos y en los vivos, en los sacrificados y en los que ahora lloran, el país recobra su tranquilidad al comprobar que se ha producido el reencuentro de los hombres de la Revolución y el
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reencuentro del pueblo con el rumbo cierto del proceso libertador. Los hechos de la noche del sábado 9 y domingo 10, dentro de su inmensa tragedia, definen circunstancias y posiciones sobre las cuales parece necesario detenerse a pensar hondamente. En primer lugar, es dato fundamental de los hechos acaecidos, la absoluta y total determinación del gobierno de reprimir con energía todo intento de volver al pasado. Se acabó la leche de la clemencia. Ahora todos saben que nadie intentará sin riesgo de vida alterar el orden porque es impedir la vuelta a la democracia. Parece que en materia política los argentinos necesitan aprender que la letra con sangre entra.[221]
La diplomacia del general Quaranta El general Tanco, al que Fernández Suárez buscaba con desesperación en la casa de Florida, había logrado salvar su vida y decidió recurrir, junto con un grupo de sus compañeros, al derecho de asilo en la embajada de Haití. Allí llegaron el 14 de junio. Cuando el embajador del país caribeño, Jean Brierre, se trasladó a la Cancillería para informar sobre sus asilados, un comando «libertador» al mando del general Quaranta irrumpió en la residencia violando las leyes internacionales. La señora del embajador intentó interceder ante el educado general de la Nación: «Soy la embajadora…», comenzó a decir, pero Quaranta interrumpió: «Qué vas a ser vos embajadora, negra de mierda». Me contaba Andrés López: Para esos tipos no había derechos que valgan. Nos sacan, nos ponen de espalda a la verja, con las manos en la nuca. Iban a repetir lo de José León Suárez, nos iban a fusilar cuando sale la mujer del embajador, a la que le habían faltado el respeto, porque como era negra, creían que era una sirvienta. Y salta uno y dice: «Respeten esto que es territorio haitiano». Y le contesta uno de civil: «Qué territorio haitiano ni qué carajo. Estamos en la República Argentina». Cuando nos van a liquidar, sale la mujer, se pone delante y dice: «Antes me van a tener que matar a mí». Y nos salva la vida. Entonces Quaranta ordena encolumnarnos en medio de la calle, nos lleva para la esquina y debajo de un farol hacen el mismo operativo. Y en eso aparece un colectivo de la línea 19, lleno de gente, eran las siete de la tarde. Lo hace desviar para la izquierda. Después se arrepiente porque empieza a salir la gente de las casas. Ordena parar el colectivo, desalojarlo y nos hacen subir a nosotros, siempre con las manos en la nuca y nos llevan al Comando de la Primera División. Nos pusieron en piecitas individuales, con centinelas a la vista, nos tomaron declaración y cuando nos llevaban para las celdas, que ya nos habían sacado todo, lo habían puesto en un sobre con nuestro nombre. En la declaración nos preguntaron por qué nos asilábamos y yo fui claro: «Me asilé porque soy peronista y tenía miedo que me mataran». El único que declaró bien fue el coronel González que dijo: «No declaro en razón de haber sido sacado a la fuerza de donde me encontraba asilado por un grupo de civiles al mando de un oficial superior del Ejército». Nos devolvieron porque al enterarse el embajador de Haití de lo que había sucedido, se fue a la embajada de Estados Unidos.[222] El embajador de Estados Unidos llamó a Aramburu y le dijo: «Esto es un atropello nunca visto». Y Aramburu le dijo que no tenía conocimiento. Así que nos devolvieron a la residencia. Fuimos todos en un coche del embajador de Haití, porque le dijeron: «Le recuerdo que van a tener que irse todos en su coche». Entonces yo estaba sentado en las rodillas del general Tanco. Así llegamos a la residencia de nuevo. Estuvimos un
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mes. Y el embajador todas las noches nos traía un arma por nuestra propia seguridad. Un día, en una rinconera, donde yo pasaba el lampazo, se me da por levantar la tapa. Levanto y lo veo al general Perón con el embajador en una foto. Cuando llega la noche, le digo al embajador: «Mire, me tomé el atrevimiento. ¿Usted es peronista?». Y mirá lo que me contesta: «¿Cómo no voy a ser peronista si soy descendiente de esclavos?».[223]
Lejos de ser sancionado por sus atropellos, el general Quaranta fue premiado meses después por los jefes de la ahora «revolución fusiladora» con la jefatura de la Secretaría de Informaciones del Estado, la SIDE.
¿Será justicia? La dictadura trató de fraguar la documentación sobre el asesinato de Valle y asentó su ingreso torpemente casi un año después de su muerte, mientras comenzaban a ser publicadas las investigaciones de Rodolfo Walsh y la Corte Suprema de Justicia dictaba un fallo en el caso Livraga por el cual pasaba todas las actuaciones al fuero militar, cerrando la vía de la justicia civil. Como pudo establecer María Seoane, Valle está registrado bajo el número 4498 de preso político, debajo del registro 4497, que corresponde a un tal Amílcar Darío Viola, ingresado al penal el 26 de abril de 1957. Luego, el registro salta al 4499, de un tal Carlos Vázquez, cuyo ingreso ocurrió el 8 de octubre de 1957. En el registro de «Detenidos Especiales», eufemismo aplicado a los presos políticos, se asienta que a Valle lo trajeron a la Penitenciaria desde la División Motorizada del Ejército por orden del Poder Ejecutivo el 12 de junio y que fue fusilado el mismo día; pero esa fecha está intercalada, alterando la cronología de otros registros que corresponden al año 1957.[224] La única causa judicial sobre los fusilamientos fue iniciada por el sobreviviente de José León Suárez, Juan Carlos Livraga, con el patrocinio legal del doctor Máximo von Kost, contra el jefe de la Policía de la Provincia de Buenos Aires, Desiderio Fernández Suárez, por tentativa de homicidio reiterada. El doctor Belisario Hueyo, juez de la causa, citó a declarar al acusado, pero el sujeto entró en pánico y recurrió a sus superiores, que se mostraban muy dispuestos a ayudarlo. El 21 de enero de 1957 lo recibieron Aramburu y Quaranta, quienes lo tranquilizaron, le recordaron quién mandaba en la Argentina y le dijeron que la causa iba a pasar a la justicia militar. Las cosas siguieron el curso ordenado por los fusiladores y los jueces militares le reclamaron al doctor Hueyo su jurisdicción en el tema por la vigencia de la ley marcial al momento de producirse el episodio denunciado. El juez, honorablemente, rechazó el pedido y se declaró competente. Se inventó un artificial conflicto de poderes que se resolvió en la Corte Supremamente adicta, compuesta por Alfredo Orgaz, Manuel J. Argañarás, Enrique V. Galli, Carlos Herrera y Benjamín Villegas 102
Basavilbaso, que falló a favor de la competencia de los jueces militares. El argumento cortesano era que «los mencionados hechos ocurrieron con motivo del movimiento revolucionario sofocado en aquella ocasión, es decir, en circunstancias excepcionales en que el mantenimiento del orden interno constituía función militar específica».[225] El fallo obediente repetía casi textualmente lo que había dictaminado el procurador general Sebastián Soler; la causa pasó al tribunal militar y fue cerrada. Como decía el genial Groucho Marx, «la justicia militar es a la justicia lo que la música militar es a la música».
Recuerdos del futuro: Rojas en la ESMA Por entonces, la Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA) era lo que su nombre indicaba, una institución para formar suboficiales de la Marina en especialidades técnicas. Pero casi de manera premonitoria, ese lugar que entre 1976 y 1983 se convertiría en el mayor centro de detención y torturas de la dictadura, fue el elegido por el vicepresidente Rojas para pronunciar estas palabras: Suboficiales: la espada que recibiréis con legítimo orgullo os hará recordar el más trascendental hecho de vuestra vida militar después de la jura de la bandera, y os recordará también que sois el brazo derecho del personal superior y la cabeza del personal subalterno; guardadla con honor y no dudéis, que cuando vuestros superiores os ordenen desenvainarla, será siempre en defensa de los más altos valores de la nacionalidad y del espíritu. […] El triunfo de la Revolución Libertadora también ha refirmado el viejo y sabio concepto de que la fuerza carece de valor si no va acompañada de los más altos valores morales, y es, en consecuencia, en el espíritu y en el corazón, donde reside la verdadera fuerza del hombre. Es, pues, verdad que hoy, como ayer se hacía en las hojas de las espadas florentinas, podríamos grabar en nuestras armas más modernas: «No te fíes de mí si te falla el corazón».[226]
Si usted lo dice, Comodoro… Como si no tuvieran problemas los «libertadores», comenzaron las peleas entre ellos. Por ejemplo, el 30 de noviembre de 1956, el ministro de Aeronáutica, comodoro Julio César Krause, le envió a Aramburu el siguiente informe confidencial que describía la situación económica del país: HECHOS: 1) Aumento del costo de la vida; 2) Disminución de nuestras exportaciones; 3) Disminución del precio internacional de nuestros productos; 4) Disminución de nuestras reservas de oro; 5) Disminución de las ventas del comercio minorista; 6) Disminución del área sembrada de nuestros cereales; 7) Baja de los valores de la Bolsa; 8) Continuación de la evasión de divisas; 9) Reducción de nuestro comercio exterior con los países limítrofes; 10) Carencia de apoyo y obstáculos al desarrollo industrial; 11) Desplazamiento de renta nacional
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a otros sectores en perjuicio de la industria; 12) Aumento general de todos los productos importados; 13) Aumento de fletes y pasajes al exterior; 14) Aumento del precio de las transacciones internas comerciales; 16) Ausencia de atmósfera propia para incrementar. INTERPRETACIÓN: 1) Que la política económica se ha orientado decididamente para beneficio de un sector en perjuicio del interés general de la familia argentina; 2) que por la misma causa se han beneficiado mercados extranjeros; 3) que tal orientación económica se asegura mediante la designación de funcionarios vinculados a los intereses del sector mencionado; 4) que la ponderación de conceptos doctrinarios tales como: libertad de empresa, supresión del dirigismo, etc., podrían tener como objeto afirmar esta política económica provechosa para el mismo sector; 5) que entre los propiciadores de un período más extenso del Gobierno Provisional podrían encontrarse los que son movidos por el mismo interés de aumentar el tiempo en beneficio propio o de asegurar esta orientación de la economía; 6) que la política económica apreciada conducirá a la lucha de clases y por ende a la violencia, y a una nueva intervención de las Fuerzas Armadas en la vida cívica de la Nación. [227]
El informe de Krause fue aprovechado por Aramburu y Rojas para negarle su pedido de quince millones de pesos para comprar aviones de combate a reacción Sabre, producidos bajo licencia en Canadá. El argumento fue que la situación económica, tal como lo detallaba el comodoro en su informe, no permitía tal erogación. Cuando dos meses después Krause se enteró de que se había autorizado una compra similar para la Aviación Naval, presentó su renuncia y fue reemplazado con gran beneplácito de sus jefes por el comodoro Eduardo McLoughlin.[228] El memorial del comodoro se daba en el marco de un gobierno cuyo subsecretario de Finanzas era tan explícito que no tenía empacho en decir: Los representantes de siete naciones de Europa occidental están dispuestos a otorgar créditos de 50 millones de libras esterlinas a la Argentina, a condición de que abandone la industrialización promovida por el régimen dictatorial y retome a la agricultura como base de su economía.[229]
Por supuesto que lo del señor Roberto Verrier no era un comentario sino un anuncio de lo que estaban haciendo: atacando duramente a la industria y el trabajo nacionales, restringiendo el crédito, trabajando, en fin, para retrotraer a la Argentina a los años treinta, cuando la industria era incipiente, predominaban la ganadería y la agricultura y no había prácticamente derechos sociales ni salarios dignos.
La Constituyente Como se esperaba, el presidente Aramburu anunció a fines de octubre de 1956 que convocaría a elecciones a mediados del año siguiente para una Asamblea Constituyente. La convocatoria a la reforma contradecía a la propia Constitución que 104
se quería reformar, cuyo artículo 30 establecía que solo el Congreso, y con una mayoría especial de votos en ambas cámaras, tenía esa facultad. Detrás del anuncio estaba la mano de las minorías que se proponían legalizar las reformas económicas vigentes, imponer un nuevo régimen de representación de las minorías y como dijo el autor de frases célebres, Américo Ghioldi, hacer un «recuento globular» tanto de los seguros votos en blanco de los peronistas como de los partidos afines a la dictadura. John William Cooke opinaba al respecto: El Gobierno de Ocupación espera consagrar constitucionalmente el retorno al coloniaje. Lo grave, para nosotros, no es esta pretendida «legalización», sino el hecho real y concreto de la pérdida de la soberanía, la libertad y la independencia; y hacer el juego a los intereses foráneos consiste, precisamente, en aceptar que la voluntad de los déspotas pueda invalidar la Constitución de 1949. Nuestro esfuerzo se encamina a impedir la prolongación del vasallaje y a reimplantar una economía de orientación nacional y contenido social. Admitir que la asamblea que resulte del 28 de julio dará estatus jurídico al despojo perpetrado con el producto del trabajo argentino significa renegar de una lucha que está inspirada en la rebeldía permanente y total contra esta experiencia de infamia. […] En el bochorno del acto electoral venidero, repudiaremos al Grupo de Ocupación, dando fe de lealtad insobornable y de intransigencia absoluta. Lo haremos por medio de la abstención, el voto en blanco y el voto anulado. Esos son actos positivos de reafirmación argentina. La forma que tomará nuestra dramática acusación, nuestro claro desafío. La expresión de una esperanza creciente en que sobre el transitorio desamparo de la Patria irredenta ondeará a breve plazo nuestras enseñas gloriosas y proscriptas.[230]
La revista Qué señalaba que la vuelta a la Constitución de 1853 respondía a la necesidad de suprimir el artículo 40 de la Constitución justicialista, que limitaba la enajenación del patrimonio nacional. Para la publicación, que se convertiría en la expresión del frondicismo, la convocatoria tenía dos aspectos: Las medidas económicas, patrocinadas y llevadas a cabo por la oligarquía, en connivencia con los intereses del capitalismo extranjero, son crecientemente incompatibles con las prescripciones de la sabia cláusula constitucional, que define los términos de la preservación de la independencia económica de los argentinos. Por eso es que para el pueblo no hay ni puede haber otra Constitución que la del 49. Porque en ella se consagra la defensa del suelo y del esfuerzo de los nativos frente a la codicia del monopolio imperialista […]. El otro aspecto del problema consiste en utilizar la constituyente como mecanismo de prueba del estado actual de las masas electoras: un nuevo 5 de abril.[231] En realidad, es el emplazamiento de una estación intermedia desde la cual se podría, o bien consagrar las excelencias del viejo recurso oligárquico de instrumentar una mayoría con la concurrencia de numerosas minorías, o bien, tras la inoperancia del sistema debido a una muy elevada polarización ciudadana, conducir el convoy electoral a una vía muerta. En el trasfondo de estas maquinaciones está el sedicente pensamiento «democrático y republicano» de los gobernantes de facto, que se identifica con el de los políticos dejados del amor del pueblo. Para ambos, democracia no es sinónimo de mayoría.[232]
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1957 El año 1957 comenzaba con una triste noticia para los amantes de la música: moría el maestro Arturo Toscanini. El 16 de enero se inauguraba en la ciudad inglesa de Liverpool un pequeño barcito al que sus dueños bautizaron The Cavern Club, y ese mismo año, en la misma ciudad, se conocerían dos de los cuatro que harían famoso a ese lugar: John Lennon y Paul McCartney; nadie podía imaginar que unos años después allí debutarían los Beatles revolucionando la música para siempre. Muy ajeno a estas cuestiones, juraba por segunda vez como presidente de los Estados Unidos Dwight D. Eisenhower, más conocido como Ike, mientras continuaban en Nevada las pruebas nucleares. En octubre, la URSS lanzó el Sputnik 1, el primer satélite artificial exitoso, y al mes siguiente el Sputnik 2 llevó como «tripulante» a la perrita Laika. En Roma nacía la Comunidad Económica Europea. Mientras tanto, en África, el Frente Nacional de Liberación argelino aceleraba los pasos para terminar con el colonialismo francés, como había ocurrido años antes en Indochina, donde el maestro Ho Chi Minh enseñaba socialismo en las aldeas de Vietnam del Norte. En Cuba, hombres y mujeres soñaban en una Sierra que sería Maestra de revoluciones y un médico argentino cambiaba de acento y de oficio. En un golpe de «propaganda armada», compañeros de Fidel secuestraron a Fangio en La Habana, para luego liberarlo sano y salvo. El papa Pío XII, quien supo cultivar la amistad de Hitler y Mussolini, lanzaba una encíclica sobre el arte cinematográfico y sus «peligros». Humphrey Bogart y Oliver Hardy morían de tristeza en medio de los últimos estertores del macartismo. El escritor francés Albert Camus recibía el Premio Nobel y la Fiat inventaba un auto para la clase media baja: el 600. Los jazzeros estaban de parabienes. Se editaban los long plays At Newport interpretados Ella Fitzgerald, Billie Holiday y Carmen McRae; Birth of the cool y Miles ahead de Miles Davis, Blue train de John Coltrane, Ella & Louis again, de Ella Fitzgerald y Louis Armstrong y Little girl blue de Nina Simone. Se publicaban Coronación de José Donoso, Doctor Zhivago de Boris Pasternak, El barón rampante de Italo Calvino, El vino del estío de Ray Bradbury, Fin de partida de Samuel Beckett, Invitados en El Paraíso de Manuel Mujica Lainez, La campesina de Alberto Moravia, La ciudad de William Faulkner, La Literatura y el Mal de Georges Bataille, Los profetas del Odio y la Yapa, de Arturo Jauretche, Mar de fondo de Patricia Highsmith, Mitologías de Roland Barthes, Rolo, el marciano adoptivo y Ticonderoga de Héctor Germán Oesterheld, Setenta veces siete de Dalmiro Sáenz, Tercer libro de las odas de Pablo Neruda y Una luna para el bastardo de Eugene O’Neill. 106
Buenos Aires vivía el verano más caliente de su historia, con el récord de 43,3 grados el 29 de enero. Dos días después estallaba una huelga de ferroviarios que transformó en improvisados conductores de tren a algunos uniformados. Mientras seguían los atentados de la resistencia, como el de la fábrica Siam y el del puente de la Panamericana, muchos intelectuales argentinos se ilusionaban con Frondizi, se asombraban con Bergman, se identificaban con Sartre y se reunían en el bar La Fragata de San Martín y Corrientes; ese año, Jorge Luis Borges obtenía el Premio Nacional de Literatura. Canal 7, el único, comenzaba a transmitir series importadas, como el Cisco Kid y el Llanero Solitario. Pero el furor eran los programas de preguntas y respuestas; el auspiciado por Odol (ahora sí conducido por Cacho Fontana y su infaltable «¡Con seguridad…!» ante las respuestas correctas) había elevado su premio máximo a 200.000 pesos (signo de la inflación) y la Cabalgata Gillette se sumaba al género. River salía campeón por tercer año consecutivo con Enrique Omar Sívori como una de sus figuras. Se creaban la Escuela Nacional de Arte Dramático, el Museo de Arte Moderno y el Instituto Nacional de Cinematografía y se estrenaba La casa del ángel de Leopoldo Torre Nilsson, con Elsa Daniel, Lautaro Murúa y Bárbara Mujica. La revista Qué elegía a las mejores figuras del espectáculo del año: mejor actor, Pedro López Lagar por su actuación en Panorama desde el puente de Arthur Miller; mejor actriz, Delia Garcés, por Living room de Graham Greene; mejor director, Cecilio Madanes, por Los chismes de las mujeres de Carlo Goldoni; mejor escenógrafo, Saulo Benavente por la puesta de El Diario de Ana Frank; mejor vestuarista, Diego Luis Pedreira por Los chismes de las mujeres; mejor músico, Astor Piazzolla por Proserpina y el extranjero, de Omar del Carlo; mejor actor joven, Alfredo Alcón en Un sombrero lleno de lluvia; las figuritas nuevas: Anita Casares, Graciela Borges, Pablo Moret y Sergio Renán; las mejores obras: Los héroes deben estar muertos, de Berenguer Carisomo; Proserpina y el extranjero, de Omar del Carlo e Historias para ser contadas, de Osvaldo Dragún; las mejores actrices: Nelly Meden, Eva Dongé, Rosa Rosen, Violeta Antier y María Luisa Robledo.[233] A las cinco, la leche y Tarzanito en la radio; después, el Glostora Tango Club y el radioteatro con Oscar Casco y su frase inolvidable: «mamarrachito mío». El humor político estaba de parabienes con la aparición de la revista Tía Vicenta, dirigida por Landrú; y Héctor Oesterheld comenzaba a publicar en la revista Hora Cero su historieta El Eternauta, una clara alegoría a la situación política que se vivía en el país. Entretanto, los radicales estaban inmersos en feroces luchas internas por acceder, después de casi treinta años, a los cargos ejecutivos del país.
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Adelante, radicales A nadie le cabían dudas: con el peronismo proscripto, el radicalismo tenía inigualables chances de ganar las elecciones presidenciales que se creían cerca. Pero como vimos más arriba, el candidato tempranamente designado era Frondizi, visto con muy malos ojos por el gobierno, que decidió apostar a la división del radicalismo y apoyar decididamente al sector de Balbín. En medio de una huelga de recolectores y barrenderos que tapó de basura la Capital, y de una violenta represión policial contra los huelguistas ferroviarios de Tafí Viejo (Tucumán) en la que caería muerto por la policía un pibe de catorce años, Miguel Modesto Figueredo, el gobierno incorporó al gabinete a comienzos de 1957 a notables figuras del balbinismo: Carlos Alconada Aramburú pasó a ser el nuevo ministro del Interior, Acdeel Ernesto Salas accedió al Ministerio de Educación y Justicia y el sabattinista Ángel H. Cabral al Ministerio de Comunicaciones.[234] También se hizo lo posible por entregarles a los balbinistas las intendencias de la provincia de Buenos Aires, el distrito electoral más importante del país: El Interventor de la Provincia de Buenos Aires, Coronel Bonecarrere, que hace dos semanas ha pedido la renuncia a todos sus Interventores Municipales, todavía no las ha aceptado ni rechazado, y lo que es peor, ha mandado emisarios a los distintos municipios para sondar en los ambientes radicales balbinistas quién sería bien visto por ellos, para ofrecerles el puesto. [235]
Rojas, que siempre se ubica en el lugar del turista, como si no hubiese tenido nada que ver con las decisiones de Aramburu, recuerda en sus memorias: Los que conocíamos la cocina de la Casa Rosada, sabíamos que el general-ciudadano ansiaba el triunfo del Partido Radical del Pueblo. Las puntas de lanza que este partido —mejor dicho el doctor Balbín— había logrado infiltrar en el seno del gobierno eran los doctores Alconada Aramburú y Acdeel Salas, ministros del Interior y de Educación, respectivamente. Estos oscuros personajes fueron los «caballos de Troya» con que el balbinismo creyó asegurarse la conquista de la plaza […]. Lo cierto es que después, Aramburu se fue plegando paulatinamente a la política balbinista, que era desarrollada por estos ministros […] a Alconada Aramburú lo llamaban el come-sándwiches porque era impresionante la cantidad de emparedados que engullía en las reuniones y cocktails […]. En Alconada se podían descubrir rasgos de elevación moral […]. Pero el otro era espantoso… Había tomado muy a pecho su papel de ministro «revolucionario», pero pro-balbinista, y lo desempeñaba con la mayor desvergüenza acomodando a cuanto amigo o recomendado le enviaban sus «amigos políticos», que en este caso también resultaban serlo del presidente provisional […]. Desde luego Aramburu, que tenía plena conciencia de la maniobra, se hacía el desentendido pero trataba con cariño a los ministros politiqueros y acogía con benevolencia todas sus
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disparatadas iniciativas.[236]
Frondizi encontró en la estrategia del gobierno la oportunidad para presentarse como el principal opositor al régimen a través de un discurso pronunciado por LV3 Radio Belgrano: Lamento profundamente ver que se alejan hombres que fueron mis compañeros de lucha y con quienes compartí muchas horas de adversidad, pero mi corazón y mi pensamiento están ahora, como ayer y como siempre, al servicio de una causa más alta que el afecto personal. El país comprenderá ahora por qué esta crisis es definitiva: somos dos cosas distintas. Hablamos dos idiomas, sentimos dos pasiones diferentes. Para ellos lo que antes fue el gauchaje, la chusma, el aluvión zoológico es hoy, con el mismo sentido despreciativo, la gleba electoral. Para nosotros fue, es y será siempre el pueblo.[237]
Las maniobras del gobierno, encaminadas por la mano derecha de Aramburu, el capitán de fragata y jefe de la Casa Militar, Francisco Manrique, dieron sus frutos y para marzo ya existían la balbinista y oficialista UCR del Pueblo, y la frondicista UCR Intransigente.
Neoperonistas Mientras algunos peronistas decidían lanzarse a la insurrección por la vuelta de su líder y otros atentaban para desestabilizar a la dictadura, otros, principalmente de las provincias, no muy proclives a la acción violenta, se orientaron a aprovechar las oportunidades que podían brindar los resquicios legales que dejase la «Libertadora». Este fue el origen de los llamados «neoperonistas». La dictadura podía pensar en utilizarlos para disolver la figura de Perón, lejano en el exilio. Perón pensaba que en algún momento podrían ayudar a canalizar legalmente a sus seguidores, si el partido peronista seguía proscripto y si el ánimo de aquellos se atenuaba un poco. Pero a diferencia de lo que sería el «peronismo sin Perón» de Vandor años más tarde, este neoperonismo se limitaba a los políticos, sin seguimiento sindical. El primer partido neoperonista fue organizado en diciembre de 1955 por Juan Atilio Bramuglia, el ex canciller que había sabido pelearse con su líder. Se trataba de la todavía existente Unión Popular (UP). Otro sector neoperonista se agrupó en el Partido Populista de Vicente L. Saadi, senador nacional y gobernador catamarqueño durante el peronismo, enjuiciado y encarcelado por corrupción y posteriormente absuelto. El propósito de la UP era «organizar un partido nacional y popular que rescatara los rasgos positivos del peronismo. Esto es, su herencia occidental, católica y trabajadora».[238] También se creó el Partido de los Trabajadores, organizado por disidentes del 109
viejo Partido Socialista, Juan Carlos Deghi y Eduardo Rocca. Este fue el único partido que desobedeció las órdenes de Perón ante las elecciones convencionales de 1957, cuando obtuvieron un representante, aunque luego se disolvió. Quien intentó institucionalizar la idea del voto en blanco fue Alejandro Olmos, fundador de Palabra Argentina y futuro iniciador de la causa que denunciaría los fraudes de la deuda externa en 1982. Olmos viajó a Caracas para proponerle a Perón la creación de un partido que canalizara el voto peronista tras las elecciones constituyentes: la propuesta no dejaba de ser transitoria, como lo demostraba el mismo nombre del partido propuesto: Partido Blanco. Pero la idea fue desestimada. Frente a la aparición de estos neoperonistas, los «libertadores» no tuvieron un criterio único. Cuando Aramburu se proponía permitir su participación electoral en las elecciones de 1958, la Marina, representada por Hartung, diría, con evidente inquietud: Es público y notorio que los partidos «Blanco», «Unión Popular», «Populista», «De los trabajadores», etc. son el ex partido peronista con otro nombre. Los argumentos de orden puramente legal, como ser el cumplimiento estricto de la letra del Estatuto de los Partidos Políticos o los involuntarios errores que pueden haberse deslizado en el mismo no sirven de argumento para desvirtuar la verdad de lo manifestado. La Revolución Libertadora tuvo por finalidad primera y esencial el derrocamiento de la dictadura y uno de sus postulados fundamentales, expresado claramente en las Directivas Básicas, es suprimir todos los vestigios de totalitarismo que esa dictadura implantó […] basándose en ello es que se disolvió el partido peronista en sus dos ramas […]. ¿Es posible entonces que ante un simple cambio de nombres pueda aceptarse la desvirtuación de dichos principios?[239]
Pero el voto que por entonces podían reunir los neoperonistas era —según datos de la SIDE— insignificantes como para preocupar a Aramburu. A quien sí preocupaban era a Frondizi, quien necesitaría de todos los votos que Perón pudiera garantizarle, cuando se firmara el pacto que lo pondría ante la posibilidad de acceder a la presidencia nacional.
Ni peronistas ni marxistas En ese contexto el gobierno anunció su calendario electoral: el 28 de julio de 1957, elecciones de convencionales constituyentes y el 23 de febrero de 1958, las elecciones generales que consagrarían una fórmula para gobernar el país desde el 1.o de mayo. Frente a las reiteradas crisis producidas en el frente militar, Aramburu ratificó los plazos electorales y aprovechó para identificar al otro enemigo del gobierno: El comunismo no es un peligro real para Argentina, por cuanto el argentino ama a su tierra, sus tradiciones, costumbres y creencias y ser comunista es convertirse en siervo de una
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esclavitud internacional que el hombre libre, como en nuestro caso, rechaza.[240]
Pocos días después creaba la Junta de Defensa de la Democracia, en realidad un organismo destinado a perseguir a los comunistas. Se designó para presidirlo al militante católico Luis María Bullrich, quien estaría acompañado por Andrés Bacigalupo Rosende, Juan Carlos Cruz, Reynaldo Pastor y Adolfo Sánchez Zinny como vocales. Los cazadores de brujas autóctonos asumieron el 9 de noviembre de 1956. Tiempo después señalaba el diario Clarín: Bullrich explicó que el ente gubernamental tendría como tarea «calificar las publicaciones culturales, económicas, sociales o políticas en la misma forma que se hará con las organizaciones. Es de pública notoriedad la existencia de entidades que disfrazan su verdadera naturaleza con rótulos humanitarios, culturales o de otro tipo, pero que responden a tendencias reñidas con la vida democrática y realizan propaganda activa, aunque subrepticia, para destruir nuestras instituciones republicanas e introducir el virus pernicioso de doctrinas totalitarias, ya sea de izquierda o de derecha».[241]
Pero como suele ocurrir en estos casos, los perseguidos fueron los izquierdistas, cancelándose incluso la personería de los partidos Comunista, Obrero Revolucionario, Cívico, Obrero Revolucionario Trotskista y Unión Cívica Radical Junta Renovadora.[242]
Una fuga en el Sur El 18 de marzo de 1957, la dictadura sufrió un duro golpe cuando cinco dirigentes peronistas lograron fugarse de su confinamiento en la cárcel de Río Gallegos. Eran Jorge Antonio, Héctor Cámpora, Guillermo Patricio Kelly, José Espejo y el delegado de Perón, John William Cooke.[243] En una entrevista, Jorge Antonio[244] me contaba así esa fuga: Río Gallegos era una soledad en aquella época. Yo le dije al jefe de guardia, que era un chileno llamado Campolito: «Mire. Tenemos todo programado: el auto, la hora que va a venir a buscarnos… dos y media de la mañana»; era el último día de carnaval de ese año. Bueno, decidimos salir y le dije: «Mire. Nosotros nos vamos a ir». Yo saqué un revólver, que mi mujer me había llevado; cada vez que me venía a visitar me traía uno. Yo le había pedido seis: uno para cada uno, pero al único que no le di fue a Kelly porque Kelly era un irresponsable, un loco, mataba a alguien por matarlo. Campolito dice: «No me mate. No me mate, señor». «No, usted ábrame la puerta, usted se viene conmigo y después nosotros nos vamos a ocupar de usted. Quédese tranquilo que no le va a pasar absolutamente nada si todo sale bien. Si todo sale bien va a salir por usted». Entonces él dice: «Estoy decidido y además yo soy chileno. No me gusta que ustedes estén presos acá». […] Bueno, salimos, nos abrió la puerta, el coche tardó en llegar, tardó quince minutos.
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Cámpora tuvo una frase famosa, le dice a Kelly: «Dígale a Jorge Antonio que volvamos y nos fugamos otro día porque esto de estar esperando acá debajo de un camión», porque había un camión parado debajo del cual estábamos todos escondidos. Le habíamos dicho a Araujo que fuera puntual y eran las tres menos veinticinco y Araujo no había llegado.[245]
La demora que preocupaba a Cámpora se debía a que a dos cuadras de la cárcel, en un baile de carnaval, un grupo de gendarmes había tomado de más y armado un escándalo con una chica. El chofer Araujo temió lo peor y esperó a que los ánimos se calmaran. Finalmente, llegó el auto y se fueron a la frontera. Cuando llegamos a la frontera con Chile, unos seis kilómetros antes, paramos el motor, cortamos el alambrado, que era de una estancia ahí. Empujamos el coche los seis kilómetros por dentro del campo para no pasar por el puesto caminero y no hacer ruido. Cooke se descompuso por un problema en la pierna y Cámpora, de susto. Tenía un susto terrible, pobre. Bueno, lo pusimos arriba. Empujamos el coche, hicimos los seis kilómetros, salimos al otro lado del puesto caminero, llegamos a la frontera con Chile. Los guardias estaban dormidos, profundamente dormidos, entonces nosotros levantamos la barrera y pasamos […] llegamos a Punta Arenas a las 8 y pico de la mañana, nueve de la mañana. Cuando llegamos estaba medio país. Ya se habían enterado. Ya estaba la prensa. El gobernador, un general, nos trató muy bien. Enseguida nos dio asilo. Nosotros fuimos al hotel Cosmos, ahí se nos dio residencia hasta que el gobierno nacional decidiera qué hacía con nosotros. Ellos preveían un ataque o que nos iban a hacer algo y por supuesto empezó el gobierno argentino a protestar y a hacer escándalo. Mandaron cuatro tipos en un jeep, fueron y le propusieron al maître del hotel darnos un veneno en la comida […], el maître lo denunció y los expulsaron a los cuatro inmediatamente. Y de ahí a Santiago. Yo era muy amigo del presidente chileno Ibáñez, que era íntimo amigo de Perón.[246]
Pugliese, anclao en el París Entre el jueves 11 y el viernes 12 de abril de 1957, se llevó adelante una razzia de militantes y simpatizantes comunistas motorizada por el general Quaranta, bajo el nombre de Operación Cardenal. Según las cifras oficiales, detuvieron a 360 personas y clausuraron 56 locales. La operación se extendió por casi todo el país, pues según informó el jefe de la Policía Federal, capitán de navío José Antonio Dellepiane, en un lenguaje que nos resulta lamentablemente muy conocido: Dirigentes comunistas y activos adherentes de esta ideología de extrema izquierda estaban actuando en forma intensa contra la seguridad del Estado y el decidido propósito del Gobierno de normalizar la vida institucional del país, utilizando sus tácticas de acción disolvente contra las distintas actividades de la Nación.[247]
La cosa no terminó ahí y continuó con el traslado de presos políticos comunistas
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desde la Penitenciaría Nacional y la cárcel de Olmos al buque París. Uno de los detenidos en el buque-cárcel fue el genial maestro, histórico militante comunista e ícono antimufa, Osvaldo Pugliese, quien recordó luego: Nos mandaron a la bodega que estaba inundada, el agua la teníamos hasta los tobillos. Ahí nos hicieron sentar en el suelo y, enfrente nuestro, dos o tres marineros vigilaban con ametralladoras. Tenían orden de tirar ante cualquier movimiento sospechoso, porque les habían dicho que nosotros nos habíamos rebelado en la Penitenciaría. Pero en el barco París había un piano y luego de los momentos iniciales empecé a deleitarme tocando por las tardecitas a los muchachos encantados. Y un día nos enteramos que la intención criminal del gobierno era hundir al barco con nosotros adentro. Al menos, así nos llegó la versión a los presos […] un día le pedimos permiso al capitán para que nos dejara subir a la cabina y escuchar por el aparato de radio del París el debut de la orquesta en Radio Splendid. Subí a esa cabina con los hermanos Ghioldi.[248] Y yo me reía frente a la radio porque el locutor anunciaba a Osvaldo Pugliese y su orquesta, y yo resulta que estaba «anclado en París». Los muchachos tocaron, ¿qué iban a hacer? […] Sin embargo, esta aventura no terminó ahí en lo que a mí respecta porque muchos años después fuimos con la orquesta a tocar a Punta Alta y, cuando me dirigía al escenario me encuentro con un muchacho que me estaba aguardando. Me abrazó y me dijo: «¿No se acuerda de mí?». Yo, ¡qué me voy a acordar! Él estaba llorando y alcanzó a indicarme: «Yo era uno de esos marineritos, maestro, que lo apuntaban con la metralleta en el barco París. A nosotros nos habían dicho que ustedes se habían amotinado, que querían derrocar al gobierno. Yo le vengo a pedir disculpas, maestro». Y lo perdoné…[249]
Cuando Aramburu y Rojas metieron preso a Neruda Se sabe. Las dictaduras no son amantes de la poesía, más bien son sus declaradas enemigas. Por lo tanto no debe asombrarnos que otro de los detenidos en el marco de la Operación Cardenal haya sido el poeta chileno Pablo Neruda que se encontraba de paso en Buenos Aires esperando un vuelo que lo llevara a un Congreso en Colombo, por entonces Ceylán, actualmente Sri Lanka. Estaba parando en la casa de su camarada Rodolfo Aráoz Alfaro cuando llegó una partida policial que lo detuvo y lo llevó a la Penitenciaría de la calle Las Heras. Así recordaba Neruda el episodio en sus memorias: Encontrarse con la policía secreta no parece peligroso, pero si se trata de la policía secreta argentina el encuentro toma otro carácter, no desprovisto de humor aunque imprevisible en sus consecuencias. Aquella noche, recién llegado de Chile, dispuesto a proseguir mi viaje hacia los más lejanos países, me acosté fatigado. Apenas empezaba a dormitar cuando irrumpieron en la casa varios policías. Todo lo registraron con lentitud; recogían libros y revistas; trajinaban los roperos; se metían con la ropa interior. Ya se habían llevado al mismo amigo argentino que me hospedaba cuando me descubrieron en el fondo de la casa, que era donde quedaba mi habitación […]. Llovía aquella noche. Gruesas gotas caían del cielo espeso
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de Buenos Aires. Yo me sentía confundido. Ya había caído Perón. El general Aramburu, en nombre de la democracia, había echado abajo la tiranía. Sin embargo, sin saber cómo ni cuándo, por qué ni dónde, si por esto o por lo otro, si por nada o si por todo, agotado y enfermo, yo iba preso. La camilla en que me bajaban entre cuatro policías se convertía en un serio problema al descender escaleras, entrar en ascensores, atravesar pasillos. Los cuatro palanquineros sufrían y resoplaban. Matilde, para acentuarles el sufrimiento, les había dicho con voz meliflua que yo pesaba 110 kilos. Y en verdad los representaba con suéter y abrigo, tapado con frazadas hasta la cabeza. Lucía como una mole, como el volcán Osorno, sobre aquella camilla que brindaba la democracia argentina. Yo pensaba, y eso me hacía sentir mejor de mis síntomas de flebitis, que no eran aquellos pobres diablos que me conducían los que sudaban y pujaban bajo mi peso sino que era el mismísimo general Aramburu quien cargaba mi camilla […]. Ya estaba por abandonar la penitenciaría cuando se me acercó uno de los guardias uniformados y me puso en las manos una página de papel. Era un poema que me dedicaba, escrito en versos primitivos, llenos de desaliño e inocencia como un objeto popular. Creo que pocos poetas han logrado recibir un homenaje poético del ser humano que le pusieron para que lo custodiara.[250]
Isabel vence Perón seguía su itinerario del exilio. De Asunción del Paraguay se trasladó a la ciudad de Colón, en Panamá. Allí nació la leyenda del «avión negro»,[251] por una aeronave de ese color que tenía la comisión del Canal de Panamá. Un día el avión negro desapareció y se echó a correr el falso rumor de que Perón había partido en él hacia la Argentina. También en Panamá conoció a María Estela Martínez, su futura esposa y nuestra futura presidenta, más conocida como Isabel. Me contaba Ramón Landajo: El día 22 de diciembre del 55 llega el grupito, el Ballet de Joe Harold, para debutar en el Happyland. Era un tugurio de Panamá de esos que nosotros vemos en las películas norteamericanas, donde toda la tropa iba a emborracharse. El Hotel Washington era de mayor categoría pero estaba hecho pelota. Ellos llegan ahí, se lo presentan al General y le dicen que las chicas querían conocerlo. Un amigo nuestro, Parra, tenía el balneario María Chiquita y ofrece el lugar para hacer un asado para que las chicas vengan y lo conozcan a Perón. Eligen la fecha: 23 de diciembre al mediodía. Ellos debutaban el 24 a la noche. Entonces se hace un asado y estaban Parra y Omar Torrijos, el futuro presidente de Panamá […]. En la hora de la comida ya Perón estaba fulero porque ella, Isabel, se sienta cerca. Y llega un momento en que se para y me dice «Vamos», se para, saluda a todos, se acerca Isabel y le dice: «Ay, General, mi madre es tan peronista que si ella supiera que yo estoy acá… Porque yo me escapé de casa. Le voy a contar mi historia…» y le cuenta la historieta. «Y me dijo que yo le diera un beso en nombre de ella». Perón le pone el cachete y le dice: «Un gusto, hija, que la pasen bien». Y nos vamos. «¿Pero no va a venir a nuestro debut, que es mañana a la noche?». Le dice: «No, yo no salgo». […] Para Año Nuevo viene un día a saludarlo, otra vez con su respectivo novio. Saluda y se va. Cuando a él le cuentan esto, que a ella le querían hacer copas en el cabaret y que quería salir y quería ver si Perón le podía dar dinero para volver a la Argentina, Perón le dice: «Yo no le puedo dar dinero porque no tengo. Lo único que le puedo ofrecer es que venga a trabajar haciendo los quehaceres de la casa […]». Perón sabía que lo que quería era quedarse dentro
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de la casa de él. Perón le negó ir a Buenos Aires y la dejó actuar bajo sus instrucciones, porque ella, capacidad no tenía ninguna. La dejó actuar para que pudiéramos hacer contrainteligencia. Le daba toda información falsa que llegaba acá y volvía locos a los servicios. Ella pasaba información porque todos los días salía a caminar […]. Está confirmado que ella era espía y le reportaba a los servicios de la Libertadora. Ella salía a caminar y se le acercaban. Más aún, en un determinado momento, a la casa llegaba un chiquito que se moría de hambre y estaba agarrando del árbol algo para comer. A Perón le tocó el corazón y le dijo que viniera a comer todos los días con nosotros. Entonces, después Isabel, que se quiere hacer la generosa, se lo lleva a dormir con ella al altillo. A los pocos días, sabiendo que nos alcahueteaba todo el pibe, ya no lo sacaba a pasear y un día dice: «Ay, General, este no es un negrito, un chico. Es un enano». Pero era un chico macanudo que nos contaba todo: que la había visto con un rubio, que le había entregado una carta. Todos los movimientos de ella. Espionaje consumado […]. Si hubiera ido alguien más capaz que ella, quizás se daba cuenta de que nosotros le dábamos la información cambiada. En cambio, ella era tan tonta, tan tonta, que se creía cualquier cosa. Gilaberte[252] y yo se la controlábamos. [253]
Atentado en Caracas Las presiones del gobierno argentino para que Perón abandonara Panamá antes del comienzo de la reunión de presidentes americanos que se celebraría allí en julio de 1956, surtió el efecto deseado y, gracias a los contactos hechos por Jorge Antonio, pudo instalarse junto con Isabel en Caracas el 8 de agosto de ese mismo año. La dictadura argentina había decidido atentar contra Perón. El primer intento fue un tanto surrealista. Según Ramón Landajo, fue motorizado por el embajador en Venezuela, el general Toranzo Montero, quien contrató en Tánger a un sicario llamado Jack: Un loco que fue y le tocó el timbre al General. Lo atendió Pablo Vicente. Le dijo: «Quiero hablar con Perón». «¿Por qué?», le preguntó Vicente. «Porque lo vengo a matar». Entonces, primero Vicente se rio y después tomó ciertas precauciones. Pensó que ya no le gustaba y se lo comunica a Perón. Un día suena el teléfono y Vicente le dice a Perón: «Quieren hablar con usted, General». El General va al teléfono y le dicen: —¿Usted es Perón? —Sí, soy yo. —Ah, tengo que hablar con usted. —¿Por qué? —Porque vengo a matarlo. —Bueno, cómo no. ¿Qué quiere hablar conmigo? —¿Puedo hablar personalmente? —Sí, cómo no. Esto lo desarmó completamente porque si le había dicho que lo iba a matar, ¿cómo lo iba a recibir? Y bueno, le contó la historia. Le habían adelantado dinero. Se lo había dado Toranzo Montero. Y cuando lo ve a Perón le dice: «¿Y por qué lo voy a matar a usted si yo a usted no lo conozco?».[254]
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El segundo intento fue mucho más serio y se planeó desde Buenos Aires. Le encargaron la misión a la misma dupla que había «trasladado» el cadáver de Evita al cementerio mayor de Milán, el coronel Héctor Cabanillas y el sargento primero Sorolla.[255] La orden de Cabanillas a su segundo fue clara: tenía que hacerse pasar por un peronista rabioso hasta caer preso. Una vez detenido, debía fingir una crisis nerviosa para ser trasladado al hospital y de allí fugarse a Montevideo con la ayuda de su socio en la desaparición del cuerpo de Evita, el coronel Hamilton Díaz. La noticia del «preso peronista» fugado comenzó a correr y, como se pretendía, llegó a oídos de Perón. De Montevideo, Sorolla llegó por tierra a Caracas en abril de 1957 y fue a ver al General, quien lo recibió como a un héroe de la resistencia. Al creerlo desamparado, terminó contratándolo como mecánico y guardaespaldas. Sorolla se ganó de tal manera la confianza de Perón, que lo acompañaba en sus caminatas diarias portando su pistola 45. El 22 de mayo, Sorolla hizo contacto con funcionarios de la dictadura argentina que le entregaron la bomba que debía colocar debajo del motor del Opel del General, junto con un papel que le indicaba que el atentado debía concretarse el día 25 de mayo: era la forma en que la «Libertadora» pensaba celebrar la fecha patria. Sorolla le dijo a Perón que había recibido una carta de Buenos Aires donde le anunciaban que su madre estaba muy grave y que tenía que emprender el complicado regreso sorteando a los esbirros de la dictadura, entrando por Carmelo con la ayuda de algunos compañeros de la resistencia. Perón le creyó y hasta le ofreció dinero. La noche del 24 también se despidió de su «amigo» el chofer Isaac Gilaberte, no sin antes decirle que se quedara tranquilo que le iba a hacer unos ajustes al motor para que todo quedara perfecto para la jornada del 25, en la que Perón estaba organizando un gran asado.[256] Decía el diario El Nacional de Caracas del 28 de mayo de 1957: Una bomba de tiempo, que se supone fue conectada a medianoche al sistema de encendido del motor, estalló a las siete y cinco de la mañana del día sábado dentro del automóvil del ex presidente Juan Domingo Perón. El proyectil estalló ruidosamente haciendo volar la tapa del motor del vehículo cuando el chofer Isaac Gilaberte iba en busca del ex mandatario. El pequeño carro se incendió a medias por la explosión y 82 ventanas se fragmentaron en 17 departamentos de tres edificios de la cuadra.
Lo curioso es que ni Perón ni los hombres de su entorno sospecharon de Sorolla y le atribuyeron la responsabilidad del atentado al embajador argentino en Venezuela. Recordaba Perón: Gilaberte salvó la vida milagrosamente, fue porque en ese momento había bajado a comprar carne para la parrillada con la cual esa noche los exiliados festejaban el día de la Patria. El Opel quedó destruido y Gilaberte escapó con pequeñas heridas en el rostro. Resultaba obvio
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que, entre los favorecidos por aquel pequeño milagro, estaban los reales destinatarios de la explosión. Éramos Pablo Vicente y yo, quienes debíamos viajar a bordo del coche, si el chofer no hubiese demorado tanto en hacer las compras en la carnicería. Esa misma tarde, Vicente acusó del atentado a dos funcionarios de la embajada: Alfredo Barragán y Horacio Mones Ruiz, primer secretario y agregado cultural, respectivamente. Y sugirió (teníamos fundadas razones para ello) que los instigaba el nuevo embajador llegado en esos días, Carlos Severo Toranzo. Los implicados no intentaron una mínima defensa y salieron de Caracas con la cola entre las piernas. Toranzo, por su parte, cerró la Embajada y, por gentil mandato del Palacio de Miraflores, se lo invitó a abandonar Venezuela en términos sumamente cordiales, eso sí, con la prevención que lo hiciese «lo antes posible».[257]
Le contaría el coronel Cabanillas a Tomás Eloy Martínez, varias décadas después: El fracaso de aquel atentado fue una de las grandes decepciones de mi vida […]. Nos llevó meses de preparación y todo se vino abajo por un ramalazo de mala suerte. La historia de la Argentina sería otra sin Perón. Era temprano todavía para que se lo viera como un mártir, y era ya tarde para que el movimiento peronista, con todos sus dirigentes presos o dispersos, pudiera unirse. He cometido pocos errores en la vida y esos pocos me duelen. Tal vez ninguno me duela tanto como no haber podido matar a Perón.[258]
El caso Satanowsky El 13 de junio de 1957 apareció muerto en su estudio de la calle San Martín 536, el doctor Marcos Satanowsky.[259] Como denunció oportunamente Rodolfo Walsh en el Caso Satanowsky,[260] el asesinato fue cometido por sicarios del increíble general Quaranta, el mismo de los fusilamientos y del asalto a la embajada de Haití. Walsh pudo establecer que el abogado fue acribillado por una patota de la SIDE compuesta por José Américo Pérez Griz, Rodolfo Ladislao Palacio y el «Huaso» Marcelino Castor Lorenzo, un hombre de largo prontuario.[261] Como señalara Walsh, Quaranta cubrió los cuadros de la SIDE con militares gorilas y delincuentes comunes sin una clara línea divisoria. El crimen estaba vinculado con la tenencia de las acciones del diario La Razón, intervenido por la «Libertadora». Se había alegado que su tradicional dueño, Ricardo Peralta Ramos, le había vendido el diario a Miguel Miranda, presidente del Banco Central y hombre clave del primer gobierno de Perón, en unos tres millones y medio de pesos. Peralta Ramos comenzó a recibir presiones y extorsiones para que entregara el diario al gobierno. La Comisión Investigadora número 7 de la «Libertadora» dictó la interdicción a Peralta Ramos y lo acusó por la tenencia indebida de las acciones. La causa se inició en el juzgado del doctor Arturo Llosa, un juez de prestigio que murió en un extraño accidente automovilístico mientras tramitaba el expediente. La causa pasó al juez Esteban García Susini, quien se excusó poco antes de su fallecimiento producido por un escape de gas en su casa. 117
El doctor Satanowsky era el abogado de Peralta Ramos y se proponía demostrar que el pago de Miranda no era una compra sino un préstamo. Señalaba como elemento probatorio la ausencia de un contrato de compra del diario y exigió que se exhibiera la fotocopia del supuesto cheque que el gobierno alegaba tener y que nunca apareció. Pronto comenzaron sobre Satanowsky las presiones, que incluyeron la obligación de dejar su cátedra en la Facultad de Derecho. Para legitimar este «apriete», el gobierno sancionó en febrero de 1956 el decreto 1865 que decía: Declárase absolutamente incompatible, bajo pena de exoneración, el desempeño de cualquier función o empleo público, inclusive el docente, o las tareas de cualquier clase originadas en nombramiento de Comisiones Investigadoras o Intervenciones decretadas por el Gobierno Revolucionario, con la intervención o participación, por sí o por interpósita persona, en el asesoramiento, defensa, patrocinio o representación de personas y/o sociedades o asociaciones interdictas o sometidas a responsabilidad penal, civil y/o administrativa por delitos o irregularidades investigadas durante el gobierno de la Revolución Libertadora.[262]
De esta manera, los «libertadores» esperaban que el brillante abogado abandonara a su defendido para hacerse más fácilmente del diario. Sin embargo, Satanowsky no se rendiría tan rápido y, puesto en la disyuntiva, declararía: Entre el honor de desempeñar la cátedra y el deber de asistencia jurídica a los que erróneamente han sido incluidos en los decretos sobre interdicciones, opto por el segundo… En todos los países civilizados, la defensa de la vida, honor e intereses de las personas, es sagrada e intocable. Aun los criminales de guerra han sido defendidos por los mejores abogados del país vencedor.[263]
Los asesinos buscaban en su estudio la documentación probatoria de la venta de La Razón a funcionarios peronistas, lo que «justificaba», según la particular legalidad del nuevo régimen de facto, su confiscación por el gobierno. El caso estuvo rodeado de una atmósfera de corrupción que Walsh fue denunciando en sus notas semanales. Las irregularidades del caso llegaron hasta la citación del propio periodista, pero no por medio de una carta documento a su domicilio, como amerita una citación judicial, sino a través de una solicitada en el diario La Nación, que permitía a cualquiera saber la hora y el día exactos de su presencia en los tribunales. De esta manera, según denunciaba el periodista, se invitaba abiertamente a posibles asesinos a identificar al escritor que tantos problemas les estaba causando. [264]
Se puede verificar lo premeditado del homicidio si se tiene en cuenta que siete meses antes una revista chilena había publicado un artículo acusando falsamente a Satanowsky de comunista, lo que haría que los asesinos dejaran en la escena del crimen panfletos nacionalistas para hacer creer que el móvil consistía en un ajuste 118
«ideológico» de cuentas. En diciembre de 1957 y a raíz de una recompensa ofrecida por la familia Satanowsky a quien pudiera aportar datos de interés para la causa, apareció Elsa del Pin de Estévez, más conocida como La Gallega, quien había mantenido un noviazgo con Pérez Griz y cuyos testimonios permitieron llegar al arma homicida, un revólver calibre 38 que había estado en poder de su ex pareja. El juez ordenó la captura de Pérez Griz, quien fue detenido en Paraguay gracias a que un denunciante identificó al hombre que había salido en la tapa del semanario Mayoría, donde Rodolfo Walsh publicaba sus notas sobre el caso. Pérez Griz era un ex integrante de la custodia del general Lonardi y hombre cercano al general Quaranta, que había sido separado de las filas de la Policía Federal por el robo de unos vehículos. Walsh lo pudo entrevistar en la cárcel paraguaya y obtener de él una confesión firmada en la que admitía haber conducido a Lorenzo, Palacios y a otra persona que no identificó al estudio del doctor Satanowsky y que los esperó en el auto. También dio el dato clave de que Quaranta les entregó dinero tras concretar el crimen. Obviamente presionado, se desdijo a los pocos días, mientras el juez de la causa, Tiburcio Álvarez Prado, ponía en libertad a Palacios y a Lorenzo alegando que el proyectil que terminó con la vida del abogado no partió del arma que se había peritado. La causa quedó impune, a pesar de haberse formado durante el gobierno de Frondizi una comisión parlamentaria investigadora que pudo comprobar la responsabilidad de la SIDE y su jefe de entonces, el general Juan Constantino Quaranta. Para Walsh, que había colaborado con la comisión, las cosas estaban claras y pudo demostrar que los autores del crimen tenían acceso a los archivos policiales y a los de los servicios de informaciones, que el autor material del crimen fue Marcelino Castor Lorenzo y que el móvil fue la posesión del diario La Razón. Como decía en 1973 la contratapa de la primera edición en el libro de la investigación de Walsh: El caso Satanowsky reveló la profunda corrupción de un régimen que intentaba resolver mediante un grupo parapolicial, armado por la SIDE, la propiedad del diario La Razón. Semana tras semana generales, almirantes y jueces soportaron impávidos la campaña de un periodista que los acusaba de asesinato, extorsión y encubrimiento. Triunfó el silencio, la impunidad. Pero la historia es hoy más ejemplar que en 1958: los que mataron a Satanowsky son, de algún modo, los que gobernaron el país hasta el 25 de mayo de 1973. Aprender a conocerlos, es impedir que vuelvan.[265]
Lamentablemente, a caballo de la impunidad, «volvieron» en versión aumentada. En cuanto al general Quaranta, fue protegido por el poder, que el 23 de noviembre de 1956 lo premió con el cargo de embajador «extraordinario y plenipotenciario» en Bélgica. 119
El recuento globular Frente a las elecciones para la Constituyente, el Comando Sindical Peronista dio a conocer la declaración de Perón, firmada en Caracas, convocando a votar en blanco, y le agregaron esta aclaración: Compañero: La orden de Perón es votar en blanco. Se vota en blanco pegando el sobre en el cuarto oscuro, sin nada adentro o con un papel absolutamente en blanco. Si Ud. se saca el gusto escribiéndoles a los tiranos: «Asesinos», «Canallas», «Hijos de P…» o cualquier otra de las cosas que se merecen, usted anula su voto. Y necesitamos votos en blanco, que sumen, no votos anulados, que desaparecen. Vote a Perón votando en blanco. Vote a Evita votando en blanco. Vote a Valle y compañeros héroes asesinados votando en blanco. Castigue a los tiranos entreguistas, Aramburu y Rojas, votando en blanco, Es esta la única consigna, no se deje engañar. Tenga disciplina partidaria, colabore al inmenso triunfo del pueblo. Está en sus manos aniquilar con su voto en blanco a la tiranía oligárquica entreguista. Comando Sindical Peronista. Buenos Aires, junio de 1957.[266]
La gente votó el 28 de julio y para sorpresa de los «libertadores» y de sus cómplices, ganó el voto en blanco peronista que obtuvo 2.115.861 votos, o sea el 24% de los sufragios emitidos, casi 10.000 votos más que los ganadores «legales» de los comicios, la UCRP, que conquistó 2.106.524. La UCRI llegó a 1.850.603. El recuento globular podía leerse en términos de la «Libertadora» como una mayoría de glóbulos blancos, «la infección peronista», que sumados a los rojos frondicistas podían quedarse con las elecciones nacionales de febrero del 58. La Constituyente inauguró sus sesiones el 30 de agosto de 1957 en Santa Fe. Tal como lo había prometido durante la campaña, el bloque de la UCRI impugnó la Asamblea y se retiró con sus setenta y siete constituyentes, no sin antes declarar: Denunciamos ante el pueblo de la República que en el seno de la pretendida convención reformadora de la Constitución de 1853/60/98 se consuma en este instante otra etapa de la maniobra continuista que procura asegurar a la oligarquía nacional y a los intereses del privilegio internacional, el manejo futuro de los poderes del gobierno político de la Nación […]. Afirmamos que esta convención está muerta. Solamente el pueblo en mayoría da vida y valor a la democracia. En esta oportunidad el pueblo en mayoría está ausente. Afirmamos que es absolutamente inválida la convención reformadora de la Constitución de 1853/60/98 reunida en esta ciudad de Santa Fe y de la misma manera inválido el mandato de los convencionales que la integran. Es imprescindible que el proceso argentino se reencauce en lo popular; que se dicte de inmediato una amplia, generosa y justificada amnistía, que cubra todos los actos de naturaleza política y gremial, cometidos antes y después del 16 de septiembre de 1955. Solamente así, de verdad, sin vencedores ni vencidos, metidos en la entraña del pueblo argentino, los hombres de la UCRI sancionaremos la constitución que el
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pueblo dicte.[267]
Al retiro de los intransigentes seguirían otros, hasta que la Convención quedaría sin quórum en octubre. Su tarea se redujo a anular la reforma peronista de 1949, modificar el artículo 11 del artículo 67, dándole la atribución al Congreso para dictar el Código de Trabajo y Seguridad Social, y sancionar el artículo 14 bis que contradecía toda la política social, económica y laboral de la «Libertadora». Quedaría como una mera declaración, como para mostrar que se aceptaban los derechos sociales que cotidianamente eran conculcados. Dice textualmente este artículo hoy vigente, pese a que nunca se aplicó en todo su contenido: El trabajo en sus diversas formas gozará de la protección de las leyes, las que asegurarán al trabajador: condiciones dignas y equitativas de labor; jornada limitada; descanso y vacaciones pagados; retribución justa; salario mínimo vital móvil; igual remuneración por igual tarea; participación en las ganancias de las empresas, con control de la producción y colaboración en la dirección; protección contra el despido arbitrario; estabilidad del empleado público; organización sindical libre y democrática, reconocida por la simple inscripción en un registro especial. Queda garantizado a los gremios: concertar convenios colectivos de trabajo; recurrir a la conciliación y al arbitraje; el derecho de huelga. Los representantes gremiales gozarán de las garantías necesarias para el cumplimiento de su gestión sindical y las relacionadas con la estabilidad de su empleo. El Estado otorgará los beneficios de la seguridad social, que tendrá carácter de integral e irrenunciable. En especial, la ley establecerá: el seguro social obligatorio, que estará a cargo de entidades nacionales o provinciales con autonomía financiera y económica, administradas por los interesados con participación del Estado, sin que pueda existir superposición de aportes; jubilaciones y pensiones móviles; la protección integral de la familia; la defensa del bien de familia; la compensación económica familiar y el acceso a una vivienda digna.
La Resistencia peronista Los «libertadores» estaban convencidos de que el peronismo había engañado y sobre todo sobornado a los trabajadores durante casi diez años. Pensaban que la adhesión de los sectores populares a lo que ellos llamaban «la tiranía» solo había sido una cuestión de conveniencia. No le otorgaban a la clase trabajadora la capacidad de comprometerse ideológicamente. Por eso no podían salir de su asombro cuando comprobaban cotidianamente que ahora, con Evita muerta y secuestrada, con Perón en el exilio y prohibido, con todas las palabras del «folklore peronista» prohibidas, sin marchita, ni Fundación, sin sidra ni pan dulce, ahora que ser peronista implicaba cárcel, picana y hasta el fusilamiento, los trabajadores y «los pobres» siguieran demostrando heroica y cotidianamente su identidad peronista. Algo había salido mal. Coincidían con el flamante director de la Biblioteca Nacional, Jorge Luis Borges, en que los peronistas eran «incorregibles». Pero su respuesta no fue la conciliación ni la 121
comprensión del «error», sino agudizar la represión hasta donde se pudiera y continuar aplicando políticas antipopulares en los planos económico y social con la idea de desarticular a los sectores más perjudicados. A medida que se iba sintiendo en los bolsillos y en los corazones el ataque al pueblo, fue tomando cuerpo la oposición popular a la dictadura. Comenzó casi inorgánicamente, como expresión de bronca e impotencia frente a los atropellos del gobierno «libertador» y se fue organizando desde los sindicatos, desde las fábricas y desde los barrios. Esta primera etapa estuvo marcada por los sabotajes contra instalaciones estatales o fabriles, los ataques a casas de oficiales o funcionarios del régimen, el apedreo de trenes. Rodolfo Walsh definiría así a la resistencia: Los sindicatos no estaban preparados para hacer esa guerra a pesar del número de afiliados (seis millones en 1953, según la CGT) y de los cuantiosos fondos con que contaban. Enfrentaron la embestida y fueron deshechos. La revolución libertadora intervino la CGT, derogó la ley de asociaciones, asaltó locales, encarceló dirigentes, disolvió hasta los cuerpos de delegados. Nace entonces una etapa oscura y heroica, que aún no tiene su cronista: la Resistencia. Su punto de partida es la fábrica, su ámbito el país entero, sus armas la huelga y el sabotaje. Las 150.000 jornadas laborales perdidas en la Capital en 1955, suben al año siguiente a 5.200.000. La huelga metalúrgica del 56 es una de las expresiones más duras de esa lucha. Empieza la era del «caño», de los millares de artefactos explosivos de fabricación rústica y peligroso manejo, que inquietaron el sueño de los militares y los empresarios. Domingo Blajaquis[268] era uno de los hombres que vivieron para eso, y como él hubo muchos, convencidos de que a la violencia del opresor había que oponer la violencia de los oprimidos; al terror de arriba, el terror de abajo. Era una lucha condenada por la falta de organización y de conducción revolucionaria, pero alteró el curso de las cosas, derrotó las fantasías del ala más dura de la revolución libertadora y facilitó el triunfo de su ala conciliadora y frondicista.[269]
Para evitar la acción dispersa de los comandos de la resistencia,[270] se organizó una primera reunión general en un taller de la calle Moreno donde estuvieron presentes Ramón Prieto, Stanagaro, Enrique Oliva, Parota, Mackintosh, Bounacossak, entre otros. Según el informe de uno de los jefes resistentes, Juan Vigo, para 1956 en el Gran Buenos Aires existían unos doscientos comandos con un total de unos diez mil integrantes distribuidos en una amplia zona que iba desde Tigre hasta City Bell, desde Avellaneda hasta Llavallol y desde Isla Maciel hasta Haedo, pero cada grupo no excedía de seis integrantes.[271] Según Vigo, la Capital estaba dividida en cuatro grandes zonas, delimitadas por las avenidas Rivadavia y La Plata y las prolongaciones de esta, donde operaban los comandos barriales. A su vez, existía un comando central integrado por delegados de los cuatro comandos zonales y de los del Gran Buenos Aires. Tras el frustrado levantamiento de Valle, 122
decidimos centrar el esfuerzo en la parte gremial, la propaganda y la formación de cuadros, eludiendo toda acción conspirativa golpista. No debíamos mezclarnos en ningún proyecto de cuartelazo, por más tentador que fuese, encarando en cambio una acción de vastos alcances en los campos sindical, político y militar […]. A fines de enero o principios de febrero logramos organizar un comando de espionaje y contraespionaje, que solo tenía relación con el comando ejecutivo por mi intermedio. […]. Cuatro eran sus integrantes y actuaban en dos grupos sin estar relacionados entre sí. Uno trabajaba en el Servicio de Informaciones del Ejército, otro había ocupado un alto cargo en el Servicio de Informaciones del Estado que ahora denominaban Coordinación Federal, el tercero era un funcionario especializado de la policía y el cuarto ocupaba un cargo de extrema confianza al lado del después tristemente célebre coronel Desiderio Fernández Suárez. […] También colaboraban compañeros del departamento central de policía y de la vicepresidencia de la República […]. Habíamos formado un grupo en el garaje de la presidencia y nos ofrecían los coches. Se resolvió que solo debía utilizarse cuando el Comando Central Ejecutivo lo dispusiese, pues podrían sernos de gran utilidad en determinados momentos especialmente en caso de insurrección […]. En lo que respecta al sabotaje, nos proponíamos adiestrar en cada comando grupos muy reducidos de compañeros rigurosamente seleccionados. Los doscientos comandos iban a ser llevados a quinientos. Con doscientos tan solo podíamos obtener mil hombres adiestrados aparte con jefes especiales. Un día, en un momento de terminado, estos mil hombres actuarían en las estaciones de subterráneos para retirarse inmediatamente, dejar pasar un tiempo prudencial y actuar luego, simultáneamente, en las estaciones ferroviarias, o sobre las estaciones telefónicas, las oficinas públicas, casas de gorilas, etc. Al sabotaje había que darle carácter orgánico y también al terrorismo en contra de los más odiados sirvientes del coloniaje y no en la forma indiscriminada en que se hacía y siguió haciendo mucho tiempo, incluso cuando ya no convenía y resultaba perjudicial apelar a este método de lucha. En la misma forma íbamos a actuar con la propaganda.[272]
Mujeres tenían que ser Los principales referentes de los comandos más activos se contactaban con Perón desde Chile gracias a la colaboración de María de la Cruz Toledo, llamada «la Evita chilena». María de la Cruz, como la conocían los militantes peronistas, era una escritora y política chilena, fundadora del Partido Femenino de Chile que perduró entre 1946 y 1954 con el apoyo de Evita y de Perón. María se declaró públicamente como peronista y participó en la campaña que llevó a la presidencia en 1952 al amigo de Perón, el general Carlos Ibáñez del Campo. Fue entonces electa como la primera senadora de la historia de su país. Pero un año después fue separada del Senado en medio de una fuerte campaña antiperonista desatada en Chile. A partir de 1955 se convirtió en uno de los correos predilectos de Perón por su fidelidad y por su cercanía a la patria. Los miembros más importantes de la resistencia se contactaban con ella y ella con Perón, entonces en Panamá. El General enviaba sus mensajes a la casilla 10205 del correo de Santiago, que era administrada por el secretario de María de la Cruz, el profesor correntino Lorenzo Monzón, un integrante de la resistencia que se 123
había exiliado en Chile y se convirtió en un contacto fundamental. Las mujeres que habían tenido un rol tan protagónico durante el peronismo como militantes del Partido Peronista Femenino, fundado por Evita, o como delegadas de la Fundación Eva Perón en todo el país, se mantuvieron muy activas durante la resistencia. Una de ellas, Nélida Domínguez de De Miguel,[273] recordaba: Después de mucho tiempo en el exilio de Perón, pudimos conectarnos a partir de los gremialistas, que estaban sueltos, que traían los mensajes […] nosotros teníamos que reproducirlos […] teníamos unas maquinitas de imprimir, pero era muy sacrificado porque no teníamos ni el papel, ni la tinta […] juntábamos plata para que algún compañero viajara y pudiera mandarnos los mensajes […] era una resistencia casera […] teníamos unas pequeñas obleas con la cara de Perón y Evita, y cuando íbamos a la confitería en el centro, nos llevábamos los vasos al baño y les pegábamos las obleas. Después nos quedábamos con los vasos hasta que nos íbamos todos a la vez, quedaban las caritas […] nos íbamos al cine, donde pasaban esa propaganda antiperonista y cuando veíamos que estaba por hablar mal de Perón, agarrábamos unos cobayitos y los soltábamos en el cine… imaginate, se armaba un loquero y la gente salía corriendo […] un grupo de mujeres, como sesenta, nos juntábamos y cada una colaboraba con lo que podía, conseguir yerba, cigarrillos, y los distribuíamos en las cárceles. Visitábamos las cárceles de nuestros detenidos, hacíamos ropa nueva de la vieja para ellos y cuando no tenían nada, para Navidad, juntábamos algo y lo llevábamos […] la correspondencia nos llegaba desde Montevideo. Mandábamos a una compañera a buscarla al barco. Siempre tratábamos de que la compañera que iba fuera algo gordita, para que trajera las latas entre las piernas, debajo del vestido […] se le llenaban de llagas las piernas por las latas. Con Delia Parodi, íbamos a esperarla al puerto. Esperábamos los discos, con las instrucciones y una vez llegó la de votar a Frondizi.[274]
Cuenta Vigo: El comando femenino encargado de los coches, visitaba a los propietarios que formaban parte del movimiento o simpatizaban con la causa. Se les pedía que pusieran los coches a disposición de los comandos una mañana, una tarde o una noche cada semana. […] El trabajo de las mujeres fue adelantando rápidamente y a medida que crecía en extensión las instruíamos políticamente […]. Fueron surgiendo cuadros que al cabo de un tiempo pasaron a ocupar cargos de mayor responsabilidad, transformándose algunas en auténticas dirigentes. María Elena Márquez, maestra cesante por la dictadura, «Porota» fue la más eficaz de las colaboradoras de todas las abnegadas mujeres con quienes trabajé en Buenos Aires. […] Servía de enlace y llevaba en la memoria toda la organización de los comandos. […] Su decisión, responsabilidad en el trabajo, actividad y reserva corrían parejos con su fe peronista. […] Sencilla, parca en el hablar, baja, morochita, era una típica representante de nuestra mujer de pueblo, de pura raigambre criolla.[275]
La primera Juventud Peronista La primera mención de la Juventud Peronista (JP o Jotapé) apareció en 1954 cuando el interventor del Partido Peronista de la Capital, John William Cooke, le encargó la 124
tarea de formar la rama juvenil del movimiento a Rodolfo «Copete» Rodríguez. Poco después vendrían el golpe y las caídas. La creación de la Juventud Peronista de la resistencia tuvo lugar a finales de 1957, en la casa de Susana Valle. Allí estaban el secretario general del gremio de perfumistas, Gustavo Rearte, y otros militantes como Envar El Kadri, Jorge Rulli, Héctor Spina y Julio Tulio Ferrari, quienes mantenían estrecho contacto con la resistencia y con los gremios más combativos, como el Sindicato de Empleados de Farmacia dirigido por Jorge Di Pascuale. Justamente en la sede de este sindicato se producirían las primeras reuniones de la Jotapé originaria. Los fundadores representaban a distintos comandos resistentes, como la Juventud Peronista Comando Valle, Juventud Peronista Comando Centro, la Juventud de Perón, Montoneros de Perón, Juventud Obrero Estudiantil de Palermo, las JP de Avellaneda, San Martín, La Plata, Berisso y Ensenada y el Comando Ciudad Evita, que editaba el periódico Chuza. Las primeras acciones tenían que ver con la disputa con los «comandos civiles» por la ocupación del centro de la ciudad. Muchos de estos jóvenes habían sido algunos de aquellos «únicos privilegiados» del peronismo y ahora luchaban para reconquistar el poder para el movimiento. Recuerda uno de sus fundadores, Jorge Rulli: habíamos fundado el grupo de la Juventud Peronista de Palermo […] cuando comenzamos a recorrer el barrio, encontramos a los viejos peronistas […]. Siendo de la Juventud Peronista, yo había participado del FLN. Un día me acerqué a sus oficinas y comencé a colaborar con ellos. Descubrí que había un montón de jóvenes peronistas […]. Más tarde iba a conocer a Cacho El Kadri que era hijo del profesor de árabe y lo invitaría a participar de la Juventud Peronista […]. Primero me fui vinculando con los compañeros del Colegio Nacional y después con la gente de las Marchas del Silencio de 1957,[276] llego a Palabra Argentina y lo conozco a Tulli Ferrari. La Marcha del Silencio fue un hito para nosotros […]. Después pasamos a Corrientes y Esmeralda […]. El hecho fundamental para la formación de la Juventud Peronista fue cuando los empleados del Sindicato de Farmacia lo recuperaron en 1958.[277] Fue elegido Di Pascuale y nosotros comenzamos a tener lugar para reunirnos en el patio del fondo.[278]
Un pedido de la Marina La agitación gremial y la resistencia, que iban de la mano, parecían imparables. La «Libertadora» se dispuso «normalizar» los sindicatos, convocando a elecciones cuya finalidad era consagrar al frente de ellos a los llamados «sindicalistas libres» que los habían asaltado mediante los «comandos civiles» o que colaboraban con los interventores militares. La mayoría de la vieja dirigencia sindical peronista propuso boicotear esas elecciones, pero dirigentes más jóvenes, como Vandor en la UOM, Di 125
Pascuale en Farmacia, Manuel Carullas en la UTA, entre muchos otros, decidieron participar, en un intento por impedir que los «gorilas» quedasen legalizados. Para sorpresa de muchos, aunque no para los miles de activistas de base que concurrieron masivamente a votar, gran parte de los sindicatos —sobre todo en la industria— fueron ganados por las listas contrarias a los interventores y sus aliados. Era una muestra contundente de la resistencia contra la «fusiladora» en el movimiento obrero. En noviembre de 1956 había nacido en plena clandestinidad, en una quinta de Laferrere, la «CGT Auténtica». Conformada por los gremios intervenidos, sus referentes eran Roberto Sevillano Trippe de Comercio, Amado Olmos de Sanidad y Jorge Di Pascuale. Por otra parte, a comienzos de 1957, dirigentes peronistas, comunistas y de la izquierda opuesta a la «Libertadora» formaron una «Comisión Intersindical». Entre sus dirigentes se encontraban Alberto Lema de Luz y Fuerza, Eleuterio Cardoso del gremio de la Carne y Manuel Carullas de la UTA. Ambos agrupamientos llamaban a recuperar a la CGT, pero diferían en cómo hacerlo, particularmente en relación a la convocatoria al «Congreso normalizador» dispuesta por la intervención. La CGT Auténtica planteaba la ilegitimidad de esa convocatoria mientras que la Intersindical proponía participar, siguiendo el ejemplo de lo que había ocurrido en las elecciones por gremio. Finalmente triunfó esta moción y todos concurrieron. El interventor, Patrón Laplacette, inauguró las sesiones del Congreso Extraordinario el 26 de agosto de 1957, con el objetivo de reformar los estatutos y designar las nuevas autoridades de la central obrera. Allí estaban presentes 669 delegados de 97 gremios que representaban a casi dos millones y medio de afiliados. El intento oficial fracasó, ya que al cabo de cinco sesiones quedó en evidencia que eran mayoría los delegados opositores al gobierno. Los dirigentes avalados por la intervención decidieron entonces «retirarse» del Congreso, lo que sirvió a Patrón Laplacette para «suspender» sus sesiones el jueves 5 de septiembre, sin fecha de reinicio. El Congreso sirvió para ratificar posiciones. Los sindicatos dirigidos por socialistas, liberales y radicales cooptados por el gobierno, reunidos en los «32 Gremios Democráticos», se retiraron de las sesiones, dirigidos por Francisco Pérez Leirós, de los Municipales; Juan Carlos Brunetti, de los Despachantes de Aduana, y Salvador Marcovecchio, de Comercio. Los peronistas, junto con referentes gremiales de la izquierda opositora y gremios comunistas, conformaron las «62 Organizaciones que no abandonaron el recinto del Congreso Extraordinario de la CGT».[279] Pronto se llamarían las 62 Organizaciones Peronistas, cuando los comunistas, que buscaban un acuerdo con parte de los 32, se separaron y formaron los «19 gremios» y más tarde el Movimiento de Unidad y Coordinación Sindical (MUCS). Las 62 Organizaciones Peronistas reunían a los sindicatos más importantes y con mayor número de afiliados. 126
Contaba Miguel Gazzera: Había en los sindicatos direcciones peronistas no identificadas surgidas de la base. No se conocían entre sí y comenzaron a agruparse luego de las primeras reuniones […]. No fue todo tan fácil. Nos reunimos con los comunistas y los hicimos desistir de su apoyo a los antiperonistas, convenciéndolos de que era una posición anticlasista; inclusive les ofrecimos puestos en la dirección.[280]
El último día del «Congreso normalizador» terminó con gran parte de los presentes cantando la marcha peronista para «regocijo» del Patrón que intervenía la central obrera, que hizo desalojar la sala y al día siguiente presentó su renuncia. Poco días después, Aramburu recibió al agrupamiento sindical más afín a su gobierno, los 32, que le pidieron el fin del congelamiento de los salarios mientras rigiera la libertad de precios. Le hablaron de la alarmante carestía de la vida y le solicitaron un aumento salarial inmediato de emergencia. No hubo respuestas concretas. Las 62 presionaron con la declaración de un paro general si Aramburu persistía en la actitud de no recibir a sus dirigentes. La reunión se hizo pero el presidente solicitó que también estuvieran presentes sus, todavía, amigos de los 32 «gremios democráticos». Las cúpulas de las dos organizaciones mayoritarias se reunieron y elaboraron un documento conjunto en el que reclamaban la libertad de los detenidos gremiales, el levantamiento del estado de sitio, la anulación del decreto que prohibía el ejercicio del derecho de huelga, un aumento general de emergencia y el fin del congelamiento de los salarios.[281] Cuenta indignado un miembro de la «Libertadora», el contraalmirante Perrén: Después de hablar los ministros de Hacienda, de Industria y Comercio y de Trabajo y Previsión, exponiendo en forma detallada la situación económica, que no permitía satisfacer las demandas, lo hizo el Presidente para ratificar lo dicho por sus ministros y dar por terminada la reunión. Pero entonces, sorpresivamente habló el dirigente del Sindicato de Empleados de Comercio, March,[282] ignorando despectivamente el cierre de los debates anunciado por el Presidente, para atacar violentamente la política económica del gobierno, afirmando que el decreto reglamentario del derecho de huelga debía ser derogado porque convertía al gobierno en juez y parte […] y terminó exigiendo la renuncia de los tres ministros presentes.[283]
Ante la actitud del gobierno, las 62 convocaron a un paro general de 48 horas para los días 22 y 23 de octubre de 1957. La Marina, la fuerza más reaccionaria de la Junta Militar, respondió indignada; según Perrén: El 14 o 15 octubre, en una reunión de oficiales superiores con el Ministro de Marina y Comandante de Operaciones Navales, los almirantes Estévez, Rial, Favaron y yo, expresamos
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nuestra preocupación por la debilidad del gobierno ante los dirigentes sindicales, que ya habían anunciado la huelga general por 48 horas a partir del día 22. En esa oportunidad vimos debidamente informado por el ministro sobre la situación existente en el seno del gobierno las tensiones e intereses contrapuestos, que generaba la falta de coherencia y la decisión que nos preocupaba; la lucha que libraban los almirantes Hartung y Rojas contra la falta de prescindencia política de algunos ministros, y la falta de energía para enfrentar una acción sindical cuyas reales motivaciones eran de raíz política más que económica. Pero algunos no teníamos ya demasiadas ilusiones y creíamos que el general Aramburu toleraba la falta de prescindencia de sus ministros radicales porque él también ambicionaba el triunfo del doctor Balbín, quizá para que ese presunto futuro gobierno constitucional no cuestionara su actuación; y que quizá por la misma razón miraba con prevención las incitaciones a actuar con mayor energía contra los agitadores sindicales y políticos porque sospechaba que en el fondo, era una maniobra de provocación que podría hacer fracasar el plan político o por lo menos restar votos a la Unión Cívica Radical del pueblo. El pedido que hicimos los almirantes fue aceptada por el ministro de Marina, quien al día siguiente, en reunión de la junta militar, obtuvo la aprobación de un proyecto de comunicado en el que se hacía una severa advertencia a los sindicalistas, sobre las consecuencias a que se expondrían si iban a la huelga, se reiteraba enérgicamente la decisión de mantener el orden y asegurar la libertad de trabajo.[284]
Respondiendo a estas presiones, Aramburu habló al país por la cadena nacional el 18 de octubre: Las huelgas no tendrán otros efectos que el de reducir las entradas de muchos hogares y encarecer aún más el costo de vida, sin que exista posibilidad alguna de retroceso al pasado o de hacernos olvidar nuestros deberes.[285]
El presidente, que anunciaba entonces que se descontarían los días de huelga y reconocía explícitamente un importante aumento del costo de vida, concluyó diciendo: «El gobierno de la Revolución no tolera dictaduras, sean estas políticas, sindicales o patronales».[286] Claro, el hombre no pudo incluir en su enumeración a las dictaduras militares. Más allá de la voluntad del jefe de la dictadura cívico-militar, el paro general tuvo una muy alta adhesión en Rosario, Córdoba, la Capital Federal y el cordón industrial del Gran Buenos Aires.
El Programa de La Falda La ofensiva gremial peronista continuó desde la recuperada regional Córdoba de la CGT, liderada por Atilio López. Junto con las 62, la CGT cordobesa convocó a un Plenario Nacional de Delegaciones Regionales en La Falda. Desde la ciudad serrana lanzaron un Programa Nacional para la Clase Trabajadora, que excedía lo gremial y se presentaba como un verdadero plan de gobierno para los sectores populares. 128
Retomaba las consignas básicas del peronismo histórico (Independencia Económica, Soberanía Política y Justicia Social), pero con una vuelta de tuerca clasista en algunos enunciados. Así, el Programa de La Falda reclamaba: Control del comercio exterior sobre las bases de la forma de un monopolio estatal. […] Control obrero de la producción y distribución de la riqueza nacional, mediante la participación efectiva de los trabajadores. […] Fortalecimiento del Estado Nacional Popular, tendiente a lograr la destrucción de los sectores oligárquicos antinacionales y sus aliados extranjeros, y teniendo presente que la clase trabajadora es la única fuerza argentina que representa en sus intereses los anhelos del país mismo, a lo que agrega su unidad de planteamientos de lucha y fortaleza.[287] El 10 de diciembre, las 62 Organizaciones realizaron un gran acto en el Luna Park para reclamar el fin de las intervenciones a los sindicatos y la derogación de la legislación represiva. La masiva reunión fue interrumpida violentamente por la policía que arrojó gases en aquel lugar cerrado, corrió a sablazos y a palos a los concurrentes y detuvo a veintiocho dirigentes, entre ellos al joven José Rucci, de la UOM. Al día siguiente, el gobierno endureció aún más su postura frente a los trabajadores interviniendo el sindicato de Sanidad, el de la Carne, la UOM y la AOT (textiles).
Palabras ministeriales Uno no sabe por qué pero los ministros de Hacienda, que luego se llamarán de Economía, tienen esa incontinencia verbal y prohíjan frases que pasan a la historia no precisamente por su sabiduría sino por su temeridad, hija de una soberbia importante. En el almuerzo de fin de año con corresponsales extranjeros, Adalbert Krieger Vasena sintió la necesidad de decir: «El gobierno ha cesado de hacer incesantes emisiones de dinero».[288] La realidad iba por otro camino. Mientras que en el año 1956 la dictadura de Aramburu había emitido 3165 millones de pesos, en el año que terminaba, 1957, la cifra había ascendido casi al doble: 5904 millones. Pero el futuro ministro de Onganía no se quedó allí y afirmó: «Mil novecientos cincuenta y siete pasará como el año en que se venció en el país la correntada inflacionaria desatada un decenio atrás».[289] Es importante recordar que al momento del derrocamiento de Perón la inflación llegaba al 6% anual, mientras que en 1957 llegó al 19 por ciento. Mientras don Adalbert hablaba con la prensa extranjera y celebraba la estabilidad cambiaria, que cotizaba a 36,20 pesos, al día siguiente el dólar pasó a costar 39. 129
¿Sería el humor de los mercados?
1958 Mientras Siria y Egipto formaban la República Árabe Unida y Jordania e Irak también se unían en una federación, Francia inauguraba su Quinta República con Charles de Gaulle en la presidencia y sus tropas combatían en Argelia para mantener sus posiciones coloniales. Estados Unidos inauguraba su Administración Nacional de Aeronáutica y del Espacio, la NASA, que lanzaba el satélite artificial Explorer y el Score, el primer satélite destinado a las comunicaciones. Se iniciaba la carrera espacial que encubría la competencia misilística entre ambas potencias. En ese marco, los norteamericanos le «facilitaron» a su principal socio en la OTAN, Gran Bretaña, 50 cohetes Thor con cabezas nucleares. Nacía el primer videojuego creado por el físico William Higinbotham: se trataba del antecedente del ping-pong en blanco y negro que se popularizaría décadas después. Nacían Michel Jackson, Madonna y los premios a la música que ambos recibirían varias veces: los Grammy. Ese año lo recibieron Frank Sinatra y Domenico Modugno. Se editaron los discos The Fabulous Johnny Cash, Ascensor para el cadalso de Miles Davis, Black Pearls de John Coltrane, Lady in Satin de Billie Holiday, Porgy & Bess de Ella Fitzgerald y Louis Armstrong y Soultrane de John Coltrane. Moría el papa Pío XII, recordado por sus más que buenas relaciones con Hitler y Mussolini y sus ingentes gestiones para garantizar la salida de Europa de fascistas, nazis y ustashas. La «fumata blanca» en la chimenea del Vaticano anunció que su sucesor era Angelo Giuseppe Roncalli, que reinaría como Juan XXIII y traería un aire renovador y esperanzado al papado. En la Argentina, el Consejo Nacional de Investigaciones Técnicas y Científicas (Conityc) creado por el gobierno de Perón en 1951 veía alterado su nombre para convertirse en el actual Conicet (Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas). La «alteración de los factores» posiblemente se debiese a que al frente del organismo fue nombrado el Premio Nobel, perseguido por el peronismo, Bernardo Houssay. Bajo la dirección de Boris Spivacov, nacía Eudeba, la Editorial Universitaria de la Universidad de Buenos Aires, inspirada en las grandes editoriales universitarias europeas como Presses Universitaires de France, traduciendo y editando textos de primer nivel. Eudeba llevará la cultura a los hogares de clase media con precios más que accesibles, publicando los clásicos de nuestra literatura; su Martín Fierro, en una hermosa edición ilustrada por Juan Carlos Castagnino, llegaría a vender 250.000 ejemplares. Tato Bores debutaba en Canal 7 con libretos de Juan Carlos 130
Colombres, Landrú, editor de la ya exitosa revista Tía Vicenta. Una maravillosa experiencia se llevaba a cabo en la calle Caminito de la Boca: bajo el impulso de Cecilio Madanes, se presentaron en plena calle grandes obras de teatro representadas por elencos de primeros actores. La primera de ellas fue Los chismes de las mujeres, de Goldoni. Comenzaba a verse los resultados de la creación del Instituto Nacional de Cinematografía, con el estreno de 32 películas; entre ellas, Rosaura a la diez, de Mario Soffici, Sección desaparecidos, de Pierre Chenal con guión de Domingo Di Núbila, Detrás de un largo muro, de Lucas Demare, Procesado 1040, de David Cavallotti, Alto Paraná, de Catrano Catani, El secuestrador, de Leopoldo Torre Nilsson, El trueno entre las hojas, de Armando Bo, El jefe, de Fernando Ayala y Los dioses ajenos, de Román Viñoly Barreto. Tras 24 años de no participar en un mundial de fútbol, nos fue muy mal en el de Suecia, en el que sí brillaba un muchachito de 17 años, el brasileño Edson Arantes Do Nascimento al que ya le decían Pelé. No estaba solo: al lado tenía a algunos nenes como Garrincha y Didí. Así Brasil vencía en la final a los locales por 5 a 2. En nuestro torneo local, Sanfilippo, de San Lorenzo, era el goleador del año con 28 alegrías. En 1958 se publicaron Ángeles de desolación de Jack Kerouac, Antropología estructural I de Claude Lévi-Strauss, Ejército y Política de Arturo Jauretche, El infiltrado de Anthony Burgess, El reportaje de Mario Benedetti, Estravagario de Pablo Neruda, Gabriela, clavo y canela de Jorge Amado, Historia de los pueblos de habla inglesa de Winston Churchill, La región más transparente de Carlos Fuentes, Memorias de una joven formal de Simone de Beauvoir, Nuestro hombre en La Habana de Graham Greene, Nueva visita a un Mundo Feliz de Aldous Huxley, Playback de Raymond Chandler, Posesión de Eduardo Mallea y Una visita inesperada de Agatha Christie.
El pacto Perón-Frigerio Indudablemente la UCRI salió muy fortalecida de la Convención Nacional Constituyente y aparecía como una fuerza con futuro que estaba en condiciones de proponerle una alianza al peronismo para llegar al poder. De alguna manera, Rogelio Frigerio[290] había adelantado estas intenciones en un editorial de su revista Qué, publicado tras las elecciones para la Constituyente: Ahora se conocen los efectivos de los dos grupos y su distribución social y geográfica. La oligarquía ha agotado en esta oportunidad todos sus efectivos. El frente del contubernio se ha extendido en toda amplitud desde los partidos comunista y socialista hasta las tradicionales
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formaciones reaccionarias y las nuevas formas del entreguismo. Entre los votantes que han acompañado a los partidos que se pronunciaron por la reforma constitucional hay muchos que han tomado ese camino creyendo servir mejor el interés nacional. En la medida en que los próximos encuentros se hagan sobre un frente menos confuso, estas conciencias ciudadanas serán clarificadas y se polarizarán de tal manera, que no solo habrá una suma de votos, sino que se producirá un dinámico proceso de argentinización electoral expresado en cifras cuya calidad no deberá dejar dudas respecto de su significado definitorio. En tanto, el frente nacional tiene intactas sus mayores reservas. La multitud que se abstuvo de dar un voto afirmativo cumplió lealmente con sus convicciones y sentimientos. Con la misma lealtad transformará su actitud pasiva en gesto positivo tan pronto lo requieran los términos en que se plantee la lucha. Para hacerlo, acudirá a sus jefes naturales a quienes presta lealtad y confianza.[291]
Tras algunos días de intensas conversaciones con Perón y su delegado personal John William Cooke, que se continuaron en Santo Domingo tras el golpe de Estado que derrocó al presidente venezolano Marcos Pérez Jiménez,[292] Frigerio pudo cerrar el trato con el líder peronista. El documento establecía: Con el fin de encontrar una salida a la actual situación de la República, promover la convivencia normal de los argentinos, poner fin a la política económica y social llevada a cabo a partir del 16 de septiembre de 1955, que ha significado un marcado sometimiento de la Nación y un progresivo empeoramiento de las condiciones de vida del pueblo, el general Juan Domingo Perón y el doctor Frondizi acuerdan el siguiente plan político: 1.o Al fijar su posición frente a la elección del 23 de febrero de 1958, el peronismo: a. Declarará que todos los partidos neoperonistas que deseen pertenecer al movimiento, deben retirar sus candidatos. b. Ordenará a los peronistas que hayan aceptado candidaturas que las renuncien, quedando, en caso contrario, separados del movimiento. c. Dejará en libertad de acción a la masa peronista, a fin de que sufrague en la forma que mejor exprese el repudio a la dictadura militar y a la política seguida por ella en todos los órdenes. d. Aclara que lo expresado en el punto c) no implicará, por parte de los peronistas, compromiso alguno con los partidos que elijan, para expresar su protesta. e. El documento contendrá un párrafo en el que se hará la crítica de la política conservadora, de manera que sea inequívoco que la opción no incluye al Partido Conservador Popular. Queda aclarado que esta enumeración no limita en forma alguna el derecho del peronismo a fundamentar su posición frente al acto electoral y a reafirmar la línea estratégica del movimiento. De asumir el gobierno, el doctor Frondizi se compromete a restablecer las conquistas logradas por el pueblo en los órdenes sociales, económico y político, adoptando, entre otras, las siguientes medidas: 1. Revisión de todas las medidas de carácter económico adoptadas del 16 septiembre 1955, o lesivas de la soberanía nacional y de aquellas que determinaron un
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2. 3. 4. 5. 6.
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empeoramiento de las condiciones de vida de nuestro pueblo. Se consideran como de fundamental urgencia el restablecimiento de la reforma bancaria de 1946, la estructuración de la política económica de ocupación plena y amplio estímulo de la producción nacional, la elevación del nivel de vida de las clases populares, el afianzamiento de los regímenes de previsión social. Anulación de las medidas de toda índole adoptada por el gobierno provisional del 16 septiembre 1955 con propósito de persecución política. Anulación de todo proceso cualquiera sea su carácter, iniciado con propósito de persecución política. Levantamiento de las interdicciones y restitución de los bienes a sus legítimos dueños. Devolución de los bienes a la Fundación Eva Perón. Levantamiento de las inhabilitaciones gremiales y normalización de los sindicatos y de la Confederación General del trabajo. Esto se cumplirá en un plazo de 120 días. Las elecciones en los sindicatos serán presididas por interventores nombrados de común acuerdo. Reconocimiento de la personería del Partido Peronista, devolución de sus bienes y levantamiento de las inhabilitaciones políticas. Reemplazo de los miembros de la Corte Suprema de Justicia y eliminación de los magistrados que han participado en actos de persecución política. En un plazo máximo de dos años se convocará a una convención constituyente para reforma total de la Constitución, que declarará la caducidad de todas las autoridades y llamará a elecciones generales.
Las medidas consignadas en los puntos 2; 3; 4; 5; 6; 7; y 8 se adoptarán dentro de un plazo máximo de 90 días a contar desde la asunción del mando. Queda a cargo del doctor Frondizi arbitrar los medios para el cumplimiento de las cláusulas precedentes. Por su parte, el general Juan Domingo Perón, se compromete a interponer sus buenos oficios y su influencia política para lograr el clima pacífico y la colaboración popular indispensable para poder llevar a cabo los objetivos establecidos en el presente plan. Suscriben este plan político, además de los titulares, John William Cooke y Rogelio Frigerio, en virtud de haber participado de su discusión y elaboración. Los firmantes empeñan su palabra de honor en el sentido de que hasta el 1.o de agosto 1958 este plan permanecerá en reserva y solo podrá ser divulgado posteriormente por común acuerdo, salvo en caso de incumplimiento por las partes. Febrero de 1958.[293]
Versión sobre un pacto El propio Frigerio contaría así los entretelones y las motivaciones del acuerdo: Cuando yo fui a Caracas, por lo cual se me dijo factótum del pacto, no necesitábamos hacer un negocio electoral: Frondizi era el candidato impuesto por las circunstancias, rodeado de prestigio, de un programa y de un equipo coherente, frente a un hombre que divagaba sobre los problemas, como el doctor Balbín. Lo que necesitábamos, lo que necesitaba el país, era un poder político expresivo de la alianza de clases y sectores sociales.[294]
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Según Frigerio, los dirigentes peronistas estaban dispuestos a abandonar la posición de votar en blanco e hicieron llegar su presión hasta el General: La marea llegó al máximo organismo de conducción que mediaba entre Perón y los cuadros peronistas de la Argentina. Me refiero al denominado Comando Adelantado, que funcionaba en Chile, donde se discutió y votó sobre este tema. Decidieron que apoyar al candidato de la UCRI era lo más conveniente para el Peronismo y transmitieron a Perón esa decisión a modo de asesoramiento. Coincidieron en eso por diversas razones, unos porque veían que ese era el camino para reconstruir al movimiento nacional y otros porque advertían que una orden de voto en blanco desobedecida u obedecida parcialmente —como ocurriría sin lugar a dudas— equivaldría a una derrota. Perón mismo, como yo advertí más tarde en mi entrevista con él, venía formulándose esas reflexiones. […] Y así maduraron las condiciones para la entrevista y para el entendimiento con Perón. Para él no apoyar a la UCRI era contrariar el sentimiento de sus bases y nosotros, por nuestra parte, no queríamos que el triunfo fuera una simple consecuencia de la proscripción del peronismo. El triunfo de la candidatura de Frondizi no debía servir solamente para abrir las puertas del gobierno; debía ser el sello de la alianza de clases y sectores sociales sobre la que debía asentarse el desarrollo nacional.[295]
Según Frigerio, «la iniciativa surgió de Perón», a partir de la opinión del «Comando Adelantado».[296] Por su parte, Jorge Antonio me contaba: Yo no quería el pacto, Cooke lo impulsaba. Yo no quería el pacto con los radicales porque sabía que nos iban a traicionar. Era lógico que nos traicionaran. Lo que querían era llegar al poder y una vez que estuvieran en el poder, iban a pactar con los militares o los militares iban a presionar sobre ellos de tal forma que no cumplieran ninguna de las promesas con nosotros. A mí Perón me dio una explicación… «Mire, Jorge —me dijo—, si cumplen, bienvenido sea, la próxima vez seremos nosotros los que mandemos en el gobierno. Sí, yo seré presidente otra vez. Y si no cumplen, porque los militares no los dejan, porque seguramente no los van a dejar o los van a voltear, entonces vendrá otra etapa nueva y estarán los militares otra vez y estos caerán, de eso no tenga duda». «Pero mientras tanto pasa el tiempo», le dije yo. «¿Qué prisa tenemos, Jorge?», me dijo. «No tenemos prisa, yo tengo más años que usted y tengo menos prisa. Con tal que se den las cosas como las veo yo, en las circunstancias que las veo, no tenemos que apurarnos. Déjelos. Yo no creo que Frondizi cumpla con nosotros pero la oportunidad del pacto es una oportunidad de demostrar que nosotros hemos tenido grandeza, nos hemos prestado a la solución de los problemas que afectan al país. Los militares no van más. Los radicales, si llegan a subir, si llegan a ganar las elecciones con Balbín, van a ser sirvientes de los militares». Era lo lógico. Él lo veía con una claridad meridiana […]. Le llevaron 85.000 dólares a Perón. Frondizi le mandó dinero a Perón por medio de Frigerio. Perón necesitaba dinero.[297]
Ramón Landajo ratifica el tema del dinero: Frigerio fue el que le dio una ayuda económica al General, pero Perón era tan generoso que recibió parte, porque sí lo necesitaba, y lo otro se lo dejó para que lo administrara la resistencia, acá en Argentina.[298]
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La cuestión es que, como una pesadilla para los «libertadores» y los gorilas de todo pelaje, allí estaba Perón nuevamente presente como árbitro de la política argentina.
El balance económico de la «Libertadora» Mariano Montemayor cuenta que el almirante Rojas, en una reunión de políticos afines y militares donde se lamentaban del resultado electoral favorable a Frondizi, se levantó de su silla y dijo: «No les dejaremos nada».[299] Parece que los «libertadores» cumplieron, por lo menos, con esta promesa del contraalmirante. De los 371 millones de dólares que encontraron en el Banco Central, para el último día de la dictadura solo quedaban 125 y una deuda externa que comprometía mucho más que la totalidad de las reservas, mientras que el déficit de la balanza de pagos llegaba a los 339 millones de la misma moneda. El déficit fiscal, que en 1955 era de 27.000 millones de pesos, era ahora de 38.000. Se habían liquidado en solo dos años tres millones de cabezas de ganado, había bajado sensiblemente la actividad industrial y aumentado exponencialmente la inflación, al tiempo que los salarios estaban contenidos y crecía la desocupación. Nuestras importaciones sumaban en 1957 1310 millones de dólares y exportábamos por 975 millones.[300]
El principio del fin Tan desastrosa administración de la riqueza argentina debía conllevar un repudio político. Y así ocurrió el 23 de febrero de 1958, cuando el pueblo votó masivamente a Frondizi, quien superó por casi un millón y medio de votos al candidato del gobierno, Ricardo Balbín.[301] El tercer puesto fue para el voto en blanco, con 841.400 sufragios que en su mayoría expresaban a otros tantos peronistas «duros» que no confiaban en Frondizi a pesar del pacto con Perón. La vencedora UCRI había obtenido todas las gobernaciones provinciales, la mayoría en el Senado y en Diputados (133 bancas frente a las 52 de los radicales del pueblo y dos de los liberales de Corrientes). Se abrían muchos interrogantes, esperanzas y nubes amenazantes sobre el nuevo gobierno. La mayoría de los argentinos había votado por el proyecto frondicista que establecía en su programa electoral: 1. la reconciliación de los argentinos; 2. el reforzamiento de las instituciones democráticas; 3. el restablecimiento de la moral y de la libertad;
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la creación de una economía de abundancia; la preservación y el desarrollo de las fuentes de energía; la orientación del comercio exterior en beneficio exclusivo del país; la transformación del uso económico y social de la propiedad privada agraria en beneficio de los productores y en vistas del desarrollo del país; el acceso de todos a la cultura, a la educación y a la técnica; el mejoramiento de las condiciones de vida de toda la población; el reforzamiento de las organizaciones del trabajo y de la producción; el mejoramiento del nivel técnico para las Fuerzas Armadas; el mantenimiento de una política internacional en defensa de la libertad, de la democracia y de la autodeterminación de los pueblos.[302]
La «Libertadora» tiene quien le escriba El escritor liberal colombiano Germán Arciniegas publicó en La Prensa un artículo titulado «El guerrero más singular de nuestro tiempo», donde decía: Cuando pasen los años y esto que ahora vivimos se vuelva historia, quedarán asombrados los profesores de las escuelas de guerra al enterarse de que una de las campañas más gloriosas de los ejércitos de nuestra América solo tuvo por objetivo la recuperación del poder civil. Esta marcha de 900 días del ejército argentino, amparado por su marina y su aviación, deslumbrará por su grandeza republicana. El general Aramburu y el almirante Rojas no llevaron sus tropas a una carnicería de esas que se resuelven en humo, pólvora, lágrimas y sangre. Su batalla de cada día fue salir de las sombras y dejar limpia la bandera, de las manchas que en ella habían dejado quienes la usaron como trapo de odio y partido. Había que sacar al ejército de un valle de tentaciones negras, y conducirlo a la llanura abierta en donde el hombre libre recupera su dignidad. Fue algo como la retirada de los diez mil de la epopeya griega, cuando los macedonios se movieron empujados por la ilusión de ver otra vez la llanura de su mar liberador. Los 900 días argentinos han sido aun más ejemplares, porque lo que buscaba el ejército era despojarse de privilegios que le oprimían el corazón, volver a la vida cruda de los cuarteles y decirle al pueblo reunido en la plaza: «El afianzamiento de la democracia llegará por vía de las instituciones republicanas en el ejercicio de las libertades y en la plenitud del derecho, donde ya no tiene nada que hacer la fuerza».[303]
Más allá de las hiperbólicas comparaciones con los libertadores y los griegos que ofrecía el escritor —al que le iban mucho mejor sus libros sobre la conquista de América— y la omisión ominosa de la «carnicería» que fueron los fusilamientos de junio de 1956, lo cierto y palpable era que la «Libertadora» había fracasado en todo, particularmente en su pretendida «desperonización» del país. En este sentido resulta particularmente interesante lo que señala Samuel Amaral: La desperonización fracasó porque el botín peronista era demasiado tentador para destruirlo: si los nacionalistas católicos, los radicales o los socialistas se quedaban con el movimiento obrero organizado, cualquiera de ellos saltaba inmediatamente por encima de los demás. Los sindicatos y la CGT fueron intervenidos pero no desaparecieron; la libre asociación
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garantizada por la reforma constitucional de 1957 nunca se puso en práctica. Nadie se atrevió a destruir la base de poder del peronismo porque todos aspiraban a quedarse con ella o con una parte de ella. Estaban de acuerdo en que el peronismo debía preservarse, pero también lo estaban en que debían renovarse. Cuando la renovación comenzó, sin embargo, los nuevos dirigentes no fueron menos peronistas que los proscriptos… La codicia de sus enemigos, entonces, garantizó la supervivencia de Perón.[304]
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Frondizi: golpe a golpe, verso a verso Cuando todavía se festejaba la derrota electoral de la «Libertadora» de febrero de 1958, Rodolfo Walsh publicó en la revista Leoplán una breve entrevista a Frondizi, que permite comprender el clima que rodeaba al presidente electo: Desde la madrugada del lunes 24 de febrero, cuando las cifras electorales procedentes de los cuatro rincones del país empezaron a concretar la incuestionable victoria del radicalismo intransigente, el cronista de Leoplán ha tenido una sola preocupación: llegar al presidente constitucional de los argentinos para dirigirle algunas preguntas que están en el ánimo de todos. De más está decir que lo mismo han pensado los cronistas de la prensa nacional y extranjera, de la TV, la radio y los noticiarios cinematográficos, y que todos ellos pugnan por abrirse paso —en diez lugares diferentes— a través de la nube de amigos, correligionarios políticos y ayudantes que se interponen entre ellos y la asediada persona del doctor Arturo Frondizi. «Está en tal lado», se corre la voz, y allá va el tropel de inquisidores, del comité de Riobamba al de Rivadavia, o al domicilio particular de Vicente López o a las oficinas de Diagonal. Esto dura todo el día. Por fin nosotros también logramos verlo unos minutos y dispararle a boca de jarro veinte nerviosas preguntas. —¿Qué representa para usted su encumbramiento a la primera magistratura? —le inquirimos de entrada—. ¿Una victoria personal, el triunfo de un partido o el triunfo de una línea de ideas? —La respuesta es concisa: —No se puede hablar ya de triunfos personales. El veredicto de las urnas representa el triunfo de una ancha corriente de ideas que desbordan el cauce partidario, pero que la Unión Cívica Radical Intransigente ha sabido mantener en vigencia en una larga y dura campaña de muchos años. […] —Doctor Frondizi —indagamos—, ¿gobernará usted con la Constitución de 1853? —Gobernaré con ella hasta que sea reformada. Necesita ser reformada, y lo será cuando lo decida el pueblo por medio de sus representantes en el Congreso. —Le preguntamos qué juicio le merece la situación económica del país y qué medidas se tomarán desde el gobierno para remediarla. —El país está frenado en su desarrollo económico —contesta—. Iniciaremos una vigorosa política de reactivación, sobre todo en el campo de la energía, la industria, los transportes. Trataremos de nivelar nuestra balanza de pagos, racionalizando las importaciones y mejorando la comercialización de nuestros productos en el extranjero. —Si su gobierno no consigue equipos petroleros en los Estados Unidos, ¿tratará de
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adquirirlos en el Este europeo? El doctor Frondizi mide cuidadosamente su respuesta: —Para nosotros no se trata de elegir entre tal grupo de países o tal otro. Se trata de contar con los equipos petroleros que YPF necesita imperiosamente. Sabemos que firmas proveedoras de distintos países están dispuestas a ofrecerlos. Compraremos a quien nos venda en condiciones más favorables.[305]
A pesar de la precisión de esas respuestas, que mostraba sus dotes de «gran comunicador» —como se diría en tiempos más recientes—, Frondizi no las tenía todas consigo. Sabía que el apoyo peronista duraría lo que él demorara en incumplir el acuerdo con Perón y era consciente de la desconfianza que despertaba en los líderes de la «Libertadora» y, en general, entre los militares por su pasado progresista, por haber denunciado al gobierno saliente y por su pacto con el peronismo. Llegaba a la Casa Rosada apoyado por una alianza heterogénea, que abarcaba desde la cúpula de la Iglesia Católica y sectores empresariales hasta el peronismo y el comunismo, pasando por dirigentes del interior del «viejo tronco radical» y nuevas camadas estudiantiles, identificadas con la «intransigencia» del discurso frondicista. En sus primeros meses de gobierno intentó una imposible tarea de equilibrista, tratando de conformar a todos, para finalmente recostarse en el apoyo de las conflictivas conducciones de las Fuerzas Armadas, representantes del poder económico más concentrado, que exigirían a cambio el ejercicio de un cogobierno. Esto marcaría los pasos de su mandato hacia el avance en la represión del movimiento obrero y la aplicación de políticas económicas ortodoxas. Del promisorio comienzo y los logros destacados, como el aumento exponencial de la producción petrolera, carbonífera, petroquímica, siderúrgica y automotriz y el inicio del desarrollo en áreas patagónicas, el gobierno caerá, bajo la influencia de personajes como los ministros de Economía Álvaro Alsogaray y Roberto Alemann, enredado en la imposibilidad de quedar bien con Dios y con el diablo.
¿Quién era Frondizi? Arturo Frondizi había nacido en Paso de los Libres, Corrientes, el 28 de octubre de 1908. Era el decimotercer hijo de Julio Frondizi, constructor de caminos y puentes, y de Isabel Ercoli; ambos habían llegado al país a comienzos de la década de 1890 provenientes de la región de Umbría, Italia. En 1912, mientras se producía la revuelta agraria conocida como el Grito de Alcorta y se sancionaba la Ley Sáenz Peña,[306] Arturo vivía con sus padres en Concepción del Uruguay. Sus hermanos mayores ya estudiaban en su célebre Colegio Nacional, al que él mismo asistió a partir de 1922. Pero en 1923, por razones 139
laborales, la familia debió instalarse en Buenos Aires y Arturo continuó sus estudios en el Nacional Mariano Moreno. En 1926, mientras cursaba quinto año publicó su primer artículo periodístico en el boletín del colegio sobre El Príncipe de Nicolás Maquiavelo. Al año siguiente ingresó a la Facultad de Derecho. Tras una brillante carrera se graduó en 1930 con diploma de honor, que se negó a recibir porque le sería entregado por el dictador general José Félix Uriburu.[307] Escribió entonces: No puedo concurrir a retirar mi Diploma de Honor de manos de las actuales autoridades, cuando he sido encarcelado bajo la acusación de indeseable dentro de esa misma Universidad que hoy premia mi dedicación y mi capacidad para el estudio. […] La hora no es de premios ni de halagos, sino de rebeldías. Cuando las cárceles están colmadas de camaradas, de intelectuales y de obreros; cuando argentinos libres pisan la tierra amarga del destierro; cuando la Universidad se ha cerrado para maestros ilustres y alumnos dignos, mi conciencia no admite otra satisfacción que no sea el restablecimiento de las libertades públicas y de una Universidad en que el derecho de pensar no sea un delito.[308]
El inicio de su militancia política coincidía con la dictadura cívico-militar de Uriburu, instalada el 6 de septiembre de 1930 al derrocar a Hipólito Yrigoyen y que dio inicio a la «década infame». Frondizi tomó contacto en la clandestinidad con jóvenes radicales y en marzo de 1931 fue detenido por miembros de la temida sección Orden Social de la Policía Federal, a cargo del comisario Leopoldo Lugones hijo. Pasó veinte días en la cárcel de Villa Devoto. A poco de salir de prisión se integró a la prensa del radicalismo colaborando en las revistas Crisol, Tribuna Libre y Acción Radical. A fines de 1932 se afilió formalmente a la UCR. El 5 de enero de 1933 se casó con Elena Faggionato, hija también de inmigrantes italianos de Umbría. Seis meses después, el 6 de julio, moría Hipólito Yrigoyen. Años más tarde rememorará Frondizi: Ese día de julio de 1933, cuando me enteré de la muerte de Yrigoyen, estaba yo postrado por una fuerte gripe […]. Estando en cama, envié de inmediato un telegrama a la modesta casa de la calle Sarmiento donde estaban los restos de lo que era para mí un hombre símbolo. […] El día del sepelio, todavía enfermo, fui junto con mi mujer a formar parte como un joven anónimo, de la gran columna popular. Desde la esquina de Tucumán y Callao vi pasar a miles de argentinos que acompañaban al gran caudillo. Hombres y mujeres de todas las edades y de todas las clases sociales. El espectáculo era imponente no solo por la multitud sino por su composición humana. Me emocionó profundamente ver a la gente humilde sollozante, y una nota totalmente inesperada para mí, la presencia de una multitud de negros. […] Los que el 6 de setiembre nos conmovimos por la soledad de Yrigoyen, pudimos advertir cómo el pueblo había ido a su sepelio a decir que el instinto popular es más fuerte que todos los poderes que lo encarcelaron, lo denigraron y lo atacaron. El caudillo era ya un mito de la Patria.[309]
En diciembre del 33, Frondizi hizo su debut como abogado penalista defendiendo 140
a los 300 detenidos por la fallida revolución radical originada en su pueblo natal, Paso de los Libres, aquella sublevación narrada magistralmente por don Arturo Jauretche en su libro que lleva el prólogo de Jorge Luis Borges.[310] A comienzos de 1935 fue designado delegado al Comité Capital de la UCR y en septiembre condujo el «Centro de ex presos y exiliados políticos», embrión de la Liga Argentina por los Derechos del Hombre —primer organismo de derechos humanos argentino— fundada en 1936, de la que fue su primer secretario. El 23 de diciembre de aquel año salvó milagrosamente su vida al salir ileso de un atentado mientras hablaba en un acto contra el negociado que se ocultaba en la prórroga de la concesión a la Compañía Argentina de Electricidad. En 1939 se incorporó al Colegio Libre de Estudios Superiores y se hizo cargo de la dirección de la revista Cursos y Conferencias, órgano de difusión del Colegio. Tras el golpe del 4 de junio de 1943 que puso fin a la «década infame», el radicalismo intentó una reorganización. Los sectores más progresistas del partido propusieron un replanteo programático que se expresó en la «Declaración de Avellaneda» de abril de 1945, redactada por Moisés Lebensohn y Arturo Frondizi. En ella planteaban la «organización de una democracia económica […] al servicio del pueblo y no de minorías» la «nacionalización de los servicios públicos —energía, transportes, combustibles— y de los monopolios» (algo en lo que no insistirá cuando sea presidente), la «democratización industrial» mediante la participación de los «cuadros, empleados y obreros en la dirección y en los beneficios» de las empresas, y una «reforma agraria inmediata y profunda, que ponga la tierra al servicio de la sociedad y del trabajo».[311] En política internacional, rechazaban los bloques políticos y militares y defendían la «soberanía política, económica y espiritual del país».[312] Y adelantándose a los postulados del artículo 40 de la Constitución justicialista de 1949, proponían: Nacionalización de todas las fuentes de energía natural, de los servicios públicos y de los monopolios extranjeros y nacionales que obstaculicen el progreso económico del país, entregando su manejo a la Nación, a las provincias, a las municipalidades o a cooperativas según los casos.[313]
En las elecciones de febrero de 1946 que le dieron el triunfo a Perón, Frondizi fue electo diputado nacional. La derrota de la Unión Democrática produjo un profundo debate en el radicalismo y la renuncia de toda su conducción. En agosto del año siguiente, nuevamente en Avellaneda, se reunió el primer Congreso de la corriente interna radical Movimiento de Intransigencia y Renovación (MIR). Frondizi y Crisólogo Larralde redactaron las conclusiones, en las que reaparecen principios básicos del yrigoyenismo, como sus conceptos antiimperialistas. En la sesión de la Cámara de Diputados del 12 de marzo de 1947, decía Frondizi 141
sobre el tema Malvinas: Sostengo que todo territorio que está dentro del ámbito geográfico, político, económico y espiritual del país, es argentino, independientemente del descubrimiento y de la ocupación que pueden tener relación con factores navales de que nosotros no podemos disponer a esta altura de nuestro desarrollo. El descubridor u ocupante podrá hacer valer, si es que existen, derechos patrimoniales a una indemnización por su descubrimiento, por su ocupación, por sus viajes, por sus gastos; pero nunca podrá desconocer nuestra soberanía sobre ningún pedazo del territorio que nos pertenece. En cuanto al caso de las Malvinas, no es ya un problema de pruebas, es un problema definitivamente resuelto. No sé cuándo la República Argentina recuperará las Malvinas; si sé que algún día serán recuperadas; podrán recuperarse cuando en el orden internacional impere el derecho o cuando tengamos la fuerza suficiente para restituirlas a nuestro dominio.[314]
En la misma sesión y en la del día siguiente, adelantó algunos de los ejes que conformarían la base del programa desarrollista: Es evidente la necesidad de industrializar al país. Debemos industrializarnos para elevar técnica y culturalmente al hombre que vive al amparo del país. Solo pueden oponerse a la industrialización de nuestro país los sectores terratenientes regresivos interesados exclusivamente en vender al exterior sus productos agropecuarios. Resuelto el problema de la necesidad de la industrialización, se plantea un segundo interrogante que se refiere al alcance de esa industrialización. Casi todos los sectores están de acuerdo en que la industrialización tiene que abarcar la transformación de nuestra materia prima; muchos otros están también de acuerdo en la necesidad de la industrialización de los productos semielaborados que vienen del extranjero, pero hay una tercera etapa en que aparecen las dudas; es la industria que se basa en la importación de materias primas. Es el caso de la siderurgia […]. Nosotros, cuando nos pronunciamos a favor de la existencia de la siderurgia nacional no es porque aspiremos a que la República Argentina se aísle del mundo, sino porque queremos que la Argentina marche de acuerdo con las más altas formas de la técnica moderna aplicada a la industria […]. No obstante todas estas dificultades en las condiciones actuales de explotación del hierro, la siderurgia debe llevarse adelante, en la medida que sea realizable, combinando las tres posibilidades: mineral nacional, hierro viejo y mineral importado […]. Yo sé, señor Presidente, que en el país existen enormes reservas de energía hidroeléctrica; sé que dentro de este plan siderúrgico que viene a consideración de la Cámara, dicha energía puede desempañar a su hora un gran papel, por la posibilidad de disminuir a un mínimo la importación del carbón extranjero, combinando la utilización de carbón nacional con la energía hidroeléctrica; pero recuerdo, naturalmente en relación a este problema, que el aprovechamiento hidroeléctrico argentino está recién en sus primeros pasos. De manera que suscribo las afirmaciones que se han hecho en este recinto sobre la absoluta necesidad de que el plan siderúrgico se desarrolle de manera simultánea con otros planes, especialmente, con el plan energético.[315]
A comienzos de 1948 fue reelecto diputado y el MIR se impuso en los comicios internos de la capital. Fue el vicepresidente del célebre bloque de los 44 diputados 142
radicales desde donde desarrolló una intensa tarea legislativa. En ella se destacan los proyectos de Plan Siderúrgico, la construcción de la represa de Salto Grande, la nacionalización de la Unión Telefónica y muy particularmente el proyecto de monopolio estatal de la industria del petróleo.[316] En 1951 fue elegido por la Convención Nacional del radicalismo para acompañar a Ricardo Balbín en la fórmula presidencial en los comicios de ese año. A partir de entonces, la relación con Balbín y los sectores más recalcitrantemente antiperonistas se fue enfriando. Mientras Frondizi decidió afrontar la derrota y seguir participando de los comicios, los más «contreras», representados por los sabattinistas y unionistas, promovieron la abstención electoral. Al respecto señala César Tcach: La abstención distaba de ser concebida como un mero instrumento de resistencia pasiva, sino que formaba parte de una estrategia más amplia orientada a estimular el levantamiento armado, cívico-militar contra Perón.[317]
Petróleo y política En enero de 1954 Frondizi fue elegido presidente del Comité Nacional de la UCR y escribió su famoso libro Petróleo y política, en el que se adelantaba al fuerte debate de ese año en torno a los contratos petroleros con la Standard Oil de California propuestos por Perón. En su libro, Frondizi pone al petróleo en el centro de la dependencia imperialista de la Argentina, tema planteado en la introducción bajo el título «La lucha antiimperialista. Etapa fundamental del proceso democrático en América Latina». Aunque en el texto está muy presente el lenguaje de la CEPAL —con expresiones como subdesarrollo y deterioro de los términos de intercambio—, su esquema interpretativo aparece alineado con el marxismo, al describir al imperialismo como «etapa superior del capitalismo». Ubicaba a la Argentina como un país dependiente que debía transformar la estructura agraria tradicional a través de la industrialización, en la que el Estado tendría un rol fundamental junto con factores de poder que se distinguían de los clásicos y que centraba en un partido nacional y popular, el movimiento obrero y las Fuerzas Armadas.[318] En aquel interesante trabajo decía Frondizi: Los métodos que utiliza el imperialismo en su acción absorbente, se ven fielmente reflejados en la acción de las empresas petroleras mundiales. La utilización de la violencia y la corrupción de las conciencias débiles como medios para conseguir sus fines, son hechos que jalonan la historia de todos los grandes trusts petroleros en su búsqueda incesante de concesiones y en la lucha que sostienen entre sí. Cuando las empresas petroleras necesitan afirmar su posición en el mercado comprador de petróleo o en la utilización de los yacimientos o en la adquisición de concesiones, intervienen activamente en la política de los
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países en que actúan, abierta o solapadamente según los casos, prestando ayudas financieras a determinados partidos o a sus hombres dirigentes y hasta financiando revoluciones, si ellas son necesarias… La experiencia histórica demuestra que, el imperialismo petrolero no ha apoyado un solo caso de transformación política de tipo democrático.[319]
Seguidamente hacía referencia a los cómplices del accionar imperialista: Al lado de la corrupción y tan grave como ella, si no más, existe un hecho que debe señalarse. Se ha dicho que al imperialismo se lo puede servir consciente o inconscientemente. […] El capital extranjero mantiene un estado de conciencia especial dispuesto a la entrega y al sojuzgamiento. Este estado de conciencia invade todos los rincones del país, todos los sectores sociales que actúan económica y políticamente y se revela en todos los aspectos de la vida nacional como si fuera una fatalidad histórica […]. Se renuncia a las posibilidades nacionales. Lo más terrible de este proceso de captación psicológica que el imperialismo crea, es que personas de buena fe, sabias e ignorantes, sabiéndolo o sin saberlo, defienden sus intereses y la necesidad de su permanencia y acatamiento. Así, hombres y pueblos pierden la conciencia de su propia personalidad y de la misión que deben cumplir en el devenir histórico.[320]
Y expresaba, contra el tradicional agrarismo de los radicales más conservadores, la urgencia de industrializar el país: Necesitamos una fuerte industria nacional independiente, es decir, que no sea un apéndice de los centros imperiales. Su desarrollo tiene que fundarse especialmente en el ahorro, en el trabajo, en la voluntad y en la inteligencia del pueblo argentino. Como necesitamos una industria que utilice las formas técnicas más adelantadas será indispensable importar máquinas modernas para lo cual, las divisas que resulten del comercio exterior deberán ser usadas fundamentalmente para importar bienes de producción. A fin de ir liberando al país de la dependencia en materia de máquinas, deberá asegurarse la creación y el funcionamiento de una industria pesada —que será clave de nuestro desarrollo económico— en base al esfuerzo del pueblo y del Estado argentino o sea, sin ser entregada a las influencias imperialistas. Todo plan de industrialización está necesariamente ligado a un gran consumo de energía. Debemos, pues, alcanzar autonomía energética, para lo cual se aprovecharán las fuentes hidroeléctricas, se impulsará la búsqueda de carbón, y se entregará en forma exclusiva a YPF el abastecimiento del petróleo.[321]
El gabinete del doctor Frondizi Con esos antecedentes y gracias a los votos peronistas, Frondizi asumió la presidencia el 1.o de mayo de 1958, con 49 años de edad y 38 grados de fiebre, rodeado de una enorme expectativa popular y la sospecha de los factores de poder y de buena parte de las Fuerzas Armadas. The New York Times señalaba en un editorial: «se trata, en verdad, de un día histórico para Buenos Aires y para la democracia colectiva del hemisferio occidental».[322] Entre los invitados especiales se destacaban el 144
vicepresidente de los Estados Unidos, Richard Nixon (futuro presidente de su país y genocida del pueblo vietnamita); el presidente del Perú, Manuel Prado, y el de Uruguay, Carlos Fischer. En el clave y flamante Ministerio de Defensa fue designado Gabriel Del Mazo, uno de los líderes de la Reforma Universitaria de 1918. Tendría que lidiar con el nuevo comandante en jefe del Ejército y secretario del arma, Héctor Solanas Pacheco. Su nombramiento «contaba» con la desaprobación del sector más gorila de las fuerzas de tierra, como se lo comunicaron al nuevo presidente los generales Aramburu y Ossorio Arana. En la Secretaría de Marina fue designado Adolfo Estévez, el almirante con mayor antigüedad después de Rojas. En la Aeronáutica asumió el comodoro Roberto Huerta. En el Ministerio de Hacienda, que en junio pasó a llamarse de Economía, fue designado el radical Emilio Donato del Carril. Para su principal socio político, Rogelio Frigerio, Frondizi creó el cargo de secretario de Relaciones SocioEconómicas en la Casa Rosada, algo así como un superministerio. En varios ministerios fueron nombrados radicales intransigentes: en Salud Pública y Bienestar, el bonaerense Héctor V. Noblía; en Educación y Justicia, el entrerriano Luis Mac Kay; en Obras y Servicios Públicos, el correntino Justo Villar. Pero en el Ministerio de Interior asumió el mendocino Alfredo Vítolo, lencinista en su juventud y con antecedentes unionistas antes de sumarse a la UCRI, y en la Cancillería, Carlos Alberto Florit, ex subsecretario de la Corte Suprema de Justicia. Florit era el más joven del gabinete y un ferviente nacionalista católico: el hombre de la Iglesia en el gabinete. En el Ministerio de Trabajo y Seguridad Social fue designado el dirigente gremial del Seguro, de origen radical, Alfredo Allende, y como interventor en la CGT, Alfredo Isaurralde, con la misión de «normalizar» la central obrera en un plazo máximo de 90 días.
Frondizi al gobierno; ¿Perón al poder? ¿Qué Argentina recibía Frondizi de los «libertadores»? Señala Juan José Real: De 1955 a 1958 el país había perdido 776 millones de dólares en su comercio exterior, que había dado en 1954 (el último año completo de gestión peronista) un superávit de 74 millones. Solo en 1957 el saldo negativo llegaba a 350 millones. Las reservas de oro habían descendido de 354 millones en 1955 a 110 millones en 1958. Del conjunto de gastos fiscales solo un 54% tenía financiación. La existencia de ganado había descendido de 47 millones de cabezas en 1954 a 44 millones en 1957.[323]
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En un principio Frondizi pareció dispuesto a cumplir con lo prometido en su campaña electoral y en el pacto firmado con Perón, lo que provocó los primeros chisporroteos con los sectores gorilas mayoritarios en las Fuerzas Armadas y en las filas opositoras. Una de sus primeras medidas fue impulsar en el Congreso una amplia ley de amnistía, que fue aprobada con la oposición de los radicales del pueblo. Así, el diputado de la UCRP Armando Verdaguer (no confundir con Juan, el notable humorista) dijo que «a esos individuos que cometieron delitos, en vez de amnistiarlos deberíamos colocarlos en una jaula del zoológico, para ejemplo de los niños»,[324] reafirmando aquello del «aluvión» espetado por su correligionario Sanmartino. La ley establecía una «amnistía amplia y general para todos los delitos políticos, comunes conexos o militares también conexos, cometidos hasta la promulgación de la presente ley», que incluía a los relacionados con fines gremiales. Frondizi, en este caso, expresaba su coherencia con lo que había dicho, un año antes de su elección, en un reportaje de la revista Qué: La existencia de presos políticos y sindicales constituye un factor de perturbación social, al mismo tiempo que sume en el dolor a muchísimos hogares. Afirmo que nadie debe ser perseguido por sus ideas. […] Si se pusiera en libertad a los presos sindicales y políticos, se vería que la inmensa mayoría solo desea construir en paz la grandeza de la nación y el bienestar de sus hogares.[325]
También quedó derogado el odioso decreto 4161 que prohibía todo tipo de propaganda peronista. Ninguna de estas medidas levantaba, sin embargo, la proscripción sobre el Partido Peronista ni habilitaba la posibilidad del retorno de Perón. Frondizi tomó además una decisión histórica, largamente postergada: la derogación de la ley 4144, llamada «de Residencia». La norma aprobada por el Congreso en 1902, en épocas de mayoría roquista, permitía al Poder Ejecutivo expulsar del país a todo extranjero considerado indeseable por las autoridades. Se aplicó inicialmente a los militantes anarquistas y socialistas y luego, durante la dictadura de Uriburu, a todo opositor real o potencial de origen extranjero. También se aplicó durante el peronismo y hasta los últimos días de la «Libertadora». Su derogación era una vieja aspiración también de Frondizi, quien la había planteado reiteradamente en el parlamento en épocas del peronismo.[326] El presidente anunció un aumento salarial y de las pensiones del 60%. Aunque no serían congelados los precios, afirmó que el gobierno aplicaría «todo el peso de la ley» a quienes cometieran abusos y especulaciones. También se prometía solucionar la situación de los trabajadores de Estado y de los jubilados. Pero el decreto fijaba el aumento sobre los sueldos que se cobraban al 1.o de febrero de 1956 y se aplicaba proporcionalmente a los gremios que hubieran recibido incrementos con posterioridad 146
a esa fecha. De esta forma, por ejemplo, los metalúrgicos y los textiles solo recibirían un incremento del 30%, cifra muy inferior a la inflación acumulada en esos dos años. Otra medida muy esperada fue la sanción de la Ley de Asociaciones Profesionales, que derogaba parte de la legislación sindical de la «Libertadora» y volvía al sistema de sindicato único por rama de actividad. Su artículo 10 establecía que las comisiones directivas debían ser elegidas «mediante el voto directo y secreto» de los afiliados. La nueva ley reconocía a los sindicatos los derechos de peticionar, fundar institutos de previsión y asistencia social, colonias de vacaciones, comedores, clínicas, farmacias y todo servicio social que «tienda a elevar la cultura, preservar la salud y mejorar el nivel moral y material de los trabajadores». También se decidió el cese de la intervención de algunos de los sindicatos más importantes. Una vez más, estas medidas contaron con la férrea oposición parlamentaria de los radicales de pueblo, que acusaban a Frondizi de impulsar esta ley como moneda de cambio con Perón y de reinstalar en la conducción de los gremios a los peronistas, ahora con poder redoblado. Finalmente, tras décadas de lucha, los trabajadores de la educación lograron que se sancionara la ley 14.473 que garantizaba el Estatuto del Docente, que regulaba sus derechos y garantías y establecía la jubilación con el 82% del mejor sueldo percibido. Lamentablemente, a lo largo de décadas solo se aplicaría parcialmente. Frondizi también cumplió lo pactado con Perón al aceptar la renuncia presentada por los integrantes de la Corte Suprema de Justicia designados por la «Libertadora», y obtuvo del Senado el acuerdo para la designación de los nuevos jueces Alfredo Orgaz, Benjamín Villegas Basavilbaso, Aristóbulo Donato Aráoz de La Madrid, Luis María Boffi Boggero y Julio César Oyhanarte, y como procurador general el doctor Ramón Lascano. Pero al mismo tiempo que tomaba estas medidas en sintonía con lo prometido, Frondizi logró que el Congreso le rindiera un homenaje a las Fuerzas Armadas y votara el ascenso a teniente general de Pedro E. Aramburu y a almirante de Isaac F. Rojas.
Sordos ruidos de corceles y de aceros En una nota firmada por su corresponsal Lester Tanzer, el principal diario financiero estadounidense, The Wall Street Journal, se preguntaba provocadoramente «¿Cuánto durará Frondizi?». En la nota, Tanzer decía: «Pocos diplomáticos o políticos esperan que llegue a cumplir los seis años de su mandato. Es más, muchos están convencidos de que su régimen se desmoronará antes de que transcurran muchos meses».[327] Ya entonces algunos estaban trabajando para derribarlo. 147
Dos semanas después de la asunción presidencial, en el tercer piso del elegante Centro Naval de Córdoba y Florida se producía la primera reunión conspirativa encabezada por el incalificable general Quaranta y sus colegas en el generalato y el gorilismo: Emilio Boncarrere y Bernardino Labayrú, el anfitrión contraalmirante Arturo Rial y el brigadier Jorge Rojas Silveyra. Y, según comentarios de entonces, el 21 de mayo se reunieron en una quinta de Del Viso los radicales Miguel Ángel Zavala Ortiz, Carlos Perette y Manuel Ordóñez para pergeñar un plan de desgaste que, según la revista Qué, tenía cinco puntos principales: 1. Bajo ningún concepto era posible que el gobierno se consolidara y diera comienzo al cumplimiento de su programa. 2. Era necesario crear, a través de todos los medios de difusión posibles, la impresión de que el presidente estaba dominado por una camarilla peronacio-comunista [sic]. 3. Al mismo tiempo urgía crear el convencimiento a la masa peronista de que AF [Arturo Frondizi] los había traicionado. 4. Convenía crear a través de un contacto con las «32» que tomó Ghioldi vía Pérez Leirós, focos de perturbación gremial. 5. Ayudaba provocar conflictos —médicos, maestros, justicia, universitarios— que agitaran a la clase media. Los objetivos se dividieron en máximo medio y mínimo. Máximo: caída total del gobierno. Medio: renuncia de AF y asunción del poder por [el vicepresidente] Alejandro Gómez. Mínimo: desgaste del gobierno al impedirle —por presiones o sabotajes internos— cumplir su programa.[328]
En la misma nota de Qué se hacía referencia a otras reuniones de radicales del pueblo con militares, con la misma finalidad. En todas aparecía Zavala Ortiz, que años después, para «defenderse» diría: «Todos los días había reuniones. Los golpistas me consultaban pero yo no conspiré contra Frondizi aunque veía con simpatía los esfuerzos por derrocarlo. La conspiración en general no fue obra de civiles sino de militares».[329] Como decía don Atahualpa Yupanqui, «no aclare, que oscurece». La Marina dio por suspendida la tradicional cena de camaradería de las Fuerzas Armadas, que siempre se celebra cerca del 9 de julio, ante la decisión del presidente de no concurrir. Como se estila, Frondizi había leído anticipadamente el discurso de neto corte golpista que iba a pronunciar Rial y que resumía lo charlado por los conspiradores en el Centro Naval. El hombre que quería que los hijos de los barrenderos mueran barrenderos fue castigado con una ridícula pena de ocho días de arresto. Alejandro Gómez reproduce el siguiente diálogo con el presidente: Frondizi. —¡Pero fíjese este insolente! ¡Tendría que arrestarlo! Gómez. —Vea, Arturo, usted tiene dos caminos. Lo arresta a Rial publicando su proyectado
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discurso, para que el pueblo sepa de su insubordinación o deja nomás que lo diga y, en el mismo acto usted denuncia al país la situación creada entre las Fuerzas Armadas y el poder civil. Esto le pasa por seguir su famosa teoría de «los factores de poder». Usted debía haber jugado siempre a pueblo, pero como está en otra cosa y dejó de lado al pueblo, ahora se siente solo y se enoja aquí entre cuatro paredes. La tal consulta no fue más que un desahogo, porque de inmediato dijo que lo más prudente era suspender la comida por deficiencias del local.[330]
Era solo el inicio de un período que batiría los récords de «planteos» cívicomilitares, que totalizarían 34. En el fondo y en la superficie de todos estos cuartelazos, en los que siempre estaban implicados notorios civiles, estaba el peligro latente del regreso directo o encubierto del peronismo y la imposición por la fuerza de los planes económicos antipopulares y la consecuente represión. El presidente, afecto a los equilibrios y a intentar el camino de quedar bien con Dios y con el diablo, iría optando por uno de los dos términos de la disyuntiva.
Del dicho al hecho Los objetivos de Frondizi a fines de 1958 eran la consolidación del apoyo popular, el establecimiento de una firme cabeza de puente entre los sindicatos y la neutralización de la influencia de Perón imitando sus políticas. Eso era fácil de pensar pero de muy difícil ejecución en un país altamente fracturado políticamente, con fuerzas opositoras más proclives a las reuniones conspirativas en la sombra que al abierto debate parlamentario, con graves problemas económicos y una miseria que se agudizaba cada día y que para 1958 arrojaba la tremenda cifra de cinco lactantes muertos cada hora por desnutrición o por enfermedades vinculadas a la pobreza. Frondizi proclamaba que el país no podía retrotraerse a la época de los granos y las vacas, al modelo agroexportador clásico. Apostaba al desarrollo de las industrias básicas que no había concretado el peronismo: petróleo, siderurgia, maquinarias. Esto permitiría abastecer a la industria liviana, mejorar la balanza deficitaria del comercio exterior (al reducir importaciones de combustibles, maquinarias y repuestos) y también beneficiaría a la producción agropecuaria, con la abundancia de energía, maquinaria y productos químicos que posibilitarían su tecnificación y modernización. Frigerio y Frondizi consideraban que la coyuntura mundial era favorable a este «modelo desarrollista» que encajaba en los planes de expansión e inversión de las grandes compañías extranjeras. A partir de la Segunda Guerra Mundial, los principales capitalistas del mundo notaron que muchos países «subdesarrollados» tenían incipientes industrias con sistemas aduaneros que las protegían. La manera más inteligente de aprovechar esos mercados era controlarlos desde adentro, invirtiendo y 149
produciendo localmente en ellos. Esta «radicación de industrias» en países como la Argentina, que en algunos rubros las empresas norteamericanas habían iniciado ya en la década de 1920, creció notablemente desde mediados de los años 50. Sus casas matrices se beneficiaron además con el cobro de regalías por patentes y las exenciones impositivas que acompañaban las «radicaciones». Pero el esquema optimista de Frondizi y su equipo partía de una base equivocada. Suponía que los grandes monopolios internacionales serían funcionales a los planes desarrollistas y no a la inversa, como ocurriría en la realidad: que esos planes sobrevivirían en tanto y en cuanto se adecuasen a las necesidades de los poderosos holdings. Frondizi había dicho en enero de 1957: La Argentina se puede desenvolver en base a sus propios recursos, pero ello importaría renunciar a un ritmo de crecimiento más acelerado. Lo importante es distinguir claramente dos tipos bien contrapuestos de inversión extranjera. Por un lado, aquella que aporta una nueva fuente de riqueza, crea trabajo, contribuye a elevar el nivel de vida popular, promueve el desarrollo integral y armónico de nuestra economía y hace a esta menos dependiente de los factores externos. Por el otro, el tipo tradicional de inversión que suelen practicar los países metropolitanos en sus colonias o en aquellos países subdesarrollados que intentan incorporar virtualmente a sus dominios. Se aplican generalmente a la producción y exportación de materias primas y combustible, no aportan riqueza sino la sustraen, obstruyen sistemáticamente toda posibilidad de desarrollo industrial, tienden a crear desocupación y a deprimir los salarios con el fin de abaratar el producto de exportación e intentan estructurar —mediante el dominio de los servicios públicos, de los bancos, de los monopolios de exportación, etc.— una administración económica colonial bajo aparentes formas políticas de gobierno propio. Son cosas muy distintas y nadie puede juzgar con el mismo criterio a quien entra en nuestra casa a colaborar, que aquel que no persigue sino móviles de despojo o dominación.[331]
La cruda realidad era que ante la histórica falta de interés de la gran burguesía — que había ampliado sus dominios a las finanzas y la industria, además de la producción agropecuaria— en invertir en el desarrollo nacional y ante un Estado exhausto tras el desastre del Plan Prebisch de los «libertadores», Frondizi pensó que la única alternativa para encarar sus planes petroleros y siderúrgicos era la apertura de la economía a la inversión extranjera, flexibilizando sus discursos antiimperialistas de campaña y dejando de lado la conveniencia del monopolio estatal del petróleo. Así creció la distancia entre su discurso de campaña y sus medidas de gobierno. Nos decía al respecto Félix Luna: Lo que pasa es que su programa era incumplible. Era un programa que se había sancionado en el año 45 en la inmediata posguerra, con otras condiciones en el mundo y en el país. Y ya en 1958 ese programa era totalmente obsoleto. Era un programa que decía: «reforma agraria inmediata y profunda». ¿Vos te imaginás si Frondizi hubiera dicho «acá se expropiarán todas
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las estancias mayores de cien mil hectáreas»? ¡No dura ni tres minutos y medio! Y se arruina toda su experiencia. Entonces, el error fue mantener el programa cuando habría que haberlo cambiado antes de que Frondizi fuera candidato.[332]
Comentaba Ismael Viñas, quien fue secretario de Cultura de Frondizi: El ingreso de Frondizi a la Casa Rosada abrió un tiempo extraño, que traía consigo dudosos presagios: a pesar de que los nombramientos de ministros y subsecretarios fueron más o menos lo esperado (caudillos radicales que lo habían apoyado, tanto de la intransigencia como del unionismo, casi todos de las provincias, algunos de gran prestigio), Frondizi se borró de la escena política por un tiempo, casi sin concurrir a la casa de gobierno, lo que dio lugar a especulaciones que iban desde las de tipo psicologizante («se ha asustado de su cargo») hasta las de tipo conspirativo: sin duda estaba en conversaciones con los llamados entonces «factores de poder» para poder lanzar un paquete de medidas que conmoverían al país. Pasó algo de tiempo, que agudizó las impaciencias, hasta que Frondizi salió a la luz un día anunciando medidas… totalmente inesperadas: conversaciones con la Iglesia católica para permitir la apertura de universidades privadas y con empresas petroleras para abrir el terreno a concesiones de exploración y explotación. Lo contrario de lo que se esperaba de él y de lo que había sostenido en su libro Petróleo y política […], en el que apoyaba su fama de intelectual nacionalista y progresista.[333]
El propio Frondizi intentaba explicar su cambio por la sorpresa que se llevó poco antes de asumir, al ver el panorama que le dejaban los ocupantes de la Casa Rosada: La decisión la tomé luego del 23 de febrero, cuando pude conocer con precisión la situación nacional, la situación concreta del país, pues Aramburu había puesto a mi disposición todo el dispositivo del gobierno. Entonces realicé con Frigerio una serie de entrevistas, conversé con los ministros, y envié un hombre para que entrara en contacto con cada zona crítica. Supe entonces —por ejemplo— que las reservas en poder del Banco Central (en ese momento había control de cambios) no alcanzaban para pagar los permisos de cambio ya otorgados y comprendí la situación de insolvencia financiera.[334]
Un supuesto lector anónimo de la revista Tía Vicenta le cambiaría la letra al tango «Tiempos viejos» de Francisco Canaro y Manuel Romero, para expresar: ¿Dónde están los muchachos de entonces? / De lo nacional y lo popular. / Unos pocos quedaron, Frondizi. / Unos pocos para recordar. / ¿Te acordás cuántos votos tuvimos / con la onda de la integración? / Hoy se ríen Manrique y Colombo, / Aramburu, Rojas y Perón / ¿Te acordás, Frondizi? ¡Qué tiempos aquellos! / Cosas del programa que nunca se harán / porque por Olivos te han visto paseando / del brazo y charlando con Alsogaray.[335]
Alain Rouquié rescata la intención de un grupo de jóvenes militantes frondicistas de tratar de retomar el rumbo prometido en la plataforma electoral: Para ayudar a Frondizi a retomar el recto camino, un grupo de jóvenes radicales, dirigido por
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el brillante economista Aldo Ferrer remiten al Presidente, el 28 de abril de 1958, un Informe sobre la situación económica nacional, que es un programa radical de izquierda adaptado a las condiciones de la Argentina en 1958. Difiere del programa frigerista en varios puntos: prevé la utilización de todas las tierras gracias a la distribución de las que permanecen improductivas y «la adaptación de la tenencia a las necesidades del desarrollo económico»; los capitales extranjeros no deberán ser utilizados sino como último recurso y su papel en la economía nacional deberá ser reducido; el Estado asumirá importantes responsabilidades económicas, sobre todo en lo que concierne a la estructura de base de la economía; utilizará los instrumentos de la planificación de que dispone (moneda, fiscalidad, comercio exterior). Para esto, los impuestos y ciertas tasas deberán ser especialmente aumentadas. Estas proposiciones no tendrán eco; Aldo Ferrer y sus amigos se alejarán de Frondizi y la mayoría de ellos colaborarán en el sentido de su programa en el gobierno de la provincia de Buenos Aires.[336]
Reflexiones de Cooke El delegado de Perón, John William Cooke, advertía a sus compañeros y al pueblo sobre algunos síntomas de incumplimiento del pacto firmado: Porque la justicia continúa en manos de la oligarquía, burlándose de las decisiones del Congreso. Porque hay ciudadanos despojados ilegítimamente de sus bienes. Porque hay obreros sin trabajo y militares fuera del Ejército por razones políticas. Mientras tanto, la calle sabe que el Dr. Frondizi «está presionado». Pero también sabe que quien designa a los gorilas es el propio presidente de la República. Si él ubica gorilas en puestos claves, ¿cómo extrañarse después de que lo «presionen»? ¿O es que los torturadores y fusiladores del treinta de abril iban a transformarse en gente decente el primero de mayo? No es fácil la tarea de gobernar, y máxime después de tres años de política antinacional. De ahí la extremada prudencia con que el pueblo plantea sus reivindicaciones, deseoso de no prestarse a maniobras de provocación. Pero va acentuando el tono de su protesta ante la sensación de que, por encima del gobierno visible, hay el supergobierno de los que «presionan». Es el gobierno visible el que tiene la responsabilidad de lo que se haga para bien o para mal, el que recibió el «aluvión de votos», y el obligado a llamar a las cosas por su nombre, en lugar de jugar a equilibrios que las dramáticas circunstancias actuales no permiten. El Peronismo, tal como acaba de declararlo nuestro Líder, apoyará todo lo que sea de beneficio popular, pero se opondrá con todas sus fuerzas a lo que represente el interés de la explotación y la injusticia. Para eso, lo mismo está en condiciones de enfrentar a gobiernos vacilantes que a súper gobiernos histéricos.[337]
La batalla del petróleo Uno de los primeros pasos de la estrategia desarrollista fue buscar el autoabastecimiento del petróleo. Para ello, el gobierno firmó una serie de contratos con compañías extranjeras. Las empresas podían introducir sin pagar impuestos todo el material que consideraran necesario para la explotación. La carga impositiva sería 152
abonada por Yacimientos Petrolíferos Fiscales (YPF), y el reintegro de las inversiones y las ganancias de las empresas podría ser girado al exterior con absoluta libertad. YPF, por su parte, se comprometía a comprar todo el petróleo que extrajera el sector privado. Si bien se triplicó la producción petrolera, no se logró equilibrar la balanza de pagos ni la comercial, porque el convenio aumentó notablemente el déficit. Nos decía al respecto un colaborador directo de Frondizi: Frondizi no quería un país petrolero, porque para él un país petrolero era tan dependiente como un país agropecuario. Pero, por supuesto, la Argentina en ese momento tenía un agujero inmenso en la balanza comercial con motivo de la importación de petróleo. Frondizi estaba convencido de que Argentina era, potencialmente, un país petrolero, no a la manera de Venezuela, pero sí un país en condiciones de desarrollar una actividad importante de petróleo y gas y por lo menos lograr el autoabastecimiento. […] Lo que Frondizi quería era abrir el subsuelo del país a cualquier inversor extranjero con el agregado de que las principales petroleras no tenían interés en ese momento. Ni la Esso ni la Shell entraron inicialmente al programa. Se opusieron a muerte al programa, la verdad sea dicha. Los hombres de la Shell trabajaron fuertemente contra los programas de petróleo, pero después entraron cuando vieron que era inevitable. Pero no se esforzaron mucho. La Shell no encontró nada, no descubrió nada y tomó áreas donde por lo menos sabía que había gas.[338]
Cuando se le preguntó a Frondizi sobre la evidente contradicción entre sus escritos de Petróleo y política y su política como gobernante, declaró: La opción para el ciudadano que ocupaba la Presidencia era muy simple: o se aferraba a su postulación teórica de años anteriores y el petróleo seguía durmiendo bajo tierra, o se extraía el petróleo con el auxilio del capital externo para aliviar nuestra balanza de pagos y alimentar adecuadamente a nuestra industrial […]. No me arrepiento.[339]
También en un reportaje que le hiciera Bernardo Neustadt en 1964, se explicaba Frondizi: La finalidad y el gran objetivo nacional eran el autoabastecimiento petrolero y la liberación de los grandes monopolios importadores que son, además de fuentes de corrupción, el medio para perder grandes riquezas para la Argentina. Dijimos que queríamos alcanzar el autoabastecimiento a través del monopolio estatal de YPF. Cuando llegamos al gobierno nos encontramos con esta situación: el país no tenía recursos financieros para darle a YPF, y a su vez YPF no estaba en condiciones, por su organización empresaria, de alcanzar el autoabastecimiento. Entonces nosotros sacrificamos ese medio que era el monopolio estatal para alcanzar la gran finalidad que era el autoabastecimiento. En otras palabras, nosotros somos nacionalistas de fines y no nacionalistas que hacemos una cuestión vital de los medios. [340]
El informe de la comisión investigadora de los contratos petroleros, impulsada durante el gobierno radical del doctor Illia, pudo establecer lo siguiente: 153
La Nación y en particular YPF han sufrido, por la celebración de los contratos, un grave perjuicio económico y financiero, como lo prueban las siguientes cifras: YPF invirtió entre 1958 y 1963 la cantidad de 666.000.000 millones de dólares, habiendo podido obtener la misma producción con una inversión de 381.000.000, de donde deriva un perjuicio del orden de los 285.000.000 de dólares. […] El perjuicio económico ocasionado por la firma de los contratos equivale al monto total de las utilidades de las empresas contratistas, las que hubieran ingresado al patrimonio de YPF, de no haberse suscripto esos contratos. Ese perjuicio alcanzaba al 31 de diciembre de 1963 a 167.000.000 de dólares. De no anularse los contratos, tal perjuicio habría llegado a 915.000.000 de dólares a la finalización de los mismos. YPF se hizo cargo durante el tiempo de vigencia de los contratos de 1.877.284.530 pesos que debieron pagar las compañías contratistas en concepto de recargos cambiarios, gastos aduaneros, tasas e impuestos provinciales. Así mismo se hizo cargo de 2.263.146.588 pesos que en concepto de regalías las empresas debieron pagar a las provincias. El fisco sufrió un perjuicio económico del orden de los 2.465.229.347 pesos por la exención del pago de impuestos a los réditos, de emergencia y a los beneficios extraordinarios concedidos a las compañías contratistas.[341]
El balance de Frigerio, en cambio, era altamente positivo, al destacar el autoabastecimiento petrolero alcanzado en esos años: Los resultados de la política puesta en ejecución en mayo de 1958 se tradujeron en que: a) el país perforó en cuatro años (1959 a 1962), 4657 pozos, cantidad similar a lo perforado en los ocho años que corren entre 1963 y 1970 (4740 pozos); b) el país triplicó la producción de petróleo, a un ritmo de crecimiento del 30% anual; […] y e) el país logró el autoabastecimiento en 1962; la producción promedio diaria del mes de diciembre de ese año (47.071 metros cúbicos) fue mayor al consumo promedio diario del mismo año (46.613 metros cúbicos), es decir, la producción superó a la demanda.[342]
Se creó Yacimientos Carboníferos Fiscales y se impulsó la producción de Río Turbio, frenada por una denuncia de la oposición sobre un supuesto negociado en la construcción de 5000 viviendas para los obreros. La actividad pudo retomarse y para 1961 la producción de carbón había aumentado casi 100.000 toneladas en relación con la de 1958. La siderurgia recibió un decidido impulso con la inauguración de la planta de la empresa mixta Somisa en San Nicolás (cuya construcción estaba virtualmente completada al ser derrocado Perón), lo que impulsó también la actividad de la mina de hierro de Sierra Grande. La producción de acero se triplicó entre 1958 y 1961. Esto estimuló la instalación de industrias automotrices, de tractores y de maquinaria agrícola en los cordones industriales de Buenos Aires, Rosario y fundamentalmente Córdoba. Al tiempo que el parque automotor comenzaba a crecer aceleradamente gracias a la fabricación en el país, se notaba un aumento de la inversión fija industrial —que para 1961 representaba casi un cuarto del producto bruto interno—[343], en especial la destinada a equipos durables de producción, es 154
decir a la instalación y renovación de maquinaria. Este punto, clave de los objetivos desarrollistas, sería uno de los aspectos que Frondizi y su equipo reivindicarían como un logro indiscutible de su gobierno.
Laica o libre Durante la campaña electoral, Frondizi había dicho que «para corregir el estado actual de la educación y la cultura» era «necesario reconocer a los distintos sectores nacionales el derecho de enseñar y aprender». Y para ello tendría «que modificarse la estructura universitaria para ponerla al servicio del país».[344] Aunque su argumentación para ese cambio decía que eran instituciones creadas «en otra etapa del país […] cuando la economía pastoril no necesitaba técnicos ni especialistas», muchos lo interpretaron como una señal destinada a la Iglesia, en el contexto del controvertido artículo 28 del decreto 6403/55, sancionado por la «Libertadora» a instancias de Atilio Dell’Oro Maini, como vimos en el capítulo anterior. La comisión de «notables» para analizar la cuestión, creada por Frondizi antes de asumir, apuntaba en el mismo sentido: estaba integrada por Aristóbulo Aráoz de la Madrid, de la UCRI, el peronista cercano a la Iglesia Raúl Matera y el rector del Instituto Superior de Filosofía del Salvador, padre Ismael Quiles. El triunvirato se expidió el 11 de junio de 1958 favorablemente al impulso de la actividad privada. Fue así que en diciembre de 1958, el ministro Mac Kay impulsó la reglamentación del bendito artículo 28, que ya había sido impugnado por la Constituyente de 1957, cuya comisión de cultura se expidió en mayoría por que fuese el Estado el único habilitado para otorgar títulos universitarios. El Consejo Superior de la Universidad de Buenos Aires, cuyo rector era Risieri Frondizi, hermano menor del presidente, emitió un comunicado señalando que las universidades públicas eran la mejor garantía para la enseñanza «libre» y oponiéndose al otorgamiento de títulos habilitantes por las que calificaba acertadamente como «empresas privadas». Muy pronto, lo que parecía una simple medida de carácter educativo se convirtió en motivo de debate nacional. La sociedad argentina se dividió entre los defensores de la «laica» educación estatal y los de la llamada «enseñanza libre», partidarios del funcionamiento de establecimientos privados con facultad de otorgar títulos habilitantes. Y no faltaron quienes consideraban que la reglamentación del decreto era una cortina de humo lanzada por Frondizi para distraer a los sectores medios mientras se firmaban sin el debido control parlamentario los contratos petroleros. La primera protesta provino de los rectores de siete universidades nacionales: Risieri Frondizi, Oberdan Caletti, Roberto Arata, Pascual Colavitta, Pedro León, José 155
Peco y Josué Gollán, quienes el 27 de agosto de 1958 pidieron al presidente que no innovara en la materia y que en caso contrario se encontraría con una firme resistencia de los académicos y los alumnos. En el mismo sentido, la FUBA declaró: Levantaremos tribunas en todos los rincones del país, para demostrar al pueblo que quienes se escudan tras la máscara de la «libertad de enseñanza» (los mismos que declaman la libertad de empresa y de trabajo) están buscando dividir a las familias argentinas. Si se autoriza a consorcios capitalistas y grupos confesionales a expedir títulos habilitantes, en lugar de egresados conscientes de los problemas del país y dispuestos a servirlo, tendremos graduados con mentalidad oscurantista y antinacional; profesionales comerciantes y abogados defensores de la explotación popular y la entrega.[345]
La protesta no se limitó a emitir comunicados. Hubo multitudinarias marchas y ocupaciones de facultades, como las de Medicina y Ciencias Económicas, y colegios como el Nacional Buenos Aires, el Carlos Pellegrini, el Mariano Moreno y el Manuel Belgrano. En todos los casos la policía actuó con total brutalidad usando palos y gases lacrimógenos para desalojar a los estudiantes. Once años después de los hechos, el jefe de Policía, contraalmirante Niceto Vega, contaba: Teníamos orden rigurosa de no usar armas de fuego. Entonces nacieron los camiones hidrantes, provistos de un dispositivo que despedía amoníaco a su alrededor para los más audaces, y de protección de caucho para las cubiertas, a prueba de miguelitos.[346]
Los estudiantes de Química respondían a la tecnología policial importada de los Estados Unidos, arrojándoles frascos de ácido muriático a los flamantes «Neptunos». Mientras el proyecto de ley pasaba de una Cámara a otra, crecía la movilización de los partidarios de una y otra postura. La Iglesia movilizó el 15 de septiembre a todos los estudiantes de sus colegios, a los que se les computaba doble falta si no concurrían a la «espontánea» demostración, y a los feligreses de sus parroquias, traídos en micros y trenes fletados por el gobierno nacional. Al frente de las católicas columnas marchaban el ex rector de la Universidad de Buenos Aires durante la dictadura de Uriburu, Mariano R. Castex, Etcheberry Boneo y el futuro vicepresidente de la fórmula del Frente Justicialista de 1973, Vicente Solano Lima. En el acto hablaron, entre otros, la señora María Moretti Canedo de Briglia en representación de las madres privatistas y confesionales y el historiador liberal de derecha Ricardo Zorraquín Becú.[347] Tras los discursos, los defensores de la universidad privada marcharon a la Plaza de Mayo en apoyo de Frondizi al grito de «Laika perra rusa»[348] y «U U U / Risieri a Moscú». El presidente salió gentilmente a saludar a sus ocasionales simpatizantes. Parecía el mundo del revés. Los partidarios de la enseñanza laica concretaron su mayor movilización el 19 de septiembre, marchando masivamente al Congreso. Iban encabezados por el rector de la 156
Universidad de Buenos Aires y por el vicerrector, el reconocido pediatra y escritor Florencio Escardó. Entre los oradores figuraron Ismael Viñas, secretario de Cultura de Frondizi, y el historiador José Luis Romero. Las consignas más coreadas eran «Mac Kay, Frigerio, / camino al monasterio», «Risieri sí, Arturo no», «Los curas a los templos, / las escuelas con Sarmiento» y la más ingeniosa: «A la lata, al latero, / que manden a los curas / a los pozos petroleros». Poco después quemaron un muñeco de Frondizi vestido de cura. La cifra de asistentes osciló, según las fuentes, entre las 200.000 y las 450.000 personas, custodiadas por más de 1500 policías fuertemente armados. A pesar de todos los esfuerzos, la ley fue aprobada y la iniciativa privada pudo de ahí en más crear universidades con la oferta de otorgar títulos académicos. La habilitación profesional se obtendría a través de un examen en organismos estatales y se establecía que estos establecimientos no podrían recibir subsidios del Estado. Al romper el histórico monopolio estatal en la enseñanza superior, Frondizi obtuvo un relativo respaldo de la Iglesia Católica pero perdió la simpatía de los sectores medios de tradición liberal y anticlerical y de la mayoría del movimiento estudiantil. Su hermano Risieri lo acusó de haber abandonado «el programa democrático, progresista y popular que el pueblo argentino apoyó el 23 de febrero».[349] En opinión de Carlos Altamirano: Una de las cosas que se va a poner en juego en la batalla laica versus libre, es este legado ideológico-cultural frente a lo que era visto como la otra Argentina católica, clerical, autoritaria. Es decir que esta batalla tiene en parte que ver con una cierta representación de cuál es la verdadera, la auténtica identidad argentina. La batalla de los laicos no es sino una batalla de la izquierda liberal de la Argentina masónica, de la Argentina que quiere definir un patrón cultural, contra la verdadera tradición argentina que es auténticamente católica; y entre estos dos alineamientos la cuestión es, respecto a las posibilidades de la universidad privada como una forma de desarrollo de la enseñanza superior, que no ha tenido campo o margen en la Argentina. Entonces a los ojos de unos, esta controversia en realidad está ligada a la pretensión de seguir un camino norteamericano de desarrollo del sistema de enseñanza superior, lo que no haría sino hacerle el juego a la construcción de la Argentina a la manera de un país capitalista americano haciéndole perder sus mejores tradiciones que hacían del Estado, como agente central del sistema educativo, un elemento fundamental.[350]
Por su parte, un sector del peronismo lanzó el siguiente comunicado: Las «62 Organizaciones» tienen la obligación de pronunciarse en favor de la enseñanza Estatal de acuerdo a los postulados de la Doctrina Peronista y convalidando los pronunciamientos ya realizados por la CGT de Córdoba, de La Plata, por el Movimiento Universitario Peronista de Santa Fe y por la Junta Coordinadora Provisoria Nacional de la Juventud Peronista. Deben también hacerlo porque vastos sectores estudiantiles, actualmente dirigidos por liberales y comunistas, esperan la solidaridad de los trabajadores en la lucha que están librando. Los trabajadores Peronistas no pueden dejarlos abandonados a merced de los
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comunistas. Debemos ganarlos para la causa de la Revolución Nacional demostrándoles que solo el Peronismo es capaz de luchar hasta el fin en defensa de una enseñanza Nacional abierta al Pueblo.[351]
La realidad demostraría que las universidades privadas, en su mayoría propiedad de la Iglesia, no estaban a la altura de las circunstancias. Contrariamente a lo que pensaba Frondizi, no se dedicarán a producir los técnicos que el país necesitaba, que seguirán proviniendo de la universidad pública, sino a carreras humanísticas o empresariales. Señalaba al respecto el militante católico Mariano N. Castex: Frondizi al asumir cumplió su promesa electoral y un conjunto de intelectuales encabezados por el filósofo jesuita Ismael Quiles y mi padre […] presidieron una campaña que culminó exitosamente con la sanción y promulgación de la ansiada ley. La Iglesia contaba por entonces con pocos clérigos con verídica experiencia universitaria aunque sí con numerosos eruditos intelectuales. Los obispos, entusiastas, se lanzaron sobre la idea intentando cada uno responder al pedido de sus fieles, no distinguiendo claramente entre una escuela parroquial y una alta casa de estudios y desconociendo las frondosas y complejas exigencias de una moderna universidad. […] Desgraciadamente las universidades privadas proliferaron como hongos tras la lluvia y todos pretendieron la propia. La situación hizo crisis durante el gobierno de Onganía por la falta de fondos disponibles y el consiguiente descenso de la calidad de enseñanza y de investigación, favoreciéndose la creación de carreras humanísticas —sin futuro real en el país— en desmedro de los cursos de alta tecnología de demanda efectiva y urgente.[352]
Con una pequeña ayuda de los «amigos» del FMI En 1958, el presidente adoptó otras medidas que tampoco fueron bien recibidas por gran parte de su electorado. Entre ellas se destacan las gestiones realizadas con el Fondo Monetario Internacional (FMI) para la obtención de un crédito de los denominados standby,[353] como parte de un paquete de financiamiento exterior, por el cual los organismos financieros internacionales, un consorcio de bancos privados norteamericanos y el gobierno de Estados Unidos otorgaron ayuda por 329 millones de dólares para apuntalar un plan de estabilización con el que se inició una nueva etapa en la política económica del gobierno de Frondizi en la Argentina. En dicho paquete de ayuda financiera se destacaba el aporte de 75 millones realizado por el Fondo Monetario Internacional, con la finalidad de conformar un fondo de estabilización en dólares que permitiese la unificación y la liberalización del mercado cambiario argentino […].[354]
Dos misiones del FMI «visitaron» la Argentina, en agosto y octubre de 1958, y a fin de año, con el acuerdo cerrado, Frondizi anunció un «Plan de estabilización económica» que seguía sus directivas. Eligió para ello una fecha muy particular: el 28 158
de diciembre, el Día de los Santos Inocentes. Los principales puntos del convenio consistían en aumentos del 150% en las tarifas del transporte y del 200% en los combustibles, aumento de las tarifas eléctricas, despido del 15% de los empleados públicos, «racionalización» de los ferrocarriles (con cierres de ramales y el despido del 15% del personal), eliminación de todos los controles de precios (a lo sumo se mantendrían precios máximos para unos diez artículos de primera necesidad), congelamiento de salarios por dos años y reducción en un 30% del presupuesto nacional destinado a salarios de la administración pública, unificación del mercado cambiario y liberación del valor del dólar. Se reduciría en 50% la inversión estatal en obras y servicios públicos (es decir, caminos, trenes, hospitales y escuelas). Por si a alguien no le quedaba claro que el plan se proponía, otra vez, bajar la inversión estatal y el consumo interno, el punto cuarto del convenio lo establecía nítidamente, indicando que los mayores ingresos por nuestras exportaciones debían aplicarse inmediatamente al pago de la deuda externa, que se calculaba en 700 millones de dólares. ¿A dónde fue a parar gran parte de esta deuda contraída a cambio de estas tremendas condiciones? Según Esteban Rey: La lista de créditos concedidos como resultado de la nueva política y de los viajes y negociaciones resulta, a este respecto, altamente clarificadora: Acinfer obtiene siete millones de dólares; Siam: 2.500.000; Siat: 1.700.000; Loma Negra S.A: 5.900.000; Compañía Sudamericana de Cemento: 3.300.000 dólares; además hay préstamos en gestión por 7.000.000 para las industrias petroquímicas; de 9.000.000 para plantas frigoríficas; de 11.000.000 para cosechadoras y máquinas agrícolas; de 8 millones para empresas siderúrgicas, etc. También hay créditos, y en gran cantidad, para empresas yanquis radicadas en la Argentina, por ejemplo: 3.000.000 de dólares para la Good Year; 4.000.000 para Segba (ex CADE), etc. […] Todo este dinero se presta a la Argentina pero lo reciben los industriales asociados a los inversionistas extranjeros o, directamente, los inversionistas extranjeros. El pueblo argentino deberá pagar, mientras tanto ellos, los imperialistas y sus aliados locales, resultan beneficiarios directos.[355]
Las negociaciones con el FMI y la firma de los contratos petroleros pusieron fin al acuerdo con Perón que había llevado a Frondizi a la presidencia. Ya el 10 de octubre de 1958, convocado por las 62 Organizaciones, un paro general de muy alta adhesión, incluida la de gremios del sector de los 32 y de pequeños comerciantes, había sido una primera muestra de rechazo a la orientación socioeconómica del gobierno y al aumento del costo de vida que traía aparejada.[356]
Fomentando el capital 159
En el contexto de las negociaciones con el FMI, en noviembre de 1958, el Congreso aprobó la ley 14.780 que autorizaba las inversiones extranjeras directas y otorgaba a los capitales extranjeros los mismos derechos y garantías que a los nacionales. La norma autorizaba que las empresas extranjeras radicadas en el país gozaran de exenciones impositivas y girasen utilidades a sus casas matrices. Un documento del estadounidense Stanford Research Institute, preparado para la Comisión Nacional de Administración del Fondo de Apoyo al Desarrollo Económico, consignaba así el alcance de la apertura de Frondizi al capital extranjero: El trato acordado corrientemente a los inversores extranjeros privados por la Argentina es posiblemente el más liberal de toda América Latina. No existen requisitos mínimos para la ocupación de ciudadanos de nacionalidad argentina o para la participación en el capital de empresa por parte de argentinos. No existen restricciones cambiarias sobre las operaciones de cambio. No existen, por lo tanto, restricciones a la transferencia desde la Argentina de ganancias, intereses, aranceles o capital al tipo de cambio prevaleciente en el mercado libre. […] La ley 14.780 garantiza en forma permanente la liberalización de todas las restricciones a las transferencias de ganancias, haberes y capital en el caso de las inversiones aprobadas por el Gobierno. […] Cabe señalar que […] la trayectoria seguida por el Gobierno Argentino en cuanto al pago de sus compromisos en el exterior ha sido y sigue siendo impecable.[357]
Frondizi ratificaría esta política en su discurso del 12 de octubre de 1960: La promoción económica de las naciones subdesarrolladas es un imperativo para las grandes potencias que disponen de capital exportable con el fin de asegurar su propia estabilidad, su propio crecimiento, sus propios mercados exteriores y lograr niveles de competencia que aseguren el éxito de un sistema político y económico que está seriamente amenazado. Debemos promover la inversión de capitales extranjeros en la intensificación de nuestra explotación del petróleo, el gas y el carbón.[358]
La idea de que para las grandes potencias el desarrollo de los subdesarrollados era un imperativo, era más que discutible. Y usar como argumento de venta de esa idea que el sistema (capitalista) estaba «seriamente amenazado», significaba meterse en un juego más que peligroso. Como lo demostrarán las trágicas experiencias latinoamericanas de los años sesenta y setenta, lo que buscaban las grandes potencias, particularmente los Estados Unidos, era su propia «promoción» y el financiamiento de su aparato militar, fuertemente comprometido por su expansión imperial y por la impopular y costosísima guerra de Vietnam. Lo harían a costa de la extorsión, el endeudamiento compulsivo y la explotación de los latinoamericanos, para lo que no trepidaron, con la complicidad y el beneficio de sus socios locales, en sembrar de sangrientas dictaduras nuestro continente. El propio Frondizi lo había dicho en Petróleo y política apenas seis años antes:
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La experiencia adquirida en otras regiones del mundo señalaba al capital imperialista la conveniencia de determinar por sí mismo, o bajo su directa influencia, ciertos aspectos de la vida jurídica y política de los pueblos donde se había asentado como garantía de su estabilidad y permanencia. Fue así como los capitales extranjeros se ubicaron en forma tal, que obtuvieron el manejo de los puestos de comando de nuestra economía por medio de actividades fundamentales que obedecieron siempre a sus directivas y les proporcionaron seguras y enormes ganancias.[359]
Conviene recordar que las inversiones extranjeras, cuando no se hacen siguiendo un plan preestablecido por el Estado que las reglamente y las oriente en beneficio del país, son ante todo un gran negocio para la empresa inversora y una muy dudosa inversión para los países «beneficiarios». Por ejemplo, entre 1948 y 1952 América Latina había recibido inversiones norteamericanas por 2500 millones de dólares, pero de esa cifra solo se reinvirtieron en la región 863 millones, mientras que las empresas giraron a sus casas matrices utilidades por la friolera de 3600 millones de dólares.[360]
¿Y a mí por qué me miran? Mientras el gobierno perdía aceleradamente el apoyo de diversos sectores que lo habían votado, fue descubierta una supuesta conspiración militar contra Frondizi que, se decía, contaba con el aval del vicepresidente Alejandro Gómez, hombre muy crítico de los contratos petroleros y de la ley universitaria. Lo curioso es que el denunciante de la conspiración fue el propio Alejandro Gómez, cuando el 12 de noviembre se entrevistó de urgencia con el ministro del Interior, Alfredo Vítolo. En esa reunión le ratificó que estaba en marcha un golpe que se proponía derrocar a Frondizi e instaurar un «gobierno de unidad nacional» con figuras como Alfredo Palacios, Américo Ghioldi y Luciano Molinas. Recordaba Ismael Viñas: Alejandro Gómez fue una de las figuras políticas que más se distinguió por su oposición a las propuestas de Frondizi. Pero lo hizo de un modo muy especial: comenzó a conspirar para derrocar al Presidente. Con tan poca discreción, que su conspiración se filtró por todas partes. La indiscreción de Gómez y de sus allegados me consta: fuimos invitados (la incipiente dirección del Movimiento de Liberación Nacional y yo)[361] al Senado, a hablar con él. […] El caso es que nos recibieron alborozados y a los gritos: «¡Vengan, vengan, compañeros! ¡Hay que rajar al Flaco! ¡Hay que terminar con sus maniobras entreguistas! ¡Hay que echar a ese traidor!». Lo único que faltaba era que se pusieran a gritar a coro: ¡A conspirar, a conspirar! Había sobre todo un gordo que fungía de secretario privado de Gómez, que daba saltos y repartía abrazos, especialmente entusiasmado.[362]
El presidente primero habló con Gómez y le ratificó que no estaba en sus planes 161
renunciar y hasta le ofreció un viaje protocolar a Europa para calmar las aguas. Pero Gómez rechazó la oferta y las cosas no se calmaron. Frondizi lo citó entonces a su despacho, donde rodeado de militares le reclamó que les dijese en la cara quiénes eran los conspiradores. Gómez, para no revelar el nombre de su informante (el teniente coronel Octavio Quijano Semino), guardó un sospechoso silencio, que le valió la expulsión de la UCRI y la aceptación de su renuncia el 15 de noviembre. El alejamiento de Gómez promovió al senador oficialista por Río Negro, José María Guido, como presidente provisional del Senado y virtual vicepresidente de la Nación. Guido ejercerá varias veces la presidencia entre 1958 y 1962 por los frecuentes viajes de Frondizi al exterior.
Los sesenta empezaron un año antes El 1.o de enero de 1959, una noticia dio vuelta al mundo: el dictador cubano Fulgencio Batista emprendía la fuga mientras el pueblo ganaba las calles de La Habana y ocupaba cuarteles y edificios públicos. A paso acelerado desde el centro de la isla, una columna del guerrillero Ejército Rebelde avanzaba hacia la capital, tras arrollar a las fuerzas dictatoriales en Santa Clara. Con el año, comenzaba la Revolución Cubana y, con ella, gran parte de lo que suele considerarse como característico de la década de «los sesenta». En los dos años siguientes, la revolución liderada por «jóvenes barbudos» —Fidel Castro, su hermano Raúl, Camilo Cienfuegos y nuestro compatriota, Ernesto Che Guevara, entre otros— emprenderá profundos cambios estructurales, expropiando a los monopolios locales y norteamericanos, poniendo en marcha la reforma agraria, la extensión de servicios sanitarios y campañas de alfabetización masiva. Proclamada «primer territorio libre de América», la Cuba revolucionaria se convertirá en referencia ineludible en las luchas de nuestro continente, especialmente para miles de jóvenes. Ese mismo año, también expresando los aires sesentistas y juveniles, en el festival de Cannes se imponían los cineastas de la Nouvelle Vague («Nueva ola»), con películas como Hiroshima mon amour, de Alain Resnais, y Los 400 golpes, de François Truffaut. Ambos habían sido críticos de la célebre revista Cahiers du Cinéma, desde cuyas páginas abogaban por la renovación del cine francés, junto a compañeros de ruta como Jean-Luc Godard. La palma de oro de Cannes se la llevó Luis Buñuel con su extraordinaria película Nazarín, protagonizada por Francisco Rabal. El cine argentino también apostaba a la renovación: Leopoldo Torre Nilsson estrenaba La caída y Fernando Ayala, El candidato, con guión del escritor David Viñas (hermano de Ismael), que ese mismo año publicaba su gran novela Los dueños de la tierra. Por su parte, Hollywood hacía furor con Una Eva y dos Adanes —con la 162
cada vez más linda Marilyn Monroe y los excelentes comediantes Tony Curtis y Jack Lemmon— y con la interminable Ben Hur, que se convertiría en la primera película en acaparar once premios Oscar, récord que conservaría hasta 1997, cuando lo igualase Titanic. Signos también de los nuevos tiempos, nacían la tira cómica Asterix y la siempre sonriente muñeca Barbie. En 1959 nos visitaron el escritor y ministro de Educación de Francia, André Malraux, la canciller israelí Golda Meir y el presidente indonesio Ahmed Sukarno, por entonces uno de los referentes del Movimiento de Países No Alineados que intentaba una política independiente de los dos grandes bloques que polarizaban la política internacional. San Lorenzo salió campeón con Sanfilippo como goleador y Facundo, Ruiz, García y Boggio como socios. La Selección argentina ganó por puntos el Torneo Sudamericano (la actual Copa América) al empatar 1 a 1 con Brasil en la final en la cancha de River. Los goles los marcaron dos nombres célebres de los sesenta: el argentino, José Pizzuti (futuro director técnico del Racing campeón mundial de 1967) y el de Brasil, el joven Pelé, quien se consagró goleador del campeonato.
La huelga en el Lisandro de la Torre En el verano de 1959 el gobierno de Frondizi decidió privatizar el frigorífico municipal de Buenos Aires, Lisandro de la Torre, entregándolo a la Corporación Argentina de Productores de Carnes (CAP). La medida era parte del «Plan de estabilización económica» anunciado en consonancia con las negociaciones con el FMI, y de inmediato fue rechazada por los trabajadores. Uno de los líderes de aquellas jornadas, Sebastián Borro,[363] reconstruía así los hechos: En una tarde de enero llegó a la sede sindical el representante de la CAP, Bousquet Serra, diciendo que quería conversar conmigo y los otros directivos (García, Rivas, Minozzi, Saavedra). Empezó a conversar buscando la manera de tocar nuestro corazoncito con respecto al asunto de la privatización y si nosotros aceptábamos eso no íbamos a tener ningún problema económico y termina ofreciéndonos 25.000.000 de pesos. Si aceptábamos yo iba como miembro del directorio. La reacción nuestra fue espontánea. Yo hice llamar a todos los directivos que estaban en la casa y los informé del hecho. Nuestra respuesta fue clara: nosotros los trabajadores no usamos cuchillo bajo el poncho, pero sí usamos cuchillo para achurar a tránsfugas como usted, que considera que con dinero puede comprar conciencias. Aquí nosotros le damos la respuesta: ¡vamos a defender el frigorífico![364]
En el establecimiento trabajaban 9000 obreros que vieron peligrar seriamente su 163
fuente de trabajo y decidieron resistir la medida. Marcharon con sus familias a la Plaza de Mayo, donde sus delegados serían recibidos por Frondizi. Pero el presidente no los recibió y ese mismo día se sancionó la ley de privatización del Lisandro. De regreso, los delegados convocaron a una asamblea en el frigorífico, a la que no faltó nadie. Al grito de «Patria sí, colonia no», decidieron la ocupación del establecimiento. Recordaba Borro: En forma inmediata los 9000 trabajadores nos dirigimos al Lisandro de la Torre y lo ocupamos. Lo hicimos en perfecto orden y solo dejamos la caldera funcionando y las mangueras preparadas por si había represión. También preparamos algunos elementos con la intención de espantar el ganado en el caso de que fuera necesario. Ese día se faenó, porque aún no se había decretado el paro. […] El jefe de policía, Niceto Vega nos comunica que tenemos una entrevista con Frondizi. Concurrimos a ella con tres miembros de las 62 Organizaciones y no bien ingresamos Frondizi me encara con un cinismo extraordinario y yo le respondo que su investidura no le da derecho a burlarse de los trabajadores y que como representante de ellos no voy a permitir que se les mienta, además que él va a utilizar esta ley de carnes en su viaje a los Estados Unidos para demostrar a los amos del norte que sirve a sus intereses. Frondizi responde que la ley es la ley.
Tras la frustrada entrevista con el presidente, los trabajadores declararon la huelga por tiempo indeterminado. Entretanto, Frondizi se reunía con el secretario de Ejército, Solanas Pacheco, y el jefe de la Policía Federal, Niceto Vega, para ultimar los detalles de la represión, antes de delegar el mando en el senador Guido y subir al avión que lo llevaría en su visita oficial a Estados Unidos. Durante la madrugada del 17 de enero, los alrededores del frigorífico fueron ocupados por las fuerzas del «orden», compuestas por miembros de Gendarmería, Policía y Ejército. Eran un millar de hombres armados hasta los dientes que venían en 22 colectivos, carros de asalto, autobombas, jeeps artillados y cuatro tanques Sherman. Un tanque, conducido por Jorge Cáceres Monié, un militar de larga y triste trayectoria represiva,[365] derribó el portón de hierro para iniciar el desalojo. Los trabajadores se pararon frente a él desarmados, cantando el Himno Nacional. Comenzaron a caer los primeros 94 detenidos. Varios heridos fueron llevados a los hospitales de la zona, que también fueron asaltados por policías que incluso lanzaron gases dentro de las salas de internación. El responsable de estos operativos era el entonces comisario de Mataderos y futuro jefe de la Triple A, Luis Margaride. [366]
Los barrios de Mataderos, Liniers, Villa Luro, Lugano y el bajo Flores hicieron suya la protesta del Lisandro ayudando a levantar barricadas, descarrilando tranvías y fabricando y arrojando clavos miguelitos; los comerciantes cerraron sus puertas y 164
donaron víveres y mercaderías para los «héroes» del Lisandro. Así reflejaba el diario La Nación la solidaridad barrial: Durante toda la jornada, fue notorio el apoyo que prestó el vecindario al personal que ocupaba el establecimiento. Mujeres y niños proveyeron de alimentos fríos y bebidas gaseosas a los obreros y empleados […]. Los comerciantes instalados en la avenida Juan Bautista Alberdi cerraron sus puertas, adhiriéndose al movimiento […]. El Ministerio de Trabajo y Seguridad Social resolvió en las últimas horas de anoche declarar ilegal la huelga dispuesta por la Asociación Gremial del Personal de Frigorífico y Mercado Nacional de Hacienda de la ciudad de Buenos Aires.[367]
Las fuerzas represivas eran recibidas por los vecinos del barrio con lluvias de piedras que venían de todos lados. Sebastián Borro recordaba: En mi cuadra, mi hijo que tenía 10 años, y los otros pibes habían levantado barricadas para impedir que la policía me detuviera. Era impresionante, llorábamos al ver a la gente en la calle apoyándonos y luchando.
Ante la magnitud de la represión, las 62 Organizaciones llamaron a un paro general por tiempo indeterminado, en solidaridad con los trabajadores de la carne. Durante tres días los barrios más populares de la Capital y del Gran Buenos Aires se vieron totalmente paralizados. En Berisso, Ensenada y Dock Sud, centros de los grandes frigoríficos, «la respuesta de los obreros fue tal que esas zonas debieron ser ocupadas por fuerzas militares».[368] En efecto, para quebrar la huelga que en algunos barrios adquiría los rasgos de una insurrección, el gobierno impuso el estado de sitio y apeló a una represión generalizada: El presidente en ejercicio, José María Guido, aconsejado por el ministro del Interior Vítolo y los secretarios militares, reaccionó ante la huelga apelando a medidas firmes. Se dieron órdenes que ponían el sistema de transportes de la Capital en movilización militar. En ese momento tanto los trabajadores ferroviarios nacionales, movilizados desde noviembre, como los trabajadores transportistas de Buenos Aires, estaban bajo disciplina militar. El gobierno también movilizó al personal de YPF, y ante el temor de intentos de sabotaje declaró zonas militares el área de Dock Sud, la ciudad de La Plata y zonas vecinas de Berisso y Ensenada. Refuerzos de tropas fueron convocados desde el interior del país y con guardias militares en trenes, ómnibus y en sitios estratégicos, la Capital Federal adquirió la apariencia de una ciudad ocupada. A esas medidas de seguridad se sumó el esfuerzo del gobierno por arrestar a quienes consideraba responsables de la huelga revolucionaria.[369]
La mayoría de los integrantes de la Mesa Directiva de las 62 fueron detenidos — empezando por Vandor de la UOM, Cardozo de la Carne, Eustaquio Tolosa de Portuarios y José Alonso del Vestido—, al igual que centenares de activistas 165
gremiales, y se ordenó la captura de dirigentes peronistas como John William Cooke y Susana Valle. De esa forma, el gobierno comenzó a controlar la situación a partir del 20 de enero. Así y todo, un decreto del día 23 declaró intervenidas las asociaciones profesionales que agrupaban a los trabajadores textiles, de la carne, de la metalurgia, química, madera y construcción, porque, según los fundamentos de dicho decreto «los sucesos que son del dominio público han perturbado seriamente la paz social y pretendido obstruir el proceso de recuperación nacional, mediante actitudes sediciosas de dirigentes gremiales y políticos que nada tienen que ver con la acción sindical […] y que han defraudado la confianza en ellos depositada por los trabajadores, intentando arrastrarlos a una huelga general subversiva».[370]
La huelga del frigorífico prosiguió pese a que el paro general se levantó luego de las detenciones de los dirigentes de las 62 y de que la UTA decidió ponerle fin en el transporte automotor. Borro y sus compañeros, a quienes se sumó Jorge Di Pascuale, del gremio de Farmacia, desde la clandestinidad intentaron continuar el conflicto, pero el 20 de febrero cayeron detenidos. Formalmente, los obreros del Lisandro de la Torre nunca levantaron la huelga, que cesó al cabo de dos meses.
Un otoño caliente La derrota de la huelga del Lisandro de la Torre dejó 5000 trabajadores despedidos en el frigorífico y marcó, a las claras, el inicio del plan acordado por Frondizi con el FMI. Pero no significó que las aguas se aquietaran. En el peronismo, comenzaron a abrirse las grietas entre los partidarios de una «línea dura» frente al gobierno y los dispuestos a mantener negociaciones. Cooke, asilado en el Uruguay, perdió su condición de delegado personal de Perón, quien desde su exilio en Santo Domingo aprobó la creación de un Consejo Superior integrado por políticos más proclives al diálogo con Frondizi. En las 62 Organizaciones comenzó a hacerse notorio el mayor peso de los grandes sindicatos industriales, dispuestos a usar una doble táctica cuyo mayor exponente era el metalúrgico Vandor. Por un lado, se trataba de «pegar para negociar» en las relaciones con el gobierno y los empresarios; por el otro, aplicaba la máxima: «El que molesta en la fábrica, molesta en la UOM; y el que molesta a la UOM, molesta en la fábrica»,[371] para «depurar» las filas del movimiento obrero de activistas combativos o cuestionadores de la dirigencia sindical. Por su parte, el gobierno de Frondizi se mostraba dispuesto a llevar adelante su «Plan de estabilización» a costa de los salarios, no solo de los obreros mayoritariamente peronistas, sino también de los empleados públicos y privados, muchos de los cuales lo habían votado «a pesar» de la orden de Perón. En un otoño 166
particularmente caliente, les tocó el turno a los bancarios y empleados de compañías de seguros, que debían renovar su convenio colectivo. La dirección del gremio bancario, formada principalmente por radicales, socialistas y comunistas, ante la dureza del gobierno y de la patronal en las negociaciones salariales, en abril decidió iniciar un paro que se prolongaría hasta junio. Al extenderse el conflicto, Frondizi dispuso la «movilización militar» del personal: la no concurrencia a cumplir tareas convertía al empleado en «infractor a la Ley de Servicio Militar Obligatorio», sujeto a penas impartidas por tribunales militares. A lo largo de más de sesenta días de huelga bancaria, las protestas en el centro porteño fueron duramente reprimidas con la policía montada y los camiones Neptuno, y su derrota dejó otro tendal de detenidos y despedidos.
Y en eso llegó Fidel En medio de ese otoño conflictivo y una enorme expectativa popular, rodeado de una férrea custodia policial de 300 miembros de la bonaerense, llegó a Buenos Aires el líder de la Revolución Cubana. Arribó el Primero de Mayo en que Frondizi cumplía un año en el gobierno, en un Día de los Trabajadores marcado por los reclamos de numerosos gremios. Fidel Castro venía a una reunión del grupo del «Comité de los 21» países miembros de la OEA, que decidiría la creación del Banco Interamericano de Desarrollo (BID). Saludado durante todo su trayecto, Fidel llegó a su alojamiento en el Alvear Palace Hotel, donde recibió a muy poca gente; entre ella, al canciller Carlos Florit, hombre de derechas que no se habrá sentido muy a gusto con el huésped oficial. El noticiero cinematográfico Sucesos Argentinos cubrió la visita y dejó el registro de las permanentes muestras de cariño de los porteños, incluidos los de Recoleta, vecinos del hotel, que le pedían autógrafos y pugnaban por sacarse fotos con «el líder de los barbudos» como lo llamaban los medios de prensa locales. En las imágenes del noticiero puede verse cómo, camino a la residencia de Olivos, Fidel degustó un sabroso choripán en uno de los carritos de la Costanera, rodeado de curiosos y admiradores. Finalmente se reunió con Frondizi y se dirigió a la Conferencia de los 21, donde el líder, que aún no había declarado el carácter socialista de su revolución y buscaba un lugar para su país en el convulsionado mapa político latinoamericano, señaló más por conocimiento de causa que por premonición: Todos nos hemos hecho la nueva ilusión de que las tiranías van desapareciendo de la faz de nuestro continente. Sin embargo, la realidad es que se trata de una mera ilusión y nadie sería capaz de afirmar aquí honradamente cuánto tiempo de existencia se les calcula a varios gobiernos constitucionales de América Latina, cuánto tiempo de existencia se le calcula a
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esta era de despertar democrático —que tanto sacrificio costó— y cuánto pueden durar los gobiernos constitucionales arrinconados entre la miseria, que provoca todo género de conflictos sociales, y la ambición de los que esperan el momento oportuno de adueñarse nuevamente del poder por la fuerza. Hemos declarado al ideal democrático como el ideal que se ajusta a la idiosincrasia y a la aspiración de los pueblos de este continente.[372]
El cogobierno de Alsogaray Pese a la buena disposición de Frondizi para mostrarse como un heredero digno de la «Libertadora» ante los conflictos sociales, los planteos y conspiraciones militares se intensificaron. Como señala Robert Potash, en respuesta a esas presiones el gobierno adoptó una posición cada vez más anticomunista, ordenando la partida de varios diplomáticos del bloque socialista y prohibiendo toda actividad comunista en el país. Además, en un operativo de limpieza de largo alcance, Frondizi comenzó a reemplazar a los funcionarios del gobierno más íntimamente identificados con Rogelio Frigerio. El propio Frigerio, en una carta dada a conocer el 13 de mayo, renunció como asesor personal del presidente en asuntos económicos, aunque en realidad siguió haciendo visitas secretas por la noche y durante los fines de semana a la residencia de Olivos.[373]
Era una más de las concesiones que hacía el presidente Frondizi en su intento por conformar a los distintos factores de poder, con la vana ilusión de seguir aplicando, de alguna manera nunca claramente explicada, el plan desarrollista. Lo cierto fue que el equipo gobernante decidió ceder, y se vio aplicando las mismas políticas recesivas y antipopulares de la «Libertadora», cuya crítica enfervorizada había sido uno de los puntos decisivos para volcar al electorado a su favor. Pero no solo volvía la política de los organismos internacionales de la usura, sino que para asegurar su aplicación volvían sus personeros más representativos como Álvaro Alsogaray, quien asumió el 25 de junio de 1959 como ministro de Economía e interino de Trabajo y Seguridad Social. El ex funcionario de la «Libertadora» era uno de los economistas de confianza de los grupos de poder económico y los militares gorilas, quienes por boca del general Solanas Pacheco le hicieron saber al presidente que la presencia de Alsogaray «será la única fuerza que tranquilizará al Ejército».[374] El propio Alsogaray negará que su designación fuese una imposición de los militares, pero al mismo tiempo dirá: Había en aquellos momentos un reclamo de la opinión pública, que sin duda compartían muchos militares (entre ellos creo que también el Secretario de Guerra, general Solanas Pacheco), a favor de las ideas que yo venía pregonando y por las cuales el Dr. Frondizi parecía haberse inclinado, y esa es la verdadera razón por la cual el entonces presidente nos llamó a colaborar. Nuestra presencia en su gobierno debía establecer la indispensable coherencia entre la nueva política anunciada por el Dr. Frondizi (que era la nuestra), y su ejecución, que
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parecía lógico que estuviera en nuestras manos. Esa coherencia debía servir para restaurar la confianza, asegurar la continuidad del gobierno y sentar las bases para el progreso del país. Durante los diez y ocho meses que duró nuestra gestión, aparte de contribuir a neutralizar los conatos de golpe de Estado que experimentábamos, trabajamos sin tregua para revertir la difícil situación heredada y sentar las bases de la recuperación del país.[375]
Decía Alsogaray que su designación habilitaba un verdadero cogobierno en el cual el área económica y social nos estaba reservada. Para nosotros, los anuncios y decisiones del doctor Frondizi del 28 de diciembre de 1958 configuraban un plan liberal, de economía de mercado. Veremos después que no era esta la interpretación del Presidente, que lo consideraba un plan «desarrollista». Durante los veintiún meses que duró nuestra gestión, esta se desarrolló siguiendo definidamente una orientación liberal.[376]
Y agregaba para que no quedara ninguna duda de quiénes mandaban realmente en aquel «cogobierno»: Mi designación como ministro de Trabajo al mismo tiempo que de Economía fue una de nuestras condiciones para ingresar al gobierno. Hasta ese momento la acción de ambos ministerios había sido inconexa, cuando no contradictoria. Por otra parte deseábamos marcar claramente el «nuevo trato» que recibirían los problemas laborales. Consistía este en respetar los derechos e intereses de los trabajadores, sin admitir y sobre todo sin alentar abusos por parte de algunas organizaciones sindicales.[377]
Hay que sobrevivir a Alsogaray Con su famosa frase «hay que pasar el invierno», pronunciada en una de sus numerosas apariciones en la televisión para «explicar el programa», Alsogaray orientó la política económica a promover las exportaciones, limitar el proceso de industrialización y liberalizar las restricciones impuestas a las importaciones, disminuyendo considerablemente la capacidad expansiva de la industria nacional, a la vez que se recomponía el sector agropecuario, se devaluaba el peso argentino y se limitaban los aumentos salariales. Estas medidas provocaron efectos negativos sobre los salarios reales y disminuyeron la demanda. Alsogaray abusará de la paciencia de los pocos televidentes que había por entonces y los muchos radioescuchas con maratónicas conferencias, en las que usará cuadros y gráficos para explicar lo inexplicable. Pero estaba claro que cuando hablaba en público no se dirigía a la mujer y al hombre del pueblo sino a empresarios, militares y organismos internacionales, a los que rendía cuentas sobre la tarea que le habían encomendado. Frigerio tratará de explicar años más tarde la decisión de incorporar a quien iba 169
en contra de los planes desarrollistas y encarnaba el más ortodoxo liberalismo: Tuvo en cuenta, básicamente, dos elementos: por un lado era un hombre al que, a la sazón, se lo suponía una garantía contra la inflación, que preocupaba a vastos sectores de la clase media argentina. Por otro, satisfacía evidentemente a los grupos militares que habían sido objeto de una acción psicológica muy profunda y sistemática en el sentido de que nuestro equipo de gobierno era proclive a posiciones de izquierda. […] Era una situación muy especial. Así como el liberalismo y la derecha nos acusaba de pro-comunistas, de pro-soviéticos y de agentes internacionales del comunismo, la izquierda nos acusaba de pro-imperialistas y de agentes de Estados Unidos. […] (Alsogaray) asumió el formal compromiso de continuar con la política que estaba en aplicación […] nosotros hicimos una mera concesión táctica con la designación […]. Luego las dificultades con él tuvieron dos razones. Una fue su inoperancia para ejecutar las medidas con las que estaba de acuerdo. Otra, que no cumplió su compromiso y trató de bloquear la política de desarrollo. Así yo debí escribir un folleto contra su gestión, titulado «El país de nuevo en la encrucijada», y debí asumir el rol de opositor de nuestro propio gobierno.[378]
Todo sugiere que para el gobierno en pleno era cuestión de «pasar el invierno». Según el propio Frondizi: No existió ninguna otra razón para nombrarlo que la crisis militar. En julio [sic] de 1959 el gobierno prácticamente no existía. Había que romper el círculo de la nada con un hombre que pudiera ser factor de distensión. Elegí entre los posibles a Alsogaray, porque se comprometió a proseguir con la política que estábamos realizando. Cuando lo saqué, tomé una decisión a nivel económico y otra a nivel militar, porque poco antes había conseguido relevar a Toranzo Montero del comando en jefe del Ejército, gracias al apoyo del secretario de Guerra, general Rosendo Fraga. Alsogaray todavía está preguntando por qué lo saqué, por qué le pedí la renuncia. Es muy fácil explicar por qué lo saqué. Lo que me resulta difícil es explicar por qué lo nombré.[379]
Yo a usted lo conozco de algún lado Lo interesante es que Frondizi y Alsogaray habían tenido contactos previos, que quedaron registrados en una nota publicada en el diario La Razón en 1957. Allí decía Alsogaray: Tomé un primer contacto con el doctor Frondizi almorzando con él en el Ministerio de Industria. En el transcurso de dicho almuerzo, debatimos largamente una serie de enfoques relacionados con diversos problemas económicos y sociales. No tratamos en esa oportunidad nada relativo al petróleo. Al término de la reunión, los puntos de vista del doctor Frondizi podían resumirse en la siguiente manera: «Estoy de acuerdo con los planteos que usted formula, pero muchas de esas cosas no pueden decirse públicamente. No es político hablarle al pueblo de esa manera» […]. En la segunda conversación realizada después de mi salida del Ministerio y antes de la formación del partido Cívico Independiente, el doctor Frondizi me expresó lo siguiente: «Electoralmente yo no tengo problema, pero entiendo que el futuro
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gobierno debe contemplar otros puntos de vista que no sean exclusivamente partidarios. Me interesaría que usted participara en la preparación de un programa de desarrollo económicoindustrial de carácter amplio». Le pregunté cuál era en definitiva su opinión sobre la explotación del petróleo y me contestó que en esa materia él tenía posición tomada, y que le resultaría imposible rever tal posición.[380]
Seguidamente explicaba don Álvaro por qué no se había sumado al frondicismo y expresaba conceptos que llaman la atención teniendo en cuenta que dos años después se incorporaría al gabinete de Frondizi: Mi colaboración con el doctor Frondizi no fue posible por dos razones: la primera, porque disentíamos en algunos enfoques técnicos; relacionados principalmente con la explotación del petróleo; la segunda, porque el doctor Frondizi estaba decidido a utilizar en su campaña electoral ciertos recursos tradicionales que consisten en no decir al público toda la verdad, o por lo menos en plantear en forma equívoca ciertos problemas, con la intención de resolverlos después según mejor convenga a las circunstancias. […] El doctor Frondizi encarna los métodos y las ideas de una política que ha llevado al país a la situación actual. Ninguno de los partidos que con él integran esa vieja política está en condiciones de oponérsele. Ningún cambio en dicha situación puede provenir de los mismos. Solo fuerzas nuevas, desprovistas de prejuicios y no limitadas en su acción por compromisos y ataduras con el pasado, pueden operar en estos momentos la transformación que la República espera. [381]
Durante el cierre de la campaña para las elecciones de febrero de 1958 (en las que su partido obtuvo apenas 38.000 votos), Alsogaray se refirió así a los cuatro millones de ciudadanos que llevarían a Frondizi al gobierno: Por el doctor Frondizi votarán todos los resentidos y los que están en contra de este gobierno (el de Aramburu), una buena parte de los que apoyaron el gobierno anterior (el de Perón) y que ven en los intransigentes el menor de los males, y toda esa pléyade de seudotécnicos y seudointelectuales de formación comunoide, que aspiran a integrar el elenco directivo de esa fracción radical.[382]
Alsogaray al gobierno, el FMI al poder A quien así se expresaba, Frondizi lo puso en el manejo de la política económica y laboral, con un poder que excedía ampliamente el de sus tareas específicas. Y don Álvaro emprendió su labor con aquel famoso discurso: Lamentablemente, nuestro punto de partida es muy bajo. Muchos años de desatino y errores nos han conducido a una situación muy crítica. Es muy difícil que este mes puedan pagarse a tiempo los sueldos de la administración pública. […] Estamos viviendo de los préstamos extranjeros. Ninguna solución fácil puede prometerse. Sin embargo, hay un programa de rehabilitación en marcha […]. Todavía seguiremos por algún tiempo la pendiente
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descendiente que recorremos desde hace ya más de diez años. Se ha cometido un error en definir a este programa como un programa de austeridad, dejando que cada uno de los habitantes del país viva como pueda y como quiera […]. Las medidas en curso permiten que podamos hoy lanzar una nueva fórmula: «Hay que pasar el invierno».[383]
Justamente en aquel invierno, el diario La Nación daba el siguiente informe sobre cómo habían variado los precios entre junio de 1958 y junio de 1959: Pan, de $ 4,60 a $ 7,60 el kilo; leche, de $ 2,80 a $ 4,60 el litro; azúcar, de $ 4,90 a $ 8,60 el kilo; yerba, de $ 12,20 a $ 22 el kilo […]; arroz, de $ 5,25 a $ 19,50 el kilo; aceite, de $ 19,85 a $ 70 la botella de un litro y medio; papas, de $ 2,70 a $ 6,80 el kilo […]; asado, de $ 9 a $ 24 el kilo; cuadril, de $ 12 a $ 34 el kilo; bifes, de $ 13 a $ 38 el kilo.[384]
Un volante del minoritario Partido Cívico Independiente, liderado por el propio Alsogaray, le pedía paciencia a un pueblo harto de promesas y de vivir en medio de una inflación galopante, recomendando: «Acepte ciudadano. Dele plazo al ingeniero Alsogaray por 180 días». O sea que ya no se trataba de pasar el invierno sino también la primavera. Alsogaray pergeñó el Comité Ejecutivo para la Racionalización (CEPRA), bajo el lema «Minimizar los controles, eliminar la duplicación y superposición de tareas y prescindir de servicios y funciones no necesarias». Estaba dirigido por el secretario técnico de la Presidencia, Juan Ovidio Zavala, que, cumpliendo con lo «sugerido» por el FMI, transformó en cesantes a 160.000 agentes estatales, vendió inmuebles del Estado, privatizó los transportes de la capital y —adelantándose a las «leyes federales» de la dictadura y de Menem, inspiradas en la misma filosofía «neoliberal»— transfirió los servicios hospitalarios, los servicios eléctricos y los sistemas de riego a las provincias, no siempre con la imprescindible partida del tesoro nacional para financiarlos.[385] La «sabiduría» de Alsogaray hizo que el año 1959 concluyera con depresión económica, devaluación del peso y una caída de los salarios del orden del 30%. La inflación, que había llegado al récord del 113,69% en un año, se redujo notablemente sostenida por la baja exponencial de la demanda, liberando los famosos saldos exportables, beneficiando a los clásicos agroexportadores dueños del país. Pero a partir de esas políticas, en los años sucesivos, se contrajo la producción; por ejemplo Fiat, que había producido 12.000 tractores en 1960, solo produjo 8000 en 1961. Como era de suponerse, cayó el empleo y se produjeron importantes conflictos gremiales, única arma de defensa de los trabajadores, que serían respondidos con inusitada dureza. Un informe de una publicación económica insospechable de «subversiva», daba el siguiente panorama: 172
Las medidas de austeridad del gobierno han castigado duramente a muchas empresas pequeñas y medianas y han producido no pocas quiebras y liquidaciones. Pero esto ha saneado la plaza para las grandes empresas que son las que cotizan sus acciones en la Bolsa. Las grandes empresas disponen del crédito que se les retacea a las empresas menores, de la mano de obra que va quedando por los cierres de los pequeños talleres, y de un mercado más amplio por la desaparición gradual de la competencia de las firmas sin bases sólidas.[386]
Un Oscar para Alsogaray En cambio, uno de los voceros de los especuladores del mundo, la publicación londinense The Financial Times, publicaba el siguiente informe del Comité Lombard, que uno no sabe si tomarse en serio o en broma: Tengo el agrado de presentar la lista de premios Oscar, que incluye al más sobresaliente acontecimiento en el campo financiero durante el año pasado (1960), según lo dictaminado por las secciones doméstica e internacional del Comité Asesor Lombard. Moneda estrella del año. El premio corresponde al peso argentino. El comité se mostró muy impresionado por el espectacular progreso de la situación de pagos externos desde que el plan de estabilización fue realizado por el presente equipo ministerial. Ellos han apreciado que esa acción no solo ha hecho posible dar a la tasa de cambio una mayor estabilidad que la de un largo período anterior, sino que ha capacitado a la Argentina a elevar sus reservas de divisas extranjeras, que estaban prácticamente exhaustas, al relativamente confortable nivel de 750 millones de dólares. Aunque algunos ajustes menores pueden ser todavía necesarios, se ha hecho lo suficiente para permitir a la Argentina proclamar que su largamente sufriente moneda ha sido decisivamente rehabilitada.[387]
Aramburu denuncia a su ex compañero Alsogaray En una extensa entrevista con el periodista Jacinto Toryho, el general Aramburu se despachaba a gusto contra su ex colaborador Alsogaray, dejando al descubierto cómo el pope del liberalismo económico vernáculo, el mayor «enemigo de la intervención estatal» en la economía, hacía intervenir al Estado en negocios privados ruinosos para el Estado: Como hombre de la CADE,[388] Alsogaray fue quien elevó de 35.000.000 de pesos a 70.000.000 la cantidad que la dirección nacional de Agua y Energía Eléctrica debió abonar a aquella al hacerse cargo de la Sociedad Eléctrica de Rosario. También por gestión suya el Estado condonó a la CADE la suma de 2000 millones de pesos, al discutirse el asunto de la revaluación de sus bienes, en octubre de 1959. El despojo a Agua y Energía de la prestación de servicio a los catorce partidos del noroeste de Buenos Aires, que fue entregado a SEGBA, se debió a él y al doctor Federico Pinedo. Alsogaray fue quien consiguió la anulación del fallo del Tribunal de Cuentas que impugnó la transferencia de servicios, irregularidad merced a la cual Agua y Energía perdió un ingreso superior a los 2000 millones de pesos por año. Desde el 16 de febrero de 1962 en que se formalizó el acta de transferencia Agua y Energía
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dejó de percibir 10.000.000 de pesos diarios. Lógicamente, SEGBA y su antecesora que son una y la misma han premiado a Alsogaray de muy diversos modos.[389]
Uno de esos modos, según Aramburu, fue otorgarle a la compañía de corretaje de seguros La Universal, «de Álvaro Alsogaray y compañía», el 15 por ciento de sus seguros por incendio. Y, según la misma fuente, ya entonces don Álvaro era un adelantado a su tiempo, o más precisamente al «neoliberalismo» de los años noventa: Tiene en su haber numerosas «proezas» como la de haber dispuesto que a una firma establecida en Panamá con 5000 dólares de capital declarado, se le autorizara la radicación en la Argentina de 60.000.000 de dólares gracias a la cual se convirtió en monopolizadora de la industria petroquímica sin arriesgar un solo centavo.[390]
Relaciones prohibidas Las presiones cívico-militares que, todavía y a pesar de todo lo hecho, seguían acusando a Frigerio de comunista, llevaron a una situación que, más que de un debate sobre la política económica, parecía sacada de una novelita rosa de Corín Tellado. Frigerio lo recordaba así: Decidimos de común acuerdo con Frondizi que yo me alejaría del gobierno y finalmente, cuando el cerco se fue cerrando, que no debíamos vernos a la luz del día. Es triste que en nuestro país haya ocurrido eso, pero ocurrió. La palabra «prohibido» no es excesiva. La intolerancia y la provocación llegó al extremo de plantear que dos hombres, unidos por ideas y una lucha común, no podían reunirse a examinar los problemas del país. Nos veíamos a la noche, en los momentos que se suponían de reposo, y utilizando ardides para sortear el cerco que se había tendido; hasta el punto que yo no podía ir a la residencia de Olivos, no podía pasar a cara descubierta por la guardia, y entraba, no obstante, de distintas maneras, generalmente con alguien que a la noche cumplía funciones allí y me llevaba en su auto. Los domingos, que también se suponían para descanso del Presidente, eran utilizados para hacer extensas reuniones y para analizar los problemas fundamentales. Le repito, pese a ese absurdo planteo, durante todo el gobierno mantuvimos una relación orgánica y sistemática. Ninguna decisión de importancia dejó de ser examinada con rigor y dejó de ser el producto de un acuerdo ubicado en la línea que veníamos elaborando desde 1956.[391]
Frondizi según The Economist Es sumamente interesante leer una nota de Gregorio Selser en la que sintetiza un artículo publicado por The Economist, titulado «Frondizi busca nuevos amigos».[392] El texto de la publicación inglesa, a la que nadie puede considerar proclive al comunismo ni mucho menos al peronismo, había sido redactado en abril de 1959 por un corresponsal de paso por Buenos Aires, que evidenciaba ser un atento observador: 174
En pos de su presunto afán de industrialización del país a toda marcha, Frondizi ha optado por prescindir del costo social del proyecto, volviendo la espalda a los sindicatos y a los peronistas que lo hicieron presidente. Como no podía confiar en el apoyo sindical para una política de austeridad para los asalariados y de incentivo para los industriales y menos aún por la oposición de los sectores nacionalistas, buscó nuevos aliados de las Fuerzas Armadas, la Iglesia y las llamadas fuerzas vivas en general, incluyendo los terratenientes entre los cuales no pocos desean irrumpir en el campo de la industria. A las Fuerzas Armadas les dio invariablemente aumentos de sueldos, y un portaaviones y una posición privilegiada como grupo de presión y de consulta. La Iglesia ha sido ablandada por la ley que puso fin al monopolio del Estado sobre la educación superior y ha permitido abrir las primeras universidades católicas. A los terratenientes y a los industriales se los ha complacido con una política de puño fuerte contra los sindicatos mediante la liberación general de los precios para ofrecer mayores incentivos a la inversión. […] Por las mismas razones que inspiraron la elección de tres aliados internos se dio Frondizi a un cambio de sentido de la política externa, a cuyo efecto ha decidido entregarse totalmente a la amistad de Estados Unidos, convencido de que este es el único país que podrá respaldar sus propósitos incluyendo, sobre todo sus aportes de capital, debiendo desaparecer todo cuanto pueda interferir en este objetivo.[393]
La nota señalaba que «todas las medidas que podrían suscitar oposición se tomaron por decreto» y que «ni siquiera el otorgamiento de contratos a las compañías petroleras extranjeras fue presentado al Congreso». Al mismo tiempo resaltaba el curso cada vez más represivo y «occidental» que adoptaba el gobierno: Cuando los sindicatos, aplastados por los aumentos sin precedentes en el costo de vida y la austeridad salarial intentaron resistir, el hombre que fue presidente gracias a los votos peronistas, les echó encima la policía y ejército. Acosado por la preocupación que tales disturbios laborales podrían provocar entre los potenciales inversionistas, Frondizi acusó a la embajada soviética en Buenos Aires de organizar los disturbios y participar en ellos, y llegó a declarar a cierto número de funcionarios de la embajada personas no gratas. Con esto esperaba mostrar a Estados Unidos que Argentina está verdaderamente en el campo occidental. Este corresponsal vio bastante durante los disturbios de Buenos Aires para saber a ciencia cierta que los revoltosos no necesitaban la ayuda de una embajada extranjera para obrar como lo hicieron y que además contaban con la simpatía popular.
Como destacaba Selser: La crónica concluye con la afirmación de que en la lucha interna que se avecina, la fuerza de Frondizi se funda en el apoyo que espera obtener de las Fuerzas Armadas contra los sindicatos, y que de todos modos la masa descontenta es impotente para oponérsele […] puesto que el retorno de Perón está fuera de cuestión y sus partidarios están demasiado divididos […].
Cuando los hombres se vuelven tigres 175
En un clima de alta conflictividad y bajo la fuerte influencia de la Revolución Cubana, se produjo el primer intento de guerrilla en nuestro país. En la Nochebuena de 1959, unos treinta combatientes tomaron la comisaría de la localidad santiagueña de Frías, donde incautaron armas, uniformes y elementos de comunicación. Llevaban brazaletes que los identificaban como miembros del Movimiento Peronista de Liberación. Su líder, el «Gallego» Enrique Manuel Mena, adoptó como nombre de guerra «Comandante Uturunco», una referencia a los míticos «hombres-tigre» de nuestro Noroeste.[394] A partir de ese apodo, el grupo sería más conocido como los Uturuncos. Mena, tras un remoto pasado en el comunismo, se había incorporado al peronismo en la década de 1950 e integró la resistencia contra la «Libertadora». Sus referentes eran John William Cooke y Abraham Guillén.[395] Alicia Eguren, la compañera de Cooke, reclutó gente y buscó en Buenos Aires apoyos y financiamiento para la guerrilla. Tras la «Operación Frías», los uturuncos se instalaron muy precariamente en los cerros tucumanos, donde lograron resistir unos cuatro meses hasta que fueron desarticulados y muchos de ellos encarcelados. Uno de ellos, Félix Serravalle, cuyo nombre de guerra era «Comandante Puma», nombre que remitía al autóctono felino y era producto de la sigla «Perón Único Mandatario Argentino» o «Por Una Mejor Argentina», recordaba: Nosotros, los que nos identificábamos dentro de un peronismo nacionalista, habíamos quedado, después del golpe del 55, bastante desmembrados por todas las detenciones que hubo. Y nadie reaccionaba. Los militares le metían a la gente que el retorno de Perón, pero nadie hacía nada. Empezó el auge del terrorismo. Se empezaron a hacer cosas en forma indiscriminada. Entonces nosotros dijimos no, si queremos producir el retorno del General tenemos que organizarnos, un ejército del pueblo, un ejército popular…[396]
En enero de 1960, la revista Mayoría reproducía un reportaje al Comandante Uturunco, que aún no había caído preso: ¿Qué es Uturunco: un gaucho montonero, un militar alzado, un intelectual quijotesco? Nuestro compañero que habló con él, juró no decirlo, ni decir tampoco cómo es y dónde lo vio. […] ¿Por qué motivo se ha levantado Ud. en armas con sus hombres? Acicateados por nuestro orgullo de argentinos conscientes de que la Patria maniatada está siendo convertida en una colonia del imperialismo, hemos resuelto tomar las armas en su defensa. Hemos jurado ante Dios, fuente de toda razón y justicia, como así ante el Padre de la Patria, General José de San Martín, morir por ella antes de verla postrada y encadenada a la voluntad de potencias extranjeras. ¿Cuál es el objetivo final de la lucha? Nuestras banderas son la Soberanía Política, la Independencia Económica y la Justicia Social. Entendemos la Soberanía Política como la unidad espiritual de la Nación y la real afirmación
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de la personalidad de la Patria en sus relaciones con el mundo, aspirando a la recuperación de los grandes valores morales sobre los que fue fundada. Entendemos que la Independencia Económica nos impone la recuperación de todos los resortes económicos y financieros de la Nación, vilmente entregados al extranjero por los mercaderes que la venden en criminal remate. Entendemos la Justicia Social fundada en la promoción de los trabajadores a la dignidad que corresponde en una concepción cristiana de la persona humana; de la familia y del trabajo; reconocimiento del derecho y de la obligación de trabajar; a una retribución justa; a condiciones dignas de trabajo; a la preservación de la salud; al bienestar; a la seguridad social; a la consolidación de la familia; al mejoramiento económico y a la defensa de los intereses profesionales.[397]
El programa levantado por el Movimiento Peronista de Liberación planteaba: 1.o) Retorno a la Patria del General Juan Perón, y devolución del cadáver de la protectora de los humildes Eva Perón. o 2. ) Rescisión de los contratos económicos financieros que afectan a la soberanía y dignidad nacional […] y todas las entregas efectuadas con el patrimonio del país al Fondo Monetario Internacional y demás instituciones del imperialismo. 3.o) La coexistencia armoniosa y próspera de una industria y comercio floreciente, una clase media y profesional progresista y una masa trabajadora dignificada y partícipe de la riqueza de la Nación. Para que ello pueda ser realidad se llevará a cabo como base principal una amplia y profunda reforma agraria, eliminando definitivamente en el país la gravitación de la funesta oligarquía terrateniente. 4.o) La promoción de una amplia política familiar que respetando su intimidad, fecundidad y espiritualidad, promueva su constitución y desenvolvimiento sin quebrar su unidad; un régimen de remuneraciones que contemple las asignaciones familiares; la adquisición en propiedad de viviendas dignas, el derecho de los padres a la educación de sus hijos, y su efectivo ejercicio, cualquiera fuere su situación económica. 5.o) El establecimiento de un sistema económico-financiero que proteja a la industria y al comercio nacional, al borde ya de la quiebra, por los sistemas económicos liberales, entronizados en nuestra Patria desde septiembre de 1955. 6.o) Conscientes del inmenso esfuerzo que deberá realizar la clase trabajadora para hacer reflotar el país del abismo a que ha sido precipitado, los que ofrendamos nuestras vidas al servicio de su liberación pediremos a nuestros hermanos trabajadores asalariados que en homenaje a la Patria, ofrezcan al gobierno revolucionario la suscripción de un Empréstito de Salvación Nacional, que integrarán con el valor de dos horas de trabajo diario suplementario, durante el periodo de tres años, y el que será rescatado en veinte años. o 7. ) La convivencia de todos los argentinos y extranjeros que habitan el suelo patrio, sin discriminación de colores y matices políticos e ideológicos. Ello significa que 177
no nos anima un afán de secta ni la petulancia de poseer el monopolio exclusivo ni excluyente de la mejor razón. 8.o) Recuperar la Tercera Posición, pregonada y practicada por el general Juan Perón, que continuará siendo la bandera del pueblo para el pueblo en convivencia dinámica y constructiva con todas las naciones y regímenes políticos y sociales de la Tierra. En su concepción de la guerra de guerrillas, Mena combinaba la influencia de Guillén con ideas nacionalistas: La guerra de guerrillas es la guerra revolucionaria del pueblo en armas, contra la cual se estrellan los ejércitos que son utilizados para enajenar la soberanía de la Patria. Estamos seguros de que el Ejército Argentino no peleará en defensa de un gobierno que traiciona a la nación y que ha cerrado al pueblo todos los caminos normales. Confiamos en que excepto los altos jerarcas militares entregados al oro extranjero, los oficiales, suboficiales y tropa con sentido de patria no lucharán en contra de los hermanos que quieren liberarla para todos. En cuanto a la topografía, toda ella es buena, incluso las ciudades, si hay corazones argentinos dispuestos a cumplir su deber.[398]
Tras señalar que se consideraban «soldados», es decir, combatientes sujetos a las normas de guerra, Mena destacaba: Los hombres y mujeres soldados que nos enrolamos en la lucha por nuestra patria conocemos que el aparato propagandístico nacional y extranacional al servicio de la oligarquía nos hará objeto de las más atroces calumnias y calificaciones. Los epítetos de bandoleros, comunistas, nacionalistas, etc. adornarán seguramente los titulares de la prensa amarilla, y cuanto crimen sobre en los archivos de la República será cargado a nuestra cuenta. Ante esas perspectivas, deseamos advertir a la opinión que ello no arredra nuestro ánimo de luchar y vencer, como así también que no perdonaremos los crímenes que se cometan con nuestros soldados, sus familiares y sus bienes.
La entrevista concluía con dos cuestiones que traslucen el clima de ideas de esa época: ¿Admiten Uds. combatientes de todas las ideologías? Nosotros no hacemos discriminaciones respecto de los que quieren ser combatientes de la liberación de la Patria. Nuestras banderas alcanzan al ochenta por ciento de la población, que en su diferente condición social pueden y deben participar en la lucha.[399] ¿Es usted el único comandante Uturunco? Soy y no soy el único Uturunco. Dentro de poco habrá centenares de Uturuncos en el país, incluso en los bosques de cemento armado como son las grandes ciudades, donde también nacerán los Uturuncos.
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1960 Este año bisiesto comenzaba un viernes cuando la Revolución Cubana nacionalizaba la United Fruit Company, la empresa que entre otras cosas había derrocado en 1954 al gobierno progresista de Jacobo Arbenz en Guatemala. Pero sobre todo se lo habría de recordar como el año de las independencias africanas: Congo, Malí, Gabón, Benín, Níger, Alto Volta, Costa de Marfil, Chad, Camerún, Mauritania, Togo, Madagascar y la República Centroafricana dejaban de ser colonias de Francia; el Congo «Belga» se convertía en la República Democrática del Congo y el revolucionario Patrice Lumumba asumía como primer ministro. La isla de Chipre dejaba de ser británica. Todo se vivía al ritmo del twist impuesto por el jovencito «de color» Chubby Checker, nacido en Filadelfia. Mientras cuatro muchachos de Liverpool, tras una gira por Alemania, decidían cambiarle el nombre a su banda The Quarrymen por The Beatles y daban comienzo a una de las mayores revoluciones en la historia de la música. Los Estados Unidos, en plena carrera armamentista, probaban con éxito su misil Polaris; en las elecciones de noviembre sería elegido presidente el demócrata y católico John Fitzgerald Kennedy. En Argelia (donde Francia ensayaría ese año, en el desierto, su primera bomba atómica), los colonos franceses se sublevaban contra lo que consideraban una política «blanda» por parte de De Gaulle, con lo que la guerra de liberación de la nación árabe entraba en su fase más sangrienta. Mientras quedaba inaugurada Brasilia, la nueva capital de Brasil diseñada por el arquitecto Oscar Niemeyer, un tremendo terremoto de 9,5 grados de la escala Richter sacudía Valdivia, al sur de Chile. En Sudáfrica se sucedían las protestas contra el régimen racista que aplicaba el apartheid (segregación) a rajatabla. Moría Albert Camus, autor de La peste y El extranjero, entre otras grandes obras. Entre los jóvenes norteamericanos estaba de moda el Volkswagen, el famoso «escarabajo» alemán. En la Argentina, la industria automotriz estaba en auge y comenzaba la producción del Renault Dauphine, el Fiat 600 y la pick-up Chevrolet C10 «Apache». Los espectadores de todo el mundo querían ir a tomarse un cafecito a la vía Apia y bañarse en la Fontana di Trevi después de ver La dolce vita de Federico Fellini, protagonizada por el siempre magistral Marcello Mastroiani y, como se decía entonces, «la bomba sueca» Anita Ekberg. Stanley Kubrick sacudía al mundo con su monumental Espartaco, protagonizada por Kirk Douglas, mientras que Alfred Hitchcock ponía a temblar a todos con su obra maestra Psicosis. Fue año de Censo en nuestro país, cuyos resultados dirían que éramos veinte 179
millones y medio de habitantes, de los cuales casi siete millones vivían en la Capital y el Gran Buenos Aires. El querido Julio Cortázar publicaba Los premios, mientras que otro grande, Astor Piazzolla, componía en homenaje a su padre Adiós Nonino. El folklore y la música de proyección folklórica (como decían entonces los especialistas) tuvieron dos hitos destacados: Leda Valladares comenzó a plasmar en el primer disco de la serie Mapa musical de la Argentina sus años de investigaciones recorriendo el país, al tiempo que nacía uno de los grupos más populares e innovadores del género, los Huanca Hua. Ese mismo año era inaugurado el ultramoderno Teatro San Martín en la calle Corrientes, obra del arquitecto Mario Roberto Álvarez, y un nuevo auge del teatro independiente llevaba a la realización de su primera muestra nacional. En la radio, Cacho Fontana creaba su célebre Fontana Show y ya podía escucharse a Juan Carlos Altavista en su personaje de Minguito Tinguitela. Se estrenaron 32 películas argentinas; entre ellas: India, de Armando Bo; Culpable, de Hugo del Carril; Luna Park, de Rubén Cavallotti; La patota, de Daniel Tynaire; El crack, de José Martínez Suárez; Un guapo del 900, de Leopoldo Torre Nilsson; Sábado a la noche cine, de Fernando Ayala; Los de la mesa 10, de Simón Feldman, y la notable Shunko, de Lautaro Murúa. Comenzaban a transmitir los canales 9 y 13 de Buenos Aires, 8 de Mar del Plata y 7 de Mendoza. Según revelaba el Censo, el 38% de la población porteña ya tenía televisor.
El Plan Conintes Para la Argentina, el año 1960 comenzaba en el marco de la campaña electoral para renovación legislativa, momento que fue elegido para el viaje del presidente norteamericano, Dwight Eisenhower, que en febrero visitó nuestro país. Un mes después de la partida de Eisenhower, el 12 de marzo de 1960, una tremenda explosión despertó a los vecinos de la calle Díaz Vélez, en Olivos. El ruido venía de la casa ubicada en el 1850, donde vivía con su familia el mayor David René Cabrera, sindicado por los peronistas como uno de los más importantes torturadores de la «Libertadora». La bomba destrozó la vivienda de dos pisos y mató a Guillermina, hija de tres años del militar, y dejó herida a su esposa, Selmira Rojo, y a otros tres hijos pequeños. El comunicado del gobierno en repudio del hecho utilizaba un lenguaje inusual en Frondizi hasta ese momento: Al condenar enérgicamente este nuevo atentado terrorista el Presidente de la Nación destacó que el propósito fundamental es alterar la paz social y crear un estado de confusión colectiva
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con el objeto inmediato de evitar la realización de los actos electorales fijados por la Constitución y por la ley. Pero detrás de estos hechos se encuentra la finalidad declarada de volver a instaurar en el país la dictadura depuesta. El Poder Ejecutivo, que conoce esos planes, tomará todas las medidas que sean necesarias, hasta el extremo rigor, para salvaguardar la tranquilidad de la República.[400]
Era la primera vez que el gobierno frondicista se refería al peronismo usando los términos de la «Libertadora», calificando al movimiento como la dictadura depuesta. El hecho se sumaba a una serie de acciones violentas, atribuidas a grupos peronistas: la voladura de un depósito de gas en Mar del Plata, el atentado incendiario contra la planta de Shell en Córdoba y la colocación de un número importante de artefactos explosivos, algunos simples «caños» pero otros de mayor magnitud, como el que destrozó la casa del ex interventor de la CGT, Patrón Laplacette, el que dañó el edificio donde vivía el almirante Rojas o las bombas colocadas en el Panteón Naval de la Chacarita y en la sede la UIA. A ellos se agregaban tiroteos a garitas militares y policiales. Frondizi, fuertemente presionado por todos los sectores militares, reflotó entonces el Plan de Conmoción Interna del Estado (Conintes). Sancionado por el peronismo en 1948, dentro de la Ley de Organización para la Nación en Tiempos de Guerra, Perón lo había aplicado durante la huelga ferroviaria de 1951, y quienes lo derrocaron lo pusieron en ejecución en septiembre de 1955 y en junio de 1956, en ocasión de los fusilamientos de los militares peronistas sublevados. Ya el 14 de noviembre de 1958 Frondizi había firmado el decreto 9880, que volvía a dar vida al Plan que, con el proclamado objetivo de combatir el terrorismo, suspendía las garantías individuales y les daba a las Fuerzas Armadas y de seguridad una especie de carta blanca en la represión de las huelgas y de todo tipo de conflictos sociales, reemplazando los tribunales ordinarios por consejos de guerra. Finalmente, Frondizi dispuso la vigencia del Plan Conintes a partir de la hora 0 del 14 de marzo de 1960. Los militares más duros, como el inefable general Toranzo Calderón, se alegraron, pero dejando en claro que iban por más: El Plan Conintes subordina las policías provinciales a los comandos del Ejército, considero que es una buena medida para evitar casos tales como el de […] Uturunco y otros […]. La oficialidad del Ejército desea que el presidente ponga el Plan Conintes en vigencia y sus declaraciones han causado un efecto favorable, pero es imprescindible otras medidas concretas, como ser la posibilidad de implantar la ley marcial contra los terroristas, cómplices, etc. y con expresa constancia de fusilar a todo aquel que sea descubierto in fraganti. La ley marcial, de esta manera, va a limitar el terrorismo.[401]
Los militares, convocados por el presidente al establecer el Plan Conintes, reaparecían en la escena política como un poderoso factor de poder que aprobaba o 181
vetaba las políticas del gobierno. Gregorio Selser escribiría por aquellos graves y peligrosos días un artículo memorable y premonitorio, en el que decía: Hay que tener un temple a toda prueba para en tales condiciones, medir con prudencia y juzgar con mesura y ponderación a todo presunto culpable de actos terroristas, máxime si los jueces son militares; porque en principio su juicio es interesado del mismo modo que su visión puede estar obnubilada por la pasión y una inevitable ansia de represalia por los agravios inferidos a la institución en algunos de sus integrantes. La sinrazón del terrorismo se equiparará a la sinrazón de la venganza, y colocadas las cosas en ese terreno, de una injusticia se pasará a otras y a poco ya no se sabrá cuándo obra la razón y cuándo la represalia ciega. No atribuimos a la justicia civil dotes de omnisciencia; pero en todo caso constituye una mayor garantía para el desamparado el poder elegir a su defensor y no, como ocurre en la justicia castrense, aceptar al que sea designado de oficio entre los mismos militares ofendidos. Además, es ya bastante que no dependa su suerte de hombres que, como los militares, piensan en términos unilaterales, de disciplina y obediencia, en lugar de los de raciocinio y distribución de responsabilidades y culpas que caracterizan a los abogados civiles.[402]
El Plan Conintes, como otros engendros similares de nuestra historia, tomará como excusa el combate al terrorismo para actuar sobre todo contra los movimientos sociales que reclamaban sus legítimos derechos cívicos y sociales.
Un poco de amor francés La aplicación del Plan Conintes puso en práctica la carga teórica que venían recibiendo los oficiales superiores y medios de las Fuerzas Armadas por parte de asesores franceses, pioneros de la «teoría de la guerra contrarrevolucionaria», que habían elaborado en sus guerras coloniales en Indochina y Argelia. Esta influencia será fundamental y perdurable. Incidirá en la elaboración de nuevas hipótesis de conflicto, poniendo el acento en el «enemigo interno», al que siguiendo a los franceses denominarán «subversivo», y en las prácticas represivas típicas del terrorismo de Estado: detenciones ilegales, desapariciones, aplicación sistemática de la tortura a los detenidos. Los militares argentinos verán en los peronistas y los «comunistas» (término en el que incluían a todos los militantes de izquierda) lo que los franceses veían en los vietnamitas y argelinos. Como señala Daniel Mazzei: Tras el derrocamiento del general Perón, en septiembre de 1955, el sector «liberal» del Ejército buscó reemplazar la doctrina de defensa nacional vigente al tiempo que inició un profundo proceso de «desperonización» […] en este contexto también se eclipsó, definitivamente, la influencia alemana sobre el ejército argentino que fue reemplazada por el predominio de las tradiciones militares norteamericana y francesa […]. La tradición militar
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francesa estrechó sus relaciones con el ejército argentino, con el que ya estaba vinculado desde el gobierno de Perón, y se transformó en dominante durante el periodo 1957-1961. La gradual reconversión de la doctrina de defensa y el estudio de esta nueva forma de guerra se inició en la Escuela Superior de Guerra, principal centro de formación teórica del ejército […].[403]
Todo comenzó en 1957, cuando el teniente coronel del arma de ingenieros, Carlos Jorge Rosas,[404] asumió como director de la Escuela Superior de Guerra y decidió incorporar las doctrinas aprendidas en Francia, trayendo al país a una delegación de lo más granado de la inteligencia represiva gala. Rosas había permanecido en París hasta 1955 como agregado militar y gracias a los «servicios prestados» llegaría a recibir la Orden de la Legión de Honor, una de las máximas distinciones otorgadas por Francia. Durante su larga estadía en París pudo apreciar con claridad el proceso político que vivía la sociedad francesa en general y las Fuerzas Armadas y su aparato de inteligencia en particular. La derrota ante los vietnamitas en Dien Bien Phu (7 de mayo de 1954) y el inicio de la lucha independentista del Frente de Liberación Nacional argelino se combinaban con el temor al «peligro rojo», en el marco de la Guerra Fría, para que los militares franceses se replanteasen sus doctrinas.
La batalla de Argel Ya en Vietnam las tropas colonialistas francesas comenzaron a utilizar el terrorismo de Estado, en un vano intento por restarles apoyo a los combatientes liderados por Ho Chi Minh. Pero su «perfeccionamiento» tuvo lugar en Argelia, país norafricano donde la brutalidad colonial francesa tenía una larga tradición.[405] El momento culminante fue la batalla de Argel de marzo de 1957, cuando las fuerzas de elite de ocupación, los tristemente célebres paracaidistas franceses, pusieron en práctica su ya elaborada tecnología represiva. Uno de sus jefes, el general Charles Lacheroy, considerado el iniciador de la «teoría de la guerra revolucionaria», [406] era un convencido, por su experiencia en Indochina, de que «antes que de la tropa hay que ocuparse de la retaguardia», es decir, de la población.[407] Otros teóricos y prácticos de la guerra contrarrevolucionaria, encargados de llevarla a cabo en Argelia, fueron el general de paracaidistas Jacques-Émile Massu, jefe de la misión militar francesa en Argel; el militar, político y escritor Marcel Bigeard y el teniente coronel Roger Trinquer.[408] Otro responsable de la represión, el general Paul Aussaresses,[409] contará en un libro escalofriante y de implicancia en la historia argentina: Era raro que los prisioneros interrogados por la noche estuvieran vivos aún al amanecer.
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Hubieran hablado o no, generalmente eran neutralizados. Era imposible volver a introducirlos en el circuito judicial. Eran demasiado numerosos y los engranajes de la máquina se hubieran atascado. Muchos de ellos habrían pasado a través de las grietas. Yo estaba bien ubicado para saberlo ya que, cada mañana, iba al campo principal de Boni-Messous […]. Más de veinte mil personas pasaron por este campo: tres por ciento de la población del aglomerado de Argel. ¿Cómo destinar toda esa gente a la justicia? […] Las ejecuciones sumarias formaban parte integrante de las tareas inevitables de mantenimiento del orden. Es para eso que los militares habían sido llamados. Se había instaurado el contraterror, pero extraoficialmente, desde luego. Era claro que hacía falta deshacerse del FLN y que solamente el ejército tenía los medios para hacerlo. Era tan evidente que no era necesario dar órdenes en ese sentido en el nivel que fuera. Nadie jamás me había pedido abiertamente ejecutar a tal o cual. Era evidente. En cuanto a la utilización de la tortura, era tolerada, si no recomendada. François Mitterrand, [410] el ministro de Justicia, tenía, de hecho, un emisario junto a Massu en la persona del juez Jean Bérard, que nos cubría y que tenía un conocimiento exacto de lo que sucedía por la noche. Yo mantenía las mejores relaciones posibles con él y no tenía nada que ocultarle.[411]
Como pasaría en el caso argentino, los represores tenían el auxilio espiritual de la Iglesia en la persona del capellán de la Décima División de Paracaidistas, Louis Delarue, quien elaboró el siguiente texto para su distribución en los cuarteles de las fuerzas ocupantes: Si la ley permite, en interés de todos, suprimir a un asesino,[412] ¿por qué se pretende calificar de monstruoso el hecho de someter a un delincuente, reconocido como tal y por ello pasible de la muerte, a un interrogatorio penoso, pero cuyo único fin es, gracias a las revelaciones que hará sobre sus cómplices y jefes, proteger a inocentes? Entre dos males, hacer sufrir en forma pasajera a un bandido capturado in fraganti y que por otra parte merece la pena de muerte, venciendo su empecinamiento criminal por medio de un interrogatorio obstinado, agotador, y por otro lado permitir la masacre de los inocentes que podrían salvarse sí, gracias a las revelaciones de ese criminal, se lograra aniquilar a la banda, hay que elegir sin vacilar el mal menor.[413]
La tortura, como diría Vidal Naquet, dejaba de existir como práctica aislada para convertirse en una institución de Estado, sistematizada, enseñada para ser aplicada científicamente.[414] En la notable película La batalla de Argel, dirigida por Gillo Pontecorvo[415] en 1965, el personaje del general Philippe Mathieu[416] habla de las dificultades de esta lucha «contra la subversión» como la llamarían los franceses: Hay 400.000 árabes en Argel. ¿Son todos ellos nuestros enemigos? Sabemos que no. Pero una pequeña minoría se impone por medio del terror y la violencia. Debemos lidiar con esta minoría para tratar de aislarla y destruirla. Es un adversario peligroso que opera al descubierto y en la clandestinidad, con métodos revolucionarios de probada eficacia, así como tácticas originales. Es un enemigo sin rostro, irreconocible, mezclado con cientos de otros que se le asemejan. Está en todas partes. […] Tenemos que comenzar desde cero. Las únicas informaciones que tenemos son sobre la
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estructura de la organización. Comenzaremos por esto. […] Debemos investigar para reconstruir la pirámide e identificar a su Estado Mayor. La base de este trabajo es la información. El método es el interrogatorio. Conducido de tal forma que se obtenga siempre una respuesta. En nuestra situación, las consideraciones humanas solo conducen a la desesperación y a la confusión. Estoy seguro de que todas las unidades lo comprenderán y actuarán en consecuencia. Por desgracia, el éxito no depende solamente de nosotros. La ciudad debe estar a nuestra disposición. Debemos peinarla completamente e interrogar a todos los habitantes. Pero aquí es donde chocamos con la maraña de leyes todavía vigente, como si Argel fuera un lugar de veraneo y no un campo de batalla. Nosotros hemos pedido carta blanca, pero es difícil poderla obtener. Hay que encontrar entonces la ocasión que legitime nuestra intervención y la haga posible. Esta ocasión tenemos que crearla nosotros mismos.[417]
Represores de importación Para capitalizar el know how represivo adquirido en la experiencia argelina, el general Bigeard convenció al gobierno francés, a través de su ministro de Defensa, Jacques Chaban-Delmas (que aunque parezca increíble, había sido un destacado miembro de la resistencia contra el nazismo), de la necesidad de crear en mayo de 1958 un Centro de Entrenamiento en Guerra Subversiva. Las clases se dictaban en la Escuela de Guerra de París y tuvimos el «honor» de que los primeros alumnos de los cursos fueran 120 militares argentinos, entre los que se destacaba Alcides López Aufranc,[418] quien por sus «aptitudes» fue seleccionado para participar en la etapa superior de entrenamiento que se hacía en Argelia. Muchos años después le diría en el excelente documental Escuadrones de la muerte, la escuela francesa a su directora, la investigadora Marie-Monique Robin: Los profesores tocaban siempre el tema de la guerra revolucionaria. Era algo totalmente nuevo para nosotros. En América Latina no conocíamos ese tipo de problemas. Había luchas políticas, a veces violentas, pero no subversivas. No conocíamos la importancia de la población en ese tipo de guerra. Para nosotros solo existía la guerra clásica, con infantería, fusil, carros, cañón. Jamás habíamos imaginado un enemigo capaz de matar con un cuchillo o de estrangular a alguien con una cuerda. Con la sangre se aprende mucho.[419]
El entusiasmo de los alumnos estimuló la concreción de vínculos oficiales y llevó, a través del impulso del entonces jefe del Estado Mayor del Ejército, general Carlos Toranzo Montero, a la instalación en nuestro país de una delegación permanente de franceses expertos en guerra contrarrevolucionaria en 1959. Todos los gastos y excelentes sueldos estaban a cargo del Estado argentino, o sea del pueblo que se «beneficiaría» con la nueva escuela de represores. Los «instructores» gozaban de total inmunidad o más bien impunidad ante cualquier delito que pudieran cometer en el desempeño de sus tareas. 185
Los primeros en llegar fueron François Pierre Badié y Patrice J. L. de Naurois, a quienes se sumaron, posteriormente, los tenientes coroneles Robert Louis Bentresque y Jean Nouguès. Una de las primeras prácticas de docentes y alumnos fue la llamada Operación Hierro de 1959, consistente en cursos intensivos de represión y conferencias sobre la materia. Al año siguiente, de la teoría se pasó a la práctica con la Operación Hierro Forjado. La bibliografía obligatoria eran las obras de Salan, Massu, Beauffre, Bonet, Chatau-Jobert y Trinquer, quien en su obra Guerra, subversión, revolución, señala: La desaparición sistemática de los agentes de la subversión clarificará la atmósfera y aumentará la confianza de la población […]. Todo miembro de una organización subversiva sabe que ese interrogatorio es para él el momento de la verdad. Es entonces cuando deberá enfrentar, como soldado, el miedo, el sufrimiento y tal vez la muerte. La amenaza que pesará sobre él será por lo general suficiente para hacerlo hablar. Si proporciona de inmediato los datos que se le piden, el interrogatorio se dará por terminado. Si no, los interrogadores le arrancarán el secreto por todos los medios.[420]
Muchas de las «lecciones» dadas por los instructores franceses quedaron registradas en la Revista de la Escuela Superior de Guerra, como una que cita Daniel Mazzei publicada con el sugestivo título de «Radioscopía subversiva en la Argentina», publicado en el número 344, de enero-marzo de 1962, en la que Jean Nouguès sostuvo que el enemigo de sus discípulos argentinos sería constituido por el peronismo y los intelectuales.[421] Las clases sobre torturas, asesinatos, infiltraciones en sindicatos, partidos políticos, violaciones de domicilio, atentados, guerra psicológica y campañas sucias de prensa, dieron sus frutos y ya para 1960, en plena aplicación por el gobierno de Frondizi del Plan Conintes, se creó el «Comité de lucha contra la expansión marxista», dirigido por el mejor alumno y empleado del mes, el entonces coronel Alcides López Aufranc. Según su profesor Nouguès: La ejecución del Plan Conintes terminó con indudable éxito y proporcionó una experiencia que podría ser de gran valor en otra oportunidad. La perturbación subversiva, que fue derrotada, realizaba una neta conjunción peronista-comunista […]. Casi todas las técnicas de la Guerra Revolucionaria, constructivas y destructivas, fueron empleadas.[422]
Nouguès dejaba una advertencia que sus alumnos argentinos sabrían valorar y tener muy en cuenta: En la Argentina, el grupo social más receptivo a las teorías marxistas se limita a unos intelectuales […] cuyo reducido número no debe hacer subestimar su importancia por ser susceptibles de constituir los cuadros de la revolución. Después de alistar a las masas bajo una bandera nacional, pueden, más o menos progresivamente, desviar el movimiento hacia el
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castrismo, la democracia popular y el comunismo […]. En resumen, un nacionalismo más o menos socialista y profidelista puede ofrecer un «caballo de Troya» a la penetración comunista en la Argentina.[423]
Dios los cría, López Aufranc los junta Con el orgullo de los buenos alumnos, los militares argentinos inauguraron en octubre de 1961 en la Escuela Superior de Guerra, con la presencia del presidente Frondizi y monseñor Antonio Caggiano, el primer Curso Interamericano de Guerra ContraRevolucionaria. Presidido por López Aufranc, contó con la presencia de 39 represores de más de una decena de países latinoamericanos y delegados de los Estados Unidos. En el cuerpo de profesores figuraban los asesores franceses Bentresque y Nouguès y lo más granado de la derecha nacional, como el cura Victorio Bonamín, Raúl Entraigas, Alberto Silly y Mariano Grondona. Entre los alumnos locales se destacaban el director de la Escuela, general Carlos Túrolo, el subdirector y futuro dictador Alejandro Agustín Lanusse y el comandante en jefe del Ejército y futuro derrocador de Frondizi, general Carlos Poggi.[424] El general Túrolo abrió las sesiones con un discurso que preanunciaba conceptos que serían repetidos y machacados durante décadas por sus colegas: En el campo de las relaciones humanas, la aparición de la filosofía marxista provocó muchos de los más grandes cambios. La guerra, que pertenece a ese campo, sufrió también su evolución. […] la guerra revolucionaria comunista ha superado, inclusive, los conceptos de la guerra total, ligando a una forma de guerra que existe aun cuando no esté declarada, con operaciones de un tipo muy diferente a las de guerra clásica llevadas, sin reparar en medios, sin escrúpulos ni principios éticos, a todos los órdenes de la vida de la nación atacada, políticas, sociales, educacionales, económicas, militares, mediante la infiltración y la penetración, abierta o encubierta, franca o solapada, según sus conveniencias o posibilidades. Actuando tanto sobre las reservas espirituales como físicas. Tanto sobre las mentes como sobre los cuerpos, para desquiciar y envilecer, a fin de debilitar las defensas y el poder de reacción cuando llega el momento de la acción decisiva. Por basarse en un concepto ideológico y no patriótico, para la guerra revolucionaria comunista no existen límites geográficos. Puede tener un frente externo en el que se enfrenten naciones o grupo de naciones, pero siempre tiene un frente interno en los pueblos que busca sojuzgar. Sus actores están tanto fuera como dentro de los países de nuestra ideología y muchas veces vistiendo aparentemente nuestra propia divisa.[425]
Usando la terminología que equipara los conflictos con enfermedades contagiosas, Poggi afirmaba que la «acción comunista» se basa fundamentalmente «en fomentar las oposiciones y contradicciones, como caldo de cultivo de su ideología», lo que le había permitido «someter» a más de 800 millones de personas, más de la tercera parte de la población mundial en ese momento. A partir de ahí señalaba que «el mundo libre 187
y cada uno de los países que lo integran» debían comprender que «están en operaciones y actuar» para «prevenir, neutralizar y combatir» al comunismo, y agregaba: Pero esa acción no puede tener éxito, tanto en lo internacional como en lo nacional, solo mediante esfuerzos aislados, por bien intencionados o realizados que sean. Así como el del enemigo es un esfuerzo coordinado, así debe ser el nuestro. […] No podemos continuar en la defensiva, que en ningún campo de la acción humana lleva por sí sola, a la victoria. Ofensiva no es para nosotros, necesariamente, sinónimo de guerra armada, como no lo ha sido para ellos.
Y concluía Poggi con un «concepto» de larga resonancia en los años siguientes: Esta lucha no es, de ninguna manera, patrimonio exclusivo de las Fuerzas Armadas, ni a ellas compete la primera ni la mayor parte. Todos pueden y tienen que participar en defensa de nuestra forma de ser y vivir. No se trata, en este enfrentamiento de carácter ideológico, de que «el que no está conmigo está contra mí», pero sí de que el que pudiendo hacerlo no lucha contra el comunismo con toda la autoridad y medios que le brindan su actividad, profesión, función u ocupación, ya sea por indiferencia, ignorancia o bastardo interés personal, permite, directa e indirectamente, el progreso del comunismo y, por lo tanto, coopera con él.
Entre los expositores de ese curso se encontraba uno de los secuestradores del cadáver de Eva Perón, el teniente coronel Hamilton Díaz,[426] quien el 19 de octubre proyectó la película Combatiendo al terrorismo y disertó sobre la «Lucha contra el terrorismo», haciendo un balance de las acciones armadas de la resistencia peronista. Entre el 1.o de mayo de 1958 y el 30 de junio de 1961 habían estallado 1022 bombas y petardos, se habían provocado 104 incendios en fábricas, vagones ferroviarios y medios de transporte. Se habían concretado 440 actos de sabotaje y ataques a miembros de las fuerzas de seguridad. El saldo en vidas humanas era de 17 muertos y habían resultado heridas 89 personas. Seguidamente defendió la participación militar en la represión interna por aplicación del Plan Conintes: Habilitadas por el instrumento legal mencionado y ante el cariz alarmante que van tomando los acontecimientos en la conjunción organizada de problemas gremiales y actos de intimidación con el desenlace claro de la huelga revolucionaria; las Fuerzas Armadas, particularmente el Ejército, por su despliegue en todo el país, se hace cargo de la represión […] si bien se carecía de la referencia concreta por el reiterado fracaso de la represión policial, ello determinó que se resolviera actuar ofensivamente empeñando todos los medios del Servicio de Informaciones del Ejército, desplegando en sus respectivas jurisdicciones, en la investigación ejecutiva del terrorismo.[427]
Y concluía: 188
La actividad terrorista no es nunca una actividad de fin sino de medio […] es imprescindible contar con instrumentos legales permanentes, que aseguren, dentro de la estructura constitucional, una eficaz acción de autodefensa y represión […] esa situación de emergencia grave obliga a poner en vigencia un cuerpo de legislación extraordinaria […]. La acción informativa es el eje sobre el cual se finca el éxito de toda acción contra terrorista y ello solo es posible cuando la alta capacitación técnica se la complemente con un profundo conocimiento del accionar de la mecánica subversiva […]. La represión debe llevarse a intenso y sostenido ritmo hasta lograr la seguridad del aniquilamiento integral de las células subversivo terroristas.[428]
Su mejor alumno Otro producto notable de aquella reunión de maestros y aprendices de terroristas de Estado fue elaborado por otro de los cerebros de la represión, el general Osiris Villegas, quien al finalizar el curso escribió su libro Guerra revolucionaria comunista, en el que señala: La democracia representativa es un sistema de vida colectiva, en la cual algunos creen y otros no. Dentro de ella, adopta forma de diálogo y convivencia pacífica entre los ciudadanos y distribuye el poder según la voluntad del pueblo, expresada libremente, mediante el sufragio universal. Contra quienes la niegan y la combaten, no puede ofrecer sino combate; cualquiera otra alternativa, supone aceptar, sin más, la propia destrucción. Sin embargo, las democracias occidentales han puesto en evidencia, en lo que va del siglo, muy poca habilidad para la defensa y el ataque, contra las nuevas formas de la guerra en desarrollo; ni siquiera han reconocido claramente al enemigo y se resisten a admitir que el adversario que deben enfrentar, desde hace tiempo, se halla en operaciones. Asimismo, la honestidad de pensamiento impone reconocer que varias de las armas que esgrime el comunismo internacional, para mantener en zozobra al mundo, le han sido puestas en algunas manos, por sensibles errores de las mismas democracias, que se pudieron y se pueden evitar. Así tenemos [que en] casi todos los países del bloque occidental, los partidos comunistas nacionales y sus organizaciones colaterales están reconocidas política y jurídicamente.[429]
Y a la manera en que el policía personificado por Diego Capusotto nos hablaba de los hippies, aquí Villegas lo hace de los comunistas: Es fácil advertir también que los comunistas: recaudan fondos, impunemente, para la subversión; se los designa, sin reserva alguna, en cargos de gravitación en las universidades, centros culturales, deportivos y científicos, etc., y en la administración pública; se les permite dirigir y controlar los gremios y sindicatos e, incluso, integrar la central obrera; se les tolera que realicen, en lugares públicos o locales cerrados, mitines, reuniones,
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conferencias y todo otro acto de propaganda proselitista, facilitando la concurrencia de curiosos o simpatizantes, sin traba alguna y, aún más, se les proporciona protección policial; en quioscos, escaparates y en la vía pública, se acepta que se vendan libros, folletos y revistas, semanarios, etc., difusores de la ideología marxista, y el correo los distribuye, por todo el ámbito nacional, con «franqueo pago»; la propaganda comunista aparece, sin retaceos, como editoriales, solicitadas, información periodística, etc., en las páginas principales de los principales órganos de prensa; la exaltación de los líderes rojos es frecuente, y la divulgación de su pensamiento y actividad va más allá de lo prudente y necesario; personajes comunistas de «todos pelos y marcas» reconocen los países occidentales, especialmente latinoamericanos; dan conferencias, asisten a reuniones, se les organizan recepciones populares, diplomáticas o privadas; entrevistan a funcionarios o gobernantes, y, lo que parece increíble, a veces algunos suelen ser condecorados por los gobiernos.[430]
Seguidamente el general Villegas pasaba a la ofensiva, al tratar de «La réplica militar a la subversión», un documento imprescindible para entender el cambio definitivo de hipótesis de conflicto de los militares argentinos hacia la «teoría de la subversión» importada de Francia y del «enemigo interno», embrión de la doctrina de la seguridad nacional que tanta tragedia arrojaría sobre nuestra patria: El proceso de la guerra revolucionaria es progresivo y relativamente lento; el adversario prepara su organización y sus medios de lucha en nuestro propio territorio, en el seno mismo de nuestra sociedad […]. La experiencia demuestra que las autoridades gubernamentales, enceguecidas por el periódico espejismo electoral, solo toman conciencia de la gravedad del problema cuando la subversión se manifiesta netamente comenzada (3.a fase de la guerra revolucionaria) y solo entonces promueven la intervención de las Fuerzas Armadas. Es decir, cuando comienza a perderse la partida en los planos político-económico y social, ensayan la réplica militar.[431]
Y a partir de ahí, elaboraba lineamientos estratégicos que efectivamente se aplicarían en nuestro país, salvo en lo que se refería a «evitar excesos»: Cuando las Fuerzas Armadas entran en operaciones, deben incursionar en todos los estratos del estado nacional para alcanzar al adversario y herirlo de muerte en todos los planos en los cuales este conduce su guerra. En tal sentido deben procurar: destruir el aparato revolucionario, en primera urgencia, y las fuerzas militarizadas en segunda, siendo esto último un medio y no un fin en sí mismo; mantener o restablecer la organización administrativa legal y, eventual y transitoriamente, reemplazarla; restablecer el orden por su presencia y su firmeza, liberando a la población de las imposiciones y temores que ejercen sobre ella las organizaciones subversivas
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clandestinas; buscar, sistemáticamente, el contacto con la población en todos los planos sociales y por todos los medios, en procura de su confianza y atracción (La historia demuestra que la insurrección deja de existir desde el momento mismo en que se la priva del sostén de la población); proteger los objetivos fundamentales y garantizar la prestación de los servicios públicos esenciales para la vida de las agrupaciones humanas, en particular, y del quehacer nacional, en general; actuar con rapidez y oportunamente, aplastando la insurrección en su iniciación, ocupando zonas y lugares desde los cuales ella puede ser alimentada con recursos humanos y materiales; aplicar con firmeza, pero con equidad, el rigor de la legislación represiva, especialmente cuando ha sido adecuada al ambiente insurreccional; evitar los excesos de violencia o reacciones incontroladas en la represión, que solo sirven para impedir o dilatar la reconciliación y la concordia; intensificar la información (búsqueda, inteligencia, difusión, y explotación), fuente y motor de toda actividad y factor fundamental en la decisión; participar en la acción psicológica dirigida a la población; los cuadros y tropas deben estar persuadidos de que su actividad psicológica es tan importante como su acción militar; adoptar, en fin, todas las medidas que tiendan a incrementar y restaurar la confianza del pueblo en las autoridades constituidas y lograr la participación activa de aquel en la lucha contrarrevolucionaria.[432]
Sostiene Daniel Mazzei: La teoría para la guerra contrarrevolucionaria produjo un impacto demasiado violento en el ejército, que desequilibró psicológicamente a una parte importante de los cuadros superiores y creó una hipersensibilidad y psicosis anticomunista sumamente perjudicial y proclive a la impaciencia, intolerancia, ligereza de juicio, urgencia de actuar drásticamente, sobrevaloración de la capacidad y peligrosidad del comunismo internacional, disconformidad permanente con respecto a las medidas del gobierno civil…[433]
La nueva coyuntura internacional, marcada a fuego por el triunfo de la Revolución Cubana, implicaría un cambio de rumbo en la estrategia de las Fuerzas Armadas argentinas. Ese cambio se acentuaría con el reemplazo de los asesores franceses por los norteamericanos a partir de 1962, año en que se produjo una grave crisis en el ejército francés tras la derrota sufrida por sus tropas en Argelia a manos de las fuerzas del FLN. En abril de aquel año 62, la Fuerza Aérea Argentina publicaba un folleto titulado «Guerra contrarrevolucionaria», atribuido a tres posibles autores, según las fuentes: el ultraderechista Jordán Bruno Genta, el comandante Hunnicken o el reverendo Trípodi. Allí podía leerse: La doctrina liberal es la fuente de sucesivas negaciones seculares que, desde adentro, vienen socavando los pilares y desvirtuando las instituciones para terminar con su abolición radical.
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El proceso del liberalismo se inicia en Occidente con la Reforma de Lutero a comienzos del siglo XVI; se sigue con la división de la razón natural y de la fe sobrenatural, más la crítica negativa de la filosofía del ser, en el siglo XVII; con la crítica del derecho romano-cristiano y la revolución política del siglo XVIII y culmina con la Revolución Social o guerra revolucionaria desencadenada por el comunismo marxista en siglo XIX.[434]
Como bien señala Rogelio García Lupo: La reflexión que sugiere la anécdota es que, si para suministrar una ideología que lleve a la victoria a los antiguerrilleros la humanidad debe suprimir cuatro siglos y medio de su historia, es poco probable que los guerrilleros sean derrotados. A esta altura, no solo los marxistas confían en la experiencia histórica; se ha visto que también creen en ella hasta los militares.[435]
El manualcito de 33 páginas causó tanto revuelo, que el secretario de Aeronáutica, brigadier Rojas Silveyra, mandó destruir los ejemplares. Pero la nefasta influencia de estos pensamientos antediluvianos y de la escuela francesa sería perdurable. Se harían sentir muchas veces en nuestra historia reciente, particularmente en la dictadura autodenominada «Revolución Argentina» (1966-1973) y en la última dictadura cívicomilitar. Esas ideas calarían hondo en personajes como Emilio Massera, jefe de la Armada, quien diría veinticinco años después de la publicación del opúsculo: La crisis actual de la humanidad se debe a tres hombres. Hacia fines del siglo XIX, Marx publicó tres tomos de El capital y puso en duda con ellos la intangibilidad de la propiedad privada; a principios del siglo XX, es atacada la sagrada esfera íntima del ser humano por Freud, en su libro La interpretación de los sueños, y como si fuera poco, para problematizar el sistema de los valores positivos de la sociedad, Einstein, en 1905 hace reconocer la teoría de la relatividad, donde pone en crisis la estructura estática y muerta de la materia.[436]
Perón rompe el pacto con Frondizi Perón respondió a lo que entendía como una ofensiva antiperonista por parte del gobierno, con un documento fechado en Ciudad Trujillo, actual Santo Domingo, en el que rompía definitivamente con Frondizi y convocaba a sabotear las elecciones y votar en blanco: El Justicialismo, consciente de su razón y de su fuerza, solo por consideraciones patrióticas intentó soluciones incruentas evitando todo acto de fuerza, para tratar de dirimir el pleito en sucesivos plebiscitos populares. Por esa causa, como medio de evitar la lucha armada, firmó un pacto con los que hoy han defraudado la fe pública. La traición de Frondizi al Justicialismo ha sido también su traición al Pueblo. Sin embargo, como un sacrificio más a favor de la paz, organizamos el Partido Justicialista para someter nuestra lucha a las futuras contiendas electorales, pero las oscuras fuerzas que desgobiernan el país […] nos cierran el camino
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pacífico proscribiendo a la mayoría popular y declarando fuera de la ley al justicialismo y al comunismo. ¿Qué camino le queda al Pueblo para imponer la razón y la justicia que le asisten? Frente a semejante ignominia no queda otro remedio que: repudiar todo acto electoral mediante la emisión del «voto en blanco» y preparar la lucha integral oponiendo a la arbitrariedad la fuerza popular.[437]
Fue una de las últimas instrucciones del largo exilio de Perón fechadas en suelo americano. Ese mismo año, junto con Isabel, el General se trasladó a España, donde establecería su residencia hasta 1973. Algunos respiraron aliviados, creyendo que la mayor distancia geográfica era también un alejamiento de la vida política argentina. No tardarían mucho en comprobar lo equivocados que estaban. El cambio radical de orientación económica y social del gobierno de Frondizi tuvo su respuesta en las urnas. En las elecciones legislativas del 27 de marzo de 1960, el «voto en blanco» peronista representó el 25% de los sufragios, respetando la orden de Perón, mientras que solo el 20,4% correspondió al oficialismo frondicista.
El caso Eichmann Como si le faltaran problemas al gobierno de Frondizi, una noticia sacudió los titulares de los diarios del mundo en mayo de 1960: el Estado de Israel anunciaba que había «capturado» al coronel de las SS nazis Adolf Eichmann y que lo sometería a juicio por crímenes contra la humanidad. El problema estaba en que esa «captura» se había hecho en Bancalari, partido de San Fernando, mediante su secuestro y salida clandestina del país. Por muchos años el Estado de Israel sostendría la versión de que todo había sido obra de particulares. Pasado casi medio siglo, y ya muertos sus protagonistas, recién reconocería que se trató de una operación del Mossad, el servicio de espionaje israelí. Eichmann, encargado de la «logística» para asegurar que millones de detenidos en toda Europa fuesen deportados y llevados a los campos de exterminio nazis, «misteriosamente» se había evadido de sus captores estadounidenses al fin de la Segunda Guerra Mundial, y por las redes de escape de criminales de guerra en que tenían activa participación hombres de la Iglesia, tras dos años de permanencia en Italia había llegado a la Argentina en 1950, con la identidad fraguada de Ricardo Klement. Traería luego a su mujer y tres hijos, y un cuarto nacería en nuestro país en 1955. Tras vivir de distintas ocupaciones, para 1960 estaba empleado como electricista en la planta de la Mercedes Benz en González Catán.[438] Las sospechas de un vecino, sobreviviente del Holocausto, y la información dada por el célebre rastreador de nazis Simon Wiesenthal, convencieron a los jefes del 193
Mossad de que Klement era Eichmann, y pusieron en ejecución el operativo. Agentes secretos ingresaron con identidad falsa al país el 1.o de mayo de 1960, y tras diez días de seguimientos y observaciones secuestraron a Eichmann. Lo mantuvieron oculto más de una semana, hasta que el 20 de mayo lo subieron (haciéndolo pasar por un mecánico alcoholizado) a un avión de la compañía El-Al. La noticia provocó un fuerte impacto. Por un lado, confirmaba la presencia de criminales de guerra refugiados en el país, lo que a más de uno llevaba a preguntarse: ¿y cuántos más? ¿Amparados por quiénes? Por otra parte, el secuestro ponía sobre el tapete una serie de cuestiones, de la cual la intromisión de un comando extranjero en el país estaba en primer plano. El gobierno presentó un reclamo formal ante las autoridades israelíes y ante el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, por lo que era una clara violación a la soberanía del Estado argentino. Pero en el «frente interno», el hecho sirvió para que en los círculos de derecha y en las Fuerzas Armadas se pusiese en duda la capacidad de Frondizi de hacer frente a acciones organizadas desde el exterior (y más que en el Mossad israelí se pensaba en la «subversión comunista internacional»), sumando más presión a los recurrentes «planteos» represivos.
1961 El año arrancó con la noticia del asesinato del líder africano Patrice Lumumba en el Congo, en una operación orquestada por la CIA con la complicidad de las «fuerzas de paz» de la ONU. Preocupado por la creciente influencia de la Revolución Cubana, Kennedy asumía la presidencia en Estados Unidos, rodeado de expectativas que comenzaron a diluirse al autorizar, en abril, la invasión de mil quinientos anticastristas entrenados por la CIA, lanzada sobre Cuba en Bahía de los Cochinos. La victoria sobre los contrarrevolucionarios en Playa Girón fortaleció al gobierno de Fidel Castro, quien al tiempo que se convertía en referencia obligada del antiimperialismo continental proclamaba el carácter socialista de la Revolución Cubana. En la vecina República Dominicana moría asesinado el sangriento dictador Rafael Leónidas Trujillo. Kennedy, después de pagar 53 millones de dólares en medicinas y alimentos a Cuba como rescate de los fracasados invasores, lanzaba la Alianza para el Progreso, un plan de supuesta ayuda a los países latinoamericanos que terminaríamos pagando carísimo. La URSS ponía al primer hombre en el espacio: Yuri Gagarin, de 27 años, orbitó durante una hora y cuarenta y ocho minutos. Al mismo tiempo, los soviéticos imponían a los alemanes el espantoso Muro de Berlín, quizás uno de los monumentos más 194
explícitos al fracaso de un modelo que insistía en llamarse «socialista». Se suicidaba Ernest Hemingway y morían Gary Cooper y Chico Marx, el «mudo» de los hermanos. Frantz Fanon escribía su libro póstumo y quizás el más leído de su obra: Los condenados de la tierra. El genial surrealista Luis Buñuel estrenaba una de sus mejores películas, Viridiana, que refleja una visión irónica demoledora de los valores de la Iglesia y del franquismo. Sofía Loren brillaba en Dos mujeres, de Vittorio De Sica, y Hollywood inundaba las salas de todo el mundo con su West Side Story, estrenada aquí como Amor sin barreras. Daba sus primeros pasos la música electrónica de la mano del norteamericano Milton Babbitt, autor de la Composición para sintetizador, mientras que Antonio Berni presentaba al público a su Juanito Laguna. Juan Gelman publicaba Velorio del solo y Ernesto Sabato, Sobre héroes y tumbas. Canal 13 lanzaba uno de los programas más exitosos de la televisión argentina, Viendo a Biondi, con el genial Pepe Biondi y sus inolvidables personajes Pepe Curdeles, Pepe Galleta y Pepe Luis; inmortalizará una frase que los argentinos no casualmente adoptaron de inmediato: «¡Qué suerte pa’ la desgracia!». Por todos lados sonaba la zamba La amanecida, de Hamlet Lima Quintana y Mario Arnedo Gallo, particularmente en el nuevo escenario del folklore nacional y latinoamericano, el Festival de Cosquín con sus famosas lunas. El folklore estaba de moda; chicos y adolescentes aprendían «por tonos» a tocar la guitarra criolla, muchos con la expectativa de competir en la Guitarreada Crush, programa de televisión entre cuyos participantes hizo su presentación siendo casi un niño Víctor Heredia.
Perdiendo el tren A pesar de las muestras evidentes de impopularidad, el gobierno de Frondizi insistió en la línea inspirada por el gurú Alsogaray. Una expresión clara de estas políticas antinacionales fue la puesta en marcha del proyecto de «racionalización ferroviaria» conocido como Plan Larkin. Su autor era el teniente general estadounidense Thomas B. Larkin, especialista en transportes y logística, y hombre de los organismos de crédito internacionales que «financiarían» (con el correspondiente endeudamiento del país) este primer «ferrocidio», como lo llama Juan Carlos Cena.[439] El plan consistía en la eliminación del 50% de la red existente, empezando por los ramales que se consideraban «poco productivos», la venta de las instalaciones y las tierras linderas de los ramales levantados, la privatización de servicios como la reparación y construcción de vías, la compra de vagones y locomotoras, la instalación de bares y 195
confiterías de las estaciones y, como no podía faltar, la quita de derechos adquiridos a los trabajadores del riel y el despido de por lo menos 75.000 de ellos. Los ferroviarios se movilizaron inmediatamente, con paros por 24 horas el 15, el 21 y 22 de mayo, y por 48 horas los días 21 y 22 de agosto. Anticipándose varias décadas a aquella nefasta frase, «ramal que para ramal que se cierra», Frondizi y su ministro Acevedo firmaron el decreto 4061, que echaba a la calle a 80.000 ferroviarios y disponía la jubilación compulsiva de otros 20.000. También establecía la clausura de once talleres ferroviarios y el levantamiento de 23.000 kilómetros de vías. Las protestas continuaron con más vigor. Mientras las bases se movilizaban, los dirigentes de La Fraternidad (LF), Arturo Staffolani y Herminio Alonso, y de la Unión Ferroviaria (UF), Antonio Scipione, le propusieron al gobierno participar de los planes de ajuste incorporándose al directorio de la empresa. Esta actitud iba a tono con las nuevas relaciones establecidas por la dirigencia gremial con el gobierno: para descomprimir la conflictividad laboral, en marzo de 1961 Frondizi puso fin a la intervención de la CGT, que pasó a manos de una conducción provisoria, la Comisión de los 20, formada en partes iguales por dirigentes de las 62 Organizaciones y de los ahora «independientes» que habían integrado los «gremios democráticos». Frente a este panorama las bases presionaron a fondo a las conducciones de la UF y LF para lanzar el paro ferroviario más extenso de nuestra historia, que se prolongó del 30 de octubre al 10 de diciembre de 1961. Grandes columnas de trabajadores del riel podían verse en las cabeceras, terminales, puntos nodales y talleres ferroviarios como Junín, Liniers, Santos Lugares, Remedios de Escalada, Rosario y Tafí Viejo. El gobierno decidió reprimir duramente el conflicto, decretando la «movilización militar» de los huelguistas. Frondizi dispuso que la empresa ferroviaria estatal fuera supervisada por el marino Recaredo Vázquez, de quien al día de hoy se desconocen antecedentes como experto en ferrocarriles y en cambio se le reconocen sobradas aptitudes represivas. Sus hombres asaltaron los domicilios de los huelguistas arrastrándolos hasta sus puestos de trabajo. Muchos se negaron y terminaron presos en el vapor Bruselas, anclado a unos quince kilómetros de la costa del Río de la Plata. Grupos represivos asaltaban en todo el país los locales gremiales, mientras que en todos los pueblos y ciudades afectadas sus habitantes, conscientes del daño que les causaría la medida, se solidarizaron con los trabajadores haciendo colectas, preparando ollas populares y sentándose sobre las vías para evitar que pasaran los trenes manejados por los militares que, a veces, como en Laguna Paiva y en Rufino, ametrallaban a la población causando un muerto y dos heridos. En Laguna Paiva:[440] La población (75% ferroviaria) se agolpaba en las cercanías de un paso a nivel para gritar su indignación a los lanudos.[441] Algunos oyeron, junto a los bocinazos que a manera de
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provocación hizo abundar el crumiro conductor, una descarga de metralla en el aire… Y el pueblo —ferroviario o no— salió de sus casas. Hombres, mujeres y niños, de toda edad y condición, se acercaron en la vía para responder con su presencia a la provocación de los esbirros. […] Los disparos de las armas policiales hicieron el resto. Dos compañeros caídos, uno de ellos con un balazo en la cabeza. El tren inmovilizado por otros compañeros que produjeron la aplicación de los frenos. Mujeres y niños transportando durmientes para obstruir las vías delante y detrás del tren. Hombres empujaban vagones tanques hasta descarrilarlos obstruyendo los desvíos. […] En medio de la refriega había mujeres. Mujeres del pueblo, esposas, hijas, hermanas, que desgarraban sus ropas para empaparlas con kerosene y hacerlas antorcha para quemar el tren […]. Mujeres que exhibieron el pecho descubierto a la balacera.[442]
En Tafí Viejo (Tucumán), donde la represión fue feroz, pasaban cosas como estas: En Tafí Viejo […] dormían en el cementerio, en los nichos vacíos, se metían allí durante el día, respiraban por unas rendijas que les dejaban los compañeros sepultureros de ocasión. De noche, resucitaban por el hambre y el frío; como sombras entre las sombras, llegaban mujeres, hijos, amigos, a traerles ropa, comida y novedades.[443]
La Iglesia, que guardaba un «prudente» silencio sobre la represión lanzada contra el pueblo, fue convocada como mediadora por el presidente en ejercicio, José María Guido, por sugerencia del dirigente radical de la Unión Ferroviaria, Antonio Scipione. El arzobispo Antonio Caggiano ofreció sus buenos oficios y acercó a las partes. Finalmente se sancionó el decreto 11.578 que suspendía los despidos, liberaba a los presos, reincorporaba a los despedidos, reconocía el pago del 80% de los salarios de los días de huelga, aumentaba los salarios en un 20%, incorporaba a dirigentes gremiales en la conducción de la empresa y limitaba el cierre de los talleres ferroviarios. El acuerdo fue cumplido parcialmente, porque 90 huelguistas continuaron en prisión, 3000 despedidos no fueron reintegrados a sus puestos, se levantaron cientos de kilómetros de vías y se cerraron ocho talleres.[444] El capitán Recaredo debió renunciar a la empresa y el ministro Acevedo irse para su casa.
La política exterior de Frondizi Pocos presidentes argentinos realizaron tantos viajes al exterior como Frondizi. Visitó en dos oportunidades los Estados Unidos, viajó por casi toda Europa y recorrió varios países de Asia. Se entrevistó con los mandatarios más relevantes de su tiempo, como Charles de Gaulle de Francia, Konrad Adenauer de Alemania Occidental, Nehrú de la India, el emperador Hirohito de Japón, la reina Isabel II de Inglaterra, el «caudillo de España por la gracia de Dios» Francisco Franco y los sucesivos presidentes norteamericanos Eisenhower y Kennedy. 197
El punto más candente de la intensa actividad diplomática del gobierno de Frondizi se vinculó con la «cuestión cubana». Las ofertas de Frondizi de mediar entre Cuba y Washington redoblaban en los defensores del «mundo occidental y cristiano» las acusaciones por un supuesto «filo-comunismo» del gobierno argentino, que este se encargaba de desmentir a cada paso. Así, en la «Declaración de Uruguayana», firmada en abril de 1961 con su colega brasileño Jânio Quadros, se reafirmaba «la esencia occidental y cristiana» de ambos países. Pero el mecanismo de consulta permanente sobre temas continentales entre la Argentina y Brasil, establecido en ese mismo documento, fue visto como el intento de crear un bloque autónomo; y en el contexto de la Guerra Fría, la diplomacia norteamericana no estaba dispuesta a aceptar ningún gesto de independencia, por tibio que fuese. El reiterado rechazo de Frondizi a las presiones del gobierno de Kennedy por excluir a Cuba de la OEA, hacía que militares, políticos de derecha y la prensa afín a ellos, pusieran el grito en el cielo. Pero el «colmo» se produjo en agosto de 1961, cuando se supo que el Che había visitado la Argentina para entrevistarse con Frondizi.
El Che en la Argentina La mañana del 18 de agosto de 1961, el tímido estudiante de medicina que había emprendido sus viajes iniciáticos por Latinoamérica estaba de regreso convertido en leyenda. Ya no era Ernesto ni Ernestito, ni Teté, ni el «furibundo Serna». Era el Che, la segunda figura en importancia de la Revolución Cubana, el héroe de la batalla de Santa Clara, decisiva para el derrocamiento de Batista y la toma del poder por Fidel y sus barbudos, todo un símbolo para los jóvenes progresistas de gran parte del mundo. Estaba de vuelta en la patria solo por algunas horas e, insólitamente, a pedido de un asesor cercano del presidente Kennedy. A sus 33 años, el Che asistía en Punta del Este como delegado cubano a la quinta sesión plenaria del Consejo Interamericano Económico y Social de la OEA, destinada a poner en marcha la Alianza para el Progreso propuesta por Kennedy, pero donde ya era un tema explícito la exclusión de Cuba del sistema interamericano. Allí, entre otras cosas, dijo el Che: La democracia solo existirá en América Latina cuando los pueblos sean realmente libres para escoger, cuando los humildes no estén reducidos por el hambre, la desigualdad social, el analfabetismo y los sistemas jurídicos a la más ominosa impotencia. […] Ya sabemos todos el íntimo sentir del Departamento de Estado norteamericano: «es que hay que hacer que los países de Latinoamérica crezcan, porque si no viene un fenómeno que se llama “castrismo”, que es tremendo para los Estados Unidos». Pues bien, señores, hagamos la Alianza para el Progreso sobre estos términos: que crezcan de verdad las economías de todos los países miembros de la Organización de los Estados Americanos; que crezcan para que consuman sus productos y no para convertirse en fuente de
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recursos para los monopolios norteamericanos; que crezcan para asegurar la paz social, no para crear nuevas reservas para una eventual guerra de conquista; que crezcan para nosotros, no para los de afuera. Y a todos ustedes, señores delegados, la delegación de Cuba les dice, con toda franqueza: queremos, dentro de nuestras condiciones, estar dentro de la familia latinoamericana; queremos convivir con Latinoamérica; queremos verlos crecer, si fuera posible, al mismo ritmo en que estamos creciendo nosotros, pero no nos oponemos a que crezcan a otro ritmo. Lo que sí exigimos es la garantía de la no agresión para nuestras fronteras. No podemos dejar de exportar ejemplo, como quieren los Estados Unidos, porque el ejemplo es algo espiritual que traspasa las fronteras. Lo que sí damos, es garantía de que no se moverá un fusil de Cuba, de que no se moverá una sola arma de Cuba para ir a luchar en ningún otro país de América. Lo que no podremos asegurar es que la idea de Cuba deje de implantarse en algún otro país de América y lo que aseguramos en esta conferencia, a la faz de los pueblos, es que si no se toman medidas urgentes de prevención social, el ejemplo de Cuba sí prenderá en los pueblos y entonces sí, aquella exclamación que una vez diera mucho que pensar, que hiciera Fidel un 26 de julio y que se interpretó como una agresión, volverá a ser cierta. Fidel dijo que si seguían las condiciones sociales como hasta ahora «la cordillera de los Andes sería la Sierra Maestra de América».[445]
Oscar Camilión, cercano colaborador de Frondizi y presente en la reunión de Punta del Este, recordaba: «Guevara dijo su famoso discurso sobre el desarrollo. Fue impresionante porque empezó hablando como un cubano y, a medida que hablaba, su acento se le iba transformando y terminó hablando como un rosarino». A pedido del secretario de Kennedy, Richard Godwin, Frondizi tomó la decisión de recibir al Che, sabiendo que esa reunión no sería gratis, en medio del clima golpista permanente, que ya sumaba más de veinte «planteos» militares. El razonamiento de Frondizi, según Carlos Altamirano, fue el siguiente: «Si nosotros rompemos con Cuba, la arrojamos definitivamente a manos de los soviéticos. Hay que tratar de que Cuba permanezca en el área americana y para esto no debemos romper las relaciones». Esta interpretación coincidía con la postura de los gobiernos de Brasil y Chile.[446] Un hombre clave para concretar la entrevista fue el ex diputado de la UCRI, Oscar Carretoni, quien recordaba en una nota de Alberto Amato, publicada en Clarín: La idea de traer a Guevara nace de un intento por recuperar ciertos valores doctrinarios, queríamos colocar al gobierno en una actitud menos de hechizante de la que lo habían colocado. Lo pensamos en su momento para meter una cuña entre Frondizi y Frigerio. Yo negocié las condiciones en las que vendría Guevara: burlar a los servicios de inteligencia nacionales y extranjeros, como sucedió, que ni Cuba ni el bloque soviético debían tener noticias del hecho, agenda abierta y garantías para entrar y salir de la Argentina.[447]
El avión Piper CX-AKP, piloteado por el uruguayo Tomás Cantori, llegó a Don Torcuato a las 10.30, en medio de estrictas medidas de seguridad. De allí Guevara fue 199
llevado directamente a la residencia de Olivos. En el recorrido, el ministro de Industrias de Cuba preguntó sin éxito por la suerte de su querido San Isidro Club y ante la falta de respuesta intentó con un «¿Cómo anda Central?», animando entonces un poco más la conversación con el chofer. En Olivos lo esperaba Frondizi y una charla de una hora cuarenta minutos en la que hablaron de todo. La reunión no pudo mantenerse en secreto y los servicios de Inteligencia, extremadamente activos y golpistas en aquellos años, estaban más atentos a la presencia del «barbudo indeseable». Frondizi, miembro de una familia de intelectuales, con hermanos como Silvio, uno de los teóricos marxistas más importantes del país, y Risieri, un liberal de gran prestigio académico, hizo gala de sus lecturas y habló con el Che de marxismo; en cierta forma, lo examinó para saber hasta dónde llegaban sus conocimientos. Guevara no tuvo problemas en admitir que se encontraba en una etapa de preparación y que era probable que su interlocutor supiera más que él. Según Carlos Altamirano: Estuvieron reunidos varias horas, Frondizi y el Che —que lo único que hizo en Argentina fuera del encuentro es ir a ver a una tía que estaba moribunda, ese es el acuerdo que Frondizi pacta con él—. Frondizi cuenta que una de las cosas de las que hablaron, después de que las cuestiones políticas más urgentes o más relevantes ya habían sido tocadas, fue del marxismo […] Frondizi, en un gesto muy argentino, lo prueba al Che Guevara en cuanto a su versación de marxismo.[448]
Rodolfo Pandolfi, por su parte, afirma: Guevara habló sin jactancia, sin ninguna agresividad con Frondizi, aun en los momentos en que se presentaron los problemas más controvertibles. Según Frondizi, «me impresionaba, mientras él exponía, su humildad personal en relación con todas las cosas que había hecho. Hablaba despacio, calmosamente, y demostraba gran sentido humano. También una gran timidez. Me expuso con mucha franqueza todo lo que pensaba» […]. Luego de hablar sobre la situación mundial, Guevara se refirió a los problemas latinoamericanos, reiteró su posición a favor de las guerrillas para tomar el poder y señaló que comprendía los esfuerzos del frondicismo por lograr un desarrollo independiente, pero que vaticinaba la imposibilidad de concretar esos objetivos por un camino pacífico. […] En ese momento, Frondizi le señaló las diferencias de situaciones en lo político, en lo económico y en lo social, entre Cuba y la Argentina, y agregó una pregunta: —Dígame, Guevara, ¿usted ha estudiado marxismo? —No, no conozco bien los problemas del marxismo. Hice algunas lecturas esporádicas y poco sistemáticas. Pero yo soy un marxista y voy a estar en la lucha por la toma del poder en toda Latinoamérica […]. El juego de ajedrez político, a esa altura, era casi obvio: Frondizi, sin duda, tenía mayores conocimientos sobre la ideología marxista y quería abrumar a Guevara haciéndole ver sus heterodoxias doctrinarias; Guevara aceptaba su menor erudición, pero replicaba que el marxismo se mostraba en la praxis. […] Toda la argumentación de Frondizi se centraba en que, más allá de las cuestiones de principios, el guerrillerismo a escala continental era
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impracticable.[449]
Terminada la reunión, doña Elena Faggionato de Frondizi convidó al Che con un bife de chorizo bien jugoso. Mientras le agradecía, Guevara le pidió permiso para hacer un llamado familiar para interesarse por la salud de su tía. No hubo tiempo para mucho más. Aquí quedaba Frondizi, enfrentando la protesta formal de las Fuerzas Armadas por haber recibido «al enviado de Fidel» y las presiones para que el gobierno cambiara su política frente a Cuba.
Consecuencias guevaristas Uno de los primeros coletazos de la visita del Che fue el reemplazo del canciller Adolfo Mugica —padre del sacerdote Carlos Mugica y que había asumido el cargo en abril de 1961— por Miguel Ángel Cárcano, amigo del presidente Kennedy.[450] Frente a la presión de las Fuerzas Armadas, los medios de comunicación de la derecha y los factores de poder, el presidente decidió hablar por la cadena nacional: La autoridad es indivisible. No se puede exigir del gobierno energía y responsabilidad para vitalizar el frente interno si al mismo tiempo se pretendiera inmovilizarlo y menoscabarlo en la conducción de la política internacional. […] la idea de occidentalismo no puede ser utilizada para mantener indebidamente el sojuzgamiento colonial por algunas naciones so pretexto de que estas sean depositarias de tradiciones occidentales. Hay naciones que han pretendido mantener privilegios injustos en el orden internacional a título de ser defensoras del mundo occidental. Esos privilegios consisten generalmente en ventajas comerciales no equitativas, o en la explotación de los recursos de otros pueblos, económicamente más débiles, sin una compensación adecuada. Nada ha causado más daño a los altos ideales de Occidente que estas tergiversaciones aplicadas por la prédica comunista contra los ideales verdaderos y sus defensores sinceros. La defensa de la soberanía propia, elemento básico del derecho internacional, presupone el respeto de las soberanías extrañas. No podemos reprimir a quienes intentan alterar nuestro modo de vida si a nuestra vez intentamos alterar el modo de vida de otros pueblos. En nuestra América tenemos una triste experiencia de la injerencia extraña en los asuntos internos de otros Estados. Por eso hemos instituido el principio de autodeterminación de los pueblos en el fundamento del sistema interamericano. Si violáramos ese principio para imponer nuestras ideas a nuestros vecinos, no podríamos protestar mañana cuando otra nación quisiera imponer los suyos a los argentinos. Cuando respetamos la autodeterminación, estamos defendiendo nuestra propia soberanía.[451]
Sin embargo, como señala Robert Potash, la esperanza de actuar como mediador entre Cuba y Estados Unidos —que le habría dado importantes réditos políticos, de haber tenido éxito— terminó provocando «una crisis política que estuvo a punto de precipitar un golpe en el país».[452] 201
Braden vuelve No solo el Che visitó el país en esos días. También estaba de vuelta el ex embajador y archienemigo de Perón, que se había convertido en su mejor carta de triunfo en 1946 gracias al efectivo eslogan de campaña «Braden o Perón». El operador de Rockefeller en América Latina llegaba ahora como encargado de lanzar una ofensiva contra la Cuba de Fidel en la Conferencia de Punta del Este, ocasión que de paso aprovechó para atacar a la Alianza para el Progreso de Kennedy en estos términos: El plan de la «Alianza para el Progreso», destinado a elevar el nivel de vida en América Latina está condenado al fracaso. Añadió que los Estados Unidos no fundamentan esa operación de buena voluntad ni en las inversiones, ni en la empresa privada. Braden, que fue embajador en Cuba, Argentina y Colombia, dijo que la delegación de EE.UU. a la conferencia de la organización de Estados Americanos, en Punta del Este, no defendió ni alentó la inversión y la empresa privada, en la tarea de reconstruir las repúblicas latinoamericanas. «El resultado inevitable será la pobreza y el atraso de todo el hemisferio», dijo Braden en un programa radial. «Así, como ha sido probado una y otra vez por la historia, los demagogos que proyectan desde arriba la falsedad de un estado-beneficencia, y las promesas de dar sin recibir nada en cambio, confunden y arruinan a los pueblos. Aquellos de modestos o humildes recursos son los que más sufren. Tan mala es la situación, que parece que algún genio del mal está esforzándose misteriosamente, a través de “una auténtica y autónoma revolución” y de la destrucción de la propiedad privada, por arrastrar a las repúblicas americanas a tal ciénaga del socialismo que, a su tiempo, nos mezclará en un “único mundo” comunista junto a los soviéticos». Braden dijo que si esta nación y las otras repúblicas americanas han de sobrevivir y prosperar, «deben guiarse por los hechos, elementos simples pero de alta moral de la economía. Y uno de los hechos más destacados es que, a menos que los derechos de la propiedad privada sean protegidos y respaldados, perecerán todos los demás derechos y libertades».[453]
Unos meses después, un cable de la agencia Associated Press informaba: Spruille Braden […] declaró hoy que una invasión por parte de fuerzas militares norteamericanas es la única forma de aniquilar el comunismo en el país del Caribe. «Si eliminamos a los comunistas en Cuba —opinó— se derrumbarán en todo el resto de América». Braden declaró ante la comisión de Relaciones Exteriores del Senado, en una declaración, que la aprobación del programa del presidente Kennedy, de 20.000 millones de dólares en diez años, la Alianza para el Progreso de los países latinoamericanos, sería «dilapidar criminalmente el dinero de los contribuyentes norteamericanos».[454]
Según Carl Marzani y Victor Perlo, al clan Rockefeller y a su vocero Braden les molestaba la reducción de los gastos bélicos por razones muy concretas: 202
La familia Rockefeller ha surgido en el período de posguerra como una de las más grandes, si no como la máxima recolectora de ganancias provenientes de la industria de los armamentos. […] Por medio de contactos políticos y militares, los Rockefeller ayudan a estas compañías a obtener importantísimos contratos y luego venden parte de las acciones con fabulosas ganancias […], a un promedio tope del 25 por ciento.[455]
Es decir que cada dólar puesto en la Alianza para el Progreso era un dólar menos para el complejo bélico-financiero de los Estados Unidos. Según García Lupo, los hombres de confianza de Braden en la Argentina eran Alberto Gainza Paz, Raúl Lamuraglia, Francisco Manrique, Eduardo Augusto García y Manuel Ordoñez. Y tanto el diario La Prensa de Gainza Paz como Correo de la tarde de Manrique se hacían eco gustosamente de las opiniones u operaciones del «Búfalo» Braden. Manrique incluso colaboró intensamente en un informe anticubano que se elaboró en Washington el 20 de junio de 1961. García Lupo denuncia que a través de Manrique y de Eduardo Rodríguez Larreta, director de El País de Montevideo, se intentaba destinar una parte considerable de los fondos de la Alianza para el Progreso al mantenimiento de determinados órganos de expresión democráticos. La intención era que el grupo de expertos se transformara más tarde en un consejo supervisor que distribuyera los fondos; estos procederían del plan de financiación de la Alianza, de manera que cada proyecto en particular debería destinar ciertos porcentajes a la publicidad del mismo. Los beneficiarios, naturalmente, serían genéricamente los democráticos, pero con más propiedad los amigos. […] En definitiva, los magnates del periodismo continental no veían con buenos ojos que de la noche a la mañana algunos advenedizos del negocio editorial (como Manrique en la Argentina) recibieran por motivos políticos una inyección de dólares que les permitiera competir en mejores condiciones con los poderosos. […] A Braden esas interferencias lo enfurecieron. Manrique, que había lanzado sucesivas ediciones de Correo de la Tarde con el triple de páginas que las ediciones corrientes, volvió al modesto formato anterior y, renegando sordamente, retornó a solicitar la remesa semanal de créditos bancarios frondicistas para poder sobrevivir.[456]
Aquellas mentirosas cartas cubanas El martes 26 de septiembre de 1961, un grupo de exiliados cubanos le hizo llegar una serie de documentos al secretario de Estado norteamericano, Dean Rusk. En esos momentos, el presidente Frondizi —en compañía del canciller Cárcano y del embajador argentino en Washington, el ex ministro de Economía Emilio del Carril— se aprestaba a entrevistarse con su colega estadounidense en el hotel Carlyle de Nueva York, donde Kennedy tenía un departamento en el piso 34 que se haría famoso tras sus encuentros con Marilyn Monroe. Rusk le dijo a don Arturo que los documentos eran la prueba contundente de un complot castrista contra la Argentina y le entregó una voluminosa carpeta. Tras echar una mirada a los papeles, Frondizi no dudó en 203
contestarle que se trataba de fotocopias falsificadas. Pero Rusk, que era parte de la operación, aseguró que eran absolutamente auténticos y que se aprestaba a darlos a conocer simultáneamente en su país y en Buenos Aires a través de exiliados cubanos. Frondizi, indignado por la extorsión, señaló que en esas condiciones la entrevista con Kennedy no tenía sentido. Rusk le prometió a Frondizi que suspendería las conferencias de prensa en ambas ciudades, cosa que no hizo. Tampoco aceptó mostrar los originales de las supuestas cartas, como le pidió Cárcano. No podía exhibir lo que no existía. La maniobra buscaba forzar, mediante un escándalo que pusiese en pie de guerra a los militares, la ruptura de relaciones diplomáticas con Cuba. La cara visible de la operación en Buenos Aires era el abogado cubano Frank Díaz Silveira, quien el 30 de septiembre convocó a una conferencia de prensa, en la que dijo representar al Frente Revolucionario Democrático (FRD)[457] y exhibió 83 fotocopias de la supuesta correspondencia secreta entre el ministro de Relaciones Exteriores de Cuba, Carlos Olivares Sánchez, y el encargado de negocios de La Habana en Buenos Aires, Guillermo León Antich. Según Frank, el jefe del FRD, Antonio de Verona, había recibido esas cartas del ex cónsul en Buenos Aires, Vitalio de la Torre, que se había pasado a las filas anticastristas. Los medios de la derecha estaban de parabienes. La Nación publicaba en tapa una de las «cartas», supuestamente fechada el 17 de julio de 1961, en la que se buscaba involucrar a funcionarios argentinos: Estimado compañero: Por el informe a mano s/n de fecha 12 de los corrientes este Departamento ha quedado impuesto de sus impresiones sobre la Cancillería Argentina y la marcha de la política exterior relacionada con Cuba. Es el suyo un enfoque certero, aunque pudiera tener más detalles. Por ejemplo: los resultados de las informaciones ofrecidas a la Comisión de Relaciones Exteriores de la Cámara de Diputados por el doctor Oscar Camilión. Por otra parte, recuerde siempre que todos los funcionarios dependen del presidente y que este es un hombre bifásico. Atendiendo al plan general que formulamos antes de su salida, cúmpleme reiterarle: 1.o Mantener las mejores relaciones posibles con los doctores Camilión y [Horacio] Rodríguez Larreta. Ambos son hombres que dominan la escena de la política exterior de la Argentina. 2.o En cuanto al doctor [Luis de] Pablo Pardo, necesitamos barrerlo definitivamente. Aunque salió ya de la Cancillería, usted sabe que está haciéndose sentir desde Chile. Es un enemigo peligroso. 3.o Para los gastos a que se refiere en el párrafo 4.o de su informe, se le asigna la cantidad de $ 4000, que son los 350.000 moneda argentina poco más o menos, que Ud. solicitó. 4.o El C. Carrillo le informará detenidamente sobre el viaje del Cmdte. Dr. Ernesto Guevara, a quien seguramente acompañará el C. Ramón Aja. Con saludos revolucionarios de Patria o muerte, me reitero de usted. Fraternamente. Doctor Carlos Olivares Sánchez, subsecretario político.[458]
Dos días después el diario de los Mitre decía lo que los conspiradores y toda la derecha querían escuchar: «Si los documentos fueran auténticos, nuestro gobierno se 204
halla ante un nuevo hecho que puede obligarlo a revisar las líneas generales de su política exterior definidas en Nueva York»,[459] en referencia al discurso de Frondizi ante la ONU. En resumen, los agentes del FDR buscaban «demostrar» que Cuba estaba empeñada en organizar una campaña en la Argentina, que incluiría la creación de una «escuela de guerrilleros», campañas de agitación social y de «difamación de altos jefes de las Fuerzas Armadas» y la «utilización del territorio argentino para promover el terrorismo en las naciones vecinas».[460] Además de La Nación y La Prensa, entre quienes agitaban el escándalo de las «cartas cubanas» se destacaba el Correo de la Tarde, de Francisco Manrique, que seguía siendo el brazo derecho de Aramburu, solo que ahora como «empresario periodístico». El embajador argentino en Cuba, Julio Amoedo, informó a la Cancillería que el gobierno cubano, en la persona del propio Fidel Castro, afirmaba categóricamente que los documentos (en realidad, burdas fotocopias) eran absolutamente falsos y ponía sus archivos a disposición de la Argentina. La Cancillería acordó con los representantes del FDR —después de trámites con episodios de tragicomedia, como la negativa de los anticastristas a presentar las «pruebas» a la Argentina porque el Che era argentino— la entrega de la «documentación», que fue peritada en Buenos Aires. El contenido del paquete daba vergüenza ajena: de los 83 documentos anunciados, solo había 33, de los cuales 32 eran papeles administrativos de la Cancillería cubana que no tenían relación alguna con la Argentina ni con lo denunciado. De todos modos, ante a la ofensiva de la derecha vernácula que tenía a la Marina como ariete, el Presidente le pidió a un conjunto de calígrafos y expertos de la Policía Federal, el Ejército, la Cámara de Apelaciones en lo Penal y el Colegio de Calígrafos y a veedores parlamentarios que examinaran los papeles. Su conclusión unánime fue que se trataba de una burda y desprolija falsificación. Mientras se efectuaba el peritaje, la siempre servicial Sociedad Interamericana de Prensa (SIP), bajo la presidencia de Jules Dubois, convocó a una reunión extraordinaria para escuchar a uno de los artífices de la maniobra, el cubano miamero Vitalio de la Torre. En esa ocasión, el director de la «benemérita» institución señaló que Perú había roto relaciones con Cuba sin tantos peritajes. Era por lo menos curiosa la mención. Según investigó Rogelio García Lupo, justamente en Lima el delegado local del FDR, el mismo Díaz Silveira que daría la «noticia bomba» en Buenos Aires, había protagonizado tiempo antes un asalto en la embajada cubana, de la que se llevó papelería y sellos como para producir documentos diplomáticos tan comprometedores que determinaron la ruptura de las relaciones [de Perú] con Cuba. El éxito obtenido estimuló a Díaz Silveira y a su jefe, Varona,
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a ensayar una estrategia parecida en Argentina. Objetivo: forzar al gobierno de Frondizi a romper relaciones con Cuba o provocar su caída. […] Díaz Silveira vino a Buenos Aires y conferenció largamente con su colega (Manuel) Braña. Ambos llegaron fácilmente a un acuerdo. Había que obtener papel membrete y sellos de la embajada, bien por la violencia o bien por la infiltración. Esto último se logró a través del cónsul Vitalio de la Torre. Al renunciar Vitalio a su cargo quedó logrado el primer propósito, hacerse con los medios de trabajo. Faltaban los textos de las notas y la redacción más adecuada. Fue un joven político argentino, Luis César Perazzo, integrante del «entourage» del Frente, el autor de los informes políticos que dieron base a la redacción de los documentos. Según me ha dicho el propio Perazzo, autorizándome a hacer uso de estos datos, todas las notas, con la excepción de una sola, estaban textualmente copiadas de sus informes.[461]
Como para completar la «conexión local», Perazzo le decía a Rogelio García Lupo: Fui entrevistado por (personas) representativas de sectores u organismos interesados en desestabilizar al gobierno de Frondizi. Les dije lo mismo […]. Así lo expresé en una entrevista que me hizo el Sr. Francisco Manrique, director del diario Correo de la Tarde y a quienes dependían, en gran parte, de mi testimonio para promover un golpe contra el gobierno.[462]
El 17 de octubre de 1961 se daban a conocer los resultados del peritaje que no dejaba dudas de que se trataba de una falsificación realizada en la Argentina por argentinos y exiliados cubanos, bajo la inspiración y el apoyo de la CIA, con una doble intención: forzar la ruptura con Cuba y desestabilizar al gobierno argentino con el objetivo de derrocarlo. Carlos Florit señaló: Como vemos, luego del análisis de esta operación solo quedaría por formular un interrogante: ¿qué papel le cupo a nuestro servicio de informaciones en esta maniobra? […] solo caben dos respuestas: o los servicios fueron engañados fácilmente, lo que demostraría su absoluta ineptitud, dada la elementalidad de la falsificación; o sabían de esa falsificación y se prestaron a ejecutar sobre esas bases una maniobra que comprometía nuestra política externa, cosa que no es, por cierto, del resorte de los servicios de información.[463]
Uno de los involucrados en la maniobra fue el embajador norteamericano en la Argentina, Roy Rubottom, quien a raíz de un pedido personal de Frondizi a Kennedy, fue desplazado de su cargo.
1962 La independencia de Argelia, lograda a fuerza de sangre y tenacidad, ponía fin a más de un siglo de explotación colonial. En octubre, el mundo se sacudió con la crisis 206
desatada por la instalación de misiles soviéticos en territorio cubano, a 145 kilómetros de Miami. Estados Unidos amenazó a su archienemigo ruso con atacar Cuba y Moscú si no retiraba inmediatamente el armamento. Nunca se estuvo tan cerca de la guerra nuclear. Finalmente Kruschev y Kennedy llegaron a un acuerdo, pero Estados Unidos decretó el bloqueo a Cuba que se mantiene hasta el presente. En medio de la crisis, ajena a los problemas de rusos y yanquis, y sumida en una tremenda depresión, se quitaba la vida en total soledad la mujer más deseada del mundo, Norma Jean Baker, más conocida como Marilyn Monroe. También se iban de este mundo los grandes novelistas William Faulkner y Herman Hesse. La Iglesia también mostraba que eran tiempos de cambio, con el Concilio Vaticano II convocado por Juan XXIII, que anunciaba una modernización retomando principios olvidados por el poder eclesiástico, como la opción por los pobres. Se estableció que la misa debía celebrarse en idiomas nacionales y de cara a los feligreses. Estas novedades contenidas en la encíclica Mater et Magistra impulsaron la renovación de la Iglesia, particularmente en América Latina, donde surgirán movimientos como el de los Sacerdotes para el Tercer Mundo. La aparición del primer simple de los Beatles, Love me do, iniciaba una revolución en el mundo de la música. Para 1963, los muchachos de Liverpool se convertirían en los más populares de toda la historia inglesa. Comenzaba a surgir el pop art con su emblema en La lata de sopa Campbell de Andy Warhol. Un analgésico llamado talidomida mostraba los estragos causados por el escaso control sobre la industria farmacéutica. Recetado a mansalva en Estados Unidos, generó malformaciones en los niños nacidos ese año. Nacía una nena que marcaría las infancias de los chicos de los sesenta y los setenta creada por el genial Joaquín Lavado, Quino. Se llamaba Mafalda y con sus amigos Miguelito, Felipe, Susanita y Manolito a los que luego se sumarán su hermanito Guille y la «progre» Libertad, hará desde el diario El Mundo (y luego desde la revista Siete Días) una radiografía de la época. En Canal 13 nacía El Club del Clan, un programa destinado a los jóvenes que veía toda la familia y alcanzaba los 55 puntos de rating. Allí estaban Palito Ortega, Violeta Rivas, Johnny Tedesco, Nicki Jones, Yolli Land, Raúl Lavié, Chico Novarro y Lalo Fransen. Teníamos nuestra primera Miss Universo, Norma Beatriz Nolan, nacida hacía veinticuatro años en Venado Tuerto, electa en Miami como la mujer más linda del mundo.
Más allá de las palabras 207
La «cuestión cubana» volvía como un tábano sobre Frondizi el 31 de enero de 1962, cuando en la Séptima Reunión de Cancilleres de la OEA se decidió expulsar a Cuba del organismo panamericano. La Argentina, Brasil, México, Bolivia, Ecuador y Chile se abstuvieron a la hora de votar. Hubo una catarata de críticas y planteos militares, a los que Frondizi respondió el 3 de febrero desde Paraná, en el que quedará como uno de sus mejores discursos, casi una despedida: El derecho internacional americano elaborado en torno a la autodeterminación no es una formulación abstracta que puede dejarse de lado por razones contingentes o de urgencia. No es un medio, sino un fin. Es la razón misma de la independencia nacional, su cualidad esencial e insuperable, en la cual descansa íntegramente la noción de soberanía […]. Frente a la intriga y la violencia del comunismo internacional que amenaza nuestra propia existencia en América, no se puede emplear cualquier expediente, como el de violar la ley internacional que es la única coraza que nos protege. […] La delegación argentina a la reunión de Punta del Este no improvisó su gestión ni actuó a la zaga de los acontecimientos. Fue intérprete de una doctrina argentina y americana que ha sido elaborada a lo largo de muchos años y basada en arduas experiencias. Pero la Reunión de Cancilleres, convocada como Órgano de Consulta, no está facultada para excluir al gobierno de un Estado miembro, conforme a los estatutos y tratados en vigor. […] Con ello no quisimos aprobar la conducta del gobierno cubano, que hemos calificado dura y categóricamente, y que representa de manera exacta la antípoda del proceso democrático y cristiano que estamos consolidando los argentinos. Pero sí quisimos defender a toda América del peligroso precedente de vulnerar, aun en un caso aislado, los principios permanentes del derecho internacional que la Argentina ha contribuido tan grandemente a elaborar. Consideramos que los principios de no intervención y de autodeterminación de los pueblos son los únicos capaces de resguardar la soberanía de los Estados, especialmente de las naciones pequeñas del hemisferio.
Frondizi hacía frente a las críticas de quienes agitaban «el fantasma de la supuesta claudicación del gobierno ante el comunismo, con el único y oculto propósito de implantar una dictadura en el país», a los que acusaba de responder a un cuadro más amplio y siniestro: a la conspiración mundial de los elementos reaccionarios que se oponen a la liberación y al desarrollo de nuestro pueblo, porque prefieren mantenerlos en su condición colonial. Prueba de que esta conspiración responde a un comando unificado es que emiten sus argumentos en distintas latitudes: ciertos órganos de opinión argentinos acusan a nuestro gobierno de ser instrumento de la diplomacia brasileña; algunos diarios del Brasil acusan a su gobierno de marchar a la zaga de la diplomacia argentina.
Y remataba con una afirmación que, hacía tiempo, desmentían sus políticas: Que no quepa duda alguna de esta determinación. No soy solamente presidente constitucional de los argentinos. Soy un hombre del pueblo que tiene el orgullo de pertenecer a él, de pertenecer a un pueblo que no quiere ser traicionado ni entregado. El pueblo argentino,
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guiado por Dios, proseguirá su marcha ineluctable hacia su felicidad y su grandeza. En esta marcha lo acompañaré siempre, sin miedo ni jactancia, sin renuncias ni impaciencias. De él he recibido siempre inspiración y fe. Con el pueblo me siento amparado y seguro, porque el pueblo argentino no renuncia ni retrocede jamás.[464]
A pesar de esa categórica afirmación, pocos días después, tras el aumento de las presiones internas y de los Estados Unidos y en medio de violentas manifestaciones populares en apoyo a Cuba, Frondizi borró con la mano lo que había dicho con la boca: el 8 de febrero, firmó la ruptura de relaciones de nuestro país con Cuba. Ésta, una de sus últimas concesiones al poder cívico-militar, lejos de calmar a los golpistas, los animó para ir por todo.
Aló presidente El presidente norteamericano Franklin Delano Roosevelt, para dar su versión de los hechos frente a los ataques de los grandes medios de comunicación contra su política social conocida como el New Deal, inauguró la costumbre de dirigirse «en directo» a su pueblo con el programa Charlas junto al hogar. Siguiendo ese ejemplo, el 15 de febrero de 1962 Frondizi inauguró su programa Dialogando con el pueblo que se emitía simultáneamente por radio y televisión en plena campaña de unas elecciones en las que sabía que se jugaba su futuro. En la última edición, del 15 de marzo, se lo pudo escuchar diciendo: Cuando proponemos el olvido de los viejos rencores, lo hacemos con el título de haber sido también víctimas del odio y la persecución. No queremos que nuestros hijos vuelvan a sufrir y a pelear por causa de sus ideas. Cuando tendemos la mano a nuestro adversario de ayer y de hoy, seguimos la huella de los argentinos que en el pasado se irguieron sobre la sangre del campo de batalla y sellaron los pactos de la organización nacional. En este momento recordamos a Urquiza, a Sarmiento, a Mitre y a Roca. Cuando integramos nuestro gabinete y nuestro equipo de asesores presidenciales con hombres de otros partidos e independientes, reproducimos en este país joven, de escasa experiencia, la política que ha hecho grandes a las potencias de Europa y de América del Norte.[465]
La última jugada de Frondizi Mientras Frondizi hablaba de independencia en Paraná y denunciaba a los reaccionarios del mundo, su ministro del Interior, Alfredo Vítolo, se reunía a fines de enero de 1962 con la cúpula militar. El tema excluyente eran las elecciones provinciales y de renovación de diputados de marzo y la elaboración de un acta compromiso de carácter secreto. Los uniformados no dejaron dudas de que no aceptarían el triunfo del peronismo en ninguno de los distritos electorales, 209
particularmente en el de Buenos Aires, ante la arriesgada jugada que les proponía Vítolo: permitir la legalización de listas con candidatos peronistas. Varios motivos se sumaban para autorizar la participación del peronismo. Por un lado, Frondizi y su equipo evaluaron que la proscripción, con el consiguiente voto en blanco del electorado peronista, ponía a la UCRI, por la aplicación del sistema de mayoría y minoría, en peligro de perder la mayoría parlamentaria frente a los radicales del pueblo. Otra cuestión que pesó en la decisión fueron los buenos resultados obtenidos en las recientes elecciones, tomadas como experiencias piloto, una especie de «recuento globular», en las provincias de Santa Fe, Catamarca, Formosa y San Luis, donde había triunfado el oficialismo. Todo esto alentó a Frondizi a seguir con su política de propiciar la participación peronista, en la convicción de que podía derrotarlo en todo el país. El coronel Juan Francisco Guevara, jefe de Inteligencia del Ejército, fervoroso anticomunista a quien llamaban el Tú Guevara para diferenciarlo claramente del Che, cuenta que se le ordenó preparar un informe sobre las elecciones, que expuso ante los jefes del Ejército, generales Fraga, Poggi, Spirito y Villegas. Según el coronel, era muy probable la victoria peronista en Buenos Aires y opinó que sería preferible para la salud nacional dejar que gobernara y participara de la Legislatura si era así, lo que obviamente iba en contra de lo que pensaban sus jefes. Guevara asegura que insistió entonces en que se le reclamara al presidente una definición sobre qué haría ante la eventualidad del triunfo peronista, para forzarlo a tomar una posición a priori. Esta opinión fue aceptada por todas las fuerzas. Si bien el coronel no estuvo en la reunión de los altos mandos con Frondizi, los jefes militares le informaron que el presidente se había comprometido a desconocer un eventual triunfo peronista, mediante la intervención federal.[466] Según la revista Panorama, en esa reunión se habría producido el siguiente diálogo: «Mire, señor, usted resuelva lo que quiera, pero lo que yo le puedo decir es que si gana el peronismo acá va a ocurrir una catástrofe y el país puede marchar hacia la anarquía», habría advertido el secretario de Marina a Frondizi. El presidente examinó las posibilidades. Muchas veces, con el correr del tiempo, ratificó su opinión de entonces: «Cuando los peronistas por primera vez se allanaban a la legalidad, a entrar en el comicio, ¿yo iba a proscribirlos? El país tenía que hacer su experiencia».[467]
En su periódico, vocero oficioso de las Fuerzas Armadas, Correo de la Tarde, Francisco Manrique contaba que una semana antes de las elecciones visitó a Frondizi en Olivos para acercarle, una vez más, la inquietud de los militares frente a un eventual triunfo peronista. Frondizi comenzó defendiendo su posición:
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—Tengo 30 años de política. Sé lo que hago. —¿Y si no ganan? ¿Qué le ocurrirá al país? ¿Qué hará usted? —Si no ganamos —contestó decididamente— decretaré la intervención antes de que termine el escrutinio. No les durará dos horas la sensación de haber triunfado. —¿Ha pensado usted en el caos político que se producirá? —Triunfaré —fue la respuesta.[468]
Pero por las dudas Frondizi decidió reunirse con dos miembros de la Corte Suprema de la Nación para bosquejar el decreto de intervención de la provincia de Buenos Aires y convocó al entonces gobernador del distrito, doctor Oscar Alende, el sábado 17 en vísperas de las elecciones. Según la revista Panorama, le dijo: «Mañana tendremos un desastre. Como consecuencia, a mí no me va a quedar otra alternativa que intervenir la provincia de Buenos Aires. Usted diga que no está de acuerdo e incluso haga una nota de rechazo a la intervención».[469] La intención era, según Manrique, la siguiente: La partida del 18 de marzo tenía naipes marcados. Si se perdía, el gobierno procedería mediante la intervención. En este último caso, la responsabilidad se volcaría sobre «la actitud reaccionaria de las Fuerzas Armadas». Y hasta se confiaba en parar el descontento, quedando bien, por un lado, con los hombres de uniforme al procederse contra la victoria peronista, y quedando bien, por el otro, con la masa peronista, al darse la situación de estar operándose por el camino del mal menor, evitándose la erupción de una dictadura militar.[470]
Perón, que al principio se había mostrado reacio a presentar candidaturas,[471] ante la insistencia de los hombres de las 62 Organizaciones decidió apoyar las listas que con el sello de la Unión Popular presentaba su movimiento. Para la gobernación bonaerense, la fórmula Framini-Anglada movilizó en una agitada campaña a activistas gremiales y, por primera vez, a grupos estudiantiles que se estaban acercando al peronismo. El General analizaba la situación en una carta enviada desde Madrid. Yo no creo que en la Provincia de Buenos Aires se le permita la concurrencia al Justicialismo y estoy persuadido que el «gobierno» solo permitirá la concurrencia peronista en el caso de que esté convencido de que ha de perder las elecciones, o en el caso que el candidato peronista esté de antemano «acomodado» con el «gobierno». Lo más probable es que se nos tenga en la incertidumbre hasta el último día y se aproveche esta situación para dividirnos y descomponernos, como se lo ha hecho en Santa Fe, contando con la colaboración de algunos dirigentes peronistas. Si el «gobierno» vetara la candidatura de Framini enfrentaría el repudio de toda la clase trabajadora que, por sentido clasista, debe apoyarla. Yo estoy seguro que si tenemos en Buenos Aires alguna probabilidad de ganar la elección será solamente con esta candidatura y, por lo tanto, considero que el «gobierno» no la ha de permitir para lo que ha de recurrir a cualquier expediente lícito o ilícito, que es lo que más nos conviene a nosotros. Si, en caso contrario, la permite, estaremos en las mejores condiciones de hacer una buena elección. Venciendo los escrúpulos del compañero Framini lo he convencido para que acepte ser
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candidato a gobernador de la provincia de Buenos Aires y él se ha comprometido a hacer lo que yo disponga al respecto. En ese concepto le he indicado la necesidad de que así sea. Ha conversado largamente conmigo y él le podrá completar todo lo referente a este asunto […]. [472]
Los idus de marzo de 1962 Los comicios del 18 de marzo de 1962 fueron un duro despertar. El peronismo y los partidos neoperonistas —con el apoyo de comunistas, trotskistas, sectores del socialismo y otros provenientes del catolicismo, a los que se sumaba la izquierda de diversos orígenes que empezaba a identificarse con el ejemplo cubano— ganaron en once distritos sobre los dieciocho en disputa; entre ellos, la estratégica provincia de Buenos Aires. Las listas legislativas de los partidos peronistas y neoperonistas reunieron 2.530.238 votos, lo que les daría 45 diputados. Con cien mil votos menos, la UCRI gobernante accedía a 34 bancas, mientras que la UCRP, con 1.802.483, tendría 7 bancas. Esa misma noche, el ministro del Interior fue «amigablemente» invitado a reunirse con los altos mandos del Ejército, que estaban que trinaban. Exigieron que se cumpliera el compromiso de intervenir las provincias donde había ganado el peronismo, como se había convenido, cosa en que tanto Vítolo como Frondizi estaban de acuerdo y que efectivamente cumplieron de inmediato. Pero sintiéndose con todo el poder en sus manos, los militares fueron más allá, reclamando la derogación de la Ley de Asociaciones profesionales, la anulación total de los comicios y, como si esto fuera poco, el cierre del Congreso. Se sucedieron entonces febriles reuniones entre militares y políticos, entre ellos Américo Ghioldi, Balbín y Perette, para formar un gabinete de transición, pero ninguno aceptó. El 20 de marzo, «vista la grave situación institucional que atraviesa el país, con motivo del resultado de las elecciones», según rezaba el acta que firmaron entonces, los doce más altos jefes de las tres Fuerzas Armadas[473] se reunieron en la Secretaría de Guerra a «deliberar», un verbo que a lo largo de la presidencia de Frondizi se había puesto tristemente de moda. Al trazar sus planes de acción, dejaron sentada la posición de cada fuerza, en lo que ya se notaban algunas fisuras. El acta de la reunión secreta las registraba así: Ejército: Mantener en el cargo de Presidente de la República al Dr. Arturo Frondizi condicionado a que gobierne con un Gabinete de Coalición que le será propuesto por las tres Fuerzas Armadas y el plan de acción que en su oportunidad se determine concretado en un documento que se le presentará a tal efecto. En caso de negativa por parte del Presidente, obligarlo al alejamiento del cargo, pasando la responsabilidad de la conducción del país a las Fuerzas Armadas.
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Marina: Que es opinión de la Armada que la solución de la grave crisis que vive el país es la voluntaria e inevitable renuncia del Señor Presidente de la Nación, lo cual permitiría su alejamiento manteniendo la vía constitucional. Si esta renuncia no pudiese obtenerse es opinión que, como paso inmediato, debería constituirse un nuevo Gobierno. Que considerando la opinión del Ejército y de la Fuerza Aérea, con las cuales se mantiene estrechamente unida, la acata aunque considerando que irán en aumento los graves problemas que sufre la Nación. En caso de producirse variantes importantes en la situación reverá su decisión, previo conocimiento de las otras Fuerzas y procurando siempre mantener la unión que considera máxima garantía para la Nación. Aeronáutica: Mantener en el ejercicio de la primera magistratura al Dr. Arturo Frondizi condicionado a que gobierne con un Gabinete de coalición con hombres escogidos de una lista que le presentarán las Fuerzas Armadas y el plan de acción que oportunamente se le concretará en un documento. En caso de negativa por parte del Presidente se lo obligará a alejarse del cargo pasando la responsabilidad del Gobierno a las Fuerzas Armadas. Ante la presencia de variantes importantes en la situación revisará su decisión dando previo conocimiento a las otras Fuerzas, con el fin de lograr la unión de las mismas considerado esto como premisa fundamental.[474]
Como se ve, las tres fuerzas se atribuían, mediante sus respectivos «votos» corporativos, la función de definir el futuro del país. Por el momento, el «escrutinio» era un 2 a 1 provisorio en favor de que Frondizi continuase en el cargo, pero con un gabinete y las políticas que le determinasen los altos mandos militares. Y aunque suene a chiste macabro, quienes sostenían esa postura eran llamados por la prensa de entonces «legalistas»: en un país donde la mayoría del país estaba proscripta, la «legalidad» se había reducido a la formalidad más superficial. En esa fluida situación, llegó un rumor —movido por los «servicios» y los agentes de prensa— que agitó el avispero. Uno de los firmantes del acta del 20 de marzo, el general Poggi, recordaba siete años más tarde: Y llegó la noticia de que los decretos de intervención iban a ser tratados por el Congreso — que estaba en receso— cuando se reúnan las Cámaras. Y que como la UCRI lo rechazaría, se iba a entregar el gobierno a las autoridades legítimamente elegidas por el pueblo. La efervescencia era brutal.[475]
Ni el tiro del final La «efervescencia» que mencionaba el general Poggi llevó a que Frondizi cediera en lo que reclamaban el Ejército y la Aeronáutica: decretó, según lo convenido, las intervenciones, propuso un cambio de gabinete y aceptó abandonar sus políticas de desarrollo. A la Marina, sin embargo, seguía sin bastarle, e insistió en pedir su renuncia. Mientras se sucedían febriles reuniones y aprietes de todo tipo, llegaba al país en visita oficial el príncipe Felipe de Edimburgo, que «trabajaba» y trabaja de marido de la reina Isabel II de Inglaterra. La Argentina parecía una película 213
surrealista. Para sumar escenas que hubieran fascinado a Luis Buñuel, la Aeronáutica le sugirió al presidente que se instalase en la base de El Palomar, porque aseguraba tener información sobre un atentado contra su vida. Otro «legalista» de entonces, el general Juan Carlos Onganía, hizo la misma oferta desde Campo de Mayo. Cuando el general Fraga intentó mediar en favor de Frondizi, fue detenido en la Secretaría de Guerra. Frondizi llamó entonces a Onganía para que lo defendiera con las armas de la principal guarnición del país, pero don Juan Carlos apeló a la obediencia debida y contestó: «Yo cumplo las órdenes de mi superior inmediato: el comandante en jefe del Ejército».[476] Frondizi se resignaba a todo, con tal de no renunciar. Conociendo la enorme influencia y los contactos del general Aramburu con las Fuerzas Armadas en general y con los golpistas en particular, le hizo llegar la siguiente propuesta con el pedido expreso de que la discutiera con las «inquietas» cúpulas castrenses: 1. El doctor Frondizi se compromete a quedar recluido en la residencia de Olivos; a no participar en actos públicos y a no ostentar su investidura más que en determinadas ceremonias patrióticas y previa autorización. 2. Igualmente se compromete a no firmar decretos, mensajes, etcétera que no aprueben o hayan sido previamente firmados por los secretarios militares. 3. Se compromete asimismo a reformar o derogar la ley de Asociaciones Profesionales; a establecer inmediatamente la representación proporcional; a expedir un decreto disponiendo la efectiva persecución del comunismo y todas aquellas tendencias políticas de índole totalitaria entre las que se encuentra el peronismo.[477]
Frondizi sugería además que el propio Aramburu tomase a su cargo la Secretaría de Guerra, que designase al ministro del Interior y que, si lo creía necesario, nombrase un «primer ministro», inventando un cargo inexistente. Aramburu, puesto una vez más en «salvador de la patria», rechazó los puntos que lo involucraban personalmente, pero consultó con sus camaradas el resto de la propuesta. El 26 de marzo, a las 23.50, llegó a Olivos custodiado por el secretario de Aeronáutica, Rojas Silveyra, y el teniente coronel Zamudio para entregarle personalmente a Frondizi la respuesta: Las consultas que he verificado han mostrado, con un acuerdo poco común entre nosotros en el plano político, un juicio decididamente adverso a la permanencia de S.E. en el poder. […] Estoy seguro que el señor presidente no incurrirá en la equivocada debilidad de identificar la salvación del orden jurídico con la permanencia de su persona al frente de él. […] En nombre de ese orden, la Nación pide a usted un noble renunciamiento. Lo pide y lo espera de su reconocido patriotismo.[478]
A su salida de Olivos corrían los primeros minutos del 27 de marzo y Aramburu, 214
mostrando cuál era su verdadero papel en esta «crisis institucional», le entregó a la prensa el documento que acababa de presentarle a Frondizi. Las cartas estaban echadas. El 28 de marzo, después de enterarse de que fuerzas militares habían tomado Radio Nacional y la central telefónica y que habían renunciado los secretarios de Guerra y Aeronáutica, Frondizi dormía su última siesta en la Rosada para despertarse abruptamente con la llegada de los tres comandantes: Poggi del Ejército, Penas de la Marina y Alsina de la Aeronáutica. A esta altura, ya ni conservaban las formalidades elementales: irrumpieron en el despacho sin siquiera saludar o anunciarse. La reunión no duró ni tres minutos, lo que tardaron en preguntarle con voz cuartelera: «¿Va a renunciar o no?». Ante la respuesta negativa, le dijeron claramente que o renunciaba o lo echaban. Con un poco más de formalidad, así expresaron el ultimátum ante los numerosos periodistas que aguardaban su salida: Cumpliendo con el sentir de las Fuerzas Armadas en ejercicio, nos hemos dirigido al Presidente de la República solicitándole su renuncia o alejamiento del cargo que ocupa. La respuesta fue negativa; por lo tanto, se lo hace responsable de la situación planteada y obraremos en consecuencia.[479]
Desde las páginas de La Nación, Mariano Grondona hacía su aporte: Las Fuerzas Armadas no quieren tomar el poder, pero el país enfrenta una situación política que arranca el 18 y que el presidente no puede enfrentar […]. La crisis del sistema reside en la negativa del presidente a renunciar.[480]
El apriete siguió en Olivos a la una de la mañana del 29 de marzo, cuando los secretarios de Marina y Aeronáutica le sugirieron que se tomase unas vacaciones. Tres horas después, las vacaciones se convirtieron en golpe de Estado. Los sediciosos[481] de las tres armas emitían un comunicado en el que decían, sin ruborizarse: No podemos […] permitir que la República y los principios democráticos marchen a la deriva, mientras el país espera la decisión de un hombre y suspende su actividad con angustia para atender a la crisis. Buscamos la Constitución. Nos aferramos a ella como la única tabla de salvación de todos los argentinos. Los militares de la Argentina de hoy creemos en la civilidad. Lo esperamos todo de ella y es para ella que vigilamos un proceso que había desembocado en un punto muerto, peligroso para la democracia y para el bien común. Al tomar la decisión de promover el alejamiento del presidente, creemos salvar a la Constitución y recuperar la fe en sus principios. No nos mueve odio ni rencor por ningún argentino, ni animadversión por ninguna posición. Queremos, con la ley, la concordia nacional. Esperamos que el gobierno pueda llevar a buen puerto, sin violencias ni contradicciones, pero también sin vacilación ni debilidad, la empresa que nacida el 25 de mayo de 1810 abraza en su ideal a todos los argentinos. Firmado: Teniente general Raúl Alejandro Poggi, Almirante Agustín R. Penas, Brigadier General Cayo Antonio Alsina.[482]
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A las siete de la mañana, el ya ex presidente Frondizi partía detenido a la isla Martín García, la misma que había «albergado» como cárcel a Yrigoyen y a Perón, un símil al que posteriormente los partidarios de don Arturo tratarían de sacarle rédito político. Dos días antes de su derrocamiento, había firmado una carta de despedida para sus correligionarios, la que solo debía hacerse pública «en el caso de que se me eliminara físicamente o se me hiciera prisionero». En ella buscaba justificar su actuación: Conocidos los resultados electorales y enfrentado a una grave situación de hecho, acepté las intervenciones como un recurso heroico destinado a preservar una parte de la legalidad. Desde esta plataforma podríamos lanzarnos de nuevo a la tarea de su ampliación. Sin tiempo para una consulta más profunda, pero sabiendo que interpretaba la vocación legalista y pacifista de mi pueblo, adopté, en su nombre, esa decisión. No creo haberme equivocado al proceder así. No hay duda de que ahora todo el pueblo sabe que era el mal menor. Ustedes como correligionarios comprenderán mejor que nadie lo doloroso que fue para mi espíritu firmar esos decretos. Pero de la misma manera que soporté con humildad y con paciencia la calumnia y la infamia, como así también sucesivas lesiones a mi investidura presidencial, no vacilé un instante en ese nuevo renunciamiento en defensa de la paz de mi pueblo. Sobre el orgullo personal y mi jerarquía de presidente de la Nación, privó siempre mi responsabilidad suprema de evitar la quiebra de la legalidad y la lucha entre hermanos.[483]
Frondizi se quejaba de que «quienes me instaban a intervenir todas las provincias en que triunfó el peronismo» ahora adujeran «que la legalidad fue quebrantada por el presidente de la Nación al decretar esas intervenciones»: Esto constituye el símbolo de la contradicción de quienes sostienen sin rubor la tesis de una democracia de selectas y reducidas minorías que se arrogan el derecho de tutelar al pueblo todo. Son los mismos a quienes debí ofrecer la banda y el bastón presidencial cuando exigían mi firma para un decreto que interviniera la CGT y que posibilitara los fusilamientos en la Argentina. Su objetivo es dividir al pueblo para que prevalezca su interés particular.
Pronosticaba «horas difíciles para el país», con una perspectiva de «sangre y encono», al tiempo que aseguraba: No renuncio para no abrir el cauce a la anarquía, pero si pasan por encima de mi voluntad, si me arrojan del gobierno o me eliminan físicamente, quiero que el pueblo todo conozca la realidad de lo ocurrido para que pueda aprender la lección de la historia. Los últimos comicios señalan que más del 70% del electorado se ha pronunciado por el desarrollo económico, la justicia social y la convivencia democrática. Las bases de la expansión están logradas en forma irreversible y por tanto es más claro el derecho del pueblo a gozar de los beneficios que de esa situación deriva. La lucha que se abre ahora lo es por la legalidad y la paz. Y la legalidad y la paz solo se pueden asegurar por la unificación de todos los sectores populares. Pero si los enemigos de la Nación y del pueblo lanzan sobre los argentinos la calamidad sombría de la dictadura y la lucha fratricida habrá que enfrentar con decisión
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inquebrantable todas las contingencias. Sería ese un camino más doloroso, que no ha dependido de nosotros, pero que conduciría igualmente a la victoria final del pueblo.
Tardíamente planteaba que «la unidad de los sectores populares» era «la condición indispensable de su triunfo», mediante «un frente unido, indisolublemente unido», y concluía: En estas horas sombrías de la República puedo comprender cabalmente, con honda emoción republicana, el drama de ese gran argentino que fue Hipólito Yrigoyen, cuando solo, enfermo y abandonado, fue derrocado por las fuerzas antinacionales. Felizmente Dios ha querido librarme de esa dolorosa experiencia, porque mi partido y mis amigos de lucha de toda una vida me han acompañado con una conmovedora solidaridad que obliga a mi emocionada gratitud y que me ha recompensado de la soledad y las penurias del poder. Cualquier fuere mi destino, sé que he contado con la lealtad de mis amigos y de mi partido y con la comprensión de mi pueblo. No necesito más. De esta carta envío copias autenticadas a un grupo de amigos comunes. Quiero que ella sirva como único y veraz testimonio de las razones de mi decisión, de mi estado de ánimo y del programa de acción que propongo a mis conciudadanos. Espero de Ud. y mis correligionarios que siga, como he seguido yo, hasta sus últimas consecuencias esta lucha por la liberación de la Argentina, por su desarrollo económico, por su soberanía, por la unidad de nuestro pueblo y por sus derechos a un nivel de vida cada día mejor. Esto es la expresión auténtica de la democracia. Invoco para mi patria la protección de Dios. Con un gran abrazo. Buenos Aires, 27 de marzo de 1962. Arturo Frondizi Presidente de la Nación Argentina.
La caída del equilibrista Es muy interesante el análisis que hacía John William Cooke sobre el golpe de 1962: Es cierto que Frondizi calculó mal y pensó en un triunfo electoral de la UCRI. Pero no puede subestimárselo hasta el punto de creer que, llevado por esa confianza, se encerrase voluntariamente en una alternativa drástica, buscando los beneficios inmensos que le reportaría la victoria pero a costa de la catástrofe en caso contrario. Él creyó correr un «riesgo calculado»: si ganaba, los golpistas quedaban sin argumento y se convertía en el árbitro de la sucesión en 1964; si perdía por poco, imponiéndose en unas provincias y perdiendo cerca en otras, demostraba que la UCRI era el eje del frente reaccionario contra el Peronismo (y por eso, descartado como destinatario del apoyo popular, ahora se presentaba a la UCRI como la fuerza del orden, la que evitaría el «salto al vacío», como dijo Vítolo en las vísperas); por fin, si los resultados favorecían netamente al Peronismo, todavía se le abrían perspectivas para ampliar su campo de maniobra. En efecto, el respeto a los resultados electorales lo afianzaba en la posición que se había autoadjudicado: defensor del Estado de Derecho, freno al avance de las masas, barrera contra los desmanes gorilas Para este
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equilibrismo pensaba utilizar, indudablemente, la debilidad del peronismo, representada por los elencos de mentalidad burguesa que habían cobrado auge durante la campaña.[484]
Según Cooke, de acceder al gobierno en las provincias, los peronistas al poco tiempo se verían ante un dilema similar al de Frondizi: o hacer «una política anodina», buscando conservar sus cargos, o intentar «resolver los dramáticos problemas» del pueblo. En el primer caso, al tiempo que perderían prestigio ante las masas, esa política supuestamente «realista» llevaría a la protesta de las bases peronistas, lo que generaría «el divisionismo, la confusión y la pérdida del empuje demostrado desde el llano». En cambio, los gobiernos provinciales que buscasen solucionar los reclamos populares, se verían en una situación muy difícil: La situación argentina no permite soluciones de fondo a escala puramente provincial, y menos cuando los partidos tradicionales conservarían el aparato de justicia, fuerza en las legislaturas, etc.; sin contar con que el gobierno federal cuenta con resortes suficientes como para ahogar economías regionales donde los díscolos detentan el poder. Y, en última instancia, siempre quedaba el recurso de que Frondizi, invocando su condición de defensor de la democracia y la ley, los interviniese acusándolos de totalitarios castro-peronistas y chinosoviéticos.[485]
Esa perspectiva, según Cooke, había embarcado a Frondizi en ese juego peligroso, dispuesto a alternar «la represión con el soborno, las maniobras divisionistas con el rigor, las idas y venidas de los monseñores con las provocaciones de los jefes de guarnición». En ese sentido, el error de cálculo electoral no fue para él lo más grave: lo funesto resultó su convicción de que la derrota no tendría necesariamente consecuencias fatales. En el debate entre Vítolo y Manrique, ambos tienen razón: es cierto, a mi juicio, que Frondizi les prometió a los gorilas que anularía las elecciones si ganaba el Peronismo; es igualmente cierto que no pensaba cumplir esa promesa sino tratar de maniobrar todo lo posible. Pero los acontecimientos lo sobrepasaron porque nuestro éxito fue aplastante; porque en la crisis militar número treinta y tantos Frondizi ya llegaba muy desgastado; porque la intervención primero y el ofrecimiento de formar un gabinete militar después le quitaban todo vestigio de autoridad; y porque el continente está alborotado y la oligarquía argentina no quiere saber nada de pasos de minué porque no oye a música sino el ruido de los cuchillos que se están afilando. El expediente de anular el triunfo peronista fue un recurso desesperado que, paradójicamente, selló su caída. Esta clase de contrasentidos son típicos de la degradación del ucrismo y propios de la degradación del régimen: a cada concesión para que los gorilas no lo derribasen, Frondizi iba destruyendo las razones que pesaban para mantenerlo en el poder. Se iba contrayendo la «legalidad», nos acercábamos a la dictadura sin disfraces, que perjudica a la propaganda panamericanista y asusta a los inversores. A medida que violaba su propio margen de legalidad viciada, la autoridad civil quedaba más a merced de los órganos de represión; y éstos tienen tendencia, en esas situaciones límite, a sustituirse al poder civil del cual constituyen el único sustento.[486]
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Desde la vereda de enfrente y ante un grupo de empresarios norteamericanos, Álvaro Alsogaray daba su versión sobre las causas de la caída de Frondizi: Es verdad que pequeños grupos ideológicos y militares de extrema derecha hostigaron constantemente al doctor Frondizi durante su mandato y que hubo muchas amenazas de golpe de Estado de parte de estos grupos. Esto es lo que en la Argentina se conocía como golpismo. Pero también es decididamente cierto que el golpismo solamente no precipitó la caída del doctor Frondizi. Esto fue determinado por una decisión de las Fuerzas Armadas que casi podría denominarse orgánica y que obedecía al temor de que el país estaba siendo arrastrado hacia el totalitarismo. Si las Fuerzas Armadas no tomaban la iniciativa, era inevitable que los grupos «golpistas» en cualquier momento derrocarían al gobierno y, en ese caso, la Argentina habría caído eventualmente, a través de una serie de golpes de Estado, en una solución extrema que terminaría quizás en el fidelismo o el comunismo.[487]
La caída de Frondizi dejaba a la vista la debilidad o casi inexistencia del sistema institucional argentino, totalmente cooptado por el poder real a través de su brazo ejecutor, las Fuerzas Armadas. Los voceros del establishment, todos ellos declamados defensores del sistema republicano liberal, pusieron el acento en luchar, literalmente por todos los medios, contra lo que llamaban la «politización» de las universidades, los sindicatos y los intelectuales, absteniéndose cuidadosamente de hablar de la politización extrema de las Fuerzas Armadas y de las corporaciones empresarias, a la que contribuían bajando línea a través de sus mejores cuadros. La operación será muy exitosa para sus intereses y desastrosa para el desarrollo democrático del país. Serán los tiempos en que el notable Edmundo Rivero le ponga música y voz a la letra de Mario Battistella, para grabar el tango «Bronca»: ¿Qué pasa en este país, qué pasa, mi Dios, que nos vinimos tan abajo? ¡Qué tapa que nos metió el año sesenta y dos! ¡Qué tapa! […] Los ladrones van en coche, Satanás está de farra y detrás de la fanfarria salta y baila el arlequín… ¡Es la hora del asalto! ¡Metalé, que son pasteles! Y así queman los laureles 219
que supimos conseguir. Su difusión estará prohibida en todas las radios del país, por decisión de los «defensores de la democracia».
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José María Guido al gobierno, los militares al poder Cuando el viernes 23 de marzo de 1962 José María Guido fue a saludar a su jefe partidario porque se iba a pasar unos días a su Viedma natal, Frondizi le dijo tajantemente que no podía ausentarse de la Capital bajo las circunstancias que se vivían. El presidente provisional del Senado parecía no advertir lo que le señalaba el presidente —o no quería hacerse cargo de sus responsabilidades—, ya que le contestó que si lo querían ubicar, que lo hicieran por teléfono. Cuatro días después, Guido era despertado de su desconcierto cuando los altos mandos de las Fuerzas Armadas —que venían de extorsionar a Frondizi en Olivos y arreglar con él las formas que asumiría su expulsión— irrumpieron según su costumbre en su despacho del Senado para anunciarle que a primeras horas de la mañana el presidente partiría preso hacia Martín García. Es interesante conocer la versión de Guido sobre cómo llegó a un puesto que no deseaba, la Presidencia de la Nación: En la noche del 28 al 29 de marzo yo estuve virtualmente escondido en el departamento del diputado Fayis Sago, que quedaba cerca del Congreso. Ocurría que alguien trajo a Olivos la versión de que Campo de Mayo estaba dispuesto a no permitir el derrocamiento de Frondizi. Era una información equivocada, pero como aparentemente existía alguna posibilidad de que el acantonamiento adoptara esa actitud, el senador Alfredo García, presidente del Comité Nacional de la UCRI, me aconsejó que no fuera a mi casa, para impedir que mi presencia pudiera estropear esa posibilidad. La actitud de Campo de Mayo no se concretó pero lo cierto es que el almirante Clement estuvo llamando a mi casa por teléfono durante toda la noche. Mi señora insistía que no sabía dónde estaba yo y él, a su vez, reiteraba que había que localizarme. [488]
Así, jugando a las escondidas, comenzaba una de las etapas de mayor inestabilidad en la historia política de la Argentina. Como dirían dos grandes, Tato Bores y su libretista César Bruto, sería gracioso… si no nos pasase a nosotros.
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El general Poggi, el presidente que no fue Guido abandonó la breve clandestinidad para presentarse en el Senado poco después del mediodía. Allí lo esperaban ansiosamente sus compañeros de bancada y el presidente de la Cámara de Diputados, Federico Fernández de Monjardín, siguiente en el orden sucesorio en caso de que Guido no quisiera asumir. Con ellos estaba un hombre que tendría destacada participación en todo lo que estaba por suceder: Rodolfo Martínez. Graduado de abogado con medalla de oro en la Universidad de Córdoba a los veinticuatro y «joven promesa» de la democracia cristiana a los treinta y seis años, en 1955 Martínez había integrado la Junta Consultiva de la «Libertadora», había sido secretario de Industria y Comercio de Aramburu y tenía muy buenos contactos con los militares. En un intento final por congraciarse con ellos, el 26 de marzo de 1962 Frondizi lo designó su nuevo (y último) ministro de Defensa. Martínez fue el encargado de comunicarle a Guido que los altos mandos se aprestaban a asumir el poder en la persona del general Poggi. Pero, por haber participado en sus conciliábulos, sabía que no había consenso entre los aspirantes a conducir el país, y eso le abrió un hilo de esperanza. Así quedaría registrado el siguiente diálogo entre el almirante Agustín Penas y el brigadier general Cayo Alsina: Penas. —Estamos preparando un comunicado para asumir el poder, por medio de una junta militar integrada por los tres comandantes en jefe. Alsina. —¡Pero eso no es lo que habíamos acordado! [Rodolfo] Martínez sugiere a Alsina que se haga leer el proyecto de declaración. Penas. —«Dada la situación de acefalía de la República, que no puede prolongarse por más tiempo, los comandantes en Jefe de las Fuerzas Armadas asumen las funciones del gobierno hasta tanto sean reemplazadas por un gobierno civil». Alsina dialoga con Martínez. Martínez. —Esto es peligrosísimo. En todo caso, trate de modificar el texto. Debe decir «al solo efecto de ser reemplazadas por un gobierno civil» y no «hasta tanto». Alsina vuelve a conversar con Penas. Alsina. —No puedo tomar una decisión sin consultar a los brigadieres… Penas. —¿Cuánto tiempo necesita? Alsina. —Tres horas.[489] Martínez contó esta conversación a Guido y le dijo que había que resolver rápidamente si estaban dispuestos a tolerar que asumieran los militares. Así lo recordaría Guido: Yo dije, entonces, que entendía que nosotros no teníamos que resolver nada; que si las Fuerzas Armadas habían derrocado a Frondizi era porque no admitirían que lo sustituyera un correligionario y que en todo caso era la Corte [Suprema de Justicia] la que debía asumir una actitud. «Precisamente eso es lo que se está tratando ahora en la Corte, en un acuerdo
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informal», dijo Martínez. «Un amigo mío está allá y nos informará lo que ha resuelto la Corte».[490]
Por desgracia para Guido, la Corte contestó que si iba a asumir la presidencia necesitaba la renuncia formal por escrito de Frondizi, documento que —como vimos en el capítulo anterior— no existía. Los ministros del alto tribunal, por intermedio del doctor Oyhanarte, les aconsejaban que se apuraran, porque tenían información precisa de que el trío Poggi, Alsina y Penas se disponía a hacerse cargo del poder a las 17.30. Entonces Guido decidió asumir su «responsabilidad histórica». Le solicitó urgentemente a la Corte que le tomara juramento. A Martínez se le ocurrió invitar a su antiguo jefe, el golpista Aramburu, como para asegurar la cosa: Martínez: Vea, general; el presidente del Senado va a prestar juramento dentro de pocos minutos. Quisiera que usted lo acompañara. Su apoyo desalentaría todo intento de golpe militar. Aramburu: Me alegro mucho de la decisión de Guido, pero me es imposible acompañarlo.[491]
Guido asumió ante la Corte Suprema a las 16.55 de aquel 29 de marzo. En la sala no había prácticamente nadie. Martínez fue el encargado de comunicarles lo sucedido a los comandantes, como si fuera una buena noticia: Martínez: Señores, han terminado nuestras preocupaciones. Me han informado que Guido ya prestó juramento. Penas, Poggi y Alsina se ponen de pie, luego de un largo silencio. Poggi está visiblemente irritado. Penas no hace comentarios. Ambos salen de la oficina. Alsina, demudado, se dirige a Martínez: Alsina: ¡Yo aseguré a los brigadieres que permitiría la presidencia de Guido si él aceptaba esta acta! El acta de Aeronáutica —que compartía el grueso de las Fuerzas Armadas— contenía irrealizables disposiciones de represión. Martínez: No creo que Guido tenga problemas, pero lo consultaré.[492]
Por las dudas, Poggi se instaló en el despacho presidencial al grito de «¡Echen a los periodistas, esto es una traición! Hay que avisar a las guarniciones», mientras que el solícito Martínez le acercaba a Guido el acta que debería firmar para ser presidente. Poggi, hecho una furia, daba órdenes y contraórdenes: Poggi. —¿Quién es el encargado de seguridad? Brigadier Amílcar San Juan. —Es el teniente coronel Perezutti. Poggi. —¡Queda relevado! San Juan. —¡Pero, general! Perezutti es un buen oficial, que ha respondido plenamente. Poggi. —Muy bien. ¡Queda sin efecto el relevamiento!
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Minutos después, Martínez telefonea a Poggi. Martínez. —Quiero comunicarle que la salvaguarda de la investidura presidencial queda en sus manos, general. Poggi. —¡Por supuesto, señor ministro!
A las 17.40, el general esperaba al presidente Guido sentado en el sillón presidencial y lo recibió a los gritos: Poggi. —¡Esto es una maniobra indecorosa! Guido (apoyando su mano en la mesa). —¡No le permito, mi general! ¡En última instancia, he hecho lo que ustedes me pedían hace una semana! Penas. —General Poggi, el Dr. Guido tiene razón. Le ruego que le ceda el asiento.[493]
Así continuó, según Guido, este episodio digno de la República de Freedonia de los Hermanos Marx[494] o la de Feudalia de Les Luthiers: Me paré al lado del sillón presidencial y dirigiéndome a los comandantes en jefe los invité a sentarse y yo mismo me instalé en el asiento. […] El general Poggi rompió el fuego: «Bueno, doctor, queremos que nos dé una explicación porque no nos resulta nada claro su proceder». «No tengo ningún inconveniente —respondí—. He estado analizando la situación y llegué a la conclusión de que debía proceder como lo hice». «Bien, doctor —insistió Poggi—, pero si usted nos hubiera informado de su decisión, no hubiéramos tenido ningún inconveniente en estar presentes en el acto de su juramento…». «Sí, general —admití—, eso pudo haber sido. Pero le digo esto: yo no sé qué ha pasado hoy en las sedes de sus respectivas armas pero supongo que habrá sido algo parecido a lo que pasó en el Congreso. Vea: para trasladarme al Palacio de Tribunales a prestar juramento, tuve que vencer violencias físicas y me imagino que escenas más o menos similares deben haber ocurrido en sus respectivas Secretarías. Realmente no eran momentos para pensar en aspectos protocolares […]. De manera, general, que ese pedido de explicaciones que me ha formulado, creo que queda satisfecho. Además, ¿qué duda podía tener yo de contar con la complacencia de ustedes, si no hice más que concretar lo que ustedes me preguntaron anoche si quería hacer? Si ha habido alguna desconsideración al no invitarlos al acto de juramento, les pido excusas. Pero nada más que eso».[495]
Seguidamente apareció uno de los representantes de la pata civil del golpe, el doctor Alejandro Lastra, presidente del Colegio de Abogados, quien con toda insolencia comenzó a interrogar a Guido sobre las condiciones en que había asumido la presidencia. En concreto, trataba de saber qué iba a hacer si Frondizi volvía de Martín García. Según Guido: Ahí ya me enojé un poco. —Señor, yo estoy aquí en virtud de hechos, no por una situación de derecho. Si el doctor Frondizi vuelve aquí será también en virtud de hechos; hechos nuevos que habrá que considerar nuevamente. Al fin sometieron a mi firma un Acta Secreta que redactaron los asesores civiles de las
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Fuerzas Armadas en la Sala de Edecanes. La conservo. La firmé tal como me la presentaron, con una única modificación de mi puño y letra: donde se refería a «la vacancia del Poder Ejecutivo por destitución del anterior Presidente», yo agregué interlineado a la palabra «destitución», la expresión «de hecho». Era mi muda protesta civil por lo que había ocurrido… Los tres comandantes firmaron conmigo y desde ese momento se me tuvo por Presidente de la República. Algunas de las condiciones del Acta Secreta del 29 de marzo se cumplieron, por ejemplo, la anulación de los comicios del 18 de marzo, la modificación de la ley de acefalía y la ley electoral. Hubo una que no cumplí: la destrucción de la Confederación General del Trabajo, tácitamente contenida en el inciso e) del punto 2.o.[496]
El acta de la dependencia El Acta redactada por los amanuenses civiles de los militares golpistas es una «obra maestra del terror» de la teoría «de facto», refrendada por la Corte Suprema desde 1930 hasta 1976, según la cual un golpe es una situación de «vacancia de hecho» que corresponde subsanar… aceptando el golpe consumado. Vale la pena transcribir completo este documento, que ni siquiera llama por su nombre al derrocado Frondizi: 1. El señor doctor José M. Guido comunica que en el día de la fecha, en presencia de los hechos que son de dominio público, que han producido la vacancia del Poder Ejecutivo «de hecho» del anterior presidente, ha asumido la presidencia de la República en forma definitiva y en ese carácter ha prestado juramento ante la Corte Suprema de Justicia de la Nación en el mismo de hoy; 2. El señor doctor D. José María Guido, atento a las circunstancias existentes, a fin de garantizar la paz pública y asegurar la vigencia de las normas democráticas de gobierno, declara ser de necesidad absoluta: a) la anulación de los comicios celebrados el 18 de marzo de 1962; b) dictar normas que contemplen la proscripción del peronismo y de toda forma totalitaria de gobierno, inhabilitando a los candidatos que hayan tenido conexiones o participado de esas ideas políticas, o que hayan ejecutado actos o tenido actitudes o actividades tendientes o encaminadas a obtener apoyo de las fuerzas políticas de esa naturaleza, la observación de dicha ley será juzgada por los tribunales competentes, los cuales, con arreglo a la misma, podrían desplazar a los candidatos en esas condiciones, cualquiera hubiera sido el número de sufragios que hubiesen obtenido; c) las modificaciones de la ley de acefalía que contempla la oportunidad de llamar a elecciones y la sucesión presidencial en los casos previstos en el art. 75 de la Constitución, determinando el plazo dentro del cual deberán celebrarse dichas elecciones; d) la modificación del sistema electoral vigente para que los diversos partidos políticos tengan la representación proporcional que corresponde; e) la revisión de la ley de asociaciones profesionales, adaptándola a los compromisos internacionales asumidos por el país, a fin de que garantice debidamente la plena libertad gremial, impida la instrumentación política de los sindicatos y asegure el empleo de los fondos en actividades sindicales exclusivamente. 3. Los señores comandantes en Jefe de las Fuerzas Armadas expresan que aceptan los compromisos anteriores y, en virtud de los mismos, inspirados en los altos intereses del país, tienen al doctor D. José María Guido como presidente de la República.[497]
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La Argentina era ya, como diría varios años más tarde el querido Adolfo Castello, «el país donde el asombro se quedó sin ejemplos». En ese marco, uno de los críticos del Acta resultaría Pedro Eugenio Aramburu, quien había proscripto al peronismo seis años antes: Al mantenerse las proscripciones políticas, deja de cumplir con la alta finalidad (pacificación de la República), que es esencial para el logro de dicho fin. La situación creada por las proscripciones es utilizada para agitar los sentimientos de clase, que tanto daño nos han producido.[498]
Pero Guido y sus mandantes fueron más allá, con la anuencia de un Congreso que aprobó la anulación no solo de los comicios del 18 de marzo, ganados principalmente por el peronismo, sino también los del 17 de diciembre de 1961, del 14 de enero y del 25 de febrero de 1962, favorables en general a la UCRI. También sancionó la intervención federal de todas las provincias, y no solo las que había ganado el peronismo. No era la mejor propaganda para un gobierno que solo existía con la excusa de «salvar la institucionalidad», que a esta altura estaba en extinción. Los diputados peronistas electos decidieron asumir a pesar de los decretos y se presentaron el 1.o de mayo en el Congreso, donde fueron corridos a palazos y gases lacrimógenos. No les hubiera valido de mucho sentarse en sus bancas: por las dudas, el 19 de mayo, Guido decretó el «receso por tiempo indeterminado» del Poder Legislativo, con lo que a partir de entonces todo se hizo por decreto.
La Argentina atendida por sus dueños Por varios días desde la asunción de Guido, al frente de los ministerios siguieron los mismos hombres nombrados por Frondizi en su último intento por evitar el golpe, como Jorge Wehbe en Economía, futuro ministro de la dictadura de Bignone. Recién a partir del 2 de abril comenzaron los relevos, aunque algunos ministros de Frondizi continuaron, como Miguel Susini en Educación y Justicia (que perduraría hasta octubre de 1962) y Tiburcio Padilla en Salud Pública (duraría hasta junio de 1963). La cartera política clave, el Ministerio del Interior, pasó a manos del hombre de la hora, Rodolfo Martínez, quien mantuvo a su lado como subsecretario a la joven promesa del catolicismo derechista, el abogado y periodista Mariano Grondona, profesor de la Escuela Superior de Guerra y hombre de excelentes contactos con los militares. En Relaciones Exteriores asumió Mariano Drago; en Economía, el ya veterano Federico Pinedo fue designado en reemplazo de Wehbe; en Defensa, Ernesto J. Lanusse. Por su parte, Pedro Pétriz en Obras y Servicios Públicos, y Oscar Ricardo Puiggrós, en Trabajo y Seguridad Social, provenían del último elenco de Frondizi. 226
Ninguno de los nombrados duraría más de un mes: para fin de abril de 1962, todos estaban fuera del gobierno. En los dieciocho meses que Guido figuró como presidente, un total de treinta y cuatro personas desfilarían por los ocho ministerios, a una velocidad de dibujo animado que expresaba la crisis literalmente galopante que padecía nuestro país. Sobre la composición social del nuevo elenco de gobierno, señala Alain Rouquié: Podría hablarse de un ministerio liberal neoalvearista por radicales miembros de las familias consulares y conservadores, hombres de negocios o estancieros sin partido pero con apellidos prestigiosos. Seis de los ocho ministros pertenecían desde hacía más de 15 años al Jockey Club. El secretario de agricultura, César Urien, así como el gobernador provisional de la provincia de Buenos Aires, Ceferino Pedro Merbilhaá, eran prominentes ganaderos pampeanos. La Sociedad Rural estaba satisfecha […]. El ministro de defensa del último gabinete de Frondizi, Rodolfo Martínez y sus colaboradores o colegas Mariano Grondona, Oscar Puiggrós (democristianos de derecha con buenas relaciones en el ámbito castrense) desempeñaron un papel decisivo. Consiguieron en efecto el apoyo de la caballería que desaprueba la eventual instalación de un régimen militar presidido por los ultraliberales de la infantería, arma a la que pertenecían los generales Poggi y Mario B. Carreras, inspiradores del complot. Los dirigentes de la UCRI apoyaban la operación Guido, a pesar de la oposición de la línea dura que exige la liberación de Frondizi y el regreso a la situación constitucional anterior al golpe de Estado. El presidente del Comité nacional, Alfredo García, y el presidente de la Cámara de Diputados, Federico Monjardín, se habían inclinado por esa solución […] el mismo Frondizi habría dado en secreto su acuerdo al dirigente de su partido para salvar un mínimo de legalidad. Sus adversarios denunciaron esa nueva prueba de duplicidad, alegando que el prisionero de Martín García había elegido a su sucesor y a sus colaboradores para evitar que se realizaran investigaciones indiscretas sobre su gestión gubernamental.[499]
La Razón, diario que desde el «caso Satanowsky» seguía la línea dictada por el Ejército, vaticinaba: «Será un gobierno con fuerte influencia de los animadores de la Revolución Libertadora».
Buenos muchachos Durante la presidencia de Guido los argentinos tuvimos el honor de tener en el Ministerio de Economía, entre otros personajes, a tres de los más rancios representantes del ultraliberalismo económico que, como venimos viendo, no se contradecía según sus particulares criterios con su ultraconservadurismo político. Allí estuvieron Federico Pinedo, el siempre listo Álvaro Alsogaray y hasta el futuro ministro y factótum de la dictadura cívico-militar de 1976, José Alfredo Martínez de Hoz. Los militares y sus socios civiles al principio impusieron en el Ministerio de 227
Economía a Federico Pinedo, hombre de la «década infame», ministro de Hacienda durante el gobierno fraudulento de Agustín P. Justo y que se hizo famoso en el debate de las carnes tratando de defender al frigorífico Anglo y sus maniobras frente a las contundentes denuncias de Lisandro de la Torre.[500] El recuerdo de Pinedo sobre su designación nos da una idea de cómo se manejaban las cosas: Cayó Frondizi y lo siguió Guido. Vino acá un almirante y me ofreció la cartera de Hacienda. Bueno, pero preferiría mucho más ser ministro del Interior, porque creo que tengo una idea clara de lo que corresponde hacer para salir del atolladero.[501]
Enrique Silberstein, un notable economista que pensaba que el buen humor no se contradice con el nivel académico,[502] señalaba que se podía escribir el Manual del perfecto ministro de Economía. En ese texto ocuparía un lugar importante el apartado referido al discurso que debía decir todo ministro al asumir sus funciones: 1. 2. 3. 4. 5. 6. 7. 8.
Jamás el país estuvo peor, desde el punto de vista económico. Hay que hacer toda clase de sacrificios para salir adelante. La estabilidad es lo fundamental; conseguida la estabilidad estamos salvados. La moneda sana es el objetivo de nuestra acción de gobierno. El déficit fiscal se reducirá hasta más allá de lo posible. Terminaremos, inexorablemente, con la burocracia. Las medidas impopulares que deberemos tomar son inevitables. Suframos hoy, que mañana (o pasado) estaremos bien.[503]
Cumpliendo con el arquetipo planteado por Silberstein, Pinedo dijo al asumir: «Tenemos que tener conciencia que el país ha sido empobrecido y que hay que repechar la cuesta para que pueda pensarse en una elevación del nivel de vida».[504] Y adelantándose varios años a su colega dictatorial Lorenzo Sigaut, en aquello de «el que apuesta al dólar pierde», Pinedo aseguró: «No es verdad, no habrá devaluación. Eso es una mentira que inventan los que dicen que soy amigo de los ingleses y enemigo de los norteamericanos».[505] Nunca sabremos quién podía decir tal cosa de un hombre tan amigo de los ingleses como de los norteamericanos. Sus enemigos parecían ser más bien los trabajadores y los productores medianos y pequeños argentinos, ya que su primera medida fue liberar el mercado cambiario, llevando el dólar de 82 a 150 pesos. El dueño de una conocida casa de cambio del centro porteño recordaba en la revista Panorama: «Nunca pasamos un sofocón así. En un momento dado tuvimos que cerrar las puertas porque creíamos que nos rompían los vidrios, tal era la avalancha. En la calle la aglomeración cortó el tránsito y había pánico en muchos rostros».[506] La devaluación brutal de Pinedo hizo las delicias de los especuladores avisados y avezados y de la burguesía terrateniente agroexportadora. Estas medidas, sumadas al aumento de los impuestos, las tarifas y los combustibles en más del 50%, lograron su 228
propósito de pulverizar los salarios y desalentar la inversión industrial, llegando a suspender regímenes de promoción como el de la industria automotriz.
Salimos de Guatemala… Como el plan fue demasiado alevoso, los militares que gobernaban de hecho el país decidieron echar a Pinedo a las dos semanas de haber asumido, pero pusieron en su lugar a nuestro viejo experto en hacerle pasar al pueblo el invierno muerto de frío: Álvaro Alsogaray. Apenas llegó, suspendió obras públicas y la compra de material ferroviario. Y dijo lo que quería oír el grupo terrateniente exportador que había recuperado el poder absoluto de la economía: La enfermedad del país es la sobreinversión. Exhibe signos de cierto desequilibrio derivado del aliento desproporcionado dado a cierta producción industrial en detrimento de la industria más eficiente del país que es la agricultura y la ganadería.[507]
Como para entonces la Argentina estaba en virtual cesación de pagos de la deuda externa, para «sanear las cuentas públicas» Alsogaray no tuvo mejor idea que lanzar un empréstito forzoso, al que llamó «Patriótico 9 de Julio», en honor a nuestra independencia. Se emitieron bonos por un valor de 25.000 millones de pesos, a una tasa del 7% anual (la inflación superaba entonces el 25%) y un vencimiento a veinticinco años que luego fue reducido a diez. Las principales víctimas de la operación de Alsogaray fueron los jubilados, empleados públicos, maestros y médicos de hospitales estatales, que cobraron parte de sus sueldos en esos «patrióticos» bonos, llamados «certificados fraccionados». Podían cambiarse en el almacén o en la carnicería por muchísimo menos de su valor nominal, lo que implicó una rebaja salarial considerable y una expropiación de sus legítimos haberes. Era una enorme intervención del Estado en la economía privada, perpetrada por uno de los mayores enemigos declarados del intervencionismo estatal. Claro, dependiendo para qué o en favor de quién. La obra de los conservadores liberales rindió los frutos esperados, por ellos, y para fin de año habían quedado sin empleo el 29% de los metalúrgicos, el 36% de los trabajadores de la carne y el 39% de textiles. Esto llevó al dirigente textil, fallido gobernante bonaerense y por lo tanto importante referente del peronismo, Andrés Framini, a proponer un plan de lucha que consistía en un pase a la ofensiva de los trabajadores con importantes movilizaciones populares.
Un informe revelador 229
En ese contexto, el teniente general y jefe del Estado Mayor de Coordinación, Juan Bautista Picca, presentó el 10 de abril de 1962 un informe que, con una falta de pelos en la lengua poco habitual, se titulaba Estudio sobre la implantación en estos momentos de una dictadura militar.[508] El general consideraba que los partidos políticos no apoyarían una dictadura militar (DM), la que además tendría dificultades para ser reconocida internacionalmente. Con bastante claridad, señalaba que en el ámbito sindical, existe ya consenso en considerar al actual gobierno como representativo de la reacción contra las conquistas obreras […] la consecuencia inevitable de tal situación será la acción del Frente Laboral contra la DM […] se aprecia que es muy posible que se derive a represiones sangrientas con lo cual se desencadena la lucha de clases, otro objetivo marxista.
También analizaba al sector intelectual: Resulta difícil gobernar un país sin el concurso de lo que se ha dado en llamar la intelligentzia y es un hecho indudable que si bien algunos miembros de este estrato están contaminados por el marxismo, la gran mayoría es decididamente antimilitarista. Por tal motivo habrá la inmediata reacción contra la DM […] se estima que la DM deberá aplicar procedimientos que caracterizan a un Estado Policial para poder mantener algún esquema de orden. Estos procedimientos afectan la sensibilidad de la ciudadanía y particularmente la de sectores de gravitación por su cultura o posición.
Desmenuzando la interna militar, Picca anticipaba que habría «lucha por el poder con el consiguiente desgaste en forma de eliminación de personas, recelos y aun acciones bélicas de carácter menor». Incluso no descartaba «las acciones bélicas mayores si los grupos enfrentados logran la suficiente polarización de efectivos». En su análisis, quienes propiciaban una dictadura eran minoritarios (una fracción insignificante en la Aeronáutica y no más del 5% de los cuadros superiores de la Armada y el Ejército), pese a lo cual, por su ubicación y sus conexiones con las «derechas extremistas», tenían «particular significación». Su pronóstico era que, de instaurarse una dictadura militar, esta no contaría con «la unidad espiritual necesaria para emprender con alguna perspectiva de éxito la difícil tarea de un gobierno impopular», y que la oposición interna en las Fuerzas Armadas a ese intento podría llevar incluso a enfrentamientos propios de una guerra civil. Descartaba que un gobierno autoritario bastase para contener los conflictos sociales, y señalaba que asumir funciones de gobierno llevaría a una «politización y pérdida de capacidad técnico-profesional» de los militares, junto con su «pérdida de prestigio» entre la población. Para completar su pronóstico, consideraba la posibilidad de que, pese a todo, la dictadura militar lograse consolidarse, para dejar planteada una duda: 230
En efecto, puede ocurrir que la lucha por el poder sea minimizada, que las FFAA permanezcan intactas, que los sectores independientes de la ciudadanía presten franco concurso, que los aventureros e infiltrados sean oportunamente eliminados, que la mano férrea impida la exteriorización de las tensiones sociales, que la ayuda económica exterior se mantenga, etc. Todo esto es posible, pero en cada uno de esos supuestos hay una trampa que debe ser sorteada con felicidad […]. Pero aun en el caso de que la DM pueda eliminar los peligros de que está preñada, cabe preguntarse: ¿por cuánto tiempo y con qué desenlace?
Cuando la gente no iba a los desfiles y los desfiles iban sobre la gente Diez días después del documento de Picca, Buenos Aires se vio invadida por tanques de guerra y camiones repletos de soldados. No era precisamente un desfile. Era un «planteo» militar como las decenas que había conocido Frondizi, solo que esta vez sacaba las tropas a la calle. Lo encabezaba el general Enrique Rauch, jefe de Campo de Mayo, reclamando el reemplazo del secretario de Guerra, general Mario B. Carreras. Rauch y los suyos, fervientes partidarios de atrasar los relojes, exigían también el desplazamiento de todos los jefes que «no ofrecían garantías suficientes para la defensa de los principios sustentados por la Revolución Libertadora».[509] Rauch recibió el apoyo de casi todas las unidades militares del país, ante lo cual Guido cedió. Sentando un grave precedente, reemplazó al secretario y al comandante en jefe cuestionados. Interinamente nombró a Alejandro A. Lanusse, cosa que no fue del agrado del general Poggi, quien intentó resistir. Finalmente, la cohorte pretoriana designó como secretario al general Juan José Loza y como comandante de la unidad de caballería más influyente a Juan Carlos Onganía. El Tú Guevara se quejaba y advertía: Acabamos de vivir nuevamente una rebelión generalizada del ejército. Esa rebelión ha sido, una vez más, apoyada por la complicidad del gobierno dejando como resultado: 1. el premio a los rebeldes con nuevas funciones de más responsabilidad con la ratificación de las anteriores. 2. el castigo a quienes defendieron la ley y el orden (relevos de la gran mayoría de los que actuaron decididamente en la situación). 3. estrangulamiento final del poder civil para imponer al país una dictadura abierta o encubierta o bien una fraudulenta solución electoral. Se seguirá así un proceso de burla y avasallamiento. Ya se acostumbró a los argentinos a reconocer que el llamado presidente de la República es apenas el jefe títere irresponsable de un gobierno vacante. Pronto se acostumbrará a aceptar alguna suerte de primer ministro mientras unos cuantos paniaguados de la política nacional fabricarán en su alquimia algún nuevo presidente, que será llamado «constitucional» a espaldas del país y en las sombras de alguna oficina.[510]
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Esta primera crisis se llevó puesto a casi todo el gabinete, empezando por Rodolfo Martínez, el hombre que más había operado para que asumiera Guido. Lo reemplazó un radical ultra gorila, el abogado rosarino Jorge Walter Perkins,[511] que proponía arrancarle la lengua a los que no pensaran como él. Llegó al Ministerio del Interior con una obsesión compartida por los sectores extremistas del Ejército y de la Marina: excluir al peronismo de todo tipo de participación política en la vida nacional. Duraría dos meses en funciones.
Los muchachos peronistas En medio de los cuartelazos, los militantes peronistas que habían caído presos a causa de las redadas del Plan Conintes alzaron su voz a través del siguiente comunicado: La dictadura cívico militar imperante maniobra torpemente para tratar de acallar la voz altiva de los trabajadores argentinos que señalan el camino de la rebeldía y la lucha frente a la explotación imperialista aliada de los sectores oligárquicos, confabulados ambos para descargar todo el peso del sistema capitalista sobre las espaldas de la masa laboriosa del país. Los presos «Conintes», políticos y gremiales encarcelados por los traidores y los usurpadores de la voluntad popular, alzamos nuestra voz sobre los muros de la prisión no para pedir clemencia sino para alentar a la clase trabajadora y al pueblo a la acción combativa y unida frente a la prepotencia desenfrenada de la camarilla reaccionaria encaramada en el poder. […] El país, que no mira en busca de soluciones ni a los cuarteles, ni a la Casa Rosada, ni al parlamento difunto, tiene los ojos y sus esperanzas puestas en la Central Obrera porque sabe con certeza que la emancipación de los trabajadores es obra de los trabajadores mismos. Esa encendida voluntad popular se realizará para construir definitivamente una patria justa, libre y soberana.[512]
La declaración estaba en línea con la agitación que se vivía en lo que el general Picca llamaba el «frente laboral». Si bien ante el derrocamiento de Frondizi la Comisión de los 20 que conducía la CGT había decidido hacer «buena letra» y dirigentes como Vandor empezaban a establecer fluidas relaciones con los militares del sector llamado «legalista», la situación se hacía insostenible, merced a las medidas de Alsogaray. Finalmente, la CGT resolvió convocar a paros generales. El primero, de veinticuatro horas, fue vivido como una provocación por más de un militar, por la fecha elegida: el 29 de mayo, Día del Ejército.[513] El segundo, por cuarenta y ocho horas, se realizaría el 1.o y 2 de agosto de 1962. La respuesta oficial en ambos casos fue la represión generalizada: asalto a sedes gremiales, detención de dirigentes y activistas, gases, palos e hidrantes contra las manifestaciones. Guido firmó el decreto 8946, que «reglamentaba» el derecho de huelga, es decir, las prohibía. También quitó la personería gremial a una variedad de organizaciones, que iban desde la peronista Asociación Obrera Textil, liderada por Framini, hasta la 232
«independiente» Federación Gráfica Bonaerense, dirigida por antiperonistas como Riego Ribas, pasando por el Sindicato de Músicos.[514]
Huerta Grande En ese contexto, las 62 Organizaciones se reunieron en la localidad cordobesa de Huerta Grande, en el mes de junio. En ese plenario, aprobaron un programa que exigía la nacionalización de los bancos y los sectores clave de la economía (siderurgia, electricidad, petróleo y frigoríficos), el control estatal del comercio exterior y la prohibición de exportar capitales, desconocer la deuda externa contraída a espaldas del pueblo y medidas que nunca había planteado el peronismo: Expropiar a la oligarquía terrateniente sin ningún tipo de compensación. Implantar el control obrero sobre la producción. Abolir el secreto comercial y fiscalizar rigurosamente las sociedades comerciales. Planificar el esfuerzo productivo en función de los intereses de la Nación y el Pueblo Argentino, fijando líneas de prioridades y estableciendo topes mínimos y máximos de producción.[515]
Estos planteos dieron pie a que se hablase de un «giro a la izquierda» de Perón. Según recordará Andrés Framini: El programa de Huerta Grande es un encuentro con los principios doctrinarios y filosóficos del peronismo. Cuando Perón nota que esos principios fundamentales se están desviando, da un giro para que nos reencontremos con la defensa de los intereses nacionales y el enfrentamiento con la oligarquía y el imperialismo. Eso que se llamó vuelco a la izquierda, se inicia con una conversación con Perón donde nos da las directivas para retomar los principios básicos del movimiento revolucionario peronista. Yo me reúno con los compañeros que pertenecían al grupo que me había asesorado desde tiempo atrás y especialmente en las elecciones del 62, entre ellos Manolo Buseta, y con los compañeros del cuadro más combativo de las 62 Organizaciones, Amado Olmos, Di Pascuale, De Luca y otros. En definitiva preparamos el plan de Huerta Grande y largamos los diez puntos como base para retomar una posición firme y fuerte de enfrentamiento a la oligarquía y al imperialismo, enemigos fundamentales de todos los pueblos que luchan por su liberación.[516]
Como señalaba el propio Framini, «muchos se sintieron molestos por el séptimo artículo», referido a la expropiación de la oligarquía terrateniente, ya que «les parecía demasiado extremista, más marxista que nacional».[517] Sobre todo, molestó a los jefes de la represión que —siguiendo las lecciones de sus instructores franceses— ya identificaban al peronismo combativo y a la izquierda bajo el mismo rótulo de «subversión».
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Felipe Vallese: el primer peronista desaparecido[518] En ese agosto caliente que había comenzado con el paro general de 48 horas, al que adhirieron millones de trabajadores, una noticia pasó inicialmente casi inadvertida en el diario El Mundo. El título policial «Como en Chicago» parecía referirse a un secuestro mafioso. La información decía: Rarísimo el suceso en Flores Norte, que la policía dice ignorar. Frente al 1776 de Canalejas, [519] a las 22.30 del jueves, un hombre fue secuestrado. Desde hace varios días, había autos «sospechosos» en las inmediaciones. Una estanciera gris frente a aquel número; un Chevrolet verde en Canalejas y Donato Álvarez hizo guiños con los focos, señalando el avance del hombre. Le respondieron y todos convergieron sobre él. Se le echaron encima y lo golpearon. Y pese a que se aferró con manos y uñas al árbol que está frente al número señalado, lo llevaron a la estanciera gris, que partió velozmente con las puertas abiertas. Los gritos de desesperación del secuestrado, que habían comenzado con la agresión, poblaban la noche y atrajeron a todos los vecinos, que alarmados, dieron otro tono a la cuadra. Todos corrieron. Algunos quisieron acercarse. Un hombre armado —pistola 45 en mano— los detuvo. «Esto no es para ustedes. Píquenselas si no quieren ligarla». Y se tuvieron que ir, viendo, inermes, cómo en plena ciudad se raptaba a un hombre. Luego avisaron a la policía. Una hora después llegó un oficial. Recogió información. Advirtió los rastros de sangre. No dijo nada. Cuando ayer preguntamos en la 50.a por el suceso, nos respondieron: «Es la primera noticia que tenemos». Pero no era…[520]
El hombre secuestrado se llamaba Felipe Vallese y había nacido hacía veintidós años, el 14 de abril de 1940. Era el quinto hijo del italiano Luis Vallese, dueño de un puesto de frutas en el mercado de Donato Álvarez y una casa en Seguí y Galicia, muy cerca de Plaza Irlanda. Felipe tuvo una infancia muy triste. Su madre fue internada en el Hospital Braulio Moyano por problemas psiquiátricos, y él y su hermano fueron enviados por su padre al colegio de curas Martín Rodríguez de Mercedes. Allí estuvo de los nueve a los doce años. Cuando salió del asilo, volvió al hogar paterno e ingresó en el turno noche del secundario Hipólito Vieytes para poder trabajar, porque la cosa estaba difícil. Su activismo político se inició en el colegio: participó de una huelga estudiantil contra los intentos de privatizar la enseñanza superior por parte del ministro de Educación de la «Libertadora», Atilio Dell’Oro Maini, tras la cual, tuvo que abandonar los estudios. Trabajó como cadete en una editorial, como pintor de brocha gorda, como se decía entonces, y como empleado de una tintorería, hasta que el 6 de marzo de 1959, cuando estaba por cumplir 19, consiguió un puesto en la fábrica TEA de Caracas 940 y Canalejas, donde con el tiempo fue elegido delegado gremial. 234
Cuenta el valiente periodista y militante peronista Leopoldo Barraza, quien luchó denodadamente por esclarecer el caso Vallese: Al poco tiempo consigue para sus compañeros numerosas conquistas que hoy les son arrebatadas. Ropa de trabajo, riguroso cumplimiento del horario y pago de las horas extras, cofres para vestuario, leche por trabajo insalubre, etc. Hasta el momento de su desaparición siguió siendo delegado, cuatro años fue reelegido por unanimidad. Era una garantía. Era un aguerrido antídoto contra el soborno patronal. Cuando la empresa consideró que ya se estaba poniendo demasiado pesado le ofreció 50.000 pesos de coima para que no moleste. Felipe los dejó con la mano extendida. Como se creían que se trataba de una diferencia de «precio» al tiempo duplicaron la «oferta»: 100.000 pesos para que renuncie y se vaya. No entendían: miden a todos con su propia vara. ¡Jamás entenderían a Felipe Vallese![521]
Felipe se incorporó a la Juventud Peronista liderada por Gustavo Rearte, su amigo de la infancia. Desde allí colaboró con la heroica lucha de los trabajadores del Frigorífico Lisandro de la Torre y terminó en un buque cárcel como muchos de sus compañeros. También participó en lo que puede considerarse la primera operación de guerrilla urbana en la Argentina: el ataque a la garita que la Aeronáutica tenía en Ciudad Evita, camino a Ezeiza, en la que según la jerga de la resistencia, se recuperaron dos pistolas ametralladoras PAM. Su compañero Envar el Kadri lo recordaba así: Y qué lindo fue tener hermanos como aquel… o aquel otro, Felipe Vallese, «Misterix» por su impermeable blanco abotonado en doble hilera, parecido al personaje de historieta, con el que nos escapábamos juntos después de haber recuperado «armas para el pueblo» y sentados en el fondo del 406, decirnos mutuamente una gran mentira: «esto no es para mí, yo no me meto más en nada»…[522]
Mientras Felipe y sus compañeros de militancia continuaban con sus acciones de resistencia, se produjo un hecho policial totalmente ajeno a ellos. El 7 de julio de 1962, José Sagasti y José Lescano, oficiales de la policía bonaerense, estaban parados en la puerta de un corralón en la calle Gascón 257 siguiendo la pista de supuestos «terroristas». Cuando los de la Federal se enteraron del asunto, no quisieron quedar relegados y enviaron a su gente. Al llegar al lugar, los federales tiraron primero y preguntaron después. Así se enteraron de que habían matado a los dos policías. Como el papelón podía ser muy grande, decidieron imputarle las muertes al miembro de la resistencia peronista, Alberto «Pocho» Rearte, con captura recomendada desde 1958. Los bonaerenses compraron la versión y decidieron «hacer justicia» por mano propia. Buscaron frenéticamente a Rearte, y al no dar con él, cayeron sobre sus amigos. La noche del 23 de agosto de 1962, golpearon a la puerta de Morelos 628, donde vivía Felipe con su hijito y algunos amigos. Al no encontrarlo, se llevaron a Agustín Adaro, María Mercedes Cerviño de Adaro y Elbia Raquel de la Peña, dejando a las 235
dos hijas de Mercedes, Olguita y Monina, y al hijo de Vallese, Eduardo Felipe de tres años, a cargo de Cristina Ojeda de De la Peña, una mujer discapacitada de setenta y tres años. Mercedes pudo ver claramente que la camioneta en la que se la llevaban ostentaba el logo policial de la Regional de San Martín. A las once y veinte de aquella noche fatal, Vallese caminaba por la calle Canalejas y al llegar a la altura del 1776 una patota de la bonaerense, actuando fuera de su jurisdicción al mando del comisario Juan Fiorillo,[523] jefe de la Brigada de Servicios Externos de la Unidad Regional San Martín, se abalanzó sobre el joven militante y comenzó a golpearlo. Felipe se aferró a un árbol y tras una dura lucha y un tremendo culatazo en la cabeza que lo dejó malherido, terminaron por introducirlo en una camioneta. A pocas cuadras de allí, en Plaza Irlanda, Ítalo Vallese y su amiga Rosa Salas caminaban tranquilamente, cuando fueron atacados por una patota policial bonaerense que se movilizaba en tres autos, un Chevrolet modelo 1947, un Fiat 1100 y otro que no pudo identificarse. A Ítalo inicialmente lo confundieron con Rearte; sin preocuparse mucho por averiguar su identidad ni responder a su pedido para que se identificaran, lo golpearon duramente y lo subieron al Chevrolet, mientras que a Rosa se la llevaron en el Fiat. Todos los detenidos fueron trasladados la Comisaría 1.a de San Martín y depositados en inmundos calabozos que daban a un pasillo común, sin colchones ni abrigos que pudieran paliar el frío gélido de aquella madrugada de agosto. El siguiente diálogo pudo ser reconstruido por Leopoldo Barraza:[524] Ítalo, por la mirilla de su calabozo, ve cómo dos sujetos arrastran a un muchacho que tiene la cabeza vendada, semihundida en una campera negra. ¡Esa campera la conocía! A Ítalo le tiembla la voz: —Felipe… Felipe…, ¿sos vos? —Ítalo… ¿Estás ahí? ¿Estás bien? —Sí, Felipe… pero no nos pueden hacer nada, nosotros no hicimos nada… —Dirigiéndose al cabo de guardia—: ¡No ve que le está pidiendo agua! —El cabo de guardia les grita que se callen—. ¡Felipe… Felipe! ¿Cómo estás? ¿Qué te hicieron…? Felipe (casi no puede hablar). —Me han reventado… ¿Por qué? Yo no sé nada… yo no sé nada… yo no sé nada. Mercedes. —Ítalo, ¿con quién estás hablando? Ítalo. —Con Felipe. Felipe. —¿Con quién hablás, Ítalo? Ítalo. —Con Mercedes. Felipe. —¿También la trajeron…? Ítalo. —Sí, Felipe… Estamos todos… Elbia también… Con desesperación Ítalo pudo ver cómo se llevaban al hermano, sin que él pudiera hacer absolutamente nada. —Mercedes… Mercedes… ¡Se lo llevan a Felipe! ¡Canallas, canallas, asesinos! ¡No tienen perdón de Dios…! ¡No tienen corazón! ¡Dejen a mi hermano!
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Víctima de un ataque de nervios, no puede más gritar y sollozar golpeando los barrotes de su calabozo. Mercedes también les grita desde su celda: —¡Déjenlo! ¿No ven que está herido…? Pero nada hace cambiar los planes de los uniformados.[525]
La última acción desesperada conocida de Felipe fue la entrega a Ambrosio Ovidio Brochero, un compañero de prisión que estaba por salir, de un papelito con sus datos y el teléfono de la fábrica y de la UOM. El abogado del sindicato, Fernando Torres, interpuso un hábeas corpus en el juzgado de doctor Ángel Bregazzi por todos los detenidos. La policía negó tener detenidos con esos nombres. Torres repitió el trámite en La Plata, con el mismo resultado. Al recibir el papelito de Vallese, el abogado se presentó en la comisaría de San Martín y, como le pasaría a más de un colega y a muchísimos familiares en los setenta, le contestaron que no estaba ahí… y le desearon «suerte» en la búsqueda. Torres llegaría a pedirle al juez federal de San Martín el allanamiento de la comisaría, pero nadie de esa «Justicia» cómplice movió un dedo. La bonaerense perpetraba entretanto otra infamia: en un comunicado decía que los compañeros de prisión de Felipe fueron detenidos el 1.o de septiembre en José Ingenieros, por portación de armas y material de propaganda subversiva. Tiempo después todos los detenidos fueron liberados, menos Vallese, de quien nunca más se supo nada. Con imágenes que hoy resultan siniestramente familiares, en los carteles que comenzarían a reclamar por él, bajo un gran título que decía «Desaparecido» aparecían su nombre y su retrato de la libreta de enrolamiento. En el texto de esos carteles, sus compañeros exigían saber «¿Dónde está Felipe Vallese?» y planteaban un terrible interrogante: «¿Quién será el próximo?».[526]
El huevo de la serpiente Rodolfo Walsh critica en ¿Quién mató a Rosendo? la actitud del líder metalúrgico Augusto Vandor frente a la desaparición de Vallese: Hay desde luego quienes no se conforman: protestan, agitan, piden asambleas. Actúa entonces el segundo escalón del aparato [vandorista]: una buena paliza suele disuadir al perturbador. Si aun eso es insuficiente, […] puede aparecer con un tiro en la cabeza en un camino suburbano. Esto no sirve cuando el rebelde tiene ciertas condiciones, cuando se llama Felipe Vallese y es un luchador sin miedo. Aparece aquí el tercer escalón: la policía. Secuestra, tortura, mata. No importa que el secuestrado en la comisaría de Villa Lynch dé a dos detenidos que salen en libertad el número telefónico de la UOM; no importa que en efecto, llamen ahí: «El sindicato no mueve un dedo». No importa que todavía haga llegar a Vandor un mensaje desesperado
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donde dice que lo están destrozando; el papelito se pierde, Vallese es «comunista».[527]
Mercedes Cerviño de Adaro conocería tres días después en carne propia los procedimientos que seguramente habían llevado a la muerte al joven militante peronista. Barraza los reproduce y nos remite a los mismos métodos con los mismos siniestros personajes de la última dictadura cívico-militar: Mercedes es introducida en una casa por un pasillo angosto que da a una habitación y al sacarle el vendaje de los ojos le avisan que van a aplicarle la picana. Puede observar las camillas, las sogas y las gomas. Todo eso que forma parte del ritual. —Ves todo esto —le dicen nerviosos—. Es la picana. Con esto vas a hablar. —Ella reconoce la voz del que la llamaba «Merceditas». Nuevamente vendada la obligan a desvestirse, pero Mercedes sólo se saca el tapado… el resto de la ropa se la arrancan a jirones. Entre dos la sientan en una camilla sujeta al piso, le colocan las bandas elásticas, la atan de pies y manos y le untan el cuerpo con un pincel empapado en vaselina. —Mirá esta hija de p… Dieciséis años que vengo haciendo este trabajo y jamás he visto tanta serenidad… La corriente eléctrica corre entonces por todo el cuerpo de Mercedes. Su cuerpo es quemado por el aparato infernal, mientras le preguntan: —¿Dónde está Rearte? ¿Qué sabés de la calle Gascón? ¿Dónde están los uniformes? —La quieren convencer—: En tu casa había un bolsón con armas. Mercedes con el cuerpo electrizado repetía: «En mi casa había un bolsón con armas…». —¿Por qué lo decís? ¿Por tu propia convicción o porque te lo decimos nosotros? —Porque lo dicen ustedes… —contesta Mercedes. Como lo que le están haciendo no da resultado, aumentan las torturas. Entonces le pasan dos picanas. Mercedes soporta todo en silencio; nadie más que ella sabe cuán pesado fue soportar esa cruz, pero sabía también que el silencio es el mejor antídoto contra esos anormales. —Son duros ustedes… mueren por la causa, no hablan… Pero te vamos a matar. Primero te vamos a aplicar la picana todas las noches. No vas a poder aguantar estas sesiones. Después te vamos a tirar al mar… Inventar cualquier cosa hubiera significado su perdición, porque entonces creerían que sabía algo y no hubieran parado de aplicarle el aparato, tratando de sacarle más. Cuando Mercedes se desvanecía, el que la llamaba «Merceditas», de cuclillas sobre la camilla, le daba trompadas en la cara para «hacerla reaccionar». Y vuelta a empezar. Las aplicaciones iban desde la cabeza a los pies. En la cabeza, para que se le «refresque la memoria» y en los pies, «porque es muy bueno para los callos», le decían. Cuando gritaba le ponían picana en la boca y luego por todo el cuerpo. En los lugares más sensibles. La corriente aumentaba y declinaba según convenía para lograr un «shock» mayor. Por ser la primera sesión, dos horas y media bastaba: la visten, le devuelven el reloj (¡qué delicadeza!) y la tiran a una colchoneta con las manos y pies atados hasta el momento de partir. Varios individuos le preguntan qué hace allí y por qué la llevaron. Otro, que dijo llamarse García, ella no lo pudo ver, le contó que lo habían llevado por lo de la calle Gascón pero que no se iba a dejar pegar. Lo único que tratan es de confundirla. Pocos minutos después la desatan y la llevan a la rastra hasta el coche.[528]
Luego sería visitada por el doctor Medone, un típico médico represor, de esos que 238
evaluaban cuánto tiempo había que esperar para seguir torturando a un detenido. Con Medone tuvo lugar esta escena que lamentablemente nos suena muy familiar: Le pregunta qué le pasó, mientras le toma el pulso, y Mercedes le explica que le pusieron la picana. —¿Qué picana? —Usted sabe bien qué picana —contesta Mercedes. —Bueno —dice el doctor Medone—, quédese tranquila que eso no va a pasar más. Yo voy a hablar con el comisario para que no permita que se la vuelvan a llevar, pero de cualquier manera, si usted sabe algo, dígalo.[529]
Todo esto ocurría en aquella Argentina de 1962, durante el gobierno de José María Guido y sus jefes cívico-militares, que anticipaba, trasluciéndose como en el huevo de la serpiente, lo que en versión aumentada traerían las dictaduras de 1966-1973 y 1976-1983. De aquel muchacho peronista de veintidós años, Felipe Vallese, queda su hijo Felipe Eduardo,[530] el recuerdo y la lucha de sus compañeros que gritaban en cada movilización «un grito que estremece, Vallese no aparece», una calle en Caballito y el salón de actos de la CGT que llevan su nombre. Su cuerpo, como el de miles de argentinos comprometidos con su tiempo, sigue sin aparecer. Se estaba ensayando un método que haría tristemente célebre a la Argentina en el mundo.
De colores La de los Toranzo Montero era una familia de golpistas. Uno le había hecho la vida imposible a Frondizi y ahora el hermano, Federico, encabezó, según su saber y entender, otro intento sedicioso. Empezó por desconocer al secretario de Guerra, Juan Bautista Loza, acusándolo de ser muy blando con los peronistas y de haber asumido el cargo de comandante en jefe sin respetar la tradición que obligaba a nombrar al oficial de mayor antigüedad en la fuerza, o sea el propio Toranzo. Así que decidió autoproclamarse en el cargo que según él le correspondía, como parte de un plan que se proponía defenestrar a Guido y entronizar nada menos que al general Arturo Ossorio Arana, un fino exponente del gorilismo militar. La cosa se complicó porque varios generales en actividad se solidarizaron con el rebelde; con el único apoyo del general Rauch, Loza terminó renunciando y fue reemplazado por su colega Carlos Eduardo Señorans. Pero esta designación tampoco era del agrado del señor Toranzo Montero, quien con el apoyo de otros veintiún generales y el ya institucionalizado desplazamiento de tanques y camiones con soldados por nuestros parques, plazas y puentes, asumía por su cuenta la comandancia del Ejército. 239
A las 2.40 de la madrugada del 10 de agosto, mientras casi todos los argentinos dormían, el presidente habló por la cadena nacional, que debió ser una de las menos escuchadas de la historia, y dijo: Ante la gravedad del momento y consciente de la responsabilidad que todos estamos asumiendo ante la historia, como presidente de la República me dirijo a todas las tropas del ejército en movimiento, ordenando una tregua, durante la cual las mismas deberán permanecer en el lugar en el que se encuentran, sin variar de posición. Asimismo me dirijo al jefe disidente invitándolo a que comparezca en un plazo de una hora en la residencia presidencial de Olivos. Ninguna razón fundamental justifica el posible derramamiento de sangre entre argentinos. En nombre de la Patria pido serenidad y cordura. [531]
Uno de los pocos que escuchó el discurso fue el general Señorans, quien de inmediato presentó su renuncia por entender que Guido estaba cediendo otra vez ante los golpistas: hablar de «tregua» dejaba de lado las sanciones a los implicados en la asonada. En negociaciones en las que el presidente de la República no tuvo arte ni parte y de cuyo contenido ni siquiera fue consultado, los militares, verdaderos gobernantes del país, decidieron nombrar en la Secretaría de Guerra al general José Octavio Cornejo Saravia, miembro de la oligarquía salteña, y al frente del Comando en Jefe al director de la Escuela Superior de Guerra, general Juan Carlos Túrolo, curiosamente, hombre de amistad de Toranzo. Perkins fue reemplazado en el Ministerio del Interior, «a pedido del público», por el católico de derecha Carlos Adrogué, que había sido uno de los ministros de Educación de Aramburu. A los cinco días, Adrogué quiso renunciar pero le sugirieron que se quedase. Al Ministerio de Defensa llegó otro hombre de la «Libertadora», Adolfo Lanús, antiguo secretario de Prensa y embajador del presidente-fusilador Aramburu, que como se ve tenía plantel de sobra para recomendar. Pero Guido no tendrá paz. A los pocos días, unos ciento veinte oficiales le escribieron una carta pidiéndole lisa y llanamente que lo echara a Túrolo. Guido lo reemplazó obedientemente por el general rivadaviano Bernardino Labayrú, ex jefe de la Casa Militar durante el gobierno de Lonardi, pero que desde antes de la «Libertadora» era incondicional de… y sí, Aramburu. El debate, por llamarlo de algún modo, en las filas castrenses seguía abierto. La conveniencia o no de la dictadura que mencionaba el general Picca en su documento, seguía planteada. En una conferencia pública, el general retirado Benjamín Rattenbach decía: De un tiempo a esta parte se oyen opiniones a favor de un régimen de facto, una dictadura, que tendría por objeto limpiar a la administración pública de su actual corrupción y educar
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paulatinamente al pueblo para el ejercicio consciente de la democracia. No podemos estar de acuerdo con esto y a tal fin nos remitimos de nuevo a la experiencia del pasado. En realidad, ninguno de los gobiernos de facto que hemos tenido ha traído consigo un mejoramiento sensible en la vida nacional.[532]
También terció en la cuestión el general de caballería Juan Carlos Onganía, a través de un memo que hizo público el 28 de agosto de 1962: Las sucesivas crisis que ha sufrido el Ejército han tenido comentada repercusión en el medio militar y civil, con doloroso detrimento para la institución. Se ha visto la disciplina relajada a límites que hasta ahora no se habían alcanzado, llegándose al extremo de admitir actitudes que siempre se consideró inaceptables, y que están claramente señaladas en los reglamentos como delitos o como falta de disciplina que en otros casos constituyen violación de la ética militar […] los relevos y nombramientos recientes parecerían demostrar el propósito de que el mando de las unidades quede en aquella parte del Ejército que sucesivamente desconoció la autoridad de dos secretarios y que se alió a la Marina para imponer su voluntad…[533]
Se estaban dando los pasos para conformar un comando de oficiales de caballería «legalistas», que pronto serían llamados azules,[534] entre los que estaban el general Onganía y los coroneles Manuel Laprida, Alcides López Aufranc, Julio Aguirre, José Herrera y Julio Alsogaray, y otros dos futuros dictadores: Roberto Marcelo Levingston y Alejandro Agustín Lanusse. Las comillas sobre la condición de legalistas las irían poniendo ellos mismos con sus futuras actuaciones. Del otro lado quedaban quienes propiciaban la vuelta a los «principios de la Libertadora», con un gobierno directamente en manos de los militares, la dictadura de la que hablaba Picca. En los meses siguientes serían conocidos como colorados. La base de la oposición entre ambos bandos coloreados se hallaba en su concepción respecto del peronismo. Los dos grupos facciosos eran antiperonistas, pero mientras los colorados consideraban al peronismo como un movimiento de clase «sectario y violento» que podría dar lugar al «comunismo», los azules pensaban que pese a sus «excesos» y «abusos», el peronismo seguía siendo una fuerza «nacional y cristiana» que había evitado y podría seguir evitando que la clase obrera se volcase hacia el mayor enemigo, el comunismo.[535] Los azules se opusieron a Perón porque había pretendido politizar el Ejército y ponerlo a su servicio, actitud que, según su entender, ponía en peligro los valores militares. Entre los colorados, su acendrado gorilismo era, en mayor medida, político y social. Para ellos, el peronismo había desatado el «resentimiento» de la clase obrera y socavado con su «demagogia» los fundamentos de la jerarquía social. Los colorados, que en su mayoría permanecieron en el Ejército hasta 1955, habían participado directamente en la «Libertadora». Para estos oficiales, así como para numerosos argentinos de clase media, el obrerismo de Perón era de naturaleza 241
«subversiva». Como salida política pretendían una dictadura militar que pudiera eliminar todo vestigio de peronismo. El sector de los azules, o «legalista», proponía en cambio un nuevo ensayo constitucional que integrara a los peronistas detrás de la figura de un líder militar. Sin Perón, claro.
De cómo el azul y el colorado destiñen Años más tarde, un protagonista de esos enfrentamientos, Horacio Ballester, recordaría: En este absurdo enfrentamiento ambos bandos nos proclamábamos legalistas, leales e institucionalistas, y acusamos al otro de rebelde, con lo cual era imposible reconocernos hasta para nosotros mismos. Por tal razón optamos por designarnos con los colores que caracterizan a los diferentes bandos en los ejercicios con tropas a dos partidos y en las maniobras militares: azules y colorados. No sé cuál fue el criterio para la elección de los colores, pero cierto resultó que a los profesionales institucionalistas se nos denominó azules y a quienes pretendían «profundizar la revolución», se los designó colorados […]. Se vivió una vez más lo que vi siempre en el Ejército en este tipo de desgraciados acontecimientos: una minoría de un lado, otra minoría del otro y, en el medio, una masa informe especulando, esperando que el panorama se aclarase para ponerse del lado del sector ganador.[536]
No está de más aclarar que la «revolución» de la que hablaba Ballester era la «Libertadora». Rosendo Fraga[537] señalaba en un reportaje: El sector azul era más contemporizador con el peronismo; el sector colorado era marcadamente antiperonista; es decir, en última instancia el gran argumento del sector colorado para ir a un régimen de facto era que no se podía ir a elecciones porque, si se hacían elecciones, terminaba ganando el peronismo y no se podía dar el poder al peronismo. Paradójicamente, los radicales tenían simpatía por los colorados, por antiperonismo. Cuando Illia asume en el 63, lo primero que hace es «amnistiar» a los militares colorados que habían pasado a retiro por haber sido derrocados por los azules meses antes. El peronismo veía con más simpatía el desarrollismo de Frondizi y a los azules porque propiciaban una política de mayor integración con el justicialismo.[538]
Por su parte, Oscar Camilión coincidía con Fraga en cuanto a la relación de los colorados con el radicalismo del pueblo: Los colorados eran intransigentemente antiperonistas y muy vinculados al radicalismo del Pueblo. Por ejemplo, dos colorados, aunque en ese momento eran de jerarquías menores, eran Videla y Viola, y eran de mentalidades muy afines al radicalismo. Sobre todo Viola. Viola era un radical perfecto. Yo lo conocí muy bien, como usted se imaginará.[539]
Desde otro ángulo ideológico completamente distinto, señalaba Rogelio García 242
Lupo: La guerra de los militares azules contra los militares colorados, que se desarrolló a partir de una insubordinación en la guarnición de Salta en agosto de 1962, presenta algunos puntos oscuros para los historiadores, pero fue mucho más oscura para los propios protagonistas y para quienes como yo debíamos escribir sobre ella día por día. Los azules deseaban la institucionalización del peronismo, aunque rechazaban a Perón. Los colorados preferían prolongar el régimen provisional formado después del derrocamiento de Frondizi justamente para impedir que el peronismo retomara el poder. Cómo fue posible que, a partir de estos dos propósitos, la virtual guerra civil desembocara en una batalla contra los rojos excede al análisis del momento. Esta derivación llegó a trastornar el juicio de muchas personas, no ya de los militares, siempre honradamente paranoicos con relación al comunismo, sino aun de analistas políticos y periodistas. De un día para otro, los azules comenzaron a atacar a los colorados recordando que «después de Batista viene Fidel Castro» y que «la dictadura siempre lleva al comunismo». Toranzo Montero, jefe colorado, replicaba entonces que «en nuestras almas reina el Cristo y no el Anticristo». Los azules respondían que «el peronismo es una fuerza nacional y cristiana que permitió salvar a la clase obrera del comunismo», adonde iría a parar en caso de triunfar los colorados. Estos contestaban que el «estado de guerra revolucionaria comunista» ya había comenzado, por obra de los azules. Y así siguiendo.[540]
En su notable libro El estado burocrático autoritario, Guillermo O’Donnell señalaba que hacia 1962 existía una «reacción profesionalista» en el Ejército, que «apuntaba a lograr cohesión interna, aumentar la capacidad operativa de las Fuerzas Armadas y capacitarlas para la comprensión de problemas sociales desde la óptica de las doctrinas de seguridad nacional que comenzaba a prevalecer en el continente». El diagnóstico que guiaba a esta reacción vinculaba la crisis interna a la misma participación de los militares en la política: «En contraste, lo que los profesionalistas proponían eran unas Fuerzas Armadas “por encima de la política”, dispuestas a intervenir solo en situaciones —que se reservaban definir— de inminente amenaza a la seguridad nacional». Esto implicaba un «volver a los cuarteles» y mantener la subsistencia del sistema electoral, aunque con la proscripción del peronismo.[541] Claro que, como señalaba el mismo O’Donnell, «si con ello las Fuerzas Armadas quedaron por “encima de la política”, no quedaron fuera de ella». Esto se vería claramente en 1966 al derrocar a Illia, cuando con «las Fuerzas Armadas recohesionadas e impregnadas de la doctrina de seguridad nacional, ese golpe sería resuelto y ejecutado por sus líneas formales de comando, no ya en apoyo de tal o cual sector civil, sino invocando metas de “transformación estructural”». El avance del sector ultragorila sobre Guido era grosero, y lo llevaban adelante los propios secretarios militares, el terrestre general Cornejo Saravia, el marino almirante Gastón Clement y el aéreo brigadier Rojas Silveyra. Mientras la olla castrense sumaba presión, los tres secretarios le impusieron al supuesto jefe del 243
Ejecutivo que firmase el decreto 9204/62 que disolvía el Congreso, como para que nadie se tentase con levantar el «receso» impuesto a sus sesiones en el mes de mayo. La fecha del decreto debería haber llamado a la reflexión a un presidente de origen radical como Guido: 6 de septiembre.[542] Los jefes militares también le recordaron el acta que había firmado contra el comunismo y el peronismo para encarar una más dura represión y una firme intervención en la vida interna de los sindicatos, y prohibirle al gobierno decretar aumentos masivos de salarios.
Juegos de guerra Solo les faltaba lanzarse con las armas en las manos contra los llamados «legalistas» o «azules». Estos últimos tenían a Campo de Mayo como sede y a su jefe en la persona del general Onganía, con la colaboración de civiles como Mariano Grondona y José Enrique Miguens,[543] quienes se encargaron de la acción psicológica. El 13 de septiembre de 1962, los azules decidieron pasar a la acción, anticipándose a sus adversarios, y dieron a conocer un memorándum titulado «Objetivos y Resolución del Ejército», que constituía una proclama o «comunicado», término que popularizarían de ahí en más. El memorándum de quienes se atribuían constituir «el verdadero Ejército», decía: Durante las sucesivas crisis que han conmovido al país durante los últimos tiempos, se ha puesto evidentemente de manifiesto el propósito de un reducido grupo de generales, almirantes y políticos sin posibilidades, de adueñarse del poder a espaldas de la ciudadanía y de la Constitución. El logro de tal propósito significará que el pueblo argentino verá, una vez más, traicionado su derecho y su vocación de vivir en la democracia y la libertad. Estos grupos interesados están tratando por todos los medios de agudizar y explotar la debilidad del actual gobierno, para jugar con la inestabilidad política y la tensión social hasta llegar a la «necesidad ineludible» del golpe de Estado, adueñarse del poder e instalar un gobierno militar por varios años. Esos son sus objetivos definidos y su resolución irrevocable.[544]
Decían, además, que querían ser mandados por militares, no por militares políticos, y «ser Ejército», para «mantener y afianzar al actual Poder Ejecutivo y asegurarle la suficiente y necesaria libertad de acción» contra el «grupo que propicia la dictadura» y en defensa de mantener el llamado a elecciones. Era una curiosa asonada contra el gobierno para fortalecer al gobierno, lo que mostraba la particular situación tragicómica de Guido. Su ministro del Interior, Perkins, de claras simpatías coloradas, comenzó a negociar sanciones y relevos para los azules (entre otros, los de Pascual A. Pistarini y Julio Alsogaray y el del jefe del Estado Mayor del Ejército, Eduardo Luchessi), pero los hombres de Campo de Mayo respondieron enérgicamente que no aceptarían ninguna destitución, cambio de destino 244
o relevo. Tras una tensa semana, el 20 de septiembre los azules se hicieron fuertes en Campo de Mayo al mando de Onganía, dispuestos a resistir los cambios propuestos, mientras llenaban de tanques sitios estratégicos de Buenos Aires. El ministro de Defensa y el secretario de Guerra ordenaron rodear Campo de Mayo con las fuerzas coloradas. En medio del caos, Guido intentó renunciar, pero sus mandantes no lo dejaron; lo necesitaban para conservar el ya más que tenue aroma a legalidad. Desbordado por la situación, el hombre que no quería ser presidente le habló al país de esta manera, el día de la primavera de 1962: Consciente de la grave responsabilidad del momento y de las dramáticas horas que vive el país, en mi condición de comandante en jefe de las Fuerzas Armadas y velando por la paz de la República, decreto: Primero, deben cesar de inmediato todas las operaciones. Segundo, todas las unidades de cualesquiera de las tres fuerzas armadas que se hubieren movilizado, fuerzas de seguridad o policiales, deben de inmediato regresar a sus respectivos cuarteles o acantonamientos, marchando hasta el crepúsculo vespertino las que no alcancen a llegar a ellos, pasando entonces a vivac y reanudando la marcha con las primeras luces del crepúsculo matutino. Y comunico: Que me he hecho cargo interinamente de la Secretaría de Guerra, por haber aceptado la renuncia presentada por el señor general José Octavio Cornejo Saravia. Que han sido relevados de sus cargos de comandante en jefe y jefe del Estado Mayor del Ejército, respectivamente, los señores generales Juan Carlos Lorio y Bernardino Labayrú. Que he convocado a todos los señores generales en actividad a una reunión que tendrá lugar dentro de las cuarenta y ocho horas, y espero que ella me servirá para formar un juicio preciso sobre las demás medidas que deberé adoptar. Que triunfe la serenidad. Que Dios proteja a la República.[545]
Pero ni Lorio ni Labayrú aceptaron su relevo, con lo cual la crisis se mantenía. La siempre solícita Marina echó leña al fuego con un comunicado donde hacía responsable a Guido por lo que había pasado, pasaba y podría pasar y, con un dejo de surrealismo, arrojaba la sospecha de que la culpa de todo la tenían los comunistas: La Armada, ante los tristes y graves acontecimientos que vive el país, se ha mantenido hasta ahora en mesurada actitud, para no agravar el caos existente, y procura en todo momento, a través de su correspondiente autoridad, el señor Secretario de Marina, aconsejar lealmente al Poder Ejecutivo, en forma de llegar a una solución pacífica y positiva para los intereses nacionales. Pese a este esfuerzo, la Armada no ha logrado por la vía del Poder Ejecutivo materializar sus sinceros propósitos de conciliación, y en consecuencia, y ante los fundamentos de la renuncia presentada por el señor Secretario de Marina, responsabiliza al presidente de la Nación del enfrentamiento y lucha entre fuerzas del Ejército, que aún se mantiene, y le adjudica la culpabilidad de no haber evitado, mediante el cumplimiento estricto
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por los convenios existentes, los posteriores siniestros y víctimas producidas, entre los cuales, lamentablemente, no solamente hay que incluir a militares sino también a civiles. Pareciera que lo que viene sucediendo en la República forma parte de un plan premeditado para provocar el caos general y entregar al país a cualquier tipo de comunismo o extremismo, a cuya consecución se llegaría mediante la disociación de las instituciones. Por ello hace un llamamiento general a las otras fuerzas armadas para que suspendan de inmediato las hostilidades, y en consecuencia invita a los distintos comandos para que con representantes de todos los sectores involucrados se realice a la brevedad una reunión en la cual se consideren las bases para la reorganización del gobierno nacional y los acuerdos necesarios para llegar a una conciliación que permita remediar la total ausencia de autoridad gubernativa y que ponga coto a la cruenta lucha fratricida entre argentinos.[546]
Los colorados del gobierno acusaron a Guido de azularse y así se fueron Adrogué, Lanús y el almirante Clement.
Hora Clave Los enfrentamientos duraron cuatro días, en los que quedó clara la superioridad militar azul. Los azules tomaron emisoras desde donde lanzaban comunicados destinados a sus camaradas en particular y a la población en general. El más célebre fue el que marcaba su victoria sobre los colorados, que llevó el número 150 y fue emitido a las 12 del mediodía del 23 de septiembre. Creemos que es muy importante su lectura porque prácticamente nada de lo dicho será respetado: El gran drama vivido en los últimos días ha sido la culminación de los esfuerzos y ansiedades de aquellos hombres que creyeron que, antes que nada, el país debía reencauzarse por el camino de la Constitución. Nuestro objetivo en lo nacional es mantener el actual Poder Ejecutivo y asegurarle la suficiente y necesaria libertad de acción, en la medida que su cometido sea conducente al cumplimiento de los compromisos contraídos con el pueblo de la Nación, a fin de concretar en el más breve plazo la vigencia de la Constitución. En lo militar, se persigue al restablecimiento de la justicia, base de la disciplina, el respeto a las leyes y reglamentos, sin discriminaciones en su aplicación. Creemos antes que nada, que el país debe retornar cuanto antes al pleno imperio de la Constitución que nos legaron nuestros mayores. En ella y solo en ella encontraremos todos los argentinos las bases de la paz interior, de la unión y la prosperidad nacionales, que han sido gravemente comprometidos por quienes demostraron no tener otra razón que la fuerza, ni otro norte que el asalto del poder. Sostenemos que el principio rector de la vida constitucional es la soberanía del pueblo. Solo la voluntad popular puede dar autoridad legítima al gobierno y majestad a la investidura presidencial. Propiciamos, por lo tanto, la realización de elecciones mediante un régimen proporcional que asegure a todos los sectores la participación en la vida nacional; que impida que alguno de ellos obtenga por medio de métodos electorales que no responden a la realidad del país, el monopolio artificial de la vida
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política; que exija a todos los partidos organización y principios democráticos y que asegure la imposibilidad del retorno a épocas ya superadas; que no pongan al margen de la solución política a sectores auténticamente argentinos que, equivocada y tendenciosamente dirigidos en alguna oportunidad, pueden ser hoy honestamente incorporados a la vida constitucional. Sobre esta base de concordia se ha de lograr entre todos los argentinos, que solo desean trabajar en paz por la grandeza de la Nación y por su propio bienestar. Creemos que las Fuerzas Armadas no deben gobernar. Deben, por lo contrario, estar sometidas al poder civil. Ello no quiere decir que no deben gravitar en la vida institucional. Su papel es, a la vez, silencioso y fundamental: ellas garantizan el pacto institucional que nos legaron nuestros antecesores y tienen el sagrado deber de prevenir y contener cualquier empresa totalitaria que surja en el país, sea desde el gobierno o de la oposición. Quiera el pueblo argentino vivir libre y pacíficamente la democracia, que el Ejército se constituirá, a partir de hoy, en sostén de sus derechos y en custodio de sus libertades. Estamos absolutamente convencidos de que no habrá solución económica ni social de los graves problemas que nos aquejan sin estabilidad política ni paz interior. Las Fuerzas Armadas deben tomar su parte de responsabilidad en el caos que vive la República y enderezar el rumbo de los acontecimientos hacia el inmediato restablecimiento de estos valores. Una vez cumplida esta urgente tarea, podrán y deberán retornar a sus funciones específicas con la certeza de haber cumplido un deber y de haber pagado una deuda. Confiamos en el poder civil. Creemos en nuestro pueblo. A sus representantes les dejamos la solución de los problemas argentinos. Como hombres de armas, cumplimos la sagrada misión de hacer posible la democracia, mediante la ofrenda de nuestras vidas. Que el pueblo argentino, sin distinción de clases ni de partidismos y dueño de las grandes intuiciones, sepa seguirnos en esta lucha, que es la suya. Levantemos, pues, las banderas que darán a esta tierra paz, progreso y vocación de grandeza: el imperio de la Constitución, la efectiva vigencia de la democracia y la definitiva reconciliación entre argentinos.[547]
El redactor del este comunicado 150 era Mariano Grondona, quien comentaba al respecto: El problema de los azules era que, más fuertes militarmente, perdían siempre la guerra de comunicados, de telegramas, con la cual los colorados, dueños de las posiciones formales de poder en el Ejército, ganaban las crisis políticas. Era necesaria una confrontación que demostrase la verdadera relación de fuerzas. Durante el predominio colorado los azules empezaron a conspirar. La idea no era, por supuesto, destituir al presidente Guido, sino a la cúpula del Ejército. La figura del general Onganía empezaba a proyectarse. En septiembre de 1962 el coronel Julio Aguirre me pidió que redactase una proclama. Así lo hice. En ella se reclamaba el regreso a la Constitución. La revuelta estalló al fin, con Onganía firmemente establecido en Campo de Mayo. Pero mi proclama no aparecía. Otro profesor de la Escuela Superior de Guerra, José Enrique Miguens, instalado en Campo de Mayo, redactaba mientras tanto los comunicados del bando azul, cuyo leitmotiv era: «Estamos dispuestos a luchar para que el pueblo vote, ¿están ustedes (los colorados) dispuestos a luchar para que no vote?». Durante la lucha, similar a unas grandes maniobras no exentas de riesgo —la Argentina verdaderamente violenta de los años setenta se hallaba aún muy lejos—, Miguens emitió 149 de estos comunicados. Por fin, cuando los colorados se declaraban vencidos, Julio Aguirre me llamó un día y me dijo: «poné la radio». Lo hice y, ante mi sorpresa, escuché el comunicado 150, el último de la serie, que no era otro que mi proclama con un nuevo
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encabezamiento. Por única vez en la historia de nuestra inestabilidad la proclama se emitía al final y no al principio de una revolución. Desde entonces acompañé a Rodolfo Martínez en el Ministerio del Interior, como subsecretario, para imponer las ideas azules. A fines de marzo de 1963, sin embargo, debimos renunciar ante el inminente alzamiento de la Marina, que ocurrió el 2 de abril. Cuando ella también fue derrotada por el comando azul, se me pidió otra vez un comunicado programático: el número 200. Lo escribí con el mismo espíritu que el 150. Nunca se emitió. En su lugar se publicó otro, redactado por Álvaro Alsogaray, el general Villegas, el propio Lanusse, y el ideal azul de una nueva democracia sin restricciones, pluralista y tolerante, quedaría postergado una vez más.[548]
El «triunfo» azul determinó la expulsión de Toranzo Montero de la comandancia y su arresto. El cargo vacante fue llenado por la figura militar en ascenso, el general Juan Carlos Onganía, quien designó, sin siquiera preguntarle al presidente, al general Benjamín Rattenbach en la Secretaría de Guerra. Al respecto nos contaba su hijo Augusto: Cuando empieza la división entre azules y colorados, los que éramos azules nos fuimos a Campo de Mayo, a la Escuela Lemos. Ahí estaba el general Onganía, que manejaba todo eso y toda la plana mayor que nos habíamos ido del Estado Mayor y de la Escuela de Guerra. En un momento me llama Onganía y me dice: «Vaya a hablar con su padre y dígale que lo queremos para secretario de Guerra del movimiento azul». Mi viejo no quería mandar una parte y sacrificar la otra. Entendía que alguien tenía que agarrar la manija. Tal era el caos en el que se encontraba el país que cuando mi padre asume como secretario de Guerra, lo buscamos a Guido que era, supuestamente, el presidente provisional del país. Y no lo podíamos encontrar por ningún lado. Se había escondido. Eso da una idea de cómo se dan las cosas. A mí me pusieron al lado de mi viejo y me dijeron que redactara el decreto de nombramiento, algo para lo cual había que tener mucha cancha y además, ¿a quién se lo doy, quién lo firma? Entonces, sentado en el auto, mientras avanzábamos, yo iba redactando el borrador del decreto que lo nombraba a mi padre como secretario de Guerra y se lo hicimos firmar al doctor Guido cuando lo encontramos. Ese quedó como decreto formal. […] La relación entre mi padre y Onganía era mala, porque ambos mandaban y no puede haber dos cabezas. Mi padre se cansó de esa dualidad, era muy deteriorante. Mi padre tenía el poder político y Onganía el poder militar, y las armas pesan más que las palabras.[549]
Guido recordaba un episodio que le había tocado vivir con Rattenbach durante los seis meses que estuvo en el cargo de secretario: Recuerdo que hacia octubre o noviembre de 1962, ya triunfantes los «azules», un día el Secretario de Guerra Rattenbach pidió hablar urgentemente conmigo. Eran las tres de la tarde y yo descansaba. Ante el pedido, me vestí y lo recibí. «Presidente —me dijo solemnemente Rattenbach—, vengo a verlo porque mi Servicio de Informaciones me transmite la certeza de que usted está actuando de acuerdo con instrucciones que le transmite Frondizi». «Vea, general Rattenbach —le contesté sin disimular mi fastidio—, le voy a contestar con la franqueza que merece la valiosa cooperación que usted está prestando a mi gobierno; esa acusación es totalmente falsa. En cambio, permítame que le diga lo siguiente: el jefe de su
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Servicio de Informaciones es uno de esos señores que cree que Frondizi es un demonio y yo, un pobre diablo…». Rattenbach se excusó y así terminó este episodio un poco absurdo. Pero hay que recordar quién era el jefe del Servicio de Informaciones del Ejército en ese momento: el entonces coronel Roberto Marcelo Levingston…[550]
Hay que pasar la primavera Uno de los primeros intérpretes del comunicado 150 fue Álvaro Alsogaray, ministro de Economía, interino de Trabajo y hombre clave de los azules, uno de cuyos jefes era su hermano Julio. Alsogaray dijo entonces: Si los ciudadanos peronistas quieren hacer uno o varios partidos conforme a la Constitución, a la democracia y las Leyes de la República, nadie debería impedírselo; si quieren utilizar dichos partidos para reimplantar el régimen o sistema peronista, la Justicia Electoral debe absolutamente negárselo. Estos conceptos están implícitos en el Comunicado 150 de Campo de Mayo.[551]
La preguntonta sería: ¿para qué querrían los seguidores de Perón «hacer uno o varios partidos peronistas» sino para instalar el sistema peronista? Según Aramburu, la participación de Alsogaray en la guerrita de azules y colorados no fue por amor al color azul: Cuando en el seno del Ejército se produjo, en setiembre de 1962, el grave conflicto que entonces y ahora lamentamos, Alsogaray participó en él, con espíritu de combatiente de guerra civil, facilitando un millón de dólares (del Estado, naturalmente) para la adquisición en Bélgica de proyectiles perforantes capaces de echar a pique al portaaviones «Independencia» y otras unidades de la Escuadra. El doctor Manuel Ordóñez denunció esto ante las cámaras de televisión de Canal 9, el 8 de octubre de 1962, reiterado ante las mismas cámaras el 17 de aquel mes por un periodista. Ni Alsogaray ni los que actuaron de agentes compradores, señores Musich y Camilión, han rectificado en grado alguno la grave denuncia.[552]
Por iniciativa de Alsogaray, Guido disolvió por el decreto 10.026, del 28 de septiembre de 1962, la Comisión Nacional de Investigaciones que se ocupaba de los ilícitos cometidos durante el gobierno de Frondizi. Uno de ellos fue el de la compra de cuatrocientos vagones japoneses que involucraba al ingeniero. Según Aramburu: Una «faena» más de Alsogaray: la compra de los coches ferroviarios japoneses Marubeni, que causó al Estado perjuicios por 800 millones de pesos. La operación fue resuelta por él como ministro de Economía. En 1962 disolvió por decreto la Comisión Nacional de Investigaciones que había puesto de relieve su personal responsabilidad en la mencionada operación.[553]
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Finalmente, el gobierno anunció el calendario electoral: las elecciones se realizarían el 7 de julio de 1963 y la entrega del mando, el 12 de octubre. Con vistas a los comicios, dictó un nuevo estatuto para los partidos políticos. Era una pieza de humor de muy mal gusto porque en los considerandos comenzaba diciendo que no había proscripciones y en el articulado detallaba la proscripción del comunismo y «del uso de nombres de personas o derivados en la designación de las agrupaciones, de símbolos de dictaduras pasadas o presentes, de liderazgos del exterior, fueran estos de gobiernos, partidos o individuos».[554] Los autores habían demostrado un denodado esfuerzo en no escribir la palabra Perón o peronismo y se inspiraban sin dudas en el tristemente célebre decreto 4161 de la «Libertadora».
Otra vez sopa Cuenta Antonio Emilio Castello: El 22 de noviembre el doctor Mariano Grondona, que había vuelto a ocupar el cargo de subsecretario del Interior, denunció la existencia de un plan tendiente a derribar al Gobierno, pero lo realmente asombroso fue que culpó nada menos que al cenit y al nadir: a los gorilas y a Perón, a quienes llamó por igual «parásitos del odio argentino». Esa misma noche fueron detenidos varios militares en retiro y algún civil, que en nada bueno andaban: el teniente general Benjamín Menéndez, su hijo el coronel Rómulo Menéndez, los coroneles Manuel Reimundes,[555] Gustavo Eppens y Desiderio Fernández Suárez y el doctor Jorge M. Mayer. Con la única excepción de Reimundes, todos gorilas.[556]
A pesar de las medidas «preventivas» de Grondona, el conflicto estalló luego de la salida de Alsogaray del Ministerio de Economía, a pedido de Rattenbach, y de uno de los derrocadores de Frondizi, el brigadier Cayo Alsina, de la comandancia de la Fuerza Aérea, por pedido de Onganía. Alsina intentó resistir la orden pero no tuvo demasiado eco. Se iba Alsogaray pero venía un compañero de ideas, Eustaquio Méndez Delfino, y permanecían en el gabinete los ultraliberales Horacio García Belsunce en la Tesorería y José Alfredo Martínez de Hoz en la secretaría de Agricultura.
Por siempre Tato El genial Tato Bores, desde la pantalla de Canal 9, analizaba en uno de sus maravillosos monólogos el asunto de azules y colorados:
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El sábado por la mañana estaba por salir de casa y me recomendaron que al volver pasara por la frutería y comprara granadas, si pasaba por una panadería que trajera bombas y cañoncitos, si estaban frescos, ¡para qué me lo habrán dicho! ¡A quién le hago reparto a domicilio! Yo andaba por Plaza Constitución, había un grupo de civiles que estaban preparando un golpe estratégico. Se metieron en una joyería y se llevaron 450 relojes. Entonces les digo «pero ¿qué hacen?», «Sabe qué pasa, queremos saber cuál es la hora en que va a comenzar el movimiento». […] De inmediato me fui corriendo para casa para seguir por radio los acontecimientos en marcha… y qué marcha… tanta marcha que en casa caminábamos todos en dos patas… y qué gran invento que es la radio. […] Usted enchufa la radio y los comunicados salen como chorizos… Por ejemplo, tiene el comunicado número 85 que le dice que el operativo estratégico del conjunto regional H está copado por el ala derecha del comando J, que a su vez está reforzado por las fuerzas de la división permanente. Y usted se queda tranquilo. Porque usted no sabe quién va ganando, pero si los tipos lanzan un comunicado así es que las cosas están bien. Y en el comunicado 86, el comunicado 87 y el comunicado 88 se anulan todos los comunicados anteriores. Yo creo que las batallas ahora se han humanizado mucho con este invento nuevo de los comunicados, porque mientras que ambos bandos están escribiendo se olvidan de tirar tiros. En el futuro las guerras serán comunicados y nada más. Un ejército en frente del otro con cien mil máquinas de escribir y cincuenta mil teletipos. Y a la hora de empezar la guerra, «taca taca taca»… El comando amarillo dice «Nuestras fuerzas avanzan en todos los frentes». Eso lo escucha el comando verde y dice: «No puede ser, hay que contrarrestar con otro comunicado» […] y a todo esto los mariscales van caminando por las oficinas y les preguntan a los dactilógrafos «¿Qué tal? ¿Cómo van las operaciones?», «¡Como la misma mona, mariscal! Los enemigos nos van ganando por cincuenta comunicados», «¡No puede ser! ¡Qué vengan más redactores de comunicados y que empiece la Operación Mimeógrafo!». Y así siguen las cosas hasta que uno de los dos bandos queda tapado de comunicados hasta las orejas y tiene que rendirse, no le queda más remedio, que fue lo que pasó aquí la semana pasada, que la guerra se ganó por 150 comunicados a 0.[557]
Tiempo nuevo El 5 de octubre, Guido y sus jefes, ahora azulados, resolvieron reestructurar el gabinete colocando nuevamente en la decisiva cartera de Interior a Rodolfo Martínez, siempre acompañado por su entrañable discípulo Mariano Grondona, que —como mencionamos más arriba— había vuelto a la subsecretaría. En Relaciones Exteriores colocaron a un hombre de la «Libertadora», Carlos Muñiz. En Educación asumió Alberto Rodríguez Galán y en Defensa, José Manuel Astigueta. Uno de los planes políticos de Guido y Martínez era impulsar la candidatura de Aramburu a la presidencia; pero, aunque usted no lo crea, el proyecto fue vetado por los sectores militares dominantes en el gobierno, que sospechaban que Aramburu se estaba acercando demasiado… a los peronistas. Intentaron luego con la postulación de Onganía, pero la cosa tampoco funcionó. Martínez comenzó a plantear entonces públicamente la necesidad de conformar alianzas con vistas a las próximas elecciones. Al mismo tiempo, basándose en el 251
Estatuto recientemente dictado, autorizaba la actividad del partido neoperonista Unión Popular, fundado por Bramuglia en 1955. Mariano Grondona recordaba una anécdota muy reveladora: En el 62, cuando estaba en el gobierno de Guido, me di cuenta de que teníamos que reincorporar al peronismo, llegar a un entendimiento […]. Dejé de ser antiperonista para ser un no-peronista. Yo nunca había hablado con uno de ellos, y tenía una imagen terrible de lo que eran. Un día lo invité a dialogar a Antonio Cafiero, a mi casa. Y cuando se fue le dije a mi mujer: ¿Viste que estos tipos no son tan monstruosos? Hasta parecen tipos normales.[558]
En esos días hubo una especie de furor por organizar emprendimientos partidarios y frentistas, en mayor o medida pensados como una invitación a los peronistas que no podían expresarse a través de su partido. El ex lonardista general Bengoa lanzó una Unión Nacional, el Tú Guevara una Fuerza Nueva, el peronista Oscar Albrieu el partido Justicia Social y Aramburu daba vida a la más perdurable de esas fuerzas políticas, la Unión del Pueblo Argentino (Udelpa). Incluso John William Cooke propuso formar un Frente Popular, con el padre Hernán Benítez (quien había sido el confesor de Evita) y el dirigente radical disidente Santiago del Castillo. Pero el grueso de la dirigencia peronista, con la bendición del General, comenzó negociaciones con los mandos azules y el reinstalado equipo político de Rodolfo Martínez, con vistas a la legalización de un «Frente Nacional y Popular», donde podrían confluir peronistas (con el nombre de Unión Popular), demócratas cristianos, radicales intransigentes y conservadores populares. Los meses siguientes mostrarían que los azules eran más colorados de lo que decían ser.
1963 El Partido Conservador británico perdió el poder después de doce años, tras dos sonados escándalos. Uno estalló cuando se descubrió que dos funcionarios diplomáticos del gobierno, Donald Maclean y Guy Burguess, espiaban para la Unión Soviética, hacia donde huyeron al ser identificados. El otro tenía connotaciones sexuales y por lo tanto ganó los titulares de los medios sensacionalistas, al conocerse la noticia de las relaciones que mantenía nada menos que el secretario de Guerra de aquel moralista Partido Conservador, John Profumo, con la prostituta Christine Keeler. En Vietnam del Sur, el dictador Ngo Dinh Diem era asesinado por sus propios oficiales. El hecho, al que siguió un golpe de Estado, contó con el respaldo de los Estados Unidos, cada vez más presentes en el país. Moría Juan XXIII, uno de los mejores papas de la historia, comprometido con su tiempo. Dejaba truncas sus intenciones de cambiar radicalmente una Iglesia 252
anquilosada y conservadora. Su prédica sería recogida años más tarde en América Latina por los sacerdotes para el Tercer Mundo que llevarían a la práctica la opción por los pobres planteada por Juan el Bueno. En su reemplazo, los cardenales eligieron a Giovanni Montini, quien llevará el nombre de Pablo VI. Martin Luther King encabezó una multitudinaria marcha a Washington D.C., en reclamo de los derechos civiles para los afroamericanos. Allí, frente al monumento a Lincoln, dijo su famoso discurso del que se recordarán por siempre algunos fragmentos como este: Yo tengo un sueño. Sueño que un día, incluso el estado de Mississippi, un estado que se sofoca con el calor de la injusticia y de la opresión, se convertirá en un oasis de libertad y justicia. Sueño que mis cuatro hijos vivirán un día en un país en el cual no serán juzgados por el color de su piel, sino por los rasgos de su personalidad. Sueño que un día, el estado de Alabama, cuyo gobernador escupe frases de interposición entre las razas y anulación de los negros, se convierta en un sitio donde los niños y niñas negras, puedan unir sus manos con las de los niños y niñas blancas y caminar unidos, como hermanos y hermanas.[559]
La soviética Valentina Tereshkova se convirtió en la primera mujer en viajar al espacio a bordo de la nave Vostok 6. Comenzó a funcionar el llamado teléfono rojo (que en realidad era negro) que conectaba directamente a los líderes de las dos superpotencias mundiales, Kennedy de los Estados Unidos y Kruschev de la Unión Soviética. El mundo se sacudía el 22 de noviembre con el asesinato del presidente estadounidense John Fitzgerald Kennedy en la plaza Dealey de Dallas cuando pasaba por allí en un auto descapotable. Fue detenido y acusado como único autor del hecho Lee Harvey Oswald, quien a los pocos días fue asesinado por el mafioso Jack Ruby cuando se dirigía a los tribunales para declarar. Poco tiempo después se conocieron las reveladoras imágenes tomadas con una cámara casera por Abraham Zapruder que mostraban claramente que los balazos que mataron a Kennedy provenían de al menos dos tiradores distintos, lo que demostraba que no se trataba de la acción de «un loquito suelto», como se describía a Oswald, sino de un atentado fríamente preparado con una logística importante. Según las últimas investigaciones, Kennedy fue víctima de una conspiración de sectores de la mafia, poderosos cubanos anticastristas exiliados y la ultraderecha norteamericana, representante del poderoso conglomerado armamentístico-financiero, interesado en lanzar sin demora una guerra de grandes proporciones sobre Vietnam. Aún queda mucho por investigar y esclarecer sobre este episodio. Lo cierto es que, tras el asesinato de Kennedy, asumió la primera magistratura el hasta entonces vicepresidente Lyndon B. Johnson, un hombre notablemente más conservador y belicista. Eran elegidos presidentes João Goulart en Brasil, Fernando Belaúnde Terry en 253
Perú y Raúl Leoni en Venezuela. Todo el mundo hablaba del robo al tren correo en Glasgow (Escocia) con un botín de 2.600.000 libras. El autor del atraco, Ronald Biggs, era capturado pero se fugaría de la prisión, le practicarían una cirugía estética y se radicaría primero en Australia y luego en Brasil. En 2005, a los 72 años de edad y muy enfermo, se entregaría a las autoridades británicas, para morir en su patria en marzo de 2013. En Estados Unidos, el Festival de Newport (Rhode Island) era escenario de una «reunión cumbre»: cantaban a dúo los baladistas Joan Baez y Bob Dylan. Los Beatles editaron su segundo disco de estudio, With The Beatles. Con temas como All My Loving y Please Mister Postman, el álbum ya tenía un millón y medio de copias vendidas antes de llegar a las disquerías. Ese año hacían su aparición (y sus mayores éxitos) los Beach Boys, mientras que Nina Simone hacía una memorable actuación en el Carnegie Hall, una de las salas más famosas de Nueva York. A los doce años, Stevie Wonder grababa su primer disco. Pero era, sobre todo, un año «cinematográfico»: Fellini presentaba su genial Ocho y Medio con Marcello Mastroiani, mientras que Liz Taylor brillaba en la piel de Cleopatra junto a su compañero, Richard Burton; Jerry Lewis hacía reír al mundo con su Profesor Chiflado, y se estrenaban otras películas que hoy son clásicos: El sirviente, de Joseph Losey, con un notable Dirk Bogarde; El silencio, de Ingmar Bergman; El Gatopardo, de Luchino Visconti; Morir en Madrid, de Frédéric Rossif; El mundo está loco, loco, loco, de Stanley Kramer; La Pantera Rosa, de Blake Edwards con el genial Peter Sellers y con la inconfundible música de Henry Mancini, y Los pájaros, de Alfred Hitchcock. En la Argentina se estrenaban 29 películas nacionales, entre ellas: Paula Cautiva, de Fernando Ayala; La calesita, de Hugo del Carril; Las ratas, de Luis Saslavsky; Los inconstantes, de Rodolfo Kuhn; La Cigarra no es un bicho, de Daniel Tinayre; Canuto Cañete conscripto del Siete, de Leo Fleider con Carlitos Balá; Alias Flequillo, de Julio Saraceni con José Marrone, y dos películas basadas en dos grandes éxitos de la televisión: Las aventuras del Capitán Piluso, de Francis Lauric con Alberto Olmedo, un infaltable a la «hora de la leche» de los chicos, y La familia Falcón, de Román Viñoly Barreto, con los personajes de la comedia familiar de mayor rating entonces, auspiciada por la automotriz Ford para el modelo que venía imponiendo en el mercado argentino. En la televisión triunfaban también los Sábados Circulares de Nicolás «Pipo» Mancera; los Titanes en el Ring, con la troupe de Martín Karadagián; Tato Bores, con sus maravillosos monólogos; Buenas tardes mucho gusto, con Ana María Muchnik y las recetas de Doña Petrona Carrizo de Gandulfo (para todo el mundo, Doña Petrona o Petrona «C.» de Gandulfo), Carlitos Balá, José Marrone y el imbatible Pepe Biondi con su Patapúfete. 254
Se inauguraba en Florida 940 el Instituto Torcuato Di Tella, con su notable espacio de arte dirigido por Jaime Romero Brest, que se convertirá en centro de las vanguardias artísticas en sus múltiples expresiones. Comenzaba el llamado boom latinoamericano con la publicación de la extraordinaria novela Rayuela de nuestro querido Julio Cortázar. También se publicaban: Años de perro, de Günter Grass; Después de la caída, de Arthur Miller; Eichmann en Jerusalén, de Hannah Arendt; El benefactor, de Susan Sontag; La ciudad y los perros, de Mario Vargas Llosa; Las sandalias del pescador, de Morris West; Memorias de un amante sarnoso, de Groucho Marx; Mulata de tal, de Miguel Ángel Asturias; Opiniones de un payaso, de Heinrich Böll; Sobre Racine, de Roland Barthes. En España era ejecutado, por la dictadura de Franco, el militante comunista Julián Grimau. Independiente ganaba el campeonato nacional mientras Boca se quedaba con las ganas de la Copa Libertadores al perder en la final con el Santos de Pelé. El automovilismo estaba de duelo por la muerte de Juan Gálvez.
El congreso normalizador de la CGT Tras muchas postergaciones y luego de correr mucha agua bajo el puente, en enero de 1963 pudo convocarse finalmente el Congreso Normalizador de la CGT. Asistieron más de ochocientos delegados en representación de un centenar de sindicatos. Se eligió como secretario general a José Alonso, peronista del gremio del vestido, y a Riego Ribas, de los gráficos, como secretario adjunto. El Congreso de la CGT aprobó un plan de lucha y un documento que declaraba: Los trabajadores argentinos —y lo son todos los hombres y mujeres que al país dedican sus diarios esfuerzos al trabajo fecundo—, espontánea y libremente unidos en la Confederación General del Trabajo, proclamamos nuestra irrevocable decisión de luchar por la elevación constante del bienestar del pueblo, por su pleno desarrollo cultural, por la conquista integral de sus derechos y libertades, preservando y ampliando las vigentes, y por el imperio de un régimen político y social más justo que extirpe de la sociedad la explotación del hombre por el hombre, modificando las retrógradas estructuras económicas y jurídicas actuales, sustentadoras de irritantes privilegios económicos y absurdas preeminencias políticas de insignificantes minorías. Afirmamos que plasmar estos anhelos es asegurar el progreso ilimitado de la nación, con cuyo pasado, presente y futuro nos sentimos indisolublemente consustanciados. Ello implica la defensa insobornable de nuestras riquezas naturales y de nuestra soberanía política y económica. Consideramos intangibles los fueros constitucionales consagratorios de los derechos y libertades ciudadanas, sin cuya vigencia irrestricta la democracia —forma suprema de
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convivencia humana— y la soberanía del pueblo son groseras ficciones. Sostenemos que la Confederación General del Trabajo, intérprete fiel de la voluntad y aspiraciones de los trabajadores, tiene que opinar y gravitar como fuerza social en todos los grandes problemas del país para darles soluciones acordes.[560]
La CGT reclamaba la libertad de todos los presos políticos y gremiales, el esclarecimiento inmediato del caso Vallese y el castigo a los culpables, la abolición de toda legislación represiva, que se reconociera legalmente a todos los sindicatos del país y que se cumpliera el artículo 14 bis de la Constitución Nacional, particularmente su apartado sobre la participación obrera en las ganancias de las empresas.
Habla la JP En enero de 1963, el periodista Pedro Barraza, el mismo que había sacado a la luz las oscuridades del caso Vallese, le hacía un reportaje a integrantes de la Juventud Peronista. Aquí algunos fragmentos: ¿Tiene la Juventud Peronista una «ideología propia», distinta en alguna medida, a la que sustentan los dirigentes de los organismos nacionales? Héctor Mel: La Juventud Peronista tiene la ideología que resume la historia política del peronismo y la del país. El acierto más grande de Perón fue traducirla en hechos a partir de 1945. Nosotros tomamos el legado de Perón infundiéndole la pujanza y dinámica propia de la juventud. Reconocemos a Perón como el jefe y el ideólogo de nuestro Movimiento. Perón nos permite a su vez la adecuación de su palabra al momento actual en que vivimos. ¿Cuál es la posición de la Juventud Peronista frente a la convocatoria con el estatuto trampa? Héctor Mel: Es muy conocida la historia de los subterfugios utilizados por la oligarquía en su lucha secular contra los derechos del pueblo. Ahora se pretende silenciar la voluntad popular a través del novísimo instrumento que es el estatuto de los partidos políticos. La oligarquía y sus servidores creen que emparchando y aplicando paliativos encontrarán alivio a las tensiones político-sociales. Lo que pasa es que el sistema político reaccionario impuesto desde 1955 por una pandilla de explotadores está podrido y cualquiera puede verlo y olerlo. Nuestras clases dirigentes están ya tan en crisis que no pueden siquiera respetar los mismos principios que para ellos eran hasta hace poco intocables —la democracia liberal burguesa— y que le servían para defender sus privilegios económicos. Edgardo:[561] Al Movimiento Peronista no le interesa el poder por el poder mismo. Quiere cambiar de raíz la caduca estructura político económica, social y cultural que nos aprisiona desde los albores de la nacionalidad. Por otra parte, un llamado a elecciones que no cuenta con las más mínimas garantías por parte del gobierno ni de las Fuerzas Armadas, ni de los sectores económicos, no puede interesarnos. Vamos a hacer la Revolución Nacional Peronista. Inicialmente con todos los trabajadores de la patria. Si los sectores militares con sentido nacional se avienen no tendremos ningún inconveniente en marchar juntos en pos de ese objetivo. Mas si desligándose de sus deberes de argentinos, y de custodios de la soberanía nacional, continúan como hasta el presente, como brazo armado de la oligarquía, el pueblo hará esa revolución sin ellos pero con la diferencia de que los arrasará.[562]
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Éramos pocos y volvió Rojas A fines de marzo de 1963, el presidente Guido había dicho una de sus frases célebres: «Nos hallamos como frente a una catástrofe. Nadie puede preguntar a nadie a esta altura dónde estuvo, de dónde viene, qué hizo; sino qué hará».[563] Estaba abriendo el paraguas frente a la provocación lanzada por el incansable Miguel Ángel Zavala Ortiz, que había denunciado públicamente que el ministro del Interior lo había invitado a sumarse al Frente Nacional y Popular, que tenía al peronismo como principal referente, como candidato a la vicepresidencia. Si la versión era cierta, Martínez no había elegido al mejor hombre para atraer los votos peronistas. Pero el objetivo de la operación cívico-militar era dejar pegado al gobierno, y por lo tanto a lo que quedaba del frondicismo, con el peronismo. Martínez y Grondona tuvieron que irse del gobierno a fines de marzo. El Ministerio del Interior sería ocupado por el general ultragorila Enrique Rauch. Era el prólogo a un intento colorado de recuperar el terreno perdido. El 2 de abril de 1963, una violenta proclama firmada por el general retirado del Ejército pero no del gorilismo más recalcitrante, Benjamín Menéndez, decía: Basta de corrupción y entrega; restablecer la decencia moral y cívica; libertad integral del hombre; castigo de los mercaderes como ejemplo para las próximas generaciones […]. Nuestros únicos enemigos son los delincuentes, cualquiera sea su rango o su creencia política. Las fuerzas del aire, mar y tierra se yerguen junto a la ciudadanía para terminar con la ignorancia, destruir el régimen infame extirpando sus lacras, y reconstruir la Argentina que soñaron los forjadores de nuestra nacionalidad.
A los forjadores de la nacionalidad había que dejarlos tranquilos y recordar qué decían con respecto a los militares indisciplinados y desobedientes del poder civil. Por ejemplo, proclamaba uno de esos forjadores, San Martín: La patria no hace al soldado para que la deshonre con sus crímenes, ni le da armas para que cometa la bajeza de abusar de estas ventajas ofendiendo a los ciudadanos con cuyos sacrificios se sostiene. La tropa debe ser tanto más virtuosa y honesta, cuanto es creada para conservar el orden, afianzar el poder de las leyes y dar fuerza al gobierno para ejecutarlas y hacerse respetar de los malvados que serían más insolentes con el mal ejemplo de los militares. La Patria no es abrigadora de crímenes.[564]
La proclama de Menéndez —que obviamente no incluía entre los delincuentes de cualquier rango a los que se alzaban en armas contra un gobierno, destruían instalaciones militares y asesinaban civiles y soldados— era la orden de batalla para que los colorados se levantaran contra el gobierno nacional, ahora con el apoyo de la 257
Marina, fogoneada por el almirante Rojas. El ex vicepresidente fusilador tomó la pluma y escribió una proclama con pretensiones heroicas que empezaba diciendo: «Una vez más la Armada Nacional, en estrecha unión con el Ejército y la Aeronáutica, debe emplear sus armas para asegurar el rescate de los valores permanentes de la nacionalidad, como lo hizo en septiembre de 1955».[565] También se había anotado en la aventura el almirante Jorge Palma, quien recordaba: En la Marina hubo una reunión previa en la que intervino gente comprometida del Ejército, entre ellos el general Menéndez, y gente de la Aeronáutica. […] La flota adhirió al movimiento. El jefe era el contraalmirante Eladio Vázquez. Cuando comenzaron las acciones mandé un despacho a la flota preguntando cuál sería su actitud y él contestó que adhería al movimiento. Entonces yo me puse a sus órdenes. Después la flota entró en Puerto Belgrano y cuando la situación ya era insostenible, le expresé que había que negociar porque no se podía seguir así y, finalmente, fue él a negociar, pero después yo terminé preso y a él lo nombraron Comandante de Operaciones Navales.[566]
Es muy interesante lo que señala Rogelio García Lupo sobre la trayectoria de la Marina: La Marina de Guerra estuvo asociada por espacio de un siglo a la diplomacia británica en el Río de la Plata. Una combinación de cerrado espíritu clasista, romántica admiración por la grandeza naval británica y alianza económica con la oligarquía anglófila gobernante, colocaron a la Marina de Guerra en el papel de vigilar el desarrollo de las crisis políticas del país, sin participar en su gestión. […] La Marina vivió abroquelada durante un siglo y cuando hizo conocer alguna opinión corporativa, su punto de vista fue siempre minoritario y repudiado enseguida por la mayoría del país. […] La principal tarea de los Estados Unidos, a la caída de Perón, fue fortificar a la Marina y aumentar su capacidad de acción. En 1956 la entrega de un portaaviones británico estuvo a punto de provocar el colapso del frente militar; el Ejército y la Aeronáutica intuyeron que los refuerzos continuarían y el presupuesto aprobado ahora confirma esta preocupación. ¿Por qué Estados Unidos no arma en la misma medida al Ejército y a la Aeronáutica? La razón es sencilla: una fuerza armada donde no existen disidencias intestinas, que se autodepura periódicamente y en silencio y vive enclaustrada, es incontaminable. Con ella difícilmente pudiera cumplirse el axioma de Lenin, según el cual «ninguna revolución de las masas puede triunfar sin la ayuda de una parte de las Fuerzas Armadas que sostenían el antiguo régimen». De manera que la Marina de Guerra argentina reúne tres aspectos objetivamente valiosos: 1) Con la quinta parte de los efectivos del ejército y algo más que los de la aviación, no presenta fisuras internas y sus miembros son invulnerables a las tentaciones sociales; 2) Convenientemente armada puede reprimir con efectividad cualquier forma de insurrección […]; 3) En tanto estos factores son ciertos, lo es también que un presidente civil enfrenta en la Marina al más contundente grupo de presión porque su influencia política aumenta sistemáticamente.[567]
No bombardeen Buenos Aires 258
Los sediciosos crearon un «Comando de las tres fuerzas armadas de la Revolución» que se dio a conocer tras tomar Radio Argentina y emitir un comunicado a las siete y diez de la mañana. El incansable general Federico Toranzo Montero se había nombrado —total era gratis— «Comandante en Jefe del Ejército Revolucionario». Lo acompañaba en la aventura otro que se nombró solito «Comandante en Jefe de la Aeronáutica», el comodoro Osvaldo Raúl Lentino, que aseguraba a quien quisiera oírlo: «Estamos con Dios y llevando a Dios», aunque no aclaraba a dónde lo llevaban. El paisaje era el de un país ocupado. La infantería de Marina «leal» ocupaba Retiro y Plaza de Mayo, mientras que los marinos «rebeldes» se concentraban en sus bases de Punta Indio, Puerto Belgrano y Mar del Plata. En La Plata confraternizaban los alzados en armas de la Marina con sus colegas del Ejército del 7 de Infantería y del Regimiento 2 de Comunicaciones de City Bell que habían tomado la Jefatura de Policía. Los aviadores navales de Punta Indio, sin importarles nada de vidas y haciendas, lanzaron un furibundo bombardeo sobre el Regimiento 8 de tanques con asiento en Magdalena, al mando del azul Alcides López Aufranc, que resistió por varias horas. Murieron soldados argentinos, las instalaciones quedaron en ruinas y hubo que repararlas con la plata que faltaba en las escuelas y en los hospitales por los planes de «ajuste» de los ministros Alsogaray y Méndez Delfino, luego perfeccionados por su sucesor José Martínez Hoz, que asumiría en mayo de ese año. Los generales estaban de parabienes; por fin probaban las armas que les habían hecho comprar a todos los argentinos. Ciento cincuenta vehículos pesados al mando del futuro dictador Lanusse fueron enviados por el comando azul de Campo de Mayo para reprimir a los alzados de La Plata. Entretanto, la Fuerza Aérea atacaba la base naval de Punta Indio, con el saldo de doce muertos y veintisiete heridos; la base y varios aviones costosísimos quedaron completamente inutilizados. También fueron bombardeadas por los azules las radios tomadas por sus camaradas colorados, Provincia y Argentina, que quedaron en ruinas. Por muchísimo menos, habían sido fusilados el coronel Cogorno y otros oficiales en La Plata en junio de 1956; los «revolucionarios» de 1963, en cambio, gozarían de excelente salud.
Se pelean los generales, mueren los soldados El coronel López Aufranc, que pudo tomarse la revancha de entrar con sus tanques la base de Punta Indio, dijo eufórico a sus soldados una de esas frases «para historia», que se encargaría de desmentir con los hechos: «Han luchado por documento más sagrado y hermoso de la Patria… la Constitución Nacional».[568] Los militares «legalistas» tenían una visión muy particular del respeto a 259
en la el la
Constitución, como puede verse en las declaraciones de uno de ellos, el secretario de Aeronáutica, brigadier Mc Loughlin, quien hablando en nombre de sus azulados compañeros se sintió en la necesidad de aclarar que aunque habían luchado para garantizar una salida electoral, ratificaba «su firme decisión de no permitir el retorno del peronismo ni la instauración de régimen totalitario alguno. Quede esto claro».[569] Clarísimo. Luego de varios días de combate, en los que los muertos los pusieron los civiles y los soldados conscriptos, los efectivos azules, conducidos por el general Onganía, arrestaron a los jefes colorados, entre ellos, al almirante Rojas. Según su costumbre, inaugurada tras los bombardeos de Plaza de Mayo del 16 de junio de 1955, cuarenta y ocho oficiales de la Marina huyeron a Uruguay, donde pidieron asilo político. El presidente Guido, una vez más, no tuvo actuación alguna en la represión de los rebeldes ni en la aplicación de sanciones, que quedaron a cargo del sector azul. La más afectada fue la infantería de Marina, que quedaría reducida a un total de 2500 hombres. La fuerza señaló en un comunicado que aceptaba la convocatoria a elecciones. A los almirantes Rial y Rojas los mandaron presos a Martín García, como a su odiado Perón, pero ni siquiera se los daría de baja. Los colorados sufrieron setenta arrestos y centenares de sus hombres pasaron a retiro. La mayoría, sin embargo, continuó en carrera como si nada hubiera ocurrido. Uno de ellos, el entonces capitán Jorge Rafael Videla, llegaría a presidir dictatorial y genocidamente a la Argentina. Pero incluso los que fueron sometidos a juicio, como otros tantos golpistas de la historia argentina, quedaron impunes con una manito de la Iglesia, como puede leerse en esta entrevista hecha a Jorge Palma: Después intervino la Iglesia, especialmente monseñor Caggiano, solicitando una amnistía; también lo hizo el propio radicalismo, con Illia a la cabeza, para que Guido diera una amnistía, y esta salió finalmente. Durante el juzgamiento habíamos estado en prisión preventiva, como se la llama ahora. El almirante Rojas y el contraalmirante Favarón estuvieron un corto tiempo en Martín García. Yo estuve seis meses en la ESMA, muy cómodo por cierto, incluso cuando tenía que ir a declarar al Consejo de Guerra no me acompañaba nadie, me avisaban, yo pedía un auto, iba al Consejo y volvía. Una vez pasó algo gracioso; no me querían dejar entrar, el conscripto de guardia me dijo: «Señor, ya no es hora de visitar». Entonces le respondí. «Mirá, dejame entrar porque soy un preso».[570]
De cómo los azules se fueron convirtiendo en colorados El broche final de todo este zafarrancho de colores lo pusieron los azules el 6 de abril de 1963, con el comunicado 200, redactado por el civil más querido por los uniformados gorilas, Álvaro Alsogaray. El texto, que anunciaba el «cese de las 260
operaciones» contra el intento de «imponer una dictadura», contradecía, a pesar de citarlo, al comunicado 150 de su amigo Mariano Grondona: Las ambiciones de poder provocaron a la Nación pérdida de prestigio internacional, acentuación de la crisis interna y sacrificio de vidas inocentes. La Nación no merece este luto. Nuevamente el Ejército, hermanado con la Aeronáutica, ha combatido con firmeza y valor en defensa de la libertad. Se ha luchado por una Argentina grande y poderosa donde se viva, trabaje y progrese en paz y en concordia, con verdadera unión nacional y con fe en el futuro. Ambicionamos un país digno y feliz para nosotros y nuestros hijos. Sostenemos que este objetivo solo puede alcanzarse mediante la plena vigencia de la Constitución. Esto hará posible a las Fuerzas Armadas volcarse íntegramente a su misión específica. Afirmamos que en un país libre no se debe negar la vía política a los que sinceramente desean convivir en democracia. No olvidamos que la Constitución nos brinda múltiples derechos y también impone el deber de defenderla. Ello señala la obligación de prevenir y anular todo acto que pretenda vulnerarla. Estamos convencidos de la absoluta necesidad de superar la intolerancia e iniciar el diálogo fraterno que nos conducirá al amplio entendimiento nacional. Lo contrario significaría no alcanzar jamás un gobierno sólidamente sustentado ni devolver a la ciudadanía la fe y la confianza en el valor de las instituciones. Exhortamos a todos los dirigentes a colaborar en la reconstrucción nacional. Desoír este llamado puede llevar al caos. Señalamos, en consecuencia, su responsabilidad en el proceso en desarrollo. En cuanto al Ejército, las ideas que lo guían son las siguientes: 1.o) Ratificación total del Comunicado N.o 150. 2.o) Oposición terminante al retorno del régimen peronista y a la implantación de todo otro totalitarismo o extremismo. Se considera régimen peronista la estructura establecida y al plan sistemático ejecutado por el dictador depuesto y sus personeros para provocar la deformación del estilo de vida tradicional de nuestro pueblo, manifestada por: la corrupción moral e intelectual; el desprestigio y la disolución de las instituciones básicas del país; la eliminación de los adversarios mediante la extorsión y la violencia física; el cercenamiento de las libertades fundamentales, acordadas por la Constitución Argentina. o 3. ) Firme apoyo a la salida constitucional prometida, lo que implica, entre otras cosas, garantizar que habrá elecciones, respetar el libre juego de las agrupaciones políticas mientras se encuadren en las normas legales, acatar y hacer respetar el pronunciamiento del pueblo en las elecciones, contribuir con todos los medios a su alcance a la normalización del país. o 4. ) Se mantendrá la equidistancia política. 5.o) Se velará por la aplicación efectiva de los instrumentos legales que aseguren la plena vigencia de los derechos y garantías constitucionales. 6.o) Las autoridades electas y en funciones de gobierno tendrán el deber ineludible de consolidar y mantener el proceso de recuperación democrática. o 7. ) El Ejército está y estará siempre alistado, con todos los medios disponibles para unirse a las otras fuerzas armadas hermanas, a fin de luchar para restituir o asegurar al país el imperio de la Constitución y las leyes. Este es el espíritu que lo animó en la firmeza y decisión de las horas pasadas.
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Partidos políticos, dirigentes de todos los sectores, instituciones, el pueblo todo, deben asumir sus responsabilidades a fin de alcanzar la recuperación definitiva de la República. Invocamos la protección de Dios para alcanzarla.[571]
Quedaba claro que para los militares gorilas (porque había militares que no lo eran, pero habían sido retirados, sancionados y/o encarcelados) de todos los colores, el peronismo era invencible en las urnas y que por lo tanto, y hasta «que el pueblo no aprendiera a votar», había que proscribirlo. Nunca se les pasó por la cabeza crear un proyecto que no estuviera basado en la eliminación del otro y esto constituía un grave antecedente. Lo que certifica que no había profundas diferencias entre azules y colorados, y pone absolutamente en duda el carácter nacionalista de alguna de las dos facciones, es su coincidencia u obediencia a los factores del poder real que los llevó a avalar, aceptar y en algunos casos promover la instalación en el Ministerio de Economía y sus alrededores (Tesorería, Banco Central, etc.) de personajes del más rancio liberalismo conservador. Estos señores de la guerra no disputaban por un proyecto de país distinto, independiente, sino su supremacía en el espacio militar, al tiempo que se consolidaban como la corporación de consulta obligatoria para cualquier decisión de importancia y la mejor paga entre los empleados públicos. Sabían también que de la lucha entre los bandos surgiría —más tarde o más temprano y tras lo que con todo descaro sus ideólogos y amanuenses civiles llamarían «fracaso de la democracia»— el futuro presidente de la Nación. En lo inmediato, su puja por controlar las Fuerzas Armadas era el paso previo a la asunción directa del gobierno. Así, el resultado de este enfrentamiento, que costó vidas humanas y pérdidas materiales valuadas en millones de dólares, fue que los azules finalmente impusieron el proyecto de los colorados: el gobierno de Guido y sus azules ratificaron la proscripción del peronismo por el decreto 4046/63. Todo terminó en un lúgubre color morado. El triunfo le valió a Onganía su promoción a comandante en jefe del Ejército y los azules pasaron a ejercer de hecho el poder. El general Rauch, que hasta fin de mayo continuó al frente del Ministerio del Interior, lanzó una alocada caza de brujas contra los comunistas, los frigeristas y los peronistas a los que, redoblando el decreto 4161 de Aramburu, prohibió hasta la publicación de entrevistas al «tirano prófugo».
Nada de peronistas Todo esto generaba una situación paradójica en los partidos políticos. Los peronistas y sus aliados frentistas habían simpatizado con los triunfadores azules, que ahora los 262
proscribían y perseguían. Por su parte, la UCRP había mantenido buenas relaciones con los derrotados colorados, aunque ahora —a menos que fuese también proscripta— resultaba la fuerza con mejores chances electorales. Nadie tenía en claro qué se proponían los vencedores de la crisis de abril y hasta dónde llegaban los límites de la salida electoral. En ese marco, los líderes de la UCRP Ricardo Balbín y Arturo Mor Roig convocaron a una Asamblea de la Civilidad, para presionar por una definición al respecto. En un gesto que honraba las mejores tradiciones radicales, a la reunión realizada en el local de Unione e Benevolenza, además de dirigentes radicales del pueblo, intransigentes, democristianos y del Partido Socialista Argentino, liderado por Palacios y Alicia Moreau de Justo, fueron invitados también referentes peronistas. El documento que aprobaron exigía la igualdad de oportunidades para todos los partidos en vista a las próximas elecciones. Era un gesto de buena voluntad hacia el proscripto peronismo. En ese contexto, se produjeron febriles negociaciones entre la Unión Popular y la UCRI, que llevaron a la proclamación el 3 de mayo del Frente Nacional y Popular (FNP). Tras arduos debates y varias llamadas de Frigerio a Perón, de Montevideo a Madrid —que incluyeron la posibilidad de que el empresario vinculado a la Iglesia Gregorio Pérez Companc o el general Onganía encabezaran la fórmula—, finalmente se resolvió que el FNP apoyaría la candidatura más que moderada del conservador popular Vicente Solano Lima y del frondicista ex gobernador de Santa Fe, Sylvestre Begnis. Contaban con la aprobación de Perón, exiliado en Madrid, y de Frondizi, cuyo lugar de detención se había mudado al Hotel Tunquelén de Bariloche. Todos estos preparativos indignaron a Rauch, quien hizo circular entre la prensa y en los cuarteles un comunicado que decía: Numerosos intereses aprovechando las complicaciones naturales de la situación han pretendido convertir el legalismo en una fórmula hueca, puramente formal, volcada a la elección como un fin en sí mismo, apta inclusive para convalidar el copamiento del país por las mismas fuerzas que lo han destrozado y que se hallan aún en la plenitud de su vigor.[572]
Guido y sus jefes le pidieron la renuncia e instalaron en su lugar al general y gran teórico de la guerra contrarrevolucionaria, Osiris Villegas. Don Osiris tenía una curiosa noción de la legalidad constitucional que, se suponía, venía a restablecer. Por el decreto 4046, le prohibió a la Unión Popular presentar una fórmula presidencial, aunque admitía que participase en las elecciones de legisladores nacionales, provinciales y concejales. Era una rarísima interpretación de la Constitución y del Estatuto de los Partidos Políticos, para la cual un partido resultaba legal o no según sus aspiraciones a gobernar. En las semanas siguientes, Villegas y sus jefes azulesmorados fueron corriéndole el arco al peronismo cada día un poco más. 263
Mientras Martínez de Hoz debutaba en el Ministerio de Economía, su compañero Villegas[573] inició una serie de chicanas contra el Frente Nacional y Popular, hasta que redactó el decreto 4748 que implicaba una intromisión grosera en el Poder Judicial: daba instrucciones a los fiscales para que iniciaran acciones legales contra los candidatos peronistas del FNP en cada distrito y prohibía a los jueces validar las listas que llevaran a ciudadanos con pasado o presente peronista. Como era lógico, los jefes del Frente pidieron una audiencia al ministro político, que se definía a sí mismo como «un representante del Estado Mayor en operaciones». Pero Villegas no los recibió. Hartos de tantas vueltas, los dirigentes del FNP decidieron el 5 de julio, dos días antes de los comicios, retirar sus candidaturas y ordenaron a sus seguidores, según las instrucciones de Perón y de Frondizi, votar en blanco. En una actitud incomprensible y oportunista el neurocirujano Raúl Matera, al que los muchachos de la resistencia llamaban «neuroperonista», decidió cortarse solo en una alianza con un sector de los democristianos. Pero todo terminó en un papelón: el gorilaje enquistado en el Ministerio del Interior prohibió también la fórmula Matera-Sueldo y Perón echó a su ex compañero del movimiento. Horacio Sueldo, curiosamente, sí pudo presentarse como candidato del Partido Demócrata Cristiano; como se ve, el problema no era con él. Con el camino despejado, Villegas se dedicó a apoyar con todos los recursos del Estado la candidatura de Aramburu. Por esas paradojas de la Argentina, el hombre que había tenido tantos amigos en el período más colorado del gobierno de Guido, ahora era el candidato de los azules. Parecía raro que algún peronista votara por Aramburu, pero por las dudas Susana Valle, en un acto en homenaje a su padre y a todos los fusilados por el ahora candidato, les recordaba quién era el sujeto que proponía la Unión del Pueblo Argentino para evitar esa posibilidad en medio de tanta confusión. Del otro lado de la historia, el jefe de los «Comandos Civiles Revolucionarios» de triste memoria durante la «Libertadora», anunciaba su disolución y un ignoto Frente de Entidades Democráticas Revolucionarias organizó una misa en la iglesia de Nuestra Señora de las Victorias en homenaje al bombardeo (no a las víctimas, al bombardeo) de la Plaza de Mayo perpetrado el 16 de junio de 1955. Como siempre, hay más papistas que el Papa; en este caso formaron el Partido Revolución Libertadora. En su afiche de propaganda aparecía un enorme primate que proponía «llene el Congreso de gorilas». El almirante Rojas ya tenía a quién votar. A último momento la UCRI presentó la candidatura Oscar Alende, quien se había propuesto como primer candidato del Frente Nacional y Popular y se había alejado ante la designación de Solano Lima, en un primer signo de ruptura con Frondizi. Entretanto, la UCRP elegía como candidatos a Arturo Illia y Carlos Perette. Balbín se había excluido de la fórmula porque no creía en el triunfo de su fuerza, aunque 264
luego explicaría que le parecía excesivo presentarse tres veces como candidato a la presidencia (le faltó agregar: y perder) y porque según decía, con su decisión le daba lugar al único vencedor radical de las frustradas elecciones del 18 de marzo de 1962, Arturo Illia, electo gobernador de Córdoba, quien prometía que a poco de asumir anularía los contratos petroleros firmados por Frondizi.
Se van ¿y nunca volverán? Finalmente, sobre un padrón de 11.356.240 electores, votaron más de 8.918.000 ciudadanas y ciudadanos argentinos. El doctor Illia de la UCRP obtenía 2.441.064 votos, algo más del 25% de los votos válidos, seguido por 1.884.435 votos en blanco, mayoritariamente peronistas, 19,7%. Alende reunió la nada despreciable cifra de 1.539.002 votos, 16,4%. Aramburu obtuvo 726.861 votos para Udelpa mientras que sus aliados del Partido Demócrata Progresista de Horacio Thedy (que compartía la fórmula presidencial con él) conseguían otros 619.481, seguidos por el Partido Socialista Argentino de Alfredo Palacios con 278.856 y los socialistas democráticos de Ghioldi con 258.787. Para los dirigentes peronistas era una derrota, ya que la cantidad de votos en blanco había sido menor a la de elecciones anteriores, y porque incluso considerando que éstos hubieran sido exclusivamente propios (también llamaron a votar en blanco los comunistas y grupos más a la izquierda), por primera vez en la historia se habían visto superados por la UCRP, tradicionalmente antiperonista. Análisis posteriores sugirieron que, ante el peligro de un triunfo de Aramburu, más de un peronista prefirió el «mal menor» de votar por Alende (de ahí sus buenos resultados). Aun así, era un mal precedente: una parte del peronismo no había acatado las instrucciones del General. La fórmula radical había triunfado en trece provincias; entre ellas, Buenos Aires, Córdoba y Santa Fe. Pero no reunía por sí sola la representación necesaria en el Colegio Electoral.[574] Illia necesitaba nada menos que 239 votos y solo tenía 168 electores propios. Tras arduas negociaciones, consiguió los votos de los democristianos, los socialistas democráticos, los conservadores, varios partidos provinciales y hasta neoperonistas. Así pudo proclamarse como triunfante la fórmula Illia-Perette el 31 de julio de 1963. La Cámara de Diputados quedó integrada por 71 legisladores de la UCRP, cuarenta y cinco que respondían a Alende y a Frondizi, 18 de la Udelpa de Aramburu, 13 del Partido Demócrata Progresista, 18 conservadores y una veintena de partidos provinciales, socialistas y otras fuerzas minoritarias. Así llegaban a la Casa Rosada hombres más cercanos a los colorados, pero sin 265
contar con mayoría parlamentaria y con las Fuerzas Armadas bajo el neto control de los azules. Esos resultados, que marcaban el fin de un gobierno manejado a su antojo por los poderes económicos y su guardia pretoriana, mostraban la debilidad con que comenzaba un nuevo intento de «legalidad constitucional» bajo el signo de la proscripción del peronismo.
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De los azules a Onganía: los 990 días de Illia El 12 de octubre de 1963 llegaba al gobierno el doctor Arturo Illia, un hombre de 63 años, que hoy sería considerado joven y que en la época era visto como un anciano. Era un médico sencillo y provinciano que, como su maestro Amadeo Sabattini, atendía gratis a los pobres. Inaugurará la costumbre de dormir en la Casa Rosada de lunes a viernes para ocuparse de los temas cotidianos. Le gustaba caminar solo o con algún colaborador, nunca con custodia, por la Plaza de Mayo y cruzarse a la Avenida para tomarse un cafecito que invariablemente pagaba. Enemigo de la etiqueta y las formalidades, fue el primer presidente que asumió en traje de calle; muchos lo habían hecho con uniforme militar de gala, incluso Perón, y los demás, de riguroso frac. Esta muestra natural de sencillez, que iba a marcar su estilo de gobierno, fue mal vista por los sectores más reaccionarios de la sociedad que ya se preparaban para hacerle la vida imposible. Esto decía, por ejemplo, el coronel Juan Francisco Tú Guevara: En típica actitud, propia de toda decadencia, asumió el poder […] vestido de traje de calle, por ser esa ropa más «democrática». Confundía así forma con fondo, esencia con accidente; pero ignoraba además que los pueblos, con intuición certera no desprecian el valor de los símbolos; ignoraba también que la humanidad aun en aquellos sectores más declamadamente igualitarios, es jerárquica. Y que la jerarquía requiere expresiones externas no para consolidarse ni para falsear la verdad, sino para facilitar su reconocimiento. Ese igualitarismo por nivelación hacia abajo, hacia muy abajo, constituye una de las más ruines trampas demagógicas y esclavizantes de la hora actual […] la filosofía del señor Illia, que un día presidió la Argentina, era que progresivamente debíamos aceptar que la ceremonia de asumir el cargo de Presidente de la República se hiciera en pijama. Era más democrático. Y luego, claro está, ¡debía hacerse en pelotas![575]
El comentario muestra evidentes contradicciones entre un pedido de respeto por la investidura presidencial, pero formulado en términos sumamente irreverentes; resultará, sin embargo, mucho más grave el hecho de que el mismo que reclamaba respeto para la figura presidencial se lo negará en la práctica, al igual que la mayoría 267
de sus camaradas de armas, mal acostumbrados desde 1955 a hacer y deshacer en la política argentina. Y a pesar de sus huecos calificativos de «nacionalistas», serán estos los gestores de la llegada al gobierno y al poder de los sectores más reaccionarios y antinacionales de la derecha económica entreguista del patrimonio nacional, autodenominada liberal. En esa línea, el diario La Prensa, en aquel entonces uno de los más influyentes del país, recibía al presidente en forma imperativa con las siguientes «consideraciones»: No deben los gobernantes que hoy inician sus tareas tener como definitivo al Estado monstruoso que ahora encuentran, sino que deben desarmar gradualmente sus empresas industriales y mercantiles, todas deficitarias y todas ineficientes, para devolver a la iniciativa privada lo que supo crear y expandir con tanto acierto. En vez de pensar en quién manejará o en quién será capaz de dirigir tal o cual empresa oficial, será conveniente pensar en quiénes podrán liquidarlas con el menor daño para el tesoro público y la colectividad. Es necesario modificar gradualmente los errores y funestos cánones que han hecho de un país individualista y progresista una nación regimentada que jamás estuvo en la mente de los hombres de Mayo, ni los que dieron a la República Argentina su Constitución definitiva en 1853 y en 1860.[576]
Con Illia llegaban al gobierno sus principios, obstinados, según algunos, que intentaría llevar a la práctica y que retomaban algunos de los elementos del Estado Benefactor instaurado por el peronismo. Crecerán notablemente los presupuestos de Salud y de Educación; volverá, por ejemplo, la copa de leche y se reabrirán miles de comedores escolares cerrados por sus predecesores. El gobierno de Illia significó una ruptura con respecto a los gobiernos de la «Libertadora» en lo que tiene que ver con políticas pensadas para la gente, para el bienestar general, como la Ley de Medicamentos, la del salario mínimo, vital y móvil, y otras que veremos en este capítulo. Seguramente, el error de origen fue mantener la proscripción del peronismo y recostarse sobre el sector militar más gorila, el de los colorados, pensando que de esa manera compensaría el poder de los entonces hegemónicos azules. Ese alineamiento en la interna militar le costó muy caro al nuevo gobierno radical, y no le valió ningún provecho para la «gobernabilidad», palabrita que ya comenzaba a usarse. A su vez, la sobreactuación de políticas antiperonistas contribuyó a restarle apoyos y a gestarle enemigos decisivos a la hora del complot final. No puede dejar de señalarse, por supuesto, que un sector muy importante y poderoso del peronismo, el sindicalismo, hizo valer a su favor la proscripción para poner en práctica sus planes de lucha no siempre encaminados a mejorar las condiciones de vida de los trabajadores, sino más bien utilizados como pruebas de fuerza frente al poder militar, e incluso ante el propio Perón. En este período se evidenció como nunca el lema vandorista de «pegar para negociar», tratando de dejar en claro que el sindicalismo era una fuerza que no podía dejarse de lado en ningún 268
tipo de negociación.
El primer derrocamiento Yo tenía 29 años y era médico del ferrocarril, en Cruz del Eje, cuando fue la revolución de Uriburu en el 30. A los pocos días llegó el interventor a la ciudad […]. Al tiempito […] yo estaba atendiendo a un enfermo cuando el enfermero vino todo asustado a decirme que estaba el interventor en el hospital. «Que lo atienda el otro médico», le dije. […] Le puse el termómetro en la boca a mi paciente, y en ese momento entró este señor Albariños… Parece que había pedido conocerme. Yo le dije «mucho gusto» y seguí atendiendo a mi paciente, que seguía con el termómetro en la boca. […] Se notaba que el interventor estaba inquieto porque yo no le daba corte. En una de esas por querer decir algo, se dirigió a mí y me dijo con tono autoritario: «¿Qué tiene ese paciente?». «Un termómetro», le contesté yo alzando la voz. Me miró y yo le aguanté la mirada. Se fue. A la hora yo estaba exonerado por «razones de mejor servicio». Cuando estaba haciendo las valijas en mi hotel vino un grupo de ferroviarios que me pidieron que me quede en el pueblo, por eso seguí allá, pero fuera del hospital. Fue mi primer derrocamiento…[577]
Así recordaba Illia su destitución como médico ferroviario de Cruz del Eje, Córdoba, tras el golpe que derrocó a Hipólito Yrigoyen en 1930. Radical convencido, Illia se había afiliado al partido en 1918, el mismo año que comenzó sus estudios de medicina en la Universidad de Buenos Aires, donde apoyó el movimiento de reforma iniciado en Córdoba aquel año. El mismísimo Hipólito Yrigoyen, «el gran político que comenzó a admirar cuando era niño, el ídolo de toda su vida» —como sostiene su hermano Ricardo—[578] le había ofrecido en 1928 aquel puesto en Cruz del Eje, tras una entrevista concedida por intermedio del doctor Antonio Rodríguez Jáuregui, entonces presidente del Consejo Nacional de Educación y amigo de su padre. Illia tenía más de un motivo para negarse aquel día a rendir pleitesía a los funcionarios que habían desalojado a Yrigoyen del gobierno. Dejó su puesto, pero permaneció en aquella ciudad hasta 1963 y continuó ejerciendo la medicina con pasión en forma privada. Como otros médicos de zonas rurales, en ocasiones le pagaban con gallinas. […] Nunca negaba su asistencia a un enfermo, y supo andar a caballo o en sulki para adentrarse en pueblos olvidados por otros. Era el médico de la familia, que caminaba las desgastadas calles de Cruz del Eje bajo el tórrido verano. La gente lo retribuyó con la casa de Avellaneda 181 en dicha ciudad, obsequiada por suscripción popular.[579]
El golpe contra Yrigoyen no sería, sin embargo, el único que marcaría a fuego las vicisitudes de la vida del futuro presidente. Trece años más tarde, el derrocamiento de 269
Ramón S. Castillo volvió a sacudir el país y el médico radical no pudo esta vez concluir su mandato como vicegobernador de Córdoba. Hacía tiempo que Illia se había volcado de lleno a la política. El 17 de noviembre de 1935, en las elecciones que consagraron gobernador de Córdoba a Amadeo Sabattini, Illia fue electo senador provincial por el departamento de Cruz del Eje. Desde su banca impulsó la construcción de un dique, una obra esencial para el desarrollo de la región. Fue presidente de la Comisión de Presupuesto y Hacienda, apoyó la ley 3787, que gravaba el ausentismo y la herencia, y colaboró con Amadeo Sabattini en la ley de reforma agraria, que fue rechazada en el Congreso Nacional. En 1940 fue electo vicegobernador por la provincia de Córdoba, acompañando a Santiago del Castillo. Apoyó la construcción de obras para la provisión de agua potable y patrocinó la creación del Archivo Histórico, pero su mandato —como dijimos— fue interrumpido por el golpe de 1943. Se había casado con Silvia Elvira Martorell el 15 de febrero de 1939 y habían nacido dos de sus tres hijos: Emma y Martín. El tercero, Leandro Hipólito, nacería en 1946, el año en que Perón asumía la presidencia tras triunfar en las elecciones de febrero. Dos años más tarde, Illia se integró al Congreso de la Nación como diputado por la provincia de Córdoba. Formaría parte del famoso bloque de los 44, opositor al gobierno peronista, conducido por Balbín. En marzo de 1962, durante la presidencia de Frondizi, Illia fue elegido gobernador de Córdoba. No llegó a asumir. La inquietud en las filas castrenses, producida entre otras cosas por un triunfo mayoritario del peronismo, llevó a Frondizi a anular los comicios, pero ya era tarde, el golpe estaba en marcha y el gobierno constitucional no llegaría a abril. Para sorpresa de todos, con el peronismo proscripto, Illia triunfó en las elecciones de 1963. Así llegaba a la primera magistratura, este médico hijo de inmigrantes,[580] nacido en Pergamino el 4 de agosto de 1900.
El gabinete de Illia Illia era un hombre de amplia trayectoria en el radicalismo pero representaba una corriente minoritaria en el esquema partidario, la línea Córdoba. Esto se vio reflejado en la composición de su gabinete, que contó con solo dos representantes de esa corriente, mientras que la mayoría provenía de las filas de la Intransigencia de Buenos Aires (balbinistas) y del unionismo. La Intransigencia bonaerense controlaba la UCRP desde la escisión del radicalismo en 1957. Dentro de esta Intransigencia había dos líneas: la de Balbín, vinculada principalmente a los sectores agrarios ligados al partido; la otra, 270
comandada por Crisólogo Larralde, aspiraba a representar los intereses de los trabajadores, que entendía compatibles con los de la burguesía industrial. Pero Larralde falleció en 1962 y esta línea de pensamiento quedó sin representantes destacados. Balbín solía obviar en sus discursos temas espinosos: subdesarrollo, dependencia, imperialismo; en cambio, ponía énfasis en las libertades públicas y la paz social. El unionismo, heredero del alvearismo, también tenía dos líneas: la liderada por Arturo Mathov, con influencia en la capital, la más antiperonista, y otra, mayoritaria, encabezada por Zavala Ortiz. La línea Córdoba, por su parte, provenía de la intransigencia sabattinista cordobesa; era más popular y democrática y seguía entendiendo al radicalismo como un movimiento nacional que defendía los postulados históricos de Alem y de Yrigoyen. Representaba a productores industriales y agropecuarios del Interior.[581] Teniendo en cuenta estos lineamientos internos, podemos observar cómo se compuso el gabinete de Illia. Estaba integrado por Eugenio Blanco, ministro de Economía, Carlos Alconada Aramburu, de Educación y Justicia, y Fernando Solá, de Trabajo y Seguridad Social; todos ellos de extracción balbinista. En tanto representaban al unionismo el ministro de Defensa, Leopoldo Suárez, el de Salud, Arturo Oñativia, y el de Relaciones Exteriores y Culto, Miguel Ángel Zavala Ortiz. Eran hombres del sector más conservador del radicalismo, llamado unionismo en recuerdo de la Unión Democrática que enfrentó a Perón en 1946. Solo dos ministros venían del sabattinismo o línea Córdoba: Juan Palmero, en Interior y Miguel Ferrando, en Obras Públicas. Señala Alain Rouquié: Una sensibilidad y una historia reunían en un mismo aparato de clientelas a los radicales unionistas e intransigentes. Pero de todos modos sus divergencias eran notorias. La participación de cada corriente en la composición del gobierno acusaba las contradicciones de la nueva administración. Los defensores del programa socializante de Avellaneda se codeaban con antiguos ministros de Educación y de Justicia. La presencia de Miguel Ángel Zavala Ortiz en Relaciones Exteriores no prefiguraba una diplomacia progresista. Con todo, la campaña electoral del Dr. Illia se había hecho bajo el signo del nacionalismo antiimperialista…[582]
Así y todo, en un hecho al que se había desacostumbrado la Argentina, marcada por la inestabilidad de los gabinetes desde el derrocamiento de Perón, ese elenco se mantendría sin otro cambio que el producido por la muerte de Eugenio Blanco en agosto de 1964; lo sucedería otro balbinista, Juan Carlos Pugliese. Ese equilibrio de sectores radicales en el gobierno permanecería, a pesar de las fuertes críticas que lloverían sobre sus integrantes. El entonces frondizista Félix Luna, que no lo quería mucho a Illia, decía sobre su gabinete: 271
Sus colaboradores eran mediocridades honradas, con una larga trayectoria política, pero sin experiencia de gobierno. Este exclusivismo en la elección de sus colaboradores fue la primera sorpresa desagradable que deparó el nuevo gobierno. La opinión pública estaba acostumbrada a ver ciudadanos de diferentes extracciones políticas en los equipos oficiales sucedidos desde 1955. Esta amplitud en el espectro de los elencos gubernativos respondía a diversos motivos según el caso, pero era, de todos modos, un paso adelante en la convivencia […]. Illia prefirió entregar la administración pública a la voracidad de sus correligionarios con exclusión de toda otra colaboración. […] Era el suyo un partido que no había obtenido la mayoría absoluta de los votos y que llegó al poder por el apoyo de otras colectividades cívicas en el Colegio Electoral. Esa circunstancia debía haber aconsejado un estilo gubernativo más abierto […]. La tónica dominante de la UCR del Pueblo y el temperamento personal de Illia, cerrado hacia sus amigos, fueron llevando hacia una estrechez ideológica y operativa que tenía que terminar tal como terminó…[583]
Según Alain Rouquié, el problema no era la personalidad de Illia: A pesar de las ideas revanchistas que abrigaban tanto los vencidos civiles y militares como los vencedores de julio, el país parecía haber encontrado el presidente que le convenía. Después de tantos episodios dramáticos […] se instaló en el poder un gobierno que abrió una pausa, adaptándose bien a un país siempre convaleciente. El presidente Illia era un moderado de centro izquierda que creía en la democracia, pero también en las virtudes curativas del tiempo. Hombre de sentido común, gradualista, respetuoso del estado de derecho, se cuidó de tomar trágicamente la situación. Pretendía ser más tranquilizador que dinámico. Honesto, desinteresado y más hábil de lo que se ha creído, su partido, que no carece de personas competentes, lo perjudicó.[584]
Nuevos aires En un clima de enorme intolerancia de los factores de poder, acostumbrados a imponer sus ideas y prohibir las ajenas, el nuevo gobierno intentará ampliar el espectro político incluyendo gradualmente al peronismo. Illia había señalado durante la campaña: En mi gobierno no se perseguirá a nadie, y serán sagrados la libertad y el derecho de las personas. A este respecto, todos serán iguales ante la ley, y aun el comunismo si se encuadra dentro de las normas legales y constitucionales.[585]
Durante los primeros días de gobierno se dieron pasos hacia el fin de las proscripciones y la sanción de una amplia ley de amnistía para los presos heredados del Plan Conintes frondicista. Ya convertido en presidente, el doctor Illia le decía al corresponsal de la Asociated Press: Si somos sinceramente democráticos no podemos mezclar a la democracia con el totalitarismo y si dentro de nuestra Constitución se acuerdan derechos a nuestros
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compatriotas, los derechos deben ser para todos. Vamos a enviar al Congreso, en el período ordinario de sesiones, porque es un problema muy importante para considerarlo rápidamente, un proyecto de ley que establezca un nuevo estatuto para los partidos políticos, de manera que todas las agrupaciones que se organicen lo hagan dentro de las normas democráticas.[586]
El presidente también innovaba en cuanto al control del patrimonio de sus funcionarios, que debían hacer declaraciones juradas sobre todos sus bienes y los de sus allegados. A estas medidas sumaría también una amnistía que devolvió la libertad a presos políticos y gremiales, incluidos muchos de los condenados por la aplicación del Plan Conintes.
Un panorama complicado Illia debió a veces soportar y otras enfrentar poderes corporativos muy fuertes, comenzando por el militar. Su política de apoyarse en sus viejos aliados colorados — beneficiados por la amnistía— para compensar el poder de los hegemónicos azules encabezados por el todo poderoso Onganía, se evidenció como una muy mala idea. También fue muy conflictiva la relación con la CGT y las 62 Organizaciones, que reclamarían la garantía del libre ejercicio de la actividad sindical, la mejora en las condiciones de trabajo de la clase obrera y la legalización del peronismo, además de claridad por parte de algunos funcionarios, como del canciller Zavala Ortiz, uno de los principales enemigos históricos del movimiento peronista. Pero, además, dentro del sindicalismo se dirimían otras cuestiones. La proscripción del peronismo y las luchas contra los sucesivos gobiernos habían convertido a la rama sindical en la única firmemente organizada del movimiento, con un rol que eclipsaba al de la rama política. En ese proceso complejo, Vandor fue elaborando un proyecto neoperonista, que terminaría planteando un «peronismo sin Perón», con el propio Vandor como principal referente. Como mencionamos más arriba, el dirigente metalúrgico no dudará en utilizar las sucesivas etapas del Plan de Lucha de la CGT como elemento de presión y de consolidación de un «factor de poder» con el que ineludiblemente deberían sentarse a negociar los restantes, en especial las cámaras empresarias y los sectores militares. El otro conglomerado que presionará fuertemente al gobierno de Illia estaba constituido por las grandes organizaciones empresariales de la industria, las finanzas y la actividad ganadera, representadas por entidades como ACIEL, la UIA y la Sociedad Rural. Sus expresiones políticas más claras eran la Federación de Partidos de Centro[587] y la Udelpa de Aramburu. Una fracción de los industriales estaba representada por el Movimiento de Integración y Desarrollo (MID), recientemente 273
fundado por Frondizi, Frigerio y otros dirigentes separados de la UCRI. Todos estos sectores manejaban los grandes diarios y la mayoría de los medios de comunicación privados.
La anulación de los contratos petroleros Una de las primeras medidas del nuevo gobierno fue anular los contratos petroleros firmados por Frondizi. El decreto 744 decía: Decláranse nulos de nulidad absoluta, por vicios de legitimidad y ser dañosos a los derechos e intereses de la Nación, los contratos relativos a la explotación y exploración de petróleo suscriptos por YPF en el período 1.o de mayo de 1958 al 12 de octubre de 1963. […] YPF se hará cargo de todas las actividades que se fijaron las empresas contratantes.[588]
Conviene recordar que esta decisión era parte de la plataforma electoral de Illia y que a poco de resultar electo la había ratificado en un interesante reportaje que le hizo la revista Panorama: [Panorama]: ¿No le parece un prejuicio la idea de que los capitales extranjeros son un peligro? [Illia]: No hay ningún peligro: el mundo se va achicando y todos nos necesitamos unos a otros. […] El problema hay que ponerlo en su verdadero nivel. Hemos manejado nuestro petróleo, desde que fue descubierto, a través de YPF, que, durante 60 años, demostró ser idónea y capacitada para explorar, explotar, industrializar y comercializar el petróleo. Es muy importante que el petróleo siga en manos de una empresa que ha demostrado que sabe manejarlo. Si acá existe una experiencia industrial, es casualmente sobre el petróleo. En cuanto a los contratos, es evidente que no han sido hechos con limpieza, porque se hicieron a puertas cerradas. No se dieron a conocer, no se mandaron al Parlamento, no intervino la dirección de YPF. Esto es lo que no debe hacerse. [Panorama]: Es decir, usted está en contra de los métodos que se emplearon en la negociación de los contratos, pero no en contra del hecho en sí… [Illia]: Sí, es evidente. Si viene una compañía y actúa de acuerdo con YPF, con un contrato de locación y obras, manejando nuestra entidad todos los problemas, ¿qué importancia tiene? Por otra parte, el pueblo sospecha que convenios firmados de esa manera pueden entorpecer, más adelante, la propia independencia de YPF, que ellos sean una primera interferencia. Hay una gran sensibilidad popular sobre el tema del petróleo. El pueblo está con un poco de alergia hacia este problema. Pero la irritación no es contra el capital extranjero. Al contrario. Nosotros necesitamos que vengan al país inversores de capital extranjero. Aquí no hay ninguna posición agresiva del gobierno contra capitales extranjeros. Queremos mantener nuestras relaciones internacionales en un terreno de cordialidad y amistad, pero también de igualdad. Nosotros vamos a dar todas las garantías para que los capitales extranjeros vengan a trabajar de acuerdo con el interés nacional. Aquí hay un nacionalismo sano, no un nacionalismo extremista.[589]
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Pese a ese tono moderado, este primer choque del gobierno con el conglomerado de sectores opositores tuvo, en las mismas filas de la UCRP, comentarios adversos sobre su «oportunidad». Emilio Gibaja,[590] un cercano colaborador de Illia, nos decía sobre el tema: Fue un postulado de la plataforma. Illia se comprometió y yo creo que después de ganar las elecciones, gente de otros partidos por supuesto, pero del partido también, alguien le habrá comentado que si le parecía prudente hacerlo. A lo que Illia responde: «Yo prometí esto y yo lo que prometo en mi vida lo he cumplido». Él asume en octubre y en noviembre se dicta la ley de anulación de los contratos petroleros. El embajador norteamericano fue a verlo y le dijo que eso significaba que su país no lo iba a apoyar. Illia le dijo que no estaba para negociar ningún tipo de cosas. Después vino un delegado de Kennedy y ahí charlaron largo, e Illia le mandó una carta a Kennedy. Kennedy hizo públicas declaraciones diciendo que este es un gesto de soberanía de un país y nosotros, mientras se cumplan las disposiciones de indemnizaciones que estaban pactadas en los contratos, no tenemos qué decir. Pero a los diez días lo matan a Kennedy y viene Johnson y ahí empezaron a cambiar las cosas.[591]
Las «cosas» que menciona Gibaja eran los crecientes aprietes, tanto de las compañías extranjeras como de sus socios y representantes locales. Como era de suponer, don Álvaro «hay que pasar el invierno» se anotó en primera fila, con una carta pública al presidente que anticipaba el argumento lamentablemente reiterado de que «nos vamos a caer del mundo»: Si los contratos de petróleo y acuerdos de garantía que el país ha estipulado libremente se transforman en un tema político, ya sea con propósito deliberativo o simplemente por un manejo erróneo, la Argentina pasará lisa y llanamente a un segundo plano en la consideración de los organismos internacionales responsables y de los inversores auténticos y verá acentuarse a corto plazo la desocupación, la recesión económica y la inflación.[592]
Como también era de esperar, desde las filas desarrollistas se atacó la anulación de los contratos firmados por Frondizi. Los editoriales del diario Clarín, por ejemplo, al tiempo que defendían las cifras de extracción de petróleo durante la vigencia de las concesiones, argumentaban que las denuncias por irregularidades debían ser tratadas por la «vía judicial», que ya entonces no era un dechado de velocidad. En este sentido, décadas después, nos decían Domingo Cavallo y Oscar Camilión: Cavallo: El gran error de Illia fue no darse cuenta que la política petrolera de Frondizi era una muy buena política, y que había que mantenerla y no perturbarla con la anulación de los contratos petroleros. Pero fue un buen gobierno de un hombre decente, que si bien había sido elegido con solo el 22, 23% de los votos, estaba tratando de manejar bien al país. Oscar Camilión: La Argentina perdió el ómnibus, desdichadamente, y esa es una de las cosas graves que hay que imputarle al gobierno de Illia. La paralización del proceso que representó el doble error de la anulación de los contratos del petróleo y de la pesificación de los
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depósitos de dólares.[593]
En el otro arco se ubicaban quienes, con diversas posturas ideológicas, sostenían la nulidad absoluta de los contratos por los argumentos esgrimidos por Illia, como el Dr. Alfredo L. Palacios, el Dr. Alfredo Orgaz, ex presidente de la Suprema Corte; el Dr. Carlos Sánchez Viamonte; lo más alto que tenemos en derecho institucional y expertos como el brigadier general Guillermo Zinny, ex vocal del directorio de YPF; el Dr. Rodolfo Fitte, ex presidente de YPF; el Ing. Juan Sábato, ex investigador de la CADE; el Dr. Silenzi de Stagni, ex titular de la cátedra de minería, por no citar sino algunos nombres […].[594]
Como nos decía Gibaja, la anulación de los contratos no implicó romper frontalmente con los capitales extranjeros: Argentina pagó las indemnizaciones, así que no sé qué más vueltas dieron. Fue un verdadero hervidero con que no iba a haber petróleo, que íbamos a tener que empezar a importar, todo eso lo dirá la historia si tuvo razón o no. Pero que fue un acto de soberanía no hay ninguna duda. [Illia] Tuvo una discusión con Rockefeller[595] también, porque venía a instalar un banco y entonces le dijo: «Usted, que es accionista de la Standard Oil, sabe cómo es mi posición. Cuando nosotros decimos que no, es no, y eso no implica que no podamos tener relaciones bilaterales, pero en este momento la disposición del Banco Central no admite la entrada de nuevos bancos extranjeros». Ahí quedó la cosa. Rockefeller le envió una carta agradeciéndole la entrevista. Obviamente que a los sectores empresarios les molestó, como les molestó la ley de medicamentos. Él era un hombre así, calculo que por su estilo, habrá meditado mucho la sanción de esa ley.[596]
Y no nos caímos del mundo Como suele ocurrir y pese a los agoreros, tras la anulación de los contratos petroleros no nos caímos del mundo. Aunque la realidad económica durante el gobierno de Illia no fue floreciente, lo cierto es que hubo signos claros de recuperación con respecto a la crisis iniciada poco antes del derrocamiento de Frondizi y que se profundizó con las políticas «liberales» de los ministros Pinedo, Alsogaray, Méndez Delfino y Martínez de Hoz cuando Guido llevaba el título de presidente. Una crisis que, gracias a las recetas «monetaristas», nos había vuelto «pioneros» en algo que el resto del mundo recién conocería en la llamada «crisis del petróleo» de 1973-1974: la estanflación, es decir, la mezcla explosiva de estancamiento económico con alta inflación, algo que hasta entonces no figuraba en los manuales. El producto bruto interno, que había caído el 1,6 y el 2,4% anual, respectivamente, en 1962 y 1963, en los dos años siguientes creció al 10,3 y 9,1% anual. El déficit fiscal, que Martínez de Hoz había dejado en más del 6% del producto, para 1965 se había reducido al 3,6%, y con una política que no se basaba en el recorte sistemático 276
de la salud, la educación y los sueldos de los empleados públicos, sino en el aumento de la recaudación impositiva al haber mayor actividad económica. Donde todo pareció seguir igual fue en el aumento del costo de vida, con tasas de inflación similares al período de Guido. Según el análisis de Mario Rapoport: La política se orientó también a estimular la demanda efectiva por medio de un fortalecimiento de poder de compra de los salarios, utilizando para ello varios instrumentos. En primer lugar, se estableció un salario mínimo, vital y móvil, que fijaba un piso para los sueldos más bajos de la escala. Simultáneamente, se operó sobre un conjunto de precios que afectaban la canasta familiar. Así, se mantuvieron congeladas las tarifas públicas y se fijaron precios máximos para un conjunto de bienes de consumo esenciales. De esta forma se produjo una redistribución progresiva del ingreso, que permitió a los salarios volver en 1965 a una participación relativa en la distribución del ingreso similar a la alcanzada durante el último año del gobierno de Frondizi, e incluso superarla en 1966, pasando del 41,6% en 1962 al 45,8% en el último año mencionado.[597]
1964 Mientras tanto, América Latina se sacudía con dos golpes de Estado impulsados por los Estados Unidos: en Brasil era derrocado el presidente João Goulart y en Bolivia, su colega Víctor Paz Estenssoro, que había asumido hacía apenas tres meses. En Colombia nacían las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) lideradas por Manuel Marulanda, más conocido como Tirofijo. Fidel Castro llegaba a Moscú en visita oficial mientras el Che asistía a la Conferencia de Comercio y Desarrollo convocada por las Naciones Unidas en Ginebra y visitaba Moscú por el 47.o aniversario de la Revolución Rusa. En diciembre habló en la Asamblea de las Naciones Unidas, en Nueva York, y visitó Argelia. Detrás de la «cortina de hierro», sorprendía al mundo el desplazamiento en la URSS del reformista Kruschev en el secretariado general del PC por el ortodoxo Alexei Kosiguin. En Oriente Medio, bajo el impulso del presidente egipcio, Gamal Abdel Nasser, se fundaba la Organización para la Liberación de Palestina (OLP), presidida por Ahmed Shukeiri. Los antediluvianos racistas sudafricanos condenaban a cadena perpetua al querido luchador Nelson Mandela, mientras que su compañero de lucha antidiscriminatoria, el estadounidense Martin Luther King, recibía en Oslo (Noruega) el Premio Nobel de la Paz. La palabra «escalada» se ponía tristemente de moda en Estados Unidos. Era utilizada para referirse al aumento de la agresión de sus fuerzas armadas contra Vietnam y el comienzo de sus salvajes bombardeos sobre la población civil, con bombas de fósforo que queman hasta el hueso. Aldeas, hospitales y escuelas eran 277
arrasadas, mientras crecían las protestas en los Estados Unidos y en Europa, protagonizadas sobre todo por los jóvenes. Los Beatles se consagraban definitivamente tras su viaje por los Estados Unidos y sus presentaciones en el Show de Ed Sullivan. Durante esa gira mágica y misteriosa en la que lograron colocar cinco simples en la lista de discos más vendidos, alguien les preguntó si eran conscientes de lo que provocaba su música en la juventud. John respondió: «Si lo supiéramos formaríamos otro grupo y seríamos sus mánagers». Ese mismo año debutaban en el cine con A Hard Day’s Night y sacaban el álbum correspondiente. Una de sus fans locales, Mafalda, podía ahora reflexionar cotidianamente desde la contratapa del diario El Mundo que disputaba con Clarín el segmento de lectores de clase media, mientras que los sectores populares preferían Crónica, que comenzó a editar una edición matutina. Los Rolling Stones, que habían comenzado su carrera en 1962, publicaban en abril del 64 su primer long play, llamado como la banda y que permanecería 51 semanas en el puesto número 1 de ventas en Gran Bretaña. Poco antes, en marzo, el periódico London Evening News comentaba: «A los padres no les agradan los Rolling Stones; no quieren que sus hijos lleguen a ser como ellos; no quieren que sus hijas se casen con ellos. Nunca han sido las virtudes de pulcritud, obediencia y puntualidad tan escasas como en los Rolling Stones. No son los ideales con los que construir imperios, no son del tipo de gente que se lave las manos antes de comer. Causan que los adultos farfullen con rabia». También en Inglaterra sonaba una banda poco conocida, llamada T-Sets, comandada por el guitarrista Roger Waters, quien luego sería uno de los fundadores de Pink Floyd. En la misma Londres, la diseñadora Mary Quant revolucionaba el mundo de la moda y escandalizaba a los «moralistas» de toda laya presentando en su desfile de verano la minifalda. Andy Warhol sorprendió con su Marilyn, que como en la mayoría de las obras del período 62-70, utilizó la técnica de la serigrafía fotográfica. Warhol más que pintar, parecía maquillar las fotos. Captaba la esencia del personaje y la reproducía con la misma frialdad con la que pintaba una lata de sopa. A pesar de la repetición compulsiva, referencia clara a la repetición de imágenes y mensajes por los medios masivos, cada foto de Marilyn tenía un detalle distinto. Warhol entendía que el arte no es sino lo que consumen los espectadores, como un objeto más de la sociedad de consumo. «Un artista es aquel que produce cosas que la gente no necesita, pero que él —por alguna razón— cree que es una buena idea ofrecérselas. Es mucho mejor hacer arte comercial que arte por el arte, porque el arte por el arte no aporta nada al espacio que ocupa, mientras que el arte comercial sí. Porque si el arte comercial no aporta nada a su propio espacio no tiene mercado. De modo que, por un lado, creo en los espacios vacíos, pero, por otro, debido a que aún estoy haciendo un poco de arte, sigo 278
fabricando basura para que la gente la coloque en sus espacios que creo deberían estar vacíos». Por el lado del jazz, descollaba el saxofonista John Coltrane con su disco A Love Supreme. Los chicos jugaban al patrón de la vereda, al cuarto oscuro, a las bolitas, a la rayuela y al tinenti; las chicas compartían estos juegos y sumaban los suyos, como el elástico, y, las más creciditas, verdad o consecuencia. A la hora de los juegos de mesa hacían furor El mago Chan, El cerebro mágico, El Estanciero y El Bucanero. Era la época de la colección Robin Hood, con sus libros de cubiertas amarillas, de Anteojito —que empezó a publicarse este año— y de las revistas mexicanas con personajes como Susy para las no tan niñas y los superhéroes de Marvell, Superman y Batman, para los varones. Desde la pantalla de Canal 13 arrasaban El Club del Clan, Pepe Biondi, el Show de Carlitos Balá y la novela de Nené Cascallar, El amor tiene cara de mujer. En el país se estrenaron 37 películas nacionales, entre ellas: Buenas Noches, Buenos Aires y La Sentencia, de Hugo del Carril; La diosa impura, La Leona y Lujuria Tropical, de Armando Bo; El Club del Clan, de Enrique Carreras; Cleopatra era Cándida, de Julio Saraceni con Niní Marshall; Circe, basada en el cuento de Julio Cortázar, dirigida por Manuel Antín; Canuto Cañete y los 40 ladrones, con Carlitos Balá, de Leo Fleider; La Tigra, de Leopoldo Torre Nilsson; El demonio en la sangre, de René Mugica, y Placeres conyugales, de Luis Saslavsky. Era un gran éxito el disco La Misa Criolla, con música de Ariel Ramírez y letra de Félix Luna, grabado por el propio Ariel junto a Los Fronterizos, Jaime Torres y Domingo Cura. El éxito iría más allá de las fronteras y la obra se presentaría después en decenas de países. De los Juegos Olímpicos de Tokio, donde el boxeador norteamericano y campeón mundial de los pesos pesados Cassius Clay obtenía la medalla de oro, solo trajimos una de bronce en equitación, lograda por el capitán Carlos Alberto Moratorio; pero la Selección argentina ganaba en Brasil la Copa de las Naciones al derrotar a los locales de Pelé por 3 a 0. En cambio, fue trágico el saldo del partido entre Argentina y Perú jugado en Lima, cuando un gol peruano anulado por el árbitro llevó a miles de simpatizantes locales a invadir el campo de juego. Al ser dispersados por la policía, intentaron salir del estadio con un saldo de 320 muertos y más de 800 heridos. Al vencer en la final a Nacional de Montevideo, Independiente de Avellaneda obtuvo la Copa de Campeones de América, actual Libertadores. Boca ganó el campeonato local, con Rattín, Marzolini y Roma, mientras que los hermanos Dante y Torcuato Emiliozi obtuvieron el primer puesto en el campeonato de Turismo Carretera. Dos grandes pérdidas para el tango: se iban Juan de Dios Filiberto y «el varón del tango», Julio Sosa. Por su velatorio en el Luna Park pasaron unas cien mil personas. 279
La ley de medicamentos Como médico que era, Illia se ocupó, a poco de asumir, de un tema fundamental para la salud de los argentinos: los medicamentos. El 15 de enero de 1964 envió al Congreso un proyecto de ley, a partir de un estudio sobre unos veinte mil productos medicinales. Impulsado por el ministro de Salud, el salteño Arturo Oñativia, que consideraba que los medicamentos no podían ser tratados como cualquier mercadería porque eran bienes sociales, el estudio había detectado que muchos de los que se comercializaban en el país no eran lo que decían: algunos ni siquiera contenían la droga que los hacía útiles; otros no la tenían en las proporciones necesarias. El gobierno les dio a los laboratorios un plazo de seis meses para aclarar y corregir la situación, pero las empresas, conscientes de su poder, no se dignaron contestar.[598] Así recordaba Illia esa situación: Cuando comenzaron a estudiarse los costos, quisieron presentar libros que no contenían la verdad, pues los grandes laboratorios de origen internacional tenían doble juego de libros. Pero con nosotros no hubo doble juego. Fueron los hombres de la Dirección General Impositiva y tuvieron que presentar los libros correctos, pudiéndose comprobar que un medicamento que a lo mejor tenía un costo de un peso se vendía supongamos a 50 o a 100, lo que era una desmesura tremenda. Por una parte, el medicamento no contenía lo que debía contener y por otra el precio era verdaderamente superior al costo de producción. Mandamos al Congreso de la Nación un mensaje para que, mientras seguíamos todo este estudio de los medicamentos, se congelara el precio de ellos. Los laboratorios protestaron y dijeron que este era un gobierno dirigista que se entrometía en la elaboración de los específicos donde ellos eran verdaderos expertos. Entonces nosotros propusimos que cada laboratorio hiciese una declaración jurada que dijera cómo interpretaba los costos y que afirmara cuál era la calidad de sus medicamentos. Se les dieron seis meses para que presentaran la declaración jurada, mientras los precios seguían congelados. Pero ningún laboratorio presentó la declaración jurada; ¿cómo iban a presentarla frente a las comprobaciones que habían hecho las comisiones designadas por el gobierno nacional?[599]
Los arduos debates llevaron seis meses, en los que se hicieron sentir las tremendas presiones de los todopoderosos laboratorios multinacionales, que llenaban de solicitadas los diarios. Uno de los semanarios que llevó adelante la campaña en defensa de los laboratorios fue Confirmado, que en su número 5, del 4 de junio de 1965, comentaba que «el brote de gripe que ha estallado en los últimos días, permitió comprobar las primeras consecuencias del decreto que reglamenta la ley de medicamentos: […] cierta escasez de productos, especialmente antibióticos, en el momento actual de gran consumo y necesidad». 280
Casi un mes después reproducía, bajo el título «Amarga crítica desde Nueva York», un informe de la revista norteamericana Business International que comenzaba diciendo: Un examen realizado en el seno de las firmas americanas que operan en la Argentina revela un sentimiento ampliamente difundido en el sentido de que, a pesar de la prosperidad presente, el gobierno de Illia no terminará el año. […] El gobierno de Illia ha dado algunos pasos, pero pocos llegaron a mejorar, y algunos hasta empeoraron el clima de negocios. La regulación de precios y beneficios en la industria farmacéutica puede, de acuerdo con los portavoces de la industria, determinar el hundimiento de la industria de medicamentos en la Argentina. La reciente devaluación es inadecuada y tardía. La legislación impositiva del gobierno provocó que muchas subsidiarias de firmas extranjeras no remitieran sus dividendos. […] El reino de la inacción ya no tiene posibilidades de subsistir.[600]
Confirmado seguía la campaña, esta vez amenazando al gobierno: Tanto el sector empresario como el sindical, a través de sus dirigentes, insistieron largamente en que si el gobierno persistía en mantener la reglamentación que ha elaborado para le ley de especialidades medicinales, como esta había sido concebida, se produciría un receso con las consecuencias inevitables: cierre de establecimientos, despido de personal. Seguramente las autoridades comenzarán a reflexionar sobre estos problemas cuando la industria farmacéutica comience a contribuir al proceso de creciente desempleo en masa.[601]
La campaña tuvo su punto culminante en un informe especial titulado «La industria farmacéutica en Argentina. Informe especial número 2», que literalmente era una apología desembozada del punto de vista empresario: Los laboratorios forman permanentemente planteles de investigadores, contribuyendo a elevar el nivel científico nacional. Ante la posibilidad —siempre remota, afortunadamente— de una guerra bacteriológica, la industria adquiriría una situación excepcional de ubicación. […] Ante la posibilidad de un conflicto bélico, ciertos medicamentos pueden declararse material crítico, como los antibióticos que el ejército no fabrica. Así como en la Segunda Guerra Mundial, la Ford fue compelida por el Estado norteamericano a abandonar la fabricación de automóviles para dedicarse a la producción de automotores más adecuados a las necesidades militares, también en nuestro país los laboratorios serían dirigidos por las autoridades castrenses para impulsar la preparación de determinados específicos, especialmente sueros y vacunas. […] Si un hipotético enemigo destruyera Obras Sanitarias y las usinas de Buenos Aires, la ciudad quedaría automáticamente sin agua, luz ni cloacas. Las enfermedades hídricas producidas por esta caótica situación harían que fuera imperioso salvar a la población […]. Vacunas, sueros, sangre y plasma tienen entonces el valor de un arma, constituyendo el déficit sanitario y de medicamentos, una ofensiva más peligrosa que la del enemigo.
Y maravillosamente, Confirmado combinaba la «libertad de empresa» con la «defensa nacional»: 281
Como toda industria, la farmacéutica debe desarrollarse, enseñarse y practicarse sobre bases técnicas. […] Toda reglamentación que conduzca a una planificación en sus investigaciones e inversiones la han de favorecer, pero las sucesivas alteraciones la están transformando en un juego de azar, especialmente cuando tienen origen en sectores no técnicos. Tales medidas inadecuadas pueden incidir en detrimento de nuestra industria, y en el desarrollo de la industria similar brasileña. Los militares argentinos —siempre sensibilizados cuando se trata del Brasil— lógicamente no ven con buenos ojos esta posibilidad. Si la industria farmacéutica argentina entra en recesión, y algunos grandes laboratorios se ven obligados a cerrar, es de suponer que la industria brasileña —favorecida por los acuerdos de la ALALC— se lance rápidamente a la conquista del mercado argentino.[602]
Los grandes laboratorios incluso recurrieron a la banca internacional, para apretar al gobierno, que por entonces buscaba renegociar vencimientos de la deuda externa con el consorcio de países acreedores conocido como «Club de París». Según Illia: Los distintos gobiernos […] estaban dispuestos a refinanciar la deuda [y] mandamos a nuestros negociadores a París […]. Pero en el convenio que se había firmado en época de Aramburu se establecía que si uno solo de ellos se oponía a una modificación del convenio, este no podría ser modificado. Suponíamos que en 24 o 48 horas arreglaba todo, pero resultó que una parisiense[603] no estaba de acuerdo con la refinanciación de la deuda. El país este era Suiza. Nos llamó la atención porque el menor crédito que teníamos con el exterior era casualmente con Suiza. Se pusieron firmes los señores y nos dijeron que no podían refinanciar la deuda porque Suiza se oponía, pero que [si se levantaba] el congelamiento de los precios de los medicamentos sí habría refinanciación. Le contestamos naturalmente con buenas palabras, que fueron a dónde deberían ir, que el gobierno argentino no se sometería de ninguna manera a hechos de esa naturaleza y que nosotros teníamos para pagar 70 millones de dólares… Puesta sobre la mesa tal proposición argentina, […] rápidamente aceptaron el resto de los países la renegociación de la deuda.[604]
Que Suiza se opusiese no era casual, ya que allí está la casa matriz de grandes empresas farmacéuticas internacionales. Finalmente, la ley 16.462 de Medicamentos fue aprobada por el Congreso el 23 de julio de 1964. La norma regía para todo producto «de uso y aplicación en la medicina humana», incluidas drogas base, reactivos y elementos de diagnóstico, y en toda la cadena de elaboración, fraccionamiento, depósito y comercialización, incluido el comercio exterior y a quienes la integraban. Fijaba que esas actividades solo podrían realizarse, «previa autorización y bajo el contralor del Ministerio de Asistencia Social y Salud Pública, en establecimientos habilitados por el mismo y bajo la dirección técnica del profesional universitario correspondiente» y que los productos debían reunir las «condiciones establecidas en la farmacopea argentina y, en caso de no figurar en ella, las que surgen de los patrones internacionales y de los textos de reconocido valor científico». Los laboratorios debían elaborar sus propios productos (no autorizándose los que se limitaran a envasar los producidos por terceros), se establecía la venta al 282
público de los medicamentos en su envase original y se encargaba a la reglamentación de la ley el fijar la «condición de su expendio, que podrá ser: libre, bajo receta, bajo receta archivada y bajo receta y decreto».[605] La ley creaba además un Formulario Terapéutico Nacional y el Instituto de Farmacología y de Normalización de Drogas y Medicamentos, cuya función era controlar productos de venta libre destinados a dietas, cosmética y aguas minerales.[606] Como recordaba Illia, «a los 10 días de caer nuestro gobierno el Sr. Onganía decretó el precio libre para los medicamentos»,[607] y poco después derogó la ley 16.462. Otro aporte importante del doctor Oñativia fue la ley 17.259 de «Obligatoriedad del uso de la sal enriquecida con yodo como profilaxis del bocio endémico», que ayudó, a través de un mecanismo tan sencillo como el agregado de yodo a la sal doméstica y a la de consumo vacuno, a erradicar una enfermedad que afectaba, según las provincias, entre el 10 y 50% de la población. También el ministro de Salud de Illia logró hacer aprobar la ley de Reforma del Sistema Hospitalario Nacional y de Hospitales de la Comunidad e impulsó la creación del Servicio Nacional de Agua Potable, con el objetivo de extender el derecho humano a este consumo básico a todo el país.
Illia y el sindicalismo En su discurso de asunción, Illia no disimuló sus ilusiones de lograr apoyos entre los trabajadores, especialmente los de sectores de servicios, y disputarle al peronismo la hegemonía sindical. En esa ocasión el presidente anunció: Desarrollaremos una política gremial que posibilite la unidad del sindicalismo argentino y lo preserve de la intromisión del Estado y de su instrumentación política. […] La clase obrera, recordemos a Crisólogo Larralde, la única clase, porque de su carne y de su sangre nacieron el sabio, el descubridor, el estadista, el sacerdote, el guerrero, el pacifista, el revolucionario y el verdugo, el poeta y el santo y hasta el rico; esa clase única está marchando y si no se demora en tratos venales, ni en la faena mercantil de su propio destino, llegará al campo abierto de la vida en libertad, con derechos totales, con seguridad y fuerza para afirmar el bienestar humano.[608]
Ya su plataforma electoral había señalado la necesidad de establecer el salario mínimo, vital y móvil, para mejorar el nivel de vida de los trabajadores. Pero la trayectoria gorila de la UCRP y las declaraciones de sus dirigentes, en favor de una central obrera «apolítica», inquietaban a los líderes gremiales peronistas.[609] La dirigencia cegetista había mantenido encuentros con referentes radicales antes de la asunción de Illia. Los temas que más preocupaban a los sindicalistas eran la 283
legislación represiva y la vuelta a la plena vigencia de la Constitución Nacional, el desajuste existente entre los sueldos y el costo de vida, y los altos niveles de desocupación. Apoyaban la anulación de los contratos petroleros, pero además planteaban la nacionalización de los depósitos bancarios, el establecimiento de un sistema de control de cambios, la creación de un organismo para regular el comercio exterior y la ruptura de relaciones con el FMI. Estos planteos excedían las aspiraciones radicales y las de su electorado.[610] Estaba pendiente una cuestión ineludible: la proscripción del peronismo. El 17 de octubre, cinco días después de la asunción de Illia, se autorizó la realización del acto central por el Día de la Lealtad, convocado en Plaza Once, pero no había aún signo alguno que hiciese pensar en la legalización del movimiento. Como dijo en esa ocasión la dirigente Delia Parodi, «cuando el peronismo vaya a las urnas a votar y a elegir recién diremos que aquí comienza la concordia». Cerró el acto Andrés Framini, recordando que «los hombres que están en el poder saben que sin Perón no podrán gobernar». Durante la desconcentración hubo enfrentamientos con la policía. A comienzos de diciembre de 1963, la conducción de la CGT hizo llegar a Illia un extenso petitorio, que constituía un plan de gobierno. Sus medidas incluían reclamos de diversos sectores: la reducción del déficit presupuestario, la jerarquización de la enseñanza en todos sus niveles, un plan orgánico y nacional de viviendas populares, la defensa de la producción agropecuaria, una política crediticia orientada en beneficio de la actividad industrial y la adecuación de los ingresos de los trabajadores al costo de la vida. No hubo respuestas concretas del gobierno y la CGT convocó a un paro general con movilización al Congreso para el 6 de diciembre, para entregar a los presidentes de ambas cámaras y a los legisladores de todos los partidos copias del plan y algunos proyectos de ley para implementarlo. Ante la falta de respuesta oficial, a fin de enero de 1964 la central obrera anunció la realización de un Plan de Lucha, que en ese momento preveía dos etapas: la primera, de organización y agitación, mediante actos y acciones para difundir sus reclamos; la segunda consistía en la ocupación de establecimientos y lugares de trabajo que, en principio, se realizaría entre el 1.o y el 25 de marzo, de manera parcial y por zonas del país, y que debía culminar con una ocupación total y simultánea por 24 horas, en una fecha a determinar entre el 25 y el 31 de marzo.[611] El oficialismo inició entonces conversaciones con dirigentes del sector sindical «independiente», que estaba al frente de organizaciones importantes, como los empleados de Comercio y La Fraternidad, en un intento por debilitar el peso del gremialismo peronista. No descartaba incluso la posibilidad de dividir al movimiento obrero, con la desafiliación de los «independientes» a la CGT y la creación de una nueva central.[612] Si bien no se llegó a este punto, varios gremios de ese sector se retiraron, denunciando que las 62 Organizaciones buscaban dañar al gobierno. 284
El «totalitario» Illia Algún eco, no reconocido, de las propuestas de la CGT puede encontrarse en la sanción de Ley de Abastecimiento en febrero de 1964.[613] Cuando se le preguntó a Illia si la norma atemperaría la actitud del sindicalismo peronista, respondió: «yo entiendo que el plan de lucha de la CGT no se refiere exclusivamente al encarecimiento del costo de la vida. Ellos tienen un plan, mientras el gobierno encamina su acción al bienestar de todos los compatriotas».[614] La CGT rechazó participar de la Dirección Nacional de Abastecimientos, según declaró, por la «inoperancia y desatención del Poder Ejecutivo». Pero lo cierto es que, al mismo tiempo, postergaba la puesta en marcha de la segunda etapa del Plan de Lucha, que implicaba llevar a fondo el choque con el gobierno. Para la Sociedad Rural, el proyecto de Ley de Abastecimiento era de «corte totalitario» y «contrario a las leyes naturales que rigen las actividades humanas». Para los dueños de la tierra, evidentemente lo «natural» y «democrático» era continuar saqueando el bolsillo de los consumidores, como venía ocurriendo. La Cámara Argentina de Comercio, para no ser menos, consideraba que «sus cláusulas son anticonstitucionales» y, en un dechado de imaginación, juzgaba que el propósito del gobierno de apoyarse en comisiones vecinales para velar por el cumplimiento de la ley era nada menos que «un paso previo para ulteriores ensayos colectivistas». Estos y otros pronunciamientos empresarios, lógicamente debían ir acompañados por la prensa «seria», donde esas declaraciones llenaban páginas de solicitadas. Así, La Nación aseguraba que el proyecto era todavía más «dirigista» que el auspiciado por Perón. Por su parte, los legisladores «de centro» buscaban obstruir la sanción de la ley o al menos desvirtuar sus alcances con enmiendas. Esto sería una constante a lo largo del gobierno de Illia, que al no contar con el suficiente peso propio en el Congreso, debería negociar con distintas bancadas la aprobación de sus proyectos. Buena parte de la «lentitud» atribuida al presidente no se debía a un «estilo» ni a una característica personal, sino a las complicadas negociaciones que debía emprender un gobierno minoritario, surgido de elecciones con proscripción y con representación proporcional para los cargos parlamentarios.
La guerrilla del Che en la Argentina En medio de esas complicaciones, una noticia llegada del norte del país causó
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conmoción: en territorio salteño, la Gendarmería había «descubierto» un campamento guerrillero y continuaba con las operaciones para capturar a sus integrantes. Se trataba del Ejército Guerrillero del Pueblo (EGP), una organización creada el año anterior y dirigida por el periodista Jorge Ricardo Masetti.[615] Masetti, nacido en Avellaneda en 1929, vinculado en su juventud a sectores nacionalistas y católicos, en 1958 viajó a Cuba, donde por vías clandestinas logró llegar a Sierra Maestra y convertirse en el único periodista argentino (y uno de los pocos latinoamericanos) que entrevistó a Fidel Castro y al Che Guevara en medio de su lucha guerrillera. Sus reportajes, transmitidos por Radio El Mundo, dieron a conocer la voz y las ideas de los «barbudos», y luego se convirtieron en la base del libro Los que luchan y los que lloran, aparecido ese mismo año.[616] En enero de 1959, ya triunfante la revolución, Masetti regresó a Cuba, llamado por Fidel para organizar y dirigir la agencia de noticias Prensa Latina.[617] Luego se sumó a los proyectos del Che de extender la lucha internacionalmente, lo que los medios de prensa «occidentales» de entonces llamaban «exportar la revolución». El plan, discutido en la máxima dirección cubana a partir de 1962, era instalar un foco guerrillero en la zona de los departamentos de Orán (Argentina) y Tarija (Bolivia), como inicio de un movimiento general en la región. Masetti, los cubanos Hermes Peña y Alberto Castellanos y los argentinos Ciro Bustos y Federico Méndez formaron el núcleo inicial, al que luego se unirían otros miembros —muchos de ellos, ex integrantes de la Federación Juvenil Comunista argentina—. Masetti adoptó el nombre de guerra «Comandante Segundo», ya que el «primero», se entendía, era el Che, quien había supervisado directamente los preparativos.[618] En junio de 1963, luego de pasar por Bolivia, se establecieron en territorio salteño, donde el 9 de julio, desde su primer campamento bautizado «Augusto César Sandino», firmaron una carta dirigida al presidente electo Illia, que en Buenos Aires publicaría el periódico Compañeros, que dirigía Mario Valotta. «La Carta de los Rebeldes», como la titulaba el periódico, tras reconocerle a Illia haber sido «un hombre rebelde, aferrado a los principios en los que creyó», rechazaba su elección por fraudulenta y basada en la proscripción, y anunciaba: Contra la fuerza de las armas servidoras de la oligarquía y el imperialismo, opondremos la fuerza de las armas esgrimidas por el pueblo y alimentadas por su causa. Subimos a las montañas, armados y organizados, y no bajaremos de allí, sino para dar batalla. Somos los únicos hombres libres en esta oprimida República y ya jamás dejaremos de serlo. Este ejército nuestro es el de los rebeldes, el de los que no se doblegan, el de los que repudian las negociaciones fraudulentas de políticos fraudulentos en colegios electorales fraudulentos. El de los que no pagan atemorizados a los chantajistas, sino que los combaten con tenacidad y firmeza. Y solo dejaremos nuestras armas para regresar a nuestras herramientas, cuando haya en el país un gobierno que no sea producto del fraude y la coacción y un ejército compuesto por los militares dignos, los que se sientan parte del pueblo y se consideren servidores del
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mismo.[619]
La carta no tuvo mayor impacto en la opinión pública pero sirvió a los organismos de inteligencia para ponerse en alerta e iniciar tareas de infiltración en el grupo, cuyas redes de reclutamiento en Buenos Aires, Córdoba y otras ciudades fueron rápidamente detectadas. Entre septiembre de 1963 y enero de 1964, el núcleo inicial se fue ampliando con la incorporación de miembros —todos ellos venidos de ciudades—, hasta llegar a unos treinta guerrilleros, que recorrieron una parte del monte salteño, entrenándose y preparándose para su primera operación. Según Gabriel Rot: Ellos se plantearon lo que en Cuba se decía pingazo: dar un asalto, dar un golpe que despierte conciencias. Tomar pequeños poblados, repartir medicinas, repartir volantes e inmediatamente volver a las montañas para luego caminar días enteros para dar otro golpe. Se encontraron con muy poca gente en todos los casos. Apenas hablaron con una docena de pobladores casi en condiciones precapitalistas de vida, que no podían leer sus proclamas porque eran analfabetos. Así que su prédica no llegó a un sector social. Ellos pensaban que iban a encontrarse con el famoso campesino cubano y se encontraron con sectores totalmente precapitalistas, lo que demuestra la poca claridad y la poca preparación política que tenían de la zona. […] La proclama a los campesinos, que es un texto que hace el propio Masetti, que es un texto bellísimo […] pinta de cuerpo y alma el porqué de este fracaso. Él habla de los campesinos que están explotados, exprimidos por los explotadores […]. Pero concluye diciendo: «Para eso hemos llegado nosotros». Es toda una carta de presentación externa. Hay una exterioridad enorme de esto, que muestra que es un movimiento foquista y no un movimiento social orgánico. Es casi mesiánico.[620]
En febrero, el EGP comenzó a prepararse en vistas al 18 de marzo de 1964, fecha establecida para tomar el poblado de Yuto en Jujuy. Para entonces, habían logrado infiltrarse al campamento dos agentes de la Policía Federal, incorporados a través de la red de reclutamientos bonaerense del grupo guerrillero. Paralelamente a la acción de los espías, la Gendarmería comenzó a rodear la zona y lanzó la «Operación Santa Rosa», dirigida por el jefe de la repartición, el general Julio Alsogaray, y por el mayor Héctor Báez, jefe de la Agrupación Salta de esa fuerza. Casi con alegría Alsogaray declaraba: «Cosas que creíamos lejanas ya están ocurriendo. Si a esto se le llama “guerra revolucionaria”, esta guerra ya está en la Argentina».[621] El 4 de marzo, la Gendarmería cayó sobre el campamento establecido en La Toma, donde capturó a seis guerrilleros y buena parte del armamento y de los víveres con que contaban. Los demás se dispersaron, perseguidos por las fuerzas de seguridad, que en las semanas siguientes terminaron desarticulando al grupo. En los enfrentamientos murieron Hermes Peña y otros guerrilleros. La mayoría de los demás, catorce en total, fueron sucesivamente detenidos. Se los sometió a juicio y fueron condenados por contrabando de armas, homicidio y conspiración para la rebelión. Masetti y Atilio 287
Altamirano se internaron en la selva del «Impenetrable», y nunca más se supo de ellos. Estos hechos provocaron una fuerte reacción en el país y redoblaron la campaña mediática en torno a la «infiltración comunista» en el país y la «debilidad» del gobierno de Illia, que debió fijar su posición. El ministro Palmero elevó al presidente un proyecto de reformas al Código Penal, afirmando que el gobierno tenía «el deber de respetar la libertad, pero también de protegerla».[622] En cambio, Zavala Ortiz, hablando en la Cámara Argentina de Anunciantes, parecía adoptar una posición como la que, en su momento, había tenido Frondizi, con un giro poco esperado por su pasado inveteradamente gorila: Creo que la infiltración comunista no es vasta ni penetrante, porque nuestro pueblo no será comunista. Hay sí una infiltración organizada que procura el desorden, el desprestigio de las instituciones y la paralización del desarrollo económico, que es manejada desde centros internacionales de penetración imperialista.[623]
También el general Onganía, jefe del Ejército, parecía dispuesto a bajar los decibeles de la discusión. El 11 mayo, declaraba en Tucumán que «el problema está a cargo de la Gendarmería, que actúa con eficiencia; la guerrilla es un problema latente, pero por ahora no presenta gravedad».[624] En cambio, al día siguiente, el ministro de Defensa, Leopoldo Suárez, adoptaba un discurso más duro que el del jefe de los azules: Las Fuerzas Armadas observan en este instante de la vida del país la actitud que corresponde. Respetuosas de la Constitución y de la legalidad, respaldan a los poderes constituidos y dan de ese modo la seguridad que es indispensable en el interior como en el exterior para alcanzar la recuperación del país […]. Si por infiltración comunista debemos entender la entrada desde el exterior de elementos o agentes comunistas, la repuesta es que en estos últimos años la infiltración comunista ha sido mayor y que es evidente que se utiliza a Cuba no solo como centro de expansión del comunismo sino como escuela o base de adiestramiento, a la que convergen hombres y mujeres de todos los países de América Latina.[625]
Rearmándose para la «seguridad nacional» En ese contexto, la Argentina firmaba en ese mismo mes de mayo un tratado de asistencia militar que no se dio a conocer a los medios hasta el 8 de julio. Al comentar la cuestión, Rogelio García Lupo señalaba desde las páginas del periódico montevideano Marcha, que el Ejército necesitaba comprar prioritariamente material blindado moderno, material electrónico para comunicaciones y artillería. Remarcaba el autor que el programa original de compras se había visto inesperadamente reforzado por la irrupción del pequeño grupo guerrillero de Salta. García Lupo destacaba que el Ejército se valió del pretexto del EGP «para señalar que la carencia 288
de elementos modernos de transporte y comunicaciones tenía la culpa de estos fracasos en la seguridad interna»: El Ejército tenía necesidad de demostrar que existía una peligrosa guerra subversiva, porque en ese caso a sus cuarteles iría a parar la mayor parte de las nuevas armas. […] La Marina […] fue parcialmente tranquilizada, cuando la Comisión de Servicios Armados de la Cámara de Representantes resolvió, en Washington, prorrogar otros cinco años los préstamos de barcos de guerra a varios países, entre ellos la Argentina […]. Al finalizar un ejercicio naval conjunto, en Golfo Nuevo, los jefes norteamericanos prometieron a los argentinos la entrega de cinco destructores Fletcher de la Armada de Estados Unidos, mediante un simbólico trueque por los dos cruceros más antiguos que existen en el país, General Belgrano y Nueve de Julio. Entretanto, en agosto comenzaron a llegar las armas consignadas al Ejército.[626]
Para demócratas, Lanusse Las palabras que siguen fueron pronunciadas por el general Lanusse el 5 de junio de 1964, en el Centro de Instrucción Logística, dos años antes del golpe de Estado que lo tendría como a uno de sus principales protagonistas. Debemos recordar también que tenemos compromisos de honor adquiridos ante nosotros, ante la Nación y lo que puede ser más delicado aun, ante nuestros propios muertos. Tenemos que proceder en forma tal de que si se diera el caso de que quienes cayeron en abril del año pasado pudieran estar hoy con nosotros y preguntarnos la razón de su sacrificio debemos proceder, digo, en forma tal que sin ninguna dubitación estemos en condiciones de responderles que su sacrificio hizo posible el reencauzamiento en la vida institucional de nuestro país, que su sacrificio hizo posible que el país volviera a tener un gobierno surgido de elecciones y que su sacrificio nos sigue comprometiendo hoy, como siempre, a sostener ese orden institucional, a jugarnos cuantas veces sea necesario por el imperio de la Constitución y las leyes. […] El fracaso de este régimen institucional que existe hoy en el país, que es el producto de las elecciones que se realizaron el 7 de julio de 1963, por voluntad de las Fuerzas Armadas, puede llegar a ser el fracaso de estas; con esto va dicho en forma suficientemente clara, cómo debe y está dispuesto el Ejército a defender este régimen institucional.[627]
Cuba, qué linda es Cuba A pesar de las afirmaciones de Leopoldo Suárez sobre la «infiltración comunista», en julio de 1964 la Argentina se abstuvo de votar el endurecimiento de las sanciones contra Cuba en la reunión de cancilleres de la OEA, que completaban el «bloqueo» en busca de reducir por el hambre a la isla. La decisión del gobierno desató la ira de los militares, que entonces redoblaron la presión para que se endureciesen las normas «antisubversivas». El secretario de Guerra, general Ávalos, expresó en el Congreso Nacional, con una amenaza apenas 289
velada: En estos últimos meses el país ha sentido en carne propia los brotes de la agresión castrocomunista, del terrorismo y de las ideologías ateas y foráneas […] se hace necesario contar con leyes adecuadas para reprimir […] en estos momentos se encuentran a consideración del poder legislativo las mal denominadas leyes represivas y la modificación del Código Penal. Cabe a los señores legisladores la responsabilidad de proveer, ante hechos innegables producidos en nuestro país, en países vecinos y en el mundo entero, los instrumentos jurídicos que permitan al Estado de derecho proceder con la energía que este tipo de cosas reclama. El peor de los crímenes es aquel mediante el cual se atenta contra la estabilidad del país, atacando en profundidad y a mansalva su esencia histórica, política y espiritual. Frente a tal argentinicidio, también sería delito de omisión renunciar a un elemental derecho de legítima defensa.[628]
Frente a esas voces, cabe rescatar en cambio la de Alfredo Palacios, que al no poder concurrir a una entrevista con Illia para plantear la posición del Partido Socialista Argentino sobre el tema, le dirigió al presidente una extensa carta en que le decía: Una vez más acudimos mediante nuestros representantes, a una asamblea convocada a instancias directas o indirectas de los Estados Unidos de Norteamérica, para votar resoluciones que interesan sobremanera a esa nación y que no responden a los más íntimos anhelos y necesidades de los pueblos de nuestra América, que comprobarán de nuevo que, en nombre de la palabra democracia, tiranuelos despreciables suman su voz de obsecuencia a los dictados del Departamento de Estado de Washington, ciudad esta en donde, ya sin ningún tapujo, se decidirán medidas contra una nación hermana. Nuestra América vive permanentemente bajo la amenaza del Gigante, acuciado por las exigencias de expansión y la necesidad de que la rápida acumulación de capital encuentre la más cercana y fácil salida. […] La reunión de Cancilleres no tomará decisiones para resolver con dignidad los problemas que afectan material y espiritualmente a nuestra América. Sólo quiere imponer sus puntos de vista a través de gobiernos sumisos a sus dictados. Quiere asfixiar por hambre a una nación hermana, a la que nos atan más vínculos que las diferencias que nos separan. Por otra parte, mantenemos relaciones diplomáticas y comerciales con la Unión Soviética, relaciones comerciales con China Comunista; y recientemente, los Estados Unidos han realizado pingües ventas de trigo a la URSS. ¿Por qué debemos doblegarnos a la voz de orden que nos impondrá someter al hambre a Cuba? ¿Y quizás, como es previsible, preparar medidas de intervención más activa en la isla, con la participación de fuerzas armadas iberoamericanas? […] Ilustre Presidente y amigo: En 1928, el delegado argentino ante la Conferencia Panamericana que se celebraba en La Habana, Dr. Honorio Pueyrredón,[629] elevó su voz de protesta condenando la intervención de que entonces era víctima Nicaragua por parte de la infantería de marina de los Estados Unidos. Su actitud, sumada a la de una gran parte de los delegados iberoamericanos, que entonces parecía razonar con honor y altura, fue causa de que tiempo después, durante la presidencia de Franklin D. Roosevelt, las intervenciones brutales del coloso del Norte fueran dejadas sin efecto y que se sancionara en Montevideo el principio de
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no intervención en los asuntos internos de los países de Nuestra América. Ese principio se ve nuevamente en trance de ser violado. La República Argentina debe seguir manteniendo enhiesta su tradición de honor e hidalguía, su vocación libre y soberana y sus sentimientos de solidaridad con las naciones hermanas, sin que esto suponga que comparta su orientación política. Y sobre todo, no debe sumarse a los que pretenden, en lugar de someter sus diferencias al diálogo y a la conciliación, recurrir a doblegar por hambre al pueblo de José Martí.[630]
El Plan de Lucha Mientras los diarios seguían preocupados por la «infiltración comunista» y el fracasado intento del EGP, el Comité Central Confederal de la CGT anunciaba, el Primero de Mayo, la puesta en marcha de la segunda etapa del Plan de Lucha. Se dividía al país en ocho regiones, que tendrían sus respectivas características y fechas para la ocupación de establecimientos, que debía ser siempre pacífica y ordenada, bajo el control de las organizaciones confederadas. Las fechas exactas de los «operativos», como se los llamó para preocupación de los medios de prensa, se mantenían en reserva.[631] La metodología era la siguiente: el Consejo Directivo de la CGT resolvía cuándo y qué establecimientos debían ser ocupados y lo comunicaba a las comisiones internas en sobre cerrado, como órdenes totalmente reservadas. Quien estuvo a cargo de la organización de los operativos, el dirigente metalúrgico y secretario gremial de la CGT, Avelino Fernández, justificaba así ese procedimiento: Las instrucciones forzosamente tenían que ser secretas, porque si el periodismo tenía información de dónde iba a ser la ocupación de fábrica del día siguiente, se daba al gobierno la posibilidad de neutralizarla. Inclusive había dirigentes de algunos gremios que tampoco se merecían la suficiente confianza. La cuestión es que jamás ni el periodismo ni el gobierno pudieron enterarse de dónde se iba a realizar la ocupación. El elemento sorpresa fue fundamental para el éxito del operativo.[632]
Sin embargo, el propio Fernández reconocía que esto llevaba a que «la ocupación se debía realizar […] sin tiempo previo para su organización», sobre todo en muchos lugares del Interior. Los trabajadores de las fábricas se enteraban a último momento. Pese a que eso dificultaba que se organizasen de manera efectiva, la adhesión en los gremios industriales resultó contundente. El 18 de mayo comenzó el primer «operativo» del Plan, con la toma parcial de pocos establecimientos, que fueron desalojados por la policía. Pero su inicio «a toda orquesta» se produjo tres días después: cerca de medio millón de trabajadores ocuparon ochocientos establecimientos en distintos barrios porteños y en algunas localidades del conurbano el 21 de mayo. Los siguientes operativos se desarrollaron los días 27 y 29 de mayo, 2, 5, 18 y 24 de junio. Según la CGT, en total 11.000 291
establecimientos fueron ocupados por más de 3.900.000 trabajadores en todo el país. [633]
¿Contra quién se realizaba el Plan de Lucha? En la óptica del oficialismo, se trataba de una presión política, que al tiempo que buscaba demostrar la fuerza de los sindicatos, respondía a los planes del peronismo y otros sectores opositores para crearle problemas. El apoyo que habían encontrado las medidas económicas reclamadas por la CGT en los desarrollistas, hizo pensar a más de uno que se estaba «cocinando» un golpe, al que no serían ajenos los azules. La propia CGT, poco después de anunciar la puesta en marcha de la segunda etapa del Plan, tuvo que salir a aventar esos rumores en un comunicado que afirmaba: Los trabajadores luchan, pues, por un mundo mejor, por la conformación de una sociedad basada en la justicia social y cuyo fin sea la felicidad y el bienestar de todos los habitantes […] los trabajadores argentinos ocupan en forma pacífica las fuentes de producción y comercialización, no para utilizarlas contra el país sino para ponerlas a su servicio.[634]
Por su parte, los dirigentes gremiales organizados en el MUCS, mayoritariamente comunistas, argüían que el Plan de Lucha, al que adhirieron, no se llevaba adelante contra todo el gobierno, sino «contra la reacción oligárquica e imperialista que presionaba sobre él».[635] Pero más allá de las intenciones, la toma de miles de establecimientos, siguiendo las directivas de la CGT, planteaba cuestiones de distinto orden. Guillermo O’Donnell, al analizar las motivaciones y resultados del Plan, señalaba: Las demandas formuladas por la CGT tenían las características economicistas ya señaladas y era claro que los máximos dirigentes sindicales no apuntaban a metas revolucionarias sino a crear el clima de «desorden» que promovería la intervención militar. Pero por otro lado, esto parecía mostrar varias cosas que fueron acusadas como una grave amenaza por la burguesía y la gran prensa. Primero, la extraordinaria capacidad de acción de la clase obrera, que se había apoderado, en un movimiento simultáneo y masivo, de prácticamente todo el parque industrial argentino. Segundo, la lección que podía sacarse de esto como «gimnasia revolucionaria», que podía movilizarse mañana hacia metas diferentes de las declaradas por la CGT. Tercero, la no menos preocupante espontaneidad con que algunas bases habían tendido a rebalsar —sobre todo mediante la toma de rehenes y algunos casos de gestión obrera de las fábricas ocupadas, las consignas de aquellos dirigentes […]—. Aparecía entonces […] una clase que, más allá de las intenciones de sus dirigentes, podía movilizarse coordinadamente en direcciones objetivamente antagónicas con elementales intereses de clase de la burguesía y que insinuaba fisuras en la dominación social.[636]
Lo cierto es que la masividad de las ocupaciones mostraba, a la vez, el descontento de los trabajadores —que se expresaba también en una ola de conflictos fabriles por despidos y por demandas salariales— y la política que adoptaba la dirección sindical. Ésta, con el Plan de Lucha, intentó demostrar la debilidad del 292
gobierno radical y, ante los empresarios y los militares, la fuerza de los sindicatos, a los que debían tener en cuenta en cualquier negociación.[637] Hay dos datos significativos al respecto: que se adoptasen de entrada medidas de máxima dureza, como eran las tomas de establecimientos (en lugar de un plan gradual de paros y movilizaciones), y que ante la reacción negativa de dos de los destinatarios del «mensaje» (los empresarios y los militares), las etapas que luego se agregaron al Plan de Lucha a lo largo de 1964 se limitasen a actos y concentraciones, sin recurrir a métodos tan extremos. Avelino Fernández, veinte años después, señalaba que el objetivo «no era de ninguna manera derribar al gobierno de Illia, aunque sí desde luego lo era, el enfrentar a cualquier gobierno que, como el de Illia, hacía caso omiso a los reclamos de los trabajadores». Y dejaba esta sugestiva reflexión: La toma de fábricas fue la medida más extrema que pudimos tomar. Después de eso ya no nos quedaba nada por hacer, porque de seguir adelante lo único que nos faltaba, prácticamente, era cuestionar el poder.[638]
Capitanes de la industria Como era de esperarse, el empresariado reaccionó furioso ante la segunda etapa del Plan de Lucha. Incluso los sectores desarrollistas, que consideraban «propios» varios de los planteos económicos de la CGT, se apresuraron a tomar distancia ante las ocupaciones de empresas, por ser un «atentado contra el derecho de propiedad». Pero los que pusieron el grito en el cielo fueron los grupos más concentrados y no faltó algún trasnochado, como la Federación Argentina de Entidades Democráticas Anticomunistas, que le endilgara a la CGT el seguir directivas del Comité Central del Partido Comunista. El dirigente radical Ricardo Balbín declaró: El plan de lucha de la CGT es llevado adelante por una minoría política que quiere tomar por asalto el poder y tal plan tiene relación con el caso de los guerrilleros, al cual a su vez no son extraños algunos dirigentes gremiales.[639]
La CGT respondía a través de una solicitada publicada en el diario Crónica: Solo el retorno a la Constitución y el derecho, sin demagogia y sin mutilaciones, la distribución equitativa de la riqueza y frutos del trabajo, de acuerdo al esfuerzo que cada uno pone en la labor diaria, la aplicación de que el pueblo gobierne a través de sus representantes y estos realicen lo que reclama el pueblo, traerán paz, tranquilidad y concordia. El Poder Ejecutivo tiene la palabra. El Congreso Nacional es el instrumento y el medio para cumplir con el pueblo. La CGT, con respeto hacia todos, con prudencia y serenidad, con decisión y
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con fe, está alerta y en marcha y continuaremos aplicando el Plan de Lucha en tanto no obtengamos soluciones concretas. Lo hacemos con convicción de trabajadores y en defensa de derechos que nos son innatos al igual que a todo argentino, y que la Constitución generosa extiende a todos los hombres de buena voluntad que conviven en nuestro suelo patrio.[640]
Por su parte, ACIEL exigía «seguridad» al gobierno y las instituciones, y declaraba: Es evidente que el país resurge. Varios son los signos positivos que se perciben de un renacimiento argentino. Pero algunos llamados dirigentes obreros de extrema izquierda quieren entorpecer este andar hacia la recuperación nacional. Por ello no realizan una acción social, sino una acción política. Por eso en las últimas huelgas fracasaron, porque no estaban justificadas en razones de trabajo y eran huelgas puramente políticas.[641]
La entidad reclamaba al gobierno que diese «instrucciones precisas» a la policía para «proceder con la mayor urgencia» a reprimir las protestas.[642] En la misma línea, el presidente de la UIA, integrante de ACIEL, Juan Oneto Gaona, reclamaba la aplicación del Código Penal y, de paso, le «daba» al gobierno: Tanto la ocupación de la fábrica —nunca pacífica cuando se realiza contra la voluntad de sus legítimos dueños— como la expulsión o apresamiento de parte del personal, configuran delitos y siempre fueron tenidos por tales […] el gobierno y el ministerio fiscal se rehúsan a asumir su responsabilidad […]. No existe ocupación sino usurpación.[643]
Illia y la represión A pesar de esas presiones —y a diferencia de Frondizi y Guido—, Illia se rehusó a tomar medidas drásticas. El 27 de mayo, el presidente comentó a un periodista que le preguntaba si aplicaría el estado de sitio: He vivido muchos años en la República y he visto muchas cosas y siempre he sido amigo de la libertad, de la convivencia y del respeto mutuo. No creo que pueda tomar medidas de esa naturaleza. La Constitución da la salida para resolver todos los problemas que puedan presentarse en el país. […] No hay que alarmarse: los argentinos tenemos un poco de facilidad para eso. Hay que saber preservarla y defenderla, porque es el don más preciado que tenemos y algunas veces algún sacrificio se debe hacer para conservarla.[644]
Ese tono mesurado, sin embargo, no quería decir que no tomase medidas al respecto. Al día siguiente, su ministro Palmero, tras señalar que «la usurpación y el secuestro son delitos comunes», anunciaba que «la justicia […] aplicará las sanciones que correspondan y la fuerza pública estará a su servicio».[645] A los pocos días se instruyó a los fiscales para que iniciasen actuaciones. A partir de entonces, solían 294
presentarse, «con la fuerza pública», para desalojar a los ocupantes en las tomas. Además pidieron el procesamiento de los dirigentes de la CGT por asociación ilícita e instigación al delito, y luego también el de muchos delegados y miembros de comisiones internas por usurpación, privación ilegal de la libertad y, eventualmente, daños a la propiedad y resistencia a la autoridad, por las tomas efectivamente realizadas. Unos ocho mil activistas y dirigentes gremiales serían procesados por estos delitos, algunos incluso detenidos, si bien luego en su mayoría serían sobreseídos y 119 dirigentes, indultados.[646] Illia mantuvo la represión dentro de estos marcos institucionales. Su negativa a enviar al Congreso un proyecto para declarar el estado de sitio o a ilegalizar de/en su conjunto a la CGT o los sindicatos, para el gorilismo más recalcitrante y para los militares, era una muestra de «pasividad» y un signo de «debilidad». Esa visión se trasluce en lo que señalaba Félix Luna: El principio de autoridad quedaba gravemente vulnerado y esto es algo que siempre impresiona mucho a las Fuerzas Armadas. El gobierno no adoptó ninguna medida frente a estas ocupaciones, lo cual fue posiblemente lo más sensato: pero esta pasividad reforzó la imagen de una autoridad declinante.[647]
Hubo de todos modos jornadas muy violentas, en las que las fuerzas represivas cargaron sobre los manifestantes y dejaron un saldo de muertos: Mario Roberto López, fallecido en medio de la represión que siguió al acto del 17 de octubre en Plaza Once; Atilio Diffilipo obrero metalúrgico de 16 años, asesinado por una bala policial en los días del paro general de diciembre de 1964; el obrero Héctor Lorenzo Gatica, muerto mientras manifestaba contra la invasión yanqui a Santo Domingo, al año siguiente, entre otros.
Sumas y restas del Plan de Lucha El Plan de Lucha, al tiempo que recibía la dura crítica de empresarios y medios, cosechaba el apoyo estudiantil. Si bien la consigna de «obreros y estudiantes / unidos y adelante» ya se había hecho oír en tiempos de Frondizi, resultaba novedoso que entre los dirigentes gremiales y universitarios comenzasen a establecerse relaciones más fluidas, dejando atrás el pasado antiperonista del estudiantado. También sectores vinculados a la Iglesia, como la Acción Católica de Córdoba, pedían en un telegrama al gobierno «urgentes y heroicas medidas para aliviar penuria y desocupación».[648] En ese contexto, el Congreso aprobó la política de congelamiento de precios y en junio de 1964 finalmente sancionó la ley de salario mínimo, vital y móvil. Para el gobierno, esta ley cumplía dos funciones primordiales. Por un lado, era la forma de 295
defender el nivel de vida de los trabajadores, tal como Illia había prometido en su campaña electoral y como resultaba indispensable para reactivar el consumo y salir de la recesión que había heredado. Por otro lado, era una herramienta para buscar la «paz social», restándole argumentos a la dirección gremial y, de ser posible, metiendo una cuña entre los sectores más vinculados a Vandor y los que no estaban alineados con su proyecto político-sindical. Desde el peronismo enfrentado a Vandor, señalaba la revista Compañero: A medida que pasa el tiempo, sigue habiendo con mayor claridad la inoperancia de los «gorditos» que controlan la CGT, ante los problemas cada vez más graves que debe afrontar la clase trabajadora. Se ha llegado así a un punto en que la misma existencia de la central obrera corre peligro ante las maniobras de la reacción para tratar de dividirla y desintegrarla. Es sobre la base de la creciente desconfianza de las bases hacia los seudodirigentes, desconfianza ganada a través de un largo camino sembrado de claudicaciones y entrega, que la reacción se ve ante la oportunidad […] de atacar a las organizaciones de los trabajadores en su misma base de fortaleza: la unidad. […] El último acto de los burócratas de entrega del plan de lucha, luego de haber tratado de usarlo como elemento de presión para sus negociaciones espurias, ha acercado al movimiento obrero a un punto crítico. La reacción arrecia sus actividades para destruir a las organizaciones obreras y los burócratas están imposibilitados —por su propio compromiso con el régimen— de encauzar y dirigir la única respuesta adecuada: la lucha. El régimen y sus servidores, alentados por esa inoperancia, llevan adelante su plan. Por un lado utiliza los sindicalistas amarillos impulsándolos a producir la división de la CGT. Por otro comienzan a destruir legalmente la unidad de los trabajadores, reconociendo sindicatos de fábricas. Frente a estas maniobras abiertas y descaradas de la reacción, los gorditos, solo atinan a lamentarse […]. A esta altura del proceso, las bases ya comprenden perfectamente que esta inocente inoperancia de los gorditos no es tan ingenua, sino que responde un plan de la reacción de la que ellos son más que cómplices conscientes. Por eso, cuando llegue la hora, sabrán hacer pagar como corresponde las traiciones de los burócratas. [649]
Para julio de 1964, la interna cegetista mostró algunos resultados de los que esperaba el gobierno. Una parte de los representantes de las organizaciones «independientes» renunciaron a la dirección de la CGT, como Riego Ribas de la Federación Gráfica, Marcos Almozny de la Asociación de Viajantes de Comercio y Armando March de la Federación de Empleados de Comercio. Con la hegemonía de las 62 Organizaciones, la central obrera lanzó entonces una tercera etapa del Plan de Lucha, que se convertiría en la campaña por el retorno de Perón al país. Esa etapa consistió en la realización de actos en locales cerrados y movilizaciones callejeras. La novedad fueron los «cabildos abiertos», asambleas en las que se invitó a participar, además de los sindicatos, a partidos políticos, centros estudiantiles y organizaciones vecinales y populares. Si bien estas acciones se presentaban como más «pacíficas» que las ocupaciones de la etapa anterior, muchas de las concentraciones convocadas terminaron en enfrentamientos con la policía, siempre muy «celosa» para 296
impedir «desmanes». Para entonces, los procesos contra los delegados y activistas, por su participación en las tomas de establecimientos de mayo y junio, comenzaban a hacerse efectivos, al tiempo que la policía allanaba sedes sindicales por orden judicial.
Tortugas sueltas La tercera etapa del Plan de Lucha comenzó con lo que se dio en llamar el «Operativo Tortugas»: más de cien de estos animales fueron soltados por el centro porteño, con lo que la CGT quería simbolizar la «lentitud» del gobierno para resolver los problemas del país. Para entonces, ya era un lugar común caricaturizar así al presidente Illia. Juan Carlos Colombres, Landrú,[650] me contaba cómo nació la caricatura de la tortuga: Una tarde el presidente Illia desapareció de su despacho. Lo encontraron en la Plaza de Mayo dándole de comer a las palomas. En la revista Tía Vicenta hice un dibujo de un profesor de zoología explicando que la «tortuga-Illia» descendía del peludo Yrigoyen. Como Illia era tranquilo, calmo y parecía no tener apuro, empezaron a llamarle «tortuga». La caricatura de la tortuga la hice sin ningún ánimo peyorativo. Siempre tuve el mejor concepto del doctor Illia, quien jamás se quejó por ningún chiste o por ninguna caricatura de las muchas que hice durante su gobierno. La campaña de la «tortuga» la hicieron algunas revistas «serias», no Tía Vicenta; y algunos sindicalistas que durante el «Plan de Lucha» que lanzó la CGT contra Illia, soltaron tortugas en la Plaza de Mayo. Cuando asumió Onganía, sus propios amigos le decían «la morsa», hice un chiste en la tapa de Tía Vicenta en la que aparecían dos morsas y una le decía a la otra: «Al fin tenemos un buen gobierno».[651] A diferencia de Illia, Onganía ordenó el inmediato cierre de mi revista, medida aplaudida por la revista Confirmado[652], donde me trataron de «insolente».[653]
La Juventud Radical de la provincia de Buenos Aires sacó un comunicado en defensa de los politizados quelonios: Bienvenidas las tortugas en las calles de Buenos Aires; tortugas de andar lento y firme, de coraza dura, que son efectivamente la imagen de este gobierno, que sin estridencias pisa fuerte, que con su fortaleza moral está habilitado para resistir con la dureza del acero los ataques de sus ligeros adversarios.[654]
Dijo Illia en declaraciones a Radio Universidad de Córdoba: Yo hubiese dejado a las tortuguitas en Plaza de Mayo. El Operativo Tortugas muestra cómo se desjerarquizan las cosas en el país […]. Los predicadores del desastre auguran a cada paso la ruina del país, pero son seres vacuos y superficiales. Son seres unicelulares. Estos señores dueños de falsos slogans y con la patente de inteligencia son los que viven de los
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oportunismos. Son los que han engordado con los gobiernos. No voy a hacer nombres. Ustedes los conocen bien. Son pequeños roedores… No termina de aparecer una medida y ya es tachada de mala. Nunca se da el esquema de una solución.[655]
No era la primera vez que a presidentes y políticos argentinos les aplicaban sobrenombres que remitían a animales. Rivadavia era «el sapo»; Juan Facundo Quiroga, «el tigre de los Llanos»; Urquiza, «el tigre de Montiel»; Juárez Celman «el burrito cordobés»; Avellaneda, «chingolo» o «gorrión»; Carlos Tejedor, «el camaleón»; Roca, «el zorro»; José Evaristo Uriburu, «la lechuza»; Luis Sáenz Peña, «el pavo»; Yrigoyen, «el peludo»; Lisandro de la Torre, «el gato amarillo»; el general Edelmiro Farrell, «el mono»; el almirante Rojas, además de gorila era la «hormiga negra» y Alsogaray, «el chancho»; Oscar Alende, «el bisonte» y Onganía, «la morsa».
Un general en su propia tinta En agosto de 1964 se repitió una «sana costumbre» en aquellos años de Guerra Fría. Los ejércitos de todo el continente se reunían en la Academia Militar de West Point, para compartir las directivas del Departamento de Defensa de los Estados Unidos, empeñado en contrarrestar la influencia de la Revolución Cubana y de los movimientos de liberación nacional, que crecía al calor de la injusticia, las dictaduras y las «democracias tuteladas» por los militares. El Pentágono tenía por aquellos años un notable afán didáctico. Nuestros dictadores, ya efectivos o en preparación, debían seguir una prolija instrucción en el exterior, que pasaba necesariamente por la llamada «Escuela de las Américas», en la Zona del Canal de Panamá. Allí se los adiestraba en inteligencia, torturas, campañas psicológicas, técnicas de golpe de Estado y otros dechados de autoritarismo que la mayor democracia del mundo impartía generosamente a sus aliados del «mundo libre». Nuestro general Juan Carlos Onganía, comandante en jefe del Ejército, cerró su participación en el cónclave castrense con un memorable discurso donde dejaba en claro que la famosa obediencia debida de las instituciones armadas tenía sus límites. En un clima de hermandad ideológica con sus colegas armados del continente y ante la mirada aprobatoria de sus jefes y anfitriones de West Point, esto dijo el general Onganía: El deber de obediencia al gobierno surgido de la soberanía popular habrá dejado de tener vigencia absoluta si se produce al amparo de ideologías exóticas, un desborde de autoridad que signifique la conculcación de los principios básicos del sistema republicano de gobierno, o un violento trastrocamiento en el equilibrio e independencia de poderes. En emergencias de esta índole, las instituciones armadas, al servicio de la Constitución, no podrán, ciertamente mantenerse impasibles, so color de una ciega sumisión al poder establecido, que las
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convertirían en instrumentos de una autoridad no legítima.[656]
La declaración significaba que el jefe del Ejército Argentino, pública y oficialmente, adhería en toda la línea a la llamada «Doctrina de la Seguridad Nacional», que planteaba la teoría del enemigo interno, la del compatriota «subversivo» al que necesariamente había que perseguir y aniquilar. Quedaba en manos de los militares juzgar a los gobiernos constitucionales y decidir —según su particular criterio, concomitante necesariamente con el del Washington— si un presidente civil había adherido a «ideologías exóticas», en cuyo caso los uniformados se reservaban el derecho a intervenir, nada menos que «al servicio de la Constitución». En un reportaje me decía Adolfo Pérez Esquivel:[657] A partir del año 64, con el golpe militar en Brasil se instrumenta en todo el continente la Doctrina de la Seguridad Nacional, que nace en el Pentágono. Se toman las experiencias de la Segunda Guerra Mundial, de la guerra de Vietnam, de la guerra de Argelia, y se estructura una política que se basa en los acuerdos de la Segunda Guerra Mundial. El mundo se divide en dos grandes bloques. Por un lado, el capitalismo, al que se le asocia la llamada «civilización cristiana y occidental», y del otro lado la Unión Soviética o el socialismo, al que se le asocia lo que se opone a esa concepción del capitalismo. Hay dos polos. El mundo está dominado por sus áreas de influencia y América Latina queda en el área de influencia de los Estados Unidos. A partir de esto, se determina un modelo, una concepción ideológica y una orientación económica, social y política, y también un ordenamiento de la sociedad. Y surge de algunos fenómenos que son vistos como un peligro en el continente: la Revolución Cubana con el triunfo sobre Batista por Fidel Castro, la figura mítica del Che Guevara y los movimientos de rebelión revolucionarios armados en distintos países.[658]
El secretario de Defensa de los Estados Unidos reconocía el enorme valor estratégico que tenía para su país la formación de potenciales dictadores: Probablemente el mayor rendimiento en nuestras inversiones de ayuda militar proviene del adiestramiento de oficiales seleccionados y de especialistas clave en nuestras escuelas militares y sus centros de adiestramiento en los Estados Unidos y ultramar. Estos estudiantes son seleccionados cuidadosamente por sus países para convertirse en instructores cuando regresen a ellos. Son líderes del futuro, los hombres que dispondrán de pericia y la impartirán a sus fuerzas armadas. No es necesario que me detenga a explicar el valor que tiene disponer en cargos de dirección de hombres con un conocimiento de primera mano de cómo los norteamericanos actúan y piensan. Para nosotros no tiene precio hacernos amigos de estos hombres.[659]
¿Perón vuelve? El impacto generado por el Plan de Lucha de la CGT les permitió a los dirigentes 299
gremiales posicionarse de forma inmejorable en la «interna» del peronismo, que por entonces cobraba relevancia por un hecho impensado antes de 1964: la legalización de hecho de sus actividades políticas. Desde la asunción de Illia, Perón había decidido reorganizar su movimiento, mediante el Partido Justicialista (PJ), que si bien no sería legalizado formalmente a nivel nacional, comenzaría a ser su expresión política. La intención del General era «encuadrar» y asegurar la disciplina del movimiento, que corría el riesgo de fraccionarse entre distintas alas neoperonistas, ante la posibilidad de que en las elecciones legislativas de 1965 pudiesen presentarse listas y dejar la política de voto en blanco.[660] Sin embargo, el peso de las 62 Organizaciones hizo que, en esta reorganización, dirigentes cercanos o aliados a Vandor quedasen al frente del partido en los principales distritos electorales y en la conducción nacional.[661] Con ese respaldo, Vandor viajó a Madrid a entrevistarse con el General, quien en principio aceptó la situación.[662] En el Congreso Nacional del PJ, el jujeño José Humberto Martiarena quedó al frente de una conducción dominada por dirigentes que tenían entonces buenas relaciones con Vandor, como Alberto Iturbe, Delia Degliuomini de Parodi y Antonio Cafiero, entre otros. Esta reorganización se producía en un contexto en que volvía a hablarse del «avión negro» y de un posible regreso de Perón a la Argentina. Para darle fundamento, Alberto Iturbe convocó a una conferencia de prensa en la que leyó el siguiente comunicado, firmado en Madrid el 21 de agosto de 1964: En la fecha han concluido las reuniones que durante el curso de la presente semana ha celebrado el general Juan Perón con las delegaciones que representan a los distintos organismos de conducción que componen el movimiento justicialista. En tales reuniones se analizó el proceso de reorganización del movimiento en todo el país y en sus diferentes sectores y ramas, el que fue aprobado en todas sus partes por el Comando Superior. Asimismo fue objeto de análisis la acción que se desarrolla desde esferas gubernamentales y por otras fuerzas opositoras, en procura de alentar intentos divisionistas en el movimiento, en momentos en que resulta imprescindible a sus altos fines asegurar una absoluta unidad de conducción y ejecución. El general Perón ha ratificado su decisión irrevocable de regresar a la Patria en el corriente año, como factor determinante de la unidad y pacificación de todos los argentinos.[663]
La reacción no se hizo esperar y un grupo de intelectuales antiperonistas, con Borges y Mujica Lainez a la cabeza, firmaron una solicitada que decía: Ningún ciudadano respetuoso de la ley puede sentirse indiferente ante tanto oprobio, ni ante el anuncio del «regreso», el que solamente complicaría aún más, si es posible, el oscuro panorama de la Patria. Para los indiferentes y para los que olvidan citamos su proclamado propósito: «Levantaremos horcas en todo el país, para colgar a los opositores» y recordamos la forma sistemática e implacable con que durante diez años de dictadura sojuzgó y amordazó
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el pensamiento democrático, coartó la libertad y destruyó los principios en que se basa la vida de la república.[664]
Algunos, incluso, se adelantaban a los hechos en la festiva ocasión de un nuevo aniversario de la «Libertadora», cuyos entusiastas partidarios coreaban una consigna que le habrá sonado muy extraña a más de uno de los habituales turistas de Florida «Argentina sin Madrid» y «Qué pasó, qué pasó, el payaso no volvió».
De Gaulle, De Gaulle, qué grande sos El surrealismo parecía haber ganado las calles porteñas, y no solo de parte del más rancio gorilismo. Si algún turista francés hubiese estado en estas tierras por el mes de octubre de 1964, hubiera observado con asombro cómo un conservador de derechas como el general De Gaulle, de visita oficial en nuestro país, era recibido por las masas peronistas con cantitos como «De Gaullle y Perón, tercera posición» y «Perón y De Gaulle, un solo corazón» y coreando la marcha peronista en una versión para la ocasión en la que se reemplazaba a Perón por De Gaulle. En realidad, era una muy inteligente movida de ajedrez del General (el argentino exiliado, no el francés por entonces presidente) para medir la capacidad de movilización de su movimiento en el marco de un acontecimiento de repercusión internacional. La prensa de derecha, históricamente francófila, se mostraba indignada por las últimas actitudes «antinorteamericanas» de De Gaulle y por sus excelentes relaciones comerciales con la China de Mao. Decía en La Prensa Bonifacio del Carril: En lugar de señalar líneas políticas de divergencia, la clase pensante de Occidente debe aplicarse a desarrollar una acción complementaria y supletoria del trabajo que realizan los hombres de los Estados Unidos.[665]
Las marchas fueron multitudinarias, tanto en Buenos Aires como en Córdoba, donde los militantes peronistas locales, a los que se sumaron figuras claves de la conducción sindical de Buenos Aires, al paso del auto que llevaba a De Gaulle desplegaron carteles en francés que decían: «El pueblo reclama el retorno de Perón» y «Hoy, como ayer, unidos en la autodeterminación de los pueblos».[666] Si bien no era el marco más propicio para la represión, hubo incidentes y fueron detenidos, entre otros, Vandor y Dardo Cabo. De Gaulle firmó convenios con la Argentina, conversó con líderes de la oposición como Frondizi y Aramburu, pero evitó el contacto con los peronistas.
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Perón unplugged La confirmación del regreso se produjo en el multitudinario acto del 17 de octubre en Plaza Once, donde hubo una seguidilla de oradores como Carlos Lascano, Andrés Framini, Delia Parodi, Alberto Iturbe y Augusto Vandor, quien convocó a la movilización general de todos los peronistas hasta hacer realidad el retorno de Perón. Como broche de oro del acto pudo escucharse por los parlantes una cinta grabada por el General que decía lo que todos querían escuchar: He decidido regresar inquebrantablemente en el año 1964 […] nuestra mutua lealtad sigue inmutable: es que el pueblo no traiciona jamás; los que traicionan son los hombres que pretenden engañarlo y escarnecerlo […] mi retorno se hará para restaurar la paz que nosotros no alteramos y terminar con los revanchismos suicidas […] envío un gran abrazo sobre mi corazón para todos los compañeros peronistas.[667]
La gran pregunta era por qué ruta regresaría el General. El presidente democristiano de Chile, Eduardo Frei, declaró formalmente que no le permitiría aterrizar en Santiago; Colombia hizo lo propio y la dictadura que regía desde el 31 de marzo de ese año al Brasil fue aún más explícita: La permanencia consentida de Juan Perón en cualquier punto de nuestro territorio sería un hecho hostil a la Argentina, país con el que el gobierno brasileño mantiene las mejores relaciones.[668]
Faltaba la palabra del gobierno argentino, hasta que habló el canciller Zavala Ortiz: El problema del regreso de Perón es problema de Perón. Los argentinos ejercen plenamente sus derechos y libertades y Perón, jurídicamente, puede acogerse a estos derechos. Pero el caso de Perón es especial, porque está reclamado por la justicia y repudiado por vastos sectores de la opinión pública. Tiene interés en volver, pero no decisión para hacerlo. Su propaganda tiende a provocar violentas situaciones en la Argentina, pero sin que Perón corra el riesgo.[669]
Probablemente esta fuera la primera vez desde 1956 (cuando el decreto 4161 de su entonces amigo Aramburu) que el doctor Zavala Ortiz pronunciaba tantas veces seguidas el nombre del «tirano prófugo». Pero en las horas siguientes se vería que los tiempos no habían cambiado tanto todavía.
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Volando a Río Uno de los organizadores del viaje, Jorge Antonio, había programado una especie de ensayo para evaluar la reacción de los servicios de inteligencia argentinos y extranjeros. Les pidió a los miembros del comando encargado del retorno que ya estaban en Madrid, que abandonaran intempestivamente sus hoteles, les pidieran a los respectivos conserjes que guardaran silencio sobre su partida y se concentraran en el edificio Torre de Madrid.[670] El efecto fue el deseado y pudieron comprobar que de inmediato la embajada argentina enviaba a la Cancillería la información falsa sobre la inmediata partida de Perón. Jorge Antonio había reservado toda la primera clase de un vuelo de Swissair y otro de Air France con destino a Buenos Aires, sin dar detalles sobre la identidad de los pasajeros. Pocos días después, recibió llamados de ambas compañías advirtiéndole que si Perón iba a formar parte del pasaje, toda la reserva quedaba cancelada. Se intentó entonces la vía marítima, pero también le negaron el lugar al General. Finalmente, tras una reunión privada con Franco, se consiguieron los pasajes en Iberia. Me contaba Jorge Antonio: Yo voy a verlo a Franco, le pido autorización para que nos deje salir en un avión de Iberia y nos dice que sí pero nos aclara: «Hijo, yo no sé si a ustedes les va a ir bien en este viaje. Yo creo que ustedes tienen demasiada ilusión, pero si llega a ir bien cuando tú vuelvas seguramente te vamos a condecorar por tu lealtad a tu amigo; pero si sale mal, los vamos a expulsar a todos de España, menos a Perón porque a Perón no lo puedo expulsar de España porque los españoles son capaces de expulsarme a mí». Textuales palabras de Franco.[671]
Perón salió a las nueve de la noche del 1.o de diciembre de 1964 por los fondos de la casi flamante quinta 17 de Octubre,[672] en el baúl de un Mercedes 220 S que lo llevó a una casa segura en Colonia Fin de Semana, próxima al aeropuerto de Barajas. A medianoche, embarcó con Jorge Antonio, Delia Parodi, Vandor, Framini, Iturbe y Lezcano en la primera clase del vuelo 991 de Iberia con destino final Buenos Aires, con escalas en Río de Janeiro y Montevideo. Según Jorge Antonio, el plan de Perón era establecerse unos días en Montevideo o en la Terraza de Haedo en Maldonado. Desde allí tantearía el terreno desde cerca y le propondría a Illia una reconciliación nacional: Estaríamos unos días… Él tenía la ilusión de que iría, cruzaría y vendría a darle un abrazo y a proponerle un arreglo de conciliación. Eso es lo que quería Perón y libertad absoluta después para accionar. Nos habíamos reunido en el Hotel Hilton de Madrid con el embajador argentino, quien me dijo: «Mire, Jorge Antonio, yo sé que usted está detrás del viaje a la
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Argentina. Desista de ese viaje, porque esto es un verdadero desastre, se va a producir una hecatombe en el país». Yo dije: «No. Haga al revés. Dígale a su presidente que cuando nosotros lleguemos al Uruguay, que se cruce, que se dé un abrazo con Perón, que Perón tienen las mejores intenciones de hacer un arreglo y volver otra vez a España hasta que las cosas se tranquilicen y se llame a elecciones definitivas y después que gane el que gane». «No, eso es imposible, consúltelo con Perón», dice. Entonces le digo: «No tengo necesidad de consultarlo. Perón ya ha tomado una determinación y nosotros también. Así que yo lo siento mucho». Después le dije a Perón: «Mire, esto ni siquiera lo consulté y tomé la determinación». Me dice: «Me parece muy bien, Jorge, ya estamos jugados. Esperemos que lo entiendan. Y que siquiera lo escuchen a usted, porque lo que yo quiero es la pacificación en el país y entendernos definitivamente».[673]
Había órdenes superiores de que el grupo, acompañado por un delegado de Franco, el teniente general del ejército español Cabanillas, no hiciese trámites de aduana, pero Iberia les exigió la firma de un papel por el que se hacían responsables de lo que llegase a ocurrir. Tras nueve horas, el vuelo arribó al aeropuerto del Galeão en Río de Janeiro, donde lo aguardaba mucha gente. No eran los muchachos peronistas sino casi trescientos soldados brasileños formados, no como guardia de honor ante un visitante ilustre, sino tomando posición de combate frente al enemigo, apuntando directamente sus armas hacia el avión. Antes de que el General y sus acompañantes pudieran descender, subió a la máquina personal civil y militar del gobierno brasileño para informarles que eran personas no gratas y que deberían ser reembarcados en el primer vuelo que partiese hacia Madrid. Seguidamente los invitaron «amablemente» a descender. El General se negó, mientras que integrantes de la comitiva peronista lograban llegar al aeropuerto y difundir la sensacional noticia a todo el mundo: Perón estaba detenido en Brasil. Seguidamente y custodiados por 40 soldados, Perón y sus compañeros fueron conducidos en carácter de detenidos a una de las salas del aeropuerto. «Uno de los soldados brasileños —recordaba Jorge Antonio— nos dijo que no estaba de acuerdo con lo que le obligaban a hacer y señaló como responsable de la operación a un rubio de inconfundible aspecto norteamericano. Cuando le pedí que se identificara se fue sin saludar.»[674] Además de las razones de seguridad alegadas por los brasileños, el operativo de «recepción» a Perón se debía a una solicitud del gobierno argentino, como quedaría claro en un comunicado emitido por el gobierno del vecino país: En atención a un pedido argentino y dentro del más alto espíritu de amplia cooperación y amistad existente entre los dos países, el gobierno brasileño convino en detener en Río de Janeiro el viaje que el señor Juan Domingo Perón realizaba en un avión de Iberia.[675]
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El canciller Zavala Ortiz, entretanto, se hacía el distraído en una conferencia de prensa: Prefiero que sobre esto sea el gobierno de Brasil el que dé toda la información ya que él mismo ha asumido la responsabilidad de la medida […] si la gestión argentina fue hecha o si se trata de una resolución espontánea del Brasil, lo que interesa es la actitud, que significa un magnífico aporte de Brasil a la amistad argentina, que el gobierno desea destacar con todos los méritos que ella tiene.[676]
Pese al tono casi jocoso del canciller, en Buenos Aires el clima era tenso y el ministro de Defensa se reunía con los tres secretarios militares —el almirante Pita, el brigadier Romanelli y el general Ávalos— y con el gerente de Iberia en Argentina, a quien le pidieron «amablemente»: «Haga saber a su empresa que a partir del momento en que el avión conduciendo al señor Perón entre en el cielo argentino, vuela a su propio riesgo». El embajador [español] Alfaro comentaba en una nota dirigida a su ministro de Asuntos Exteriores: «tuve la confidencia, por otro conducto, de que aviadores argentinos, civiles o militares, se encontraban volando sobre el Uruguay o el Río de la Plata para interceptar el avión de Iberia». A juicio del embajador, el gobierno argentino sería «absolutamente impotente para controlar la situación una vez que el avión de Iberia hiciera su aparición». Y aun en el caso de que Perón no se encontrase a bordo, ¿quién iba a convencer a los exaltados?[677]
Perón, por su parte, redactaba este comunicado destinado a las agencias de noticias y a los medios: El mentado «mundo libre» de las famosas democracias sudamericanas nos ha hincado el diente de la manera más inaudita: Siete argentinos y dos españoles que incidentalmente viajaban en la aeronave de la Compañía Iberia, hemos sido sacados de ella poco menos que violentamente y conducidos a la base militar de Galeão, donde hemos permanecido incomunicados durante doce horas para ser reembarcados de regreso a España. Semejante acto de piratería internacional, solo posible donde no existen las mínimas garantías individuales, ni el menor respeto por las convenciones internacionales, da una idea clara y objetiva de lo que pasa en nuestros pobres países bajo la férula de los imperialismos más despiadados y las dictaduras vergonzantes que los sirven como obedientes cipayos. Así va el «mundo libre» donde se carece de la más elemental libertad del hombre: la de desplazarse libremente con tal que cumpla con los requisitos de su documentación. Nosotros que podríamos viajar libremente por el «mundo esclavo» dentro de esas normas, no lo podemos hacer por el «mundo libre», calificativo que frente a los hechos mencionados resulta una infamia lanzada al rostro de todo un continente. Río de Janeiro, diciembre 2 de 1964. Juan Perón.[678]
Tras quince largas horas de espera, que en la Argentina dieron lugar a todo tipo de rumores y especulaciones, el General fue reembarcado hacia Madrid en el mismo 305
avión de Iberia en el que había llegado, que terminó aterrizando en Sevilla. Ante los antiperonistas que cantaban victoria, el General se apresuró a declarar a una agencia internacional de noticias: No hemos fracasado en absoluto. Al contrario. La operación ha constituido un triunfo. Hemos demostrado nuestra decisión de volver a la Argentina por la vía pacífica. La actitud inaudita del gobierno brasileño ha impedido que llegáramos, pero puedo asegurarle que el peronismo triunfará. A partir de ahora el movimiento peronista considera que podrá utilizarse cualquier otro medio. Lo que hicieron los brasileños es un acto de piratería. Hace ocho meses el gobierno de Arturo Illia pidió a las autoridades españolas mi extradición. Yo dije entonces que iría a Buenos Aires. El presidente Illia comentó, y así se ha publicado, que el retorno era cosa de Juan Domingo Perón. Ahora he intentado regresar pacíficamente pero no me lo han permitido. Sin embargo, todavía no está dicho todo.[679]
Después del pánico El frustrado intento de regreso del General puso la interna peronista al rojo vivo. Todas las miradas se dirigieron a los principales referentes del gremialismo argentino. Al secretario general de la CGT, José Alonso, lo cuestionaban por la escasa voluntad movilizadora que mostró frente a un hecho de semejante magnitud. A Vandor lo acusaban de haber impulsado el «Operativo Retorno» jugando a dos puntas: si Perón volvía, sería gracias a él y sus muchachos, y si no podía hacerlo, se confirmaría la vacancia de la conducción local que, pensaba, recaería naturalmente en él. Como señala Rouquié: Parece que la operación no fue tan provechosa como habían pensado los candidatos a la sucesión [de Perón]. El pueblo decepcionado buscaba a quien culpar y endilgó la responsabilidad por el fracaso a los organizadores del viaje, a Vandor en particular. Los líderes locales no habían ganado nada. Perón había «demostrado su coraje» y dejado mal parado al débil gobierno de Illia, puesto que lo había obligado a recurrir, contra el temido jefe de la oposición, a un gobierno extranjero. Y lo que es peor, el gobierno nacionalista y democrático de los radicales del pueblo apeló al régimen aliado de los mariscales brasileños, privilegiado del Pentágono, para impedir el retorno de un ciudadano argentino —el más importante de todos— a su propio país. No podría encontrarse mejor manera de hacer aparecer a Perón como un verdadero antiimperialista, otorgándole un aura revolucionaria.[680]
El periódico Marcha de Montevideo señalaba: Los demócratas de Brasil, cuartelazo mediante, después de hacer cruces y lavarse con agua bendita decidieron que el señor Perón no podía ni siquiera volar sobre Río, aunque su rumbo fuera Buenos Aires o Tierra del Fuego. Y los demócratas del Uruguay… también resolvieron impedir el aterrizaje del avión y el furtivo pasaje del ex gobernante […]. No sabemos cuáles textos constitucionales o legales internacionales pueden haberse invocado en la ocasión, para adoptar tan purificadora medida […]. Perón vino, no alcanzó a ver y venció. Ahora el mito
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adquirirá redoblado vigor […]. Bien barato le salió el viaje a Juan Domingo Perón. Se dio el lujo de cumplir su promesa, y sus enemigos, asustados, lo llevaron de vuelta, sin riesgo ni trastorno, al reposado y lejano refugio de Madrid. De hoy en más, la sombra que ahora les produjo pánico, crecerá y crecerá.[681]
Desde la vereda de enfrente, La Nación, con el viejo latiguillo gorila de la «cobardía» de Perón, consideraba que todo había sido una «parodia»: Salvo los incondicionales que le quedan, nadie habría creído que el ex dictador tuviera el propósito de regresar a nuestro territorio. Sus afirmaciones reiteradas de que lo haría «pacíficamente o por la fuerza» tuvieran que parecer inverosímiles a quienes conocen su temperamento. Huir ha sido siempre su actitud espontánea ante cualquier riesgo efectivo. […] Estos antecedentes no afirman la figura de un héroe capaz de afrontar situaciones comprometidas, encabezar a sus adictos y jugarse la vida. Durante nueve años, sin embargo, ha desempeñado la comedia de su voluntad de regresar y recobrar el poder. Habría podido volver, al menos, cuando mediante los votos, que él le sumó por pacto secreto, más tarde publicado, fue elegido un presidente constitucional que no hubiera podido negarse a recibirlo. Fue entonces cuando su organización de propaganda empezó a divulgar la historieta del «avión negro», que debía llegar cualquier día y que los cándidos aguardaban, mirando hacia el cielo cada vez que aumentaban los rumores. Nunca llegó el «avión negro», ni el rojo, ni el amarillo, solo llegaban panfletos, jactancias, amenazas y agentes que solicitaban y obtenían ayuda oficial. […] El ex dictador no ha pretendido en momento alguno regresar al país, afrontar responsabilidades, permanecer en acecho fronterizo. Ha jugado desesperadamente su última carta de propaganda, todavía esperanzado en una reacción popular impresionante, susceptible de producir un vuelco interno que más tarde le permitiera volver sin ningún riesgo. Pero la reacción popular ha sido de absoluta indiferencia, de simple curiosidad, de frecuente mofa y de satisfacción al comprobar que todo se había reducido a una desdichada parodia.[682]
Planeando el golpe Frente a la inminencia del viaje de Perón, se produjo una reunión secreta en la cúpula del Ejército, en la cual se ordenó dar inicio a la «Operación Crepúsculo», que implicaba la puesta en marcha del golpe contra Illia. Al finalizar la reunión se elaboró este documento de extraordinario valor histórico, que publicó el periódico de izquierda uruguayo Época: En la ciudad de Buenos Aires, a los siete días del mes de noviembre de 1964, siendo las 18.30 horas, se reúne el Consejo Militar Secreto (COMISE), en sesión periódica ordinaria, bajo la presidencia de S.E. el señor secretario de Guerra, el general de brigada (R.E.) D. Ignacio Ávalos, e integrado en la oportunidad por el señor Comandante en Jefe del Ejército, teniente general Juan Carlos Onganía; general de división D. Pascual A. Pistarini; generales de brigada Jorge Shaw, Juan N. E. Iavícoli, Osiris G. Villegas y Adolfo C. López, y coroneles Roberto M. Levingston, Edgard Sidney Collin y D. Luis A. Betti. Considerando:
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1. Las exposiciones realizadas por el señor general López y el señor coronel Levingston sobre la situación política internacional e interna, de las cuales se desprende: a. Un aumento previsible a corto plazo de la tensión entre Occidente y el mundo socialista. b. La posible y rápida cubanización del proceso revolucionario boliviano. c. El constante y progresivo deterioro de la situación política e institucional argentina, con las consiguientes repercusiones en los campos económicos y sociales. d. La carencia evidente de un adecuado plan de gobierno por parte del Poder Ejecutivo Nacional. e. La aparición de síntomas de corrupción administrativa organizada, que comienzan a afectar la imagen creada en torno al Dr. Illia. f. La falta de un adecuado e inteligente respaldo partidario al Poder Ejecutivo Nacional. g. La vigorización del peronismo en lo que hace a espíritu de lucha y voluntad de irrumpir en la vida cívica nacional, a cualquier precio. h. El conocimiento concreto de la voluntad de Perón de influir con su presencia en el proceso político nacional. i. El fracaso de la solución final del caso Perón (Operación Aurora). j. El fracaso electoral que pueden presentar para el gobierno las elecciones de marzo próximo. k. El proceso de imprevisibles consecuencias que puede desencadenar ese fracaso. l. El conocimiento concreto de aspiraciones en el campo «colorado», con ramificaciones en las esferas oficiales. m. La falta de garantías que ofrecen las negociaciones con representantes oficiosos del peronismo, respecto al condicionamiento de la actuación de este movimiento en la política interna o su no injerencia en la política exterior del país (acápite A) del capítulo II); su actitud ante los movimientos populares (de la resolución conjunta final de la última Conferencia de Comandantes en Jefe de Ejércitos Americanos). n. La debilidad manifiesta en la conducción política superior de las otras fuerzas, circunstancia que gravita desfavorablemente sobre sus respectivos cuadros y desplaza el centro de gravedad de la responsabilidad sobre la fuerza del Ejército. o. La repercusión desfavorable en los cuadros del Ejército de todos los puntos enunciados precedentemente. 2. Los informes de los señores coroneles Collin y Betti, referentes a sus conversaciones oficiosas con los doctores Atilio Palmero y Germán López, de los cuales se desprende: a. Existe un infundado optimismo en las esferas del Gobierno respecto a las posibilidades electorales del partido gobernante, en marzo próximo. b. Análoga situación con respecto a la posibilidad de neutralizar a la CGT y al sector denominado «Las 62». c. Falta de sentido de la realidad nacional y en particular en sus campos de acción por parte de los citados funcionarios. 3. Las obligaciones que impone la resolución conjunta final de la última Conferencia de Comandantes en Jefe de los Ejércitos Americanos, respecto a la necesidad de mantener, a cualquier precio, las situaciones de equilibrio interno creadas en los respectivos Estados, con el fin de asegurar las mejores condiciones de intervención ante cualquier
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foco subversivo internacional. 4. La impresión recogida por los señores generales Pistarini e Iavícoli en sus recientes visitas a México y Perú respecto a los peligros de una generalización del proceso revolucionario comunista en América latina, lo cual obliga a alertar sus propias fuerzas. Dentro de los fines superiores de lo establecido en los acuerdos internacionales suscriptos dentro del marco de la Organización de Estados Americanos y ratificados en la última Conferencia de Comandantes en Jefe de Ejércitos Americanos. Se resuelve: I. Hacer llegar al Poder Ejecutivo Nacional, en forma oficiosa y a título de sugerencia personal, las inquietudes que se desprenden de los acápites c), d), e), f), g), h), j), k) y o). II. Sondear el pensamiento del Dr. Illia respecto a las posibilidades de reorganizar su gabinete conforme a las necesidades del actual momento y dentro de una línea extrapartidaria y afín con los intereses de la defensa nacional. III. Adecuar la reorganización del Ejército en cuanto hace a nombramientos y designaciones, adaptándolo a las posibilidades de tener que enfrentar y conjurar una situación de crisis total durante los primeros meses de 1965. IV. Organizar, con carácter de primera urgencia, la operación «Crepúsculo», con el fin de dar solución final e integral al problema. V. Estimular la creación dentro del peronismo de nuevas líneas internas condicionadas a los objetivos externos del país, aprovechando para ello la influencia de personalidades dentro del propio movimiento, como las del doctor Matera y Sapag. VI. Comenzar los contactos en forma oficiosa y reservada con las otras fuerzas, respecto al cumplimento del punto III de esta resolución. VII. Fijar como fecha tope para la ejecución de esta resolución el día 2 de diciembre próximo, para lo cual: a. La ejecución de los puntos I y II resultan ser de competencia. b. La ejecución de los puntos III y VI resultan ser de competencia exclusiva del señor Comandante en Jefe del Ejército. c. La ejecución de los puntos IV y V es de competencia exclusiva del señor coronel D. Roberto M. Levingston. En la fecha y lugar arriba indicados se labran un original y dos copias de esta acta, documentación cuya guarda y trámite, por su naturaleza, se considerarán ajenos a las prescripciones en vigencia. El original suscripto por todos los asistentes a esta sesión del comité será guardado por el teniente general D. Juan Carlos Onganía, una copia suscripta por el secretario de Guerra y el general de brigada D. Osiris Guillermo Villegas, será guardada por el general Adolfo C. López y la otra copia será guardada por el secretario del COMISE. [683]
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El gobierno norteamericano exhibía todo su poder militar y su crueldad sobre el pueblo vietnamita que combatía heroicamente para defender su país de los invasores. La guerra ya era absolutamente impopular en todo el mundo y particularmente en los Estados Unidos, donde al año siguiente surgiría el movimiento hippie bajo el eslogan «hagamos el amor y no la guerra». Los Beatles estrenaban su segundo film, Help! (¡Socorro!); el álbum correspondiente incluía, en la cara B, un tema que no estaba en la película pero que se convertiría en uno de los más exitosos compuestos por Paul McCartney: Yesterday. Los Rolling Stones lanzaban un simple con el tema que les daría fama mundial: Satisfaction (I can’t get no). Se editaban, entre otros discazos de jazz, Live in Seattle, Ascension y First Meditations, de John Coltrane, I Put a Spell on You de Nina Simone y Maiden Voyage, de Herbie Hancock. La novicia rebelde, protagonizada por Julie Andrews, se convertía en un éxito internacional. También sacudían la pantalla Los amores de una rubia, de Milos Forman; La batalla de Argel, de Gillo Pontecorvo; Doctor Zhivago, de David Lean; Operación Trueno, de Terence Young, con Sean Connery; Simón del desierto, de Luis Buñuel, y ¡Viva María!, de Louis Malle, con Brigitte Bardot y Jeanne Moreau. En la Argentina se estrenan 30 películas, entre ellas: Crónica de un niño solo, de Leonardo Favio; El Perseguidor, de Osías Wilenski; Pajarito Gómez, de Rodolfo Kuhn, con guión (y actuación como extra) de Paco Urondo; Fiebre de Primavera, de Enrique Carreras, con Palito Ortega; La mujer del zapatero, de Armando Bo, con Isabel Sarli; Los guerrilleros, de Lucas Demare; Nadie oyó gritar a Cecilio Fuentes, de Fernando Siro; Canuto Cañete detective privado, de Leo Fleider, con Carlitos Balá; Convención de vagabundos, de Rubén Cavallotti, e Intimidad de los parques, de Manuel Antín. Era la época de oro del Instituto Torcuato Di Tella, que en su sede de la calle Florida impactaba al público con innovadoras instalaciones como La menesunda, organizada por Marta Minujín y Raúl Santantonín. De pronto, los medios de prensa del «mundo occidental» se preguntaban: ¿dónde está el Che?, e incluso llegaban a ilusionarse con su muerte. En realidad, había dejado todos sus cargos en Cuba para encarar la guerra de guerrillas en apoyo a Laurent Kabila en el Congo. Será un rotundo fracaso sobre el que escribirá Guevara: «He aprendido en el Congo; hay errores que no cometeré más, otros tal vez se repitan y cometa algunos nuevos. He salido con más fe que nunca en la lucha guerrillera, pero hemos fracasado». Muere un hombre clave de la historia inglesa, Winston Churchill. El ejército de Indonesia lanza una feroz represión contra los comunistas. Los muertos llegan a 300.000.
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Mueren dos figuras señeras del socialismo argentino, Alfredo Palacios y Nicolás Repetto. En Buenos Aires, Alberto J. Armando, presidente de Boca Juniors, invitaba a los hinchas a comprar títulos pro-patrimoniales de la Ciudad Deportiva, proyectada para instalarse en la Costanera Sur, frente a la fuente de Lola Mora, por solo quinientos pesos mensuales. El aviso prometía que una vez terminadas las obras, allí se podrían practicar todos los deportes, hasta «caza submarina y saltos ornamentales».[684] En la televisión seguía imbatible Pepe Biondi y los éxitos del año eran Telecataplum, con un extraordinario elenco de cómicos uruguayos, entre ellos Ricardo Espalter, Enrique Almada, Henny Trayles, Gabriela Acher, Eduardo D’Angelo y Raymundo Soto, y La Nena, con Marilina Ross, Osvaldo Miranda y Joe Rígoli. Leopoldo Marechal publicaba su notable El banquete de Severo Arcángelo; Rodofo Walsh, Los oficios terrestres; Bernardo Kordon, Vencedores y vencidos, y entre los libros más vendidos del año figuraban los de la colección «del Siglo y Medio» de Eudeba, con títulos como Papeles de Macedonio Fernández o el Martín Fierro. La Patrulla de Asalto comandada por el coronel de caballería Jorge Edgard Leal, concreta la Operación 90 y llega al Polo Sur haciendo flamear la bandera argentina. Boca consigue el campeonato nacional, mientras que Independiente se consagra Campeón de la flamante Copa Libertadores de América al vencer a Peñarol en la final.
El «cambio de estructuras» Para enero de 1965, la CGT debía renovar sus autoridades, luego de dos años. El Congreso Ordinario (al que ya no asistieron los «independientes», pero sí los comunistas del MUCS) llevaba el nombre del desaparecido peronista: Felipe Vallese. La elección de autoridades fue una radiografía del panorama sindical: las 62 Organizaciones demostraron su poderío, pero también podía advertirse el descontento y la fragmentación en las 134 abstenciones. Fue reelecto José Alonso y se confirmó el alistamiento de la CGT detrás del brazo político de las 62, lideradas por Vandor. Por otra parte, se acordó continuar con el Plan de Lucha. A falta de tiempo, el Congreso delegó en una comisión la tarea de redactar un documento que pronto saldría a la luz bajo el título «La CGT en marcha hacia el cambio de estructuras». El texto, si bien concluía con una declaración de tono aparentemente «revolucionario» («el país ya no permite cambios en el sistema, es necesario un cambio profundo en las estructuras sociales, políticas y económicas del sistema»), proponía una política de tipo desarrollista, con delimitación de los campos de la 311
economía estatal y privada, la participación de los trabajadores en las empresas, el aumento de la producción y el fomento de las cooperativas. Según el dirigente comunista Rubens Íscaro, era una orientación en la que se veía la mano del «sindicalismo libre» propiciado por Estados Unidos.[685] Por su parte, Rubén Rotondaro señalaba que, desde 1963, en el afán que Alonso venía poniendo por «estructurar una CGT moderna», en muchos departamentos de la central obrera actuaban asesores del «integracionismo de Frigerio» y del «social-cristianismo», al tiempo que la CGT establecía fluidas relaciones con delegaciones gremiales extranjeras y agregados sindicales de las embajadas «occidentales».[686] Según Rotondaro, en el documento aprobado en 1965, se podía notar la influencia de los sectores social-cristianos, lo cual despertó no pocas críticas dentro de la propia central. Así, al analizarse el contenido del folleto en las reuniones del CCC [Comité Central Confederal] se criticó la falta de claridad del mismo respecto de los logros tangibles del período 1943-55 y su fraseología que podía prestarse a confusiones. [687]
En definitiva, más que el programa de un gremialismo mayoritariamente peronista, el documento parecía un texto destinado a convencer a los «factores de poder» (empresariado, Fuerzas Armadas, Iglesia) y a posibles aliados políticos (UCRI, MID, democracia cristiana) de que la CGT se «aggiornaba» en el camino de las centrales sindicales europeas o norteamericanas.
La Rural contra Illia El sindicato de los terratenientes, más conocido como la Sociedad Rural, venía mal acostumbrado desde 1955 a dictar los lineamientos de la política económica nacional. Las medidas «dirigistas» del gobierno de Illia hubiesen sido calificadas en no pocas democracias occidentales como moderadas medidas regulatorias del mercado, medidas arbitrales para poner algún freno a la voracidad de las patronales, que si no se las controla llegan a poner en peligro al sistema capitalista desplazando a millones de personas a niveles de subsistencia, generando así una lógica conflictividad que podía derivar en revolucionaria. Muy enojada y ajena a estos razonamientos, la Sociedad Rural Argentina le envió al presidente Illia esta nota firmada por su presidente Faustino A. Fano y el secretario Horacio J. Peralta Ramos: El país, cansado de caer por la pendiente del desprestigio y la inseguridad resultante, lógica de la pérdida de confianza y quiebra de la fe, en Julio de 1963, puso sus esperanzas en el gobierno de V.E.
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Pocos o ningún gobernante recibió como V.E. del pueblo una prueba tan palmaria de confianza, a pesar de no haber obtenido en los comicios una franca mayoría. Ello, no era sino demostración acabada del anhelo general de paz, estabilidad y orden dentro de la ley. Pero desgraciadamente el PE ha hecho de lo «político» factor preponderante en la casi totalidad de las medidas oficiales. […] La conducción económico-social, señor Presidente, a juicio de la Sociedad Rural Argentina y de toda la opinión sana del país, debe cambiarse rotundamente, sin titubeos, sin vacilaciones, para ganar la confianza exterior y reconfortar el espíritu de trabajo nacional. […] El dirigismo económico y el intervencionismo estatal, cada día más notable, que caracterizan la política económica actual, deben desecharse a pesar de ser la doctrina escrita en la plataforma partidaria. […] Es la libertad bien entendida, tal como la consagra la Constitución, la regla básica a adoptar de inmediato […] sin trabas de ninguna índole. […] Es necesario que el Gobierno escuche el clamor general, que reconozca que su política crediticia, cambiaria, comercial y fiscal, no apoya, sino desalienta la actividad de los productores particulares, a los cuales se castiga con nuevos y mayores impuestos, la supresión de estímulos impositivos, el restablecimiento retroactivo de perniciosos gravámenes con restricciones a la exportación e importación, la vigencia de la ley de abastecimiento, el alza de precios de todos los productos oficiales, una constante y creciente inflación que envilece la moneda […]. No puede silenciarse el pavoroso déficit que aplasta al país, ni una burocracia que se extiende como un mal inevitable […]. Tampoco podemos dejar de señalar el cuantioso quebranto y la desastrosa administración de las empresas estatales […] manejadas con sentido político […]. Creemos interpretar el sentir de toda la Nación cuando exponemos ante V.E. la imperiosa necesidad de modificar la conducción económica para el bien de toda la República.[688]
El presidente Illia les contestó de puño y letra en la misma carta lo siguiente: El solo tenor y contenido de esta carta demuestra que vive la República un ambiente de amplia libertad. Lo que no se tuvo coraje de decir en épocas difíciles, se manifiesta con absoluta irresponsabilidad al amparo del cumplimiento honesto de la ley y de la Constitución que estos exabruptos nihilistas destruyen y que el Gobierno mantiene sin vacilaciones.[689]
Las elecciones de 1965 Tras casi diez años de proscripción, el Partido Justicialista obtenía el 7 de enero de 1965 su personería política gracias a un fallo del juez Leopoldo Isaurralde. La alegría duró poco, porque apenas quince días antes de los comicios de renovación parlamentaria, la medida fue revocada por la Cámara Nacional Electoral. El diario La Prensa, en un editorial titulado «En defensa de la democracia», no disimulaba su satisfacción ante esta nueva proscripción de las mayorías populares: «Reitera así la Cámara que la defensa de la democracia es posibilidad cierta y razonable y que ésta no puede albergar en su propio seno los gérmenes de su destrucción».[690] Así el peronismo llegó a las elecciones del 14 de marzo formalmente proscripto, aunque no se le impidió participar bajo el nombre Unión Popular. El oficialismo 313
radical triunfó en Santiago del Estero, la Capital Federal, Santa Fe, Misiones, Chubut y Entre Ríos. Los peronistas, en el decisivo distrito de la provincia de Buenos Aires, en Córdoba, La Pampa, Santa Cruz y el Chaco, a lo que se sumaban los triunfos de los neoperonistas en Neuquén, Tucumán y Salta. Los conservadores, bajo distintas denominaciones, se alzaron con la victoria en Mendoza, Corrientes y San Luis, quedando San Juan para la UCR Bloquista. Las cifras totales hablaban de un triunfo peronista por más de cien mil votos: 2.833.528 contra 2.724.259 de la UCRP, lo que determinó que se modificara sustancialmente la composición de la Cámara de Diputados. El oficialismo tenía 70 bancas, pero el peronismo alcanzaba las 52; 15 fueron para el opositor MID liderado por Frondizi, 12 para los conservadores de toda laya, 10 para la UCRI, 9 para los demócratas progresistas, 6 para el partido de Aramburu (Udelpa), 4 para los socialistas de Palacios y 2 para los dizque socialistas de Ghioldi. La Prensa, ahora amargada por los resultados, insistía con que el peronismo era: El problema de fondo que se plantea al gobierno y que no podrá eludir con divagaciones de aire ingenuo. Le toca enfrentarlo con firmeza, porque su responsabilidad le cabe por entero. Fueron sus hombres los que derribaron las vallas legítimas opuestas a la resurrección del despotismo. No se limitaron a derribarlas sino que dieron a los partidarios de semejante regresión el acicate de su pasividad y los medios de acción que estaba en sus manos negarles. Los frutos de su ceguera, presentes o todavía lejanos, están a la vista de todos. Hay ansiedad por saber qué se le ocurre ante su evidencia.[691]
La revista Todo, dirigida por Bernardo Neustad, hacía el siguiente análisis de las elecciones: Aplastante. Peronismo-antiperonismo. Prendió la llama y volvimos al ayer. «La Rabia Nacional» se introdujo en la urna y la elección, así pulsada, nos retrotrae a 1946. El peronismo, de una vitalidad electoral asombrosa, al que ya no se le puede imputar que «gana porque la gente está obligada a votar ya que se dispone de todos los medios de difusión», con su líder ausente, con las deformaciones propias de una conducción a la distancia, sigue siendo el 30 por ciento que juega su papel en los centros neurálgicos de la vida nacional: Provincia de Buenos Aires, Córdoba, Capital Federal, Santa Fe, Tucumán. El radicalismo del Pueblo, que exhibe su inagotable aparato partidario, su fuente yrigoyenista inmutable e invariable y que suma, amén, con inteligencia bien maquillada, todo aquel énfasis antiperonista que encuentra allí su refugio más seguro, el más ortodoxo, el de la inflexibilidad hasta el final. A la vera del camino electoral, una increíble ristra de derrotados. Oscar Alende, que no logró un solo diputado nacional, Pedro Eugenio Aramburu —150.000 votos en todo el país y ningún legislador—, Horacio Sueldo, Álvaro Alsogaray, Cueto Rúa, Solano Lima, el socialismo democrático de Ghioldi, la increíble fobia del doctor Almada (50.000 votos y un intento de proscribir a más de medio millón en la Capital Federal). El movimiento de Arturo Frondizi con 6 bancas y 600.000 votos fluctúa entre la frustración y la esperanza. Puede ser árbitro. [692]
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Una reunión de amigos Según cuenta Manuel Laprida, por entonces coronel en el Estado Mayor de la Secretaría de Guerra, el 12 de mayo de 1965 a las 22.30 asistió a una reunión convocada por el empresario César Cao Saravia en un departamento de la calle Billinghurst. Allí estaban el líder metalúrgico Augusto Timoteo Vandor, los dirigentes lucifuercistas Luis Angeleri, Juan José Taccone y Francisco Prado, y el ingeniero Alberto Iturbe, entre otros. Según Laprida, la reunión fue prolongada y los gremialistas manifestaban «que es necesario cuanto antes derrocar al gobierno». Entonces les planteó: «Todos ustedes han estado postulando una revolución. Todos han expresado cuáles son, a su juicio, las causas que la justifican y cuáles los remedios que pondrá a la situación. En el aire está flotando un nombre que ninguno de ustedes ha llegado a pronunciar. Todos piensan en la revolución y que el destinatario de ella es el general Onganía. ¿No es así?». Se sonrieron y todos aceptaron y asintieron confirmando que ese era su pensamiento. Yo contesté: «Ustedes están empujando a Onganía a la revolución y no se dan cuenta que con ello le quitan uno de sus atributos más importantes: su autoridad moral. No puede ser cabeza de un golpe, sin abjurar de sus principios, quien ha matado gente para defender la Constitución hace menos de dos años. Yo también creo que el general Onganía puede ser la solución del problema político del país. Pero la solución legítima y legal: llévenlo a la presidencia de la nación por los votos no por la revolución». Ahí me interrumpió uno de ellos diciendo que para los votos ellos no lo apoyarían. El juego era muy claro. Se estaba trabajando mutuamente. Los gremialistas empujando y jugando al golpe porque estaban convencidos de su posterior coparticipación en el poder. Los golpistas militares se trabajaban a los gremialistas porque consideraban indispensable su aquiescencia para consumar el golpe. [693]
Laprida insistió en sus argumentos, tratando de convencerlos de que el golpe no era factible, por falta de planes, objetivos concretos, equipos y, sobre todo, «la falta de coherencia ideológica del grupo» que postulaba el derrocamiento de Illia. Pero, concluía el coronel azul, hombre cercano a Onganía: Entonces confirmé mi impresión de que, como suele suceder, los heterogéneos grupos humanos, políticos e ideológicos conspiraban [pero] en lo único que coincidían eran los dos primeros pasos del proceso: primero, derrocar al gobierno existente; segundo, hacerse cargo ellos del poder.[694]
Amagues por la izquierda, golpes por la derecha Un hombre de la UOM, Paulino Niembro, se convirtió en jefe del importante bloque 315
peronista en Diputados y se impuso como tareas la cooptación de los neoperonistas y el incremento del protagonismo de los vandoristas. La cooptación del neoperonismo tendría mayores frutos en el Congreso que en las provincias.[695] Pero la fuerza de Vandor crecía, al punto que se sintió en condiciones de desafiar abiertamente la autoridad de Perón. En abril de 1965, la reestructuración del PJ tras el triunfo electoral, llevó a la creación de una Mesa Analítica que consagraba la preeminencia vandorista.[696] Las posteriores reorganizaciones de julio (ampliación a 19 miembros de la Mesa, incluyendo jóvenes) y de septiembre (transformación de la Mesa en Junta Coordinadora Nacional) no cuestionaron el poder de Vandor. Mientras avanzaba en el control del PJ, Vandor no descuidaba el flanco por el lado del gobierno, que seguía propiciando la división del movimiento obrero. El «Lobo» —como ya se le decía incluso en público—[697] redobló la apuesta ante ese desafío y la CGT lanzó la quinta etapa del Plan de Lucha, para los meses de mayo y junio, e invitó a los sindicatos dirigidos por «independientes» y comunistas a participar en ella. Se convocaron movilizaciones y concentraciones. En ese contexto, la CGT y las 62 Organizaciones aceptaron —en un hecho completamente novedoso— sumarse a la convocatoria de la Federación Universitaria Argentina (FUA) y los centros estudiantiles a la concentración del miércoles 12 de mayo en la Plaza del Congreso, para protestar contra la invasión yanqui a Santo Domingo.[698] Se trató de un acto multitudinario (la FUA estimaría unos 30.000 manifestantes, aunque los diarios señalarían la mitad), en el que además de los estudiantes y dirigentes gremiales participaron diversas agrupaciones políticas, incluido el Ateneo de la Juventud Radical.[699] La protesta, al tiempo que se solidarizaba con el pueblo dominicano y repudiaba la nueva «intervención» imperialista, buscaba impedir que el gobierno argentino cediese a la presión de Estados Unidos, que pretendía crear una «fuerza militar interamericana», bajo el sello de la OEA, para «legitimar» la invasión de la isla. Los ministros Suárez y Zavala Ortiz, en principio, habían declarado su apoyo a esa propuesta y, como señala Robert Potash, el canciller argentino «aportó uno de los catorce votos exigidos» para aprobar una resolución de la OEA autorizando la creación de esa fuerza.[700] Paulino Niembro fue uno de los oradores del acto, mientras que la CGT emitía un documento contundente: «la actitud de los marines en la República Dominicana nos retrotrae al momento en que estaban a la orden del día las invasiones armadas por parte de grupos imperialistas, que hacían caso omiso de la soberanía de las naciones americanas». Las 62, con la firma de Vandor y Gazzera, decían: «sin más razón que la del sometimiento, Estados Unidos avasalla a un pueblo hermano, que sufre la ofensa de ver manoseada su dignidad nacional ante la invasión armada, violando todas las normas de autodeterminación de los pueblos, lo que merece el más profundo repudio de los trabajadores justicialistas».[701] Esos pronunciamientos se ubicaban «a la 316
izquierda» de los expresados por partidos como el Socialista Argentino y el Comunista y de varios centros, federaciones y agrupaciones estudiantiles dirigidos por estos. Durante la desconcentración, en un hecho nunca esclarecido, un estudiante de Medicina, Horacio Daniel Grinback, fue asesinado por un disparo a quemarropa de un sujeto que logró escabullirse. Por entonces, diversas bandas de ultraderecha (Movimiento Nacional Argentino, Liga Argentina Anticomunista, Guardia Restauradora Nacionalista, entre otras) estaban activas, con ataques a los estudiantes «zurdos» y a integrantes de la colectividad judía. Mientras su ministro de Defensa, Suárez, acordaba con los secretarios militares los preparativos para enviar un contingente argentino a Santo Domingo, y Onganía hasta soñaba con que al frente de la «fuerza interamericana» se nombrase a uno de sus generales, Illia retiró el pedido de autorización que ya se había enviado al Senado,[702] y en definitiva mantuvo el criterio de no intervención en los asuntos internos de otros países, aunque tampoco se pronunció condenando la realizada por Estados Unidos. El saldo de lo que Potash llamaría «la crisis de mayo» de 1965 fue que los militares empezaron a expresar con mayor soltura su «descontento», el que solícitamente era traducido en editoriales, análisis y comentarios por la prensa «seria», a la que por esos días se sumaba la revista Confirmado que, como veremos, resultaría el órgano más que oficioso del golpismo. El «caso Santo Domingo» era utilizado como una muestra de la «falta de resolución» o de «dualidad» por parte de Illia.[703]
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Illia y las Malvinas: un gran logro diplomático Un aspecto de la política internacional en el cual el gobierno de Illia no mostró «falta de resolución» ni «dualidad» alguna fue en la diplomacia seguida adelante en el reclamo por la soberanía argentina en Malvinas e islas del Atlántico Sur. En un contexto mundial marcado por la descolonización, la representación argentina ante las Naciones Unidas inició una intensa actividad para que la cuestión estuviese en la «agenda» de los organismos encargados de los «asuntos coloniales».[704] Al mismo tiempo, buscó que se le diese un tratamiento diferenciado, ya que a diferencia de lo que ocurría en otros territorios coloniales, la población que ocupaba las islas no era la originaria, sino que se había instalado como resultado de la usurpación británica perpetrada en 1833. De allí que no fuese un tema sometido a la «determinación» de esos ocupantes, que en modo alguno constituían una «parte» distinta al Reino Unido en el conflicto, aunque sí se dejó en claro que la Argentina estaría dispuesta a tomar en cuenta sus «intereses». A lo largo de 1964, los diplomáticos argentinos[705] fueron logrando que los integrantes del subcomité de la ONU encargado de la cuestión se alineasen con nuestra postura. También presionaron con éxito para que la representación británica, que hasta entonces se limitaba a presentar un informe anual sobre la economía de las islas, se sentase a participar de las sesiones.[706] Entretanto, al inaugurar las sesiones del Congreso el 1.o de mayo de 1964, Illia incluyó la cuestión en su mensaje: Pusimos una celosa preocupación en la defensa de la soberanía territorial. No pretendemos nada que no sea nuestro, pero tampoco podemos ceder nada que sea propio. Actualizamos los reclamos sobre nuestras Malvinas. Estamos convencidos de la legitimidad de nuestros derechos. Mientras tanto, se han tomado precauciones para que la recuperación de ese territorio argentino no se frustre mediante una forzada independencia que jamás reconoceremos.[707]
A comienzos de agosto, Illia envió al Congreso un proyecto de ley para ratificar que la Argentina ejercía soberanía exclusiva sobre la plataforma continental y el mar epicontinental, que incluía la exploración y explotación exclusiva de sus recursos, por si quedaba alguna duda. En septiembre de 1964, mientras en Nueva York se reunía el subcomité de la ONU, una noticia creó un entredicho: un aviador civil argentino, Miguel Fitzgerald, despedido de Aerolíneas Argentinas, había aterrizado en Malvinas a bordo de un monomotor Cessna, desplegado la bandera argentina y vuelto a partir, tras entregarle a 318
un kelper que se le acercó una proclama que defendía la soberanía argentina sobre el archipiélago.[708] El representante británico puso el grito en el cielo, denunciando que se estaba ante el inicio de una invasión. Pese al incidente, el 17 de septiembre el subcomité de la ONU, por unanimidad, firmó una recomendación para que el «caso Malvinas» fuese incluido en los referidos a la descolonización, al tiempo que dejaba constancia de la disputa de soberanía planteada, aunque su tratamiento quedó para el año siguiente. El canciller Zavala Ortiz podía decir entonces que «por primera vez los derechos argentinos han sido expuestos en contradicción con las pretensiones del Reino Unido, en un foro de alto prestigio como el de las Naciones Unidas».[709] El 27 de septiembre de 1965, Zavala Ortiz, al abrirse las sesiones de la Asamblea General de la ONU, planteó nuevamente el caso, denunciando la «administración ilegítima que el Reino Unido […] ejerce sobre una parte integrante de nuestro territorio nacional, ocupado por la violencia». Ese año, la comisión dedicada a los «asuntos coloniales» se dedicó a tratar el tema. El representante especial nombrado por el gobierno era Bonifacio del Carril, quien —es justo reconocerlo— en esta cuestión actuó de manera lucida en defensa de los intereses argentinos. Después de detallar los antecedentes históricos del caso, dejó en claro: La República Argentina jamás ha considerado a las Islas Malvinas como un territorio colonial. Las ha considerado y las considera como una colonia establecida por Inglaterra en un territorio usurpado, que pertenece a la República Argentina […]. El Representante del Reino Unido ha insistido que [la resolución sobre descolonización] solo es aplicable para el futuro. Ha creído con ello obtener un bill de indemnidad contra las desmembraciones territoriales perpetradas antes de la firma de la Carta de las Naciones Unidas, como es el caso del despojo de las Islas Malvinas. Pero se ha equivocado. Porque si bien es cierto que Gran Bretaña se apoderó de las islas antes de la firma de la Carta, lo que se trata ahora es de impedir la legalización de un estado de hecho jamás consentido. La eventual descolonización de las islas mediante la entrega del territorio a la soberanía de un Estado que no sea la República Argentina sería […] un acto de desintegración del territorio de un Estado miembro de las Naciones Unidas […].[710]
Como resultado de estas gestiones, el 16 de diciembre de 1965 la Asamblea General de las Naciones Unidas aprobó, por abrumadora mayoría y ningún voto en contra,[711] la Resolución 2065, que dejaba constancia del conflicto de soberanía planteado y disponía: 1. Invita a los Gobiernos de la Argentina y del Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda del Norte a proseguir sin demora las negociaciones recomendadas por el Comité Especial encargado de examinar la situación con respecto a la aplicación de la Declaración sobre la concesión de la independencia a los países y pueblos coloniales a fin de encontrar una solución pacífica al problema, teniendo debidamente en cuenta las disposiciones y
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los objetivos de la Carta de las Naciones Unidas y de la Resolución 1514 (XV)[712] de la Asamblea General, así como los intereses de la población de las Islas Malvinas (Falkland Islands); 2. Pide a ambos Gobiernos que informen al Comité Especial y a la Asamblea General, en el vigesimoprimer período de sesiones sobre el resultado de las negociaciones.[713]
La Resolución 2065 (XX) de la ONU, todavía hoy constituye el mayor éxito diplomático argentino en la disputa por Malvinas.
Otro «anticipo» de Confirmado Lejos de la defensa de la soberanía nacional, diversos sectores seguían complotando en el país, «cansados» —como decía la Sociedad Rural, según vimos— de que Illia tuviese «el tupé» de aplicar en el gobierno la plataforma que había anunciado en la campaña electoral. El 23 de julio de 1965, el teniente coronel retirado Alberto M. Garasino publicaba en la revista Confirmado una nota titulada «Radiografía militar del golpe», que resulta altamente informativa: Otra nota característica del mecanismo golpista en la Argentina es que los errores gubernamentales no logran por sí mismos producir un derrocamiento a plazo breve, y, por lo tanto, es necesario subrayarlos repetidamente con dos acusaciones que tienen una profunda repercusión en la sensibilidad general: «infiltración comunista» y «corrupción». El país asiste ahora a la apertura de esos frentes, y si esa acción se consolida, las Fuerzas Armadas, como ha ocurrido otras veces, serán el blanco de una intensa acción psicológica destinada a conmover sus fibras nacionalistas y su sentido moral. Luego deberán descubrir, en los momentos decisivos, cuál es la dosis de verdad que encierran campañas de ese tipo […]. El panorama se complica porque existen actualmente equipos civiles autónomos que, en previsión del golpe que creen ineludible, preparan por su cuenta planes de gobierno para ser ofrecidos a las Fuerzas Armadas, a las que consideran, simultáneamente, inevitables ocupantes del poder e inhibidas de trazar sus propios programas de acción.[714]
Huelgan los comentarios, salvo una aclaración: las Fuerzas Armadas aparecen aquí como casi víctimas de una intensa acción psicológica, cuando en realidad eran una de las principales responsables junto a destacados civiles de esa evidente y miserable campaña. En su edición del 26 de agosto, la misma revista le hacía un reportaje a uno de sus responsables, el comodoro retirado Juan José Güiraldes, que hacía gala de su apodo de «Cadete» y de haber estado al frente de Aerolíneas Argentinas durante el gobierno de Frondizi: Confirmado: ¿Se justifica el derrocamiento del gobierno en estos momentos? Guiraldes: Sí.
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C: ¿Un derrocamiento liso y llano o una revolución? G: Un derrocamiento al servicio de un gran compromiso nacional, que es el de poner al país en marcha a tono con la época que vivimos. C: De todos modos, ¿qué ocurriría si a fin de año el presidente de la República da por terminadas las funciones de Onganía? G: El presidente de la República, en su carácter de comandante supremo de las fuerzas de aire, mar y tierra, y en ejercicio de potestades constitucionales, tiene el derecho de proveer los cargos militares. Cometería un grave error ejerciendo esa facultad en reemplazo del actual comandante en jefe del Ejército que, como consecuencia de sucesos que le tocó protagonizar y de sus características personales, ha venido a constituirse en un genuino intérprete del Ejército. La comandancia en jefe del general Onganía no tiene las características de una comandancia común. C: ¿Cree usted que Onganía es el hombre indicado, que tiene condiciones para gobernar? G: Si se decide a asumir con el Ejército la conducción de los intereses de la comunidad, sí; si no, no.[715]
Es interesante destacar que mientras Güiraldes decía esto, el jefe del golpe en marcha estaba de gira por Europa en compañía de su esposa y de Friedrich Karl Kripp, propietario de los laboratorios Promeco.
«Lo que el país necesita», según Oneto Gaona Dándole toda la razón a la «radiografía» del coronel Garasino, los sindicatos patronales argentinos, como la Sociedad Rural, FIEL, ACIEL y la UIA, apuntaban todos sus cañones contra el gobierno acusándolo de intervencionista en la economía y de facilitar la penetración comunista en Argentina. En consonancia con estas ideas, el doctor Juan Martín Oneto Gaona, presidente de la Unión Industrial Argentina, decía el 2 de septiembre de 1965 en el habitual discurso en el Día de la Industria: La acción del comunismo en nuestro país se ve favorecida por la ayuda consciente o inconsciente que le prestan fuerzas o personas ajenas a sus filas. Bajo muchos aspectos ella resulta más provechosa que la labor de los activistas militantes. Entre las muchas formas que reviste esa colaboración indirecta está la proliferación reciente de iniciativas tendientes a distorsionar el proceso económico y a debilitar los sectores naturalmente más capacitados para enfrentar la comunización. Así, por ejemplo, los proyectos que promueven el reparto compulsivo de la riqueza sin un aumento correlativo de la producción, provocarían, de realizarse, el empobrecimiento general, agudizarían el resentimiento social, dejaría, como única alternativa, la colectivización marxistas. Si la acusación de «macarthysmo» se entendiera una actitud que basa la lucha contra el comunismo en el solo empleo de la violencia o en la atribución irresponsable de esa ideología a los que no piensen como nosotros, rechazamos el rótulo. Creemos, por el contrario, que si bien en esta guerra sin cuartel la fuerza debe ser empleada con todo vigor cada vez que sea necesario, este procedimiento no es el único ni el más importante para
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sostener los valores por los cuales combatimos. Nuestra acción debe tener signo positivo y además de ser encarada con decisión y energía, debe serlo también con inteligencia y sentido realista. […] La corrupción de la vida pública o privada, el descreimiento personal o colectivo, la pérdida del sentido religioso de la existencia, el menosprecio de nuestras seculares tradiciones, son más peligrosos que la bomba soviética de cincuenta megatones para la suerte de nuestra civilización.[716]
Casi un año antes de este discurso, la revista dirigida por Bernardo Neustadt daba cuenta de las expresiones que había lanzado a voz en cuello el mismo Oneto Gaona en los elegantes salones del Jockey Club: Aquí lo que se necesita es una dictadura de veinte años. Este gobierno miente. ¡Qué va a aumentar el producto bruto nacional en un 8 por ciento…! ¡Lo que aquí aumentaron son los brutos que gobiernan…![717]
El gobierno pasa a la ofensiva Desde mediados de 1965, el gobierno insistió en su intento por debilitar el peso del sindicalismo peronista, y lejos de la imagen de «timidez» que se le atribuía, pasó a la ofensiva. A partir de los procesos iniciados por las sucesivas etapas del Plan de Lucha, les retiró la personería a algunos gremios de las 62 que, curiosamente, no estaban alineados con Vandor, como los textiles y los empleados de farmacia. Además permitió la creación de otros (en subtes, por ejemplo) y dictó un decreto reglamentario de la Ley de Asociaciones Profesionales para reprimir la actividad partidaria de los sindicatos, al tiempo que investigaba el uso de los fondos de aportes obligatorios en campañas proselitistas. El decreto se publicó, en lo que fue interpretado como una «provocación gorila», el 18 de octubre, junto con otro que cancelaba la personería a la organización de los trabajadores gastronómicos. La CGT respondió con una movilización y una serie de acciones que comenzaron el 21, con paros sorpresivos con abandono de las fábricas, manifestaciones y concentraciones, que fueron duramente reprimidas. La policía mató a los manifestantes José Mussi, Néstor Méndez y Norberto Retamar,[718] y otros resultaron heridos. La CGT decidió entonces un paro general, que tuvo respuestas parciales. El ministro de Trabajo, Solá, afirmó: Debe quedar perfectamente en claro que no ha existido ningún conflicto sindical o reclamo lícito […]. La política partidaria deberá alejarse de los sindicatos y el país tenga el pleno convencimiento de que el Ministerio de Trabajo procederá a sancionar con todo el rigor de la ley cualquier desviación que intente apartar al sindicato de sus finalidades y de las formas que reglan su actuación.[719]
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Esas declaraciones apuntaban con toda claridad al papel destacado que tanto en el PJ como en el Congreso desempeñaban los sindicalistas, en especial los vinculados a Vandor. A esa presión del gobierno sobre los proyectos políticos del «Lobo» se sumaba, desde la otra punta, la del General, que veía con preocupación cómo el líder metalúrgico se «cortaba solo».
¡No me atosiguéis! El crecimiento del poder de Vandor en el sindicalismo y sobre todo en el movimiento justicialista, llevó a Perón a enviar a su esposa para delimitar claramente las aguas. Si bien tanto Vandor como Perón tenían en claro que se trataba de definir los alineamientos ante las próximas elecciones provinciales en Jujuy y Mendoza, el motivo anunciado por el General dejaba contra las cuerdas al «Lobo»: Isabel venía como su delegada para tomar el contacto con las masas que a él no se le había permitido el año anterior. Isabel llegó el 11 de octubre de 1965 y se alojó en el Hotel Alvear, despertando la ira de los vecinos de Recoleta, particularmente las educadas señoras de la zona, quienes la insultaban apenas la veían entrar o salir de un lugar que consideraban propio y que no podía ser manchado por la presencia de la mujer del «tirano prófugo». Le gritaban «consignas» de hondo contenido político, desde el un tanto prosaico «Puta», hasta los mucho más finos «Fuera, concubina» y «Que Isabel vaya al Bajo a seguir con su trabajo». Además de recibir a la cúpula local del justicialismo, con Vandor a la cabeza, Isabel se entrevistó con el ministro del Interior, Palmero. Al decir de Antonio Cafiero, Isabel venía a «poner en caja a los desobedientes» y «fue bien recibida por el gobierno radical».[720] A todas luces, los hombres de la UCRP veían con buenos ojos la presencia de la esposa del General, que ponía en jaque a la dirigencia «vandorista» y, como se demostró a lo largo de su prolongada estadía en el país, ahondaba hasta la ruptura las grietas existentes en la dirigencia gremial y política del peronismo. No imaginaban que ese sueño largamente acariciado se volvería una pesadilla. El dirigente peronista Miguel Unamuno decía que la llegada de Isabel nos cayó muy mal porque venía a descabezar el partido y al vandorismo. Aparentemente venía como una agresión contra nosotros, en tanto y en cuanto aparecíamos vinculados al vandorismo. […] Perón estaba atado a esa jugada, estaba atado con el gobierno radical. Creo que el asunto estaba con la gente de Mendoza, con Facundo Suárez. Porque en definitiva el viaje de Isabel y su presencia fueron aprovechados por el oficialismo radical […].[721]
Lo cierto es que Vandor tuvo que «tragarse el sapo» y financiar con fondos 323
sindicales la gira de Isabel por las provincias de Buenos Aires, San Luis, Mendoza, Córdoba, San Juan, su La Rioja natal, Tucumán, Salta y Catamarca. El gobierno radical —pese a las críticas de los sectores ultra gorilas que ponían el grito en el cielo y a la propia reglamentación que había decretado sobre las actividades políticas de los gremios— no hizo nada por impedirlo.
Éramos pocos y apareció López Rega Me contaba Andrés López: Cuando Isabelita llega a la Argentina, a pedido de Perón yo la acompaño a hacer la gira por todo el país. Pero conmigo Isabelita no la iba porque yo siempre le decía que yo únicamente le era leal a Perón y nada más que a Perón. Me empezó a crear problemas. Me dice en Mar del Plata: «López, usted se va a tener que tomar un descanso porque está muy cansado, viene trabajando mucho. Váyase a descansar unos días a Buenos Aires porque yo a usted lo voy a necesitar en Buenos Aires. Así que el General decidió que se fuera cambiando la gente». Yo le digo: «Me llama la atención lo que me dice, Isabelita. Si el General que me mandó a estar con usted quiere cambiar la gente, no me va a cambiar a mí». «Pero no, pero usted se va para descansar. ¿No está contento?», me dice. «No. No estoy contento. Yo quiero que conmigo sea sincera, sea leal y me diga la verdad», le contesto. «No, yo a usted lo necesito, López, porque Perón también lo necesita. La vuelta de Perón se va a deber en parte a usted…». En una palabra, me empieza a empaquetar. Yo me voy y ahí es donde se le mete López Rega. Se les metió de contrabando a los muchachos que la custodiaban a Isabelita porque era amigo de alguno de ellos. Y después le empieza a hablar de los astros y qué sé yo, y parece que ahí la embrujó y se lo llevó con ella. Para que él pudiera viajar, mis camaradas, los suboficiales del Ejército, le tuvieron que comprar un sobretodo y dos trajes.[722]
Ramón Landajo, que estaba presente en la entrevista con Andrés López, agregó: «Le tendrían que haber comprado un sobretodo de madera…». López Rega había publicado ese año su libro Esoterismo donde podía leerse: Ante Dios no son necesarias las palabras ni las preguntas, todos los pensamientos tienen explicación inmediata y verdadera. Tomé la mano de El Maestro y me vi confundido con él. Dios y yo éramos uno a partir de ese momento. Es así, queridos hermanos, como aquel ser que todo lo puede, viendo nuestra terrible caída en manos de los vicios y las pasiones, resolvió sacrificarse hasta morir. Y así como él vino para redimir a infinidad de mundos como el vuestro, mi misión es imitarlo, mi tarea es de amor y de luz.[723]
A partir de entonces, el Brujo será una compañía inseparable para Isabel, camino a convertirse en una presencia nefasta para el país.
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Perón radicaliza su discurso Para reforzar la visita de Isabel, Perón le escribió una carta a la Juventud Peronista, en la que planteaba los objetivos del movimiento en un tono revolucionario: No intentamos ninguna manera de sustituir un hombre por el otro sino un sistema por otro sistema. No buscamos el triunfo de un hombre o de otro sino el triunfo de una clase mayoritaria, y que conforma el pueblo argentino: la clase trabajadora. Y porque buscamos el poder, para esa clase mayoritaria es que debemos prevenirnos contra el posible «espíritu revolucionario» de la burguesía, para la burguesía la toma de poder significa el fin de su revolución. Para el proletariado —la clase trabajadora toda del país— la toma del poder es el principio de esta revolución que anhelamos, para el cambio total de las viejas y caducas estructuras demoliberales.[724]
El General afirmaba entonces que la juventud debía organizarse siguiendo estos lineamientos: 1. Trazarse una justa línea política a través de una organización unitaria de conducción centralizada, que desarrolle un programa político donde se contemplen las necesidades de las masas. […] 2. Desarrollar una clara actitud: anti-imperialista, anti-capitalista y anti-oligárquica y feudal latifundista. 3. Tener íntima relación con la masa —la táctica y la estrategia deben confundirse con la masa—. No olvidar jamás que los combatientes provienen de la masa y sin el apoyo de la masa es imposible la labor revolucionaria. 4. Elevar a los medianos y ayudar a los atrasados. Ello incrementa las fuerzas revolucionarias y posibilita tener un verdadero apoyo de base. 5. Evitar los errores llamados de «izquierda» o de «derecha». Es un error de izquierda cuando se realiza una crítica aguda, sin haberse realizado antes un análisis y sin tener los fundamentos de esa crítica. Es un error de derecha cuando no se quiere ver ese error y cuando finalmente se lo ve, no se lo critica. No puede haber coexistencia con los errores. La crítica debe ser seria y fundada. Al equivocado se le debe permitir reivindicarse. Para ello se debe implantar la crítica y la autocrítica. 6. Las bases juveniles deben expresar sus opiniones. La dirección debe centralizarlas y luego de estudiadas deben volver al seno de la masa juvenil. De esta forma se establece un método realmente democrático y pueden ser establecidos los principios fundamentales de: unidad y disciplina. Los cuadros de la organización deben someterse de mayor a menor y siempre debe aplicarse lo resuelto por la mayoría. Los grandes problemas no deben resolverse individualmente. Por ello la conducción debe ser colectiva —con responsabilidad individual—, se cometen menos errores.
Y concluía con un llamado: 325
Si realmente trabajamos por la liberación de la patria, si realmente comprendemos la enorme responsabilidad que ya pesa sobre nuestra juventud debemos insistir en todo lo señalado. Es fundamental que nuestros jóvenes comprendan que deben tener siempre presente en la lucha y en la preparación de la organización que: es imposible la coexistencia entre las clases oprimidas y opresoras. Nos hemos planteado la tarea fundamental de triunfar sobre los explotadores, aun si ellos están infiltrados en nuestro propio movimiento político. La patria espera de todos ustedes la postura seria, firme y sin claudicación. Un abrazo Juan Perón.
Rupturas y continuidades La llegada de Isabel precipitó la ruptura del PJ en la Cámara de Diputados. Bajo la conducción del legislador y abogado cordobés Julio Antún, se formó el Bloque Parlamentario Peronista, al que los alineados con Vandor, que constituían entonces el «oficialismo» del PJ, rápidamente bautizaron «bloque isabelino». Antún planteó así las cosas: «En esta opción, Perón o Vandor, no hay dudas ni vacilaciones: no sé qué clase de lente de aumento se podría utilizar para equiparar pigmeos con un gigante de la conducción, como es Perón».[725] De los 45 diputados justicialistas, 21 se alinearon con Antún, y los restantes 24 se mantuvieron junto a Paulino Niembro, hombre de Vandor.[726] También, según los deseos del General, dividió al sindicalismo entre los vandoristas y los antivandoristas. En una solicitada, publicada en los diarios el 18 de enero de 1966, titulada «De pie junto a Perón», dirigentes de diecinueve organizaciones —entre las que se destacaban las de textiles, azucareros, mecánicos, del vestido y navales— desconocían a los miembros de la Mesa Coordinadora de las 62 Organizaciones (controlada por el vandorismo) y cuestionaba declaraciones previamente vertidas por Vandor: Nadie que se diga peronista puede afirmar seriamente, utilizando los aparatos de guerra sicológica de nuestros enemigos, que ahora hay que enfrentar a Perón, para salvar a Perón. Mucho menos nadie tiene derecho a utilizar el nombre de las 62 Organizaciones, que es la representación política de la clase trabajadora, para enfrentar a Perón […] en la guerra de liberación, como la nuestra, al JEFE NO SE LO DISCUTE, SE LO ACATA.[727]
El nuevo agrupamiento, que a partir de entonces sería conocido como «62 Organizaciones de Pie junto a Perón», tenía al frente a dirigentes como José Alonso, Andrés Framini, Atilio Santillán, Jorge Di Pascuale, y se alineaba detrás del «Comando Superior Delegado», reconociendo a Isabel como única representante de Perón en el país, al tiempo que acusaban a Vandor por el fracaso del «Operativo Retorno» de 1964. La inmediata respuesta vandorista fue expulsar de la CGT a Alonso 326
y los sindicatos firmantes de la solicitada. Como nuevo secretario general provisorio fue elegido Fernando Donaires.[728] La ruptura sindical contó rápidamente con la adhesión de sectores políticos del movimiento, en unas líneas de quiebre que, pasado el tiempo, resultan llamativas. Mientras que Raúl Matera o el Movimiento Nueva Argentina, por ejemplo, se alineaban con las «62 de Pie», junto a Vandor —además de los gobernadores del Chaco, Neuquén y Jujuy, y los legisladores del bloque dirigido por Niembro— aparecían dos abogados e intelectuales que luego serían referentes del peronismo revolucionario: Eduardo Luis Duhalde y Rodolfo Ortega Peña, por entonces asesores legales de la UOM.[729] Curiosamente, Vandor y los suyos llegaron a acusar a los seguidores de Alonso —que proclamaban su «acatamiento incondicional» a Perón— de constituir una «desviación ideológica de realineamientos trotskistas disfrazados de peronistas», lo que iba más allá de las fronteras del delirio.[730] Vandor dejó abruptamente de financiar a Isabel. El enfrentamiento era evidente, aunque no declarado, ya que a ni al «Lobo» ni al General les convenía romper lanzas definitivamente.
Onganía a retiro Un hecho absolutamente menor precipitó la ya estudiada y decidida renuncia de Onganía a su puesto de comandante en jefe del Ejército, que se concretó el 22 de noviembre de 1965. Ese día, el general llegó a Casa de Gobierno acompañado de su inseparable asistente, el entonces mayor y futuro genocida Ramón Camps, para entrevistarse con el ministro de Defensa, Leopoldo Suárez, a quien le comunicó su decisión, junto con su pedido de pase a retiro. El presidente Illia, creyendo que Onganía era todavía un «legalista», trató de disuadirlo, pero fue inútil. Los generales se reunieron de inmediato y «sugirieron» que para suceder a Onganía fuese designado el general Pascual Ángel Pistarini, en un plazo no mayor a las veinticuatro horas. Así se hizo. En ese momento, el diputado radical Antonio Tróccoli se mostraba apenado: Puedo decir que lo considero un hecho lamentable; quizás una de las más lamentables cosas que nos podían ocurrir […] en el ex comandante en jefe el gobierno encontró uno de los más firmes puntales de la legalidad […] fue un proceso que se nos escapó de las manos, tal vez debido al carácter enigmático del oficial retirado.[731]
Con mucho más olfato político, Landrú titulaba en la tapa de Tía Vicenta, que por entonces aparecía como suplemento semanal del diario El Mundo: «Pánico en 327
Constitución. Onganía en Retiro». Comenzaba la cuenta regresiva (nunca mejor aplicado el término) del golpe.
La campaña mediática Sobre la influencia real de los medios, en particular del rol que les cupo a los semanarios Primera Plana y Confirmado en el golpe mediático contra Illia, señala Daniel Mazzei: No participan de la organización político-militar del complot. Sin embargo, estos medios no actúan aislados, son instrumentos de los factores de poder y de las minorías golpistas. Su función fue la de elaborar imágenes con destino a la sociedad civil, pero también retroalimentar el descontento y la actitud golpista de amplios sectores de las Fuerzas Armadas. ¿Cuál es el grado de importancia real que puede ejercer una campaña de persuasión en un golpe de Estado? En relación al total de la población, su influencia cuantitativa es reducida. No obstante, debe tenerse en cuenta que su objetivo no es toda la opinión pública, sino algunas franjas muy específicas, solo un núcleo seleccionado de lectores. Tampoco la acción individual es efectiva. Todo esfuerzo sería inútil si se realizara fuera del marco de una «campaña de persuasión». Esta consta de varios mensajes distribuidos a través de diferentes canales […] estos conformaban una red que permite controlar la cobertura de las noticias, limitando, de esa forma, el acceso de puntos de vista opuestos. […] cuanto mayor sea el número de canales que transmiten un mensaje mayor será la probabilidad que este sea aceptado por el público.[732]
Agrega que además pueden existir mensajes no uniformes, de manera que se llega a un destinatario más amplio con el mismo sentido informativo: Esta red de cobertura no nos dice qué pensar sino sobre qué pensar. Es solo un procedimiento orientador que dirige, refuerza y activa tendencias preexistentes y orientadas hacia motivos socialmente aprobados.[733]
También es muy importante recordar lo que señala Miguel Ángel Taroncher sobre la decisión del presidente Illia, sostenida durante todo su gobierno, de no usar los medios oficiales ni la cadena nacional[734] para dar a conocer las obras de gobierno o su punto de vista frente a las permanentes críticas a las que era sometido por la mayoría de los medios de comunicación. El presidente evidenciaba una clara aversión por lo que entendía como «propaganda»: Poco hemos utilizado nosotros la propaganda en el país. La libertad total de información que existe en la Argentina ha sido más bien empleada para combatirnos de manera constante y contumaz.[735]
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Recordaba su cercano colaborador Emilio Gibaja: Su defecto máximo era la resistencia a la propaganda. Él había estado en Europa en la década del 30, en Italia y Alemania, además de Suecia, y sostenía que era tan repugnante la propaganda fascista y la nazi que prácticamente se había prometido que si él algún día tenía una posición ejecutiva, no iba a usar propaganda. Y me consta, porque yo se lo oí decir. Nosotros pedíamos presupuesto para difundir la obra de gobierno. Eso es una cosa republicana, no totalitaria, porque puede haber publicidad democrática. Ese fue un error.[736]
En esto coinciden Tcach y Rodríguez, quienes además señalan que Illia renunció a las tres herramientas que hubiera podido utilizar en su defensa: la movilización popular, las alianzas con otros actores políticos y el empleo intensivo de los medios de comunicación.[737]
Un golpe en primera plana El primer ejemplar de Primera Plana llegó a los kioscos el 13 de noviembre de 1962. Se inspiraba en las revistas norteamericanas como Time y Newsweek o las europeas Der Spiegel y L’Express. Fue concebida como un órgano de difusión del sector azul del Ejército, a tal punto que estuvo a punto de llamarse simplemente Azul. El responsable periodístico de la publicación era Jacobo Timerman y el financista visible era el empresario textil Victorio Dalle Nogare, aunque los fondos provenían de la empresa Peugeot argentina. La revista tenía una excelente cobertura de política internacional y reproducía en forma exclusiva notas de Newsweek, L’Express, Le Monde, El País de Uruguay, Vita y de la agencia soviética Novosti. El corresponsal en París era el entonces progresista Mario Vargas Llosa. El 16 de junio de 1964 ingresó a Primera Plana el ex subsecretario del Interior de Guido y columnista de La Nación, Mariano Grondona. Hasta 1965 la revista mantuvo una línea antigolpista y de denuncia de los colorados del Ejército. Señala Daniel Mazzei: Había creado una imagen maniquea y estereotipada de ambos bandos. Unos, los colorados, eran golpistas impenitentes, antiperonistas «a muerte» y responsables de la existencia de un Ejército deliberativo. Los otros, los azules, eran profesionalistas intachables, y legalistas inquebrantables. Ellos se autoproclamaban garantes de la democracia. Siguiendo esa línea maniquea, Primera Plana presentaba a toda la clase política dividida entre azules y colorados. [738]
El cambio fue notable a partir de 1965, a partir de la invasión estadounidense a la República Dominicana. Primera Plana, siguiendo la preocupación de los militares azules, comenzó entonces una fuerte campaña contra el gobierno por no alinearse con 329
la intervención yanqui en el país caribeño. A las críticas coyunturales se fueron sumando las de fondo, como el bajo presupuesto de las Fuerzas Armadas, y ya comenzaban las alusiones que se convertirían en permanentes sobre la supuesta inoperancia y lentitud de Illia. Pero Illia y su gobierno no eran su único tema recurrente. El semanario también instalaba, tras el triunfo peronista de marzo de 1965, el fantasma de una Argentina con una mayoría de gobernadores peronistas a partir de las decisivas elecciones de 1967 y la posibilidad concreta de un golpe de Estado que se decía flotaba en el ambiente. El discurso maniqueo de Primera Plana oponía a esta situación desesperanzadora y agobiante para sus lectores de clase media y alta, la ilusión de un tiempo nuevo, encarnado por el Ejército moderno, dinámico, desarrollista, y de su líder «natural», el general Onganía, presentado como legalista y garante de la democracia. Las máscaras se fueron cayendo en noviembre de 1965, con el pase a retiro de Onganía. Primera Plana, acompañando el complot en marcha, lanzó su ofensiva golpista atacando permanentemente al gobierno, negando sus logros y agigantando sus defectos.
Confirmado: se viene el golpe La revista Confirmado fue junto con Primera Plana uno de los órganos de prensa que construyeron el clima golpista. Fundada en 1965 por Timerman, tenía como subdirector al teniente coronel retirado Alberto Garasino, de quien ya dimos una muestra de su «pluma». Sus fondos provenían de William Reynal, propietario de la empresa de aeronavegación ALA que luego se convertiría en Austral, y de aportes de la filial local de la Fiat. Según Daniel Mazzei, Confirmado tuvo dos etapas. La primera fue «liberal», con Alsogaray como columnista, en la que se dedicaba a fustigar lo que entendía como un excesivo intervencionismo económico del Estado, expresado, por ejemplo, en la anulación de los contratos petroleros. Incluso se permitía aconsejarles a los golpistas que tuvieran paciencia, que no convenía actuar todavía para no generar pánico en los mercados. Desde el número del 19 de septiembre de 1965, los lectores de Confirmado se quedaron sin las «anheladas» columnas de don Álvaro y comenzó una etapa «nacionalista», marcada claramente por el ingreso del comodoro Juan José Güiraldes —su nuevo director— y del derechista Mariano Montemayor. Poco después del golpe diría Güiraldes: Al aceptar la dirección de Confirmado, contraje el compromiso íntimo de utilizar un campo que no era mío específico para colaborar en una gran tarea de esclarecimiento nacional y de
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abandonarlo una vez que la empresa estuviera en marcha […]. Confirmado fue para mí la ocasión de contribuir con todas mis fuerzas a que el país tuviera conciencia del pantano en que lo sumía el agonizante sistema demoliberal […] alenté sin desmayos la esperanza de que en un supremo acto de sinceramiento la Argentina se resolviera a emprender el camino de la grandeza, del bienestar y de la auténtica libertad. […] estoy seguro que Confirmado continuará prestando un valioso servicio a los ideales de la revolución argentina.[739]
Periodismo de anticipación En su edición del 23 de diciembre de 1965, Rodolfo Pandolfi publicaba en la revista Confirmado una de las notas de periodismo de anticipación más notables de las que se tenga memoria. Allí detallaba con día, hora y minutos cómo sería el golpe de Estado que ya estaba en marcha. Todas las fuentes coinciden en que Pandolfi no tenía poderes adivinatorios sino muy buenos contactos. He aquí el relato: El viernes 1.o de julio de 1966 a las 8 de la mañana […] luego del anuncio —formulado por radio— algunos camiones del Ejército estaban detenidos con tropas, en los puntos estratégicos del centro, frente a las estaciones de ferrocarril y a la puerta de los principales edificios públicos. La Gendarmería Nacional había cortado los accesos a Plaza de Mayo […]. El último habitante radical de la Casa de Gobierno se había retirado, tranquilamente, a las siete de la mañana […]. A las once, los comunicados fueron reemplazados por una proclama: frente a la ineficacia de un gobierno que, luego de estancar al país lo había llevado a la más grave crisis económica y financiera de su historia, promoviendo el caos social y quebrando la solidaridad nacional, las Fuerzas Armadas se habían hecho cargo del poder para asegurar la continuidad de la existencia misma de la Nación […]. Finalmente, a las dos de la tarde se informaba escuetamente que un prestigioso jefe, retirado desde hacía unos meses del servicio activo, había sido invitado por las autoridades militares a ocupar la jefatura del Estado. Se esperaba un comunicado final que definiera el nuevo status político del país.[740]
Salvo porque su ejecución se adelantó unos días y algún detalle menor, el plan se cumpliría casi al pie de la letra.
1966 Ese año, en Colombia, el sacerdote Camilo Torres, que se había incorporado a la guerrilla, murió en un combate entre el Ejército de Liberación Nacional y el ejército colombiano. Bajo la consigna «crear dos, tres, muchos Vietnam», se reunía en La Habana la Conferencia Tricontinental que finalizaba con la creación de la Organización de Solidaridad entre los Pueblos de África, Asia y América Latina (OSPAAAL). Meses más tarde, a propuesta del socialista chileno Salvador Allende, nacía la Organización Latinoamericana de Solidaridad (OLAS), a la que muchos consideraron la coordinadora de la lucha armada revolucionaria a escala continental. 331
El presidente estadounidense Lyndon Johnson anunciaba orgulloso que los soldados enviados a Vietnam ya alcanzaban la cifra de 250.000. En las principales ciudades norteamericanas florecían las protestas. Centenares de jóvenes quemaban sus libretas de enrolamiento y preferían ir presos antes que participar de la matanza del pueblo vietnamita. Muchos de ellos adherían al movimiento hippie, que no se proponía transformar la sociedad sino crear una sociedad nueva. Muchos fueron los slogans que utilizaron para diferenciarse de la cultura convencional y consumista, entre ellos: hagamos el amor y no la guerra (en alusión a la guerra de Vietnam) y soy un ser humano: no doblar, ni estirar, ni mutilar. Retirándose de una sociedad y cultura a la que condenaban, los hippies se reunieron en comunas, constituidas como organizaciones libres y sin jerarquías, en contraposición con la sociedad burguesa que consideraban autoritaria y egoísta. En la comuna hippie, la sexualidad era libre y los roles de sus integrantes cambiantes y poco rígidos. Los valores básicos eran la tolerancia y el amor. Preocupados por la educación de sus hijos, los hippies pretendieron eliminar la dependencia en la relación entre mayores y pequeños. Se buscó el autoabastecimiento, recurriendo a trabajos agrícolas con el menor grado de tecnología posible, y a la producción de artesanías que luego comercializaban en ferias levantadas por ellos mismos. En Moscú, los delegados de India y Pakistán sentaban las bases para la firma de la paz entre los dos países. En India, Indira Ghandi será elegida como primera ministra. Entretanto, el mundo «occidental» se conmovía con el anuncio del general De Gaulle, de que retiraría a Francia de la OTAN. Los Beatles lanzaban Revolver, uno de sus discos más innovadores, con canciones como For no one, y uno de los temas pioneros de la música electrónica: Tomorrow never knows. Ese mismo año decidieron no realizar más giras y comenzaron a preparar su siguiente álbum, Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Club Band, que aparecería en 1967. La mayoría de los críticos musicales lo consideran uno de los mejores discos de la música contemporánea. Fue el primer «álbum conceptual», en el que todos los temas tenían relación entre sí. Allí el grupo incorporó música electrónica y una orquesta sinfónica. La tapa del disco es una típica expresión del arte pop, en la que se emplearon técnicas como la fotografía, el collage y figuras, artefactos (como el televisor) y estatuillas baratas de «adorno». Allí aparecen Los Beatles de cera, que pueden verse en el Museo de Madame Tussauds de Londres, con su primer «look», y los de aquel momento, con el uniforme de la banda del Sargento Pepper. Los rodean diversos personajes. Pueden verse, entre otros, a pensadores como Karl Marx; escritores, como Edgar Allan Poe y Oscar Wilde; actores, como Charles Chaplin, Marilyn Monroe y Marlon Brando; la Gioconda; a la derecha sobre el suéter de una muñeca puede leerse burlonamente «Bienvenidos Los Rolling Stones», en referencia a la tradicional 332
rivalidad con el grupo de Mick Jagger. Mientras tanto los Beach Boys, liderados por Brian Wilson, lanzaban su décimo álbum, Pet Sounds y Chick Corea, Inner Space y Tones For Joan’s Bones. Bob Dylan daba a conocer Blonde on Blonde, y surgían nuevos futuros «clásicos»: Frank Zappa y su grupo The Mothers of Invention con Freak Out y el grupo Cream (Eric Clapton, Jack Bruce y Ginger Baker), con Fresh Cream. La música beat llegaba a la Argentina y hacía furor el notable grupo uruguayo Los Shakers, con los hermanos Hugo y Osvaldo Fattoruso, claramente inspirado en Los Beatles. El lugar de encuentro por excelencia de los jóvenes rockeros de Buenos Aires era La Cueva, ubicada cerca de Plaza Francia, en Pueyrredón 1723, donde se daban cita desde Sandro hasta Litto Nebbia y Tanguito. En medio del surgimiento de notables músicos como Ciro Fogliatta, Claudio Gabis, Pappo Napolitano y Miguel Abuelo, entre otros, Los Beatniks —grupo integrado por Moris, Jorge Pérez Estévez, Jorge Navarro, Pajarito Zaguri y Javier Martínez— grababan el que será considerado como el primer simple de la historia del rock nacional: «Rebelde», que en el lado B traía «No finjas más». Apareció en junio de 1966, en los últimos días de un otoño que traía vientos de golpe. Tras siglos de trágica vigencia el Index Librorum Prohibitorum (el índice de libros prohibidos por la Iglesia) era abolido por el papa Pablo VI. En Ciudad del Cabo (Sudáfrica) moría apuñalado el primer ministro Hendrik Verwoerd, uno de los creadores del apartheid, mientras que Mao lanzaba la «revolución cultural proletaria» en China. A los 65 años moría Walt Disney; el emperador de Etiopía y líder de los rastafaris, Haile Selassie, visitaba Jamaica, mientras que el LSD tenía sus primeros consumidores en San Francisco. Se publicaron Todos los fuegos el fuego, de Julio Cortázar; Las palabras y las cosas, de Michel Foucault; Contra la interpretación, de Susan Sontag; Contra los puentes levadizos, de Mario Benedetti; Crítica y Verdad, de Roland Barthes; El poeta en la calle, de Rafael Alberti; La casa verde, de Mario Vargas Llosa; Las bellas imágenes, de Simone de Beauvoir; Lógica dialéctica y lógica moderna, de Nicos Poulantzas; Poemas posibles, de José Saramago, Últimas tardes con Teresa, de Juan Marsé, y El vicecónsul, de Marguerite Duras. El mundo hablaba de las películas Belle de jour, de Luis Buñuel; Un hombre y una mujer, de Claude Lelouch; el Evangelio según San Mateo, de Pier Paolo Pasolini; Blow Up, de Michelangelo Antonioni, basada en el cuento de Cortázar «Las babas del diablo»; La condesa de Hong Kong, de Charles Chaplin, y Fahrenheit 451, de François Truffaut, basada en el libro de Ray Bradbury. También se estrenaban Batman, la película, de Leslie Martison, con Adam West, ocasión ideal para los chicos argentinos para ver en colores a su ídolo del blanco y negro televisivo; La 333
armada Brancaleone, de Mario Monicelli, y ¿Arde París?, de René Clement. El cine argentino presentaba 38 películas, entre ellas: Buenos días Buenos Aires, de Fernando Birri; Alias Gardelito, de Lautaro Murúa; El ojo que espía, de Leopoldo Torre Nilsson; Mi primera novia, de Enrique Carreras, con Palito Ortega y Dean Read; Castigo al traidor, de Manuel Antín; La buena vida, de René Mugica; Pampa Salvaje, de Hugo Fregonese, El rey en Londres, de Aníbal Uset; Ritmo, amor y juventud, de Enrique de Rosas (h); Vacaciones en la Argentina, de Guido Leoni, y La tentación desnuda, de Armando Bo, con Isabel Sarli. En la televisión eran un éxito las series Bonanza, Batman, con Adam West, El túnel del tiempo y Daktari. De la producción nacional lo más visto seguían siendo las novelas de la tarde, los monólogos de Tato Bores, Escala Musical, Sábados Circulares con Pipo Mancera, La Feria de la Alegría, Titanes en el Ring, La Tuerca, Las obras maestras del terror de Narciso Ibáñez Menta y Quién es Quién con Guillermo Cervantes Luro. Mientras tanto, el genial Eduardo Bergara Leumann inauguraba La Botica del Ángel, un espacio multicultural por el que pasaron los más importantes artistas de aquellos años.
Vaticinios de Alsogaray Como para celebrar Año Nuevo, el diario La Nación publicaba una consulta entre lo que hoy llamaríamos «líderes de opinión», sobre las perspectivas para 1966. El capitán ingeniero Alsogaray contestó: Creo que en 1966 culminará el largo proceso de vacilaciones y fracasos que comenzó a las pocas semanas de la Revolución[741] y perdura todavía. No se trata ya del gobierno, que a esa altura está ya superado por los acontecimientos, sino de la desintegración imperante en casi todos los sectores de la comunidad […]. Todo ello hará crisis, para bien o para mal, durante 1966. Por una serie de circunstancias que coinciden en el tiempo, y de las cuales el actual gobierno es solo uno de los factores, resulta inevitable y hasta conveniente que esa crisis se produzca. La alternativa es continuar hundiéndose en la mediocridad y en el enervamiento; vegetar y arrastrarnos mientras a nuestro alrededor se manifiestan fuerzas colosales que están construyendo un mundo nuevo.[742]
No es que don Álvaro tuviese dotes adivinatorias, sino que ya estaba embarcado en el complot que conduciría al golpe militar.
Vamos por todo 334
En febrero de 1966, el gobierno fue por todo en su entredicho con el «poder sindical», al reglamentar la Ley de Asociaciones Profesionales, mediante el decreto 969/66. Entre otros cambios, la norma permitía que las seccionales cobrasen y utilizasen las cuotas de sus afiliados, con el fin evidente de debilitar las finanzas de las direcciones nacionales. Pero además, como señala Alejandro Schneider: Para los obreros, la legislación fue peor: estableció la posibilidad de ampliar el número de sindicatos por fábrica, destruyendo la organización o ramas de industria, les prohibió expresamente la práctica de cualquier actividad política en dicho ámbito y exigió la realización de asambleas convocadas con 30 días de anticipación para disponer medidas de fuerza.[743]
El ministro Solá, quien refrendaba laudos para beneficiar con aumentos salariales a los gremios dirigidos por «independientes» alejados de la CGT (como gráficos y empleados de comercio), al anunciar la reglamentación de la ley sindical dijo: Protegemos a las asociaciones profesionales de las interferencias político-partidistas, que las desnaturalizan, esterilizan y dividen. Para ello, aseguramos a los gremios el cumplimiento de sus fines específicos, al igual que fijamos normas para el correcto manejo de los fondos sindicales.[744]
El comunicado del 1.o de abril Ante la oleada incesante de rumores sobre el golpe en marcha, la Secretaría de Guerra emitió un extenso comunicado, en el que desmentía «los desbordes de imaginación de cierta prensa periodística» que hacían «aparecer al Ejército en una actitud prácticamente subversiva». Y puntualizaba ante la opinión pública: 1. Que [el Ejército] ha luchado para lograr el imperio de la Constitución y de la ley y que está dispuesto a defenderlas. 2. Que no cree en el gobierno militar como solución para los problemas argentinos. 3. Que la experiencia ha demostrado que el Ejército, en función de gobierno, se convierte en una institución deliberativa y se corrompe la disciplina, lo que conduce a la anarquía, destruyendo lo que tantos desvelos y sacrificios ha costado a la institución. 4. Que sus actuales mandos, que son los mismos que combatieron para lograr la vigencia de la Constitución, único instrumento capaz de regir la vida de una sociedad civilizada, respetan la verticalidad jerárquica y no conspiran ni pretenden cogobernar el país. 5. Que considera oportuno advertir a todos los sectores de la ciudadanía, la irresponsabilidad que significa pretender quebrantar el orden institucional, atentando así contra los derechos y garantías individuales establecidos por la Constitución Nacional, con riesgos y consecuencias imprevisibles que solo favorecen a los extremistas y que se vuelven en perjuicio de quienes, irreflexivamente, intentan soluciones fuera de la ley. [745]
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Pero a renglón seguido, casi borrando con el codo lo dicho hasta ahí, «aclaraba»: Lo expresado no significa que la institución sea insensible a los problemas que afligen al país y es así que sus mandos siguen con honda preocupación los problemas económicos de la República, los perjuicios de todo orden que producen las huelgas, el drama de las inundaciones, para cuya solución en la emergencia y en la difícil tarea de la reconstrucción no escatima esfuerzos; el clima de desconfianza y de recelos que se alimenta diariamente en perjuicio de la paz y del trabajo fecundo; los actos que producen un deterioro y descreimiento en las instituciones de la República; la incertidumbre del futuro electoral y los problemas que afectan a la provincia de Tucumán.[746] Sea este un enérgico y oportuno llamado a la reflexión para todos aquellos que, cualquiera sea su posición, puedan contribuir con su acción a consolidar las instituciones republicanas, el imperio de la ley y la Constitución y el estilo de vida por el que tantos argentinos han ofrecido sus vidas.
La nota indignó a los golpistas como Solanas Pacheco, quien envió una carta de lectores que la revista Confirmado publicó con mucho gusto: El comunicado […] tanto por su forma como por su contenido y elaboración, así como por la simultaneidad en la divulgación, conforman a mi entender un «plan de acción» destinado a mostrar a las FF.AA. en una línea o postura acorde con los intereses gubernamentales, que no siempre coinciden con los intereses permanentes y fundamentales de la Nación. […] Es verdaderamente penoso que hombres de armas formados en la Institución […] descalifiquen en forma tan rotunda y terminante a los gobiernos militares para dar la sensación a la opinión pública de que un gobierno político, cualquiera sea el grado de descomposición e inoperancia, siempre será mejor que un gobierno militar. Se da por sentado que los cuadros deben mantener una lealtad incondicional (legalismo formal) a las actuales autoridades, lo cual es contrario a elementales principios en los cuales fuimos educados, de fiel acatamiento al espíritu de la Constitución y de la Ley […][747]
Vandor o Perón Mientras Confirmado seguía haciendo de vocero a los golpistas, su competidora Extra, de Bernardo Neustadt, metía su cuña en las disputas en el justicialismo. Curiosamente, la alternativa que planteaba en su tapa era «¿Vandor o Perón?», y no al revés, lo que sugería de qué lado de la disyuntiva se anotaba.[748] El conflicto llegaba a su punto culminante, con vistas a las elecciones provinciales mendocinas. Era claro que Perón estaba decidido a ir a fondo. Poco antes le había escrito a José Alonso: En esta lucha el enemigo principal es Vandor y su trenza, pues a ellos hay que darles con todo y a la cabeza, sin tregua ni cuartel. En política no se puede herir, hay que matar. Un tipo con la pata rota hay que ver el daño que puede hacer. Si es preciso que yo expulse a Vandor por una resolución del Comando Superior lo haré sin titubear, pero es siempre mejor que, tratándose
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de un dirigente sindical, sean los organismos los que lo ejecutan. Si fuera un dirigente político, no tenga la menor duda que yo ya lo habría liquidado. Esta vez no habrá lástima, no habrá audiencias ni habrá viajes a Madrid ni nada parecido. Deberá haber solución y definitiva, sin consultas, como ustedes lo resuelvan allí. Esa es mi palabra y ustedes saben que Perón cumple.[749]
El 17 de abril de 1966, las elecciones en Mendoza cerraron las aspiraciones del vandorismo de dirigir al movimiento sin Perón. El candidato avalado por el General, Ernesto Corvalán Nanclares, superó ampliamente al candidato vandorista, Alberto Serú García. La división del peronismo facilitó el triunfo del conservador Partido Demócrata. En varios gremios antivandoristas circulaba un volante que decía: Augusto Timoteo Vandor Q.E.P.D. Falleció en Mendoza el 17 de abril de 1966. Sus deudos Gerónimo Izzeta, Adolfo Cavalli, Rogelio Coria y demás traidores al servicio de la oligarquía, invitan a los tránsfugas y a los idiotas útiles, a acompañar sus restos. Casa mortuoria Perón. [750]
La derrota llevó a Vandor a abrir el juego tibiamente al MUCS y los «independientes». El 22 de abril se reunieron para nombrar un Comité Central Confederal provisorio, con Francisco Prado (Luz y Fuerza) de secretario general y Riego Ribas (Gráficos) como adjunto. El debut de la nueva conducción, el 12 de mayo en una reunión en la Unión Ferroviaria, no pudo ser menos «auspicioso»: al día siguiente, en la confitería La Real de Avellaneda, eran asesinados dos militantes peronistas y Rosendo García, para muchos el «segundo» de Vandor, en un hecho que marcaba la crisis del sindicalismo.
El último mensaje de Illia El presidente Illia dio su último mensaje en ocasión de inaugurar las sesiones ordinarias de un Parlamento que se había negado a votarle el presupuesto. La mayoría de los legisladores no asistió a la ceremonia, en la que el presidente señaló entre otras cosas: La vigencia del estado de derecho no es solamente formal, sino sustancial. Quienes habitan nuestro suelo saben por experiencia directa que sus derechos están garantizados, su libertad asegurada y ellos jerarquizados en la dignidad humana plenamente respetada. Desde el 12 de octubre de 1963 hasta hoy el país no ha tenido un solo día de estado de sitio. Una vez más puedo señalar aquí que no hay en la Argentina presos por razones políticas o sociales, ni personas privadas de su libertad sin orden de juez competente. […] hay que tomar conciencia de que estamos en condiciones de ser lo que queremos ser: una verdadera potencia mundial. Seguir nutriéndonos de los resentimientos del pasado es insensato, cuando
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un brillante porvenir está al alcance de nuestras manos y nuestro esfuerzo. El pasado no puede dividir a los argentinos, de la misma manera que no puede regresar.[751]
¿Quién mató a Rosendo? La noche del 13 de mayo de 1966, un grupo de hombres se instaló en la confitería La Real, de la avenida Mitre de Avellaneda, cerca de un reservado que ocupaban Vandor y seis o siete acompañantes debidamente «calzados». Vandor intentaba salir cuando fue interceptado al grito de «traidor». Forcejeos, golpes, balazos, hasta que cayeron muertos Rosendo García, titular de la UOM Avellaneda, Domingo Blajaquis y Juan Zalazar, militantes peronistas.[752] Vandor ya había escapado en febrero a un atentado en el hipódromo de Palermo. Ahora, nuevamente la suerte lo acompañaba. Pero ¿quién había intentado matarlo? ¿Quiénes eran los responsables de las muertes de La Real? Como había sucedido con la masacre de José León Suárez, Rodolfo Walsh investigó de forma minuciosa el hecho y publicaría sus resultados en notas semanales aparecidas en el semanario CGT, antes de que fueran editadas en el libro ¿Quién mató a Rosendo?. Para Walsh, el tema aparente del libro era «la muerte del simpático matón y capitalista de juego que se llamó Rosendo García», pero el tema profundo era «el drama del sindicalismo peronista a partir de 1955».
El último reportaje a Rosendo García Pocos días antes de su asesinato, Bernardo Neustadt entrevistó a García. Comenzaba haciendo una semblanza sobre su vida: Era el mismo muchacho que nació 39 años atrás en Humberto I 1835, a una cuadra del cine Monumental, allá donde Avellaneda nos tira el hollín de su vida industrial […]. El padre Isaac García había sido dirigente gremial del tabaco en la época difícil. La provincia estaba en manos de conservadores y el progenitor del «2.o de Vandor» era radical [y] quedó sin trabajo y cuatro hermanos varones supieron de lo que era entonces figurar en «la lista negra». El padre era «canario», de Las Palmas, y la madre, María Clorinda Lombardo de García, era romana. Se conocieron en Argentina, y el jefe de familia reconstituyó su frente económico colocándose al frente de una empresa de pintura. […] Rosendo García estudió de noche en el Mariano Moreno de Lanús, trabajó junto al padre desde los 10 años, y en el tercer año nacional interrumpió sus estudios para incorporarse a una empresa de un tío solvente, «con auto y chofer». Llegó a gerente, con un personal de 250 trabajadores. Un día, el tío le pregunta: «Pero ¿sos gerente o delegado de ellos?». Rosendo García tiene 18 años. Y es el 17 de octubre de 1945. García es apolítico. Va a Plaza de Mayo. Quiere ver. Oír «al coronel». Lo impresiona. […] Pero Rosendo García, durante todo el régimen peronista no desempeña ningún cargo político. Ni gremial a escala trascendente. Apenas si miembro de una comisión
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interna en Siam (1952). A Perón lo ve físicamente, por primera vez, en la inauguración del policlínico Lanús. A Eva Perón, nunca. Rosendo García —cosas de la vida— se encuentra con «el líder» recién en 1960, en Madrid. ¿Comprenden? Es una generación dirigente, que conoció a Perón después…[753]
Preso en Olmos tras la huelga metalúrgica de 1954, secuestrado y picaneado por «comandos civiles» en 1955, se vinculó con Vandor y, desde Avellaneda, participó en el ascenso del nuevo liderazgo de la UOM. Según resaltaba Neustadt, en un viaje a Cuba «habló cinco horas con Guevara». No le gustó. Nunca se le pudo arrancar una palabra de aquel viaje, salvo algo que musitó una tarde: «¿La Cuba de Castro? Un desastre…». En el momento del reportaje, Rosendo García comenzaba a mencionarse como candidato a gobernador bonaerense para las elecciones de 1967, por lo que Neustadt llamaba «el peronismo vandorista» para provocarlo: García: […] no lo llamaría peronismo-vandorismo. Nosotros creemos en una CGT unida, sólida. Que no juegue a la política. Que se dedique a la vida gremial. No es posible usar la CGT como un trampolín político. ¿Cuántos compañeros no son peronistas? ¿Los vamos a obligar? Por eso el Lobo busca la unidad… ¿Comprende? Pero hay tantos que tienen ganas de dividir, de ensuciar… Extra: ¿Quiénes? García: Mire, a mí no me gusta nada Framini. No me gustó nunca. Siempre discutí con él. Y no me gusta José Alonso… Le reconozco cualidades de dirigente, pero no me gusta como persona… Extra: ¿A Isabel Perón la conoce? García: Sí. La vi dos veces. No me parece que actúe con su propio libreto. Hace lo que le dictan… Pero esto no lo ponga. Es una mujer. Y no me gusta enfrentarme en ningún campo con una mujer…
Neustadt, en su afán de sacarle «definiciones» sobre Perón, le hacía decir a García: ¿Quién duda de lo que fue y es Perón para el movimiento obrero, para el país? ¿Quién le hace creer que alguien le disputa el cetro, el mando? Únicamente los que van allá a mentir, a intrigar. Somos jóvenes y queremos que su doctrina siga viva. No que muera con él. Por eso ocupamos el lugar que entendemos. Ni la sumisión ni la rebeldía. El puesto. ¿Comprende? […] Lo informan mal. Pero es una luz. ¿No se da cuenta que nadie lo puede reemplazar?
Y cerraba la nota de Extra, publicada después de los hechos de La Real: Y se fue. Llevándose la muerte encima. Esa noche el blanco era él. Y una bala lo quemaba. Se tiró sobre Vandor y su sangre salpicó «al amigo». En Dallas y en Avellaneda, las balas desnucan juventudes. ¿Los matan porque sirven? En la tarde gris de Avellaneda, el hollín de las fábricas hizo huelga de dolor. Vandor se abrazó
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al cajón, y llorando fuerte, con la voz mojada de lágrimas dijo: «No te olvidaremos, negro. Seguiremos luchando como si estuvieras aquí. Porque estás aquí. ¿Sabés, negro?». Y las flores que mandaron los gremios se marchitaron de pena. La corona de Isabel Perón, tocó llagas. Rosendo García no tenía reposición. Cuando cerraron el ataúd, abrieron una guerra. La del rencor sin final… («El mundo morirá de civilización. El salvajismo hace falta cada 500 años». Goncourt, en 1855).
Las certezas de Walsh Pese a esa escena del entierro, en versión Neustadt, a Rodolfo Walsh no le quedaban dudas sobre la muerte de García: Esa es mi conjetura particular: que el proyectil número 4 fue disparado por Vandor, atravesó el cuerpo de Rosendo García e hizo impacto en el mostrador de La Real, que hasta el día de hoy exhibe su huella. Admitiendo que no baste para condenar a Vandor […] sobre en todo caso para probar lo que realmente me comprometí a probar cuando inicié esta campaña: que Rosendo García fue muerto por la espalda por un miembro del grupo vandorista.[754]
Pero —siempre según Walsh—, tras la masacre, el manejo de los recursos informativos permitió al vandorismo mantener durante quince días la ficción de que el tiroteo de La Real había sido un atentado contra los dirigentes metalúrgicos e incluso contra toda la plana mayor del neoperonismo. Así, atacó tanto a los sectores rebeldes (la prensa acusó al grupo de Blajaquis y al de Héctor Villalón), como a la oposición que representaba José Alonso. Sin embargo, para Walsh, el episodio parecía haber estado tan bien preparado que solo benefició al mismo dirigente metalúrgico, quien pudo finalmente concentrar en su persona todo el poder cegetista. El 19 de mayo de 1966 por la tarde, el Comité Central Confederal inició sus sesiones con un minuto de silencio en homenaje a Rosendo García. Luego aceptó la renuncia del Consejo Directivo y confirmó como secretario general al vandorista Francisco Prado. De esta forma se consumaba la derrota del alonsismo y el vandorismo se convertía en hegemónico en la CGT. Quedaba preparada para apoyar al golpe que tramaban los amigos «azules» de Vandor. La opinión de Walsh fue tajante: Actuaron todos o casi todos los factores que configuran el vandorismo: la organización gangsteril, el macartismo («Son trotskistas»), el oportunismo literal que permite eliminar del propio bando al caudillo en ascenso, la negociación de la impunidad en cada uno de los niveles del régimen, el silencio del grupo solo quebrado por conflictos de intereses, el aprovechamiento del episodio para aplastar a la fracción sindical adversa, y sobre todo la identidad del grupo atacado, compuesto por auténticos militantes de base […]. El asesinato de Blajaquis y Salazar adquiere entonces una singular coherencia con los despidos de activistas de las fábricas concertados entre la UOM y las cámaras empresarias; con la quiniela organizada y los negocios de venta de chatarra que los patrones facilitan a los dirigentes
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dóciles; con el cierre de empresas pactado mediante la compra de comisiones internas, con las elecciones fraguadas o suspendidas en complicidad con la Secretaría del Trabajo. El vandorismo aparece así en su luz verdadera de instrumento de la oligarquía.[755]
Walsh apelaba a un argumento de la época: la burocracia sindical era vista desde los sectores más combativos como un taponamiento al instinto clasista y revolucionario de los trabajadores. Walsh lo dejaba muy en claro, al asegurar que Vandor no estaba acabado como se creía, que no necesitaba ganar elecciones en fábricas para retener o incrementar su poder. Con posterioridad, otros estudios cuestionaron esta interpretación, asegurando que el vandorismo, sus dirigentes, tenían cierta representatividad que les aseguraba su permanencia. Así, Daniel James señala: Los dirigentes gremiales peronistas no derivaban su poder solo de sus facultades para negociar en nombre del poder laboral colectivo de los afiliados: también derivaron un poder considerable del papel político de los sindicatos como principal fuerza organizadora de todo el movimiento peronista, es decir de lo que un autor[756] llamó el «doble juego» de representar a la clase obrera en su lucha por mejoras económicas y al movimiento peronista en sus conflictos y maniobras con otras fuerzas políticas de la Argentina […]. Las tensiones y conflictos que este papel generaba, tanto en el seno del movimiento peronista como en las relaciones con el propio Perón, se fueron tornando cada vez más patentes [por ejemplo] en la tentativa de la cúpula gremial peronista, centrada en torno de Vandor, por confirmar su dominio de todo el movimiento y por institucionalizar ese dominio […] y por otra parte en la decisión de Perón de contrarrestar ese implícito desafío.[757]
Camino al golpe Con estos sucesos de La Real, consumada la derrota política de Vandor en Mendoza y su afianzamiento del aparato sindical, el vandorismo estrechó su relación con los militares azules y se sumó a la campaña de desprestigio organizada contra el gobierno. Entretanto, con los gremios y comisiones internas presentando batalla en cada fábrica, el gobierno decidió vetar las reformas introducidas en el Congreso, por el mismo oficialismo, a la ley 11.729 de contrato de trabajo. Estas reformas habían concitado el fuerte rechazo empresarial. Como dice Rouquié: Las organizaciones patronales se movilizaron intensamente contra el proyecto […] calificado como «corruptor de la moral de los trabajadores» por mejorar las indemnizaciones de los despedidos. Las amenazas de represalias económicas y las presiones llegaron a tal extremo que el presidente Illia se vio forzado a vetar la ley aprobada por el Congreso.[758]
De inmediato, la CGT convocó a una huelga general de 24 horas para el 7 de junio. Las 62 Organizaciones de Pie y varios centros universitarios adhirieron a la convocatoria, que tuvo un alto índice de acatamiento, sobre todo en los centros 341
industriales.
Un documento que lo dice todo En ese clima enrarecido, Primera Plana dio a conocer un documento que, según afirmaba, estaba «originado en los altos mandos» y había circulado en esas semanas «entre jefes y oficiales del Ejército». Según la revista, el texto «parece constituir una suerte de esquema ético [sic] de la posición asumida» por el sector que mostraba «disconformidad hacia la gestión del Poder Ejecutivo».[759] Los dos primeros puntos del documento señalaban brevemente que «síntomas de descomposición en el seno de las Fuerzas Armadas» se había advertido desde septiembre de 1955, y le echaban el fardo a Frondizi porque «no pudo o no quiso» reimplantar en sus cuadros la «disciplina y el respeto a las leyes y reglamentos militares». Entraba entonces de lleno a dar una versión, corregida y mejorada, de los enfrentamientos entre azules y colorados, desde una óptica azulada, pero tendiendo al morado: Durante todo ese período, muchísimos militares sintieron la angustiosa necesidad de suprimir los factores que amenazaban con desintegrar la institución, y de restablecer las tradicionales normas de subordinación jerárquica y disciplina. El análisis de la situación las convenció de que, para alcanzar ese objetivo, resultaba indispensable: I) apartar a las FF.AA. de la gestión política; y II) como paso previo y necesario para alejar la política de los cuarteles, retornar cuanto antes al orden constitucional quebrado en marzo de 1962. En torno a estas banderas se agrupó el llamado «Ejército Azul». Su oposición a los «colorados» obedeció a que estos querían implantar un «gobierno de facto» que, en esos momentos, hubiese conseguido solamente agudizar el relajamiento de la disciplina, el ambiente deliberativo de los cuadros y la división del Ejército. La lucha entre «azules» y «colorados» no respondió a que unos y otros tuvieran una imagen distinta del país. Nació del enfrentamiento de dos concepciones diferentes acerca de la misión específica que incumbía a las FF.AA. en esa coyuntura. Los «colorados» creyeron que, pese al estado caótico en que se encontraba la institución, podían dar solución a los grandes problemas del país. Los «azules», por el contrario, entendieron que las FF.AA. eran la última reserva de la patria, y quisieron salvarlas para otras ocasiones de más imperiosa urgencia.
Y entraba, a partir del punto 6, de lleno en la cuestión: Las nuevas autoridades civiles [el gobierno de Illia] adoptaron la política de ignorar a las FF.AA., pese a que estas habían restablecido básicamente la disciplina y a que estaban dispuestas a mantener una línea de estricto acatamiento al poder civil. […] La gravitación de las FF.AA. en la vida del país quedó reducida a cero, inclusive en aquellas cuestiones que afectaban directamente a la defensa nacional. […] Como afirmó el teniente general Onganía en su discurso pronunciado en West Point, el 6 de agosto de 1964, «las Fuerzas Armadas no existen por sí mismas, sino que son manifestaciones objetivas con que un pueblo expresa su
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voluntad de vivir, desarrollarse y preservarse dentro de una comunidad social organizada». Las FF.AA. tenían, pues, y tienen, un legítimo interés en participar activamente el quehacer nacional. Es lo que jamás ha querido admitir el gobierno de la UCRP. Sin embargo, el «Ejército Azul» había sido muy explícito a este respecto. En el Comunicado N.o 150 se dijo: «Creemos que las Fuerzas Armadas no deben gobernar. Deben, por el contrario, estar sometidas al poder civil. Ello no quiere decir que no deban gravitar en la vida institucional. Su papel es, a la vez, silencioso y fundamental: ellas garantizan el pacto constitucional que nos legaron nuestros antecesores, y tienen el sagrado deber de prevenir y contener cualquier empresa totalitaria que surja en el país, sea desde el Gobierno o desde la oposición… Estamos absolutamente convencidos de que no habrá solución económica ni social de los graves problemas que nos aquejan, sin estabilidad política ni paz interior. Las Fuerzas Armadas deben tomar su parte de responsabilidad en el caos que vive la República y enderezar el rumbo de los acontecimientos hacia el inmediato restablecimiento de estos valores».
Para no dejar dudas de qué «estabilidad política» y «paz interior» se trataba, el punto 7 del documento recordaba que «los Comunicados N.o 187 y 200 del Comando en Jefe del Ejército declararon que las FF.AA. no permitirían el retorno peronista», y el punto 8 agregaba: Los principios que inspiraron al «Ejército Azul» tuvieron plena expresión en la llamada «doctrina Onganía» (discurso citado de West Point). […] De lo que se deduce que: «Las Fuerzas Armadas serán tanto más vigorosas en su estructura orgánico-funcional cuanto menos influyan en el quehacer político interno del Estado y cuanto más campo de acción dejen al Gobierno de la Ley y a la libertad ciudadana». Por supuesto, la obligación de acatamiento al gobierno civil no es absoluta ni incondicional: «El acatamiento es debido y referido, en última instancia, a la Constitución y a las leyes: nunca a los hombres o a los partidos políticos que circunstancialmente pudiesen detentar el poder público… Hemos señalado ya que las instituciones armadas tienen como misión, en lo interno, la preservación de la paz interior, el mantenimiento de las instituciones republicanas y el sostén de los derechos y garantías esenciales que la Constitución consagra. Está claro, entonces, que tal deber de obediencia habrá dejado de tener vigencia absoluta, si se produce, al amparo de ideologías exóticas, un desborde de autoridad que signifique la conculcación de los principios básicos del sistema republicano de gobierno, o un violento trastrocamiento en el equilibrio o independencia de los poderes, o un ejercicio de la potestad constitucional que presuponga la cancelación de las libertades y derechos de los ciudadanos». En otras palabas, las FF.AA. deberán servir de puntales a la paz interior, a la vigencia de las instituciones republicanas y al pleno imperio de los derechos del hombre. Mientras concurren estas condiciones, las FF.AA. deben acatamiento a gobierno civil sin pretender «ejercitar el contralor de la constitucionalidad de los actos de gobierno ni hacer efectivas las eventuales responsabilidades políticas de los gobernantes». Pero cuando falta alguna de aquellas condiciones básicas, el deber de obediencia cede a la obligación de asegurar la vigencia de los derechos inalienables del hombre.
Como el discurso de Onganía en West Point se refería «al supuesto de que los preceptos constitucionales sean avasallados por excesos de poder cometidos por quienes ejercen el gobierno», se veían en un problema en el caso de Illia, al que no se 343
podía acusar justamente de «excesos». Pero los redactores del documento encontraban rápidamente la solución: Ya el Comunicado N.o 150 había previsto que las empresas totalitarias podían provenir del gobierno, pero también de la oposición. Y el simple sentido común y la experiencia de los pueblos demuestran que la paz interior, la vigencia de las instituciones republicanas y el imperio de los derechos del hombre pueden caducar aun cuando el gobierno no incurra en excesos de poder. El gobierno puede pecar por exceso o por defecto. Como que suelen ser terribles los males que se derivan de un gobierno que no ejercita su autoridad para imponer el orden, preservar el derecho quebrantado por la injusticia o el atropello, y afirmar la majestad de la ley y de las instituciones. A la luz de la «doctrina Onganía», el deber de acatamiento cesaría ante el intento gubernativo de imponer un sistema totalitario. Pero cesaría también si por abulia, cobardía o inercia, el gobierno omitiese tomar los recaudos necesarios para resistir una invasión extranjera. O si tolerase la consolidación de un movimiento totalitario dispuesto a asumir el poder. […] Por lo tanto, si bien las FF.AA no pueden acometer la quiebra del orden constitucional ante eventuales desaciertos en el manejo de los negocios públicos, tienen el deber de asumir la responsabilidad de la conducción nacional cuando la política gubernativa produce tan serio deterioro en el nivel de vida popular que se crea el ambiente propicio para la propagación de la propaganda comunista, y se conmueve la tranquilidad pública, que es presupuesto de la democracia representativa. Como dijo el teniente general Onganía, permanecer indiferente ante tales situaciones implicaría traicionar la misión de las FF.AA y, además, revelaría una notoria falta de sensibilidad nacional.
De esa «sensibilidad nacional» salía la síntesis expresada en el punto 9 y final del documento: Las FF.AA. tienen una neta orientación profesional y legalista, y profesan acatamiento al gobierno civil. Sin embargo, los gobernantes tienen el deber de consolidar y mantener el proceso de recuperación democrática (Comunicado número 200) y «la ineludible obligación de dar posibilidad de cooperación, en la grande acción del gobierno, a sus Fuerzas Armadas» (Discurso de West Point). El deber de obediencia de las FF.AA. caduca cuando la acción del gobierno, por exceso o por defecto, engendra el inminente peligro de que se imponga un sistema totalitario, o suscita un estado grave y prolongado de subversión interna, o produce un descenso en los niveles de vida populares propicio a la infiltración comunista.
El aviso de un traidor La noche de 28 de mayo un cronista especializado en temas militares fue invitado por el comandante en jefe de Ejército a su despacho para mantener una amable charla: Pistarini: Quiero comunicarle una importante primicia: se avecina una revolución para derrocar a las actuales autoridades. Periodista: ¿Quién la encabeza? ¿Cuándo ocurrirá eso? Pistarini: Mañana pronunciaré un discurso decisivo en el que fijaré el punto de vista de las
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Fuerzas Armadas. Aquí tiene el texto. Le ruego que no lo difunda. Periodista: ¿Es inminente la revolución, general? Pistarini: En los próximos días pero no puedo precisarle la fecha.[760]
El ministro de Defensa, Leopoldo Suárez, advertido por los pocos servicios leales que le quedaban al gobierno, le propuso a Illia que no dudase en destituir a Pistarini inmediatamente, si su discurso tenía alguna alusión golpista. Al día siguiente, en ocasión de conmemorarse el Día del Ejército, Pistarini habló ante el monumento al Libertador en la Plaza San Martín y en presencia del propio Illia. Sus palabras indicaban la puesta en marcha de la última etapa del golpe cívicomilitar: En un Estado cualquiera no existe libertad cuando no se proporciona a los hombres las posibilidades mínimas de lograr su destino trascendente, sea porque la ineficacia no provee los instrumentos y las oportunidades necesarias, sea porque la ausencia de autoridad haya abierto el camino de la inseguridad, el sobresalto y la desintegración. […] se vulnera la libertad cuando por conveniencia se postergan decisiones, alentando la persistencia de mitos totalitarios perimidos, burlando la fe de algunos, provocando la incertidumbre de otros y originando enfrentamientos estériles, inútiles derramamientos de sangre, el descrédito de las instituciones que generan por igual el desaliento y la frustración de todos. […] No son los hombres ni los intereses de partidos o facciones los que señalan o señalarán rumbos a la institución que la República armó como garantía de su existencia.[761]
Luego del discurso se produjo el siguiente diálogo entre Pistarini y el presidente: Cuando Pistarini retorna al palco oficial, el Presidente Illia, ostensiblemente, con la mirada más dura y el timbre de voz más restallante —y es fama que en Illia enojado ambas manifestaciones son memorables— increpa a quien lo ha ofendido en su investidura valiéndose de una treta por lo menos no caballeresca (En el intervalo, entre el discurso y el retorno de Pistarini al palco, Suárez ha pedido permiso a Illia para anunciar por la radioemisora oficial la destitución y relevo del oficial faccioso, pero el Presidente se ha negado con un gesto violento). El Dr. Illia sin preámbulo alguno le espeta a Pistarini: «Explíqueme qué quiere decir eso de autoridad responsable». Pistarini balbucea, palidece y enrojece alternativamente, mira en torno suyo como buscando ayuda. Nadie lo agrede sino la mirada de acero y la acusadora voz de Illia. Apenas acertará a decir: «Bueno, permítame señor Presidente, mi ayudante le traerá el discurso». «No necesito que nadie me traiga nada. Usted habló de ausencia de autoridad. Le exijo ahora mismo que me informe a qué ausencia de autoridad se refiere. ¿A la mía? ¿No demuestro autoridad porque gobierno con la Constitución y la ley, y no a sablazos? Espero su respuesta, señor general. Tengo paciencia. Explíquemelo: ¿Qué entiende por ausencia de autoridad? […] ¿Pensó en el contenido de lo que le dieron a leer? Los únicos que producen la ausencia de autoridad son ustedes, los perturbadores del orden institucional, los que no permiten que el pueblo labre su porvenir en paz y libertad». Ya para entonces Illia ha acercado su rostro airado hasta el de Pistarini y prácticamente le grita a boca de jarro. Interviene pues, presurosa y repetidamente el cardenal Caggiano y otros funcionarios, que con amabilidad aunque con firmeza, separan al airado
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mandatario de su provocador, que permanece ahora en total silencio, el gesto adusto ante el público zamarreo de que ha sido objeto.[762]
Pero a pesar de la reprimenda, el presidente no destituyó a Pistarini como hubiese correspondido. Cuando lo haga, ya será demasiado tarde. Prefirió emitir un comunicado casi irónico por medio del ministro de Defensa: Para un gobierno que ha restituido al pueblo su derecho a vivir en libertad y sin miedo, después de treinta años continuados en estado de sitio […], las expresiones del comandante en jefe del Ejército resultan alentadoras, porque es un reconocimiento importante de la labor cumplida. […] respetando el ámbito de acción de cada uno de los poderes y haciendo que cada una de las instituciones y los hombres que ocasionalmente las conducen se mantengan respetuosamente en el ámbito de su competencia sin excederse, se evita caer en otro cercenamiento de la libertad: el cesarismo, que lanza al camino peligroso de la inseguridad, el sobresalto, la desintegración espiritual de un pueblo que no tolera otra autoridad que la consentida por nuestro ordenamiento jurídico.[763]
Pero Pistarini y sus socios no estaban para sutilezas y continuaron adelante con el plan.
La dictadura Pocas horas después del discurso golpista del «Chacho» Pistarini, Mariano Grondona publicaba en Primera Plana un editorial titulado «La dictadura». Partía de uno de esos «ejemplos» tan caros a cierto periodismo local: que el «democrático y respetuoso de la ley» gobierno británico había declarado el estado de emergencia ante la huelga marítima. A partir de ahí, buscaba establecer «una distinción tan sencilla como fundamental»: En la democracia hay situaciones normales y anormales. En las primeras, basta el rodar tranquilo y rutinario de los engranajes institucionales. En las segundas, hace falta una energía suplementaria, un esfuerzo especial del sistema para superar obstáculos de excepción. La democracia puede ir al paso o a la carrera. Y el estado de emergencia o de sitio es solo una de las expresiones de la anormalidad: manifestación legal, que es a veces la menos importante. Actualmente se utilizan los términos «dictadura» y «dictador» como sinónimo de «tiranía» y de «tirano». Es un grave error de perspectiva histórica. «Tirano» llamaron los griegos a quien, usurpando el gobierno o abusando de él, concentraba todos los poderes en su mano por encima de la ley y oprimía al pueblo en su propio beneficio. «Dictador» llamaron los romanos, en cambio, a quien era designado legalmente para enfrentar una situación de excepción, por un término preciso y con amplios poderes. El tirano es un monstruo, una deformación política. El dictador es un funcionario para tiempos difíciles.[764]
Y aunque con eso hubiera bastado, Grondona necesitaba profundizar, 346
aleccionando: Esta idea romana de la «dictadura» es más profunda de lo que parece a simple vista. No solo está en la base de todas las instituciones de excepción, como nuestro estado de sitio y nuestra intervención federal. Indica, también, que un orden político enfrenta a veces situaciones que exigen una extraordinaria acumulación de energía en algunos puntos decisivos. La vida histórica de las naciones no es lineal, sino quebrada. Hay tiempo de suave pendiente y hay tiempos de ascensión violenta. Hay tiempo en que el horizonte es amplio y expedito y hay tiempos en que se cierra de golpe detrás de algún obstáculo monumental. La verdadera sensibilidad política reside, entonces, en apreciar debidamente la fisonomía de cada coyuntura. En ser cauto y monocorde cuando el país atraviesa la llanura. Y en adoptar la figura y la fuerza de los conductores cuando el camino se vuelve áspero y sinuoso.
De más está decir que para el editorialista «la Argentina no atraviesa un momento de normalidad, sino de anormalidad», con lo que la «obstinación» del gobierno en ser «normal» (léase respetuoso de las libertades públicas) equivalía a su «fracaso». Y detallaba la «anormalidad»: La situación «anormal» de la Argentina reside, en primer lugar, en razones objetivas: en la ausencia de inversiones —es decir, en la ausencia de futuro—, en el colapso de los servicios públicos, en episodios reiterados de rebeldía sindical, en la falta de concordia política e institucional. En segundo lugar, cuentan razones psicológicas de tanta o mayor importante: la impaciencia colectiva por la inoperancia de un Estado antiguo ante un país moderno. Y, también, el doloroso recuerdo de un gran designio que los argentinos no han perdido de vista pese a sus dificultades: el designio de constituir una gran nación. A veces, la anormalidad se manifiesta en hechos que, tomados por sí mismos, son tan graves como la huelga marítima de los británicos: la paralización de los servicios públicos, la violencia, la ocupación de fábricas, los disturbios callejeros. Pero la verdadera anormalidad es «crónica» y reside más abajo, en las capas profundas del espíritu nacional: en el deseo común e irresistible de estar a la altura de nuestros sueños.
Y, como el manual de estilo de un semanario que se precie recomienda no terminar con un «bajón» una nota de esa índole, remataba: Quizás el Gobierno esté a tiempo para interpretar esta esperanza y para asumir la responsabilidad de una sutil «dictadura» al estilo romano: la concentración de todas las energías políticas disponibles en una gran empresa nacional. Para ello, sin embargo, es necesario que advierta dos cosas. Primero, que hay una empresa nacional. Y segundo, que no la puede realizar solo.
Por su parte, la revista Atlántida era menos diplomática, y titulaba sin pelos en la lengua «El plan de gobierno del golpe»: Numerosos sectores del Ejército explican el discurso de Pistarini […] como la señal de partida de acontecimientos trascendentales. Hay quienes lo interpretan como el aglutinante
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que requería el Ejército para fusionar definitivamente a los mandos altos y medios y encaminarlos hacia un solo objetivo, la toma del poder […]. El jefe de gobierno de la revolución, en caso de producirse, será el teniente general Juan Carlos Onganía. No obstante según nuestra información, Onganía no conspira. Otros conspiran para preparar el dispositivo que, llegado el momento, le será entregado. Onganía recluido en su departamento del cuarto piso de la calle O’Higgins, recibe alguna gente, habla poco, oye mucho y estudia. Se le han oído ciertas sutilezas de conceptualización política que demuestran su actual preocupación («Se dice que hay poco diálogo y estamos intoxicados de palabras». «La confusión de términos políticos es tremenda en este país. Se confunde tirano con dictador o democracia con sistema republicano; es un disparate»). Lo cierto es que Onganía dentro del Ejército o fuera de él sigue siendo una figura severa y aglutinadora que no ha sufrido un desgaste notable. Los plazos establecidos son: 30 de junio, el mes próximo, por el que se inclina la oficialidad joven, y 30 de septiembre, la fecha para nosotros más probable.[765]
La revista Atlántida, como los otros medios golpistas, promovía a un Onganía «incontaminado», culto, reflexivo e inteligente. Los hechos se encargarían de demostrar más temprano que tarde todo lo contrario.
Entre la negación y la resignación Pocos días después, el 3 de junio, el leal general Castro Sánchez se sintió en la obligación de ser muy claro con Illia sobre la inminencia de un golpe de Estado. La respuesta del presidente fue terminante: Prefiero que caiga el gobierno antes de que se produzca lucha entre las Fuerzas Armadas que son a mi juicio la única reserva sólida, organizada y disciplinada de que dispone el país. Si se produce un golpe de Estado, no habrá represión. Es una orden.[766]
Comenta en su libro Castro Sánchez que esa frase fue un impedimento para su actuación posterior: Esta orden condicionó de manera decisiva nuestra actitud hasta el fin del gobierno […] no solamente bloqueó la posible reacción de las fuerzas leales que eran muchas sino que bloqueó nuestras mentes y en mi caso particular me hizo aceptar la derrota como algo inevitable.[767]
En medio de la crisis, Illia decidió convocar a un pleno de su gabinete. Era el segundo desde que había asumido hacía casi tres años. Tras la reunión se emitió el siguiente comunicado: Se decidió impulsar la convocatoria a todos los sectores de la opinión pública nacional, formulada por el señor presidente el primero de mayo último. A tal fin, se intensificarán los contactos con las organizaciones políticas, gremiales, empresarias y universitarias, para
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sumar, en un diálogo abierto y amplio, a la opinión del gobierno la de los distintos sectores de la vida nacional, sobre los diversos problemas que preocupan al país, que urge resolver en profundidad y con criterio que supere las coincidencias que consoliden la unión nacional. […] La defensa del estilo de vida democrático y el propio ejercicio de las libertades esenciales demanda que se resguarden las instituciones de la acción de quienes, con distintos medios, propósitos y motivaciones, están empezando a desfigurar la vida de la Nación.[768]
Si bien es cierto que nada de lo que allí se hubiese decidido habría cambiado el curso de los acontecimientos, en la reunión volvió a manifestarse cierta negación de la realidad por parte del presidente y su entorno.
Reacción tardía El gobierno intentó muy tardíamente ponerle coto a la campaña golpista de los medios de comunicación encabezada por Primera Plana y Confirmado, cuando el 14 de junio el ministro de Educación y Justicia denunció a ambas publicaciones y a los periodistas Mariano Grondona y Mariano Montemayor por eventuales actos de rebeldía. Una de las denunciadas, Primera Plana se defendía de la siguiente manera: Aunque el lenguaje de la denuncia es por demás confuso, y aunque de ella no surgen claramente quiénes son los imputados, aparentemente el Ministro incrimina a Primera Plana y al columnista Grondona por participar en «la creación de un clima psicológico propicio» a la instigación directa que, en este caso, estaría consumada por un artículo de Montemayor. Las afirmaciones del martes 14 tienden a crear la imagen de una gran confabulación en la que cada revista (o cada columnista) se habría reservado un especial cometido, confiando por fin a Montemayor la ejecución directa de supuesto delito. Esto crea la improbable figura jurídica de la «instigación preparatoria de la instigación», en la cual, según el Ministro, habrían incurrido Primera Plana y Grondona. Para avalar sus afirmaciones, el doctor Carlos Alconada Aramburú señala algunos textos en los que Primera Plana da cuenta del clima político e institucional de la Argentina: […] El pasaje en que el Ministro cita a Grondona dice así, por otra parte: «Es de hacer notar que en esta misma revista aparece, en la página 11, un artículo que firma el señor Mariano Grondona titulado “La dictadura”, en el cual se hacen reflexiones acerca de las relaciones entre dictadura y tiranía, que curiosamente aparecen como manifestaciones del general Onganía en el número de junio de 1966 de la revista Atlántida, en un artículo en el cual se sindica a este general como jefe del gobierno que se instauraría luego del golpe de Estado». La lectura de los textos que anteceden no permite sino verificar una norma habitual de Primera Plana: la de dar a conocer toda la verdad (sea o no agradable, ortodoxa o heterodoxa) a sus lectores. En cuanto a la mención del artículo de Grondona (N.o 179), la culpa parece derivarse del hecho «curioso» de que el teniente general Onganía haya ensayado una distinción semejante, según la revista Atlántida. ¿Esto significa que el general Onganía leyó el artículo de Grondona y acepta sus distinciones? ¿O que, por el contrario, Grondona recogió la distinción del ex Comandante en Jefe? ¿O, por fin, que el redactor de Atlántida está influido por Grondona o bien influye sobre él? […] Ningún hombre medianamente
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sensato podría creer en el montaje de esta extraña confabulación entre periodistas y militares. Los periodistas de Primera Plana informan; también opinan. Pero la realidad está más allá de ellos, inconmovible, permanente. Y es la realidad la que muestra a generales, almirantes y brigadieres reunidos, al Gobierno presionado, al golpe comentado en todos los ámbitos nacionales e internacionales. El periodismo no ha creado ni inventado esta situación. Culpar al periodismo por su existencia es como golpear al médico que anuncia una enfermedad: un acto tan gratuito como inútil.[769]
Pero ni la revista ni su editorialista estrella se hicieron mucho problema, porque redoblaban la apuesta con este editorial del inefable Grondona, titulado «Ser o no ser», donde señalaba: «De golpe, parece que tenemos algo importante entre manos. Que el tiempo urge. Que los plazos […] corren a su fin».[770]
Amigos son los amigos El general Castro Sánchez reproduce el siguiente diálogo que se habría producido el 14 de junio de 1966 en el Comando en Jefe del Ejército, entre los generales Pistarini, Caro, Iavicoli y Alsogaray: Pistarini: se vienen las elecciones de 1967 y 1968 y los peronistas nos van a taponar a votazos. Y el gobierno anda a los tumbos, sin acertar una. Y encima de todo, exhibe falta de autoridad. Caro: Yo he sido uno de los tres generales con Rauch y Onganía que encabezamos el movimiento legalista azul. Entonces, en septiembre y abril, cuando presidía Guido, echamos a más de 400 oficiales por querer hacer lo mismo que ustedes pretenden ahora. Y eso que ellos tenían más argumentos, justificativos más legítimos […] ¿Qué justificaciones le daremos ahora a esos oficiales? No, señores, yo no me cambio de divisa. No pienso borrar con el codo lo que escribí con la mano y que nos costó bastante sangre […] de modo que, señor comandante, si usted piensa dar el golpe, desde este mismo momento le pido formalmente mi retiro.
Iavicoli intentó calmar a Caro, presentando la discusión como un intercambio de ideas, Alsogaray habría dicho: «si vos me decís cómo paramos a los peronistas, yo te aseguro que nos quedamos quietos».[771] Para esa misma fecha el presidente Illia, en un exceso de optimismo o en un acto disimulado de resignación, había señalado sobre el golpe: ¿Quiénes lo quieren? No lo quiere la Universidad, no lo quieren los partidos políticos de gravitación y caudal electoral, incluido el peronismo; no lo quieren las Fuerzas Armadas, según aquí lo ratificarán los Secretarios responsables; menos lo quiere la Iglesia… ¿Quiénes lo quieren, entonces? Un reducido sector de las Fuerzas Armadas, menos del diez por ciento de ellas, que no lo propician porque suba el costo de vida, baje algún índice de producción o existan problemas políticos, sino sencillamente porque tienen apetencia de poder. Este grupo
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carece de capacidad para comprometer la estabilidad institucional, al menos por el momento. [772]
La CIA y Julio Alsogaray En su trabajo sobre este período, César Tcach y Celso Rodríguez publican un informe de la CIA sobre declaraciones efectuadas por el general Alsogaray, que blanqueaban la participación de altos oficiales en el complot golpista, como Onganía, Pistarini, el propio general Alsogaray, Lanusse (jefe de Operaciones del Estado Mayor General del Ejército) y Osiris Villegas (comandante del V Cuerpo de Ejército): Ellos han llegado a la conclusión de que no existe otra alternativa que la destitución del actual gobierno, debido a la total incompetencia del mismo para resolver los problemas económicos que enfrenta el país, a su incapacidad para combatir la creciente subversión e infiltración comunista, y a su fracaso para arribar a un acuerdo aceptable con los peronistas, lo cual resultará indudablemente en una victoria para los candidatos del Peronismo en las elecciones de marzo de 1967. Ellos no quieren que su ocupación del poder sea interpretada como una acción antiperonista. Son conscientes de la necesidad de lograr la integración del Peronismo a la vida política del país, y están decididos a hacer todos los esfuerzos necesarios para alcanzar una relación aceptable por los peronistas.[773]
El informe también señalaba que los golpistas seguían un camino similar al de Frondizi nueve años antes: Además, fue enviado un emisario ante Juan Perón en Madrid, en un esfuerzo por obtener una promesa de que no ordenará a sus seguidores en la Argentina que causen dificultades al nuevo gobierno. Perón aceptó esto bajo las siguientes condiciones: que le sea restituido su rango de general; que se le provea de un pasaporte argentino que le permita viajar a Suiza; que no haya persecución a la clase obrera por parte del nuevo gobierno; que se considere su regreso a la Argentina en algún momento en el futuro. El general Alsogaray dijo que no habría dificultad en otorgar un pasaporte a Perón: que el nuevo gobierno consideraría la restitución de su rango de general; que el nuevo gobierno no tenía intención de perseguir a la clase obrera […], y que los líderes militares no excluían totalmente la posibilidad del retorno de Perón en algún momento futuro. Alsogaray concluyó como resultado de la conversación con líderes peronistas en Argentina y con Perón, los militares involucrados en la planificación del golpe tienen razones para creer que los peronistas no crearán problemas en el corto plazo al nuevo gobierno.
Si bien los hechos demostrarán que ninguna de esas actitudes «tolerantes» con el peronismo se cumplirán y que el General seguirá en Madrid hasta 1972, resulta interesante destacar que en aquel momento existieron contactos con el líder peronista, que veía con simpatía el golpe que se avecinaba: La semana pasada, en Madrid, Juan D. Perón confesaba a Santiago Díaz Bialet —un ex
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directivo de la flota aérea estatal— que si su liderazgo nació en el Ejército en 1945, deberá volver a la Institución, en forma de apoyo popular, dentro de un plazo perentorio. Fue otro de los indicios que suelen ubicar a Perón a favor de la toma del poder por los militares, algo que «todas las circunstancias parecen aconsejar en nuestro país como medio para escapar a la inercia suicida que lo consume», según lo publicó diez días atrás —con el seudónimo «Descartes»— en el semanario oficioso Retorno, que el isabelismo edita en Buenos Aires. [774]
La excusa El golpe cívico-militar era imparable y solamente faltaba el paso final hacia la Casa Rosada. Las clases medias y altas habían sido hábilmente trabajadas por una feroz campaña mediática que había puesto el acento en el «vacío de poder», «la ineficiencia», «el carácter casi obsoleto del sistema democrático» y las ventajas de una moderna y tecnocrática dictadura que sacaría al país del empantanamiento, la abulia y el atraso en que lo había sumido «la tortuga». Los sectores populares, que serían, como siempre, los más afectados por el golpe, estaban cooptados, en un importante porcentaje, por una dirigencia gremial y política burocrática que hacía del golpe una instancia más en su carrera hacia el poder y en su competencia por hacer méritos pero, a la vez, competir con el propio Perón. No sentían ninguna afinidad con un gobierno que consideraban ajeno, a pesar de medidas como las leyes de medicamentos, de abastecimiento y del salario mínimo vital y móvil. Los sectores combativos del movimiento, muchos de ellos provenientes de los cuadros sindicales, se opusieron al golpe y denunciaron la maniobra vandorista, pero su actitud era minoritaria y sería desautorizada por el propio Perón, que alentó el golpe y lo apoyó, como veremos, explícitamente. La excusa final para el derrocamiento de Illia parece copiada de una mala comedia de enredos, pero a veces la historia argentina tiene esas cosas. El general Caro, uno de los dos leales a Illia junto con Castro Sánchez, estaba en su casa de Vicente López cuando llegó a visitarlo su hermano, diputado peronista, y su compañero de bancada Serú García. A la charla, poco después, se sumó Castro Sánchez, y después los políticos terminaron yendo al mítico restaurante El Tropezón, que quedaba en Callao al 200, cerca del Congreso. Allí comentaban inocentemente su encuentro con los jefes militares leales, olvidando que el lugar estaba plagado de periodistas y de espías de los variados servicios, que a esa altura del año no querían perderse ni las primicias que brotaban de las mesas ni el famoso pucherito de gallina al que le cantaba Edmundo Rivero. De ahí al escándalo mediaron horas. Era lo que estaban esperando los conspiradores. Al enterarse Onganía, declaró que la comida le iba a costar la cabeza a sus enemigos, los leales generales Caro y Castro Sánchez. Al otro día, 26 de junio, el general Caro intentó infructuosamente comunicarse con 352
Illia desde Rosario para avisarle que lo iban a detener. Recordaba el doctor Illia: Serían como las cinco cuando me avisaron que me llamaba por teléfono Leopoldo Suárez, mi ministro de Defensa, por un asunto urgente. […] «¿Qué pasa?», le pregunté cuando levanté el tubo. Entonces me contó que habían detenido al general Caro. […] Al general Caro lo habían visitado un grupo de diputados peronistas entre los que estaba el propio hermano de Caro y los diarios se habían encargado de hacer la cosa grande.[775]
A las 8 de la mañana del 27 de junio, el general Pistarini llamó por teléfono a su socio el general Alsogaray para darle la «orden de batalla» de copar la Casa Rosada. Al mismo tiempo, le ordenaba al coronel Heberto Robinson tomar todas las radios y los canales de televisión. Y así se puso en marcha la última etapa del siniestro plan golpista que tan caro le iba a costar al país. Es interesante recordar que el general Julio Alsogaray era hijo del general Álvaro Alsogaray, uno de los diez hombres que formaron el comando golpista que derrocó a Yrigoyen en 1930 y quien había propuesto secuestrar al presidente en un camión de reparto de diarios. Julio y su hermano Álvaro formaron parte de la columna de cadetes que ingresó a la Casa Rosada para ocuparla y recibir al dictador Uriburu. Adentro los esperaban su papá y todo el elenco más rancio de la oligarquía nativa que había recuperado el gobierno. Álvaro pidió el retiro del Ejército apenas asumió Perón, aunque luego logró acomodarse con el gobierno en el área aerocomercial, y Julio participó de la intentona golpista de Menéndez a fines de 1951. Ambos hermanitos participaron entusiastamente de la «Libertadora». Julio siguió conspirando del lado de los azules, mientras que Álvaro se dedicaba a hacer negocios desde